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595

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Resumen Sótanos del Universo

2º Filosofía de la Naturaleza

Grado en Filosofía

Facultad de Filosofía
US - Universidad de Sevilla

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
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Los Sotanos del Universo


Capítulo 1. Certidumbre y Riesgo
La noción de certidumbre ha preocupado a muchos pensadores. Hoy día, lo único que
tiene validez es aquello de lo que tenemos certidumbre, y de lo que no tenemos lo
consideramos como un saber de segundo orden. Autores con este tipo de pensamiento
han sido Platón, Descartes, Kant, Hegel y Husserl. Por supuesto, las resoluciones
importantes siempre conllevan un riesgo, y este riesgo es el que se ha intentado eliminar
a lo largo de toda la historia. Sabido es que Descartes eleva la duda al rango de principio
metódico antes y no después de haber hallado las evidencias irrecusables que anhelaba.

Descartes decía que había que había que dar como falso aquellos saberes que no son
certeros. Había que tener cuidado con esto, ya que es posible que aquello de lo que se
tiene dudas, al final acabe siendo una verdad y haya sido desechado.

Verdad: Propiedad de las cosas que las hace accesibles a cualquier mente deseosa de
saber. Porque son verdaderas las podemos conocer. En la cultura griega se prestó mucha
atención al hecho de que la intuición no es el único camino para llegar a la verdad: hay
representaciones evidentes que avalan su propia corrección, pero también merecen
crédito las demostraciones, que trasfieren la confianza que podamos tener de en las
premisas a las conclusiones extraídas de ellas.

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
*El error del escéptico fue el mismo que el del racionalista: el error de considerar el
conocimiento matemático como el patrón con arreglo al cual tienen que ser calibrados
todos los conocimientos restantes.

Tanto racionalistas como empiristas pensaban que alcanzamos la verdad cuando


llegamos a ella a través de evidencias directas (intuitivas) o indirectas (discursivas),
evidencias que producen en quien las capta una certidumbre que es condición necesaria
y suficiente para estar en posesión de la verdad. La certeza se convierte en presupuesto
de la evidencia y ésta en requisito de la verdad.

Certeza: denota un estado subjetivo del cognoscente.

Evidencia: Evoca una propiedad objetiva de ciertas representaciones.

Verdad: Supone una condición real de las cosas en cuanto que son cognoscibles.

Newton: “Pues la Naturaleza es simple y no derrocha en superfluas causas de las cosas.


Por ello, en tanto que sea posible, hay que asignar las mismas causas a los efectos
naturales del mismo género”.

Kant apostaba por eliminar todas las hipótesis posibles, ya que así es como hay que
seguir el seguro camino de la ciencia. Quiere convertir a la metafísica en un saber
propedéutico al estilo de la lógica. Todo lo que trascienda a los fenómenos se queda
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fuera, pero también la química, biología y la psicología. La filosofía trascendental


(metafísica) permite a los sumo acreditar que los fenómenos están sometidos a leyes
naturales, pero no cuáles sean estas, con lo que todas las ya encontradas y las que se
descubran en el futuro podrías después de todo ser falsas, y cabe incluso la posibilidad
de que las verdaderas leyes permanezcan para siempre en la incógnita.

Kant, al final, le da más crédito a la ciencia natural que a la filosofía. Las consecuencias
de esto fueron que los científicos del siglo XIX trataron con bastante respeto la figura de
Kant, sin necesidad de estudiar sus propuestas: muchos aceptaron de buen grado unas
conclusiones que les beneficiaban desde el punto de vista profesional. Se llega a la
conclusión de que sobre los asuntos a los que tenemos acceso cognitivo y posibilidad de
efectuar comprobaciones empíricas únicamente estamos en situación de llegar a
conclusiones probables; mientras que sobre aquellas cuestiones tan lejanas que a lo
sumo son objeto de especulación y en las que no hay modo alguno de confirmar
cualquier conjetura, resulta en cambio que poseemos certezas incontrovertibles. De lo
único que estamos seguros es que el mundo está causalmente determinado de una forma
que nunca podremos llegar a desvelar del todo y de la que ni siquiera tendremos la plena
seguridad de haberlo conseguido en parte. Hay que conformarse con probabilidades.

La verdad no es algo que se posee, es algo que se persigue y con suerte, te posee ella ti.
Este es el pensamiento científico de los siglos XIX y XX.

En filosofía hay un problema después de la idea de certeza de Kant, por lo que se hace
la llamada “vuelta a Kant” y podemos distinguir tres líneas de actuación no mutuamente

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excluyentes:

1. La primera consiste en soltar lastre teórico declarando que son insolubles tales o
cuales problemas de la tradición filosófica. En otras palabras: que su misma
formulación es ilegítima o bien que no hay modo de resolverlos con el grado de certeza
que en cada caso se exige a una ciencia digna de tal nombre.

2. La segunda se resume en la consigna: “que conozcan ellos”, ya que el cometido del


filósofo es diferente: reflexionar, añadir algún aditivo insustancial pero maravilloso al
producto que los fabricantes del saber positivo no acaban de empaquetar.

3. La tercera variante intenta más bien seguir el ejemplo de las disciplinas que
abandonaron el alma mater filosófica para poner a punto algún nuevo método riguroso y
específico, conquistar credibilidad “científica” y recortar horizontes de la filosofía
anterior.

El futuro de la filosofía quedó al margen debido a las ciencias positivas. La filosofía


intentó convertirse en ciencia estricta, pero la verdad es que esto sólo pueden serlo las
matemáticas y la lógica. El papel de la filosofía quedó relegado a asuntos menores,
siendo las ciencias positivas las grandes beneficiadas. Borges, por su parte, dijo que la
metafísica debería ser una rama de la literatura fantástica, no buscando la verdad, sino el
asombro.

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Capítulo 2. Entre el caos y el cosmos: la invención del azar.


El caos es algo inhabitable, un estado inicial de una transformación que convirtió el
mundo en un hogar adecuado para el hombre. Caos equivale a desorden, a falta de
previsibilidad y armonía. El caos puede ser más aparente que real. Lo que para un
visitante es puro caos, para el habitante de éste era civilizado “a su manera”. Para
encajar en un medio vital debe conocerlo.

Cabe entender lo caótico de un modo intrínseco, como lo en sí mismo caótico,


desordenado e inconstante, o bien referido al conocimiento que se puede alcanzar de él.
Hay una segunda acepción que es lo confuso e imprevisible. Del caos cabe hacer
historia pero no teoría ya que no hay nada que lo unifique.

Si relacionamos el concepto de caos con el hombre, resulta caótico lo que este es


incapaz de conocer hasta el punto de conseguir controlarlo o al menos adaptarse a él. En
este sentido el universo primitivo, aunque en sí mismo no fuera caótico, de alguna
manera lo habría sido para el hombre, puesto que era incompatible con todo aquello que
la vida humana requiere como condición imprescindible.

Las posibilidades de integración del hombre en un entorno dado son sin duda amplias,
pero limitadas. Las limitaciones provienen de nuestra índole material. Si algo se puede
asegurar a priori de un mundo poblado por seres parecidos a nosotros es que no será un
caos.

Los griegos denominaros cosmos al sabio y previsor ordenamiento de al menos esta

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parte del universo, y para ellos el primer enigma de la física consistía precisamente en
explicar cómo había surgido el estado de cosmos a partir del caos. Veían el universo
como un gran animal y no como una gigantesca acumulación de piezas inertes, y por
eso debieron pensar que lo cósmico es un estado ulterior cuyo surgimiento conviene
explicar. Para ello usaban el mito y las cosmovisiones filosóficas.

Por otro lado, es en este tránsito del caos al cosmos donde aparece el problema de la
relación del mundo con Dios. Se presenta a lo divino como instancias mediadoras entre
el hombre y la Naturaleza. Todos los dioses son sobrehumanos pero no sobrenaturales,
ya que son los encargados de manipular la materia que no habían creado y a
ingeniárselas para lograr sus fines con unas leyes que tampoco habían promulgado.

En el paso del mito al logos, el papel de Dios es el de una instancia natural. En este
primer estadio no se concibe apenas la trascendencia divina, sino que se ve en Dios o en
los dioses una potencia cósmica que “civiliza” el universo, introduciendo en él
principios de unidad. Llegará un momento en que nada esté fuera de su sitio si nos
dedicamos a ordenar y ordenar. A partir de ahí la contingencia quedará trocada en
necesidad, una necesidad al mismo tiempo física y metafísica que se traduce en la doble
tesis del determinismo físico y el fatalismo teológico. Tanto la relación Dios-naturaleza
como la relación hombre-Dios solo pueden ser como son; el hombre ha de resignar en
Dios su identidad y la naturaleza misma queda “vampirizada” por una absorbente
dependencia que la penetra hasta lo más hondo. Así se alcanza el panteísmo, un

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panteísmo que niega a los seres mundanos la posibilidad de ser ellos mismos, debido a
la avasalladora urgencia de volverse aspectos o dimensiones de Dios. Los estoicos
tratan por todos los medios liberar al hombre de las cadenas del determinismo físico
para devolverle la libertad, es decir, aquello que cualquier concepción panteísta o
materialista le niega. Para ello deciden recaotizar la naturaliza, limitar la proporción de
necesidad en el entorno físico y metafísico. No niegan que el mundo sea cosmos, sino
que hacen del orden reinante un producto del azar. Gracias al caos se dan muchas cosas
en el mundo y no sólo una.

Resumiendo. Tomando como base del análisis el doble eje representado por la polaridad
Dios-hombre y la oposición cosmos-caos, el rumbo seguido por el pensamiento antiguo
se basa en el sometimiento de todos los factores en juego a lo físico: lo divino no escapa
a las fronteras del universo y sirve para transformar el caos en cosmos, preparando así el
advenimiento del hombre. En la medida en que no se llevan los presupuesto de este
esquema explicativo a sus últimas consecuencias, se logran resultados tan estimables
como los obtenidos por Platón o Aristóteles; pero los autores que los aplican con mayor
radicalidad llegan con los estoicos a un mundo que es puro cosmos, y por lo tanto más
divino que humano; o bien como los epicúreos, a un mundo que sólo sabe separarse de
Dios marginándolo, sin que nada explique la parte que hay en él de orden y unidad.

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
La palabra azar ha conocido un destino singular. En un principio designaba un aspecto
marginal del ser y provisional del conocer. Sin embargo, con el tiempo ha ido escalando
posiciones y en la actualidad muchos le otorgan protagonismo tanto en lo ontológico
como en lo gnoseológico.

Hay muchos convencidos de que la vida y el universo están regidos por el azar. Los
partidarios del azar le otorgan una función en el curso del universo análoga a la que las
especies tienen en la comida. Lo tienen en gran estima, pero no consideran que su
presencia deba desbordar las proporciones de un condimento. En la realidad el número
de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras. El azar
infinito solo puede significar infinitos eslabones sueltos que no hay modo de engarzar.

El primer punto a considerar es si nuestro concepto debe ser abordado desde la óptica
del ser o la del devenir. Desde el punto de vista del ser lo único que no tiene nada que
ver con el azar es una existencia necesaria. Si se asume la premisa de que dentro del
horizonte cósmico cualquier cosa podría haber sido de otro modo, todas ellas serían
casuales. Muchas doctrinas filosóficas y más tarde numerosas teorías científicas se han
empeñado en negar o al menos limitar la proporción de azar mediante el procedimiento
de encontrar una necesidad oculta en lo que a primera vista carece de ella. A tal fin lo
más habitual es estudiar cómo ha llegado a ser, lo que nos lleva a la perspectiva del
devenir. Cabe ensayar otra vía: buscar en lo dado raíces profundas que lo conecten con
una realidad inconmovible. Para concretar esta posibilidad es útil considerar cómo se
plantea el problema en el ámbito matemático. Un conjunto de cifras entre las que a
primera vista no hay ninguna relación de orden o simetría, puede no obstante expresar
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una necesidad inalterable. Si no hubiera a priori ninguna razón para dar una respuesta
mejor que otra, se trataría de una cuestión puramente fáctica, azarosa.

La perspectiva del devenir ofrece posibilidades menos especulativas de considerar el


asunto. Los entes inmersos en el tiempo tienen una historia que proporciona el marco
idóneo para preguntarse por qué han llegado a ser de un cierto modo y no de otro. De no
haber leyes o causas determinantes de su génesis, serían hijos del azar en el sentido más
pleno del concepto. Absolutamente azaroso es, por tanto, lo que no tiene dentro o fuera
de sí ninguna razón o principio para ser mejor que para no ser. Esta versión del azar está
en conflicto con el principio de razón suficiente. Admiten que en el ámbito espacio-
temporal nada posee necesidad interna, pero sostienen que todo depende de un principio
extrínseco (causa o ley) que lo convierte en necesario. Tanto las leyes como las causas
establecen conexiones, tienden puentes entre los acontecimientos mundanos,
impidiendo que queden clausurados en sí mismos. El caso concreto y la dificultad para
conectarlo con otros es lo que proporciona crédito a la noción de azar, cuya
supervivencia depende del fracaso de los intentos para integrar los eventos en un todo
único. Lo azaroso tiene una componente dialéctica porque afirma y a la vez niega la
pertenencia del elemento al conjunto: aparece dentro de un contexto, pero sin auténtico
parentesco profundo con él. Está y no está, se da con otras cosas, pero no depende de
ellas. La paradoja del azar es que afirma una especie de “solipsismo colectivo”: una
comunidad de seres que nada tienen que ver entre sí salvo la mera relación de
coexistencia o de sucesión.

Los elementos que configuran su anatomía son en primer lugar el factum de la

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existencia de un determinado ente, en segundo lugar lo infundado de tal existencia
debido, en tercer lugar, a la contingencia intrínseca de la misma y, en cuarto lugar, la
pertenencia a un conjunto de entes con respecto a los cuales, en quinto lugar, hay
desconexión causal y legal. Según esto, algo es azaroso cuando su existencia es un
hecho desnudo carente de necesidad interna y externa.

Encontrar la causa de un determinado suceso no basta para que éste deje de ser azaroso
y se convierta en necesario, ya que cabe pensar que la causa de este suceso sea
contingente. Hay que comprobar si al final de la cadena hay una primera causa
necesaria. No es lo mismo que algo sea puramente azaroso, a que lo sea por la índole
casual del conjunto de entes al que se encuentra ligado por lazos necesarios. La
impresión es que el tamaño del conjunto y la contingencia de las partes están en
proporción inversa.

El principal problema que plantean las versiones ontológicas del azar es que su
aplicación presupone un conocimiento perfecto tanto del ente estudiado como del tejido
de relaciones que lo envuelve. De hecho nunca es factible alcanzarlo y lo usual es
reformular el concepto en término gnoseológicos. La necesidad queda reemplazada por
el conocimiento infalible, y la contingencia por la incertidumbre.

Casi todas las cuestiones relacionadas con el azar se plantean en el horizonte del mundo
sensible, sobre el cual tenemos que contentarnos siempre con un conocimiento

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imperfecto, que a lo sumo contempla conclusiones muy probables o incertidumbres


pequeñas. La ciencia moderna solo fue posible cuando sus creadores aprendieron a
sobrellevar esta limitación (siempre hay algo de azaroso en el saber acerca de las cosas
del universo): Descartes apela abiertamente a conjeturas en su tratamiento de la
sustancia extensa y Newton no duda en formular proposiciones universales basadas en
inducciones empíricas. Hay consenso entre antiguos y modernos en que hay azar en el
objeto del conocimiento. Puesto que en el plano del saber azar equivale a imperfección,
en el plano del ser también se da la misma equivalencia y por tanto hay que excluir que
el azar de algo real, ya que nuestro conocimiento humano puede ser falible, pero no la
realidad.

El azar e indeterminismo no son lo mismo. El azar ontológico se opone al determinismo


físico, biológico, etc., pero no está en contra del determinismo ontológico, ya que sus
partidarios emplean como una fuente la determinación más, que podría llamarse
“determinación fáctica”. La declinación que Epicuro introdujo en el movimiento de los
átomos carece de virtualidades positivas: es un “no” a la pretensión de que todo depende
de la voluntad de los dioses o la ciega mecánica corpórea.

Capítulo 3. Auge y declive de las causas.


Hechos, Procesos y cosas.

