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595
2º Filosofía de la Naturaleza
Grado en Filosofía
Facultad de Filosofía
US - Universidad de Sevilla
Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
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Descartes decía que había que había que dar como falso aquellos saberes que no son
certeros. Había que tener cuidado con esto, ya que es posible que aquello de lo que se
tiene dudas, al final acabe siendo una verdad y haya sido desechado.
Verdad: Propiedad de las cosas que las hace accesibles a cualquier mente deseosa de
saber. Porque son verdaderas las podemos conocer. En la cultura griega se prestó mucha
atención al hecho de que la intuición no es el único camino para llegar a la verdad: hay
representaciones evidentes que avalan su propia corrección, pero también merecen
crédito las demostraciones, que trasfieren la confianza que podamos tener de en las
premisas a las conclusiones extraídas de ellas.
Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
*El error del escéptico fue el mismo que el del racionalista: el error de considerar el
conocimiento matemático como el patrón con arreglo al cual tienen que ser calibrados
todos los conocimientos restantes.
Verdad: Supone una condición real de las cosas en cuanto que son cognoscibles.
Kant apostaba por eliminar todas las hipótesis posibles, ya que así es como hay que
seguir el seguro camino de la ciencia. Quiere convertir a la metafísica en un saber
propedéutico al estilo de la lógica. Todo lo que trascienda a los fenómenos se queda
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Kant, al final, le da más crédito a la ciencia natural que a la filosofía. Las consecuencias
de esto fueron que los científicos del siglo XIX trataron con bastante respeto la figura de
Kant, sin necesidad de estudiar sus propuestas: muchos aceptaron de buen grado unas
conclusiones que les beneficiaban desde el punto de vista profesional. Se llega a la
conclusión de que sobre los asuntos a los que tenemos acceso cognitivo y posibilidad de
efectuar comprobaciones empíricas únicamente estamos en situación de llegar a
conclusiones probables; mientras que sobre aquellas cuestiones tan lejanas que a lo
sumo son objeto de especulación y en las que no hay modo alguno de confirmar
cualquier conjetura, resulta en cambio que poseemos certezas incontrovertibles. De lo
único que estamos seguros es que el mundo está causalmente determinado de una forma
que nunca podremos llegar a desvelar del todo y de la que ni siquiera tendremos la plena
seguridad de haberlo conseguido en parte. Hay que conformarse con probabilidades.
La verdad no es algo que se posee, es algo que se persigue y con suerte, te posee ella ti.
Este es el pensamiento científico de los siglos XIX y XX.
En filosofía hay un problema después de la idea de certeza de Kant, por lo que se hace
la llamada “vuelta a Kant” y podemos distinguir tres líneas de actuación no mutuamente
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excluyentes:
1. La primera consiste en soltar lastre teórico declarando que son insolubles tales o
cuales problemas de la tradición filosófica. En otras palabras: que su misma
formulación es ilegítima o bien que no hay modo de resolverlos con el grado de certeza
que en cada caso se exige a una ciencia digna de tal nombre.
3. La tercera variante intenta más bien seguir el ejemplo de las disciplinas que
abandonaron el alma mater filosófica para poner a punto algún nuevo método riguroso y
específico, conquistar credibilidad “científica” y recortar horizontes de la filosofía
anterior.
Las posibilidades de integración del hombre en un entorno dado son sin duda amplias,
pero limitadas. Las limitaciones provienen de nuestra índole material. Si algo se puede
asegurar a priori de un mundo poblado por seres parecidos a nosotros es que no será un
caos.
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parte del universo, y para ellos el primer enigma de la física consistía precisamente en
explicar cómo había surgido el estado de cosmos a partir del caos. Veían el universo
como un gran animal y no como una gigantesca acumulación de piezas inertes, y por
eso debieron pensar que lo cósmico es un estado ulterior cuyo surgimiento conviene
explicar. Para ello usaban el mito y las cosmovisiones filosóficas.
Por otro lado, es en este tránsito del caos al cosmos donde aparece el problema de la
relación del mundo con Dios. Se presenta a lo divino como instancias mediadoras entre
el hombre y la Naturaleza. Todos los dioses son sobrehumanos pero no sobrenaturales,
ya que son los encargados de manipular la materia que no habían creado y a
ingeniárselas para lograr sus fines con unas leyes que tampoco habían promulgado.
En el paso del mito al logos, el papel de Dios es el de una instancia natural. En este
primer estadio no se concibe apenas la trascendencia divina, sino que se ve en Dios o en
los dioses una potencia cósmica que “civiliza” el universo, introduciendo en él
principios de unidad. Llegará un momento en que nada esté fuera de su sitio si nos
dedicamos a ordenar y ordenar. A partir de ahí la contingencia quedará trocada en
necesidad, una necesidad al mismo tiempo física y metafísica que se traduce en la doble
tesis del determinismo físico y el fatalismo teológico. Tanto la relación Dios-naturaleza
como la relación hombre-Dios solo pueden ser como son; el hombre ha de resignar en
Dios su identidad y la naturaleza misma queda “vampirizada” por una absorbente
dependencia que la penetra hasta lo más hondo. Así se alcanza el panteísmo, un
panteísmo que niega a los seres mundanos la posibilidad de ser ellos mismos, debido a
la avasalladora urgencia de volverse aspectos o dimensiones de Dios. Los estoicos
tratan por todos los medios liberar al hombre de las cadenas del determinismo físico
para devolverle la libertad, es decir, aquello que cualquier concepción panteísta o
materialista le niega. Para ello deciden recaotizar la naturaliza, limitar la proporción de
necesidad en el entorno físico y metafísico. No niegan que el mundo sea cosmos, sino
que hacen del orden reinante un producto del azar. Gracias al caos se dan muchas cosas
en el mundo y no sólo una.
Resumiendo. Tomando como base del análisis el doble eje representado por la polaridad
Dios-hombre y la oposición cosmos-caos, el rumbo seguido por el pensamiento antiguo
se basa en el sometimiento de todos los factores en juego a lo físico: lo divino no escapa
a las fronteras del universo y sirve para transformar el caos en cosmos, preparando así el
advenimiento del hombre. En la medida en que no se llevan los presupuesto de este
esquema explicativo a sus últimas consecuencias, se logran resultados tan estimables
como los obtenidos por Platón o Aristóteles; pero los autores que los aplican con mayor
radicalidad llegan con los estoicos a un mundo que es puro cosmos, y por lo tanto más
divino que humano; o bien como los epicúreos, a un mundo que sólo sabe separarse de
Dios marginándolo, sin que nada explique la parte que hay en él de orden y unidad.
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La palabra azar ha conocido un destino singular. En un principio designaba un aspecto
marginal del ser y provisional del conocer. Sin embargo, con el tiempo ha ido escalando
posiciones y en la actualidad muchos le otorgan protagonismo tanto en lo ontológico
como en lo gnoseológico.
Hay muchos convencidos de que la vida y el universo están regidos por el azar. Los
partidarios del azar le otorgan una función en el curso del universo análoga a la que las
especies tienen en la comida. Lo tienen en gran estima, pero no consideran que su
presencia deba desbordar las proporciones de un condimento. En la realidad el número
de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras. El azar
infinito solo puede significar infinitos eslabones sueltos que no hay modo de engarzar.
El primer punto a considerar es si nuestro concepto debe ser abordado desde la óptica
del ser o la del devenir. Desde el punto de vista del ser lo único que no tiene nada que
ver con el azar es una existencia necesaria. Si se asume la premisa de que dentro del
horizonte cósmico cualquier cosa podría haber sido de otro modo, todas ellas serían
casuales. Muchas doctrinas filosóficas y más tarde numerosas teorías científicas se han
empeñado en negar o al menos limitar la proporción de azar mediante el procedimiento
de encontrar una necesidad oculta en lo que a primera vista carece de ella. A tal fin lo
más habitual es estudiar cómo ha llegado a ser, lo que nos lleva a la perspectiva del
devenir. Cabe ensayar otra vía: buscar en lo dado raíces profundas que lo conecten con
una realidad inconmovible. Para concretar esta posibilidad es útil considerar cómo se
plantea el problema en el ámbito matemático. Un conjunto de cifras entre las que a
primera vista no hay ninguna relación de orden o simetría, puede no obstante expresar
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una necesidad inalterable. Si no hubiera a priori ninguna razón para dar una respuesta
mejor que otra, se trataría de una cuestión puramente fáctica, azarosa.
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existencia de un determinado ente, en segundo lugar lo infundado de tal existencia
debido, en tercer lugar, a la contingencia intrínseca de la misma y, en cuarto lugar, la
pertenencia a un conjunto de entes con respecto a los cuales, en quinto lugar, hay
desconexión causal y legal. Según esto, algo es azaroso cuando su existencia es un
hecho desnudo carente de necesidad interna y externa.
