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CAMBIOS EN PUNO
Estudios de sociología andina
François Bourricaud
Travaux de l'IFEA
…
Francois Bourricaud (Francia, 1922-1991) empezó muy joven su carrera académica. Llegó
por primera vez al Perú en 1951, gracias a la obtención de una beca de investigación y se
quedó dos años en Puno. Retornó en 1963 por otros dos años y luego viajó frecuentemente
a este país hasta 1974. Su producción científica en todo ese periodo fue muy fructífera, con
más de 40 artículos científicos y dos libros magistrales: Cambios en Puno (1962) y Poder y
sociedad en el Perú (1967). Así, el Perú fue s...
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Editor : Institut français d’études andines, Instituto de Estudios Peruanos, Cooperación Regional para los países
andinos-Embajada de Francia
Colección : Travaux de l'IFEA | 292
DOI : 10.4000/books.ifea.6474
Sumario
Presentación
Autor(es)
Francois Bourricaud (Francia, 1922-1991) empezó muy joven su carrera académica. Llegó
por primera vez al Perú en 1951, gracias a la obtención de una beca de investigación y se
quedó dos años en Puno. Retornó en 1963 por otros dos años y luego viajó frecuentemente
a este país hasta 1974. Su producción científica en todo ese periodo fue muy fructífera, con
más de 40 artículos científicos y dos libros magistrales: Cambios en Puno (1962) y Poder y
sociedad en el Perú (1967). Así, el Perú fue siempre para François Bourricaud un laboratorio
científico apasionante para entender mejor los fenómenos de los cambios sociales y el papel
de las especificidades políticas y culturales, así como las políticas y teorías del desarrollo.
Este libro fue publicado en español el año 1967, en México, por el Instituto Indigenista
Interamericano. En palabras del propio autor, si bien la elección geográfica fue casual, “las
características de la organización social que poníamos en evidencia se interpretaban
solamente en relación con un conjunto mucho más vasto, respecto de una 'zona de
contradicción'. Si nuestro trabajo puede pretender algún mérito, el único que le
reivindicaríamos sería el de preparar la exploración metódica de este fondo común que aflora
bajo las singularidades de una situación regional”.
Presentación
Roxana Barrantes y Ramón Pajuelo
p. 9-10
Prólogo: "François
Bourricaud: intelectual,
humanista y sociólogo"
Jean-Joinville Vacher
p. 11-12
TEXTO AUTOR
TEXTO COMPLETO
1LAS COINCIDENCIAS DE LAS EDICIONES y de las fechas hacen que la
excelente idea del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) de editar
por primera vez en el Perú cambios en puno: estudios de
sociología andina de François Bourricaud corresponda a los 60
años de la investigación, los 50 años de la edición francesa y a
los 20 años de la desaparición del autor.
2La referencia a esta particularidad sincrónica, lejos de querer dar
a esta edición un aire de conmemoración, desea poner énfasis en
la importancia de difundir de nuevo y más ampliamente la obra
de François Bourricaud, en particular la relacionada con el Perú.
3François Bourricaud hizo —lo que se llama en Francia— una
brillante carrera; «Agregé» de filosofía a los 22 años, empezó a
dar clases en la universidad dos años después para, en 1969, ser
elegido profesor de sociología en La Sorbona. Sus primeros
trabajos lo llevaron a ser invitado muy rápidamente a las más
grandes universidades del mundo como Harvard, Oxford y
Stanford. Asimismo, es uno de los pocos intelectuales franceses,
hasta hoy, en haber sido elegido como miembro de la Academia
Americana de Ciencias y Artes.
4Su primer libro, Esquisse d'une théorie de l'autorité (Esbozo de
una teoría de la autoridad) publicado en 1961, muestra ya la
amplitud de su pensamiento pluridisciplinario y de su cultura
universal. François Bourricaud nos dejó una obra fundamental y
original, alejada de toda visión estrecha de las especialidades.
Esta se extiende a la filosofía moral y política, las dinámicas
sociales, la crisis universitaria, la sociología de la acción (es uno
de la más importante representantes junto con Talscott Parsons],
el bricolaje ideológico, la historia de la derecha, las ideologías de
los franceses y el excelente Diccionario crítico de
sociología escrito en colaboración con su colega Raymond
Boudon que alcanzó gran éxito mundial. Una obra diversa
ciertamente pero siempre guiada por un gran rigor científico y
una coherencia cumulativa del conocimiento. El gran sociólogo
Edward Shils precisó que sus trabajos lo sitúan a la par de los
mejores teóricos e investigadores de sociología del mundo.
5Otro aspecto muy importante de la obra de François Bourricaud
fueron sus investigaciones sobre el Perú. Gracias a la obtención
de una beca de investigación, llegó por primera vez al Perú en
1951 y se quedó dos años en Puno. Volvió nuevamente por dos
años en 1963 y retornó frecuentemente a este país hasta 1974.
En todo ese periodo, su producción científica fue muy fructífera,
con más de 40 artículos científicos y dos libros
magistrales: Cambios en Puno y Poder y sociedad en el Perú. Este
país fue siempre para François Bourricaud un laboratorio
científico apasionante para entender mejor los fenómenos de los
cambios sociales y el papel de las especificidades políticas y
culturales, así como las políticas y teorías del desarrollo. El Perú
también fue para él una tierra de amistades intensas, como las
que mantuvo por ejemplo con José María Arguedas, Víctor Raúl
Haya de la Torre o José Matos Mar. Decidió en 1989, durante su
último viaje, volver a trabajar sobre el Perú mas su enfermedad
no se lo permitió.
6Los que lo conocieron —y tuve el privilegio de verlo a menudo—
recalcan siempre su don de amistad y sus cualidades personales
de atención y escucha. De una gran curiosidad intelectual, las
conversaciones con él eran mucho más que un intercambio, eran
una construcción mutua donde su sabiduría se mezclaba con el
humor y la imaginación, con el objetivo de conocer mejor al otro.
7Para terminar quisiera, en nombre de la Cooperación Regional
Francesa para los Países Andinos y de la Embajada de Francia en
el Perú, agradecer intensamente al IEP por habernos asociado a la
edición de este libro y a la difusión del pensamiento de François
Bourricaud.
AUTOR
Jean-Joinville Vacher
Consejero de la Cooperación Regional para los Países Andinos
Embajada de Francia en el Perú
Introducción
p. 15-42
TEXTO NOTAS
TEXTO COMPLETO
¿Qué es un indio?
7Como cuestión previa tal vez no estaría mal describir a grandes
rasgos los tipos sociales que vamos a observar en la región de
Puno. Esta, como lo hemos dicho, se caracteriza por su fuerte
densidad de población indígena. ¿Pero, qué es un indio? La
respuesta puede parecer fácil. Sin embargo, vamos a ver que ni
los rasgos raciales, ni la práctica exclusiva de una lengua indígena
bastan hoy para dar una respuesta. ¿Eran las cosas más simples
en el siglo XVIII o en el siglo XIX, hasta 1880, como lo hace notar
Richard N. Adams en su trabajo sobre Muquiyauyo?:
1 Adams, Richard N., Change in the Andes: The story of Muquiyauyo, p.
127.
Una ropa característica era llevada por los indígenas y sólo los
mestizos iban vestidos a la occidental. Sólo los indios tenían el
usufructo de las tierras comunales y éstas pertenecían verdaderamente
a la comunidad indígena y en ella nada tenían que hacer los mestizos.
Todos los indios hablaban quechua [o aimara según la región] y muy
poco español; los mestizos hablaban español, aunque muchos de
entre ellos hablaban también quechua. Ciertos nombres pertenecían
realmente a familias indígenas, en tanto que otros a familias
mestizas... Todos los indígenas tenían acceso a los cargos en la
comunidad indígena; únicamente los mestizos ocupaban los puestos
administrativos. Aunque todos eran católicos, ciertas fiestas estaban a
cargo exclusivo de los indios y otras a cargo exclusivo de los mestizos.
Por último, los matrimonios entre indios y mestizos estaban
teóricamente prohibidos... En resumen, los indios constituían un
grupo aparte, con un status rigurosamente definido.1
2 Adams, ob. cit., p. 128.
La raza
3 Pueblo cercano a Puno del que tendremos ocasión de ocuparnos.
5 Ibíd.
8 Ibíd., p. 147.
9 Ibíd., p. 152.
10 Ibíd., p. 151.
11Por otra parte, la raza constituye una determinación biológica
muy a menudo imposible de relacionar con los hechos sociales o
culturales, constantes y bien definidos. Vallois, por ejemplo,
define la raza como un grupo de hombres que presenta un
“conjunto de caracteres físicos, comunes y hereditarios
cualesquiera que sean, por otra parte, sus costumbres, lenguas y
nacionalidades”.6 Sin duda, siempre es posible clasificar en un
mismo grupo antropométrico a diversos individuos que
presentan los mismos rasgos morfológicos, aun si esos
individuos provienen de grupos sociales y culturales distintos.
Pero esta clasificación, que muy a menudo no coincide con la
clasificación lingüística ni, con mayor razón, con las
clasificaciones culturales o sociales, no ofrece sino muy pocos
recursos al sociólogo cuya vocación es estudiar los sistemas
sociales concretos. Una nación, una clase, una minoría étnica,
constituyen sistemas sociales. No ocurre lo mismo con los tipos
físicos o razas, ya que varios pueden coexistir en el interior de
una misma unidad sociocultural, en la que el mismo tipo puede
verse representado, más o menos abundantemente, en más de
uno de los conjuntos que interesen al sociólogo y al etnólogo.
Franz Boas ha destacado muy bien todos los argumentos que
conducen a pensar que el tipo físico, de una parte, y la lengua y
la cultura, de otra, no están ligados de una manera estrecha y
constante:7 “En lo que concierne a la época contemporánea —
escribe—, vemos por ejemplo de los negros de la América del
Norte que puede darse una transformación completa en la lengua
y la cultura sin que se produzca una transformación
correspondiente en lo que se refiere al tipo físico”, y agrega que:
“en Europa podemos también observar un tipo físico homogéneo,
el alpino, repartido en un área donde las diferencias culturales y
lingüísticas son muy marcadas: hay alpinos en Francia, Italia,
Alemania y Yugoeslavia”.8 Una situación inversa es concebible
todavía: que los rasgos físicos sean alterados por el mestizaje sin
que la lengua y la cultura se modifiquen substancialmente.
