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La posmodernidad

20121000801 Elliott Alexander Lau


20171004989 Valeria Nicolle Espinal

¿Porqué se habla de “fragmentación” en la posmodernidad? ¿Que es “ser humano” en la época


actual? ¿Es posible una antropología filosófica en la posmodernidad? Para entender ello, hemos
de analizar la concepción histórica acerca del hombre en dos distintos momentos históricos
previos, necesarios para comprender la constitución de la mujer y del hombre posmoderno. Para
ello hemos de considerar como las rupturas entre cada etapa histórica representan una
«separación» del ser humano, una fragmentación de la realidad antropológica.

En primer lugar rastreamos la estructura antropología planteada en La edad media. Durante este
periodo existía una sola realidad indivisible entre el mundo, el ser humano y Dios. Dios como
creador del universo había colocado a su máxima creación, el ser humano, en el máximo de su
esplendor, al punto de darle el dominio sobre la realidad. Este ser humano estaba sometido al
centro ultimo de la realidad: Dios. Así, al estar sometido a la divinidad, el ser humano adquiría su
esencia de Dios, siendo comprendido todo lo referente a lo humano a través de la óptica
teológica. La razón del ser humano era estar sometido bajo la divinidad, y no en el libre ejercicio
de sus dotes, sino en sujeción con la revelación divina.

El momento de fractura y destrucción de esta idea de humanidad se da en el renacimiento. El


ideal religioso del ser humano se disolvió en favor de un retorno al ser humano griego. Dios no
era eliminado en este punto, sino quitado de escena. Ahora es el ser humano quien ejerce el papel
de de la realidad. Con esto no decimos que el ideal medieval de ser humano sea el correcto, pero
este conservaba la unidad del mundo clásico: En la antigua Grecia y demás pueblos (incluido el
judío del que desciende el cristianismo) la idea de ser humano estaba intrínsecamente ligada a la
idea de comunidad. Esta “comunión” esta sostenida entre Dios (o divinidad), el mundo y los seres
humanos. Ahora, la divinidad es casi un nexo que une al mundo y a los seres humanos en una
unidad de sentido y dirección, de ahí que todos los pueblos tengan explicaciones míticas para
explicar la realidad del ser humano en el mundo. Esta misma estructura la heredó el cristianismo
y cuya aplicación se vio en la idea de comunidad llamada “iglesia”. El ser humano es digno y la
mas alta creación divina, constituida para ser perfectible (recordando a Tomás de Aquino). Dios
es creador del mundo y de los seres humanos, siendo también la armonía y la mediación entre
ambos y en sí mismo. La realidad de Dios constituye la garantía de unión externa e interna del ser
humano.

La fractura del renacimiento sucede en el divorcio entre el ser humano y el mundo: la mediación
desaparece y el hombre no vuelve hacia una antropología teológica, sino hacia una antropología
secular. Esto va colocando los cimientos de la modernidad, una completa revocación del ser
humano en el centro. Y en el centro de la humanidad, la razón como faro y puerto seguro.
Descartes inicia esta nueva fase de unidad antropológica bajo la separación ser pensante –
mundo. Es bien sabido que este vuelco ordena las estructuras científicas, epistemológicas,
políticas, morales, ontológicas y teológicas: el individuo toma el centro, y mas aun, destruida la
idea de ser humano en comunidad, se construye la idea de ser humano en su individualidad.

La ilustración demuestra un desarrollo mas profundo y fundamental al respecto: el «giro


copernicano» impulsado por Kant, así como la idea de «mayoría de edad» del ser humano
edifican la idea de ser humano moderno. El individuo es el centro de toda posibilidad
gnoseológica, ética, ontológica y práctica. Shelling con su propuesta de lo absoluto cristalizado
en el quehacer filosófico del ser humano es seguida por la idea del Yo fichteano, capaz de
constituir la realidad. Hegel por su parte constituye a la razón como un ente en la historia y como
la realidad absoluta en forma de «espíritu». Hasta este punto es que la modernidad mantiene su
idea de ser humano, y alrededor de el, todos los sistemas filosóficos se constituirán como
«sistemas»: estructuras completas que unifican y constituyen la experiencia total del ser humano
en la realidad. Dios surge como idea, antropología, emotividad, moralidad. El mundo es
naturaleza en bruto dominada por el ser humano que, dotado de razón todopoderosa, va
progresando en el devenir histórico y va forjando esa perfectibilidad que en el medioevo se le
adjudicaba a la sumisión de la fe. El ser humano tiene una misión histórica, cristalizada en
cultura, identidad nacional, filosofía, ciencia, progreso, sistematicidad.

Pero esta claro que la sospecha habría de surgir tarde o temprano. Al respecto se levantan las
voces que dudan de esta nueva unidad y solidez que el ser humano mismo cree tener en si. Ya no
es puesta en duda la realidad del mundo en relación con el ser humano, sino la relación de este
consigo mismo y con el otro. Dado que el ser humano se convierte en el reino, habría que
exiliarlo para poder entenderlo. Los «filósofos de la sospecha» hacen su aparición: Nietzsche
hace una destrucción de las estructuras morales y critica la finalidad teológica de las mismas;
Freud destruye la unidad de la razón humana demostrando que esta mas oculta su realidad en
relación con sus deseos, pasiones y voluntad; Darwin destruye la exclusividad de la especie
humana en cuanto a nivel biológico, demuestra que la adjudicada primacía del ser humano no es
mas que una mitología; Marx destruye la unidad social basada en principios supremos y coloca al
ser humano en la vía histórica, es la ideología la que constituye la realidad de la sociedad,
ocultando la explotación económica y la dominación política, desenmascarando el supuesto
progreso social. Estas son las bases que realizan la fractura que deviene en lo que conocemos
como «posmodernidad».