Para averiguar algo acerca del mundo, no debemos buscar una puerta de acceso a éste,
sino una puerta de salida hacia algún tipo de ámbito extracósmico para librarnos de toda

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mundaneidad y convertirnos en agestes cognoscitivos. Hay que olvidar nuestra
condición mundana hasta cierto límite para no olvidar los pocos datos que tenemos
acerca del objeto de estudio. La experiencia (la sensible) y la razón (lógica y
matemática) son las únicas herramientas de científicos y filósofos.

Ser y devenir son dos rasgos que definen este universo, compuesto de hechos que pasan
y de cosas que son. Intentamos explicar estos hechos y cosas de forma razonable y de
forma fundamentada. ¿Son irreductibles? Los hechos parecen estar más a merced del
tiempo que las cosas. Son cosas que ocurren. Aunque los hechos ocurren, la coseidad es
un síntoma de que en el hecho no todo es pasar. Después tenemos las cosas que son (y
fueron y serán). Al parecer, ningún objeto queda inalterable a lo largo del tiempo
(excepto el protón).

La distinción entre hechos y cosas se difumina. No hay hechos absolutamente


instantáneos y tampoco hay cosas eternas. Tenemos que responder al por qué de las
cosas y los hechos. Aristóteles decía que todo conocimiento es un conocimiento de
causas. La causa es la llave del secreto que intentamos descifrar. Averiguada la causa,
las respuestas buscadas estarán a nuestro alcance sin mayor dificultad. Científicos y
filósofos no se han puesto de acuerdo sobre el concepto de causa, proponiendo
alternativas a ésta, como por ejemplo, la ley natural.

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El problema básico aquí es la determinación y sus categorías. Los hechos y las cosas
constituyen la diversidad. Hechos y cosas difieren entre sí y también de un modo
intrínseco. La mente humana reúne espontáneamente bajo percepciones y conceptos lo
múltiple de la intuición, en una dinámica que constituye el centro de la reflexión
kantiana. Todos los elementos que se integran en las unidades sintéticas forjadas por la
mente poseen en sí mismos una identidad perfectamente definida: son rasgos completos,
definitivos, terminados. Sin embargo, las unidades sintéticas de percepción y
conceptuación no lo están.

El problema de la determinación

Muchos piensan que las cosas mismas existen independientemente de nuestro


deficitario modo de sentirlas, y que son concretas, individuales y dueñas de una
identidad perfectamente definida, siempre podríamos haberlas percibido con mayor
fidelidad y conceptuado con mayor detalle. Es decir, las cosas y los hechos están
determinados. Por tanto, la incompletitud se refiere al conocimiento, no a la realidad
misma de las cosas que tiene existencia propia definida. El argumento de los que
piensan esto es el siguiente: si las cosas que son ahora no acaban de ser de un modo u
otro en alguno de los aspectos o dimensiones que les concierne, seguirían siendo
incompletas por los siglos de los siglos, en contra de la unánime e invariable
constatación de que el pasado no tiene vuelta atrás.

En el tiempo tenemos el futuro, el cual podemos considerar abierto porque aún no ha


transcurrido, por lo que está a medio hacer; pero en el momento mismo en que pasa a

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través del umbral del ahora adquiere todas las especificaciones que lo caracterizarán
para siempre. El discurrir del tiempo se resume simplemente en esa progresiva
terminación o acabamiento de las cosas y los acontecimientos, que pertenecen al futuro
en tanto se gestan y al pasado en cuanto han sufrido la transformación alquímica que el
presente introduce en sus contenidos.

La mejor forma de examinar el futuro es esperar a que deje de serlo para así poder
examinarlo con calma. Saber el futuro corresponde a “Dios”, que conoce las claves que
lo determina. Dios conoce las causas (o leyes) que constituyen tales claves. La
determinación se convierte así en pre-(de)-terminación, donde el prefijo (pre) constituye
una adición cognitiva a un asunto más bien ontológico. Son las cosas y las ocurrencias
las que están determinadas en sí mismas, pero sólo cuando son y ocurren. Pero si estas
determinaciones son conocidas de antemano, se puede decir que son pre-vistas por el
sujeto cognoscente (el cual está inmerso en el tiempo). Por tanto, la predicción científica
depende de la existencia de vinculaciones ontológicas que cabalgan sobre el tiempo, y
en virtud de las cuales se colige lo que este va a deparar.

Presentir el futuro presenta cierta semejanza con adivinar algo de lo que hay hacia la
derecha, izquierda, arriba, abajo, delante o detrás de donde uno está. Es una
consecuencia en ambos casos del hecho de que hay un orden y una conexión entre las
partes que integran el universo, conexión que afecta tanto al espacio como al tiempo.

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Las categorías de determinación

Un mundo conexo consiste en que se le apliquen a él categorías de determinación que


permiten aflorar a nivel cognitivo conexiones reales que de otro modo permanecerían
ocultas. Hay tres tipos de categorías:

1. Categorías espaciales de determinación.

2. Categorías temporales de determinación.

3. Categorías mixtas de determinación.

Mantener estas categorías supone un problema debido a que espacio y tiempo están
entrelazados. Sin embargo, encontramos que la simetría corresponde a la categoría
espacial. Lo espacial está relacionado con la geometría y el espacio.

Al final se trata de reencontrar lo uno en lo múltiple, lo permanente en lo variable, lo


idéntico en lo diverso. Cualquier noción que sirva para apoyar el expediente servirá
como categoría de determinación. De todas las categorías, la más problemática es la de
causa, que ya en la Edad Moderna intentó sustituirse por la idea de ley.

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Determinismo e hiperdeterminismo

Tradicionalmente se definía determinismo como la doctrina que afirma que el estado del
universo en un momento dado contiene implícitamente el estado que tendrá o tuvo en
todos los demás. La relatividad reformuló esta idea al demostrar que no tiene sentido
hablar en absoluto de estado instantáneo del cosmos: no hay ahoras universales, ya que
cada sistema de referencia define de un modo diferente el conjunto de sucesos que en
cada instante resultan simultáneos (dos acontecimientos distantes que para un
observador ocurren a la vez, son sucesivos para otro observador que se mueva con
respecto al primero). Se debe a Laplace la formulación del determinismo clásico
(determinismo laplaciano).

El estado del universo pasado es la causa del estado del universo presente, y éste, a su
vez, es la causa del estado del universo futuro. Si hubiese una inteligencia que pudiese
ver todos estos grandes cambios, que pudiese someter a análisis desde los grandes
cuerpos del universo a los más pequeños, pasado y futuro sería presente ante sus ojos.

El determinismo laplaciano en todas sus versiones afecta exclusivamente a la dimensión


temporal. El determinismo reduce la diversidad del cosmos en una proporción
equiparable a la que existe entre la totalidad del tiempo y un instante. El determinismo
al uso priva al mundo de una de sus dimensiones, la temporal. Si eliminamos esta
dimensión, tendríamos un mundo en el que el volumen sería una consecuencia necesaria
de un mecanismo de determinación extraño a él.

Las dimensiones de lo real


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El determinismo atemporal y el hiperdeterminismo aespacial (proximidad con el Ser de


Parménides) llevan a sus últimas consecuencias la reducción de lo cualitativo y lo
cuantitativo que caracteriza a la ciencia natural desde sus albores. Cuando aceptamos
una cualidad como irreductible, lo que hacemos es reconocerla como dimensión en la
que los objetos que la poseen se sitúan ocupando distintas posiciones en una escala más
o menos amplia, continua o discontinua, según los casos. Pero cuando decimos que tal
cualidad no es más que una cuantificación particular de otra, nos ahorramos la
dimensión correspondiente, subsumiendo la primera cualidad en la segunda.
Encontramos, pues, que hay dimensiones supeditadas a otras.

Limitarlas simplifica el trabajo de la razón, quedando así un mundo sin recovecos donde
nada extraño pueda “esconderse”. Desde una perspectiva histórica, la ciencia moderna
aparece como un programa reduccionista que tiende compendiar todas las cualidades en
dos: figura y movimiento. La primera es de índole exclusivamente espacial, mientras
que la segunda supone una síntesis espacio-temporal, de manera que no parece posible
prescindir del espacio y el tiempo ni de sus dimensiones en cualquier imagen coherente
que ofrezcamos de la naturaleza.

Las categorías de determinación son imprescindibles para conectar los elementos


dispersos que tanto desde un punto de vista ontológico como gnoseológico integran el
mundo, aunque llevadas a su extremo conducen a aporías que en su momento
tendremos que intentar resolver.

Las cuatro causas

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En Aristóteles encontramos cuatro causas:

1. La causa material (el bronce de la estatua).


2. La causa formal (la forma de la estatua).
3. La causa eficiente (el escultor).
4. La causa final (adornar un templo).

Existen cuatro formas de responder a la pregunta por la causa, y por eso Aristóteles
advierte que puede haber varias causas de la misma cosa; pero todas ellas satisfacen el
requerimiento del que inquiere. Por otro lado, no se trata de acepciones inconexas,
puesto que la causa formal tiene una clara preeminencia, hasta el punto de que la causa
final y en alguna medida también la causa eficiente se subordinan y se identifican
parcialmente con ella. Esto nos coloca en una dualidad en lo que respecta a las causas
que en último término coincide con la existente entre materia y forma (principios
explicativos de la sustancia en la ontología aristotélica).

La causa formal se refiere a la determinación existencial intrínseca decisiva de aquello


que consideramos su efecto: la forma sustancial cuando es una sustancia, la forma
accidental pertinente si se trata de un accidente, y la secuencia clave de la
transformación cuando estudiamos la causa de un proceso. Las causas aristotélicas
apuntan a todos los aspectos determinantes de la realidad. Los entes pueden ser

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considerados como preferencia desde la óptica del ser (como cosas) o desde la del
devenir (como eventos).

La ascensión de la causa eficiente

La causa es la clave de toda ciencia, por lo que es necesario definirla sin polisemias para
saber qué buscamos en la investigación científica. La ciencia aparece como saber
razonado, por lo que se confunde cusa y razón. La causa está situada en el orden
ontológico, mientras que la razón no tiene esa connotación realista. La causa tiene
consistencia objetiva, una entidad que transciende al uso cognitivo que se hace de ella.

La búsqueda de relaciones causales define la pretensión capital del hombre de ciencia,


pero no está dentro de su competencia establecer los límites de esa búsqueda. Si no
existieran otras categorías de determinación habría que decir que existen varias
posibilidades de llegar el concepto de causa más allá de los predios de la física, según
resulte que:

 Haya, en efecto, una sola e ininterrumpida cadena infinita de causas.


 Existan varias de ellas descoordinadas entre sí.
 Las cadenas causales se interrumpan, habiendo un número indeterminado de
comienzo y finales absolutos.
 Se pueda prolongar la doctrina causal más allá de la física mediante la distinción
entre segunda (física) y causa primera (metafísica).
Volviendo a la evolución histórica de la noción de causa, la ciencia y el pensamiento

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moderno han preferido subrayar la distinción entre la acción y el efecto causal, de
manera que ha primado la causalidad eficiente frente a la meterio-formal. Superar el
sustancialismo equivale por tanto a abandonar tanto la causa material como la formal y
retener únicamente la causa eficiente.

La reducción de las cuatro causas a la eficiente obedeció también a una circunstancia


más coyuntural. Los primero siglos de la modernidad coinciden con el auge del
mecanicismo, concepción que convierte los desplazamientos de la materia en raíz y
fundamentos de todas las transformaciones naturales. La causa eficiente, definida por
Aristóteles como principio del movimiento, se prestaba a ser interpretada en clave
mecanicista y, por tanto, a ser vista como condición necesaria y suficiente de cualquier
desplazamiento local. Si los cuerpos son inertes, no son capaces de generar su propio
movimiento y dependen para ello de un agente exterior (un motor). Pronto se acordó
que el efecto del motor no esa tanto el movimiento (la velocidad) como el cambio de
movimiento (la aceleración); pero hecha esta salvedad de causa eficiente no solo se
mantuvo, sino que llegó a monopolizar la causación: todos los cambios ocurridos en el
mundo se resolvían al final en los cambios de posición de sus partes, y estos cambios
obedecían a la acción de sus causas eficientes (las fuerzas), aplicadas siempre desde el
exterior a los cuerpos movidos. Por consiguiente, el agente dinámico no solo es
responsable del movimiento, sino de todas las formas constitutivas de los cuerpos
compuestos.

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De acuerdo con este punto de vista, se acepta que mientras estuvo vigente el
mecanicismo se produjo un eclipse de las causas finales y una reabsorción de la noción
y funciones de la causa formal por parte de la causa eficiente y de la causa material, de
la que ya no se habla, pero que sigue siendo reconocible bajo otros nombres.

La crisis de la causa eficiente


Para que una sustancia material actúe sobre otra, ya sea para impulsarla o para frenarla,
tiene que establecerse entre ambas una suerte de comunidad ontológica que amenaza la
nítida definición de su independencia, exigida por la concepción racionalista de la
sustancia. La dificultad radica en explicar la transmisión del impulso desde el motor
hasta el móvil. La causación eficiente o bien compromete la sustancialidad de los
términos que enlaza (motor y móvil), o bien se “sustancializa” ella misma, apareciendo
entonces la amenaza de un proceso infinito de nuevas “sustancias” intermedias. Se
propusieron tres soluciones al problema: influjo físico, ocasionalismo y armonía
preestablecida, pero ninguno de ellos sirvió.

Descartes admite el influjo físico entre sustancias materiales. Cuando se trata de


sustancias heterogéneas (como la sustancia extensa y la pensante) la virtualidad de una
transmisión eficaz de influjos entre una y otra es mucho menos clara. Sustancia y
causalidad han entrado en conflicto y para salir de la situación unos preferirán
prescindir de las sustancias y otros de las causas.
Si prescindimos de las cuatro causas aristotélicas, el mundo se diluirá en sustancias

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
dispersas e incomunicadas. Las causas ocasionales intentan solucionar esto, colmando
el vacío dejado por aquellas. Este concepto pretende que la doctrina de la causalidad no
se pueda salvar en el ámbito espacio-temporal, ya que el concepto de sustancia creada
implica la completa independencia de cada una de ellas con respecto a todas las demás.
No obstante, se trata de substancias creadas y la creación no hay que entenderla como
un evento único que tuvo lugar al principio de todo, sino como un proceso que se
renueva a cada instante con una oportuna recreación. Es como si las sustancias finitas
actuaran unas sobre otras, pero en realidad lo único que hacen es poner en bandeja que
la causalidad primera (metafísica) se ejerza de un modo que salva la coordinación de las
sustancias y consigue que formen un universo, en lugar de dispersarse en individuos
únicos encerrados en su monorrelación de dependencia con el Creador.

Malebranche dirá que Dios no comunica su potencia a las criaturas, que solo las une
otorgándoles causas ocasionales de los efectos de él mismo. Se hablaría entonces de una
causalidad transcendental, que desborda el ámbito de aplicación de la causalidad
aristotélica y también la que contemplan los científicos. Por otra parte, Leibniz no estará
de acuerdo con esto, ya que esto sería igual que hablar de un milagro perpetuo.

La restauración leibniziana de las causas formales


Leibniz rechaza las causas ocasionales y las eficientes. Restaura las formales. Las
monadas de Leibniz lo único que pueden hacer es la correspondencia formal que

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denomina armonía preestablecida. Muchos creen que más allá sólo está el mundo
teológico, mientras que hay científicos que creen que podría haber partículas de las
cuales surgieron el espacio-tiempo. Lo que Leibniz hizo fue, pues, una protofísica o
metafísica del cosmos. Leibniz, para orientarse en su ontología, usa la teoría de las
funciones matemáticas.

El ocaso de las causas


La carga especulativa que tenían las causas era demasiada, por lo que Hume llegó a
decir, entre otros, que finalmente no se podía decir que una causa fuese la causa de otra,
ya que nuestros instrumentos son los fenómenos sensibles. Esto no es aplicable a las
causas ocasionales, que se mueven en el plano de lo aparente.

El concepto de causa en el pensamiento contemporáneo


Kant quiere desontologizar el concepto de causa para que sea únicamente una noción de
alcance única y exclusivamente epistémica. Las causas sólo son aplicables a los objetos
de la experiencia, ya que un fenómeno precedente puede ser enlazado con el siguiente
según la regla de los juicios hipotéticos. Kant escinde el ser y el conocer en lo tocante a
la causa.

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
A la búsqueda de una definición precisa de causa
Bunge intenta redefinir la palabra “causa”, pero no será una buena definición debido a
que quiere darnos “su” definición. Aristóteles nos dio varias definiciones de causa que
se mantuvieron siglos debido a que nos dio las definiciones que usaban los griegos por
aquel entonces. Bunge se limita a decir lo siguiente: Si ocurre C (causa), entonces (y
sólo entonces) -> E (efecto) siempre es producido por él.

