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TEORIAS CIENTÍFICAS

1. TEORIA DEL BING BANG

Desde mediados de los 60´se difundió la aceptación de una teoría sobre el universo primitiva
que los astrónomos llaman “El modelo corriente”, denominado teoría del bing bang o “Gran
Explosión”.

En el comienzo hubo una explosión. No como las que conocemos en la Tierra, que parten de
un centro definido y se expanden hasta abarcar una parte más o menos grande del aire
circundante, sino una explosión que se produjo simultáneamente en todas partes, llenando
desde el comienzo todo el espacio y en la que cada partícula de materia se alejó rápidamente
de toda otra partícula. “Todo el espacio”, en este contexto, puede significar, o bien la totalidad
de un Universo infinito, o bien la totalidad de un Universo finito que se curva sobre sí mismo
como la superficie de una esfera. Ninguna de estas posibilidades es fácil de comprender, pero
esto no debe ser un obstáculo; en el Universo primitivo, importa poco que el espacio sea finito
o infinito.

Después de un centésimo de segundo aproximadamente, la temperatura fue de unos cien mil


millones (1011) de grados centígrados. Se trata de un calor mucho mayor aún que el de la
estrella más caliente, tan grande, en verdad, que no pueden mantenerse unidos los
componentes de la materia común: moléculas, átomos, ni siquiera núcleos de átomos. En
cambio, la materia separada en esta explosión consistía en diversos tipos de partículas
elementales, que son el objeto de estudio de la moderna Física nuclear de altas energías.

Un tipo de partícula presente en gran cantidad era el electrón, partícula


con carga negativa que fluye por los cables transportadores de corriente
eléctrica y constituye las partes exteriores de todos los átomos y
moléculas del Universo actual. Otro tipo de partículas que abundaban en
tiempos primitivos era el positrón, partícula de carga positiva que tiene la
misma masa que el electrón. En el Universo actual, sólo se encuentran
positrones en los laboratorios de altas energías, en algunas especies de
radiactividad y en los fenómenos astronómicos violentos, como los rayos
cósmicos y las supernovas; pero en el Universo primitivo el número de
positrones era casi exactamente igual al número de electrones. Además
de los electrones y los positrones, había cantidades similares de diversas
clases de neutrinos, fantasmales partículas que carecen de masa y carga
eléctrica.

2. TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

Al desaparecer los grandes dinosaurios, los mamíferos sobrevivientes


ocuparon el lugar predominante en la naturaleza y entre ellos se
destacaron los primates que habitaban en las copas de los árboles y que
desarrollaron una gran capacidad para sobrevivir: poseían un cerebro
superior puesto que podían coordinar la vista y el movimiento de las
manos. Sus manos eran prensiles y la posición de los ojos les permitía una
visión tridimensional.

Surgimiento de los primates: Hace 70 millones de años, entre los


mamíferos se desarrollaron diferentes tipos de monos llamados
primates. Los primeros primates fueron animales pequeños, de hábitos
nocturnos, que vivían (casi siempre) en los árboles. Con el tiempo,
algunos de éstos fueron cambiando sus hábitos y características físicas: su
cráneo fue mayor, creció su cerebro, podían tomar objetos con las manos,
adaptarse al día y alimentarse de frutas y vegetales.

Los primeros homínidos y el largo camino hacia el hombre:


Diversas fueron las especies que unieron al hombre actual con los
primeros homínido. Las especies que representaron verdaderos saltos
evolutivos, es decir, verdaderos momentos de cambio, fueron las
siguientes:

Australopithecus: ("monos del sur") fue el primer homínido bípedo


(caminaba en dos patas y podía correr en terreno llano). Poseía
mandíbulas poderosas y fuertes molares. Largos miembros y pasaban
gran parte de su vida en los árboles. Su cerebro tenía un volumen inferior
a los 400 centímetros cúbicos. De aquí se deduce que el andar erguido se
produjo mucho antes que la expansión del cerebro. Su talla no superaría
el 1,20 m. de altura y los 30 Kg. de peso. Antigüedad: 4 millones de
años
Está representado por un grupo de fósiles prehumanos hallados en el sur y
el oriente del África. Los más antiguos fósiles tienen aproximadamente 5
millones de años y los más recientes, 1 millón de años. El primer
australopithecus fue encontrado en la década de 1960 en África oriental,
(Etiopía) y fue llamada Lucy.

3. Teoría heliocéntrica (Nicolás Copérnico)

Es la que sostiene que la Tierra y los demás planetas giran alrededor del
Sol. El heliocentrismo, fue propuesto en la antigüedad por el griego
Aristarco de Samos (310 a. C. - 230 a. C.), quien se basó en medidas
sencillas de la distancia entre la Tierra y el Sol, determinando un tamaño
mucho mayor para el Sol que para la Tierra. Por esta razón, Aristarco
propuso que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol y no a la inversa.