Además, no hay por qué pensar, según Boas, que en una época
anterior del desarrollo de la humanidad, la relación entre cultura
y el tipo físico, hoy tan vaga e incierta, haya sido más constante y
mejor establecida. Según sus propios términos, la actual
distribución de las lenguas, comparada con la de los tipos físicos,
hace plausible la hipótesis de que “aún en los tiempos más
atrasados han estado representadas en el interior de las unidades
biológicas más de una lengua y más de una cultura”.9 Los
conjuntos socioculturales, los antropométricos, los lingüísticos,
“[...] no tiene[n], pues, necesariamente el mismo destino”, y las
tentativas para clasificar a los hombres, a partir de uno de estos
tres tipos, deben conducir necesariamente a “resultados
diferentes en razón de la diferencia misma del punto de vista
adoptado”.10
11 Precisemos que la presencia de los mismos rasgos físicos en dos
poblaciones no prueba que dichas p (...)
La lengua
15El una ayuda de un alcance diferente. Se puede clasificar en la
categoría indígena, sin equivocación, a toda persona que no hable
ni comprenda el español. Pero hay un gran número de indígenas
que, más o menos, lo hablan y comprenden. Y entre los mestizos
y los blancos, una fracción apreciable comprende o habla una u
otra de las dos lenguas indígenas, y a veces las dos. Notamos,
por último, que con el desarrollo de la instrucción primaria, el
número de indígenas que habla español crece de manera
continua. Hemos podido constatarlo nosotros mismos en el
pueblo de Ichu donde, con la excepción de una maestra y de solo
una familia mestiza, toda la población puede ser clasificada como
indígena. Los más adultos casi no comprenden el español y, si se
les habla en esta lengua, responden en aimara (a veces se trata
de una defensa contra el misti. Hemos podido constatar
personalmente cómo una mujer de la familia con la que habíamos
pasado una semana y que a nuestras preguntas solo respondía
en aimara, un día, cuando adquirió confianza, nos habló en
español, un español muy pobre, muy burdo desde el punto de
vista gramatical y fonético, pero que le permitía explicarse más o
menos). Por lo contrario, la mayor parte de los niños y de los
jóvenes puede sostener pequeñas conversaciones en español y en
general no rehúsa hacerlo.
14 Es la actitud que adoptaron los empadronadores del censo de 1940,
quienes dejaron que el individuo (...)
El género de vida
15 “The Contemporary Quechwa”. En Handbook of South American
Indians, p. 414.
El atraso indígena y la
dependencia
20El indio se distingue del blanco o del misti por la naturaleza de
los productos que consume, por el débil volumen de intercambios
en los que toma parte y por las técnicas y la finalidad de la
producción. Ahora bien, desde ese triple punto de vista, el indio
está atrasado en relación con el blanco y el mestizo. Consume
menos, participa apenas en la economía monetaria, está ligado a
técnicas retrógradas. El espíritu de rutina en el campesino
indígena es un cliché; sin embargo, hay que tratar con mucha
prudencia esta generalización, porque la historia agraria de esta
región andina podría desmentirla. No es difícil, tampoco, argüir
que el indio a menudo muestra gusto y una curiosidad muy viva
por las innovaciones, desde que quienes se las presentan logran
desarmar su desconfianza (los servicios del Ministerio de
Agricultura en Puno han emprendido una campaña de difusión de
nuevas técnicas agrícolas y sería interesante verificar su
progreso). En cuanto al grupo blanco o mestizo, veremos después
qué razones frenan el espíritu de iniciativa en el hacendado, gran
propietario, o más bien cómo a menudo este se ve forzado a
conservar métodos anticuados porque no ve claramente el
beneficio que obtendría en cambiarlos, en tanto que se
representa con mucha precisión los riesgos a los que se
expondría con sus iniciativas. En resumen, el indígena no siempre
es conservador, y el blanco o el mestizo no siempre se muestran
proclives al progreso y al cambio. Aparte de estas reservas, queda
el hecho de que el grupo indígena tiene “atraso” en relación con
el grupo blanco o mestizo, porque las normas económicas y
técnicas con las que se juzga al grupo indígena y por las que se
le asigna un estatus en la jerarquía social son formuladas por
mestizos y blancos. A menudo, este hecho determina que el
indígena confiera a estas normas la calidad de modelo y de ideal.
Del mismo modo, el indio enriquecido recurre a los productos
familiares a los mestizos. Se esfuerza en vestirse como él, se
alimenta como él. Es también del blanco y del mestizo, agentes
de difusión cultural, de quienes le vienen los nuevos
conocimientos técnicos. No se trata en absoluto de sostener que
el indio trata siempre de identificarse completamente con el
modelo que le propondría el blanco y que aspira a alcanzarlo a
cualquier precio, imitándolo y copiándolo. La originalidad de la
cultura indígena es ciertamente muy sensible a los mismos
indígenas inteligentes, con clara conciencia de su atraso. La
palabra, hoy imprecisa, de aculturación, sería gravemente
equívoca si sugiriera que el indígena debe identificarse —o, más
aun, que está en camino de identificarse— con una cultura
digamos “superior” y que debe disolverse en ella. Todo los lleva a
creer que la cultura indígena en vías de transformación no va a
modelarse sobre los ideales de la cultura misti. Esto no impide
que sea por referencia al mistique el indio toma conciencia de su
propia situación de indio; es en la diferencia con el blanco donde
adquiere conciencia de sí mismo y es percibida, por los más
activos y los más inteligentes, como un atraso que se debe
superar.
23 La literatura sobre los sentimientos de dependencia es infinita. Un
estudio que ha guiado nuestra (...)
25 Papas deshidratadas.
Cultura folk
31 “What is folk culture”. En American Anthropologist.
El método
31Esto es lo que hemos tratado de hacer en lo que concierne a
Puno y su región. Hemos tratado de reubicar al indígena en el
conjunto social que lo explica. Nos vimos forzados a adoptar un
método muy diferente del que nos habíamos propuesto, porque
el estudio de una comunidad o de un grupo restringido sobre el
que habríamos concentrado estrictamente nuestro esfuerzo no
hubiera sido de gran utilidad. En primer lugar, por lo menos a
comienzos de nuestra encuesta, habríamos sido incapaces de
percibir los aspectos singulares de la situación local, los más
amplios y más típicos. Sin duda, ahora estaríamos en condiciones
de conducir tal investigación; instruidos por la experiencia, nos
creemos en capacidad de interpretar con alguna inteligencia los
hechos relativos a la organización de un pueblo o de una hacienda
y de distinguir lo esencial de lo accidental. Pero dudamos
fuertemente que un investigador recién llegado al Perú, como lo
éramos entonces, pueda obtener gran provecho de una
observación estrictamente etnológica, es decir, de un registro y
descripción de las conductas observadas en un solo grupo
indígena. Por eso nos vimos obligados a adoptar un método más
ambicioso. En primer lugar, hemos intentado percibir los
aspectos esenciales de la vida indígena en relación con el universo
de los mistis; y es así como hemos sido llevados a considerar al
indígena en su comunidad, en la hacienda, a seguirlo en la ciudad,
a describir lo más característico de sus relaciones con sus
compañeros mistis. En muchos puntos, nuestra información es
pobre; pero el lector verá que no hemos tratado de disfrazar las
lagunas. Por otra parte, el método adoptado nos hizo recurrir, y
lo hicimos de buena gana, a fuentes que muchos investigadores
de hoy descuidan y desdeñan. Hay la tendencia —exagerada,
según nuestra opinión— a considerar que el alfa y el omega de
toda investigación sociológica residen en la aplicación de un
cuestionario. No insistiremos en las dificultades de aplicarlo a los
de lchu. Tales dificultades, evidentemente, son menos graves en
Puno, donde aplicamos uno a los alumnos de las escuelas, y del
que obtuvimos algunas sugestiones. Pero el cuestionario, sean
cuales fueren sus méritos, permite precisar sin equívoco los
puntos sobre los cuales ha insistido la encuesta y evaluar la
información recogida, y no podría ser empleado en los comienzos
de una investigación, a menos que antes de comenzar su trabajo
el sociólogo no sepa claramente lo que quiere. No era este el caso.
Además, este método, si es adecuadamente explotado, presenta
una ventaja de la que no hubiéramos podido en todo caso obtener
gran provecho.
32En primer lugar, tuvimos el papel de observador participante,
nos dedicamos a ver y a escuchar. Estábamos interesados en el
aspecto cotidiano de la realidad social que pretendíamos
describir: la gente de Puno no atribuía a nuestra estancia
prolongada otra causa que una curiosidad de arqueólogo o de
historiador. Como este error no nos exponía a ninguna
desconfianza, adoptamos la actitud del historiador curioso y
erudito. De esta manera fueron posibles fructuosos contactos.
