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La traición

Antes de intervenir en acción conjunta con los efectivos de las guardias


urbanas de las principales ciudades del Callejón de Huaylas, Duffó trazo en
Casma un maquiavélico plan, en colaboración con Antonio Barrera y Francisco
Arteaga, para poner fin a las correrias de Uchcu Pedro, cuyo solo nombre
infundía miedo en las poblaciones mestizas. Debería ser a traición. Se repetiría
lo acontecido con Túpac Amaru II, a quien traicionó su compadre el mestizo
Santa Cruz, en el pueblo de Langui.
Francisco Arteaga comprometió a un hijo de Judas que fue el propio compadre
de Pedro Cochachin, Damaso Rodríguez, para que le escribiera una carta
invitándolo a presentarse en Quillo con toda su gente, para desde allí, en
acción conjunta, asaltar Casma y proveerse de las armas y municiones que
tanto les hacía falta. El compadre le ofrecía un contingente de indios igual o
mayor al que jefaturaba Uchcu Pedro, asegurando el éxito de la expedición.
Cochachin contestó esa misiva en términos muy cariñosos, anunciando su
llegada al fundo de Carhuapampa en Quillo, para el día 28 de setiembre, a las
once de la mañana, indicando que allí acordarían el plan para atacar Casma.
Otra versión, proporcionada por su hijo Manuel, sostiene que Uchcu Pedro fue
invitado para festejar “el corte de pelo de su ahijado”, lo que es corroborado por
la tradición lugareña.
Cochachin no poseía armas ni municiones suficientes come para tomar por
asalto la ciudad de Casma que se hallaba en esos días defendida por civiles
armados en numero de 280 hombres y reforzada con parte del batallon
“Canta”. Arteaga, una vez en posesión de la respuesta, preparó sigilosamente
a una selecta tropa de su entera confianza: 140 hombres, muchos de ellos
siervos del fundo que poseía en Carhuapampa, que le obedecían como a un
señor feudal. Arteaga armó a algunos de esos hombres con fusiles y
escopetas, situándolos dentro de todas las casas y escondrijos de la plazoleta
del villorrio de Carhuapampa, siendo una de las casas la del indicado
compadre de Uchcu Pedro.
Cochachin, ignorante de la artera celada, concurrió confiado a la cita fatal, el
lunes 28 de setiembre. Apareció en la cumbre del cerro acompañado de una
pequeña escolta compuesta por 18 hombres. El compadre lo esperó en la
puerta de su casa. Reinaba absoluto silencio en la pe-queña plaza.
Cochachin hizo su ingreso a la morada del compadre dejando a su escolta en
medio de la plazuela. Parecía repetirse la escena de Cajamarca con Atahualpa,
a punto de caer en manos de los españoles. Entonces se hizo la señal
convenida por Arteaga: repique de campana y algazara. Los emboscados
salieron de sus escondites a la carga. La escolta de Cochachin pretendió
resistir, pero ya era muy tarde. La sorpresa fue total y cayeron abatidos por las
balas, palos y rejonazos, sucumbiendo entre ellos José Manuel Cochachin, el
menor de los hermanos de Uchcu Pedro.
Mientras tanto, en la casa del compadre se producía la prisión del jefe rebelde,
después de un tenaz forcejeo. Fue maltratado por sus captores y al revisársele
sus vestiduras se le encontró varias comunicaciones y dos revólveres. En la
noche de ese mismo 28 fue conducido por Arteaga a Casma, escoltado por 20
hombres bien armados, para ponerlo a disposición del subprefecto Duffó, quien
cual nuevo Areche esperaba los acontecimientos para ejercer su inicua
venganza. La entrada del rebelde tuvo lugar a las 7 y 30 de la mañana del 29,
seguido de un enorme gentío que quería conocer a quien tanto los aterrorizara,
al Leon de Ataquero.
Uchcu Pedro, sin que hubiera lugar a juicio alguno, fue condenado a muerte. La
orden venía del Ministro de Gobierno. Recibió los auxilios espirituales del
sacerdote Manuel Pascual Castro e hizo su testamento ante el escribano
público de Casma, Francisco Hurtado, en presencia de testigos.
Dice un testigo de aquellos momentos trágicos: “Desde el principio de su
prisión hasta el momento de su ejecución, (Uchcu Pedro) mostró bastante valor
y no se le vio en ningún instante cobarde al castigo que le esperaba. A
cualquier pregunta con-testaba con imperio y muchas veces con insolencia;
amenazando con que aún le quedaban 2,000 indios y cinco hijos que sabrían
vengar su sangre”. Jamás quiso rendirse, disponiéndose a morir con altivez.

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