Más de un milenio más tarde, en el siglo XVI, la teoría volvería a ser


formulada, esta vez por Nicolás Copérnico, uno de los más influyentes
astrónomos de la historia, con la publicación en 1543 del libro De
Revolutionibus Orbium Coelestium.

Movimiento de los planetas en la Teoría heliocéntrica

A pesar de que Copérnico propuso una teoría nueva colocando al Sol en el


centro del sistema planetario, su teoría sostenía que los planetas giraban
alrededor del mismo en órbitas circulares, al igual que lo estipulaba el
modelo geocéntrico de Ptolomeo, con la diferencia de que en el último el
Sol orbitaba la Tierra. Por esta razón, si bien los cálculos matemáticos para
predecir el movimiento de los astros se había simplificado notablemente
con la teoría de Copérnico, éstos no arrojaban aún resultados exactos y
precisaban de numerosas correcciones y combinaciones de círculos, dado
que se desconocía que los planetas orbitan en torno al sol en trayectorias
elípticas.
En el modelo copernicano, el intervalo entre dos conjunciones superiores o
inferiores, si el planeta es interior, y dos conjunciones u oposiciones, si el
planeta es exterior, se llama periodo orbital. Desde la antigüedad, se
conoce dicho periodo para todos los planetas. En dicho periodo sinódico se
repiten las distintas configuraciones de los planetas.

Si bien no se puede considerar a Copérnico ni como descubridor del


heliocentrismo ni como desarrollador verdadero de la teoría, sí cumplió
una función crucial como inspirador para los científicos que le sucederían.
La verdadera revolución aún habría de venir, cuando otros científicos
como Galileo Galilei, Johannes Kepler o René Descartes iniciasen otros
debates sobre el tema, que llevarían a replantear la epistemología, la
filosofía y la teología. En efecto, fueron las observaciones de Galileo de los
satélites jovianos las que constituyeron una prueba contundente que
inclinaría la balanza a favor de la revolución copernicana.

4. TEORÍA DEL GENOMA HUMANO (FRANCIS CRICK Y JAMES DEWEY


WATSON)

La cristalografía por rayos-X: Francis Crick, dio posibilidades de un


descubrimiento original en biología molecular. Esto lo llevó a realizar
investigaciones de biología en Cambridge; en 1949, se sumó al Consejo de
Investigaciones Médicas del Laboratorio Cavendish en la universidad.

James Dewey (Jim) Watson persuadido por un libro sobre la vida, de que el
estudio de los genes ofrecía excitantes perspectivas de descubrimiento.
Trabajaba en la estructura de las moléculas orgánicas grandes, en el
Consejo de Investigaciones Médicas del King’s College de la Universidad
de Londres, usando la misma técnica del análisis de difracción por rayos-X
que el equipo de Pauling en la CalTech. La descripción que le hizo Wilkins
de su trabajo reforzó el interés dc Watson por el tema, y fue aceptado
para realizar investigaciones en el Laboratorio de Cavendish. Llegó a
Cambridge poco después de cumplir veintitrés años, y estableció
inmediatamente una buena relación con Crick, que por entonces tenía
treinta y cinco años.
Crick y Watson estaban dispuestos a investigar la estructura del ADN, pero
sus superiores los desanimaron, ya que eran conscientes del trabajo que
llevaban a cabo en el King’s College. Se suponía que los trabajos del King’s
eran un esfuerzo común de Maurice Wilkins (un físico neozelandés de
treinta y tres años nacido en las Islas Británicas, que había trabajado con
la bomba atómica en Estados Unidos, pero que se había alejado de la
física nuclear horrorizado por las consecuencias de ese trabajo), y una
química británica de treinta años llamada Rosalind Franklin, pero en
realidad ambos estaban enfrascados en una lucha de personalidades.
Franklin era una cristalógrafa muy experimentada. La cristalografía era
una tecnología exigente, basada en la técnica de difracción de los rayos-X,
esencial en la investigación de la estructura de las moléculas grandes. Se
trataba de una tecnología en la que ni Watson ni Crick tenían ninguna
experiencia, así que hicieron lo mejor que pudieron con la única
alternativa a su alcance, la construcción de modelos. Pero sin las pistas
que podía proporcionar la cristalografía, fueron incapaces de realizar
progresos reales, y sólo era cuestión de tiempo que el equipo de Pauling,
en la CalTech, que dominaba ambas técnicas, diera con la respuesta
correcta.

5. TEORIA DE LA DERIVA CONTINENTAL O PLACAS TECTÓNICAS

La teoría de la deriva continental fue formulada concretamente por


primera vez por Alfred Wegener, en 1912. Su idea básica era que una
masa continental original (Pangea) se había fragmentado y que a lo largo
de las eras geológicas se había Ido separando hasta formar los actuales
continentes.