Unisemia y plurisemia
En la Enciclopedia, causa se denominaba así: “La causa es todo aquello por cuya
eficacia una cosa es, y el efecto, todo lo que es por la eficacia de una causa”. Nos
encontramos pues, con tres términos y tres semánticas diferentes, a las que llamaremos
causa aristotélica, causa enciclopédica y causa bungiana.

Ociosidad de una noción de causa artificialmente precisa


Bunge sólo se queda con la causa eficiente de Aristóteles, siendo esta muy cercana a la
formal, ya que la eficiente es la encargada de educir nuevas formas desde el exterior de
la sustancia considerada. La referencia decisiva es ahora la determinación, a la que
Bunge otorga la misma función que en Aristóteles tenía la forma. Causa es entonces
algo así como una fuente extrínseca de determinación.

Hacia la recuperación de una ontología de la causa


Componentes de la causa: condicionalidad, univocidad, dependencia unilateral del
efecto con respecto a la causa, invariabilidad de la conexión y productividad o
naturaleza genética del vínculo.
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Epistemología del riesgo: la presunción de que hay entidades objetivas tras las
intuiciones sensibles y conexiones genéticas entre ellas no es más problemática que la
que solo admite un simple juego de representaciones.
(¡LEER CAPÍTULO DEL LIBRO EN CASO DE INTERÉS!)

Causalismo y naturalismo
El universo que describe Bunge es un dominio repleto de excepciones, agujeros y
lagunas, donde la formulación de las leyes requiere siempre un grado importante de
idealización, en el que las causas nunca son entidades concretas, sino clases abstractas.
Es un universo que otorga una base real para el azar y la libertad. Sin embargo, excluye
las intervenciones divinas. Pretende excluir la causa trascendente en beneficio de la
causa inmanente. Bunge afirma que el universo es infinito, pero no lo identifica con
Dios. La regresión causal acaba en el universo, pero tampoco es una Primera Causa.

Elementos de la relación causal


Uso de la palabra causa: El sujeto de la acción causal (causa sin más) y el objeto de la
acción causal (efecto). Causa designa el primer término de la relación como la relación
mismo o, si se quiere, la acción de causar y quien la ejerce. El término correlativo, el
efecto, encierra asimismo cierta equivocidad, porque a veces apunta a lo que
directamente ha resultado de la acción causal y otras la detenta o sobre quien recae, esto
es, el sujeto pasivo de la causación. Aceptamos que la causalidad es, en efecto, una
relación que se establece entre dos términos que denominaremos “sujeto activo” y
“sujeto pasivo” de la “acción causal”.

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La relación causal tiende a sustantivarse, por lo que hay que desdoblarla en dos polos
(causa/efecto), cada uno de los cuales contempla el vínculo desde el punto de vista de
uno de sus términos. Tenemos, pues: Sujeto agente – acción causal – efecto – sujeto
paciente.

La palabra causa se refiere en primer lugar a la acción causal, aunque por extensión y
con suma facilidad, también al sujeto agente. Análogamente, “efecto” puede designar no
solo lo que ha sido directamente producido por la acción de la causa del efecto, sino el
sujeto afectado, el sujeto paciente.

Causa material (potencia)  Sujeto paciente (posibilidades de crear varios efectos)


Causa eficiente  sujeto agente.
Causa formal (acabamiento)  acción causal (el efecto causado que está terminado) y
efecto (aunque el efecto se identifica también con la causa final en cuanto anticipado y
querido por el agente).

Capítulo 4. Irrupción de las leyes


Causas y leyes

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La ley natural puede referirse tanto a cosas como a procesos. La universalidad, o por lo
menos la generalidad, forman parte de la idea de ley natural, que pertenece por tanto al
ámbito de las abstracciones, y no al de los seres individuales.

Las causas, por su parte, son concebibles como realidad concretas y también como
nociones genéricas. La ciencia moderna ha hecho de la ley el instrumento básico de su
trabajo por tres motivos fundamentales:

1. porque es un concepto mucho menos ambiguo que el de causa.

2. porque a pesar de ello sigue siendo muy versátil.

3. porque, muy especialmente, ha encontrado a través de las matemáticas la manera de


ser expresado con toda la precisión requerida e incorporando en razonamientos
demostrativos convincentes.

La estructura matemática de las leyes naturales

Para formular matemáticamente una ley, ésta ha de contener magnitudes cuantificables


mediante procesos físicos de medición. Matemáticamente, la ley natural se expresa por
lo regular como ecuación que determina el resultado numérico de una serie de
operaciones.

Las leyes y las cuatro causas

Todas las leyes naturales, y especialmente las expresadas matemáticamente, tienen un

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carácter formal: aíslan una forma del ser o devenir mundanos, forma que comparten
todos los objetos o procesos que están sometidos a ellas. Se dice que la causa formal
concierne prioritariamente a algo que transciende lo sensible, no es cuantificable y
determina la actualidad última o esencia de las cosas. Este criterio introduce una
distinción de dos niveles: el ontológico, al que se adscribiría la causa formal, y el
fenoménico, en el que estarían confinadas las leyes físico-matemáticas.

Las leyes naturales han sido ideadas y se utilizan en función de evidencias sensibles
cuidadosamente registradas; en ellas prima la búsqueda de una unidad concreta y
efectiva de la experiencia, aunque no sea completa y definitiva.

El metafísico, en cambio, parte del extremo opuesto y, con conceptos tales como el de
esencia o forma sustancial, postula el principio último del despliegue de las
determinaciones de los entes, aun cuando no consiga explicar las cantidades y calidades
específicas que captamos a simple vista. Ley natural y causa formal tienden a un mismo
fin pero con perspectivas diferentes.

La ley, la estabilidad y el cambio

Las ecuaciones matemáticas son parcelas fijas dentro de un mundo cambiante, son
retazos de ser en el inmenso océano del devenir. Forma significa determinación actual.

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Las leyes que se expresan por medio de ecuaciones matemáticas sueles referirse más
que a formas de ser a formas de devenir. Nos dicen cómo cambian las cosas y no cómo
son en definitiva.

La ley, lo fenoménico y lo nouménico

(No se saca nada en claro)

Límites de las determinaciones causal y legal

Las causas tienen un alcance más restringido que las leyes. La cuestión de la
determinación y la necesidad tiene que ver con la búsqueda de la unidad, en primera
instancia en el plano ideal y, subsidiariamente, en el real. Como tal unidad es
impensable, no tienen sentido y resultan autocontradictorios tanto el determinismo
como el necesitarismo. Solo en lo uno se da la necesidad y la determinación perfectas.
Solo si nuestro pensamiento fuese absoluto, cabría plantearse otra alternativa. Se
impone, pues, pensar los límites de la determinación y, por tanto, los límites de las
nociones de causa y ley.

Los metafísicos han tratado de flexibilizar el concepto de causa para hacerlo compatible
con la dosis de contingencia que descubrimos a partir de nosotros mismos. Por eso
forjaron la idea de una causa trascendental que, yendo más allá del orden de las
categorías, quedaría al margen del ciego necesitarismo de una causalidad absoluta
ocupando sin fisuras el espacio y el tiempo. En cuanto al concepto de ley, veremos que
es posible encontrar fórmulas y expresiones que propician legalidades abiertas, algo así

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como la determinación de la indeterminación, la unidad de lo esencialmente diverso.

Capítulo 5. Matemáticas y mundo real


Lo matemático y causa formal

Galileo sostenía que el universo estaba escrito en lenguaje matemático, y que había que
aprender matemáticas para descifrarlo. Koyré: “el matematismo en física es platonismo;
también el advenimiento de la ciencia clásica es un retorno a Platón”. Cuanto más
avancemos en matemáticas, mejor comprensión del Mundo tendremos.

Lo cuantitativo y lo cualitativo

Muchos creen que usar matemáticas en un estudio teórico es un error, ya que sólo nos
permitiría ver una parte de la realidad. Peirce: “La matemática es la ciencia de la
formación de conclusiones necesarias”, lo que equivale a definirla más por su forma que
por su contenido. Al principio, la matemática habría designado un saber universal y
comunicable; luego se vio que sólo alcanzaba a entidades como los número y figuras
geométricas, elementos primordiales del reino de lo cuantitativo, y mucho más tarde se
habría llegado a la conclusión de que hay otras cosas que admiten un tratamiento
parecido, hasta llegar de nuevo a la indefinición inicial en lo que se refiere a la

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materialidad de su objeto (de la matemática). La matemática funciona también


cualitativamente, y prueba de ello es la topología.

La visión cuantitativa del mundo no es buena o mala, sino verdadera o falsa. El


reduccionismo matematicista difiere del uso cualitativo de las matemáticas. La cantidad,
lejos de ser una propiedad particular de la categorías más tangencial de todo el orbe
ontológico, hay que considerarla como una concomitancia de casi todas las dimensiones
del ser, al menos dentro del dominio de lo que llamamos naturaleza. En cambio, cuando
la categoría que empleamos se ve privada del auxilio de una cuantificación clara, no hay
forma de introducir en ella matices para moderar la violencia de un claro-oscuro brutal
en su atribución, ni modo de descubrir y calibrar conexiones remotas.

¿Por qué es aplicable la matemática?

Por una parte la matemática es en proporción considerable la ciencia de las cantidades


pura, y la cantidad no es una categoría como las otras, sino la categoría que se
entremezcla con las restantes.

Por otro lado, la matemática aparece no solo como ciencia de la cantidad, sino como
ciencia de las relaciones formales abstractas en general. La evolución reciente de la

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disciplina tiende a presentarla de esta manera, pero ya había sido de alguna manera
anticipada por Descartes, puesto que a la hora de edificar su física no trata de aplicar la
matemática, sino que estima más provechoso imitarla.

El matematicismo cartesiano se diferencia del newtoniano, pues hace de la matemática


paradigma y no instrumento de conocimiento. Las matemáticas tienen una aplicabilidad
universal porque en el fondo están vacías de contenido. En tal caso, no es que la
naturaleza sea un libro escrito en caracteres matemáticos, sino que cualquier libro que
contenga un mensaje ajustado, independientemente de su contenido, lo está. Hardy: “Es
obvio que (el físico) intenta correlacionar el incoherente conjunto de hechos con los que
se enfrenta con un esquema ordenado de relaciones abstractas; y este tipo de esquema
solo lo puede tomar prestado de las matemáticas”.

La vía estética hacia la verdad

Cuando una ecuación parece fea, se deja de lado, ya que se asume que la belleza es un
principio en la búsqueda de resultados importantes en física teórica. No todo es
generalizar, sino buscar la belleza de los números para encontrar lo interesante en ellos.

Lo intuitivo y lo discursivo

La intuición constituye un factor esencial del pensamiento matemático. En toda teoría


particular de la naturaleza sólo puede haber tanta ciencia propiamente dicha como
matemática se encuentre en ella. La matemática es el único conocimiento que se forma
por construcción de conceptos. Kant pensaba que las matemáticas sólo servían para
intuir las percepciones a priori del mundo, es decir, el espacio y el tiempo. Más tarde,
con la muerte de Kant, esto será puesto entredicho y se planteará el uso práctico y
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formal de las matemáticas. Se critica pues, la concepción kantiana de que la intuición


sea un medio puramente a priori del conocimiento.

Matemática e infinito

Las matemáticas, según una concepción primitiva, son la ciencia del número y la
cantidad; con una visión posterior, la ciencia de la regularidad y la estructura deductiva.
Desde los griegos, las matemáticas son también la ciencia de lo infinito. La familiaridad
del matemático con el infinito hizo que le llegara a consagrar toda una rama de la
disciplina a su estudio: el análisis. El análisis trata del “infinito” matemático en sus
aspectos más diversos. Se trata, pues, de utilizar cifras infinitas mediante las derivadas
para dar lugar a un nuevo conocimiento del mundo.

Matemática y recursividad

El problema del infinito lleva a la recursividad de la conciencia. Por causa del uso del
infinito, las matemáticas tuvieron un serio deterioro del rigor y la exactitud de la
disciplina. También se reveló que la estructura de las paradojas formadas se volvió más
complicada. El problema surge de la capacidad de la mente para tomar conciencia de sí
y entablar una inacabable dialéctica sujeto-objeto: cuando pienso, pienso que pienso,
pienso que pienso que pienso… hasta el infinito.

Las matemáticas, pues, no sólo afecta a la sustancia extensa, sino también a la pensante
y a la infinita. Si el mundo es matemático quizá se deba a que las matemáticas son
humanas y a que en las matemáticas ha depositado el hombre lo mejor de su esfuerzo

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para entender el mundo.

Capítulo 6. Azar y ciencia moderna: crisis y rehabilitación


Azar y necesidad, ¿un tándem autosuficiente?

Azar y necesidad se han convertido en términos de una división dicotómica que


supuestamente recubre todo el ámbito de los acontecimientos que tienen lugar en el
universo. Todo lo que pasa en el mundo se debe a estos dos principios: todo pasa por
necesidad o por azar; o por una mezcla de ambas. Tanto la necesidad como el azar
tienen que ver con el hecho de que la realidad se compone de una gran cantidad de
cosas que son, están y suceden, desplegándose a lo largo del tiempo y a lo ancho del
espacio. El rasgo más llamativo de ese vasto conjunto es la dispersión, y tanto el azar
como la necesidad han sido concebidos para abrazarla de algún modo. Se trata de pensar
de una sola vez lo que se da fragmentariamente.

La descaotización del universo

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Cuando se afirma la necesidad, el investigador no fuerza una síntesis, la encuentra, sea


porque alguien la puso allí o porque la realidad misma del mundo tiene el poder de
restañar sus desgarrones internos. El ser humano no acepta una visión puramente
azarosa o de necesidad, preferimos una mezcla de ambas, por lo que no podemos decir
que somos hijos del azar o de la necesidad únicamente. Cabría aclarar en qué consiste lo
que llamamos azar y necesidad cuando no se dan en su estado de pureza, sino de
cohabitación con su opuesto.

Si nuestro conocimiento sobre el mundo parte de cero, la experiencia y el ejercicio de la


razón nos proporcionan poco a poco un conocimiento imperfecto, incierto. Gracias a él
nos ponemos en situación de anticipar mediante conjeturas acontecimientos futuros que
implícitamente suponemos predeterminados. Así se pone el hombre en situación de
manipular las precondiciones para que las cosas sucedan a su gusto, o al menos para
poder sacar de ellas el máximo provecho.

El esfuerzo racionalizador del mundo ha de abarcar, por consiguiente, dos niveles: el


ontológico y el gnoseológico, el del ser y el del conocer. La incertidumbre de nuestro
saber se debería tan solo a que este no abarca todas las precondiciones, y no a que las
mismas sean insuficientes para acabar de configurar la integridad de los efectos. El azar
consistiría precisamente en la incapacidad de las causas previas al hecho para
convertirlo en inevitable. La cuestión se plantea cuando preguntamos acerca del porqué
de lo determinado: ¿Por qué las cosas han sucedido así y no de otro modo, en ese
instante y no antes o después? La pregunta se refiere a un acontecimiento
arbitrariamente ubicado en el tiempo y el espacio, pero la respuesta que se espera tiene

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que referirse a algo anterior al evento en cuestión. Por eso decimos que las causas
preceden a los efectos.

Lo causal contra lo casual

El azar puro equivale a la descoordinación absoluta de todos los miembros de una serie
o conjuntos; la necesidad sin rebajas supone que dentro de una agrupación el
entrelazamiento es tan completo que ni una sola parte puede ser modificada sin cambiar
la identidad de todas las restantes. ¿Cómo un mundo donde reinaba el caos se convierte
en otro donde la necesidad es dominante (un cosmos)?

Con el concepto causa se tienden algo más que puentes hipotéticos entre términos que
ahora se convierten gracias a ellos en causas y efectos. No desaparece la dimensión
hipotética; sólo cambia su ubicación: antes se reconocía realmente una relación
meramente formal entre ciertos elementos que podrían estar causalmente desconectados
(ejemplo de las piedras); ahora se acepta hipotéticamente que hay una relación causal
real entre ellos. La causa sirve, pues, para instaurar la necesidad en el mundo y excluir o
relegar al azar. Si el mundo está determinado por cadenas causales, podemos decir que
nada en él es arbitrario, todo ocurre por necesidad.