Los vecinos nos concedieron buena acogida (se me hizo socio del
Club de Leones), pero no trataron de acapararnos ni se irritaron
por los múltiples contactos que intentábamos conseguir. Sin
embargo, este método limitaba nuestra información. Por eso
decidimos concentrarnos en algunos casos. No podíamos conocer
mucho sobre Puno. Hemos debido contentarnos con pocas
informaciones precisas sobre algunas familias. Nos
arriesgábamos, con este método puramente cualitativo e
impresionista, a atenernos a puntos de vista arbitrarios y
superficiales. Utilizamos sistemáticamente dos contrapesos para
mantener nuestro análisis en equilibrio con las exigencias
elementales de rigor y precisión. En primer lugar, nuestra
interpretación recurre a categorías simples y constantes. Vemos
que el individuo cumple roles, que se componen en sistemas o se
oponen en tensiones más o menos violentas. Pero es necesario
interpretar esas conductas y hemos intentado formularnos a
nosotros mismos, de la manera más franca y explícita, las
categorías según las cuales se desarrollaba nuestra
interpretación. Nos dedicamos a aclarar tanto las consecuencias
cuanto los principios. Así, poco a poco, se impuso la hipótesis de
que entre mistis e indios hay una comprensión implícita mucho
más amplia y profunda de lo que generalmente se admite. Hemos
tratado, a pesar de la insuficiencia de nuestra encuesta, de poner
al lector en capacidad de decidir cómo tal hipótesis podría ser
verificada y de percibir lo que falta en el estado actual de nuestra
información. Una segunda manera de ir un poco más allá de lo
que nos ofrecía la observación cotidiana y cualitativa, era
interesarnos en la génesis y significación histórica de algunas
instituciones. Por eso se encontrarán en nuestro trabajo
numerosas referencias: no nos limitamos solo a lo observado por
nosotros mismos, sino que nos hemos visto obligados a comentar
y discutir lo que otros han descrito antes que nosotros. Una
dificultad suplementaria constituyó que en el año de que
disponíamos para llevar a cabo nuestra misión, era
evidentemente presuntuoso esperar que llegaríamos a poder
sostener una conversación en aimara o quechua. Por
consiguiente, tuvimos que recurrir a intérpretes. Y la experiencia
pronto nos hizo ver hasta qué punto este recurso era molesto.
Los intérpretes son una fuente constante de decepción para el
sociólogo. El intérprete indígena, reclutado en el mismo pueblo,
a veces facilita hacerse de amigos o por lo menos de relaciones.
Nos permite el ingreso a su familia. Pero, muy a menudo, su
conocimiento del castellano es insuficiente y no ofrece sino una
débil parte, y de manera sumaria, de las conversaciones que tiene
por misión traducir. Si se recurre a un intérprete mestizo de Puno,
su condición de misti lo vuelve sospecho a los indígenas. Él
mismo los tratará con altivez y tenderá a conducir la conversación
como un interrogatorio. Las preguntas de un sociólogo a menudo
le parecerán extrañas o fútiles. Los hechos que le son familiares,
y que le parezcan sin interés, omitirá mencionarlos en su
traducción. 0 bien tendrá sus propias hipótesis sobre la vida
indígena y querrá confirmarlas a toda costa.
33Una debilidad que el lector podrá descubrir fácilmente en
nuestro trabajo es que unas veces nos referimos a indios de habla
aimara y otras a los de lengua quechua. Esta dificultad era
inevitable; además, desde cierto punto de vista no nos parece
muy grave. Era inevitable porque, si nos proponíamos una
descripción del conjunto de la región de Puno, era necesario
ocuparnos de todos los que la pueblan. Grosso modo, la
población quechua está instalada al norte y al este de la ciudad
de Puno, en la parte del departamento que colinda con el de
Arequipa. La hacienda de la que informaremos al lector en el
capítulo II está incluida en zona quechua. Al sur y al este de la
ciudad de Puno están instalados los de lengua aimara. Ichu, la
comunidad a la cual se hacen numerosas alusiones en el mismo
capítulo II, está en la región aimara. En cuanto a la ciudad de
Puno, allí se hablan una y otra lengua. Además, la diferencia
lingüística, como lo hemos dicho, no basta para distinguir estas
poblaciones, por lo menos desde el punto de vista social. Las dos
poblaciones, lingüísticamente diferentes, tienen una
organización social muy semejante: la tecnología, el régimen
agrario, el sistema de autoridad y la estructura familiar son más
o menos idénticos. No ocurre lo mismo con la mitología y las
creencias mágico-religiosas. Por eso, en el tercer capítulo,
dedicado a los cambios en la cultura indígena, hemos tenido
cuidado en referirnos a gente de lengua quechua, y las
observaciones que allí presentamos son únicamente para los de
este grupo.
34Muy pocas de las hipótesis que adelantamos son verificables
de manera rigurosa en el estado actual de nuestro conocimiento.
Trataremos, sin embargo, de mostrar en qué condiciones serían
verificables. No podemos, para justificarlas, sino alegar hechos
más o menos complejos, cuya interpretación queda en gran parte
indeterminada. Por el contrario, nuestra ambición es haber
presentado una descripción ordenada de los principales puntos
(o problemas] alrededor de los cuales se articula la vida social de
esta región. Desgraciadamente quedaba excluido, a causa de la
limitación de nuestros medios, solos y sin apoyo, que hubiéramos
podido avanzar más en la investigación. Sin duda, hemos tratado
de aplicar algunos cuestionarios a niños en edad escolar, pero
esta modesta tentativa no nos autoriza a formular hipótesis de
alto vuelo. Las técnicas psicológicas y sociológicas, incluso
cuando son empleadas de manera rigurosa, tropiezan con
dificultades muy graves y sutiles; muchas veces sus resultados,
aunque objetivamente bien fundados, nos parecen irrisorios en
relación con la enorme maquinaria puesta en movimiento. Por eso
sería imperdonable ofrecer nuestras observaciones como
producto de un método muy consciente y muy seguro. Digamos,
una vez más, que solo hemos pretendido describir a grandes
rasgos los principales aspectos de la vida social de la región de
Puno. Hemos deseado realizar un primer esbozo, un primer
inventario. Somos muy conscientes de las lagunas de nuestro
trabajo. Pero un investigador solo, en tan poco tiempo, ¿podría
haber tenido interés en especializarse en el estudio de algunos
puntos precisos y aislados? Creemos que, en primer lugar, debía
intentar recoger una visión sintética de la región y de sus
problemas. En un proyecto más ambicioso, y a esta región valdría
la pena consagrarle mucho tiempo y esfuerzo, el trabajo que aquí
presentamos no sería sino una introducción.
NOTAS
1 Adams, Richard N., Change in the Andes: The story of Muquiyauyo,
p. 127.
5 Ibíd.
6 Vallois, H., Les races humaines (París, 1944), citado por Wallon,
H., La psychologie différentielle, p. 110 (“Traité de psychologie
appliquée”, libro primero).
8 Ibíd., p. 147.
9 Ibíd., p. 152.
10 Ibíd., p. 151.
11 Precisemos que la presencia de los mismos rasgos físicos en dos
poblaciones no prueba que dichas poblaciones hayan tenido
contacto; ni tampoco que la ausencia de rasgos comunes pruebe que
dos poblaciones lo hayan tenido nunca.
25 Papas deshidratadas.
TEXTO NOTASILUSTRACIONES
TEXTO COMPLETO
1 Censo nacional de población de 1940, Dep. Cuzco, Puno.
Descripción de la ciudad
5El viajero se resarciría si se decidiera observar la ciudad y sus
habitantes. En primer lugar, notará que se extiende en las
pendientes de una colina que desciende hasta el lago. No llega
hasta sus orillas, las cuales en parte están consagradas al cultivo
de plantas allí familiares: papa y cebada, o abandonadas como
pasto a las ovejas. Sin embargo, la ciudad parece tocar y ganar
este borde litoral, aunque las casas que más se aproximan al lago
todavía distan de él un centenar de metros. Así, Puno se extiende
sobre un arco de círculo que aproximadamente, aunque un tanto
de lejos, sigue la orilla del lago. Agreguemos, por otra parte, que
la carretera panamericana que desciende por Chucuito, llave y
Yunguyo o Desaguadero, hasta la frontera boliviana, atraviesa
Puno en dirección norte-sur y aproximadamente sigue el frente
que la ciudad expone al lago. La colina en cuyas faldas se
construye Puno está dominada a la izquierda, es decir hacia el
sur, por un pico de más o menos 4000 m, el Cancharani, y a la
derecha por el Azoguini; y el puesto instalado por la Guardia Civil
para controlar las idas y venidas en la ruta de Juliaca, no está sino
a unas cincuenta casas. Por el contrario, en el noroeste, a lo largo
de la vía férrea, se desarrolla un nuevo barrio de fuerte
predominio indígena, Bellavista. Al sur, en la ruta a Chucuito, los
límites son más indecisos. Más allá del cementerio, después del
segundo puesto de la Guardia Civil (que controla la salida de Puno
y la circulación tanto por la carretera Panamericana como por la
carretera a Moquegua) se observan pequeños grupos de casas,
casi pueblos, que están más o menos unidos a Puno en el sentido
de que sus habitantes van allí diariamente a trabajar y a negociar,
pero manifiestan un carácter rural más acentuado, es decir, que
constituyen una especie de suburbio. Igualmente, en el mismo
Puno, hacia el oeste, se pasa en transición casi insensible de la
ciudad al campo; el famoso barrio Manazo, tan original, tan lleno
de color, o aun Piripiruani, pertenecen sin duda a Puno, pero
habría dificultades en decidir si sus habitantes son citadinos o
campesinos que viven de su comercio de legumbres y de carne
con la ciudad.
6Los límites de Puno no son, pues, fáciles de fijar. Aparte del
núcleo central en el que se desarrollan y concentran dos grupos
de actividades propiamente urbanas, el comercio y el conjunto de
funciones políticas, administrativas y judiciales; los suburbios se
consagran a trabajos que se podrían calificar de campestres.
Observemos que estos suburbios tienen un carácter étnico muy
pronunciado. La mayoría de Laicacota habla aimara, la mayoría de
Bellavista habla quechua e, igualmente, Manazo es de lengua
quechua. Los habitantes de estos últimos barrios van vestidos
como los indígenas del campo; sus casas están construidas y
dispuestas de manera muy semejante. En resumen, se puede
hablar de una localización étnica, porque el grupo aimara parece
vivir en el extremo sur de la ciudad, mientras que el grupo
quechua domina hacia el norte y el oeste.
