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Cuatro claves para hacer aquello que te da


pereza

Imagen: REUTERS/Mike Blake

En colaboración con
EL PAÍS

02 nov 2018

Pilar Jericó

A todos nos cuestan hacer ciertas cosas: un informe, estudiar algo o tener esa conversación
difícil. Somos expertos en posponer lo incómodo o en procrastinar, como se dice de un modo
más preciso; y nos entretenemos con cualquier cosa, como navegar por internet o consultar el
WhatsApp por si hubiera habido un mensaje en los últimos diez segundos. Pues bien, la solución
pasa por sustituir el hábito de procrastinar por otro más saludable, según Barbara Oakley,
escritora y profesora en Oakland University. El objetivo no consiste en hacer un cambio radical de
hábitos ni enterrar los antiguos (entre otras cosas, porque los viejos hábitos no se olvidan, como
las buenas canciones que se quedan en la memoria hasta que escuchamos de nuevo la música),
sino en modificar parte de ellos. Para conseguirlo, Oakley propone seguir las siguientes cuatro
claves:

Lo primero, hemos de identificar el motivo que nos lleva a procrastinar. Este es el paso más
difícil, porque no solemos ser conscientes de ello. Nos ponemos con la tarea que nos cuesta y
enseguida aparece todo lo que nos entretiene, aunque sea el vuelo de una mosca. Pues bien,
esta fase consiste en tomar conciencia de qué nos distrae de nuestro objetivo prioritario: ¿es
internet? ¿son las llamadas del móvil? Cada cual, además, tiene sus preferidos.

Segundo, necesitamos crear una nueva rutina. Insistimos: los viejos hábitos no se olvidan (y si
no, que se lo digan a un exfumador cuando un día prueba una calada). Por ello, como no
podemos aparcar nuestro hábito de perder el tiempo en el Facebook o en YouTube o donde sea,
necesitamos crear algo diferente para que el cerebro se ponga las pilas. Para ello, hace falta un
buen plan. Puede ser dejar el móvil en algún sitio apartado, desconectarse de internet (no se
acaba el mundo por hacerlo) o repetir y repetir ese simulacro de conversación que nos cuesta.
Este paso quizá sea el más difícil y el que requiere más paciencia hasta que el cerebro se habitúe
a lo nuevo.

Tercero, necesitamos recompensarnos. Aceptémoslo: procrastinar da placer. Por ello,


necesitamos compensar esos antojos cerebrales con otros positivos. Las recompensas ha de
ponerlas cada uno conforme a sus gustos y sus logros. Si consigues terminar antes de una hora
ese informe, puedes comer un poco de chocolate o hacerte un regalo. Si lo que consigues es
muy grande, puedes aumentar tu recompensa. En esos momentos, no vale la tacañería porque
están en juego las conexiones neuronales. En la medida que tu cerebro sepa que le espera algo
bueno cuando termine una tarea aburrida, se activará más rápidamente. Así que sé generoso
contigo mismo y anímate a conseguirlo.
Imagen: Billage

Y por último, hemos de creer que podemos. Según Oakley, la auto confianza es una clave
fundamental. Nos llenamos con mil y una excusas o justificaciones que nos impiden afrontar con
éxito el objetivo. Pero tenemos que recordar que nuestro cerebro es plástico y que somos
capaces de estimularlo con nuevos desafíos. Una manera es encontrando un soporte con otras
personas o retándonos con otros. Así sucede con el deporte, por ejemplo. Es más fácil comenzar
a ir al gimnasio cuando se va con amigos, que cuando el objetivo es ir a correr uno solo.

En definitiva, dejar de procrastinar requiere generar nuevos hábitos, que no abandonar los viejos.
Los primeros pasos son los más difíciles, hasta que nuestro cerebro se acostumbra a hacerlo.
Sin embargo, si somos capaces de identificar el estímulo, crear un plan para generar una nueva
rutina, premiarnos si lo conseguimos y creer que podemos, seremos capaces de ponernos las
pilas y hacer aquello que nos cuesta.

Escrito por

Pilar Jericó

En colaboración con EL PAÍS.

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no del Foro Económico Mundial.

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