Encontrar la causa de un determinado suceso no basta para que éste deje de ser azaroso
y se convierta en necesario, ya que cabe pensar que la causa de este suceso sea
contingente. Hay que comprobar si al final de la cadena hay una primera causa
necesaria. No es lo mismo que algo sea puramente azaroso, a que lo sea por la índole
casual del conjunto de entes al que se encuentra ligado por lazos necesarios. La
impresión es que el tamaño del conjunto y la contingencia de las partes están en
proporción inversa.
El principal problema que plantean las versiones ontológicas del azar es que su
aplicación presupone un conocimiento perfecto tanto del ente estudiado como del tejido
de relaciones que lo envuelve. De hecho nunca es factible alcanzarlo y lo usual es
reformular el concepto en término gnoseológicos. La necesidad queda reemplazada por
el conocimiento infalible, y la contingencia por la incertidumbre.
Casi todas las cuestiones relacionadas con el azar se plantean en el horizonte del mundo
sensible, sobre el cual tenemos que contentarnos siempre con un conocimiento
Para averiguar algo acerca del mundo, no debemos buscar una puerta de acceso a éste,
sino una puerta de salida hacia algún tipo de ámbito extracósmico para librarnos de toda
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mundaneidad y convertirnos en agestes cognoscitivos. Hay que olvidar nuestra
condición mundana hasta cierto límite para no olvidar los pocos datos que tenemos
acerca del objeto de estudio. La experiencia (la sensible) y la razón (lógica y
matemática) son las únicas herramientas de científicos y filósofos.
Ser y devenir son dos rasgos que definen este universo, compuesto de hechos que pasan
y de cosas que son. Intentamos explicar estos hechos y cosas de forma razonable y de
forma fundamentada. ¿Son irreductibles? Los hechos parecen estar más a merced del
tiempo que las cosas. Son cosas que ocurren. Aunque los hechos ocurren, la coseidad es
un síntoma de que en el hecho no todo es pasar. Después tenemos las cosas que son (y
fueron y serán). Al parecer, ningún objeto queda inalterable a lo largo del tiempo
(excepto el protón).
El problema básico aquí es la determinación y sus categorías. Los hechos y las cosas
constituyen la diversidad. Hechos y cosas difieren entre sí y también de un modo
intrínseco. La mente humana reúne espontáneamente bajo percepciones y conceptos lo
múltiple de la intuición, en una dinámica que constituye el centro de la reflexión
kantiana. Todos los elementos que se integran en las unidades sintéticas forjadas por la
mente poseen en sí mismos una identidad perfectamente definida: son rasgos completos,
definitivos, terminados. Sin embargo, las unidades sintéticas de percepción y
conceptuación no lo están.
El problema de la determinación
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través del umbral del ahora adquiere todas las especificaciones que lo caracterizarán
para siempre. El discurrir del tiempo se resume simplemente en esa progresiva
terminación o acabamiento de las cosas y los acontecimientos, que pertenecen al futuro
en tanto se gestan y al pasado en cuanto han sufrido la transformación alquímica que el
presente introduce en sus contenidos.
La mejor forma de examinar el futuro es esperar a que deje de serlo para así poder
examinarlo con calma. Saber el futuro corresponde a “Dios”, que conoce las claves que
lo determina. Dios conoce las causas (o leyes) que constituyen tales claves. La
determinación se convierte así en pre-(de)-terminación, donde el prefijo (pre) constituye
una adición cognitiva a un asunto más bien ontológico. Son las cosas y las ocurrencias
las que están determinadas en sí mismas, pero sólo cuando son y ocurren. Pero si estas
determinaciones son conocidas de antemano, se puede decir que son pre-vistas por el
sujeto cognoscente (el cual está inmerso en el tiempo). Por tanto, la predicción científica
depende de la existencia de vinculaciones ontológicas que cabalgan sobre el tiempo, y
en virtud de las cuales se colige lo que este va a deparar.
Presentir el futuro presenta cierta semejanza con adivinar algo de lo que hay hacia la
derecha, izquierda, arriba, abajo, delante o detrás de donde uno está. Es una
consecuencia en ambos casos del hecho de que hay un orden y una conexión entre las
partes que integran el universo, conexión que afecta tanto al espacio como al tiempo.
Mantener estas categorías supone un problema debido a que espacio y tiempo están
entrelazados. Sin embargo, encontramos que la simetría corresponde a la categoría
espacial. Lo espacial está relacionado con la geometría y el espacio.
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Determinismo e hiperdeterminismo
Tradicionalmente se definía determinismo como la doctrina que afirma que el estado del
universo en un momento dado contiene implícitamente el estado que tendrá o tuvo en
todos los demás. La relatividad reformuló esta idea al demostrar que no tiene sentido
hablar en absoluto de estado instantáneo del cosmos: no hay ahoras universales, ya que
cada sistema de referencia define de un modo diferente el conjunto de sucesos que en
cada instante resultan simultáneos (dos acontecimientos distantes que para un
observador ocurren a la vez, son sucesivos para otro observador que se mueva con
respecto al primero). Se debe a Laplace la formulación del determinismo clásico
(determinismo laplaciano).
El estado del universo pasado es la causa del estado del universo presente, y éste, a su
vez, es la causa del estado del universo futuro. Si hubiese una inteligencia que pudiese
ver todos estos grandes cambios, que pudiese someter a análisis desde los grandes
cuerpos del universo a los más pequeños, pasado y futuro sería presente ante sus ojos.
Limitarlas simplifica el trabajo de la razón, quedando así un mundo sin recovecos donde
nada extraño pueda “esconderse”. Desde una perspectiva histórica, la ciencia moderna
aparece como un programa reduccionista que tiende compendiar todas las cualidades en
dos: figura y movimiento. La primera es de índole exclusivamente espacial, mientras
que la segunda supone una síntesis espacio-temporal, de manera que no parece posible
prescindir del espacio y el tiempo ni de sus dimensiones en cualquier imagen coherente
que ofrezcamos de la naturaleza.
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En Aristóteles encontramos cuatro causas:
Existen cuatro formas de responder a la pregunta por la causa, y por eso Aristóteles
advierte que puede haber varias causas de la misma cosa; pero todas ellas satisfacen el
requerimiento del que inquiere. Por otro lado, no se trata de acepciones inconexas,
puesto que la causa formal tiene una clara preeminencia, hasta el punto de que la causa
final y en alguna medida también la causa eficiente se subordinan y se identifican
parcialmente con ella. Esto nos coloca en una dualidad en lo que respecta a las causas
que en último término coincide con la existente entre materia y forma (principios
explicativos de la sustancia en la ontología aristotélica).
considerados como preferencia desde la óptica del ser (como cosas) o desde la del
devenir (como eventos).
La causa es la clave de toda ciencia, por lo que es necesario definirla sin polisemias para
saber qué buscamos en la investigación científica. La ciencia aparece como saber
razonado, por lo que se confunde cusa y razón. La causa está situada en el orden
ontológico, mientras que la razón no tiene esa connotación realista. La causa tiene
consistencia objetiva, una entidad que transciende al uso cognitivo que se hace de ella.
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moderno han preferido subrayar la distinción entre la acción y el efecto causal, de
manera que ha primado la causalidad eficiente frente a la meterio-formal. Superar el
sustancialismo equivale por tanto a abandonar tanto la causa material como la formal y
retener únicamente la causa eficiente.
De acuerdo con este punto de vista, se acepta que mientras estuvo vigente el
mecanicismo se produjo un eclipse de las causas finales y una reabsorción de la noción
y funciones de la causa formal por parte de la causa eficiente y de la causa material, de
la que ya no se habla, pero que sigue siendo reconocible bajo otros nombres.
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dispersas e incomunicadas. Las causas ocasionales intentan solucionar esto, colmando
el vacío dejado por aquellas. Este concepto pretende que la doctrina de la causalidad no
se pueda salvar en el ámbito espacio-temporal, ya que el concepto de sustancia creada
implica la completa independencia de cada una de ellas con respecto a todas las demás.
No obstante, se trata de substancias creadas y la creación no hay que entenderla como
un evento único que tuvo lugar al principio de todo, sino como un proceso que se
renueva a cada instante con una oportuna recreación. Es como si las sustancias finitas
actuaran unas sobre otras, pero en realidad lo único que hacen es poner en bandeja que
la causalidad primera (metafísica) se ejerza de un modo que salva la coordinación de las
sustancias y consigue que formen un universo, en lugar de dispersarse en individuos
únicos encerrados en su monorrelación de dependencia con el Creador.
Malebranche dirá que Dios no comunica su potencia a las criaturas, que solo las une
otorgándoles causas ocasionales de los efectos de él mismo. Se hablaría entonces de una
causalidad transcendental, que desborda el ámbito de aplicación de la causalidad
aristotélica y también la que contemplan los científicos. Por otra parte, Leibniz no estará
de acuerdo con esto, ya que esto sería igual que hablar de un milagro perpetuo.
denomina armonía preestablecida. Muchos creen que más allá sólo está el mundo
teológico, mientras que hay científicos que creen que podría haber partículas de las
cuales surgieron el espacio-tiempo. Lo que Leibniz hizo fue, pues, una protofísica o
metafísica del cosmos. Leibniz, para orientarse en su ontología, usa la teoría de las
funciones matemáticas.