Así pues, en la primera década de este siglo, la idea de que incluso los
continentes, lejos de permanecer fijos e inmóviles, podían moverse en el
curso de vastos períodos de tiempo no era completamente nueva.
El conjunto de la teoría proporcionaba una explicación satisfactoria de la
distribución actual de las masas de tierra firme o continentales, pero era
preciso encontrar el mecanismo que provocaba estos desplazamientos. A
este respecto, Wegener supuso que las masas continentales flotaban
sobre algún tipo de magma plástico, como el que mana de las grandes
profundidades durante las erupciones volcánicas, y señaló que la
constante rotación de la Tierra determinaría una deriva hacia el oeste.

Wegener se adentró además por otras dos líneas de estudio: Como


meteorólogo, estaba interesado en la historia del clima, y pudo comprobar
que los cambios climáticos confirmaban sus ideas. La segunda línea
resultó menos satisfactoria. Una vez aceptada la idea de que la deriva
continental se había producido, no había razones plausibles para suponer
que fuera a detenerse. En consecuencia, trató de demostrarla mediante la
determinación exacta, a largos intervalos, de las distancias entre los
puntos de diferentes continentes, utilizando métodos astronómicos muy
precisos y calculando la duración de las transmisiones por radio. Sus
resultados fueron negativos, pero le fue posible argumentar que el ritmo
de la deriva era demasiado lento para ser detectado con los métodos
relativamente bastos disponibles en la época.

Pero no es sorprendente que no obtuviera los resultados deseados si es


cierto que la separación entre Africa y América ha progresado
regularmente desde la era pérmica. te ser así, la velocidad media no sería
superior a 1 metro en 30 años. Sin embargo, a fines del siglo XX, el uso del
rayo láser y de los satélites artificiales ha permitido medir con notable
precisión el ritmo de la deriva continental, confirmando así la teoría de
Wegener.

6. TEORIA DE LA RELATIVIDAD (ALBERT EINSTEN)

La teoría especial de la relatividad de Einstein era una respuesta a la crisis


que había surgido en el modo en que los físicos entendían el universo.
Desde el siglo XVII, cuando Isaac Newton formuló sus leyes del
movimiento y la gravitación, la física había tomado un decidido aspecto
determinista. El universo era visto como una máquina gigante cuyas
partes funcionaban de acuerdo a las leyes que Newton había descubierto,
unas leyes que se aplicaban a todo, desde el movimiento de los planetas a
la caída de las manzanas. Y de hecho, todo parecía confirmar esta visión.
Todo esto parecía indicar que si pudiéramos conocer el estado del
universo en su totalidad ahora (desde las manzanas hasta los planetas),
podríamos también determinar el estado del universo en cualquier
momento del futuro.

Lo que Newton establecía en su primera ley del movimiento, que “un


objeto se mueve con velocidad constante a menos que actúe sobre él una
fuerza externa”, era, por supuesto válido, incluso cuando esa velocidad
constante fuese cero. Por eso, muchas veces hemos visto enunciada esta
ley como “un objeto permanece en reposo o con movimiento uniforme a
menos que actúe sobre él una fuerza externa”.

La teoría especial

El artículo de Einstein sobre la relatividad especial, “Sobre la


electrodinámica de los cuerpos en movimiento” trataba de la cuestión del
éter y del movimiento absoluto: no existían. Fin de la historia. El dilema en
que se encontraba la física se podía resolver, decía Einstein renunciando a
la idea de movimiento absoluto, ya que todas las evidencias demostraban
(la más obvia, el experimento de Michelson-Morley) que “los fenómenos
de la electrodinámica y de la mecánica no poseen propiedades que se
correspondan con la idea de reposo absoluto...”.

Lo mismo para el éter que para el movimiento absoluto o el espacio


absoluto. Sin un sistema de referencia fijo y absoluto, las cosas sólo
pueden entenderse en términos de su relación con otras. Podemos decir
“Estamos en reposo” cuando tengamos contestación a la pregunta “,En
reposo con respecto a qué sistema?”.

Es una pregunta muy importante. Sin un sistema de referencia, nadie


puede decir si se está moviendo o no. Para ilustrar el asunto, imaginemos
que estamos yendo por la autopista, y que adelantamos un coche de la
policía por el carril izquierdo. El coche de la policía nos ignora, pero
momentos después escuchamos una sirena. Otro coche de policía, que
estaba parado al vernos pasar y que ahora viene por detrás, nos está
avisando para que paremos. Nos detenemos en el arcén, junto con los dos
coches de policía, el que adelantábamos y el que nos mandó detenernos.

6Sabe a qué velocidad iba?— nos pregunta el policía del segundo coche.

—Por supuesto. Estaba parado.— contestaríamos.

—Encima con bromitas, ¿Eh? Iba usted a más de 140 cuando le he


detenido— dice, esperando confirmación del otro coche de policía.

—Me temo que no— dice el otro policía —Iba solamente a 30 kilómetros
por hora cuando me ha adelantado.