El determinismo avanza

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Para que la noción de lo aleatorio se mantenga vigente es esencial que las cadenas que
unen causas y efectos no lleguen nunca a unificarse ni en su inicio ni en su término. La
simbiosis de azar y necesidad solo puede mantenerse en condiciones de necesidad
limitada.

En la modernidad se suplantó la noción de causa por la de ley. Galileo descubrió la ley


que gobierna el movimiento de los objetos pesados al caer. Esta fue la primera de una
larga serie de reglas concernientes al comportamiento mecánico de los cuerpos. Muchos
consideraron que las leyes expresaban de una manera depurada y transparente lo que la
palabra “causa” sugería mezclada con otras connotaciones.

Lo importante era averiguar si el conjunto de reglas que la investigación iba poniendo


de manifiesto se acoplaba en un sistema unitario y autosuficiente para determinar el
devenir cósmico en todos sus extremos. *MIRAR DEMONIO DE LAPLACE.

Se podría dejar al azar las condiciones iniciales, las posiciones y movimiento de las
primeras partículas materiales en el momento cero de la creación. A partir de ahí, todo
se habría desarrollado con arreglo a una cadena de eventos previsibles.

Residuos de lo fortuito

Al no poder determinar la unidad del tejido de relaciones necesarias, el azar siempre ha


tenido un lugar en el cosmos. Cuando se sustituyeron las causas por leyes, aún seguía
vigente el azar debido a que las leyes de la naturaleza formaban un entramado disperso
que provocaba coincidencias no reguladas por ellas. La única forma de librarse del azar

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sería hablar de una ley que se regula a sí misma, esto es, que se diese los valores
necesarios iniciales. Esto es equiparable al ser de Parménides, que no difiere de su
propia e interna necesidad. Cualquier otra cosa tendría siempre algo de gratuito que no
cuadra con la exclusión del azar.

Determinismo, infierno y paraíso

Generaciones enteras de investigadores se adhirieron a la doctrina del determinismo


universal, porque les pareció la única forma de asegurarse a priori que el mundo es
inteligible y que vale la pena esforzarse en comprenderlo. En los casos más extremos,
esta confianza daba pie a sentimientos próximos a la religión.

Aquellos hombres no dudaban en sacrificar la creencia en la libertad al descubrimiento


de dos o tres leyes más. Se negaban en redondo a aceptar la idea de que Dios rigiese
todo por azar. El azar, en efecto, es el enemigo público número uno para esta
mentalidad: implica una renuncia completamente gratuita al afán clasificatorio,
sistemático y unificador de la ciencia natural.

Grietas en el determinismo clásico

Desde mediados del siglo XVII hasta parte del XIX, reino la mecánica racional, que
obtuvo sus mejores triunfos en el campo de la astronomía solar. Se encontraban, aun así,

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con un problema. Usando la analogía del billar, si una bola toca a otra, se puede
predeterminar la dirección que llevará. Sin embargo, si una bola toda a dos a la vez, no
se sabe qué podría pasar. Por esto, cualquier situación empírica real contiene
demasiadas variables incontroladas que imposibilitan una presentación teórica limpia.
Esto hace que haya que dar por buenas medidas solo aproximadas, simplificar los
cálculos y aceptar como confirmaciones resultados que más o menos cuadran con los
pronósticos avanzados. Estas son las griegas del determinismo clásico.

La pertinaz presencia del azar

En todo calculo, se daba por sentado que todas las desviaciones se producían al azar, y
precisamente por eso eran inocuas, ya que si algo no puede discutírsele al azar, es la
exquisita neutralidad que guarda entre las opciones que se le presentan. La naturaleza
está regida por una férrea trama de causas y leyes. La ciencia nos acerca a su
desentrañamiento, precisamente porque dentro de ella solo admitimos conocimientos
seguros y, todo lo más, sucesos aleatorios que no alteran gravemente nuestros resultados
y previsiones.

Por tanto, hay que renunciar a los sueños de un conocimiento necesario y dar un lugar al
azar, a la probabilidad y la predicción meramente estadística. Junto con las leyes

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
necesarias hay también leyes del azar, responsables de la respetabilidad que este último
ha ido adquiriendo. ¿Qué leyes son estas? Las que dependen en definitiva del supuesto
de que, cuando ninguna necesidad particular está presente, no hay nada que incline, en
una población de casos semejantes, a que se realice una posibilidad mejor que otras. Es
admisible que a uno le toque la lotería una sola vez, pero, si le toca siempre, eso ya no
puede ser una simple casualidad. El azar es neutral por definición, o sea, por necesidad.

Proceso histórico de la rehabilitación del azar

PUNTO NO RELEVANTE

Azar como necesidad negativa

Eliminar por completo los márgenes de incertidumbre-azar es imposible, ya que


cualquier clasificación genérica implica una pérdida de información y en último término
habría que acabar creando un grupo aparte para cada individuo, con lo que las
generalizaciones propias de la ciencia no servirían de nada.

Ahora el azar no es la negación de la necesidad, sino que tan solo expresa la idea de una
necesidad negativa. Necesidad positiva: algo que obliga a ser de un cierto modo con
exclusión de todos los demás. Una determinación positiva implica elegir una sola
posibilidad entre una gama en principio infinita de alternativas. La necesidad negativa
anula esa discriminación: de las posibilidades abiertas en un momento dado no excluye
ninguna: todas son igualmente realizables y apetecibles, porque solo se prohíbe elegir
una posibilidad en detrimento de las demás. La necesidad positiva, por tanto, lo es por
lo que manda; la negativa, por lo que prohíbe.
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Superación de la dualidad azar/necesidad

Azar aparece al principio como afirmación de los múltiple y disperso en cuanto tal.
Necesidad alude en cambio a la existencia bajo lo diverso de una unidad que se concreta
en lazos indisolubles entre los elementos que aglutina. Son dos versiones de la misma
idea: necesidad.

¿Qué tiene que ver la vieja concepción de azar con la moderna? ¿Cuál de ellas
comprende una porción mayor de verdad? Antigua: ausencia de orden y dispersión pura.
Nueva: sólo retiene lo que se refiere al caso aislado. Necesidad y azar son caras de la
misma moneda: la necesidad negativa y positiva. Lo contrario sería la contingencia, que
apunta a algo verdaderamente diferente.

Usos del concepto moderno de azar

Las estadísticas rigen nuestras vidas, pero no podrían haberlo hecho de no contar con la
fiable y previsible asistencia del azar, que pasó de ser la bestia negra de la epistemología
racionalista a convertirse en una simpática y servicial alternativa para salvar las lagunas
del saber.

El azar se puede formular como una regla: es la regla que garantiza la permanente
presencia de desorden, la realización indiscriminada de todas las posibilidades
contempladas, sin que aparezca ninguna preferencia por alguna de ellas en particular.

El trasfondo ontológico

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
Se propone que el hombre es capaz de elevarse por encima de la necesidad natural
después de surgir como una combinación premiada en la ruleta del cosmos, lo que es
igual a proponer una nueva forma de dualismo; pero el azar no es apto para ser
convertido en principio ontológico.

La física, la biología, la sociología, pueden hablar del azar como si se tratara de algo,
pero en realidad continúan estudiando una necesidad que ya no es exclusivista y de la
que el azar no es más que un velo sombrío que oculta y evite interferencias inoportunas
de “lo otros”, de la parte restante de la realidad que escapa al ojo de la ciencia.

Si el mundo ha surgido de un azar, entonces el azar es Dios, en el caso de que su gesta


se considere una proeza, o bien el Demonio, si se interpreta más como una fechoría.
Puede que estemos cansados del universo en que vivimos, y por eso empezamos a verlo
como algo fortuito.

Capítulo 7. Discontinuidad cuántica y determinación


Causalidad y azar en la ciencia clásica

El mundo es como es, no como les gustaría que fuese a los que se encargan de estudiar
la mecánica cuántica. A pesar de que la llamemos ciencia empírica, los que la crean casi

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siempre han propuesto la experiencia a consideraciones lógicas, ontológicas e incluso


estéticas.

A finales del XIX y comienzos del XX la actitud dominando en lo que respecta a la


causalidad y azar era bastante clara. Una mayoría creía en la vigencia irrestricta del
principio causal, y confinaba al azar en un ámbito estrictamente epistemológico:
pensaban que todo está perfectamente determinado por causas físicas, aunque el
conocimiento de todas las leyes relevantes y la medición exacta de las magnitudes
involucradas fueran de hecho inalcanzables. Se aceptaban tres supuestos:

1. Más allá de las insuficiencias teóricas y prácticas del conocimiento humano, existen
vínculos objetivos entre todo lo que ocurre en el universo, de manera que en conjunto
constituye un despliegue único perfectamente trabado.

2. Que nuestras mentes son capaces de formular con propiedad el postulado del
principio causal.

3. Que los procesos de determinación objetiva de la realidad son compatibles con


aproximaciones parciales, de la mano del concepto de azar y a través del instrumento de
las leyes estadísticas.

La crisis de la conciencia causal

A principios del siglo XX la causalidad entró en crisis a favor del indeterminismo. Fue
Franz Exner el primero en plantear el problema de la causalidad, al cual se le uniría

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Schrödinger, entre otros.

El postulado causal en los creadores de la mecánica cuántica

La introducción de la hipótesis cuántica vino de la mano de Planck y Einstein, firmes


defensores del racionalismo causalista. El amigo de Einstein, Max Born, creía que había
un Dios que “jugaba a los dados”, mientras Einstein creía en la ley y la ordenación total
de un mundo que es objetivo.

Determinismo y continuidad

El necesitarismo físico afirma que todo lo que ocurre es en realidad una y la misma
cosa. En su vinculación necesaria causas y efectos se manifiestan como
fundamentalmente idénticos. A esto se le añade la ley de continuidad, porque estatuye
que entre pasado y presente, motor y móvil, antecedente y consecuente, nunca hay una
separación que permita problematizar la equivalencia de los términos, sino un gradiente
que difumina y elimina cualquier atisbo de inidentidad. La continuidad de una función
es requisito indispensable para que sea derivable, para que podamos describir con toda
exactitud su evolución por medio de cambios de valor que pueden hacerse a voluntad
más y más pequeños. La continuidad asegura la posibilidad de acercarlos hasta
disolverlos en un baño de identidad.

Causalidad y discontinuidad

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Lo anteriormente dicho nos lleva a la mecánica cuántica. La nueva doctrina dicta: la


imposibilidad de atribuir simultáneamente a los cuerpos el concepto de localización en
el espacio y el de movimiento. La localización implica la identidad del objeto consigo
mismo; el movimiento, la ruptura de dicha identidad mediante un cambio de atribución
(ocupar otro lugar). La única posibilidad de restaurar el sentido clásico de causalidad es
postular la existencia de procesos físicos subcuánticos.

Si en la naturaleza hay discontinuidades irresolubles, no es lícito aplicar un sentido del


principio causal que remite, a través de la continuidad, a la identidad monista de la
realidad natural. La discontinuidad cuántica impone un modelo de universo físico más
disperso, y en último término, menos parmenídeo que el defendido por los últimos
representantes de la física clásica.

Los dos modelos causales de la ciencia clásica

Se discute si la interpretación de Copenhague tiene o no tiene un carácter idealista. Sus


representantes en modo alguno apuestan por desligar la física de sus referentes reales.
No es más realista quien pretende que los conceptos de la física clásica reflejan
fielmente la estructura de la realidad, que quienes emplean la experiencia como piedra
de toque para valorar hasta qué punto dichos conceptos objetivan lo real con fidelidad y
en qué medida lo falsean. Se tuvo que escoger entre dos opciones:

1. La física clásica usa, en efecto, dos tipos de leyes: determinista y estadísticas (aunque
estas son a su modo tan deterministas como las otras, pero sólo determinan poblaciones

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
de objetos tomadas globalmente, mientras que las primeras pretenden prescribir el ser o
el devenir de cada objeto particular perteneciente a ellas).

2. La mecánica cuántica. Encontraron estadísticas por todos lados debido a la


discontinuidad cuántica. Estas se basan en simplificaciones en principio superables, es
decir, se detectan después de renunciar a una información que no tiene por qué ser
inalcanzable, o a un seguimiento más pormenorizado de los procesos estudiados que tal
vez en otras circunstancias sería posible completar.

El nuevo sentido para el determinismo causal

Los profesionales de la mecánica cuántica hacen lo siguiente: aceptan que los conceptos
objetos de discusión sí pueden ser atribuidos a los entes que componen el universo
(fotones, electrones, átomos, moléculas, etc.). Pero en vez de determinarlos con
precisión eligen moverse en el terreno de lo virtual y contemplan el conjunto de todos
los valores posibles de las controvertidas magnitudes, valorando la probabilidad de que
el sistema se encuentre en cada uno de ellos según la información disponible. A la
mecánica cuántica se le acusa, pues, de idealismo (esto no lo sé seguro).

Un estatuto diferente para el azar

El azar en la mecánica cuántica, como en la mecánica clásica, es epistémico, además de


ser un procedimiento para caracterizar de un modo no necesariamente incompleto

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ciertos rasgos de realidad. El azar cuántico se presenta y cuyo alcance se limita al uso de
los medios explicativos proporcionados por esta teoría. Este nuevo concepto de azar
hacía que la física cuántica tuviese restos subjetivistas y se le acusaba, por tanto, de ser
idealista.

Causalidad cuántica y subjetividad

DEMASIADA INFORMACIÓN, LEER DEL LIBRO.

Conclusión: causalidad y azar en el mundo cuántico

Causalidad y azar tienen relaciones más sofisticadas de lo que cualquier científico y


filósofo pudiera haber imaginado. Hay causas y leyes. Por primera vez en dos siglos
una generación de investigadores supo asumir un desafío ante el que flaqueó Kant:
mantener contra viento y marea los puntos de anclaje del mundo fenoménico en la
realidad de lo en sí. Esto es, la mecánica cuántica.

Capítulo 8. Complejidad y emergencia


Conocimiento y simplicidad

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
Algunos definen la ciencia como el arte de las verdades fáciles. La filosofía de las
difíciles. Las verdades fáciles empiezan a escasear, por lo que los filósofos podrían vivir
una nueva época de oro.

Encontramos autores como Stent que ya en la segunda mitad del XX anunciaba el fin de
la química y la biología. Opinaba que la ciencia acabaría aburriendo y los científicos se
dedicarían al hedonismo. Su generación pertenecía a la posterior al descubrimiento a la
física de partículas, por lo que deduce que desde entonces, en todo el siglo XX, su
generación no ha hecho ningún descubrimiento relevante. Opina que esto es causa del
apego a las verdades asequibles y el empeño por obviar las que presentaran algún riesgo
de estancamiento y desconcierto especulativo.

Lo fácil y lo difícil

Ciencia y filosofía deberían ir de la mano. Hay cosas que para unos serán más difíciles
que para otros, pero eso no debería ser un impedimento. Está claro que esta progresión
de la ciencia indica un parón inminente. Algunos se apegan a la ley de Moore
perteneciente a la informática.

No hay garantía de que sigamos avanzando ilimitadamente y, aunque lo consigamos,


tampoco estamos seguros de controlar la velocidad del avance. Lo que está claro es que
no podemos superar los límites impuestos por la naturaleza de la materia y de los
impulsos electromagnéticos.

Lo simple y lo complejo
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Así como lo simple es uno, lo complejo será múltiple y diverso. La simplicidad se


predica de Dios. También las mónadas de Leibniz son simples. En capítulos anteriores
vimos que las funciones matemáticas expresan por vía de simplicidad una infinitud de
correlaciones. Hay que diferenciar entre una simplicidad rica, como Dios o las mónadas,
y una simplicidad pobre, como la que atribuimos a los componentes de los seres
complejos que no encierran dentro de sí nada parecido a una profundidad insondable,
como por ejemplo, los componentes de acero de un reloj.

La era de la simplicidad

Lo simple pobre se puede conocer muy pronto, dado que sólo consta de una pieza, la
cual tampoco esconde ningún misterio: la homogeneidad y falta de misterio permite
agotar su inteligibilidad de una sola pasada. Lo complejo presenta una vía de acceso
prometedora: el despiece de sus componentes acabará si hay suerte reconduciéndolo a lo
simple pobre. Lo simple rico en cambio carece de las fisuras de lo complejo y de la
diáfana accesibilidad de lo simple pobre. De ahí su puesto en la cúspide del escalafón.

Reduccionismo y mecanicismo

El mecanicismo es un reduccionismo. Explicar el movimiento de los cuerpos y muy en


especial el de los sólidos indeformables constituyó una empresa que los griegos
consiguieron incoar pero no culminar. Aunque los antiguos atomistas esbozaron una
física mecanicista, no la llegaron a desarrollar.