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A la búsqueda de una definición precisa de causa
Bunge intenta redefinir la palabra “causa”, pero no será una buena definición debido a
que quiere darnos “su” definición. Aristóteles nos dio varias definiciones de causa que
se mantuvieron siglos debido a que nos dio las definiciones que usaban los griegos por
aquel entonces. Bunge se limita a decir lo siguiente: Si ocurre C (causa), entonces (y
sólo entonces) -> E (efecto) siempre es producido por él.
Unisemia y plurisemia
En la Enciclopedia, causa se denominaba así: “La causa es todo aquello por cuya
eficacia una cosa es, y el efecto, todo lo que es por la eficacia de una causa”. Nos
encontramos pues, con tres términos y tres semánticas diferentes, a las que llamaremos
causa aristotélica, causa enciclopédica y causa bungiana.
Epistemología del riesgo: la presunción de que hay entidades objetivas tras las
intuiciones sensibles y conexiones genéticas entre ellas no es más problemática que la
que solo admite un simple juego de representaciones.
(¡LEER CAPÍTULO DEL LIBRO EN CASO DE INTERÉS!)
Causalismo y naturalismo
El universo que describe Bunge es un dominio repleto de excepciones, agujeros y
lagunas, donde la formulación de las leyes requiere siempre un grado importante de
idealización, en el que las causas nunca son entidades concretas, sino clases abstractas.
Es un universo que otorga una base real para el azar y la libertad. Sin embargo, excluye
las intervenciones divinas. Pretende excluir la causa trascendente en beneficio de la
causa inmanente. Bunge afirma que el universo es infinito, pero no lo identifica con
Dios. La regresión causal acaba en el universo, pero tampoco es una Primera Causa.
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La relación causal tiende a sustantivarse, por lo que hay que desdoblarla en dos polos
(causa/efecto), cada uno de los cuales contempla el vínculo desde el punto de vista de
uno de sus términos. Tenemos, pues: Sujeto agente – acción causal – efecto – sujeto
paciente.
La palabra causa se refiere en primer lugar a la acción causal, aunque por extensión y
con suma facilidad, también al sujeto agente. Análogamente, “efecto” puede designar no
solo lo que ha sido directamente producido por la acción de la causa del efecto, sino el
sujeto afectado, el sujeto paciente.
La ley natural puede referirse tanto a cosas como a procesos. La universalidad, o por lo
menos la generalidad, forman parte de la idea de ley natural, que pertenece por tanto al
ámbito de las abstracciones, y no al de los seres individuales.
Las causas, por su parte, son concebibles como realidad concretas y también como
nociones genéricas. La ciencia moderna ha hecho de la ley el instrumento básico de su
trabajo por tres motivos fundamentales:
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carácter formal: aíslan una forma del ser o devenir mundanos, forma que comparten
todos los objetos o procesos que están sometidos a ellas. Se dice que la causa formal
concierne prioritariamente a algo que transciende lo sensible, no es cuantificable y
determina la actualidad última o esencia de las cosas. Este criterio introduce una
distinción de dos niveles: el ontológico, al que se adscribiría la causa formal, y el
fenoménico, en el que estarían confinadas las leyes físico-matemáticas.
Las leyes naturales han sido ideadas y se utilizan en función de evidencias sensibles
cuidadosamente registradas; en ellas prima la búsqueda de una unidad concreta y
efectiva de la experiencia, aunque no sea completa y definitiva.
El metafísico, en cambio, parte del extremo opuesto y, con conceptos tales como el de
esencia o forma sustancial, postula el principio último del despliegue de las
determinaciones de los entes, aun cuando no consiga explicar las cantidades y calidades
específicas que captamos a simple vista. Ley natural y causa formal tienden a un mismo
fin pero con perspectivas diferentes.
Las ecuaciones matemáticas son parcelas fijas dentro de un mundo cambiante, son
retazos de ser en el inmenso océano del devenir. Forma significa determinación actual.
Las leyes que se expresan por medio de ecuaciones matemáticas sueles referirse más
que a formas de ser a formas de devenir. Nos dicen cómo cambian las cosas y no cómo
son en definitiva.
Las causas tienen un alcance más restringido que las leyes. La cuestión de la
determinación y la necesidad tiene que ver con la búsqueda de la unidad, en primera
instancia en el plano ideal y, subsidiariamente, en el real. Como tal unidad es
impensable, no tienen sentido y resultan autocontradictorios tanto el determinismo
como el necesitarismo. Solo en lo uno se da la necesidad y la determinación perfectas.
Solo si nuestro pensamiento fuese absoluto, cabría plantearse otra alternativa. Se
impone, pues, pensar los límites de la determinación y, por tanto, los límites de las
nociones de causa y ley.
Los metafísicos han tratado de flexibilizar el concepto de causa para hacerlo compatible
con la dosis de contingencia que descubrimos a partir de nosotros mismos. Por eso
forjaron la idea de una causa trascendental que, yendo más allá del orden de las
categorías, quedaría al margen del ciego necesitarismo de una causalidad absoluta
ocupando sin fisuras el espacio y el tiempo. En cuanto al concepto de ley, veremos que
es posible encontrar fórmulas y expresiones que propician legalidades abiertas, algo así
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como la determinación de la indeterminación, la unidad de lo esencialmente diverso.
Galileo sostenía que el universo estaba escrito en lenguaje matemático, y que había que
aprender matemáticas para descifrarlo. Koyré: “el matematismo en física es platonismo;
también el advenimiento de la ciencia clásica es un retorno a Platón”. Cuanto más
avancemos en matemáticas, mejor comprensión del Mundo tendremos.
Lo cuantitativo y lo cualitativo
Muchos creen que usar matemáticas en un estudio teórico es un error, ya que sólo nos
permitiría ver una parte de la realidad. Peirce: “La matemática es la ciencia de la
formación de conclusiones necesarias”, lo que equivale a definirla más por su forma que
por su contenido. Al principio, la matemática habría designado un saber universal y
comunicable; luego se vio que sólo alcanzaba a entidades como los número y figuras
geométricas, elementos primordiales del reino de lo cuantitativo, y mucho más tarde se
habría llegado a la conclusión de que hay otras cosas que admiten un tratamiento
parecido, hasta llegar de nuevo a la indefinición inicial en lo que se refiere a la
Por otro lado, la matemática aparece no solo como ciencia de la cantidad, sino como
ciencia de las relaciones formales abstractas en general. La evolución reciente de la
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disciplina tiende a presentarla de esta manera, pero ya había sido de alguna manera
anticipada por Descartes, puesto que a la hora de edificar su física no trata de aplicar la
matemática, sino que estima más provechoso imitarla.
Cuando una ecuación parece fea, se deja de lado, ya que se asume que la belleza es un
principio en la búsqueda de resultados importantes en física teórica. No todo es
generalizar, sino buscar la belleza de los números para encontrar lo interesante en ellos.
Lo intuitivo y lo discursivo
Matemática e infinito
Las matemáticas, según una concepción primitiva, son la ciencia del número y la
cantidad; con una visión posterior, la ciencia de la regularidad y la estructura deductiva.
Desde los griegos, las matemáticas son también la ciencia de lo infinito. La familiaridad
del matemático con el infinito hizo que le llegara a consagrar toda una rama de la
disciplina a su estudio: el análisis. El análisis trata del “infinito” matemático en sus
aspectos más diversos. Se trata, pues, de utilizar cifras infinitas mediante las derivadas
para dar lugar a un nuevo conocimiento del mundo.
Matemática y recursividad
El problema del infinito lleva a la recursividad de la conciencia. Por causa del uso del
infinito, las matemáticas tuvieron un serio deterioro del rigor y la exactitud de la
disciplina. También se reveló que la estructura de las paradojas formadas se volvió más
complicada. El problema surge de la capacidad de la mente para tomar conciencia de sí
y entablar una inacabable dialéctica sujeto-objeto: cuando pienso, pienso que pienso,
pienso que pienso que pienso… hasta el infinito.
Las matemáticas, pues, no sólo afecta a la sustancia extensa, sino también a la pensante
y a la infinita. Si el mundo es matemático quizá se deba a que las matemáticas son
humanas y a que en las matemáticas ha depositado el hombre lo mejor de su esfuerzo
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para entender el mundo.
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que referirse a algo anterior al evento en cuestión. Por eso decimos que las causas
preceden a los efectos.
El azar puro equivale a la descoordinación absoluta de todos los miembros de una serie
o conjuntos; la necesidad sin rebajas supone que dentro de una agrupación el
entrelazamiento es tan completo que ni una sola parte puede ser modificada sin cambiar
la identidad de todas las restantes. ¿Cómo un mundo donde reinaba el caos se convierte
en otro donde la necesidad es dominante (un cosmos)?