El núcleo y la periferia
7Si ahora paseamos por la parte central de Puno, es decir, entre
la Plaza de Armas y el Parque Pino (en honor de un notable
puneño muerto durante los combates de la Guerra del Pacífico),
nuestra impresión cambia. En la Plaza de Armas, amplio
rectángulo de casi 100 por 50 m, se destaca la Catedral. A la
derecha, la Prefectura; al frente, la Corte Superior de Justicia, con
su edificio de construcción reciente y sobria. A algunos pasos de
la Prefectura, el edificio de la Municipalidad; un poco más abajo,
la Biblioteca y el Museo. Del mismo lado de la Corte, los servicios
del Ministerio de Agricultura. Sobre el lado del rectángulo que
hace frente a la Catedral, un cinema, el Colón (el único en 1953),
un poco más lejos, una farmacia; después, una librería. En el
Parque Pino —el nombre de parque no debe entusiasmarnos:
cuatro pequeños pinos enclenques en cada esquina de la plaza
son los únicos que han logrado resistir la aspereza del clima,
mientras que la Plaza de Armas, mejor cuidada, es alegrada por
eucaliptos—, el colegio de varones, San Carlos, amplio edificio
que acoge a más de 600 estudiantes secundarios, ocupa todo el
este. Al sur, notamos el inmueble de la Caja de Recaudaciones.
Haciéndole frente, el Club de la Unión, del que se enorgullecen
ser miembros las personas de importancia de la ciudad, o como
ahí se dice, la “gente”: abogados, médicos, comerciantes
notables. Las dos plazas se unen por la calle Lima, la arteria
comercial de Puno. En casi todas las casas hay un comercio. Sobre
un poco más de 150 m están concentradas cinco tiendas de
tejidos (casi todas le agregan a esta actividad otras más o menos
vinculadas, como el comercio de calzado o aun la venta de
aparatos fotográficos o radiofónicos), una tienda de periódicos y
libros, una miscelánea donde también se venden artículos
domésticos, ferretería y sombreros; y las sucursales de los
principales bancos peruanos, el Banco de Crédito y el Banco
Popular.
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El mercado
9El mercado está a dos pasos del Parque Pino. El colegio San
Carlos, cuya fachada da al Parque Pino, en su parte posterior da
al mercado, un rectángulo de 60 m sobre aproximadamente 15.
Una especie de sala o mercado cubierto ocupa el centro de ese
rectángulo. En esa sala están las vendedoras que pagan a la
municipalidad un derecho bastante elevado por sus puestos y
venden carne, especialmente de carnero; legumbres, como las
famosas cebollas de Ichu, pequeña comunidad de indígenas a
unos quince kilómetros de Puno que encontraremos después;
papas que resisten a las fuertes heladas de Puno; zanahorias, que
son transportadas por el ferrocarril; y, durante la estación,
naranjas que provienen de los valles cálidos, y hasta paltas y
chirimoyas; a veces pescado y los famosos camarones que el tren
trae de Arequipa. Al centro del mercado, en una especie de
plataforma, se instala un funcionario municipal encargado de
asegurar que los precios no excedan al máximo fijado por la
municipalidad y con la ayuda de una balanza controla que las
cantidades hayan sido correctamente pesadas por las
vendedoras. En ese mercado, nuestro viajero europeo o
norteamericano encontrará sin mucha dificultad los alimentos
que le son familiares; el único matiz de exotismo lo ofrecen los
frutos tropicales que hemos mencionado. Notemos, sin embargo,
que vendedoras y compradoras tienen tipo físico y llevan vestidos
que nuestro viajero calificaría de indígenas (son las sirvientas
quienes hacen el mercado; las damas, en general, se abstienen).
4 Pequeños peces del lago que los indígenas secan al sol.
6 “Es una planta”, nos dice Cobo (libro IV, cap. 59), “muy parecida a los
bledos” (trigo). Es de tie (...)
7 Véase Cobo, ob. cit., libro IV, cap. 14: "Son las ocas una raíces
comestibles que se dan en las ti (...)
Cholos y mestizos
10 “El arte popular religioso y la cultura mestiza”. En Revista del Museo.
El mundo misti
19El grupo social y culturalmente dominante que hasta aquí
hemos calificado de blancos y mestizos, el misti, no es tampoco
muy homogéneo. Notemos inmediatamente que está constituido
exclusivamente por individuos que se consagran a actividades
terciarias. No hay industria en Puno y el mismo comercio —nos
referimos al comercio mayorista— no está muy desarrollado. Por
ejemplo, las transacciones en lana se hacen en Juliaca mucho más
que en Puno y las empresas comerciales más importantes, salvo
dos o tres excepciones, son sucursales de las casas de Arequipa.
El grupo socialmente dominante está esencialmente constituido
por las profesiones liberales, los empleados de alto rango de la
administración pública, dos o tres comerciantes notables y
algunos hacendados que, aunque no vivan de manera constante
en Puno, conservan allí una casa confortable y, a veces, un simple
alojamiento. El contingente de profesiones liberales se recluta
entre los médicos y farmacéuticos, abogados y hombres de ley.
La relación de fuerzas entre esos dos grupos es desigual. En Puno
funciona, además de un Tribunal de Primera Instancia, una Corte
Superior de justicia, que juzga en apelación todos los asuntos que
se desprenden de la jurisdicción del Departamento, el cual se
encuentra adjunto al departamento selvático de Madre de Dios.
Doce vocales (la ley peruana no conoce el jurado) juzgan los
asuntos que les son sometidos. Se reúnen en secciones
especializadas y, cada año, de entre ellos eligen a un presidente.
La importancia y el volumen de los asuntos de los que tiene que
conocer esta Corte explica el gran número de abogados,
escribanos y notarios que hay instalados en Puno; más de 70
hombres de ley para una ciudad de menos de 15.000 habitantes
gravitan alrededor de la Corte. La posición de abogado significa
prestigio, pero no todos los hombres de ley ganan,
necesariamente, mucho dinero. Sin embargo, si se contempla
desde la parte alta de la calle Lima, entre la Plaza de Armas y la
plaza donde están la prisión y el hospital (dirigido en 1953 por
una hermana francesa de San Vicente de Paul) a los indios que en
pequeños grupos esperan en las calles para penetrar en el
despacho de un abogado, uno puede imaginar que la profesión
judicial encuentra en el carácter pleitista de los indios, en las
querellas de límites que sin cesar los enfrentan a unos contra los
otros o que los oponen a los propietarios mistis, una fuente y un
alimento inextinguibles. Sin embargo, el observador mejor
informado reconocerá que el abogado, muy a menudo, tiene una
vida dura y, sobre todo, que la multiplicidad de asuntos no es
siempre un signo cierto de prosperidad. Los mejores abogados
de Puno prefieren, sin duda, los procesos en los que se
encuentran implicados algunos grandes intereses mineros o
algunos grandes propietarios, a los asuntos en los que debaten
los indígenas.
Los abogados
13 El mundo es ancho y ajeno, cap. 3.
21En Puno, como vimos, la corte, los jueces y los abogados tienen
un lugar considerable. Los médicos —para una población de
15.000 habitantes que, además, deben velar por la salud de la
población del departamento— constituyen también un grupo
profesional que goza de gran prestigio. Lo que hemos dicho de
los lazos que unen al abogado a sus clientes no se aplica a las
relaciones entre el médico y sus enfermos. En primer lugar, el
médico en Puno cumple con frecuencia funciones que lo asemejan
a un funcionario. El servicio departamental, que tiene a su cargo
un programa muy vasto de lucha contra las enfermedades
infecciosas, lo necesita a menudo. Además, su clientela se limita
más estrechamente a la población urbana, y aun a los grupos
blanco, mestizo o cholo de esa población. El indígena y el cholo
recurren más fácilmente al curandero o al brujo e, incluso, una
buena parte de la gente no desdeña estos servicios. ¿Es igual el
prestigio del médico al del abogado? No es fácil medir el prestigio
de que goza una profesión. Sin embargo, dos índices permiten al
observador hacerse una idea, aunque sea indirectamente. En
primer lugar, el número de niños o jóvenes interrogados sobre la
profesión que a su gusto elegirían. En la encuesta que
desarrollamos en una escuela de Puno y sobre la que tendremos
ocasión de volver a hablar, la profesión jurídica es preferida con
mucho a la del médico. Los interrogados pertenecen a un medio
social relativamente homogéneo; todos son hijos de familias
pobres, la única diferencia inmediatamente significativa, en
cuanto a su origen social, es su lugar de nacimiento y de origen
(rural o Puno). He aquí un segundo índice de interpretación, por
otra parte muy incómodo, porque no permite distinguir si el
prestigio de un individuo se debe a sus cualidades personales o
a la profesión que ejerce. Incidentalmente, en el curso de
conversaciones amistosas, pedimos a varias personas indicarnos
cinco notabilidades locales según un orden jerárquico. Las
respuestas testimonian una notable convergencia. La misma
persona ocupa el número 1 en las 8 respuestas que obtuvimos.
También es notable que ninguna de las personalidades
designadas por nuestros interlocutores para ocupar los puestos
2, 3, 4 o 5 encuentren el mismo rango en la opinión de sus
conciudadanos, aunque solo se mencionaran 7 nombres
diferentes. Agreguemos que la significación del rango atribuido a
un individuo es muy variable y difícilmente captable. El que ocupa
el número 1, sin ninguna duda, dispone de un prestigio personal
bien establecido. En cuanto a la diferencia entre los números 2,
3,4 o 5 es muy sutil y hemos tenido cuidado de interrogar a
personas que, aunque bien al corriente de los asuntos de la
ciudad, no pertenecían a la élite de prestigio, por lo que les era
difícil la determinación exacta de las diferencias que, en más o en
menos, afectan el estatus de tal notable en relación con el de tal
otro. Como quiera que sea, 5 sobre 7 de los designados eran
abogados, un solo médico fue mencionado y la más popular de
las personalidades de Puno muy evidentemente debía esta
designación más a sus cualidades personales que a sus funciones.
Insistamos un poco en el paralelo entre la situación del médico y
la del abogado. En primer lugar, el abogado y el magistrado son
personajes familiares tanto al indio como al misti. No hay
campesino, por pobre que sea, que no haya tenido una
experiencia personal, de sus padres o amigos, de querellas de
herencia o de límites. Por el contrario, puede que pase toda su
vida sin ver al médico. La profesión jurídica no solo está presente
en Puno, capital del departamento; en Azángaro, capital de
provincia, o en Juli, hay un tribunal a cuyo alrededor se afanan los
abogados; las capitales de distrito tienen un juez de paz. Los
médicos, por el contrario, residen en las ciudades. La ley dispone
que cada provincia deba estar provista de por lo menos uno.