El problema está claro: nadie se pone de acuerdo en el sistema de


referencia. Tenemos razón al decir que estábamos parados, porque
podemos suponer que el primer coche de la policía iba marcha atrás con
respecto a nosotros, y que el segundo coche (junto con la Tierra), también
iba marcha atrás, aunque a más velocidad. Y el primer policía podía
pensar que él estaba en reposo, y que nosotros le hemos adelantado a 30
kilómetros por hora, en tanto que el segundo coche y el resto del planeta
se movían a una velocidad de 110 kilómetros por hora marcha atrás.

El segundo coche pensaba que él estaba en reposo, así que veía al primer
coche circulando a 110, y a nuestro coche a 140 kilómetros por hora.

Finalmente, acabamos en un juicio, donde un juez con algo de sentido


común determina que los límites de velocidad hay que aplicarlos
definiendo la Tierra como sistema de referencia en reposo. Luego,
enfadado, nos arroja el código de la circulación a la cabeza, pero como nos
vamos corriendo a unos 20 kilómetros por hora, y nos ha tirado el libro a
22, apenas nos hace daño.

Este ejemplo ilustra dos cosas importantes sobre el movimiento relativo,


ambas bien conocidas desde Galileo, a principios del siglo XVII:
1. Las leyes de la mecánica son iguales para cualquier sistema que tenga
movimiento uniforme.

2. Es útil ser capaz de relacionar sistemas que se muevan uno con


respecto a otro.

Galileo ilustró la primera afirmación con el ejemplo de un marinero


sentado en la bodega de un barco, pero continuemos nosotros con en
ejemplo de los automóviles. Imaginemos que nos quedamos dormidos en
un coche (que evidentemente, no conducimos, porque, por ejemplo,
viajamos con chófer en una limusina). Es fácil que durmamos, porque los
cristales son ahumados, y la separación que hay entre el asiento de atrás
y el conductor es opaca. Como la suspensión es buena, no sentimos los
baches, y el motor no hace apenas ruido.

Cuando despertamos, no sabemos realmente si seguimos andando o si


estamos aparcados en algún lugar. ¿Existe alguna manera de saberlo sin
mirar fuera de la hm usina? Ninguna. Nada de lo que ocurra dentro de la
limusina podrá mostrarnos alguna diferencia entre el movimiento y el
reposo. Todas las leyes de movimiento y de inercia se aplican
exactamente igual dentro y fuera del coche. Esto es lo que se conoce
como el principio de relatividad de Galileo.

Galileo estudio la segunda afirmación trabajando con una serie de


ecuaciones que relacionaran los dos sistemas de referencia (siempre
estamos hablando de movimientos uniformes, sin aceleración). Utilizando
estas ecuaciones, podríamos ver cómo el sistema de referencia
“autopista” (el coche en reposo), se relaciona con el sistema de referencia
del policía (nos desplazamos a 140 km/li), y podríamos decir a nuestro
chofer que redujera la velocidad. Además, podríamos explicar a nuestro
conductor que tales transformaciones las realiza bastante bien el
velocímetro.

Es sencillo darse cuenta de que el perder el éter como sistema de


referencia absoluto no era tan grave, después de todo. La velocidad de los
móviles como trenes, barcos o caballos siempre se había medido con
relación al movimiento de la Tierra, y el fracaso del experimento de
Michelson-Morley había demostrado la falsedad de utilizar el éter como
sistema de referencia. Y como tenemos las transformaciones de Galileo
para relacionar sistemas de referencia que se muevan uno con respecto al
otro, todo parece correcto.

Pero Einstein no se detuvo aquí. Amplió el principio de relatividad de


Galileo para incluir no sólo las leyes de la mecánica, sino también las leyes
del electromagnetismo. De hecho, Einstein postuló que todas las leyes
naturales, mecánicas, electromagnéticas, incluso las leyes aún no
descubiertas, serían las mismas para todos los sistemas de referencia con
movimiento uniforme.

El siguiente postulado de Einstein, deducido a partir de las ecuaciones de


Maxwell y del resultado del experimento de Michelson-Morley, era un
mazazo: “la luz se propaga en el vacío con una velocidad constante, c, que
es independiente del estado de movimiento del cuerpo que la emite”.

Tomados en conjunto, estos postulados no sólo permitieron a Einstein


resolver el problema desde el punto de vista de la física, sino cambiar
asimismo la manera en que percibimos el mundo. Las implicaciones eran
inmediatamente claras: si la velocidad de la luz era constante, sin tener en
cuenta el movimiento de su fuente, entonces toda la definición de tiempo
y de espacio hay que modificarla. He aquí el porqué:

Imaginemos que el famoso policía detenido en el arcén nos ve pasar en


nuestra limusina a 100 km/h. Cuando nos ve pasar, ve también que
arrojamos al conductor una moneda para pagar un peaje. La tiramos con
una velocidad de 80 km/h (en relación con la límusina). ¿A qué velocidad
se está desplazando la moneda con respecto al policía? Es muy sencillo:

100 km/h (la limusina) + 80 km/h (la moneda) = 180 Km/h.