Con el concepto causa se tienden algo más que puentes hipotéticos entre términos que
ahora se convierten gracias a ellos en causas y efectos. No desaparece la dimensión
hipotética; sólo cambia su ubicación: antes se reconocía realmente una relación
meramente formal entre ciertos elementos que podrían estar causalmente desconectados
(ejemplo de las piedras); ahora se acepta hipotéticamente que hay una relación causal
real entre ellos. La causa sirve, pues, para instaurar la necesidad en el mundo y excluir o
relegar al azar. Si el mundo está determinado por cadenas causales, podemos decir que
nada en él es arbitrario, todo ocurre por necesidad.
El determinismo avanza
Para que la noción de lo aleatorio se mantenga vigente es esencial que las cadenas que
unen causas y efectos no lleguen nunca a unificarse ni en su inicio ni en su término. La
simbiosis de azar y necesidad solo puede mantenerse en condiciones de necesidad
limitada.
Se podría dejar al azar las condiciones iniciales, las posiciones y movimiento de las
primeras partículas materiales en el momento cero de la creación. A partir de ahí, todo
se habría desarrollado con arreglo a una cadena de eventos previsibles.
Residuos de lo fortuito
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sería hablar de una ley que se regula a sí misma, esto es, que se diese los valores
necesarios iniciales. Esto es equiparable al ser de Parménides, que no difiere de su
propia e interna necesidad. Cualquier otra cosa tendría siempre algo de gratuito que no
cuadra con la exclusión del azar.
Desde mediados del siglo XVII hasta parte del XIX, reino la mecánica racional, que
obtuvo sus mejores triunfos en el campo de la astronomía solar. Se encontraban, aun así,
con un problema. Usando la analogía del billar, si una bola toca a otra, se puede
predeterminar la dirección que llevará. Sin embargo, si una bola toda a dos a la vez, no
se sabe qué podría pasar. Por esto, cualquier situación empírica real contiene
demasiadas variables incontroladas que imposibilitan una presentación teórica limpia.
Esto hace que haya que dar por buenas medidas solo aproximadas, simplificar los
cálculos y aceptar como confirmaciones resultados que más o menos cuadran con los
pronósticos avanzados. Estas son las griegas del determinismo clásico.
En todo calculo, se daba por sentado que todas las desviaciones se producían al azar, y
precisamente por eso eran inocuas, ya que si algo no puede discutírsele al azar, es la
exquisita neutralidad que guarda entre las opciones que se le presentan. La naturaleza
está regida por una férrea trama de causas y leyes. La ciencia nos acerca a su
desentrañamiento, precisamente porque dentro de ella solo admitimos conocimientos
seguros y, todo lo más, sucesos aleatorios que no alteran gravemente nuestros resultados
y previsiones.
Por tanto, hay que renunciar a los sueños de un conocimiento necesario y dar un lugar al
azar, a la probabilidad y la predicción meramente estadística. Junto con las leyes
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necesarias hay también leyes del azar, responsables de la respetabilidad que este último
ha ido adquiriendo. ¿Qué leyes son estas? Las que dependen en definitiva del supuesto
de que, cuando ninguna necesidad particular está presente, no hay nada que incline, en
una población de casos semejantes, a que se realice una posibilidad mejor que otras. Es
admisible que a uno le toque la lotería una sola vez, pero, si le toca siempre, eso ya no
puede ser una simple casualidad. El azar es neutral por definición, o sea, por necesidad.
PUNTO NO RELEVANTE
Ahora el azar no es la negación de la necesidad, sino que tan solo expresa la idea de una
necesidad negativa. Necesidad positiva: algo que obliga a ser de un cierto modo con
exclusión de todos los demás. Una determinación positiva implica elegir una sola
posibilidad entre una gama en principio infinita de alternativas. La necesidad negativa
anula esa discriminación: de las posibilidades abiertas en un momento dado no excluye
ninguna: todas son igualmente realizables y apetecibles, porque solo se prohíbe elegir
una posibilidad en detrimento de las demás. La necesidad positiva, por tanto, lo es por
lo que manda; la negativa, por lo que prohíbe.
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Azar aparece al principio como afirmación de los múltiple y disperso en cuanto tal.
Necesidad alude en cambio a la existencia bajo lo diverso de una unidad que se concreta
en lazos indisolubles entre los elementos que aglutina. Son dos versiones de la misma
idea: necesidad.
¿Qué tiene que ver la vieja concepción de azar con la moderna? ¿Cuál de ellas
comprende una porción mayor de verdad? Antigua: ausencia de orden y dispersión pura.
Nueva: sólo retiene lo que se refiere al caso aislado. Necesidad y azar son caras de la
misma moneda: la necesidad negativa y positiva. Lo contrario sería la contingencia, que
apunta a algo verdaderamente diferente.
Las estadísticas rigen nuestras vidas, pero no podrían haberlo hecho de no contar con la
fiable y previsible asistencia del azar, que pasó de ser la bestia negra de la epistemología
racionalista a convertirse en una simpática y servicial alternativa para salvar las lagunas
del saber.
El azar se puede formular como una regla: es la regla que garantiza la permanente
presencia de desorden, la realización indiscriminada de todas las posibilidades
contempladas, sin que aparezca ninguna preferencia por alguna de ellas en particular.
El trasfondo ontológico
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Se propone que el hombre es capaz de elevarse por encima de la necesidad natural
después de surgir como una combinación premiada en la ruleta del cosmos, lo que es
igual a proponer una nueva forma de dualismo; pero el azar no es apto para ser
convertido en principio ontológico.
La física, la biología, la sociología, pueden hablar del azar como si se tratara de algo,
pero en realidad continúan estudiando una necesidad que ya no es exclusivista y de la
que el azar no es más que un velo sombrío que oculta y evite interferencias inoportunas
de “lo otros”, de la parte restante de la realidad que escapa al ojo de la ciencia.
El mundo es como es, no como les gustaría que fuese a los que se encargan de estudiar
la mecánica cuántica. A pesar de que la llamemos ciencia empírica, los que la crean casi
1. Más allá de las insuficiencias teóricas y prácticas del conocimiento humano, existen
vínculos objetivos entre todo lo que ocurre en el universo, de manera que en conjunto
constituye un despliegue único perfectamente trabado.
2. Que nuestras mentes son capaces de formular con propiedad el postulado del
principio causal.
A principios del siglo XX la causalidad entró en crisis a favor del indeterminismo. Fue
Franz Exner el primero en plantear el problema de la causalidad, al cual se le uniría
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Schrödinger, entre otros.
Determinismo y continuidad
El necesitarismo físico afirma que todo lo que ocurre es en realidad una y la misma
cosa. En su vinculación necesaria causas y efectos se manifiestan como
fundamentalmente idénticos. A esto se le añade la ley de continuidad, porque estatuye
que entre pasado y presente, motor y móvil, antecedente y consecuente, nunca hay una
separación que permita problematizar la equivalencia de los términos, sino un gradiente
que difumina y elimina cualquier atisbo de inidentidad. La continuidad de una función
es requisito indispensable para que sea derivable, para que podamos describir con toda
exactitud su evolución por medio de cambios de valor que pueden hacerse a voluntad
más y más pequeños. La continuidad asegura la posibilidad de acercarlos hasta
disolverlos en un baño de identidad.
Causalidad y discontinuidad
1. La física clásica usa, en efecto, dos tipos de leyes: determinista y estadísticas (aunque
estas son a su modo tan deterministas como las otras, pero sólo determinan poblaciones
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de objetos tomadas globalmente, mientras que las primeras pretenden prescribir el ser o
el devenir de cada objeto particular perteneciente a ellas).
Los profesionales de la mecánica cuántica hacen lo siguiente: aceptan que los conceptos
objetos de discusión sí pueden ser atribuidos a los entes que componen el universo
(fotones, electrones, átomos, moléculas, etc.). Pero en vez de determinarlos con
precisión eligen moverse en el terreno de lo virtual y contemplan el conjunto de todos
los valores posibles de las controvertidas magnitudes, valorando la probabilidad de que
el sistema se encuentre en cada uno de ellos según la información disponible. A la
mecánica cuántica se le acusa, pues, de idealismo (esto no lo sé seguro).
ciertos rasgos de realidad. El azar cuántico se presenta y cuyo alcance se limita al uso de
los medios explicativos proporcionados por esta teoría. Este nuevo concepto de azar
hacía que la física cuántica tuviese restos subjetivistas y se le acusaba, por tanto, de ser
idealista.
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Algunos definen la ciencia como el arte de las verdades fáciles. La filosofía de las
difíciles. Las verdades fáciles empiezan a escasear, por lo que los filósofos podrían vivir
una nueva época de oro.
Encontramos autores como Stent que ya en la segunda mitad del XX anunciaba el fin de
la química y la biología. Opinaba que la ciencia acabaría aburriendo y los científicos se
dedicarían al hedonismo. Su generación pertenecía a la posterior al descubrimiento a la
física de partículas, por lo que deduce que desde entonces, en todo el siglo XX, su
generación no ha hecho ningún descubrimiento relevante. Opina que esto es causa del
apego a las verdades asequibles y el empeño por obviar las que presentaran algún riesgo
de estancamiento y desconcierto especulativo.
