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CURIOSIDADES de la Historia

92 CLÍO
EL BAILARÍN
LA CORONACIÓN DE NAPOLEÓN
TRAS LA FIGURA DEL BAILARÍN SE ESCONDE NADA MÁS Y NADA MENOS QUE SIMÓN
BOLÍVAR, EL LIBERTADOR DE PERÚ. SEGUIMOS SUS PASOS HASTA LA CATEDRAL
PARISINA DE NOTRE DAME, EN EL MOMENTO EN EL QUE NAPOLEÓN BONAPARTE Y
SU ESPOSA, JOSEFINA, ERAN CORONADOS COMO EMPERADOR Y EMPERATRIZ DE
FRANCIA. SIN DUDA, UN EPISODIO QUE MARCARÍA LA HISTORIA.

POR FRANCISCO NARLA, I PREMIO DE NOVELA HISTÓRICA EDHASA

T
RAS LA REVOLUCIÓN AÚN QUEDABAN DESDI- LARGA ESTIRPE
CHADOS. PESE A LA CACAREADA IGUALDAD, Era alto, espigado, de pelo trigueño revuelto con ahínco
LA NECESIDAD SEGUÍA MANDANDO MÁS para disimular la calvicie que ya asomaba a sus veinte
QUE TODOS AQUELLOS GENERALES RECIÉN años. Para compensarlo, llevaba las patillas a la moda,
ASCENDIDOS; algún muerto de hambre se grandes y exageradas, como su nariz, que era afilada.
había pasado horas en el penoso trabajo de cepillar todas y Todo él desprendía melancolía.
cada una de las juntas entre las piedras del templo. Y algún Con un floreo elegante de los pies evitó el aparatoso
otro había sido colgado como las chacinas para sacar hasta miriñaque de una mujerona de exagerados ademanes
la última mota de polvo de las hojas de roble que decora- y, con disgusto, se dio cuenta de que si bien podía ser
ban las grandes columnas. Incluso los destrozos ocasiona- cierto que la Revolución había tasado a muchos por el
dos durante las revueltas habían sido disimulados con tapi- mismo rasero, también era verdad que algunos campe-
ces o decoraciones florales. Todo aparecía impoluto, hasta sinos indeseables habían logrado posiciones de respeto
el último rincón de la catedral francesa de Notre Dame res- para las que no estaban preparados.
plandecía como las joyas de la mismísima Josefina. Él no era así, ni mucho menos. Provenía de una larga
Tampoco la Revolución había traído mejores costum- estirpe de hombres de bien que podían señalar sus
bres en la higiene. La muchedumbre congregada hedía antepasados en la merindad de Marquina, en la vieja
a una mezcolanza de afeites y aguas curativas de Colonia Vizcaya. Y hacía siglo y medio que el primero de la
que, en realidad, no lograba enmascarar un pesado tufo familia había puesto los pies en Caracas para ejercer
a sudor rancio. De hecho, aunque afuera el diciembre como contador del mismo rey Felipe II. Él tenía ape-
parisino dejaba carámbanos en las gárgolas de la cate- llido, nombre y pasado. Había sido educado en la exce-
dral, en el interior, abarrotado, hacía calor. lencia y aquel era su segundo viaje a Europa. Claro que,
En la tribuna, desde la que se podía ver la espléndida si el primero había sido un dichoso descubrimiento de
Piedad que decoraba la cabecera de la iglesia, un joven se los salones de baile de Madrid, donde conociera a la
las apañaba para hacerse con un buen lugar para el espec- pobre Teresa al amor de los pasos de los modernos
táculo. Vestido de punta en blanco, evitaba codazos con vals germanos. El segundo, por el contrario, había sido
movimientos gráciles. Caminaba con soltura entre la multitud una huida apresurada en la que intentar espantar los
que, apelotonada, trasteaba en busca de asiento, cotilleaba, miedos y la pena de aquellas fiebres malignas que se
aparentaba o, simplemente, esperaba impaciente a que el la habían arrebatado antes del primer aniversario de
magno evento diera comienzo de un momento a otro. boda.

TODO PARECÍA IMPOLUTO, hasta el último rincón de la catedral francesa


de Notre Dame resplandecía como las joyas de la mismísima Josefina, la cual
iba a ser coronada junto a su marido, Napoleón Bonaparte.
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CURIOSIDADES de la Historia

JUNTO A ESTAS
LÍNEAS, CORONACIÓN
DE NAPOLEÓN Y
Por eso estaba allí, buscando el no JOSEFINA BONAPARTE.
sabía qué. Intentando encontrarse. O
quizá, simplemente, espantando sus
temores.