Con relación al policía, la moneda va más rápido.


Ahora imaginemos que la limusina, en lugar de ir a 100 km/h se está
desplazando a la velocidad de la luz. Y que en lugar de arrojar una
moneda, encendemos una linterna que ilumina la cabeza del conductor.
¿A qué velocidad viaja la luz de la linterna? Para nosotros, que estamos
dentro de la limusina, se mueve a la velocidad de la luz, a 300.000 km/s.
Pero, en relación al policía, su velocidad debería ser 300.000 km/s (la
velocidad del coche) más 300.000 km/s (la velocidad de la luz de la
linterna), es decir, 600.000 km/s, si estamos de acuerdo con Galileo.

Pero Einstein había postulado que la velocidad de la luz es constante


“independiente del estado de movimiento del cuerno que la emite”. Así
que no importa lo rápido que vayamos: el policía tiene que ver la luz
moviéndose a 300.000 km/s. La dificultad ahora es obvia. Las ecuaciones
que dedujo Galileo para relacionar dos sistemas de referencia no
requerían que la velocidad de la luz fuera constante, pero la teoría de
Einstein sí. Para relacionar sistemas en movimiento y conservar la
velocidad de la luz constante, Einstein utilizó una serie de ecuaciones que
había desarrollado H.A. Lorentz.

Lorentz había desarrollado sus ecuaciones aplicando las transformaciones


de Galileo no a sistemas mecánicos, para los que habían sido creadas,
sino a sistemas electromagnéticos. Descubrió que las transformaciones de
Galileo no servían para relacionar campos electromagnéticos en
movimiento, así que realizó una serie de correcciones para que las
transformaciones de Galileo funcionaran. Einstein adoptó las ecuaciones
de Lorentz como parte de la teoría especial de la relatividad, utilizándolas
como en enlace matemático entre todos los sistemas de referencia con
movimiento uniforme.

Lo más extraño de todo era que las ecuaciones de Lorentz trataban el


tiempo y el espacio no como entidades fijas para cualquier sistema, sino
como variables.

MODELO PLANETARIO DEL ATOMO

EL ÁTOMO
Átomo, la unidad más pequeña posible de un elemento químico. En la
filosofía de la antigua Grecia, la palabra "átomo" se empleaba para
referirse a la parte de materia más pequeño que podía concebirse. Esa
"partícula fundamental", por emplear el término moderno para ese
concepto, se consideraba indestructible. De hecho, átomo significa en
griego "no divisible". El conocimiento del tamaño y la naturaleza del
átomo avanzó muy lentamente a lo largo de los siglos ya que la gente se
limitaba a especular sobre él.

Con la llegada de la ciencia experimental en los siglos XVI y XVII los


avances en la teoría atómica se hicieron más rápidos. Los químicos se
dieron cuenta muy pronto de que todos los líquidos, gases y sólidos
pueden descomponerse en sus constituyentes últimos, o elementos. Por
ejemplo, se descubrió que la sal se componía de dos elementos diferentes,
el sodio y el cloro, ligados en una unión íntima conocida como compuesto
químico. El aire, en cambio, resultó ser una mezcla de los gases nitrógeno
y oxígeno.

Teoría de Dalton

John Dalton, profesor y químico británico, estaba fascinado por el


rompecabezas de los elementos. A principios del siglo XIX estudió la forma
en que los diversos elementos se combinan entre sí para formar
compuestos químicos. Aunque muchos otros científicos, empezando por
los antiguos griegos, habían afirmado ya que las unidades más pequeñas
de una sustancia eran los átomos, se considera a Dalton como una de las
figuras más significativas de la teoría atómica porque la convirtió en algo
cuantitativo. Dalton mostró que los átomos se unían entre sí en
proporciones definidas. Las investigaciones demostraron que los átomos
suelen formar grupos llamados moléculas. Cada molécula de agua, por
ejemplo, está formada por un único átomo de oxígeno (O) y dos átomos de
hidrógeno (H) unidos por una fuerza eléctrica denominada enlace químico,
por lo que el agua se simboliza como HOH o H2O. Véase Reacción
química.
Todos los átomos de un determinado elemento tienen las mismas
propiedades químicas. Por tanto, desde un punto de vista químico, el
átomo es la entidad más pequeña que hay que considerar. Las
propiedades químicas de los elementos son muy distintas entre sí; sus
átomos se combinan de formas muy variadas para formar numerosísimos
compuestos químicos diferentes. Algunos elementos, como los gases
nobles helio y argón, son inertes; es decir, no reaccionan con otros
elementos salvo en condiciones especiales. Al contrario que el oxígeno,
cuyas moléculas son diatómicas (formadas por dos átomos), el helio y
otros gases inertes son elementos monoatómicos, con un único átomo por
molécula.