Lo fácil y lo difícil
Ciencia y filosofía deberían ir de la mano. Hay cosas que para unos serán más difíciles
que para otros, pero eso no debería ser un impedimento. Está claro que esta progresión
de la ciencia indica un parón inminente. Algunos se apegan a la ley de Moore
perteneciente a la informática.
Lo simple y lo complejo
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La era de la simplicidad
Lo simple pobre se puede conocer muy pronto, dado que sólo consta de una pieza, la
cual tampoco esconde ningún misterio: la homogeneidad y falta de misterio permite
agotar su inteligibilidad de una sola pasada. Lo complejo presenta una vía de acceso
prometedora: el despiece de sus componentes acabará si hay suerte reconduciéndolo a lo
simple pobre. Lo simple rico en cambio carece de las fisuras de lo complejo y de la
diáfana accesibilidad de lo simple pobre. De ahí su puesto en la cúspide del escalafón.
Reduccionismo y mecanicismo
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a la constitución de la mecánica como ciencia rectamente fundada. Con Descartes los
cuerpos eran pura y simplemente sustancias extensas, cuya virtud entera se reducía a
ocupar el espacio con exclusividad (impenetrabilidad) y ofreciendo una resistencia
pasiva a cambiar el estado de reposo o movimiento uniforme (inercia). Extensión,
impenetrabilidad e inercia constituían las tres notas definitorias de los entes corpóreos, y
además las dos últimas resultaban de la primera.
El existo del esquema reductivo-mecanicista fue un éxito. Los mejores éxitos fueron
obtenidos por Newton con la ayuda de la gravedad, fuerza que encaja dentro del modelo
mecanicista. Ninguna de las propiedades mecánicas de la materia sirve para justificar la
presencia de fuerzas penetrantes que actúan cuando no hay un contacto inmediato de
agente y paciente, motor y móvil. Newton intentó suplir esta falta mediante fluidos
invisibles interpuestos. Esta idea no surtió efecto, por lo que Newton dejó de lado la
explicación y confesó que ignoraba cuál es la esencia de la materia, por lo que esta dejó
de pertenecer a lo simple pobre.
Los seres elementales mecánicos se iban haciendo tan elusivos que algunos decidieron
prescindir de ellos. Se empezó a llamar “mecánica” a cualquier propiedad de la materia
que pudiera ser descrita con fórmulas matemáticas precisas, susceptibles de integrarse
en el esquema pasado en cuerpos inertes situados en el espacio y sensibles a las fuerzas
gravitatorias y electromagnéticas. La legitimidad de la adscripción al mecanicismo de
este punto de vista se buscaba en el hecho de que en último término todo se reduciría a
materia movida de aquí para allá por dos fuerzas definidas con toda precisión.
Formas de la complejidad
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encuentre en la complejidad, que hace más bien pensar en multiplicidad y dispersión.
En la edad clásica se pensaba que para obtener orden había que propiciarlo desde arriba,
y de ahí la preponderancia de la causa final. Los modernos prefirieron asegurar el orden
asentándolo desde abajo, y por eso prefirieron la causa eficiente. ¿Dónde se sitúan los
teóricos de la complejidad? En una tercera vía: el vitalismo de los clásicos y el
mecanicismo de los modernos se unen en esta vía. Otorgan prioridad a la causa formal.
Los tres modelos explicativos recurren a las causas y leyes que suministra la reflexión y
legitima la experiencia. La principal diferencia es que en los modelos de simplicidad se
ven urgidos a encadenar y completar los procesos emergentes, bien desde la causa final
o la causa eficiente. Los modelos basados en la complejidad parecen conformarse con
cadenas troceadas sin pasar apuro por descubrirse incapaces de enlazar el proceso con
un comienzo absoluto o prolongarlo hasta la consumación final.
Metafísica y complejidad
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la edad moderna: se imaginaban modelos mecánicos de la realidad subyaciendo a esta o
aquella clase de fenómenos o se conjeturaban a partir de ellos diferentes hipótesis de
trabajo, que servían para desarrollar formalizaciones matemáticas y también
observaciones o experimentos, de manera que el modelo constituía un auxiliar decisivo
para la construcción de nuevas teorías. En el siglo XX, la introducción de geometrías
no euclidianas, espacios de configuración o álgebras convirtieron en simplemente
impracticable el procedimiento.
Esta superación se produce con Pincaré y Duhem. Había que seguir nuevos caminos que
no fuese el del mecanicismo. La ciencia aboga por modelos más lógicos, en definitiva,
que se puedan demostrar. Se deja de lado por lo tanto los modelos mecanicistas para
pasar a las idealidades matemáticas, es decir, a formas puras del pensamiento capaces
de conectar entre sí los datos suministrados por la experiencia.
Las ciencias de la complejidad tienen varios elementos coincidentes con las ciencias del
azar. El principal es que tanto unas como otras limitan con el caos. Lo más natural y
verosímil es que el desorden prolifere cuando no hay coordinación causal entre los
sucesos. De la misma manera, lo múltiple “parece” tender a la dispersión. Pero al igual
Atractores extraños
(Mirar explicación del ejemplo de Lorenz en el libro para comprender el orden de las
ciencias de la complejidad. Página 192)
Vida artificial
Tom Ray hizo un experimento informático, donde creó un programa que acabó mutando
y autorreplicándose, por lo que dijo que había surgido una ecología. Se desconfía de los
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modelos informáticos para explicar los sistemas complejos.
Filosofías de la complejidad
Se dan dos posturas extremas. Los hay que subrayan la flexibilidad del nuevo modelo
de razón y los que consideran que, muy al contrario, ofrece el arma decisiva para
doblegar definitivamente a los enemigos del cientificismo.
Generalización de la termodinámica
Schrödinger sostenía que la vida es orden construido a partir del desorden y que los
vivientes endosan al ambiente el exceso de caos que requiere su cosmos interno. De lo
que un organismo se alimenta es de entropía negativa. Esto es, el cambio de desorden
por orden, de entropía por entropía negativa. (Mirar ejemplo demonio de Maxwell,
página 198).
Estructuras disipativas
Prigogine y otros investigadores realizan una aportación que modifica las reglas de
juego: como la vida y como nuestros artefactos, la materia inorgánica es también capaz
de suscitar orden, un orden con una peculiar estabilidad en situaciones de flujo
termodinámico constante. Así pues, la historia de la vida podría ser reconciliada con las
leyes de la naturaleza, sin depender de artificios tan toscos y ciegos como los de la
selección natural. Son importantes los conceptos de inestabilidad y no linealidad, que se
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verán más adelante.
La denominación “estructura disipativa” denota por un lado una forma y por otro un
derroche. La energía disponible de derrama generosamente a través del universo en
tanto no alcance el estado de entropía máxima que lo sumirá en el coma del equilibrio
térmico. Esta abundancia permite que pasen cosas interesantes, como las estructuras que
nacen y se mantienen en el seno de la disipación energética.
No linealidad
Se denomina como al orden generado por el estado de no equilibrio. Lo que hacen las
fluctuaciones es “sacar al sistema de sus casillas”. Funcionan como exploradoras del
abanico de posibilidades que ofrece el entorno. (Ejemplo del camión y la pelota de
golf).
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En la naturaleza las bifurcaciones formarían estrechos umbrales de extrema
improbabilidad que dan paso a procesos bien estructurados y que, una vez establecidos,
reciben el apoyo de las causas operativas presentes, hasta hacer el curso de su evolución
altamente probable.
Dialéctica y complejidad
La clave está en que hasta qué punto es necesario aclarar la índole profunda de la
emergencia estudiada por las ciencias de la complejidad. Encontramos varias
propuestas:
2. Seguir aspirando a unificar todos los principios de orden, pero situando este supremo
objetivo fuera de vista, en una especie de limbo nouménico. Podríamos creer en él, pero
a costa de renunciar a mostrarlo y mucho más aún a demostrarlo.
Autoorganización
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La autoorganización es una postura intermedia de las teorías complejas. Estos teóricos
deberían endosar el orden y la unidad a principios externos, más simples y subyacentes.
Por ello se debería renunciar al prefijo “auto” y sustituirlo por “hétero”. Si se hace esto,
lo complejo revertiría una vez más en el del reduccionismo a lo simple-pobre. Por lo
tanto, lo que se debe hacer es que el movimiento siga siendo heteromovimiento;
solamente la organización se convertiría en autoorganización. Hay que distinguir dos
elementos: uno dinámico y otro estático en la ordenación de lo real; aquel seguiría
sometido a los principios de la antigua ciencia; solamente este caería bajo la jurisdicción
de la nueva.
El magno sistema que es el universo debería adoptar los estados más probables. Han
sucedido demasiadas pocas cosas en comparación con las que habrían podido pasar. Y
para las ocurridas son “especiales”, no hay más remedio que optar por la emergencia
espontánea del orden.