Encontramos la física aristotélica a continuación, la cual se convirtió en requisito previo

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
a la constitución de la mecánica como ciencia rectamente fundada. Con Descartes los
cuerpos eran pura y simplemente sustancias extensas, cuya virtud entera se reducía a
ocupar el espacio con exclusividad (impenetrabilidad) y ofreciendo una resistencia
pasiva a cambiar el estado de reposo o movimiento uniforme (inercia). Extensión,
impenetrabilidad e inercia constituían las tres notas definitorias de los entes corpóreos, y
además las dos últimas resultaban de la primera.

Crisis y refundaciones del mecanicismo

El existo del esquema reductivo-mecanicista fue un éxito. Los mejores éxitos fueron
obtenidos por Newton con la ayuda de la gravedad, fuerza que encaja dentro del modelo
mecanicista. Ninguna de las propiedades mecánicas de la materia sirve para justificar la
presencia de fuerzas penetrantes que actúan cuando no hay un contacto inmediato de
agente y paciente, motor y móvil. Newton intentó suplir esta falta mediante fluidos
invisibles interpuestos. Esta idea no surtió efecto, por lo que Newton dejó de lado la
explicación y confesó que ignoraba cuál es la esencia de la materia, por lo que esta dejó
de pertenecer a lo simple pobre.

A partir de aquí, todo se intentó explicar con reduccionismos basados en lo simple


pobre. Se creía que todas las atracciones y repulsiones definidas por las ecuaciones
físico-matemáticas tenían que reducirse a choques, empujes y presiones de cuerpos
inertes e impenetrables situados más allá de la capacidad humana de la observación.

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Los seres elementales mecánicos se iban haciendo tan elusivos que algunos decidieron
prescindir de ellos. Se empezó a llamar “mecánica” a cualquier propiedad de la materia
que pudiera ser descrita con fórmulas matemáticas precisas, susceptibles de integrarse
en el esquema pasado en cuerpos inertes situados en el espacio y sensibles a las fuerzas
gravitatorias y electromagnéticas. La legitimidad de la adscripción al mecanicismo de
este punto de vista se buscaba en el hecho de que en último término todo se reduciría a
materia movida de aquí para allá por dos fuerzas definidas con toda precisión.

El mecanicismo postnewtoniano desembocó no en una unidad simple sino en una


dualidad: la de materia y fuerza (móvil y motor), conceptuada según las versiones como
materia-energía o también materia-campo.

Formas de la complejidad

Einstein fue el último mecanicista y el último reduccionista no utópico. Encontramos


una complejidad semántica y otra sintáctica. La primera se resume en la admisión de
una pluralidad (en el límite, una infinitud) de elementos irreductibles, un poco en la
línea de las homeomerías de Anaxágoras. El otro tipo de complejidad se despreocupa de
los sillares que son necesarios para edificar el cosmos y en cambio afirma que su
ensamblaje está regido por principios que desafían cualquier intento de unificación. Las
reglas son demasiadas. Esto quiere decir que hay afinidad entre la complejidad y la
interfaz entre caos y orden. Se trata entonces de navegar entre el orden y el desorden,
rescatando fragmentos de racionalidad allí donde la razón debería en buena lógica
perecer. Orden y unidad son en este contexto sinónimos, lo cual es paradójico que se

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encuentre en la complejidad, que hace más bien pensar en multiplicidad y dispersión.

Complejidad y causa formal

En la edad clásica se pensaba que para obtener orden había que propiciarlo desde arriba,
y de ahí la preponderancia de la causa final. Los modernos prefirieron asegurar el orden
asentándolo desde abajo, y por eso prefirieron la causa eficiente. ¿Dónde se sitúan los
teóricos de la complejidad? En una tercera vía: el vitalismo de los clásicos y el
mecanicismo de los modernos se unen en esta vía. Otorgan prioridad a la causa formal.

La emergencia y sus formas

El concepto de emergencia se vuelve ahora central. Podríamos distinguir entre


emergentismo preformacionista y emergentismo epigenetista. La primera muestra cosas
que sabemos que están en un lugar determinado pero que no se muestran hasta que una
causa eficiente la requiere (ejemplo volcán). La segunda está “oculta”; no sabemos que
está ahí, aunque siempre ha estado ahí y somos conscientes de ella cuando aparece
(ejemplo arrecife). Hay una tercera que es una emergencia “atolón”. Surge por
necesidad (ejemplo pólipos alcionarios).

Armonía o conflictos de los modelos explicativos

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Los tres modelos explicativos recurren a las causas y leyes que suministra la reflexión y
legitima la experiencia. La principal diferencia es que en los modelos de simplicidad se
ven urgidos a encadenar y completar los procesos emergentes, bien desde la causa final
o la causa eficiente. Los modelos basados en la complejidad parecen conformarse con
cadenas troceadas sin pasar apuro por descubrirse incapaces de enlazar el proceso con
un comienzo absoluto o prolongarlo hasta la consumación final.

Las perspectivas abiertas por las ciencias de la complejidad suponen en definitiva un


mayor protagonismo de las causas y fines intermedios frente a las causas primeras y los
fines últimos.

Metafísica y complejidad

Las ciencias de la complejidad tuvieron un gran auge entre humanistas y algunos


místicos, lo cual se podría considerar como una secuela del ocaso de los modelos
reduccionistas que ocuparon un lugar privilegiado en el desarrollo de la ciencia moderna
hasta mediados del siglo XIX.

Las ciencias de la complejidad tienen una decidida vocación de constituirse como


saberes penúltimos. Se acusa a los teóricos de la complejidad de ser místicos y
espiritualistas debido a su multiplicidad. (Para tener una mejor idea, leer del libro).

¿Son prescindibles los modelos heurísticos?

A los átomos de Demócrito y Epicuro se les añadió un valor heurístico a comienzos de

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la edad moderna: se imaginaban modelos mecánicos de la realidad subyaciendo a esta o
aquella clase de fenómenos o se conjeturaban a partir de ellos diferentes hipótesis de
trabajo, que servían para desarrollar formalizaciones matemáticas y también
observaciones o experimentos, de manera que el modelo constituía un auxiliar decisivo
para la construcción de nuevas teorías. En el siglo XX, la introducción de geometrías
no euclidianas, espacios de configuración o álgebras convirtieron en simplemente
impracticable el procedimiento.

La superación del mecanicismo

Esta superación se produce con Pincaré y Duhem. Había que seguir nuevos caminos que
no fuese el del mecanicismo. La ciencia aboga por modelos más lógicos, en definitiva,
que se puedan demostrar. Se deja de lado por lo tanto los modelos mecanicistas para
pasar a las idealidades matemáticas, es decir, a formas puras del pensamiento capaces
de conectar entre sí los datos suministrados por la experiencia.

Orden en la vecindad del caos

Las ciencias de la complejidad tienen varios elementos coincidentes con las ciencias del
azar. El principal es que tanto unas como otras limitan con el caos. Lo más natural y
verosímil es que el desorden prolifere cuando no hay coordinación causal entre los
sucesos. De la misma manera, lo múltiple “parece” tender a la dispersión. Pero al igual

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que hay leyes en el azar, también surgen comportamientos ordenados en la antesala de


la turbulencia. Es un descubrimiento que se ha repetido con frecuencia y sin aparente
conexión, una sorpresa que a fue de repetida ha dejado de sorprender. (Mirar ejemplo en
libro).

Atractores extraños

(Mirar explicación del ejemplo de Lorenz en el libro para comprender el orden de las
ciencias de la complejidad. Página 192)

El atractor extraño es una sofisticación bastante retorcida de la noción de atractor


general, que no encierra mayor dificultad: Si tomamos un cono invertido y dejamos
cualquier objeto dentro de él, sin excepción se verá “atraído” por el vértice del cono, ya
que representa el lugar más bajo al que el objeto en cuestión tiene acceso. La
configuración del lugar y la fuerza de la gravedad convierten dicho punto en “atractor”.

Vida artificial

Tom Ray hizo un experimento informático, donde creó un programa que acabó mutando
y autorreplicándose, por lo que dijo que había surgido una ecología. Se desconfía de los

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modelos informáticos para explicar los sistemas complejos.

Filosofías de la complejidad

Se dan dos posturas extremas. Los hay que subrayan la flexibilidad del nuevo modelo
de razón y los que consideran que, muy al contrario, ofrece el arma decisiva para
doblegar definitivamente a los enemigos del cientificismo.

La nueva alianza de Ilya Prigogine

Ilya quería reconciliar la cultura científica y la humanística en lo que constituiría una


nueva alianza. Esta alianza se basa en la crítica al cientificismo determinista, que sale
bastante maltrecho tras la confrontación a que es sometido con los usos y estrategias de
la ciencia contemporánea. Se intenta comprender y describir los procesos que
constituyen el mundo más familiar, el mundo natural, donde evolucionan los seres vivos
y sus sociedades.

Generalización de la termodinámica

La termodinámica deriva de la teoría cinética del calor, que lo concibe como el


movimiento desordenado de las partículas o moléculas materiales. El concepto clave
para medir dicho desorden es la entropía, definida en términos de probabilidad. Cuando
los sistemas físicos alcanzan la máxima entropía posible entran en un estado de
equilibrio termodinámico.

La termodinámica clásica estudiaba situaciones en las que los sistemas se encuentran


aislados (no intercambian materia ni energía con el exterior) y han alcanzado el estado
de equilibrio termodinámico. Prigogine irrumpe como cultivador y representante de una
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termodinámica generalizada que se centra precisamente en los procesos irreversibles


propios de situaciones alejadas del equilibrio. Tales situaciones constituyen la norma si
en lugar de sistemas aislados consideramos sistemas cerrados (no hay intercambio de
materia pero sí de energía) y abiertos (intercambio de energía y de materia). Los seres
vivos pertenecen a esta última clase, ya que la nutrición es en ellos una función básica.
Todas las demás realidades naturales, planetas y estrellas incluidos, son a lo sumo
sistemas cerrados, ya que la luz y la gravedad bañan todo lo que hay en el cosmos.

Remontando la corriente entrópica

Schrödinger sostenía que la vida es orden construido a partir del desorden y que los
vivientes endosan al ambiente el exceso de caos que requiere su cosmos interno. De lo
que un organismo se alimenta es de entropía negativa. Esto es, el cambio de desorden
por orden, de entropía por entropía negativa. (Mirar ejemplo demonio de Maxwell,
página 198).

Estructuras disipativas

Prigogine y otros investigadores realizan una aportación que modifica las reglas de
juego: como la vida y como nuestros artefactos, la materia inorgánica es también capaz
de suscitar orden, un orden con una peculiar estabilidad en situaciones de flujo
termodinámico constante. Así pues, la historia de la vida podría ser reconciliada con las
leyes de la naturaleza, sin depender de artificios tan toscos y ciegos como los de la
selección natural. Son importantes los conceptos de inestabilidad y no linealidad, que se

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
verán más adelante.

Mientras que la evolución de la vida apunta a un orden y complejidad cada vez


mayores, la evolución en la física se endereza hacia un desorden y simplicidad
crecientes (el mundo va de cosmos a caos). Es la energía caótica que lleva a la
disolución del orden universal la que se complace de alimentar procesos que parecen
contradecirla a pequeña escala. Por eso es esencial que dicha energía fluya creando un
caudal de posibilidades formales.

La denominación “estructura disipativa” denota por un lado una forma y por otro un
derroche. La energía disponible de derrama generosamente a través del universo en
tanto no alcance el estado de entropía máxima que lo sumirá en el coma del equilibrio
térmico. Esta abundancia permite que pasen cosas interesantes, como las estructuras que
nacen y se mantienen en el seno de la disipación energética.

No linealidad

La linealidad es una propiedad de ciertas entidades matemáticas que encuentran amplia


aplicación en física y otras ciencias. Tiene que ver con el hecho de que hay ecuaciones
algebraicas (las más sencillas) cuya representación gráfica consiste en líneas rectas. Si
hay ecuaciones no lineales, las divergencias crecen desmesuradamente. En caso de usar

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esos instrumentos matemáticos para plasmar el seguimiento determinista de una


evolución, no podemos permitirnos siquiera errores de metida infinitesimales: aunque el
determinismo se mantenga como principio teórico, en la práctica no sirve para nada, ya
que es imposible hacer medidas de absoluta precisión, ni siquiera en un contexto
clásico, esto es, antes de que la mecánica cuántica problematizara la idea de
“magnitudes absolutamente precisas”.

En definitiva, cuando hay no-linealidad las sorpresas están a la vuelta de la esquina; se


puede decir que hemos ingresado en el reino de la complejidad, aunque estemos
hablando de un sistema con un único componente.

La diferencia de la mecánica racional con respecto a la estadística es que en la primera


no hay fluctuaciones, mientras la segunda contempla una pluralidad de casos que
fluctúan en torno a ciertos valores medios: siempre hay partículas más veloces y más
lentas que la media, etc. Se daría por lo tanto, un “orden por fluctuaciones”.

Orden por fluctuaciones

Se denomina como al orden generado por el estado de no equilibrio. Lo que hacen las
fluctuaciones es “sacar al sistema de sus casillas”. Funcionan como exploradoras del
abanico de posibilidades que ofrece el entorno. (Ejemplo del camión y la pelota de
golf).

Teoría de las bifurcaciones

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
En la naturaleza las bifurcaciones formarían estrechos umbrales de extrema
improbabilidad que dan paso a procesos bien estructurados y que, una vez establecidos,
reciben el apoyo de las causas operativas presentes, hasta hacer el curso de su evolución
altamente probable.

Presupuestos ontológicos de la aparición de orden

¿Cómo explicar la aparición y mantenimiento de estructuras complejas organizadas en


el universo? La mecánica clásica es incapaz de conseguirlo. La termodinámica clásica
explica algunas cosas, pero no puede explicar los casos reales. La teoría de la evolución
de Darwin ha sido la pieza clave para llegar al llamado “monte improbable”, ya que esta
teoría simbiotiza la dispersión azarosa de las variaciones hereditarias con la necesidad
bio-física-química clásica. Pero para que funciones tiene que haber un delicado
equilibrio entre el azar y la necesidad, que de un tiempo a esta parte se está rompiendo a
favor del azar.

El orden implica pautas, y el orden orgánico pautas de una extraordinaria sofisticación.


Hace falta además que se pueda armar y poner en marcha la estructura material capaz de
sostener ese orden sin ayudas externas extraordinarias. La propuesta de Prigogine
cumple esto: apunta a sustancias que hacen cosas realmente complicadas y se ponen
ellos mismo en marcha en condiciones especiales, pero no estrambóticas. (ESTE
PUNTO SERÍA MEJOR LEERLO DEL LIBRO).

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La complejidad de Edgar Morin

PUNTO SIN INFORMACIÓN SUSTANCIAL APARENTE.

Dialéctica y complejidad

No se tiene que negar la complejidad, sino reducirla a sus proporciones justas. La


epistemología de Morin es demasiado abierta, por lo que no se puede confeccionar una
buena guía para avanzar más y mejor en el conocimiento de la realidad del cosmos.

Complejidad sin metafísica

La clave está en que hasta qué punto es necesario aclarar la índole profunda de la
emergencia estudiada por las ciencias de la complejidad. Encontramos varias
propuestas:

1. Preguntarse si el orden que hay en el universo tiene obligatoriamente que manar de


una única fuente, o de unas pocas. Si fuera así, cualquier emergencia de una nueva ley
tendría que ser ubicada en el organigrama jerárquico de la legalidad cósmica.

2. Seguir aspirando a unificar todos los principios de orden, pero situando este supremo
objetivo fuera de vista, en una especie de limbo nouménico. Podríamos creer en él, pero
a costa de renunciar a mostrarlo y mucho más aún a demostrarlo.

Autoorganización

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
La autoorganización es una postura intermedia de las teorías complejas. Estos teóricos
deberían endosar el orden y la unidad a principios externos, más simples y subyacentes.
Por ello se debería renunciar al prefijo “auto” y sustituirlo por “hétero”. Si se hace esto,
lo complejo revertiría una vez más en el del reduccionismo a lo simple-pobre. Por lo
tanto, lo que se debe hacer es que el movimiento siga siendo heteromovimiento;
solamente la organización se convertiría en autoorganización. Hay que distinguir dos
elementos: uno dinámico y otro estático en la ordenación de lo real; aquel seguiría
sometido a los principios de la antigua ciencia; solamente este caería bajo la jurisdicción
de la nueva.

