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El uso del lenguaje inclusivo: el reflejo de una

sociedad respetuosa*
El Estado está obligado a usar el lenguaje inclusivo en documentos, discursos y
comunicaciones
ACTUALIZADO EL 19 DE MARZO DE 2011 A LAS 12:00 AM

POR LICDA. LARISSA ARROYO

* Artículo publicado en La Nación el 19 de marzo de 2011. Para verlo en línea:


http://www.nacion.com/archivo/lenguaje-inclusivo-reflejo-sociedad-respetuosa_0_1184081658.html

Cuando haga o le hagan un comentario en contra del uso del lenguaje inclusivo del tipo “es
deformar el idioma castellano”, “yo no hablo así porque no me gusta cómo suena” o “eso ya es
exagerar”, le sugiero reflexione sobre las próximas líneas.

El lenguaje y la Real Academia Española. ​Las leyes del idioma no son naturales, ni pétreas ni
mandatos divinos. El lenguaje es una entidad viva, cambiante, que sufre modificaciones al paso de
los cambios en la sociedad. La costumbre y el uso en los idiomas son elementos determinantes
que están por encima del criterio de la RAE, ya que la función de esta es el reconocer los
resultados de esa dinámica que hace evolucionar la lengua. Se entendería entonces que la RAE,
en cumplimiento de su papel, podría aceptar el lenguaje inclusivo como una regla más, entre las
muchas otras que ya tiene nuestro idioma. Es evidente que hay algo que la detiene. Conviene,
entonces, cuestionarse sobre las razones que la motivan a negarse a hacerlo.

El masculino como género. ​El contexto nacional nos muestra una marcada tendencia a
manifestaciones cotidianas de violencia de género. Estas incluyen todas las formas de
discriminación por género que vivimos, día a día, las mujeres costarricenses. El lenguaje reproduce
esa realidad. Es un útil instrumento para ayudar a sostener esta situación, en tanto refleja esa
violencia dirigida ferozmente en contra de las mujeres. Ejemplo de esto es el llamado “genérico
masculino”, que tiene por referente de ser humano a los “hombres” (macho, varón). Si decimos “los
ciudadanos”, nos podemos referir a hombres y mujeres pero si decimos “las ciudadanas”, según las
normas de la RAE, solo podemos hacer mención a mujeres. Entonces, ese “masculino”, mal
llamado genérico, resulta distar mucho de ser “genérico”, porque excluye lo femenino (hembra,
mujer), aun si no hubiera una intención consciente de esta discriminación.

Los derechos humanos y el Estado costarricense. ​Ante el alegato de que somos pocas las
mujeres que nos sentimos discriminadas por el uso del masculino como genérico, hago énfasis en
el siguiente párrafo sobre cómo el desconocimiento de la normativa en derechos humanos no
valida su violación. El consenso de una mayoría tampoco lo justifica, ya que en materia de
derechos humanos, una mayoría no puede decidir sobre una minoría.

En un Estado de derecho como el nuestro, que ha ratificado numerosos instrumentos jurídicos de


protección a los derechos humanos, como la Cedaw, en la cual reconoce su obligación de
coadyuvar a la modificación de todas las costumbres costarricenses que sean discriminatorias
hacia las mujeres, el uso del lenguaje inclusivo no es una recomendación. Es una obligación
jurídica y un compromiso ético. Su uso no debería depender, por lo tanto, de la aceptación
caprichosa de la RAE.

Algunas características de los derechos humanos son la irrenunciabilidad y la exigibilidad. La


persona nunca los pierde, aun cuando no tenga conocimiento de su existencia y desconozca la
posibilidad de exigir su cumplimiento. No cabe aceptar una violación a un derecho humano por
existir anuencia de quien lo ostenta. Los derechos humanos, además, no dependen de su
reconocimiento. Son inalienables, universales e inherentes al ser humano por el solo hecho de ser
persona. Tanto los Estados como los individuos tienen el deber de reconocerlos, promoverlos,
protegerlos y defenderlos. El uso del “genérico masculino” no solo es ofensivo y discriminatorio,
sino que además ayuda a perpetrar la violencia de género. Por lo tanto, el no hacer uso del
lenguaje inclusivo en los entes e instituciones estatales no solo constituye un error, sino que podría
llegar a ser el incumplimiento de una obligación jurídica.

El deber ser y el ser. ​El uso del lenguaje inclusivo puede causar escozor, pero si fuera solo por
esto, muchas personas en nuestra sociedad no tendríamos los derechos que al menos de iure
gozamos y nos veríamos excluidas y excluidos por nuestro género, creencia, educación, etnia, etc.
Habrá siempre quienes digan que les molesta o que les desagrada el uso del lenguaje inclusivo,
incluso con el argumento de economía linguística o respeto al criterio de la RAE. Lo cierto es que
en nuestras cotidianidades, nos vemos en la obligatoriedad de actuar de cierta manera, aunque
personalmente nos incomode o nos parezca sin sentido. Esto significa que nuestra libertad se ve
siempre limitada, ya que aceptar vivir en un Estado de derecho, nos impone una sujeción: el
acatamiento de la normativa. El atentar contra los derechos de las otras personas nos traza un
límite, en especial en materia de derechos humanos. La consecuencia lógica es, entonces, no solo
el reivindicar el lenguaje inclusivo, sino que el rechazo absoluto a toda aquella expresión del
lenguaje que sea ofensiva o discriminatoria para un sector mayoritario o minoritario de la población.

Nuestro presente y futuro.​ El lenguaje inclusivo no pretende ser una solución mágica a la
violencia de género. Una vocal, como me han dicho, no corrige una cultura que enaltece lo
masculino y que excluye lo femenino de lo genérico. Idealmente, todas las personas utilizaríamos,
natural y espontáneamente, el lenguaje inclusivo pero esa no es la realidad. Por lo tanto, mientras
llegamos a esa realidad, el Estado tiene la obligación de hacer uso del lenguaje inclusivo en todo
documento, discurso y comunicación y promoverlo en los centros de enseñanza aunque por ahora
se siga encubriendo una realidad cultural, en la cual las mujeres seguimos siendo víctimas de todos
los tipos de violencia.

Ante esto, como ciudadanos y ciudadanas, tenemos el deber de trabajar arduamente para
acercarnos más a una sociedad que sea solidaria, respetuosa e inclusiva de las diversidades,
recordando siempre que los derechos humanos no se negocian: se respetan.

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