Ley de Avogadro

El estudio de los gases atrajo la atención del físico italiano Amadeo


Avogadro, que en 1811 formuló una importante ley que lleva su nombre
(véase ley de Avogadro). Esta ley afirma que dos volúmenes iguales de
gases diferentes contienen el mismo número de moléculas si sus
condiciones de temperatura y presión son las mismas. Si se dan esas
condiciones, dos botellas idénticas, una llena de oxígeno y otra de helio,
contendrán exactamente el mismo número de moléculas. Sin embargo, el
número de átomos de oxígeno será dos veces mayor puesto que el
oxígeno es diatómico.

6. TEORIA DE LA GRAVEDAD (Newton)

La vinculación entre la fuerza que mantiene a la Luna orbitando alrededor


de la Tierra y la que provoca la caída de los cuerpos librados a su propio
peso, es en cambio mucho menos anecdótica y forma parte de la obra de
Newton (1642-1727), publicada en los Principia (Philosophiae Naturalis
Principia Matematica) de 1687, quien le dio sustento matemático y físico,
basándose en el andamiaje experimental proporcionado por Kepler y en el
esquema de pensamiento elaborado por Galileo. Hoy, las mismas ideas
que explican la caída de las manzanas y el movimiento orbital de los
planetas, este enorme edificio intelectual cuya construcción comenzó hace
más de 400 años, son utilizadas por los modernos vehículos espaciales
para recorrer el espacio interplanetario y han permitido que un producto
humano, el Voyager 2, se encuentre ya fuera de los confines de nuestro
sistema planetario, vagando por el medio interestelar.

Uno de los problemas que presentaba el movimiento de la Tierra para el


sentido común era por qué los cuerpos tirados hacia arriba caen
esencialmente sobre el lugar desde el que fueron arrojados si durante su
trayectoria en el aire no deberían seguir el movimiento de la Tierra.
Galileo introdujo el concepto de inercia, que permite resolver esta
aparente paradoja. La inercia es la tendencia que posee todo cuerpo en
movimiento a continuar en movimiento (como el caso de un jinete cuyo
caballo se detiene súbitamente). Una piedra arrojada desde el mástil de
un barco en movimiento cae al pie del mismo y no detrás, ya que
comparte el movimiento del barco. Es sencillo entender con este principio
por qué los pájaros, las nubes y la atmósfera en general no quedan detrás
de la Tierra en movimiento.

La experiencia nos muestra que los objetos están inmóviles a menos que
alguna fuerza actúe sobre ellos. Cualquier objeto abandonado a sí mismo,
si no se mueve permanecerá quieto y si se está moviendo llegará
finalmente a su estado "natural” de reposo: una pelota picando alcanzará
cada vez una altura menor hasta que finalmente terminará por detenerse;
si la pelota está rodando se detendrá al cabo de un tiempo, a no ser que
alguien la empuje o que se mueva sobre un plano inclinado. La Luna y los
planetas, en cambio, han permanecido en movimiento a través de los
siglos y éste parece ser su estado “natural”; es necesario entonces
encontrar cuál es la fuerza que les impide quedarse quietos o qué los hace
diferentes de los objetos que existen sobre la Tierra. La aparente
contradicción entre los estados “natural” de los distintos cuerpos fue
atacada científicamente por primera w por Galileo y Newton. La clave de
su resolución está en distinguir distintos tipos de movimiento y en
reconocer que no hay nada de particular e el estado de reposo. Newton
enunció las leyes que permiten describir el movimiento de los cuerpos. La
primera ley establece que un cuerpo en repos. o que se mueve en línea
recta a velocidad constante permanecerá en reposo o en movimiento
uniforme a menos que sobre ellos actúe una fuerza ex terna. ¿Cómo
explicar entonces que la pelota se detenga? Para frenar o acelerar un
cuerpo, es decir para apartarlo de su movimiento rectilíneo uniforme es
necesario aplicar una fuerza. En el caso de la pelota, esta fuerza se llama
fricción o rozamiento y es un proceso muy complicado que todos hemos
usado alguna vez, por ejemplo para frenar la bicicleta apoyando unen el
suelo.

Isaac Newton comprendió que no había nada que explicar respecto de la


velocidad uniforme, lo que requiere explicación son los cambios de
velocidad, o más precisamente de momento, siendo éste proporcional a la
velocidad (la constante de proporcionalidad es la masa del cuerpo); es
decir, cómo cambia la velocidad en presencia de una fuerza. Estos
cambios de velocidad, llamados aceleración, ocurren no sólo si la
velocidad aumenta o disminuye, sino también si se modifica la dirección
del movimiento.