Emergencia y creatividad son palabras peligrosas. Desde el estallido inicial hasta hoy el
universo ha tenido tiempo para hacer muy pocas cosas y, sin embargo, las que ha
llevado a cabo son enormemente interesantes en comparación con la media. ¿Cómo ha
podido discriminar y elegir las que merecían la pena? En un contexto finalista no habría
ningún problema para responder. Desde una óptica mecanicista-determinista, habría que
remitirse a la extraordinaria improbabilidad de las condiciones iniciales. Kauffman
postula una tendencia intrínseca hacia el orden que se manifiesta en los modelos
matemáticos e informáticos que inventamos para representarla. Kauffman habla de una
emergencia del germen de autoorganización que se necesita para tener leyes que no han
surgido desde abajo (modelo reduccionista), ni tampoco desde arriba (modelo vitalista).
Como motor del cambio, el azar es demasiado potente. La no-ergodicidad del universo
lo certifica. Las estructuras disipativas de Prigogine o la autoorganización de Kauffman
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constituyen fórmulas prometedoras para cubrir un déficit cada vez más evidente en el
viejo esquema neodarwinista.
Reduccionismo diferido
Lo anterior nos lleva a la perspectiva extrema ofrecida por Daniel Dennett. Toda
complejidad tiene por fuerza que descansar en lo simple, y más concretamente en lo
simple-pobre. El reduccionismo sigue acechando, pero se trata de un reduccionismo
diferido.
Este tipo de reduccionismo es una posición a la que avala una larga tradición. No hay
explicación alguna para explicar cómo todo se reduce a los átomos y el vacío. En casos
así se adopta el reduccionismo no por lo que ahora es capaz de hacer, sino por lo que se
supone que conseguirá realizar algún día y porque conforta al adherente con la
sensación de subirse al carro triunfador antes de que el triunfo se haya consumado. Este
reduccionismo diferido además conjuga la dialéctica del “ya sí” con la del “todavía no”,
de manera que quien lo adopta vive con la emoción de quien atiende la próxima o lejana
llegada de la plenitud de los tiempos.
Se incurre en un error cuando se piensa que tal ciencia explica la totalidad de la realidad
que estudia. Las leyes son en definitiva creaciones de la mente humana, mientras que las
cosas reales estaban hay mucho antes de que el hombre se pusiera a descubrir sus leyes
y seguirán estando mucho después de que deje de hacerlo. Lo único que tiene sentido es
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reducir unas leyes a otras. Cabría formular una “macroley” que sea la conjunción lógica
de todas las demás.
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la ciencia o de la filosofía de la naturaleza. La única consecuencia metafísica que se
puede sacar es que la ciencia apuesta por el realismo y el principio de inteligibilidad de
la naturaleza. Sólo el reduccionismo metodológico tiene interés para la ciencia.
La complejidad y lo simple-pobre
Lo simple pobre acaba llevando a la complejidad y ésta última nos ayuda a discernir
entre los medios del conocimiento con sus fines.
Autómatas celulares
En serie y en paralelo
Hubo quien pensó que en la informática debía introducirse algo más de complejidad en
el procedimiento. Hasta aquel momento se habían usado computadores que funcionaban
en serie, esto es, que procesaban las operaciones previstas con gran eficacia y rapidez,
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pero según una secuencia única. A pesar de los grandes avances en el diseño y
fabricación de este tipo de ordenadores, la modestia de los frutos cosechados llevó a
preferir máquinas conectadas en paralelo con la esperanza de conseguir progresos más
significativos: ya no habría una programación rígida y previa del trabajo a realizar, sino
que se establecerían muchas líneas simultáneas de elaboración recíprocamente
interconectadas. La relación entre ambos modelos de computación tiene alguna analogía
con la que media entre la mecánica clásica y la estadística.
Así surgieron las redes neuronales. Trataban a su modo de reproducir la complejidad del
cerebro, integrado por miles de millones de neuronas cada una de las cuales se
encuentra conectada hasta con miles de hermanas.
La mecánica cuántica ha sido la teoría que ha establecido unos límites objetivos para la
idealización matemática. Las teorías del caos determinista se basan en la extrema
sensibilidad a las condiciones iniciales de ciertos sistemas dinámicos: una desviación
mínima en el primer momento se agiganta de tal modo que tendríamos que afinar
muchísimo para saber dónde irá a parar el sistema al cabo de poco tiempo. Dado que
nada puede medirse con una precisión absoluta, el caos da origen a una indeterminación
efectiva en el nivel clásico que se superpone a la indeterminación cuántica.
Teoría de catástrofes
Toda la filosofía de la teoría de las catástrofes se trata de una teoría hermenéutica que,
ante cualquier dato experimental, se esfuerza por elaborar el objeto matemático más
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simple que pueda generarlo. Si esto se consigue, se daría un vuelvo completo a la
investigación tanto en las ciencias naturales como en las humanas. En segundo, dotar de
“ojos” a la razón, permitiendo superar quizá definitivamente la “ceguera” constitutiva
de esa facultad. En tercero, abrir un camino hacia la elaboración rigurosamente
científica del pensamiento analógico.
Genes y órganos
caminos por lo que la evolución llegó al rasgo en cuestión y lego lo mantuvo. Lo que
dicen realmente es esto: las cosas han ocurrido así, pero podrían muy bien haber
ocurrido de otra manera.
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Las ciencias de la complejidad parecen anunciar el alba de una época en que, frente a la
preponderancia antigua de las causas finales, y moderna de las eficientes, reinarán sin
gran oposición las formales.
La pregunta por la especificidad del viviente involucra aspectos tanto ontológicos como
epistemológicos, puesto que plantea, en primer lugar, la conveniencia de distinguir
diversos ámbitos dentro del mundo físico, para confinar la vida en uno de ellos.
Cuestiona, en segundo lugar, que los procedimientos metodológicos y conceptuales para
conocer los fenómenos vitales coincidan con los que se aplican a cuestiones relativas a
objetos inertes. ¿La oposición entre viviente y no viviente es la que se da entre dos
modos de ser o tan solo entre dos modos de decir. Se abre una combinación de
posibilidades:
a) Monismo ontológico y epistemológico: afirma que la sustancia del mundo es una sola
y el modo correcto de abordar su inteligencia, también.
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mutuamente irreductibles con el que podemos trabajar. A partir de este punto hay que
recurrir a la experiencia y no tenemos más remedio que abandonar la metafísica para
ocuparnos de lo que la tradición aristotélica entendía por física.
El “Test de Descartes”
El test de Descartes intenta dirimir de una vez por todas si un ser de incierta estirpe debe
o no ser reconocido como “viviente”. A tal fin se procede en primer lugar a definir la
vida en términos empíricamente relevantes. Una vez establecidas las reglas, se aplican a
la lista de candidatos. Es probable que en el curso del programa haya que redefinir los
límites del reino de la vida, pero una vez concluido tendríamos una respuesta a la
cuestión de la especificidad del viviente, de acuerdo con los siguientes criterios:
Para aplicar el test de Descartes, primero habría que completar el listado de las
funciones esenciales que son capaces de realizar los vivientes. Es muy posible que ello
no sea realizable, sencillamente porque puede tratarse de una lista abierta. En
consecuencia, el test acaba desplazándose de los candidatos a las propiedades que los
definen como vivientes. Se necesita una lista cerrada de propiedades y
comportamientos. La dificultad no nace de la actitud poco cooperativa de los que se
encargan de definir la vida. El problema es que la ciencia descansa en una opción
preferente por el empirismo y no tiene fácil la tarea de fijar límites en algo que viene
definido por la experiencia.
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La continuidad es la condición clave para conferir eficacia al mecanismo maestro de la
evolución: la selección natural. Todo tiene que resolverse en último término en una
acumulación de fases transitorias muy cortas y próximas unas a otras, cada una de las
cuales ha supuesto en su momento una ventaja selectiva. La evolución y la vida, en
definitiva, no es la maravilla de la programación inteligente, sino el monumento al
oportunismo, una gigantesca acumulación de chapuzas para salir del paso.
¿Por qué el origen de la vida se trata aún de una cuestión abierta? Porque muchas
soluciones compiten para explicarla, y ninguna es lo suficientemente buena para
descartar las otras. La respuesta está aún por llegar, pero la pregunta ha sido formulada
en términos precisos y ello es suficiente para que cada cual se mantenga en su lugar sin
inmiscuirse en las tareas del prójimo. Los que estudian el origen de la vida están de
acuerdo en que el problema ha de ser planteado en el terreno de la bioquímica; no tienen
dudas sobre las piezas del puzle, aunque siga escapándose la tarea de armarlo. En todo
caso, el cometido del filósofo consiste precisamente en hacer una evaluación global del
contencioso y decidir si hay otras vías más prometedoras para abordarlo.