EL TRIUNFO DE NAPOLEÓN
Y algo poderoso lo había llamado a
París. La leyenda del corso había cru-
zado el océano más rápido que un
ágil jabeque caribeño. Y el joven había
seguido el rastro, imbuido de quién
sabía qué, pero con el pálpito de que
debía conocer los grandes cambios
que allí se estaban produciendo: cual-
quiera podía aspirar al puesto más alto
con tal de ganárselo, las tierras habían
sido repartidas, la razón triunfaba sobre
la corona, el antiguo régimen moría,
incluso usaban un calendario en el que
todos los meses tenían treinta días.
Cuando logró sentarse descubrió
que los obispos, legados, cardenales y
el propio papa Pío VII ya habían ocu-
pado su lugar en el estrado, cerca de
los hermanos del corso y de personali-
dades como el archicanciller, el maris-
cal o el chambelán del nuevo Imperio.
Había entre ellos rostros llenos de con-
tento, pero también algunas expresio-
nes circunspectas, como si no estuvie-
ran muy seguros de qué pintaban allí.
Pero el joven no tuvo mucho tiempo
de conjeturar al respecto porque
entonces aparecieron los protagonis- todos allí opinaban, como el mismo yugo de la corona. Y unos pocos no
tas, envueltos en mantos de armiño, comenzaba a pensar, que aquel era parecían capaces de entenderlo.
cubiertos de lujos impensables. Él uno de los momentos claves de la His- Una revuelta como aquella podía
bajo, ella abigarrada. toria de los hombres de todo el mundo. ser la solución al peso que suponía la
Josefina y Napoléon tomaron asiento Y se sintió disgustado al comprobar misma dinastía de sátrapas corruptos
y el Papa, obediente pero con una des- que no todos tenían la altura de miras que allí, en Francia, había sido erradi-
gana que no pudo disimular, recitó sus necesaria para darse cuenta. cada con la guillotina.
jaculatorias y los bendijo a ambos, y a las Algunos malolientes campesinos
coronas, a los abrigos, a la espada, a los habían llegado a puestos con los que LA CEREMONIA
anillos, a toda la parafernalia. no deberían soñar, pero salvado ese El Papa dejó la corona en el altar y
El joven vio entre todos los de la tri- inconveniente, allí estaba viendo la el corso la tomó entre sus manos,
buna cómo las expresiones de deleite libertad prometida, el sueño del que la admiró y la puso sobre su propia
se turnaban con las de suspicacia, no su pueblo no podía disfrutar bajo el testa sin otra autoridad que la suya.

LA CURIOSIDAD
Desde la muerte de Teresa a Simón Bolívar se le antojaba funesto. Con la tumba
aún fresca había sentido que tenía que darle la espalda a Caracas y encontrar algo
a lo que dedicar su vida, algo distinto del cuidado de unas haciendas y plantaciones
que había heredado de unos padres a los que ya le costaba recordar. Ya ni siquiera
bailaba. Eso fue lo que le condujo a ir hasta París para asistir a la coronación de
Napoleón.

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EL DATO TODA LA CATEDRAL bramó de júbilo mientras el
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recién coronado emperador Napoleón I Bonaparte
Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco se ocupaba de dispensarle el mismo honor a su
(Caracas, 24 de julio de 1783n-Santa
Marta, 17 de diciembre de 1830), mejor
consorte, Josefina.
conocido como Simón Bolívar fue un
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de las repúblicas de la Gran Colombia y Empezó con un aplauso tímido y de la coronación de su emperador.
Bolivia. luego fue como una tormenta. Toda Se alejó pensativo, con sus pasos
No en vano, se trata de una de la catedral bramó de júbilo mien- de bailarín, recordando a su esposa
ůĂƐĮŐƵƌĂƐŵĄƐĚĞƐƚĂĐĂĚĂƐĚĞůĂ tras el recién coronado emperador muerta y a la falta de médicos en las
emancipación hispanoamericana frente Napoleón I Bonaparte se ocupaba colonias, eso no sucedería jamás en
al Imperio español. Y es que contribuyó a de dispensarle el mismo honor a su el sueño de Napoleón. En el sueño
inspirar y concretar de manera decisiva la consorte, Josefina. que estaban construyendo allí nunca
independencia de las actuales Bolivia, Los sueños del corso era elegan- faltaría la razón y el buen hacer.
Colombia, Ecuador, tes, toda una Europa unida, bajo su Cuando llegó a orillas del Sena,
WĂŶĂŵĄ͕sĞŶĞnjƵĞůĂLJ cetro. Una Europa regada de igual- perdió la mirada en las aguas turbias.
ůĂƌĞŽƌŐĂŶŝnjĂĐŝſŶ dad, fraternidad y libertad. Soñando a su vez.
del Perú. Antes de que toda la pompa de la Se llamaba Simón José Antonio
ceremonia terminase, el joven viudo de la Santísima Trinidad Bolívar
salió de la catedral de Notre Dame Palacios Ponte y Blanco, pero los
para encontrarse un París que rugía hombres lo recordarían, sencilla-
enfervorecido por la celebración mente, como Simón Bolívar.

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