Si viajáramos dentro de una caja cerrada con movimiento rectilíneo


uniforme, según el principio de relatividad de Newton, no nos daríamos
cuenta de que nos movemos, necesitaríamos alguna referencia externa. Si
la caja se detiene, en cambio, o si se modifica su velocidad,
reconoceríamos este cambio de movimiento Una manera de medir la
aceleración es utilizar flechas para representar la velocidad de un cuerpo:
la dirección de la flecha indica el sentido del movimiento y su longitud, la
magnitud de la velocidad. Comparando las flechas de velocidad en dos
instantes distintos, la diferencia entre ambas representa la aceleración.
Cuando un automóvil que viaja en línea recta aumenta (o disminuye) su
velocidad, la aceleración (o desaceleración) está en la misma dirección del
movimiento Pero cuando el auto dobla en una curva, aunque mantenga su
velocidad constante, la diferencia de direcciones de las flechas de
velocidad en dos posiciones distintas sobre la curva indicará una
aceleración no nula. Esto es exactamente lo que sucede en el movimiento
planetario: la flecha de aceleración de los planetas apunta siempre hacia
el Sol. Allí está la causa del movimiento: los planetas están “cayendo”
permanentemente hacia el Sol, de la misma manera en que los objetos
caen hacia la Tierra si son abandonados a su propio peso: la flecha de
aceleración de una manzana madura que ya no es sostenida por la rama
del árbol apunta hacia el centro de la Tierra.

Esta idea de la caída de los planetas hacia el Sol o de la Luna hacia la


Tierra, no parece muy adecuada ya que no vemos caer a estos cuerpos.
Sin embargo hay que pensar que si los planetas no estuvieran cayendo se
alejarían cada vez más del Sol, siguiendo una trayectoria rectilínea. En
realidad fue Borelli (1608-1679), contemporáneo de Newton, quien
observó que un cuerpo en movimiento circular mostraba una tendencia a
alejarse del centro, la que, en el caso de los planetas, debía suponerse
balanceada por algún tipo de atracción hacia el Sol. Aparece así por
primera vez la idea de que el movimiento de los planetas debía explicarse
no por una fuerza actuante en la dirección en que se mueven, sino por una
fuerza dirigida hacia el Sol, es decir perpendicular a la dirección del
movimiento. Independientemente del aspecto planetario este problema
podría reducirse a estudiar bajo qué condiciones un cuerpo puede girar
con velocidad circular uniforme.

Supongamos que el punto A de la figura representa la posición de un


cuerpo con movimiento uniforme en un círculo centrado en 0. En este
instante el cuerpo se está moviendo en dirección tangente al círculo (su
velocidad se indica con la flecha AB). En consecuencia, de acuerdo a la
primera ley de Newton, si se abandona el cuerpo a sí mismo, en ausencia
de todo otro cuerpo, seguirá moviéndose en la misma dirección (es decir,
a lo largo de AB) y un momento más tarde se encontrará en B. Pero en
realidad se encuentra en c, sobre el círculo. Por lo tanto debe haber
habido alguna influencia que hizo “caer” el cuerpo de B a C, acercándolo
al centro 0. La curvatura de las órbitas de los planetas y los satélites mide
el apartamiento respecto de la trayectoria rectilínea que seguirían si no
hubiera otros cuerpos que causaran la desviación.

Galileo dedujo la relación (las leyes) entre las distancias recorridas por los
cuerpos y los tiempos empleados en recorrerlas, para distintos tipos de
movimientos (rectilíneo uniforme, uniformemente acelerado, curvilíneo).
Construyó así la tabla de datos que, junto a las leyes de Kepler,
permitieron a Newton encontrar el principio físico y matemático sobre el
que se sustentan.

Para imprimir a un cuerpo una aceleración se necesita una fuerza


proporcional a ella. El factor de proporcionalidad, de acuerdo a la segunda
ley de Newton, es la masa del cuerpo: necesitamos realizar el doble de
esfuerzo para mover un cuerpo cuya masa es el doble de la de otro.

Partiendo del descubrimiento de Galileo de que todos los cuerpos caen


con igual aceleración, independientemente de sus masas (el Supuesto
experimento realizado en la Torre de Pisa), se puede concluir, usando la
segunda ley de Newton que las fuerzas que los atraen son proporcionales
a Sus masas. Es la fuerza de gravedad que actúa sobre los cuerpos en
caída libre y la aceleración provocada por ella es la aceleración de la
gravedad: g=GM/R2.