Lo que la vida tiene de especial en este caso es, antes incluso que el diseño, la acción de
quien lleva a cabo el montaje. La biología animista confiere una especificidad interna y
activa a lo viviente, mientras que la biología mecanicista se conforma con otorgarle otra
de tipo extrínseco y pasivo. Al hilo de la biología molecular contemporánea se ha
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intentado completar la propuesta que empieza a esbozarse con Darwin, la cual dice que
lo único específico de los seres vivos es su genealogía. Si esto es así, se borraría
cualquier huella de una especificidad interna o externa, salvo la que resulta del
parentesco evolutivo entre todos los vivientes.
El vitalismo precisa de un pequeño motor interno para llevar a cabo los cometidos que
en el viviente se niegan a las potencias de la materia bruta. Las teorías del diseño
inteligente han de recurrir por su parte a otras fuerzas que propicien articulaciones
materiales adecuadas a los fines de la vida, aunque tal vez no sea indispensable que
actúen desde dentro de la vida misma. Ahora, la cosa es menos segura, sobre todo si
permitimos que entelequias y diseñadores inteligentes jueguen con el colapso de la
ecuación de ondas de Schrödinger.
Los entes físicos, químicos y biológicos son todos ellos materiales y todos ellos
obedecen a leyes que no son incompatibles entre sí. Es natural que los más complejos
exhiban propiedades más sofisticadas y obedezcan a leyes más diversificadas y con
mayor número de parámetros. Esto les otorga cierta especificidad, pero solo en una
primera aproximación, porque en principio cabe integrar todas esas ciencias en una
superdisciplina llamada, por ejemplo, Sistema integral de leyes de la naturaleza. La
mayoría de los biólogos contemporáneos optan por la especificidad epistemológica,
pero no ontológica de lo viviente.
Leibniz pensaba que había dos reinos en la naturaleza corpórea que se penetran sin
confundirse ni estorbarse: el reino de la potencia, según el cual todo puede explicarse
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mecánicamente por causas eficientes cuando penetramos suficientemente en su interior,
y también el reino de la sabiduría, según el cual todo se puede explicar
arquitectónicamente, por así decir, mediante causas finales, cuando sabemos utilizarlas.
Se reprochan unos a otros el uso de tecnicismos para hablar de una materia sobre la que
no se tiene un conocimiento exacto. Los científicos reprochan a los que no lo son que
usen vocablos pertenecientes a las ciencias sin saber qué significan con total seguridad
tal concepto. Lo mismo pasa al revés: los científicos usan términos filosóficos
incurriendo en equivocaciones. Este es el principal impedimento que encontramos en el
diálogo interdisciplinar.
Determinismo y racionalidad
Hay quien le reprocha a Thom que toda pretensión de monopolizar la cientificidad por
el determinismo o por cualquier otro principio se convierte por sí misma en
anticientífica. Thom piensa que la estadística, desde este punto de vista, no es otra cosa
que una hermenéutica determinista, tendente a reinstaurar el determinismo donde
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aparentemente este falla. Cuando no es posible determinar lo que es, cabe como
segunda opción determinar lo que no es. Hay que convertir las incertidumbres en
certezas, y eso se hace a través de variables ocultas, esto es, magnitudes cambiantes que
no habían sido tenidas en cuenta por la primitiva teoría y que permiten un acercamiento
mayor a la realidad.
Determinismo y probabilidad
Hay muchas clases de causas y variables ocultas. Unos prefieren que no se escape ni
una sola pieza; otros prefieren cubrir mucho más espacio y cazarlas al vuelo.
¿Cuáles son las más fáciles de descubrir, cuáles prometen mayor rendimiento
explicativo? Thom cae en el mismo error que Einstein: creer que los principios
deterministas son de un rango superior a los probabilistas y que estos solo merecen la
pena a falta de los otros, de los cuales serían una aproximación parcial y provisional.
Hay que rechazar la presunta superioridad epistémica de las leyes deterministas sobre
las probabilistas, porque en realidad son tipos irreductibles de asertos, cuya afinidad no
basta para salvar las diferencias. Las leyes deterministas correlacionan una población de
objetos, categorizable con la designación genérica de “causa”, con otra conceptuable
con la de “efecto”. Las leyes probabilistas, en cambio, determinan que en una situación
dada hay implícitas varias subpoblaciones de casos entre las que existen determinadas
Lo individual y lo colectivo
El prejuicio al que sucumben los deterministas es que mientras las leyes probabilistas
igualan y homogenizan colectivos que en realidad son bastantes heterogéneos, los
determinista no, sino que discriminan incluso el caso individual.
La determinación de lo real suele ser abordada de muy distinta manera por cada uno de
estos tres grupos: el matemático especula con el más determinado de los mundos
posibles; el físico-químico ya está de vuelta de la mahtesis y de ninguna manera quiere
dejar de tener los pies puestos en el suelo; el biólogo todavía no ha acabado de sacar
partido a la máquina de buscar determinaciones que le han prestado los físico-químicos
y confía en llegar muy lejos antes que abdicar de su designio.
Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
universo.
Naturalismo e inteligibilidad
“Intentar definir la realidad es una tentativa idealista. Definir significa trazar límites,
mostrar cómo es eliminable el concepto a definir. Pero la definición es imposible si lo
real es lo que no se deja aprehender fácilmente por nuestras ideas. No se trata la realidad
de la misma forma en mecánica cuántica y en historia” (Espinoza).
Arana: naturalizar la realidad es una forma de querer atraparla. Cualquier cosa que no
sea la nada absoluta formaría parte de lo real. Podríamos distinguir lo ideal d lo ideal,
incluyendo en este segundo apartado las entidades lógico-matemáticas, todo lo ficticio y
también la dimensión objetiva de la actividad mental. Según Espinoza, el Causalismo
asegura a la vez la inteligibilidad y un estatuto ontológico respetable, cerrándose así una
ecuación cuatrimembre: real = natural = causalmente determinado = inteligible. “Real
Crítica: Una cosa es que existan vínculos necesarios entre dos entes y otra muy diferente
que podamos conocerlos con necesidad. Un realismo rectamente entendido es ante todo
posibilista, puesto que parte de la existencia de un orden de cosas externo a la mente
cuyo acceso cognitivo tiene unos canales de validación que no coinciden con los que
aseguran su estatuto ontológico.
Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
Francisco Suarez distingue entre causas que obran necesaria y causas que obran libre o
contingentemente, considerando a este respecto el hado, la fortuna y el azar. La
causalidad de la libertad es contemplada por Kant, cuando enuncia la tercera antinomia
de la razón pura: “La causalidad según leyes de la naturaleza no es la única de la que
pueden derivar los fenómenos todos del mundo. Para explicar estos nos hace falta otra
causalidad por libertad”.
Determinismo y continuidad
Determinismo metafísico
Que Dios conozca el porvenir con la misma claridad que el pasado no tiene mayor
mérito; cualquiera podría hacerlo si fuera capaz de situarse en una ubicación intemporal
con buenas vistas hacia el espacio-tiempo. Las estructuras matemáticas gozan asimismo
del privilegio de la intemporalidad, de manera que el valor de pi se mantiene incólume
desde que fue calculado por primera vez.
Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
entonces que la continuidad es muy importante para la vida real, pero no afecta a la
cuestión ontológica del determinismo físico desde este segundo punto de vista.
Continuidad e identidad
Hay algo para el que la continuidad sí resulta esencial: cuando la discusión se plantea en
los términos que propuso Parménides, se niega la posibilidad de racionalizar y admitir
el cambio por la inidentidad que aparece cuando se da una diferencia objetiva entre el
móvil antes y después del cambio. Afirmar el cambio implicaría una flagrante violación
del principio de identidad. Ahí es donde aparece oportunamente la continuidad para
diluir la inidentidad todo lo que sea necesario. Desde el punto de vista de la
reconciliación entre razón y devenir (y gracias al cálculo infinitesimal) la continuidad
realiza un cometido decisivo. Por lo tanto, lo que el determinismo físico plantea, esto es,
la relación entre determinismo y continuidad, sólo es válido para dar un uso meramente
práctico del determinismo.
NADA
Sería erróneo interpretar que según los creadores de la mecánica cuántica existe algo así
como un “azar esencial” o bien que han incurrido en una contaminación idealista de la
propia teoría. Heisenberg dice: “las magnitudes canónicamente conjugadas solo pueden
ser determinadas a la vez con una imprecisión característica”. “Parece seguirse
inmediatamente de las ecuaciones fundamentales de la mecánica cuántica que es
necesaria una revisión de los conceptos cinemáticos y mecánicos”. Más adelante habla
de no de incertidumbre, sino de indeterminación a la hora de definirlos. Está claro que a
lo que apuntaba con la indeterminación no era a un déficit atribuible a la teoría cuántica,
sino a una limitación de los propios conceptos. Se trata de los mismos conceptos de la
teoría clásica, pero mientras allí se emplean sin ninguna limitación, aquí ya no tienen
una aplicabilidad ilimitada, precisamente porque uno de los usos primordiales de la
mecánica cuántica es establecer dichas limitaciones. Para ello, hay que apelar a la
realidad para medir la adecuabilidad de los conceptos en su mejor uso posible.