La no-ergodicidad del universo

El agente autónomo es un sistema autocatalítico capaz de reproducirse y llevar a cabo


uno o más ciclos de trabajo termodinámico. La vida es desde luego un ejemplo
destacado de orden. Se trata ahora de mostrar que, además de ser gratuito, ha sido
dispensado generosamente: sería una pena que el universo hubiera reservado para un
rincón tan pequeño e insignificante como el nuestro todo lo que puede dar de sí en lo
tocante a orden.

El orden complejo funcionaría como gran atractor. El universo es profundamente no-


ergódico. En física, la hipótesis de ergodicidad establece que todas las posibles
configuraciones de un sistema son igualmente probables y a la larga serán “visitadas”.

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El magno sistema que es el universo debería adoptar los estados más probables. Han
sucedido demasiadas pocas cosas en comparación con las que habrían podido pasar. Y
para las ocurridas son “especiales”, no hay más remedio que optar por la emergencia
espontánea del orden.

Las fuentes desconocidas del orden cósmico

Emergencia y creatividad son palabras peligrosas. Desde el estallido inicial hasta hoy el
universo ha tenido tiempo para hacer muy pocas cosas y, sin embargo, las que ha
llevado a cabo son enormemente interesantes en comparación con la media. ¿Cómo ha
podido discriminar y elegir las que merecían la pena? En un contexto finalista no habría
ningún problema para responder. Desde una óptica mecanicista-determinista, habría que
remitirse a la extraordinaria improbabilidad de las condiciones iniciales. Kauffman
postula una tendencia intrínseca hacia el orden que se manifiesta en los modelos
matemáticos e informáticos que inventamos para representarla. Kauffman habla de una
emergencia del germen de autoorganización que se necesita para tener leyes que no han
surgido desde abajo (modelo reduccionista), ni tampoco desde arriba (modelo vitalista).

Como motor del cambio, el azar es demasiado potente. La no-ergodicidad del universo
lo certifica. Las estructuras disipativas de Prigogine o la autoorganización de Kauffman

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
constituyen fórmulas prometedoras para cubrir un déficit cada vez más evidente en el
viejo esquema neodarwinista.

Reduccionismo diferido

Lo anterior nos lleva a la perspectiva extrema ofrecida por Daniel Dennett. Toda
complejidad tiene por fuerza que descansar en lo simple, y más concretamente en lo
simple-pobre. El reduccionismo sigue acechando, pero se trata de un reduccionismo
diferido.

Este tipo de reduccionismo es una posición a la que avala una larga tradición. No hay
explicación alguna para explicar cómo todo se reduce a los átomos y el vacío. En casos
así se adopta el reduccionismo no por lo que ahora es capaz de hacer, sino por lo que se
supone que conseguirá realizar algún día y porque conforta al adherente con la
sensación de subirse al carro triunfador antes de que el triunfo se haya consumado. Este
reduccionismo diferido además conjuga la dialéctica del “ya sí” con la del “todavía no”,
de manera que quien lo adopta vive con la emoción de quien atiende la próxima o lejana
llegada de la plenitud de los tiempos.

Límites del reduccionismo

Se incurre en un error cuando se piensa que tal ciencia explica la totalidad de la realidad
que estudia. Las leyes son en definitiva creaciones de la mente humana, mientras que las
cosas reales estaban hay mucho antes de que el hombre se pusiera a descubrir sus leyes
y seguirán estando mucho después de que deje de hacerlo. Lo único que tiene sentido es
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reducir unas leyes a otras. Cabría formular una “macroley” que sea la conjunción lógica
de todas las demás.

Conviene apostar a favor del reduccionismo metodológico y en contra del


reduccionismo ontológico: hay que dejar que las cosas sean como son sin forzarlas
artificiosamente para que se acomoden a las preferencias del investigador, quien, en
cambio, debe someter a presión sus ideas para que adopten las formas más sintéticas y
comprehensivas a su alcance.

Intrínseca ambigüedad del reduccionismo ontológico

El reduccionismo metodológico constituye un desafío vigorizante cuando se practica


con honestidad: no se trata de imponerlo por real decreto, sino ejerciendo un exquisito
posibilismo en su aplicación. Existe, por otra parte, una cláusula objetiva de seguridad y
es que cuando se fuerza la reducción de modo artificial el método resultante deja de
funcionar.

El reduccionismo ontológico carece de parejas salvaguardas, porque la mayor parte de


los que lo aplican se mueven en el terreno de las proclamas genéricas y muy raramente
descienden al detalle de los hechos. Aun así existe un procedimiento casi infalible para
detectar su falta de validez: la imposibilidad de despejar las incógnitas que plantea y
precisar los perfiles que lo definen.

El reduccionismo ontológico traslada la discusión al terreno de la metafísica. No hay


algo así como una opción preferente a favor del reduccionismo ontológico por parte de

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
la ciencia o de la filosofía de la naturaleza. La única consecuencia metafísica que se
puede sacar es que la ciencia apuesta por el realismo y el principio de inteligibilidad de
la naturaleza. Sólo el reduccionismo metodológico tiene interés para la ciencia.

El reduccionismo ontológico habría que situarlo en el contexto de las discusiones de los


metafísicos modernos sobre la primacía de la categoría de sustancia o la de relación. El
reduccionismo ontológico busca los cimientos últimos de la realidad en entes separables
que procuran asiento a todo lo que ocurre en el cosmos y cuya esencia no esconde
secretos.

La contraposición entre reduccionismo y emergentismo acaba diluyéndose cuando se la


lleva demasiado lejos. Lo sensato sería subordinar el valor de las categorías, incluso
supremas, a la realidad que pretenden unificar, en lugar de pretender que sea esta la que
se pliegue a las condiciones impuestas por aquellas.

La complejidad y lo simple-pobre

Lo simple pobre acaba llevando a la complejidad y ésta última nos ayuda a discernir
entre los medios del conocimiento con sus fines.

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Autómatas celulares

Algunos defienden que las representaciones simples son la realidad y lo complejo lo


ideal. Defienden esto con argumentos tales: a partir de cosas muy sencillas es posible
obtener resultados muy complicados. Esto nos recuerda a las máquinas naturales de
Leibniz: complicados artefactos cuyas piezas son a su vez complicados artefactos y así
hasta el infinito. (Mirar ejemplo del autómata celular de John von Neumann para un
ejemplo práctico).

Reduccionismo, sencillez y simplicidad

El argumento prorreduccionista que se extrae de lo anterior es el siguiente: dado que


autómatas celulares como el juego de la vida de Conway o entidades matemáticas como
el conjunto de Mandelbrot parten de especificaciones muy sencillas y sin embargo son
capaces de realizar tareas muy difíciles o adquirir configuraciones infinitamente
complejas, no parece imposible que el trabajo cooperativo de millones de máquinas
sencillas, como las que formas los nodos de las redes neurales o las modelizaciones
determinista de neuronas y células vivas, realicen todo aquello que los organismos
vivientes y las mentes humanas son capaces de hacer.

En serie y en paralelo

Hubo quien pensó que en la informática debía introducirse algo más de complejidad en
el procedimiento. Hasta aquel momento se habían usado computadores que funcionaban
en serie, esto es, que procesaban las operaciones previstas con gran eficacia y rapidez,

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pero según una secuencia única. A pesar de los grandes avances en el diseño y
fabricación de este tipo de ordenadores, la modestia de los frutos cosechados llevó a
preferir máquinas conectadas en paralelo con la esperanza de conseguir progresos más
significativos: ya no habría una programación rígida y previa del trabajo a realizar, sino
que se establecerían muchas líneas simultáneas de elaboración recíprocamente
interconectadas. La relación entre ambos modelos de computación tiene alguna analogía
con la que media entre la mecánica clásica y la estadística.

Así surgieron las redes neuronales. Trataban a su modo de reproducir la complejidad del
cerebro, integrado por miles de millones de neuronas cada una de las cuales se
encuentra conectada hasta con miles de hermanas.

El doble rostro de la idealización matemática

Como las entidades lógico-matemáticas son ideales, se puede aspirar a captar


conceptual y quizá incluso intuitivamente toda su “idealística realidad”. Los
matemáticos puros no se ven constreñidos a procesar objetos que se les desvanezcan
entre las manos. Pero cuando empleamos esas mismas nociones para conocer o
modelizar la realidad, pasan de ser idealidades a convertirse en idealizaciones. En este
momento, lo simple-rico pasa a ser simple-pobre. Contra las idealizaciones matemáticas
de la naturaleza suele objetarse que simplifican y empobrecen la realidad, puesto que

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convertimos los números y figuras geométricas en un lecho que luego imponemos


traumáticamente a los objetos.

La mecánica cuántica ha sido la teoría que ha establecido unos límites objetivos para la
idealización matemática. Las teorías del caos determinista se basan en la extrema
sensibilidad a las condiciones iniciales de ciertos sistemas dinámicos: una desviación
mínima en el primer momento se agiganta de tal modo que tendríamos que afinar
muchísimo para saber dónde irá a parar el sistema al cabo de poco tiempo. Dado que
nada puede medirse con una precisión absoluta, el caos da origen a una indeterminación
efectiva en el nivel clásico que se superpone a la indeterminación cuántica.

Teoría de catástrofes

Las ciencias de la complejidad revitalizan el concepto de causa formal. Con la teoría de


las catástrofes reaparece una idea aristotélica, la del encadenamiento hilemórfico, según
la cual la materia aspira a la forma. La noción de borde adquiere importancia primordial
por lo tanto: para Aristóteles un ente es lo que está ahí, separado. Posee un borde, está
separado del ambiente circundante. En definitiva el borde de la cosa es su forma.
También el concepto tiene un borde: la definición de ese concepto. Esta idea de que el
borde define la cosa no es por lo demás completamente exacta para un topólogo. Solo es
verdad en el espacio ordinario.

Toda la filosofía de la teoría de las catástrofes se trata de una teoría hermenéutica que,
ante cualquier dato experimental, se esfuerza por elaborar el objeto matemático más

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simple que pueda generarlo. Si esto se consigue, se daría un vuelvo completo a la
investigación tanto en las ciencias naturales como en las humanas. En segundo, dotar de
“ojos” a la razón, permitiendo superar quizá definitivamente la “ceguera” constitutiva
de esa facultad. En tercero, abrir un camino hacia la elaboración rigurosamente
científica del pensamiento analógico.

Parentescos genéticos y parentescos formales

La teoría de las catástrofes indaga parentescos formales que se encuentran entre


fenómenos que tienen poco que ver entre sí desde el punto de vista material. Mientras
que el reduccionismo está comprometido con líneas de parentesco longitudinales y sin
huecos, la complejidad sobrevive con lazos transversales y discontinuos.

¿Competidores para la selección natural?

En la selección natural darwiniana se suele ver el principal bastión del reduccionismo.


(PUNTO DEMASIADO LARGO, LEER DEL LIBRO).

Genes y órganos

Cuando nos preguntamos por un determinado rasgo morfológico o fisiológico, la típica


respuesta del neodarwinismo es histórico-genealógica: se conforma con mostrar los

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caminos por lo que la evolución llegó al rasgo en cuestión y lego lo mantuvo. Lo que
dicen realmente es esto: las cosas han ocurrido así, pero podrían muy bien haber
ocurrido de otra manera.

Darwin pensaba que los organismos experimentan ligeros cambios hereditarios y


aleatorios, sobre los cuales se ejerce la selección de las variantes mejor adaptadas. Así,
el cambio evolutivo depende de una variación continua. Ahora viene el supuesto
adicional: en estas ligeras variaciones puede pasar prácticamente de todo, de manera
que los organismos pueden tomar cualquier forma, adquirir cualquier color y comer lo
que sea, básicamente sujetos solo a las restricciones muy generales de las leyes de la
física y la química.

Así pues, al postulado de la continuidad se añade el postulado de la indiscriminada


plenitud formal. Ambos forman las dos caras de la misma moneda. El primer tropieza
con la obstinada evidencia empírica que muestra una y otra vez estasis y explosiones de
especiación, acumulación gradual de mutaciones asignificativas hasta que por último
una más desencadena cambios sustanciales. El segundo supuesto establece una ruptura
gratuita de la biología con la física y la química, e ignora que también en el espacio de
posibles formas vivas hay Atractores, inestabilidades y direcciones prohibidas.

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
Las ciencias de la complejidad parecen anunciar el alba de una época en que, frente a la
preponderancia antigua de las causas finales, y moderna de las eficientes, reinarán sin
gran oposición las formales.

Capítulo 9. Vida, reducción y emergencia


Especificidad ontológica y especificidad epistemológica

La pregunta por la especificidad del viviente involucra aspectos tanto ontológicos como
epistemológicos, puesto que plantea, en primer lugar, la conveniencia de distinguir
diversos ámbitos dentro del mundo físico, para confinar la vida en uno de ellos.
Cuestiona, en segundo lugar, que los procedimientos metodológicos y conceptuales para
conocer los fenómenos vitales coincidan con los que se aplican a cuestiones relativas a
objetos inertes. ¿La oposición entre viviente y no viviente es la que se da entre dos
modos de ser o tan solo entre dos modos de decir. Se abre una combinación de
posibilidades:

a) Monismo ontológico y epistemológico: afirma que la sustancia del mundo es una sola
y el modo correcto de abordar su inteligencia, también.

b) Pluralismo ontológico y epistemológico: sostiene que el universo se compone de


cosas disímiles cuyo estudio requiere también perspectivas diversas.

c) Monismo ontológico y pluralismo epistemológico: admite que los entes son


homogéneos pero aconseja adoptar puntos de vista dispares para estudiarlos.
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d) Pluralismo ontológico y monismo epistemológico: defiende que el ser conjuga


múltiples dimensiones, aunque admite que el conocer humano las iguala bajo una
mirada idéntica.

Lo inerte, lo vivo, lo pensante

Lo vivo se opone a lo no-vivo, y también se distingue de uno de sus subgéneros, el que


conjuga la vida con un modo de ser supuestamente superior, cifrado en la conciencia.
Platón distinguía varias partes del alma, siendo ésta diferente en los seres vivos y en los
inertes. Distinguía el alma de la planta, el animal y el hombre, siendo este último el
único con racionalidad, y, por lo tanto, superior. Descartes niega la dualidad entre lo
vivo y lo inerte con su teoría del animal-máquina, pero refuerza la otra dualidad con su
distinción entre sustancia extensa (cuerpo) y sustancia pensante (conciencia). Es difícil
mantener la tríada inorgánico-vivo-pensante. La dualidad onto-gnoseológica no es un
simple dato, sino que constituye también un primer desafío teórico. Cabe postular que
los hechos empíricos, con los conceptos y principios que utilizamos para ordenarlos, no
sirven para descubrir y conocer la realidad, que solo cabría rozar por otros
procedimientos teóricos o prácticos. Hay que aceptar que la ciencia es un medio para
acceder a la realidad.

Si se acepta la especificidad del viviente, implica optar por el pluralismo ya sea en lo


ontológico, ya en lo epistemológico, ya en ambos campos a la vez. La dialéctica
uno/diverso es por tanto obligada. No se trata de decidir cuantas cosas específicamente
diferentes nos gustaría que hubiera, sino cuál es el número mínimo de géneros

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mutuamente irreductibles con el que podemos trabajar. A partir de este punto hay que
recurrir a la experiencia y no tenemos más remedio que abandonar la metafísica para
ocuparnos de lo que la tradición aristotélica entendía por física.

El “Test de Descartes”

El debate entre el monismo y el pluralismo se replantea ahora en función de los


argumentos y evidencias disponibles. Lo que importa ahora es si las funciones que
ejerce el ser viviente, la causalidad que le afecta, las fuerzas que mueve y le mueven, así
como las leyes que lo rigen, deben ponerse aparte de las otras. Es necesario relegar a un
segundo plano la distinción entre plano ontológico y el epistemológico: los fenómenos
constituyen en adelante la principal evidencia, y no hay más remedio que optar a la hora
de interpretarlos entre la inveterada tradición realista de la ciencia y el idealismo más o
menos crítico de Kant y los epígonos del kantismo.