Como las provincias son tan vastas, para la gran mayoría de la
población rural el médico resulta un personaje lejano, localizado
muy claramente en el universo del misti. Esta asociación se ve
reforzada por las condiciones en las que se cumple la difusión de
las prácticas de higiene en el medio rural. Los equipos del
Ministerio de Salud Pública, organizados para luchar contra las
epidemias de tifo, pasan por los poblados, desinfectan las casas
y enseñan a los habitantes las virtudes del DDT. Esa intervención
muchas veces es considerada como una amenaza o, por lo
menos, como una intrusión. Los educadores de higiene, muy a
menudo, son también mal acogidos. Las casas se vacían cuando
ellos se aproximan. De esta resistencia del indio respecto de la
medicina hemos tenido numerosos ejemplos en la misma ciudad
de Puno. Hay un centro organizado para la protección de la
infancia, y hemos tenido ocasión de conversar con las enfermeras
y el médico que lo tienen a su cargo. Antes de acoger a un
lactante, el centro procede a una encuesta sobre los recursos de
la familia, su composición, su modo de vida. Las enfermeras
ofrecen en esta ocasión consejos en cuanto a los cuidados que
debe observar la mujer que espera un niño y a la alimentación de
los niños de poca edad. También pueden "seguir" a la madre y
asistirla en sus embarazos. La resistencia que sufre la
obstetriz misti es señalada unánimemente por nuestras
informantes. Esta se explica por la desconfianza respecto de todo
lo que viene del misti —"No queremos nada con usted", es una
respuesta que con frecuencia reciben los educadores de higiene—
, y por el apego a antiguas costumbres cuya ineficacia no es mejor
percibida que la eficacia de los nuevos métodos.15
22Además, las relaciones entre el médico y el enfermo están
limitadas a sectores definidos de la salud. En numerosos casos en
los que nosotros recurriríamos al médico, en Puno el enfermo
adopta una actitud resignada o, bien, busca el consejo de un
curandero. Por otra parte, los mismos mistis dan prueba de una
resignación similar: los médicos la estimulan. Al sentir malestar y
un estado algo febril, uno de nuestros amigos, sacerdote de
Maryknoll, visitó a un médico de Puno, hombre de renombre y
mérito. Como el paciente estaba ya aclimatado a la altura, el
médico no manifestó ninguna inquietud y claramente le aconsejó
esperar que la indisposición pasara por sí misma. Como no pasara
sino lentamente y muy mal, el médico reconsideró su punto de
vista y aconsejó al enfermo “bajar a Arequipa”. Este escepticismo
terapéutico no impide, en otros casos, el recurso a los “grandes
medios”. Al estar ligeramente agripado, con una fuerte fiebre y
un violento dolor de garganta, fui tratado con penicilina como si
se tratara de una grave enfermedad infecciosa. En la medida en
que la medicina es concebida como preventiva, por ejemplo, si se
trata de evitar o detener una epidemia de tifo, la relación entre el
médico y el enfermo es percibida como impersonal y abstracta; o
casi quirúrgica en la medida en que la medicina es una cirugía
cuando interviene en el tratamiento de enfermedades con
manifestaciones impresionantes (para el enfermo o el médico),
caso en el que es percibida como una solución excepcional a una
situación extrema. En uno y otro caso, la medicina no está
integrada a la experiencia cotidiana. El recurso al médico, aun
para los individuos a quienes esta solución es posible o fácil,
conserva un carácter excepcional. Muy raramente se establece
entre el médico y el enfermo el tipo de relaciones personales que
sirven de base, en nuestras familias burguesas, a la autoridad del
médico de la familia, conservador de secretos y proveedor de
consejos, o a la sólida popularidad del médico rural cuyo éxito
hace que pronto se le consagre como un “notable”. No
emprenderemos aquí una digresión sobre la magia indígena, de
la que hablaremos largamente en el capítulo 3. Sin embargo,
necesitamos subrayar que el círculo de sus adeptos sobrepasa
grandemente a la población india. Uno de nuestros amigos de
Puno, hombre de los más cultivados, de gran reputación
intelectual, que gustaba iniciar nuestras conversaciones con
algunas frases que mostraban su conocimiento de nuestra lengua
y literatura, sostenía que varios de sus numerosos hijos se habían
librado de sus enfermedades infantiles con los cuidados de un
curandero de Acora.
Ingenieros y funcionarios
23Nos parece que el hombre de ley le gana en prestigio al médico:
una serie de notas confirma la preeminencia del hombre que sabe
hablar, del especialista en relaciones humanas sobre el técnico.
Preguntémonos de qué crédito dispone el ingeniero. El título se
concede libremente y, en cierto modo, nos parece equivalente al
de doctor, que se da a toda persona instruida. Entre los ingenieros
señalemos al jefe de Servicio de Puentes y Caminos y al agrónomo
director del Servicio Agrícola, en los dos casos funcionarios de
rango medio, estimados y apreciados, pero que no figuran entre
las personas más populares de la ciudad. Algunos de entre los
grandes propietarios de tierras —que han proseguido estudios de
agronomía—, son llamados con este título; manera más solemne
de dirigirse hacia ellos que el don: seguido del nombre, más o
menos equivalente al sir, con el cual la persona que habla
manifiesta en forma respetuosa, pero clara, cierta intimidad con
un personaje de importancia o al que quiere halagar. Con algunas
raras excepciones, no se trata sino de un signo de cortesía. Sin
embargo, a medida que los servicios administrativos se
desarrollan, el número de técnicos y de ingenieros aumenta. En
general, son forasteros que se instalan por un periodo más o
menos largo. Sin embargo, los hay, como el jefe del Servicio
Agrícola, que son originarios de la ciudad. En realidad es solo con
reservas, y no plenamente, que se les admite en la élite. De todos
modos se busca su amistad, sobre todo si a sus funciones
técnicas se agrega el poder de recibir o recomendar la
distribución de créditos o subvenciones.
24El grupo profesional de abogados y de médicos no es el único
que constituye la élite de Puno. Cierto número de familias ricas
con tierras en los alrededores tienen una casa en la capital del
departamento. Algunas veces esta casa permanece cerrada o
alquilada; el gran propietario habita en Arequipa o Lima, y no
viene sino raramente a visitar sus propiedades y, más raramente
todavía, a Puno.
Los hacendados
25En los otros casos, sobre todo cuando sus tierras están
próximas a la ciudad, el propietario vive en Puno, desde donde
puede vigilar sus bienes sin exponerse a las incomodidades y a
los rigores de una estancia prolongada en su hacienda. En
general, vive en una casa con techo de teja (la teja es más seca
que la paja), con paredes de adobe que protegen bien contra los
rigores del clima. El plano de la casa es cuadrangular. De la puerta
o del portal, al que se llega desde la calle, se penetra en un patio
empedrado con pequeñas piedras de las islas del lago. Muy a
menudo, la casa no tiene sino un piso, y las diversas piezas dan
a un patio; solo las casas muy amplias tienen dos patios. Un
propietario adinerado a veces le agrega un piso al cuerpo del
edificio primitivo. Dispone, así, en un ala de la casa, de una
especie de torre. Si es abogado, instalará allí su bufete, no aquel
en el que recibe a sus clientes, sino la pieza donde guarda sus
libros y sus viejos papeles. En este caso, domina las otras casas y
puede abarcar de una sola vista el panorama del lago. Ese hombre
rico, además de su casa en la ciudad, posee tal vez una quinta,
especie de villa en las afueras de Puno, por ejemplo al lado de
Manazo, que muy a menudo cuenta con un jardín, pobre y árido
a causa de los rigores del clima, aun cuando algunos logren en
esas huertas algunos árboles frutales.
26Pero, en general, el gran propietario no hace sino pasar por
Puno, donde casi siempre goza de gran prestigio a causa de su
riqueza y de sus relaciones con el mundo o con los poderosos de
la ciudad de Lima.
27Al mismo tiempo suscita reacciones de hostilidad muy viva
porque, en el fondo, no es de Puno. Su centro de interés está en
Lima, en Arequipa, o en su hacienda. De todos modos permanece
un poco al margen de la ciudad a la que a veces aparenta
despreciar, al igual que el parisino desdeña la provincia. Con
frecuencia se escucha en Puno la queja de que los grandes
propietarios ignoran el departamento, que no piensan mucho en
su tierra, como allí se dice. Más de veinte veces me han dicho “si
la ciudad no tiene hoy bellos inmuebles como Arequipa es porque
toda la gente rica que obtiene sus ingresos de su propiedad en el
departamento los gastan en otras ciudades”. Y el ciudadano de
Puno, sobre todo si es comerciante, no está lejos de considerar
este uso que de sus ingresos hacen los grandes propietarios
como una injusticia, de la que personalmente es víctima.
28Tal vez podamos comprender por qué el patriotismo local está
menos afirmado en este grupo que en Cuzco o Arequipa. El gran
propietario de Puno reside rara vez en sus tierras. Ni por asomo
piensa en instalarse en la capital del departamento. Por eso la vida
provincial se organiza sin él; y en consecuencia manifiesta la
tendencia a retirarse de ella.
29No vayamos a creer, sin embargo, como no cesan de repetirlo
nuestros amigos, que Puno es la “eterna olvidada”. En modo
alguno tiene el rango de capital provincial que exhiben Arequipa
o Cuzco. Y es en la estructura de su élite y en la heterogeneidad
social de su población donde principalmente debemos buscar la
causa.