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Capítulo 11. Las muchas facetas de la causa final
Paradojas de la causa final
Para que algo merezca la denominación de “causa final” tiene que ser “anticipado”
como “bueno”, “apetecido” en consecuencia y “propiciado” como tal. Por consiguiente,
el ejercicio de la causalidad final requiere, además del fin mismo, tres tipos de agente:
previsor, volente y propiciante.
Tanto los fines como los tres tipos de agentes a su servicio están efectivamente
presentes en las acciones humanas premeditadas, pero en los demás casos parece que la
presencia de fines y agentes es más bien analógica, analogía bastante apropiada en el
caso de los animales superiores y francamente metafórica en el caso de los seres inertes.
Aristóteles dice: “Todo lo que existe por naturaleza, existe para un fin”.
Anaxágoras fue el primero en admitir la causalidad del fin. Causa es lo que de algún
modo produce un efecto, del cual hacemos a aquella responsable. Es el efecto lo que es
resultado de la acción de la causa, y no al revés. Con la causa eficiente no se presenta
ningún inconveniente desde este punto de vista, porque la causa eficiente está en el
principio del cambio que propicia, cosa que no ocurre en el caso de la final, ya que ésta
se sitúa al final.
Partimos del supuesto de que la causalidad es una relación que se establece en el tiempo
entre un término que causa y otro que es causado. La causa principia al efecto desde el
punto de vista ontológico –lo hace ser-, y no se ve cómo ha de conseguirlo si no lo
antecede también en el tiempo. El análisis de esta situación ofrece varias posibilidades
para establecer la legitimidad de lo teleológico: 1) negar que la relación causal tenga
que ir a caballo del tiempo; 2) afirmar que la causa final misma también está en el inicio
del proceso que desemboca en ella; 3) suponer que, aunque no se dé una presencia física
previa de ella, es anticipada por otro agente presente desde el comienzo. La propiciación
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del fin tiene un carácter eminentemente real; remite a una causa eficiente que entra en
simbiosis con la causa final poniéndose, por así decirlo, a su servicio. Pero, al mismo
tiempo, el sujeto que presta su eficacia a tal consecución tiene que empezar por
concebirlo, esto es, tiene que hacer presente el fin en un ámbito ideal de existencia
como prólogo a su instalación en la realidad.
La finalidad natural depende tanto de que la causalidad física dé unidad sin ambigüedad
a la intencionalidad de quien la ejerce. Por eso no se opone a la necesidad, sino más
bien al azar. La necesidad no es en último término más que una expresión de la unidad,
en el sentido de que la pluralidad de cosas sometidas a ella se convierte en solidaria
respecto al hecho de darse o no darse. El azar consiste en la negación específica de lazos
de unión entre el presente y el pasado. Lo que hace es prohibir que los haya, lo cual
también es de todos modos una restricción. Si el futuro estuviere realmente abierto, en
unos casos su ocurrencia armonizaría con lo que le antecede igual que si estuviera
enlazado de modo mecánico, legal o teleológico; en otros casos no tendría nada que ver.
El azar no es la pura indeterminación: es la determinación negativa opuesta a la
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determinación positiva de las concepciones necesitaristas convencionales.
En cualquier tipo de relación causal se supone que estamos hablando de una dimensión
de la realidad que concebimos bajo la categoría de relación. En sí misma se trata de una
relación real, pero en la medida que la convertimos en temas de una indagación la
trasferimos al ámbito ideal.
Pero en el caso de la causa final las relaciones entre lo ideal y lo real se complican,
debido a que su mismo ejercicio real presupone procesos ideativos llevados a cabo por
alguno de los elementos que intervienen en él.
Si el cosmos es infinito, sobre él hay que decirlo todo, lo que rigurosamente equivale a
que no se pueda decir nada. Cualquier proposición y su contraria son válidas en un
conglomerado así: es una forma de refutación cuantitativa del principio de
contradicción.
La verdad queda sustituida por el valor de uso, de modo que la finalidad, por ejemplo,
será aceptable si contribuye positivamente a ampliar el conocimiento empírico de la
naturaleza y a perfilar el entramado lógico de su comprensión. Para hacer esto hay que
concebir la ontología como un todo.
Leibniz piensa que en el universo la finalidad está presente tanto a nivel superficial
(fenoménico) como profundo (el en sí de las cosas). Los atomistas griegos no creen que
pudiera darse en parte alguna. Darwin la confina en el ámbito de lo manifiesto,
desterrándola del escondido recinto de lo verdadero. Si damos crédito a Platón,
Anaxágoras opera a la inversa: decreta que el mundo está regido por el Espíritu, pero
acude a la eficacia de las causas mecánicas para explicar lo inmediato. La teoría
darwiniana de la evolución convierte la finalidad en fachada de la eficacia.
El prejuicio antifinalista
NO IMPORTANTE
Teleología y teología
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Tradicionalmente se ha visto en la teleología un predio favorable para los que buscan
argumentos en pro de la existencia y providencia divinas, lo que convierte casi
automáticamente a los apologistas de la religión en simpatizantes de la finalidad, y a los
predicadores del ateísmo en enemigos suyos.
En el siglo XVIII surge la teología física, la cual ganó amplio favor del público y el
respeto al menos de pensadores tan poco sospechosos como Hume o Kant. La conexión
de la finalidad con la teología no es inmediata, pero tampoco es gratuita. Este tipo de
causalidad implica una anticipación del futuro por parte de un agente causal eficiente.
Dicho agente puede ser cualquier “motor” que actúe en el mundo.
Tratar los vínculos existentes entre el tiempo y la eternidad excede claramente los
límites de la ontología del mundo físico, aunque basta echar un vistazo a este reducto de
la metafísica para darse cuenta de que todas als dificultades de la causalidad final
quedan automáticamente diluidas en ese contexto, y que incluso hay serias dificultades
para distinguirla de las otras formas de causalidad. Junto al Dios providente está el Dios
legislador, y la consideración de sus decretos (leyes naturales) ofrece interesantes
perspectivas al filósofo natural.
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Si Dios además de fijar los parámetros en las ecuaciones cósmicas para el primer
instante (las condiciones iniciales) que sean más proclives a la consecución de los
objetos planeados, tendríamos así un gesto providente, único e irrepetible tal vez, pero
suficiente. Aquí la noción de “eternidad” se muestra como previsoramente no
antropocéntrica, y establece la insignificancia de que hay o no puntos de partida
absolutos tanto en el espacio como en el tiempo, de cara a la cuestión de si hay o no una
teleología inmanente en la estructura misma del universo.
La ciencia ha sido y sigue siendo un gran éxito, aquí tenemos un asidero firme en
apariencia para el finalismo, aunque no cualquier finalismo, sino un finalismo abstracto
que tampoco coincide con el promovido por el deísmo de la Ilustración. Este miraba a
un universo mecánico y determinado, donde el único valor maximizado era el de la
racionalidad pura. El nuevo finalismo tendrá que ver más bien con la increíble
adaptación que la naturaleza revela a medida que la conocemos más y mejor para que
sus secretos puedan ser desvelados en gran parte y al mismo tiempo para albergar el
secreto mucho más misterioso de quien los desvela. Esto supone un límite absoluto para
el grado de racionalidad de la naturaleza en su conjunto, pero no para la penetración en
ella de la finalidad.
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consiste en determinar desde qué instancia se ejerce, cuál es la referencia que la
determina y dónde produce sus efectos. Todo ello define, además de una dirección, un
sentido. La escuela aristotélica pone el motor de la finalidad en la misma entidad que va
a ser alterada como resultado de la acción; en cambio los postcartesianos la ubican en
una potencia extrínseca que dispensa con generosidad tanto previsión como eficacia en
provecho de destinatarios esencialmente pasivos. La diferencia es clara si consideramos
los vivientes: hasta el siglo XVII estaban provistos de alma, y gracias a ella conseguía
ordenar las inevitables mudanzas del mundo sublunar a la consecución, preservación y
propagación del paradigma encarnado en cada uno de ellos. Luego vendrá la teoría del
animal-máquina y los críticos de las concepciones animistas no descansarán hasta
haberse asegurado la perfecta receptividad del viviente en todo lo que tenga que ver con
el telos.
La noción de alma está unida a la causa final. Basta con admitir el hilemorfismo o una
ontología basada en la estructura de acto y potencia. Para la corriente de pensamiento
que predomina antes de la Modernidad los seres finitos no se conforman con seguir
siendo: quieren alcanzar los límites que la naturaleza (su propia identidad) ha
establecido como buenos y por tanto deseables.
Se supone que la causa final requiere un agente capaz de representarse el fin, luego
quererlo y por último poner los medios para su promoción. Sin embargo, un ser que está
en potencia de algo no necesita representarse dicho algo, ya que el mero “estar en
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