El test de Descartes intenta dirimir de una vez por todas si un ser de incierta estirpe debe
o no ser reconocido como “viviente”. A tal fin se procede en primer lugar a definir la
vida en términos empíricamente relevantes. Una vez establecidas las reglas, se aplican a
la lista de candidatos. Es probable que en el curso del programa haya que redefinir los
límites del reino de la vida, pero una vez concluido tendríamos una respuesta a la
cuestión de la especificidad del viviente, de acuerdo con los siguientes criterios:

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a) Si el conjunto de los entes designados como “vivientes” por el test de Descartes


contiene un solo extraterrestre, entonces la vida no es algo específico del planeta Tierra.

b) Si contiene un ente producido en un laboratorio, la vida no es algo específico del


proceso evolutivo iniciado en el precámbrico.

c) Si contiene un autómata electrónico, entonces la vida no es algo específico de la


química del carbono.

d) Si contiene un autómata mecánico, entonces la vida no es algo específico ni de la


química ni de la teoría electromagnética.

Aporías que surgen al intentar definir la vida como un concepto cerrado

Para aplicar el test de Descartes, primero habría que completar el listado de las
funciones esenciales que son capaces de realizar los vivientes. Es muy posible que ello
no sea realizable, sencillamente porque puede tratarse de una lista abierta. En
consecuencia, el test acaba desplazándose de los candidatos a las propiedades que los
definen como vivientes. Se necesita una lista cerrada de propiedades y
comportamientos. La dificultad no nace de la actitud poco cooperativa de los que se
encargan de definir la vida. El problema es que la ciencia descansa en una opción
preferente por el empirismo y no tiene fácil la tarea de fijar límites en algo que viene
definido por la experiencia.

Especificidad de la vida y la selección natural

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
La continuidad es la condición clave para conferir eficacia al mecanismo maestro de la
evolución: la selección natural. Todo tiene que resolverse en último término en una
acumulación de fases transitorias muy cortas y próximas unas a otras, cada una de las
cuales ha supuesto en su momento una ventaja selectiva. La evolución y la vida, en
definitiva, no es la maravilla de la programación inteligente, sino el monumento al
oportunismo, una gigantesca acumulación de chapuzas para salir del paso.

¿Cómo afecta todo esto a la especificidad de lo viviente? Si se opta por muchas


transiciones y cada una de ellas es muy corta, es como si se estuviera dividiendo un
terreno con numerosas parcelas separadas por cercas muy bajas, y no habrá gran
dificultad para pasar de unas a otras. En ese punto la especificidad de la vida se diluye
hasta evaporarse en todo lo que no sea fachada, accidente, anécdota.

Otro aspecto crucial es decidir si el azar se mantiene disciplinado en el lugar que le


corresponde y no se inmiscuye en la fase de selección, en cuyo caso dejaría de ser
“natural” para pasar a convertirse en “fortuita”, al menos en parte. Que haya o no
continuidad entre las diversas formas vivientes deja intacta la cuestión de si hay una
diferencia radical entre vida y no-vida.

La especificidad y la cuestión del origen

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¿Por qué el origen de la vida se trata aún de una cuestión abierta? Porque muchas
soluciones compiten para explicarla, y ninguna es lo suficientemente buena para
descartar las otras. La respuesta está aún por llegar, pero la pregunta ha sido formulada
en términos precisos y ello es suficiente para que cada cual se mantenga en su lugar sin
inmiscuirse en las tareas del prójimo. Los que estudian el origen de la vida están de
acuerdo en que el problema ha de ser planteado en el terreno de la bioquímica; no tienen
dudas sobre las piezas del puzle, aunque siga escapándose la tarea de armarlo. En todo
caso, el cometido del filósofo consiste precisamente en hacer una evaluación global del
contencioso y decidir si hay otras vías más prometedoras para abordarlo.

Especificidad interna y especificidad extrínseca

Según el pensamiento aristotélico, el origen de la vida se relaciona con el surgimiento


del alma. En un contexto iatromecanicista como el propiciado por Descartes, la vida es
un inverosímil mecanismo que supone el trabajo inteligente de un ingeniero, mecánico o
diseñador, lo que explica las connotaciones religiosas que tuvo a partir de este autor una
temática que con anterioridad carecía de semejante trascendencia. El alma es inmanente
al viviente, mientras que la tarea de fabricar y acoplar las piezas de un mecanismo lo
trasciende.

Lo que la vida tiene de especial en este caso es, antes incluso que el diseño, la acción de
quien lleva a cabo el montaje. La biología animista confiere una especificidad interna y
activa a lo viviente, mientras que la biología mecanicista se conforma con otorgarle otra
de tipo extrínseco y pasivo. Al hilo de la biología molecular contemporánea se ha

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intentado completar la propuesta que empieza a esbozarse con Darwin, la cual dice que
lo único específico de los seres vivos es su genealogía. Si esto es así, se borraría
cualquier huella de una especificidad interna o externa, salvo la que resulta del
parentesco evolutivo entre todos los vivientes.

¿Es posible otorgar al viviente una especificidad nomológica?

El vitalismo precisa de un pequeño motor interno para llevar a cabo los cometidos que
en el viviente se niegan a las potencias de la materia bruta. Las teorías del diseño
inteligente han de recurrir por su parte a otras fuerzas que propicien articulaciones
materiales adecuadas a los fines de la vida, aunque tal vez no sea indispensable que
actúen desde dentro de la vida misma. Ahora, la cosa es menos segura, sobre todo si
permitimos que entelequias y diseñadores inteligentes jueguen con el colapso de la
ecuación de ondas de Schrödinger.

Es ridículo negar cualquier diferencia entre las pautas de la biología y las de la


mecánica, o equiparar el número de excepciones que conocen las leyes de una y otra;
pero ello no invalida el hecho de que la biología nos interesa porque es capaz de
establecer reglas y registrar secuencias que se repiten una y otra vez. Los límites entre
ciencias se basan en buena parte en convenciones y accidentes históricos y no tiene
sentido convertirlos en fronteras definitivas cuando los objetos que encierran guardan
entre sí evidentes parentescos.

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El antirreduccionismo de los científicos

Los entes físicos, químicos y biológicos son todos ellos materiales y todos ellos
obedecen a leyes que no son incompatibles entre sí. Es natural que los más complejos
exhiban propiedades más sofisticadas y obedezcan a leyes más diversificadas y con
mayor número de parámetros. Esto les otorga cierta especificidad, pero solo en una
primera aproximación, porque en principio cabe integrar todas esas ciencias en una
superdisciplina llamada, por ejemplo, Sistema integral de leyes de la naturaleza. La
mayoría de los biólogos contemporáneos optan por la especificidad epistemológica,
pero no ontológica de lo viviente.

No debemos convertir la especificidad de lo vivo en un principio inapelable, puesto que


los vivientes son formaciones materiales que obedecen las mismas leyes que los no
vivientes, más otras leyes mucho más complejas pero no radicalmente heterogéneas de
aquellas. Los biólogos predarwinianos pensaban que el mundo inorgánico estaba regido
por una “ciega” causalidad eficiente, mientras que una “inteligente” causalidad final
gobierna el mundo orgánico.

Leibniz pensaba que había dos reinos en la naturaleza corpórea que se penetran sin
confundirse ni estorbarse: el reino de la potencia, según el cual todo puede explicarse

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mecánicamente por causas eficientes cuando penetramos suficientemente en su interior,
y también el reino de la sabiduría, según el cual todo se puede explicar
arquitectónicamente, por así decir, mediante causas finales, cuando sabemos utilizarlas.

El antirreduccionismo de los filósofos

Popper ve en el antirreduccionismo ontológico la mejor vacuna contra el dogmatismo y


la tentación de cosificar la realidad. La tesis del mundo abierto constituye la condición
de posibilidad de un progreso indefinido del conocimiento. En cambio, el
reduccionismo metodológico sirve para evitar una actitud obscurantista y demasiado
proclive al misterio. También promueve el establecimiento de vínculos
interdisciplinares. Cada ciencia tiene conceptos y procedimientos exclusivos, y en este
sentido su autonomía debe ser respetada, sin que haya que llegar hasta el aislamiento.
Conviene alejarse de la pretensión de un saber absoluto, desechar la idea de que la
ciencia pueda realmente llegar a dar una explicación cumplida y sin residuos de todo
cuanto nos rodea. Esta contención, característica del saber positivo, sólo se puede
obtener mediante el antirreduccionismo ontológico, tal como defiende Popper.

Capítulo 10. Determinismo e inteligibilidad


Un asunto polémico

CAPÍTULO INTRODUCTORIO SIN RELEVANCIA APARENTE.


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Exigencias del diálogo interdisciplinar

Se reprochan unos a otros el uso de tecnicismos para hablar de una materia sobre la que
no se tiene un conocimiento exacto. Los científicos reprochan a los que no lo son que
usen vocablos pertenecientes a las ciencias sin saber qué significan con total seguridad
tal concepto. Lo mismo pasa al revés: los científicos usan términos filosóficos
incurriendo en equivocaciones. Este es el principal impedimento que encontramos en el
diálogo interdisciplinar.

Determinismo y racionalidad

La suerte de la ciencia y puede incluso que la de la razón está ligada al determinismo.


Todo científico en cuanto científico solo puede aceptar lo que le acerque a la completa
determinación de la realidad. El determinismo en ciencia no es un dato, es una
conquista. En eso, los defensores del azar son los apóstoles de la deserción (Thom).
Indeterminación y azar son el enemigo a batir. El determinismo se convierte entonces en
prerrequisito ontológico de la inteligibilidad. Renunciar a él es admitir que la realidad es
en último término opaca a la razón. (Todo esto es la visión de Thom).

Cuestiones de hecho y de derecho

Hay quien le reprocha a Thom que toda pretensión de monopolizar la cientificidad por
el determinismo o por cualquier otro principio se convierte por sí misma en
anticientífica. Thom piensa que la estadística, desde este punto de vista, no es otra cosa
que una hermenéutica determinista, tendente a reinstaurar el determinismo donde

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aparentemente este falla. Cuando no es posible determinar lo que es, cabe como
segunda opción determinar lo que no es. Hay que convertir las incertidumbres en
certezas, y eso se hace a través de variables ocultas, esto es, magnitudes cambiantes que
no habían sido tenidas en cuenta por la primitiva teoría y que permiten un acercamiento
mayor a la realidad.

Determinismo y probabilidad

Hay muchas clases de causas y variables ocultas. Unos prefieren que no se escape ni
una sola pieza; otros prefieren cubrir mucho más espacio y cazarlas al vuelo.

¿Cuáles son las más fáciles de descubrir, cuáles prometen mayor rendimiento
explicativo? Thom cae en el mismo error que Einstein: creer que los principios
deterministas son de un rango superior a los probabilistas y que estos solo merecen la
pena a falta de los otros, de los cuales serían una aproximación parcial y provisional.

Hay que rechazar la presunta superioridad epistémica de las leyes deterministas sobre
las probabilistas, porque en realidad son tipos irreductibles de asertos, cuya afinidad no
basta para salvar las diferencias. Las leyes deterministas correlacionan una población de
objetos, categorizable con la designación genérica de “causa”, con otra conceptuable
con la de “efecto”. Las leyes probabilistas, en cambio, determinan que en una situación
dada hay implícitas varias subpoblaciones de casos entre las que existen determinadas

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proporciones. Las leyes probabilistas son tan determinantes como deterministas; lo


único que ocurre es que determinan otras cosas.

Lo individual y lo colectivo

El prejuicio al que sucumben los deterministas es que mientras las leyes probabilistas
igualan y homogenizan colectivos que en realidad son bastantes heterogéneos, los
determinista no, sino que discriminan incluso el caso individual.

Ambas leyes, deterministas y probabilistas, deben coexistir amistosamente olvidando


cuestiones de protocolo y precedencia, en orden a acercarse al objetivo común de
predeterminar el curso de los acontecimientos mundanos todo lo que se pueda. Al no
tensar el determinismo dejamos abierta la expectativa de novedades imprevistas.

El determinismo matemático y el del físico

La determinación de lo real suele ser abordada de muy distinta manera por cada uno de
estos tres grupos: el matemático especula con el más determinado de los mundos
posibles; el físico-químico ya está de vuelta de la mahtesis y de ninguna manera quiere
dejar de tener los pies puestos en el suelo; el biólogo todavía no ha acabado de sacar
partido a la máquina de buscar determinaciones que le han prestado los físico-químicos
y confía en llegar muy lejos antes que abdicar de su designio.

Para ser determinista es imprescindible exprimir hasta lo inverosímil las capacidades de


la razón y encontrar la aguja de la unidad en este pajar de diversidades que es el

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universo.

Naturalismo e inteligibilidad

Según Espinoza realidad y naturaleza son sustancialmente lo mismo: “Porque en la


naturaleza está la materia y lo inextenso, lo visible y lo invisible, lo inorgánico y lo
orgánico, los fenómenos y sus principios. A menos que el contexto exija otra cosa,
empleo los conceptos de naturaleza y realidad como sinónimos y en un sentido amplio
que abraza todo lo que hay”.

“Intentar definir la realidad es una tentativa idealista. Definir significa trazar límites,
mostrar cómo es eliminable el concepto a definir. Pero la definición es imposible si lo
real es lo que no se deja aprehender fácilmente por nuestras ideas. No se trata la realidad
de la misma forma en mecánica cuántica y en historia” (Espinoza).

Arana: naturalizar la realidad es una forma de querer atraparla. Cualquier cosa que no
sea la nada absoluta formaría parte de lo real. Podríamos distinguir lo ideal d lo ideal,
incluyendo en este segundo apartado las entidades lógico-matemáticas, todo lo ficticio y
también la dimensión objetiva de la actividad mental. Según Espinoza, el Causalismo
asegura a la vez la inteligibilidad y un estatuto ontológico respetable, cerrándose así una
ecuación cuatrimembre: real = natural = causalmente determinado = inteligible. “Real

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es todo lo que nos resiste, lo que es difícil de comprender, lo que no se acomoda


fácilmente a nuestras ideas” (Espinoza).

Realidad y determinismo causal

También hay dificultades filosóficas para admitir un determinismo causal universal. La


primera y principal es que no hay ninguna contradicción en pensar una constelación real
formada por entes desconectados causalmente aunque tengan suficientes elementos
comunes para formar un todo. La doctrina del Causalismo universal resulta arbitraria.

La clave del determinismo promovido por Espinoza se encuentra en el lazo indisoluble


que ve entre los conceptos de causa, necesidad e inteligibilidad: “La causalidad es
indispensable para hacer inteligibles nuestros modelos. Para mí la ciencia es la
búsqueda de la necesidad, el esfuerzo por elevarse en la escala de la necesidad, y desde
el punto de vista de la ciencia física, esto se expresa por la búsqueda de la causalidad.
De ellos se sigue que conviene evaluar negativamente cualquier teoría anti-causal y
calificar de provisoria cualquier teoría a-causal”.

Crítica: Una cosa es que existan vínculos necesarios entre dos entes y otra muy diferente
que podamos conocerlos con necesidad. Un realismo rectamente entendido es ante todo
posibilista, puesto que parte de la existencia de un orden de cosas externo a la mente
cuyo acceso cognitivo tiene unos canales de validación que no coinciden con los que
aseguran su estatuto ontológico.

Los límites de la causalidad

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
Francisco Suarez distingue entre causas que obran necesaria y causas que obran libre o
contingentemente, considerando a este respecto el hado, la fortuna y el azar. La
causalidad de la libertad es contemplada por Kant, cuando enuncia la tercera antinomia
de la razón pura: “La causalidad según leyes de la naturaleza no es la única de la que
pueden derivar los fenómenos todos del mundo. Para explicar estos nos hace falta otra
causalidad por libertad”.

Determinismo y continuidad

Existen lazos muy íntimos entre el determinismo y la continuidad. La ciencia moderna


se ha apoyado durante siglos en funciones continuas derivables cuya interpretación
física cumplía simultáneamente los requisitos de continuidad y previsibilidad. Aquí los
deterministas, desde Laplace hasta Espinoza, cometen un error categorial, porque
confunden el determinismo matemático con el determinismo físico. La diferencia es: el
determinismo matemático es intemporal, mientras que el físico muy al contrario es
completamente temporal. Arana: el segundo caso es erróneo desde el punto de vista
epistemológico y empobrecedor desde el ontológico. Explicación: No es en absoluto
preciso que una función sea continua y derivable para ser perfecta y unívocamente
determinista: basta con que especifique un valor preciso y único de la variable
dependiente para cualquier conjunto determinado de valores independientes dentro de

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su ámbito de definición. La continuidad no es un requisito necesario para que haya


determinismo.

Los sótanos de la realidad

LEER DEL LIBRO. SIN MATERIAL SUSTANCIAL.