G es una constante conocida como la constante de gravitación universal o


constante de Newton M se refiere a la masa del cuerpo que provoca la
aceleración y R es la distancia entre éste y el cuerpo atraído. La tercera
ley de Newton se expresa entonces matemáticamente como

F=(GmM)/R2 (1)

Así, la fuerza ejercida por la Tierra (de masa M) sobre la Luna (cuya masa
representamos por m) será mucho mayor que la ejercida por la Tierra
sobre una manzana (de masa mucho menor que la de la Luna), y la
atracción gravitatoria entre dos manzanas será perfectamente
despreciable. Utilizando los datos de que disponía sobre la Luna, su
distancia a la Tierra y su período de traslación Newton advirtió que la
fuerza de atracción entre dos cuerpos satisface una ley de cuadrado
inverso, es decir, disminuye como el cuadrado de la distancia que los
separa, como indica la fórmula (1). Esta ecuación resume el contenido de
su tercera ley o ley de gravitación universal.
Newton obtuvo así que la fuerza de gravedad en la Luna era menor que
sobre la Tierra (un objeto de 70 kg sobre la Tierra pesaría 10 kg en la
Luna) Las diferencias entre la aceleración gravitatoria en las superficies de
los planetas y en sus satélites (consecuencia de sus distintos tamaños y
masas> han dado lugar a una prolífica literatura de ciencia ficción. Se ha
propuesto por ejemplo un ingenioso juego de baseball en Deimos (satélite
de Marte) donde la velocidad impresa a una pelota por un bateador
profesional sería suficiente para lanzarla en órbita alrededor del satélite. El
bateador podría retirarse a tomar unos mates (si fuera argentino) y volver
a las 2 horas, cuando la pelota ha regresado de su órbita para lanzarla
nuevamente en sentido opuesto o simplemente recuperarla. Más allá de la
diversión, la fuerza gravitatoria de un planeta es una medida de su
capacidad, por ejemplo, para retener una atmósfera. Si la fuerza de
gravedad en la Tierra hubiera sido distinta, las formas de vida que se han
desarrollado sobre nuestro planeta también hubieran diferido en su
evolución y aspecto. En las actuales condiciones, las aves vuelan porque
mantienen el mismo peso posible: sus huesos son huecos y sus cerebros
de capacidad ínfima. Si la gravedad fuera menor estarían seguramente
mejor equipadas y ocuparían tal vez un puesto más alto en la jerarquía de
las especies.

Una vez enunciados estos principios, Newton debía demostrar que de ser
exactos, las órbitas de los planetas obedecerían las leyes experimentales
de Kepler. Resolviendo las ecuaciones diferenciales que se obtienen
aplicando las fórmulas newtonianas al movimiento planetario es posible
deducir, con bastante exactitud, las 3 leyes keplerianas. Para elaborar
su teoría Newton necesitó desarrollar la matemática del cálculo diferencial
de la cual no disponía y esto fue lo que demoró la publicación de su obra.
Esta es una situación que se encuentra a menudo en física: al no contar
con las herramientas matemáticas necesarias para afrontar un problema
físico, muchas veces esta disciplina motivó el desarrollo de partes de las
matemáticas que posteriormente encuentran aplicación en otras áreas.

Aunque las órbitas planetarias están relativamente bien descriptas por las
leyes de Kepler, de acuerdo con la ley de gravitación universal habrá
perturbaciones producidas por la presencia de otros planetas en el
sistema solar y de los satélites naturales. Estas perturbaciones,
proporcionales al cuadrado de sus distancias mutuas hacen que el camino
de los planetas oscile alrededor de una elipse media. Silos planetas fueran
mucho más masivos o si estuvieran mucho más próximos entre sí, su
movimiento no podría ser descripto, ni siquiera en una primera
aproximación por las leyes de Kepler (obtenidas de la llamada
aproximación de dos cuerpos, que en este caso son el Sol y el planeta).
Habría que resolver el denominado problema de N cuerpos, donde N se
refiere al Sol, el planeta y los otros cuerpos que perturban. Los
movimientos resultantes serían muy complejos.

La aplicación de la ley de la gravitación universal de Newton permitió


descubrir dos planetas, Neptuno y Plutón, demostrando así su capacidad,
no sólo de explicar los fenómenos observados sino también su enorme
poder predictivo. El descubrimiento de un cuerpo celeste, a 4 mil millones
de kilómetros de la Tierra, mediante un simple cálculo matemático,
representa un hito fundamental en la historia de la ciencia. Desde fines del
siglo XVIII los astrónomos tenían problemas en conciliar sus cálculos con
las posiciones observadas de Urano. Aplicando la tercera ley de Newton a
un supuesto cuerpo perturbador de la órbita fue posible calcular la masa y
la Posición de este hipotético objeto con suficiente precisión como para
descubrir Neptuno. Los cálculos teóricos fueron publicados por U. J.
Leverríer (1811-1877) en junio de 1846 y el nuevo planeta fue observado
efectivamente el 23 de septiembre siguiente en el Observatorio de Berlin.
El entusiasmo provocado por este descubrimiento motivó la búsqueda de
un posible noveno planeta. Los datos sobre la órbita de Neptuno no eran
todavía muy precisos, lo que demoró 25 años la primera observación de
Plutón, desde que fuera predicho en 1905. Estos descubrimientos también
muestran que la fuerza de la gravedad actúa a gran escala, al menos su
influencia llega hasta los confines más exteriores del sistema solar.

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