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Según nuestra concepción la sociedad nace del acuerdo contractual entre la pluralidad
de personas que obligan entre ellas a la aportación de un conjunto de activos, el cual
también es entendido como el compromiso del socio de prestar servicios a la
sociedad, siendo estos necesarios para el desarrollo de sus propias actividades
económicas.
La norma al haber establecido la pluralidad de los socios como un cimiento lógico para
el funcionamiento de la sociedad, no ha establecido ni ha regulado los márgenes de
participación de cada uno de ellos, ya que en la realidad existe un porcentaje
desproporcionado de cada socio que conforma la sociedad. Si bien en es claro precisar
que una persona en una sociedad pueda llegar a obtener hasta el 99.% de
participación en el capital social, por tanto el restante 1% es aportado por el otro
socio. Por tanto esta aportación desproporcionada no va en contra en contra de la
norma, ya que se cumple con el principal requisito el cual es la pluralidad de los
socios. Por ello al no haber una regulación clara con respecto al porcentaje que cada
socio debe obtener, es que se logra la legalidad. En la realidad, aquel socio que aporta
la mayor parte del patrimonio es el que toma las decisiones dentro de la sociedad,
siendo el otro socio un simple acompañante, esta actitud desvirtúa plenamente la
verdadera naturaleza de la sociedad.