Determinismo metafísico

Que Dios conozca el porvenir con la misma claridad que el pasado no tiene mayor
mérito; cualquiera podría hacerlo si fuera capaz de situarse en una ubicación intemporal
con buenas vistas hacia el espacio-tiempo. Las estructuras matemáticas gozan asimismo
del privilegio de la intemporalidad, de manera que el valor de pi se mantiene incólume
desde que fue calculado por primera vez.

La continuidad es un requisito significativo de cara a la calculabilidad de una función,


porque sabemos trabajar con ellas mucho mejor que con las otras. Lo cual quiere decir
que la continuidad puede ser decisiva en la práctica, es decir, cuando dejamos a un lado
la pregunta de si ciento suceso está o no determinado en sí, e inquirimos tan solo si
somos capaces de determinarlo moviéndonos con cierto margen de imprecisión. Resulta

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra.
entonces que la continuidad es muy importante para la vida real, pero no afecta a la
cuestión ontológica del determinismo físico desde este segundo punto de vista.

Continuidad e identidad

Hay algo para el que la continuidad sí resulta esencial: cuando la discusión se plantea en
los términos que propuso Parménides, se niega la posibilidad de racionalizar y admitir
el cambio por la inidentidad que aparece cuando se da una diferencia objetiva entre el
móvil antes y después del cambio. Afirmar el cambio implicaría una flagrante violación
del principio de identidad. Ahí es donde aparece oportunamente la continuidad para
diluir la inidentidad todo lo que sea necesario. Desde el punto de vista de la
reconciliación entre razón y devenir (y gracias al cálculo infinitesimal) la continuidad
realiza un cometido decisivo. Por lo tanto, lo que el determinismo físico plantea, esto es,
la relación entre determinismo y continuidad, sólo es válido para dar un uso meramente
práctico del determinismo.

Determinismo aproximativo y radical

NADA

El determinismo como motor heurístico

El determinismo solo alienta la falsa expectativa de que es muy fácil encontrar


conexiones causales, lo cual no es lo más indicado para una época en que la detección
de nuevas leyes se está poniendo francamente difícil. El determinismo físico-causal dice
que todo son causas. Espinoza dice que aunque nuestro acto libre sea incalculable,
imprevisible, no escapa a la imagen ontológica global causal y determinista del mundo
del “demonio” de Laplace”.
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Determinismo físico y mecánica cuántica

No hay que confundir el determinismo ontológico con el determinismo físico. Según el


primero, todas las cosas se determinan por completo cuando se hacen presentes. El
segundo en cambio matiza que los mecanismos con que la realidad se determina al pasar
del futuro al presente son lo que consideran las ciencias físico-matemáticas y ninguno
más. La mecánica cuántica se presta a interpretaciones deterministas e indeterministas,
lo cual sugiere que la suerte de los ideales clásicos no está definitivamente echada.

Sentido realista de las relaciones de Heisenberg

Sería erróneo interpretar que según los creadores de la mecánica cuántica existe algo así
como un “azar esencial” o bien que han incurrido en una contaminación idealista de la
propia teoría. Heisenberg dice: “las magnitudes canónicamente conjugadas solo pueden
ser determinadas a la vez con una imprecisión característica”. “Parece seguirse
inmediatamente de las ecuaciones fundamentales de la mecánica cuántica que es
necesaria una revisión de los conceptos cinemáticos y mecánicos”. Más adelante habla
de no de incertidumbre, sino de indeterminación a la hora de definirlos. Está claro que a
lo que apuntaba con la indeterminación no era a un déficit atribuible a la teoría cuántica,
sino a una limitación de los propios conceptos. Se trata de los mismos conceptos de la
teoría clásica, pero mientras allí se emplean sin ninguna limitación, aquí ya no tienen
una aplicabilidad ilimitada, precisamente porque uno de los usos primordiales de la
mecánica cuántica es establecer dichas limitaciones. Para ello, hay que apelar a la
realidad para medir la adecuabilidad de los conceptos en su mejor uso posible.

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Capítulo 11. Las muchas facetas de la causa final
Paradojas de la causa final

Ningún concepto ha provocado tantas controversias, condenas y denuncias; ninguno ha


sido objeto de calificaciones tan extremas, pues, mientras unos aplicaban la finalidad
por doquier y la erigían en condición de posibilidad de la compresión cabal de la
naturaleza, otros la consideraron incompatible con una explicación aceptable de los
procesos físicos.

Para que algo merezca la denominación de “causa final” tiene que ser “anticipado”
como “bueno”, “apetecido” en consecuencia y “propiciado” como tal. Por consiguiente,
el ejercicio de la causalidad final requiere, además del fin mismo, tres tipos de agente:
previsor, volente y propiciante.

Tanto los fines como los tres tipos de agentes a su servicio están efectivamente
presentes en las acciones humanas premeditadas, pero en los demás casos parece que la
presencia de fines y agentes es más bien analógica, analogía bastante apropiada en el
caso de los animales superiores y francamente metafórica en el caso de los seres inertes.
Aristóteles dice: “Todo lo que existe por naturaleza, existe para un fin”.

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Así nace el finalismo, doctrina filosófica que defiende la omnipresencia de relaciones de


medios afines en la naturaleza. Su tesis capital es el así llamado principio de finalidad
(frase de Aristóteles). La versión de los escolásticos afirma la imposibilidad de que las
tendencias naturales sean vanas. En cualquier caso, es una tesis que abre la naturaleza
hacia ámbitos que la trascienden, puesto que hace que todo depende de otra cosa, y eso
es algo que puede aplicarse a la naturaleza misma como un todo.

Análisis de la causa final

Anaxágoras fue el primero en admitir la causalidad del fin. Causa es lo que de algún
modo produce un efecto, del cual hacemos a aquella responsable. Es el efecto lo que es
resultado de la acción de la causa, y no al revés. Con la causa eficiente no se presenta
ningún inconveniente desde este punto de vista, porque la causa eficiente está en el
principio del cambio que propicia, cosa que no ocurre en el caso de la final, ya que ésta
se sitúa al final.

Partimos del supuesto de que la causalidad es una relación que se establece en el tiempo
entre un término que causa y otro que es causado. La causa principia al efecto desde el
punto de vista ontológico –lo hace ser-, y no se ve cómo ha de conseguirlo si no lo
antecede también en el tiempo. El análisis de esta situación ofrece varias posibilidades
para establecer la legitimidad de lo teleológico: 1) negar que la relación causal tenga
que ir a caballo del tiempo; 2) afirmar que la causa final misma también está en el inicio
del proceso que desemboca en ella; 3) suponer que, aunque no se dé una presencia física
previa de ella, es anticipada por otro agente presente desde el comienzo. La propiciación

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del fin tiene un carácter eminentemente real; remite a una causa eficiente que entra en
simbiosis con la causa final poniéndose, por así decirlo, a su servicio. Pero, al mismo
tiempo, el sujeto que presta su eficacia a tal consecución tiene que empezar por
concebirlo, esto es, tiene que hacer presente el fin en un ámbito ideal de existencia
como prólogo a su instalación en la realidad.

Dentro de la causalidad final hay que distinguir los siguientes elementos:

1. El fin (la causa).


2. El agente inteligente que la entiende “antes” de realizarla.
3. El agente volente que la apetece.
4. El agente eficiente que pone los medios para la realización.
5. El proceso de consecución.
6. La consecución propiamente dicha del fin.
7. El sujeto o sustrato donde dicha consecución tiene lugar.
Si del fin pasamos al agente eficiente directamente, estamos ante un caso de finalidad
inconsciente, también llamada inmanente; si la inteligencia y voluntad tienen una
presencia relevante, hablamos más bien de finalidad consciente o trascendente.

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Lo más frecuente es no fijarnos en la elaboración de la estatua, sino en la estatua ya


concluida, inquiriendo por su sentido o utilidad. Podemos en ese caso hablar de
finalidad estática. También puede pasar que salgamos a pasear no para ir a un sitio
concreto, sino simplemente “por dar una vuelta”. A esto podría llamársele finalidad
dinámica.

Lo teleológico y sus agentes

Lo llamativo de la finalidad es que siempre se da un movimiento de ida y vuelta: del


futuro hacia el presente (anticipando el fin) y del presente hacia el futuro (realización
del fin). Hipotéticamente es aceptable la idea de un espíritu puro, pero los fines siempre
están contaminados de eficiencia, porque solo a través de ella se cierra el círculo que
exige su acabamiento.

La finalidad natural depende tanto de que la causalidad física dé unidad sin ambigüedad
a la intencionalidad de quien la ejerce. Por eso no se opone a la necesidad, sino más
bien al azar. La necesidad no es en último término más que una expresión de la unidad,
en el sentido de que la pluralidad de cosas sometidas a ella se convierte en solidaria
respecto al hecho de darse o no darse. El azar consiste en la negación específica de lazos
de unión entre el presente y el pasado. Lo que hace es prohibir que los haya, lo cual
también es de todos modos una restricción. Si el futuro estuviere realmente abierto, en
unos casos su ocurrencia armonizaría con lo que le antecede igual que si estuviera
enlazado de modo mecánico, legal o teleológico; en otros casos no tendría nada que ver.
El azar no es la pura indeterminación: es la determinación negativa opuesta a la

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determinación positiva de las concepciones necesitaristas convencionales.

Doble dimensión ontológica y epistemológica de la finalidad

En cualquier tipo de relación causal se supone que estamos hablando de una dimensión
de la realidad que concebimos bajo la categoría de relación. En sí misma se trata de una
relación real, pero en la medida que la convertimos en temas de una indagación la
trasferimos al ámbito ideal.

Pero en el caso de la causa final las relaciones entre lo ideal y lo real se complican,
debido a que su mismo ejercicio real presupone procesos ideativos llevados a cabo por
alguno de los elementos que intervienen en él.

Encontramos también argumentos sobre el antifinalismo: a) cualquier articulación


armoniosa y conveniente es resultado encontrado, no anticipado. No hay que confundir
la capacidad de adaptarse con la pretensión de encontrar un escenario preadaptado; b)
cualquier peculiaridad del universo no se debe a diseño, sino a tamaño.

Si el cosmos es infinito, sobre él hay que decirlo todo, lo que rigurosamente equivale a
que no se pueda decir nada. Cualquier proposición y su contraria son válidas en un
conglomerado así: es una forma de refutación cuantitativa del principio de
contradicción.

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¿Finalidad sin fines?

La verdad queda sustituida por el valor de uso, de modo que la finalidad, por ejemplo,
será aceptable si contribuye positivamente a ampliar el conocimiento empírico de la
naturaleza y a perfilar el entramado lógico de su comprensión. Para hacer esto hay que
concebir la ontología como un todo.

Leibniz piensa que en el universo la finalidad está presente tanto a nivel superficial
(fenoménico) como profundo (el en sí de las cosas). Los atomistas griegos no creen que
pudiera darse en parte alguna. Darwin la confina en el ámbito de lo manifiesto,
desterrándola del escondido recinto de lo verdadero. Si damos crédito a Platón,
Anaxágoras opera a la inversa: decreta que el mundo está regido por el Espíritu, pero
acude a la eficacia de las causas mecánicas para explicar lo inmediato. La teoría
darwiniana de la evolución convierte la finalidad en fachada de la eficacia.

El prejuicio antifinalista

NO IMPORTANTE

Teleología y teología

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Tradicionalmente se ha visto en la teleología un predio favorable para los que buscan
argumentos en pro de la existencia y providencia divinas, lo que convierte casi
automáticamente a los apologistas de la religión en simpatizantes de la finalidad, y a los
predicadores del ateísmo en enemigos suyos.

En el siglo XVIII surge la teología física, la cual ganó amplio favor del público y el
respeto al menos de pensadores tan poco sospechosos como Hume o Kant. La conexión
de la finalidad con la teología no es inmediata, pero tampoco es gratuita. Este tipo de
causalidad implica una anticipación del futuro por parte de un agente causal eficiente.
Dicho agente puede ser cualquier “motor” que actúe en el mundo.

Primero han de colocarse a sí mismo en el futuro (idealmente) y después tienen que


volver de nuevo al presente (realmente), porque solo así puede captar el resultado como
deseable (como fin) y luego desencadenar la acción que lo propicia. En cambio, es
evidente que Dios no necesita colocarse en el futuro o en el presente, por la sencilla
razón de que no está en el tiempo, sino en otra dimensión diferente que llamamos
eternidad.

Tratar los vínculos existentes entre el tiempo y la eternidad excede claramente los
límites de la ontología del mundo físico, aunque basta echar un vistazo a este reducto de
la metafísica para darse cuenta de que todas als dificultades de la causalidad final
quedan automáticamente diluidas en ese contexto, y que incluso hay serias dificultades
para distinguirla de las otras formas de causalidad. Junto al Dios providente está el Dios
legislador, y la consideración de sus decretos (leyes naturales) ofrece interesantes
perspectivas al filósofo natural.
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Si Dios además de fijar los parámetros en las ecuaciones cósmicas para el primer
instante (las condiciones iniciales) que sean más proclives a la consecución de los
objetos planeados, tendríamos así un gesto providente, único e irrepetible tal vez, pero
suficiente. Aquí la noción de “eternidad” se muestra como previsoramente no
antropocéntrica, y establece la insignificancia de que hay o no puntos de partida
absolutos tanto en el espacio como en el tiempo, de cara a la cuestión de si hay o no una
teleología inmanente en la estructura misma del universo.

La ciencia ha sido y sigue siendo un gran éxito, aquí tenemos un asidero firme en
apariencia para el finalismo, aunque no cualquier finalismo, sino un finalismo abstracto
que tampoco coincide con el promovido por el deísmo de la Ilustración. Este miraba a
un universo mecánico y determinado, donde el único valor maximizado era el de la
racionalidad pura. El nuevo finalismo tendrá que ver más bien con la increíble
adaptación que la naturaleza revela a medida que la conocemos más y mejor para que
sus secretos puedan ser desvelados en gran parte y al mismo tiempo para albergar el
secreto mucho más misterioso de quien los desvela. Esto supone un límite absoluto para
el grado de racionalidad de la naturaleza en su conjunto, pero no para la penetración en
ella de la finalidad.

Capítulo 12. Modernidad y causa final


La causa final clásica

El criterio fundamental para establecer los diferentes tipos de causación teleológica

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consiste en determinar desde qué instancia se ejerce, cuál es la referencia que la
determina y dónde produce sus efectos. Todo ello define, además de una dirección, un
sentido. La escuela aristotélica pone el motor de la finalidad en la misma entidad que va
a ser alterada como resultado de la acción; en cambio los postcartesianos la ubican en
una potencia extrínseca que dispensa con generosidad tanto previsión como eficacia en
provecho de destinatarios esencialmente pasivos. La diferencia es clara si consideramos
los vivientes: hasta el siglo XVII estaban provistos de alma, y gracias a ella conseguía
ordenar las inevitables mudanzas del mundo sublunar a la consecución, preservación y
propagación del paradigma encarnado en cada uno de ellos. Luego vendrá la teoría del
animal-máquina y los críticos de las concepciones animistas no descansarán hasta
haberse asegurado la perfecta receptividad del viviente en todo lo que tenga que ver con
el telos.

La noción de alma está unida a la causa final. Basta con admitir el hilemorfismo o una
ontología basada en la estructura de acto y potencia. Para la corriente de pensamiento
que predomina antes de la Modernidad los seres finitos no se conforman con seguir
siendo: quieren alcanzar los límites que la naturaleza (su propia identidad) ha
establecido como buenos y por tanto deseables.

Se supone que la causa final requiere un agente capaz de representarse el fin, luego
quererlo y por último poner los medios para su promoción. Sin embargo, un ser que está
en potencia de algo no necesita representarse dicho algo, ya que el mero “estar en

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potencia” conlleva direccionamiento y hasta cierto dinamismo para iniciar el proceso de


actualización. El motor inmóvil fascina con su atractivo a la esfera de las estrellas fijas,
que tratan de imitarlo repitiendo infinitas veces el movimiento circular que es lo que
más se parece a la inmovilidad de aquel, que se abstiene de cualquier dispendio para
cumplir su misión: no lanza unos brazos físicos para ayudar a su escueto atractivo
ejemplarizante (su única actividad es pensarse a sí mismo). Perciben al motor inmóvil
dentro de sí como meta y desafío, como actualización última de todas sus potencias: no
es otra cosa que la proyección hacia delante de su vocación innata de ser unas estrellas
perfectas. Y es que toda la teleología aristotélica cabe dentro de una única fórmula en
clave de imperativo categórico: poder es deber.

La causa final moderna

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