Los intelectuales
16 Páginas 411-415 de la edición de Aguilar.
Relaciones interpersonales:
entre mistis, prudencia y
duplicidad
37En Puno no hay, en sentido estricto, ni casta ni clase; si es así
¿cómo describir el sistema de estratificación de tal ciudad? Nada
nos autoriza a imaginar Puno como una ciudad sin conflictos ni
tensiones; pero esos conflictos se expresan más bien entre los
individuos, las familias o las pandillas que entre los grupos
socioeconómicos o raciales. Las relaciones personales están
marcadas por una gran cortesía aparente. La afabilidad es la
norma. Cuando dos amigos se encuentran, la conversación se
abre con un intercambio de preguntas largas y minuciosas sobre
la salud de todos y cada uno de los miembros de la familia de los
dos interlocutores. Pero estas demostraciones no logran siempre
esconder la desconfianza ni la envidia. Las personas de la buena
sociedad se someten unas a otras a un profundo examen crítico
del menor de sus actos; los estatus son incesantemente
replanteados. Uno de los hombres más notorios de la ciudad, que
parecía gozar de una popularidad muy sólida y amplia, nos
ofrecerá un ejemplo. Había organizado una institución caritativa
que recogía a menores, generalmente indígenas, abandonados
por sus familias. Esta iniciativa había acrecentado la estima que
en general se tenía hacia este bien establecido abogado. En siete
meses tuvimos tiempo de asistir a la declinación y casi a la caída
de su reputación. Cuando en 1952 llegué a Puno, él dejaba un
cargo en la Corte, honorífico e importante; lo conocimos en la
reunión de un club en la que pronunció con gran elocuencia el
discurso de orden, especie de arenga muy patética, a la memoria
del héroe nacional Miguel Grau. Las cosas comenzaron a ir mal
cuando los fondos ofrecidos por Lima para el mantenimiento de
esta pequeña institución, tantas veces prometidos y hasta
entonces distribuidos con parsimonia, dejaron completamente de
llegar. Una campaña de rumores sembró dudas sobre la
administración de este hombre al que hasta la víspera se le tenía,
o se le pretendía tener, por filántropo. No hemos podido
remontarnos a un origen único por ser tantos los rumores que a
la vez florecían espontáneamente por todos lados. El sospechoso
no encontraba sino sonrisas y, al mismo tiempo, se evitaba darle
las pruebas explícitas de confianza y estima que él habría querido
usar como arma contra sus detractores. Más tarde, en una
reunión del mismo club donde tuvo la osadía de presentarse —
audacia que fue comentada en forma diversa—, fui testigo de sus
esfuerzos por aclarar las cosas mientras sus interlocutores lo
esquivaban y apartadamente comentaban con discreción el tema:
“no hay humo sin fuego”. En nuestro siguiente paso por Puno, dos
meses después, supe que, aprovechando las vacaciones
judiciales, había viajado a Lima para curarse de una enfermedad
que todo el mundo juzgó diplomática. Este ejemplo creemos que
ilustra muy bien el juego, a veces duro y cruel, que se desarrolla
bajo las apariencias de la más tierna amistad. “Hermano”, es un
título con el cual se saluda corrientemente. Es prudente no
tomarlo sino con mucha circunspección.
Entre indios: accesos de
violencia
38Por el contrario, entre indígenas —especialmente aimara—, las
relaciones personales están marcadas por accesos de violencia y
por una gran inestabilidad. Una nimiedad es suficiente para
provocar incidentes muy graves. Poco tiempo antes de nuestra
llegada a Puno, el barrio de Laicacota había sido testigo de un
crimen que nos ejemplifica un poco sobre estos movimientos de
violencia. Un joven de Acora, aunque instalado en Laicacota, había
enviado a sus amigos para pedir a una joven ante sus padres, con
la cual se quería casar. El pedido fue rechazado. Los embajadores,
al ir a comunicárselo, fueron por él insultados y tratados de
“mujeres”. Estos, furiosos, lo atacaron y golpearon hasta matarlo.
39Estas observaciones no interesan sino a las relaciones
interpersonales y no a las relaciones entre grupos. Repitamos
que, en la ciudad de Puno, las líneas de división entre indios
y mistis no están claramente trazadas como, por ejemplo, en la
hacienda, donde el propietario, acompañado de su administrador
y caporales, hace frente a la masa de pastores indígenas. No hay
en Puno segregación por barrios, aunque de todos modos en
Laicacota o en Bellavista el predominio indígena es manifiesto.
Pero el misti no está excluido, como tampoco lo está el indígena
de los barrios del centro. La oposición entre grupos étnicos no
está rígidamente institucionalizada. Es difusa antes que
específica. La tierra se ha convertido para el campesino indígena
en símbolo de su lucha contra el misti. Por el contrario, en la
ciudad no hay un símbolo tan explícito por cuya identificación
puedan distinguirse y oponerse blancos y mistis. Estaríamos
tentados de presentar la hipótesis de que los conflictos
entre mistis e indios son mucho más intensos en el marco de la
comunidad o de la hacienda que en una ciudad como Puno;
digamos aún que en Puno no son sino el reflejo de las tensiones
y conflictos que desgarran a la sociedad agraria.
40Presentemos ahora una segunda hipótesis: en Puno la tensión
más fuerte no se da entre el grupo indígena y los mistis, sino en
el interior de cada uno de los grupos y, más particularmente, en
el interior del grupo misti. Hemos intentado ya señalar a sus
principales componentes: abogados, médicos, grandes
propietarios. Es entre estos diversos grupos, a veces reducidos a
algunas unidades, donde se libra la rivalidad más áspera. Ahora
bien, esta guerra, como mejor lo veremos después, es mucho
menos por la conquista de ventajas materiales definidas que por
el prestigio. Nuestra tercera hipótesis la formularíamos así: como
el éxito no se mide claramente y menos todavía exclusivamente
en términos del logro económico, el prestigio es en especial difícil
de medir y continuamente discutido.
41Para comprender el alcance de la hipótesis de que los conflictos
son más intensos en el interior de los grupos que entre los grupos
mismos, sería necesario distinguir entre la expresión manifiesta
del conflicto y su realidad latente. A un indio, la agresividad
abierta contra un misti no le está, social ni culturalmente,
permitida. No dejaría de sufrir sanciones muy duras. Por eso el
indio tiene, por el contrario, tendencia a exagerar su sumisión.
Los únicos casos en los que expresará su agresividad contra
el misti serán cuando pierde todo control, cuando una situación
de fuerza se crea a su favor, provisional o permanentemente o,
por último, cuando tiene el sentimiento de estar en su casa,
atrincherado en su comunidad.
El prestigio
42Si queremos interpretar la estratificación de una comunidad
como Puno, nos parece más simple establecer una lista de
símbolos de prestigio y de estatus; después, estaríamos en
capacidad de decidir qué representación de la jerarquía social es
implicada por el empleo de los criterios que espontáneamente
usan nuestros amigos de Puno para clasificar a sus
conciudadanos. Entre las personas de la sociedad (la gente, como
allí se dice) el dinero, la profesión, el nacimiento y la educación
son una y otra vez invocados para decidir el estatus. La fortuna
es, evidentemente, considerada con respeto. Pero parece que su
uso, es decir el gasto, atrae la atención al igual que su origen y
fuente. Un hombre rico es el que no retrocede ante el gasto y que
trata con esplendidez a sus amigos. Riqueza y gasto son casi
equivalentes y parecería que en Puno el único empleo de los
ingresos excedentes fuera el consumo ostentoso. Sin embargo, la
prodigalidad no le cede a la avaricia, y el gasto está estrictamente
circunscrito. La conservación de las casas y su mejoramiento no
parecen tener sino muy poca importancia en las preocupaciones
de la gente de Puno; el mobiliario casi no se menciona en las
conversaciones. Quedan los gastos suntuarios colectivos, de los
que los hombres son, por otra parte, los agentes principales
cuando no los exclusivos. Esta obligación de munificencia tal vez
explica que las gentes de Puno se muestren en este punto
susceptibles al reproche de avaricia. Aquel que no trata a sus
amigos con la misma largueza y, si es posible, con mayor
despliegue aun de como ha sido tratado por ellos es rápidamente
tildado de tacaño y criticado como tal. Por supuesto que no se
trata sino de consumos en el club y en el hotel de turistas, pero
el estatus de más de un notable ha salido dañado o reforzado de
esas reuniones donde, a fuerza de “vueltas”, las billeteras sufren.
En relación con esta actitud respecto del consumo se desarrollan
dos desviaciones que son, una y otra, sancionadas: el hombre rico
que se abstiene de gastar y el hombre de pocos recursos que
quiere deslumbrar a sus amigos y conocidos. Del primer tipo
hemos conocido una muestra, del que se burlaban bajo el nombre
de “pobre millonario”. Para excusar su avaricia, este hombre,
conocido por su fortuna, no cesaba de gemir y anunciar su
inminente ruina. El segundo tipo se encuentra sobre todo entre
los individuos que, por razones de su nacimiento o de su
profesión, pretenden una posición que, desgraciadamente, no es
sostenida por sus mediocres ingresos. De todos modos, es raro
que el dinero baste para establecer y mantener un estatus de gran
prestigio. La expresión de “burro cargado de plata” es muy
corriente en Puno y señala al hombre a quien un golpe de fortuna
ha provisto de ingresos de los que hace un uso ridículo. La fortuna
está claramente considerada como una ocasión y un pretexto o
aun como una obligación de gastar para hacerse de amigos y
conservarlos. También el nacimiento es evocado a menudo;
pertenecer a una "buena familia" es, de todos modos, de gran
valor. Pero es difícil decir cómo se reconocen las buenas o
grandes familias. ¿Por títulos de propiedad concedidos por un
virrey?, ¿o por la participación de un antepasado en el movimiento
de la Independencia? La aplicación brutal de esta prueba podría
diezmar las filas de la muy buena sociedad, la que Warner
llama upper-upper. Solamente algunas familias de Puno pueden
con cierta verosimilitud enorgullecerse de tales orígenes. Y
muchos de los que pertenecen a la muy buena sociedad son, y
por buenas razones, discretos sobre el particular. Además, como
ya lo hemos señalado, muchas de las más ilustres entre las
familias originarias de Puno no están allí sino de paso, pues viven
lejos de ella la mayor parte de su vida. Esta es una característica
notable de las sociedades centralizadas, de las que llamaríamos
"naciones de capitales" (como Francia o el Perú), donde la capital
atrae y fija a los notables que, en su mayor parte, consideran que
la posesión de una casa o de un departamento en París o Lima es
uno de los signos menos ambiguos de su importancia y de su
éxito; de este modo, las ciudades de provincia se encuentran
decapitadas, privadas de su “buena sociedad”.
