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En primer lugar rastreamos la estructura antropología planteada en La edad media. Durante este
periodo existía una sola realidad indivisible entre el mundo, el ser humano y Dios. Dios como
creador del universo había colocado a su máxima creación, el ser humano, en el máximo de su
esplendor, al punto de darle el dominio sobre la realidad. Este ser humano estaba sometido al
centro ultimo de la realidad: Dios. Así, al estar sometido a la divinidad, el ser humano adquiría su
esencia de Dios, siendo comprendido todo lo referente a lo humano a través de la óptica
teológica. La razón del ser humano era estar sometido bajo la divinidad, y no en el libre ejercicio
de sus dotes, sino en sujeción con la revelación divina.
La fractura del renacimiento sucede en el divorcio entre el ser humano y el mundo: la mediación
desaparece y el hombre no vuelve hacia una antropología teológica, sino hacia una antropología
secular. Esto va colocando los cimientos de la modernidad, una completa revocación del ser
humano en el centro. Y en el centro de la humanidad, la razón como faro y puerto seguro.
Descartes inicia esta nueva fase de unidad antropológica bajo la separación ser pensante –
mundo. Es bien sabido que este vuelco ordena las estructuras científicas, epistemológicas,
políticas, morales, ontológicas y teológicas: el individuo toma el centro, y mas aun, destruida la
idea de ser humano en comunidad, se construye la idea de ser humano en su individualidad.
Pero esta claro que la sospecha habría de surgir tarde o temprano. Al respecto se levantan las
voces que dudan de esta nueva unidad y solidez que el ser humano mismo cree tener en si. Ya no
es puesta en duda la realidad del mundo en relación con el ser humano, sino la relación de este
consigo mismo y con el otro. Dado que el ser humano se convierte en el reino, habría que
exiliarlo para poder entenderlo. Los «filósofos de la sospecha» hacen su aparición: Nietzsche
hace una destrucción de las estructuras morales y critica la finalidad teológica de las mismas;
Freud destruye la unidad de la razón humana demostrando que esta mas oculta su realidad en
relación con sus deseos, pasiones y voluntad; Darwin destruye la exclusividad de la especie
humana en cuanto a nivel biológico, demuestra que la adjudicada primacía del ser humano no es
mas que una mitología; Marx destruye la unidad social basada en principios supremos y coloca al
ser humano en la vía histórica, es la ideología la que constituye la realidad de la sociedad,
ocultando la explotación económica y la dominación política, desenmascarando el supuesto
progreso social. Estas son las bases que realizan la fractura que deviene en lo que conocemos
como «posmodernidad».
La posmodernidad es un termino ambiguo, confuso y contradictorio; justo como la era que busca
caracterizar. Inicia con la ruptura del ser humano como unidad. Mujeres y Hombres se
fragmentan: ya no pueden verse como unidades, ni siquiera pueden hacerlo. Esta idea de
unificación en un centro es inútil. Todo se diluye y se disipa. Lo que caracteriza la
posmodernidad es como señala Baudrillard: la ausencia de un estrato real. La posmodernidad es
pues, el periodo que cubre los finales del siglo XIX y todo el siglo XX, siendo actualidad en este
siglo XXI.
Es claro que las grandes guerras del siglo XX, la indiscriminada mistificación científica, la brutal
exposición del ser humano ante su propia miseria; la muerte de los relatos que daban sentido a la
experiencia moderna dejan un «desierto de lo real»: el ser humano, ya exiliado por Marx, Freud y
Nietzsche, no halla lugar al cual volver. No puede hacerlo a Dios, este ha muerto. Tampoco a la
naturaleza, es algo distinto e infinito separado de el. Ni siquiera puede volver a sí mismo como
centro en forma de razón, «el hombre ha muerto» declarará Foucault.
Así, perdido en el desierto de lo real, el ser humano esta desdichado a «quebrarse» en los
fragmentos que constituyen su realidad. Ya no existe la unidad que de sentido, lo que hay son
fragmentos que vivir por separado. Sin embargo esta «pérdida de dirección» que se devenga de lo
anterior tiene una virtud irrebatible: la libertad de los individuos. En ninguna otra época los
individuos habían sido tan libres y capaces de decidir para sí su vida. En este sentido se ha de
entender que la posmodernidad es no una negación de la modernidad, sino una complementación
de la misma, una consecuencia que se desarrolla necesariamente de su devenir. (En este aspecto
es que Habermas puede trazar ese proyecto «incompleto») Pero también hemos de señalar que el
clásico ideal de ser humano de la modernidad es insostenible a nivel de la antropología filosófica:
la decosntrucción ha hecho su paso en la historia como un huracán, y ha barrido con las clásicas
estructuras discursivas de dominación, de comprensión, de unión y de separación.
La différance se hace patente: hay que construir una nueva construcción de ser humano a partir
de la diferencia y el consenso mínimo de la intersubjetividad. Zizek nos dirá que la constitución
de la política ha superado esa fase ideológica «ingenua» de los exiguos albores en el siglo XX: la
estructura del deseo ideológico (como sublimación social) es la constitución de todo accionar, ya
no es la ingenua idealidad de posibles sociedades, sino la supresión y transferencia de los deseos
colectivos sociales en lo que llamamos “política”. Baudrillard nos dirá que lo que vivimos es una
«hyperrealidad»: es un simulacro que sustituye la realidad, y aun más, oculta el hecho que ya no
hay algo real a lo cual volver. Estamos en un desierto de lo real y lo que nos sostiene es la
estructura simbólica que nos dirige a ningún lado, es autoreferencial y vaciá, sígnica y ausente.
Foucault y su microfísica del poder nos enseña que el dominio del discurso es lo que determina al
ser humano en cuanto a lo que es «la verdad» y su praxis en la realidad.
Es claro que la posmodernidad no es en sí mala: es, como en casi toda mistificación, una
caricatura que no corresponde y ni hace justicia. El valor de el análisis llevado a cabo no es
condenar la condición posmoderna, sino alentar a la construcción de una nueva concepción de ser
humano, que haga frente a las exigencias políticas, éticas, ontológicas, epistemológicas y
antropológicas de esta era.