La posmodernidad es un termino ambiguo, confuso y contradictorio; justo como la era que busca
caracterizar. Inicia con la ruptura del ser humano como unidad. Mujeres y Hombres se
fragmentan: ya no pueden verse como unidades, ni siquiera pueden hacerlo. Esta idea de
unificación en un centro es inútil. Todo se diluye y se disipa. Lo que caracteriza la
posmodernidad es como señala Baudrillard: la ausencia de un estrato real. La posmodernidad es
pues, el periodo que cubre los finales del siglo XIX y todo el siglo XX, siendo actualidad en este
siglo XXI.

Algunos autores niegan la existencia de un periodo llamado «posmodernidad». Algunos lo


denominan «submodernidad»; Habermas sostiene que no vivimos algo distinto de la modernidad,
señalando que vivimos aun en un «proyecto inacabado» de modernidad, los valores
antropológicos aún son vigentes y deben restituirse. Otros (en su mayoría los filósofos franceses
posteriores a la segunda guerra mundial) , no solo declaran la muerte de la modernidad (y con
ella, la muerte del ser humano moderno), sino que insisten en que estamos en una nueva etapa
distinta de la modernidad. Foucault, Sartre, Camus, Deleuze, Derrida, Lyotard, Lipovensky,
Baudrillard, Bourdieu, Guatarri, Lacan, Levi-Strauss y otros; todos estos pensadores han hecho el
análisis y la conceptualización de la condición posmoderna.

Es claro que las grandes guerras del siglo XX, la indiscriminada mistificación científica, la brutal
exposición del ser humano ante su propia miseria; la muerte de los relatos que daban sentido a la
experiencia moderna dejan un «desierto de lo real»: el ser humano, ya exiliado por Marx, Freud y
Nietzsche, no halla lugar al cual volver. No puede hacerlo a Dios, este ha muerto. Tampoco a la
naturaleza, es algo distinto e infinito separado de el. Ni siquiera puede volver a sí mismo como
centro en forma de razón, «el hombre ha muerto» declarará Foucault.
Así, perdido en el desierto de lo real, el ser humano esta desdichado a «quebrarse» en los
fragmentos que constituyen su realidad. Ya no existe la unidad que de sentido, lo que hay son
fragmentos que vivir por separado. Sin embargo esta «pérdida de dirección» que se devenga de lo
anterior tiene una virtud irrebatible: la libertad de los individuos. En ninguna otra época los
individuos habían sido tan libres y capaces de decidir para sí su vida. En este sentido se ha de
entender que la posmodernidad es no una negación de la modernidad, sino una complementación
de la misma, una consecuencia que se desarrolla necesariamente de su devenir. (En este aspecto
es que Habermas puede trazar ese proyecto «incompleto») Pero también hemos de señalar que el
clásico ideal de ser humano de la modernidad es insostenible a nivel de la antropología filosófica:
la decosntrucción ha hecho su paso en la historia como un huracán, y ha barrido con las clásicas
estructuras discursivas de dominación, de comprensión, de unión y de separación.

La différance se hace patente: hay que construir una nueva construcción de ser humano a partir
de la diferencia y el consenso mínimo de la intersubjetividad. Zizek nos dirá que la constitución
de la política ha superado esa fase ideológica «ingenua» de los exiguos albores en el siglo XX: la
estructura del deseo ideológico (como sublimación social) es la constitución de todo accionar, ya
no es la ingenua idealidad de posibles sociedades, sino la supresión y transferencia de los deseos
colectivos sociales en lo que llamamos “política”. Baudrillard nos dirá que lo que vivimos es una
«hyperrealidad»: es un simulacro que sustituye la realidad, y aun más, oculta el hecho que ya no
hay algo real a lo cual volver. Estamos en un desierto de lo real y lo que nos sostiene es la
estructura simbólica que nos dirige a ningún lado, es autoreferencial y vaciá, sígnica y ausente.
Foucault y su microfísica del poder nos enseña que el dominio del discurso es lo que determina al
ser humano en cuanto a lo que es «la verdad» y su praxis en la realidad.

Feyerabend desmonta toda la ideología de la ciencia como «objetiva» y su método como


«seguro». Lyotard promulga la muerte de todos los metarrelatos modernos: los microrrelatos son
los que configuran las unidades de realidad que viven los entes en el fin de los tiempos modernos.
Baumann analiza la estructura de las interacciones sociales actuales como «líquidas»: incapaces
de mantener una estructura reconocible y estable a través del tiempo, son además de líquidas,
volubles y efímeras. Habermas sostiene, siguiendo a la tradición de la escuela de Frankfurt, que
la construcción de las acciones humanas se median mediante la comunicación, y como esta
desarrolla en la libertad y la libre discusión, valores que constituyen la posibilidad de una
posmodernidad funcional. Butler nos augura un cuerpo asexuado, superando incluso el
planteamiento sexual. Fraser, de Beauvoir, y el feminismo buscan desmantelar la sociedad
patriarcal y sus estructuras opresivas. La teoría queer es una forma directa de decostrucción
antropológica que es actual tema de discusión y en completa oposición contra cualquier
esencialismo antropológico. Deleuze incluso nos hablará de cuerpos «desterritorializados»: la
fragmentación se vuelve inclusive física y biológica.

Es claro que la posmodernidad no es en sí mala: es, como en casi toda mistificación, una
caricatura que no corresponde y ni hace justicia. El valor de el análisis llevado a cabo no es
condenar la condición posmoderna, sino alentar a la construcción de una nueva concepción de ser
humano, que haga frente a las exigencias políticas, éticas, ontológicas, epistemológicas y
antropológicas de esta era.

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