6 “Es una planta”, nos dice Cobo (libro IV, cap. 59), “muy parecida a
los bledos” (trigo). Es de tierra fría. “Es esta una semilla de la que
sufre más el frío de cuantas nacen en estas Indias, así de las
naturales de acá como de las traídas de España”.
7 Véase Cobo, ob. cit., libro IV, cap. 14: "Son las ocas una raíces
comestibles que se dan en las tierras frías donde las papas".
URL http://books.openedition.org/ifea/docannexe/image/6481/img-
1.jpg
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Capítulo 2. El conflicto de
intereses: la estructura
agraria
p. 81-141
1NO BASTA ABRIR LOS OJOS PARA OBSERVAR; muy a menudo no vemos
la realidad porque los prejuicios envuelven nuestra percepción.
Durante las primeras semanas de nuestra estancia en Puno
estábamos obsesionados por la investigación de las
supervivencias comunitarias. La cultura incaica fue recubierta por
aportes españoles y cristianos y muy a menudo encontramos que
en las tradiciones indígenas hay menos creencias y ritos propios
de los autóctonos que costumbres de la España del
siglo XVI transportadas a América. La magia de los indios que tan
constantemente mezcla objetos de culto católico, crucifijo y
rosario, con la hoja de coca o con la grasa de la llama, untu,
merece un estudio especial. Pero ¿no encontraríamos intactas en
la estructura agraria algunas de las características distintivas de
la gran civilización tan trágicamente interrumpida por la
conquista española? La rotación de las cosechas, las técnicas de
cultivo, cambian más lentamente que los códigos y los regímenes
militares o políticos. Aun cuando sea absurdo considerar a las
sociedades rurales como inmóviles, la actividad del campesino
muestra “mucho más netamente que cualquier otra” la profunda
solidaridad del presente y del pasado.1
La tesis indigenista
2 En 7 ensayos de la interpretación de la realidad peruana. Mariátegui
reproduce con una fuerza y au (...)
La organización agraria
precolombina
5 Para los cronistas que constituyen nuestra única fuente escrita sobre
la civilización incaica, ver (...)
13 Ibíd.
El ayllu precolotmbino
14 Es Rowe quien hace esta observación con buen sentido (Handbook,
v. 2, p. 273): “Calificar o no de (...)
15 Saavedra, El ayllu.
16 Durkheim citado por Davy, G., Des Clans aux Empires, p. 18.
9El ayllu, cuando los españoles llegaron al Perú, era una unidad
comunitaria de producción, sometida al control continuo de una
autoridad política central que, además de la propiedad eminente
del suelo y de un tributo probablemente fijo en horas de trabajo,
se había reservado el derecho de intervenir en la cultura y en la
afectación de la mano de obra; tal es la hipótesis que parece más
o menos establecida. Son tales hechos los que autorizan, si se
quiere, a hablar del “imperio socialista de los incas”.14 Por el
contrario, sobre los orígenes del ayllu preincaico la obscuridad
permanece casi impenetrable. Se ha imaginado que el ayllu era un
clan estrictamente exogámico, de derecho uterino, de religión
totémica, cuya estructura habría sido tardíamente alterada por la
administración de los señores del Cuzco. Bandelier sugiere esta
hipótesis. Saavedra la ha desarrollado con dedicación,15 pero el
asunto parece irremediablemente obscuro. Dejemos de lado la
cuestión del totemismo. Nuestras informaciones mejor
establecidas se refieren a la religión incaica que, en todo caso,
había sobrepasado largamente el estado totémico. La herencia de
los cargos públicos se verificaba por línea masculina.
Probablemente, en el momento de la conquista, el ayllu era una
unidad endogámica, cerrada sobre ella misma, como más o
menos ha permanecido. Para afirmar con alguna seguridad un
estado anterior de exogamia, habría que recurrir a una hipótesis
auxiliar, como la existencia de la fratria, es decir “de un clan
primario segmentado en cierto número de clanes secundarios...
que hacen del agregado formado por su reunión un grupo dotado
de cierta unidad”,16de la que no se ve traza alguna. Si la filiación
uterina y la regla de exogamia deben ser tenidas por suposiciones
arbitrarias, es generalmente más admitido que el ayllu constituye
una unidad en la que los lazos de parentesco son fuertes y vivos;
por otra parte, la palabra se emplea también en el sentido de
linaje para designar las diferentes secciones de la familia imperial.
Hacienda y encomienda
17 Matienzo, citado por Kubler, p. 367, “Colonial Quechwa”.
En Handbook of South American Indians, pp (...)
LA COMUNIDAD
En busca de una definición
1 Cuando Bourricaud escribe este texto, estaba en vigencia la
Constitución del 29 de marzo de 1933, (...)
El pueblo
24La misma forma del pueblo, las relaciones que mantiene con el
territorio de la comunidad nos informan sobre su vida social. Está
construido a uno y otro lado de una carretera que le sirve más o
menos de eje de simetría. Esa carretera viene de la pampa, entra
al pueblo en cuya extremidad superior está edificada la iglesia.
Frente a esta, en la parte norte de la plaza, se encuentra la antigua
escuela que pronto será reemplazada por una construcción más
moderna. A la derecha, bajando —porque Ichu está construido
sobre una terraza que baja al suroeste hacia una especie de
valle—, se encuentra una segunda plaza, de dimensiones más
reducidas que la primera y que sirve de plaza de toros en ocasión
de la fiesta de San Pedro y San Pablo, ambos patrones de Ichu. A
la izquierda, hacia el noroeste, en los flancos de la colina se
encuentran algunas casas ya separadas del pueblo mismo. En
general, el pueblo tiene la forma de un rectángulo, más largo que
ancho, y está dividido en forma regular en varias manzanas o
cuadras, en las que las casas también adoptan la forma del
rectángulo. Las casas están orientadas hacia la calle y
generalmente las fachadas se abren sobre esta.
23 El teniente gobernador es el representante del Prefecto, en el último
escalón de la jerarquía admi (...)
Minifundios
29Como quiera que sea, podemos decir que en la región de Puno
la comunidad es un pueblo que corresponde a una forma de
población aglomerada. Agreguemos que es una aglomeración de
pequeños propietarios. Aun cuando existan campos o pastos
comunes, la mayor parte de la tierra está dividida entre
propietarios individuales. A este respecto el caso de Ichu es
revelador. No hay familia que hayamos visitado que no sea
propietaria de un campo; los únicos no propietarios son algunos
ancianos que con anticipación han dispuesto de sus bienes en
beneficio de sus herederos. Pero si bien en Ichu todo el mundo es
propietario, las parcelas que a cada quien le tocan son ínfimas. El
servicio regional del Ministerio de Agricultura emprendió en Puno
el levantamiento del catastro de Ichu. Las dificultades se revelaron
tan grandes que el proyecto fue abandonado. Solamente fueron
censados la parcialidad de Ojerani y el pueblo de Ichu. El jefe del
Servicio Agrícola nos ha permitido examinar sus informes y
nosotros mismos hemos podido verificar esas informaciones
mediante algunas observaciones directas. Para 41 familias
censadas en Ichu, el total de campos de cultivo, excluyendo los
pastos y las tierras en descanso, es de 343,52 ha, lo que por
familia significa 0,84 ha como promedio. Las 41 familias
constituyen una población total de 230 personas; la media se
sitúa, pues, entre 5 a 6 personas por familia. Agreguemos que el
propietario más importante de Ichu posee aproximadamente 6
ha, el más pobre 0,20; 10 poseen más de 1 ha; 18 poseen entre
0,50 y 1 ha; el resto, es decir 11 familias, vive de lo que produce
de 0,20 a 0,50 ha. Es difícil determinar hasta qué punto estas
cifras pueden ser consideradas como típicas y representativas. Sin
embargo, señalemos que Tschopik, en su artículo del Handbook
of South American Indians, “Contemporary Aymara”, publica
informaciones muy comparables relativas a Chucuito, pueblo
vecino de Ichu.
26 Tschopik, “The Aymara”, p. 514.
La comunidad y su territorio
32Ahora, tratemos de caracterizar a la comunidad indígena por la
organización de su territorio. Conforme hemos podido observar
directamente y de lo que se desprende de nuestras
informaciones, los campos comprendidos en la parte central del
territorio y denominados aynoca están sometidos a una rotación
que, si bien no es obligatoria en el sentido literal, presenta una
regularidad muy notable. Cada propietario tiene una o varias
parcelas en cada uno de los sitios de la aynoca. Esta nos intrigó
mucho tiempo. La cosa y el nombre se encuentran en todas las
comunidades aimara del sur de Puno. Creímos, en primer lugar,
que se trataba de un territorio comunal de propiedad colectiva.
Pero nada hay de eso. Cada parcela de la aynoca tiene un
propietario y, entre las parcelas, los linderos simbolizan muy
claramente los derechos de los mismos. No se trata de que las
parcelas que trabaja cada familia le hayan sido cedidas por
decisión de la comunidad o del consejo de la comunidad o que le
puedan ser retiradas según la costumbre incaica de la
distribución de tierras. Esas antiguas prácticas se observarían aún
en el altiplano boliviano. Al comenzar el año, la comunidad,
siguiendo el molde descrito por Garcilaso y Cobo, repartiría
tierras a los jefes de familia según el número de hijos y de
personas a su cargo. Conforme se modifique el volumen de la
familia, un individuo verá reducir o acrecentar el número y la
extensión de parcelas que le otorga el consejo de la comunidad.
No lo hemos constatado por nosotros mismos y los testimonios
que hemos recibido se refieren a un pasado más o menos alejado:
“así era hace más o menos 15 años”. Se pueden asociar estos
relatos más o menos verificables con una observación de Mishkin:
la repartición, especie de catastro anual, es solemnizada por la
visita del gobernador, que ratifica los antiguos linderos y límites
de la propiedad, con la reserva de los arreglos o cambios que el
gobernador hubiera introducido.
33Como quiera que sea, en la aynoca de Ichu el comunero es
dueño, con la única restricción de las rotaciones que se imponen
a todos con notable uniformidad. Por eso, el observador que la
visita queda sorprendido por la unidad de cultivo; cada uno ocupa
una gran extensión. Como la rotación se inicia con las papas, que
constituyen la base principal de la alimentación, le es dedicada
toda una parte de la aynoca, una segunda lo es a la cebada y a la
avena, destinadas al consumo humano o animal y no solamente
empleadas como forrajes, y la tercera a la quinua; parte del
terreno se deja en descanso por un tiempo (un año o dos), que
varía según la calidad de los suelos y la urgencia de las
necesidades del agricultor. En lugar del abigarramiento de
parcelas dedicadas a diferentes cultivos, por pequeñas que sean
(dos surcos de cebada, tres surcos de papas), es un espacio más
o menos homogéneo el que aguarda al visitante. El contraste
entre la homogeneidad de la aynoca y la heterogeneidad de las
pequeñas parcelas nos impresionó tanto que, en un primer
momento, consideramos la unidad de cultivo vinculada a la
unidad de la propiedad. Bastó para disuadirnos ver
la aynoca vacía después de la cosecha. El parcelamiento
reaparece; los límites entre los campos de los diversos
propietarios no siempre son muy visibles. Sin embargo, los
denuncian diversos signos: los surcos que hasta cierto punto
están orientados en una dirección cambian de sentido (los surcos
del campo B son oblicuos o perpendiculares en relación con los
del campo A). O bien la separación entre dos surcos cambia
bruscamente: un surco intercalado indica el cambio de
propietario. O puede ser que un trozo de yerba verde se deje al
final del campo, en esa parte que nuestros campesinos llaman la
“vuelta”. Esta visita a la aynoca vacía, al mismo tiempo que nos
confirmó el carácter individual de la propiedad, nos descubrió la
vigencia de ciertas tareas colectivas. A fines de julio, cuando la
cosecha ha terminado y antes de que los campos se preparen para
la siembra, los carneros vagan en la aynoca buscando ahí su
pastura. El propietario de una parcela no puede quejarse porque
el rebaño de su vecino esté en ella, pues dispone del mismo
derecho respecto de su vecino. La regularidad de la rotación no
sufre sino dos obstáculos. Los servicios del Ministerio de
Agricultura desde hace algún tiempo desean introducir el cultivo
de ciertas variedades de trigo. Este recién llegado podría quebrar
el ciclo tradicional. Por eso encontramos un poco de trigo en
la aynoca de cebada. Al informarnos sobre la infracción que
significa, se nos respondió que el propietario del campo había
conversado con las autoridades de la comunidad y estas le habían
otorgado un permiso. Otra amenaza proviene de la escasez de
tierra y, como lo hemos ya indicado, influye en la periodicidad del
descanso. Varias veces se mencionó delante de nosotros el caso
de familias tan pobres que no dejan descansar sus tierras. Salvo
estas dos reservas, parece que el ciclo tradicional de rotación de
cultivos continúa funcionando sin mayores tropiezos.
34Es difícil decir lo que actualmente significa el conjunto de
prácticas vinculadas a la aynoca. En todo caso, se trata de una
costumbre, porque ninguna sanción legal seguiría a su violación
y las sanciones, por severas que fueren, no podrían venir sino de
los mismos comuneros. La ley no prevé ninguna pena contra
quien quisiera sustraerse a la obligación colectiva de
la aynoca; esta rotación tradicional, se dice, tiene la gran ventaja
de asegurar un aprovisionamiento más o menos regular de los
productos alimenticios al repartir los riesgos en varios cultivos.
Sin embargo, grosso modo, no hace sino reproducir la repartición
que todos cumplen en las parcelas que no forman parte de
la aynoca. Ocurre que, como las tierras de la aynoca en general
son de las más fértiles, las cosechas resultan más abundantes que
en el resto de las parcelas. Por eso, en el espíritu del campesino
se produce una curiosa asociación. Muy a menudo hemos
escuchado quejas por la pobreza de las cosechas; las heladas que
caen de improviso pueden de un solo golpe arruinar todas las
esperanzas. Sin embargo, nuestro interlocutor agregaba:
“felizmente la cosecha fue buena en la aynoca”. Así se explica la
creencia de que la aynoca constituye una reguladora de las
cosechas o, más bien (porque allí no se plantea el problema de la
abundancia ni del excedente) una especie de recurso supremo
cuando las cosas amenazan con resultar completamente mal. Sin
embargo ¿por qué no considerar a la aynoca como proveedora de
lo esencial del consumo y a las parcelas como destinadas a
asegurar el excedente?
28 Comentarios reates, parte 1, libro V, cap. 2.
El ayni
29 Vocabulario de la lengua general de todo el Perú, llamada lengua
quechwa o del inca. reeditado por (...)
Hostilidad y vecindad
37Cualquiera sea la vitalidad de las instituciones de ayuda mutua
y de asistencia pública, en nuestra visita a Ichu nos sorprendió la
hostilidad que se testimoniaban buen número de habitantes.
Nuestro hostelero se encontraba en muy difícil relación con su
vecino. Los hombres no se dirigían la palabra y cuando de un
patio al otro las mujeres se distinguían, casi siempre se
interpelaban en tono poco amable. Tuvimos la suerte de asistir a
una disputa que progresivamente llegó a incluir a todos los
miembros de las dos casas. Era de mañana y los hombres se
preparaban a partir al campo. El asunto comenzó con una riña de
perros. equivalentes y homogéneos), hay que hacerle lugar a
un ayni, lato sensu (relación de intercambio gracioso entre un
indio y un misti en la que la estricta exigencia de igualdad y de
homogeneidad en el servicio prestado y rendido, si no ha
desaparecido, por lo menos se ha relajado notablemente).
Nuestra hipótesis es que el funcionamiento actual del ayni tiende
a esta segunda forma, aun si los que participan son indios.
38Cada hombre llamó al suyo y le echó la culpa al perro del otro.
Los niños se acercaron y los muchachos comenzaron a desafiarse.
Por último, intervinieron las mujeres y después de unas breves
observaciones cada una logró convencer a su marido de entrar a
su casa. No entiendo una palabra de aimara y mi intérprete
carecía de la sutileza necesaria para traducirme las réplicas a
medida que se producían y sobre todo para restituirme todo su
sabor. Pero bastaba ver para sorprenderse por la intensidad de
sentimientos que este mediocre episodio comprometía. Los
protagonistas casi no elevaban la voz y se mostraban sobrios de
gestos. Las dos bandas se enfrentaban, claramente se desafiaban.
Ahora bien, la mujer de mi hostelero era la hermana de nuestro
enemigo y me explicó que, a la muerte de su padre, su hermano,
que era el mayor, había repartido la herencia según su interés, de
manera que ella prácticamente quedó excluida. Su marido,
entonces, decidió llevar el asunto a Puno ante el juez. Este,
compadre de un amigo de su hermano, contra todo derecho y
toda equidad, según mi informante, rechazó al querellante. Es
posible que el fondo de la historia, tal como me la contó mi
hostelero, haya sido dramatizado. Así y todo el relato muestra la
aspereza de las querellas familiares y la fuerza de los conflictos
que la propiedad suscita.
Propiedad y embrollos
39El sentimiento de la propiedad individual es muy vivo en el
indígena. Este hecho, muy conocido por los hombres de ley, ha
servido para que algunos deduzcan conclusiones sobre la
mentalidad del indio, mientras que la mayoría se ha dedicado a
sacarle provecho. Es de observación constante que el indígena se
compromete sin dudar, y con una perseverancia casi infinita, en
procesos cuyos gastos le comen incluso la utilidad que el juicio
aun ganado le ofrecería o que sobrepasan de lejos la pérdida que
significaría para él una decisión contraria del juez. Este
sentimiento de la propiedad tiene, sin duda, un origen utilitario.
No es difícil comprender por qué una familia, cuyos campos le
son insuficientes, considera toda amputación como una
calamidad. La tierra es también un símbolo de estatus. Su pérdida
afecta directamente al propietario. A esto se agrega, cuando el
asunto está en marcha, la vanidad de no desdecirse, la
obstinación en no descuidar ningún recurso en la esperanza de
no sufrir en el amor propio. Por eso, los procesos ocupan una
parte apreciable del tiempo del indígena y de esto incluso se
vanagloria. En uno de mis pasos por Ichu la mujer de mi
hostelero, Aurelio, vino una mañana a verme con las manos llenas
de papeles; eran las copias de los juicios relativos a los procesos
que su marido había sostenido con su hermano. Me contó el
asunto con todo detalle, citando con complacencia el nombre de
los notables abogados de Puno cuyos consejos había buscado.
33 Gamonal, latifundista, gran propietario en el vocabulario de los
indigenistas.
La integración de la comunidad
41La palabra integración es de uso corriente; sin embargo, es
necesario subrayar algunos equívocos. El psicólogo habla “de
personalidad bien integrada” cuando los deseos, apetitos o
tendencias de una persona son relativamente compatibles y su
satisfacción no expone al sujeto a intolerables conflictos, consigo
mismo y con sus compañeros. Se dirá también que la cultura
francesa está bien integrada si los temas que se reconocen en los
productos materiales o espirituales de nuestra civilización se
prestan apoyo y se refuerzan, en lugar de contrariarse y
destruirse. En razón de la sola naturaleza de los elementos que
se trata de integrar, aquí tendencias y apetitos, allá la tecnología,
arte o ciencia, la integración cultural y la integración psicológica
son muy diferentes tanto en su estructura como en su desarrollo.
Pero la integración social es distinta de una y de otra. Una
sociedad, en apariencia por lo menos, puede estar fuertemente
integrada; entre los individuos que la componen pueden
desarrollarse intercambios regulares, sobre todo si esos
intercambios están convencionalmente cuantificados, sin que
aparezcan, por lo menos inmediatamente y en forma explícita,
conflictos demasiado violentos, aun cuando las obligaciones que
impone dicha sociedad a la personalidad de sus miembros sean
muy pesadas y los sometan a una tensión próxima al punto de
ruptura. Del mismo modo, no habría dificultad en concebir una
sociedad desintegrada o de débil integración si se prolonga en
una cultura en la que ciertos valores hayan permanecido
armoniosos y activos. Por otra parte, indicaremos después en qué
sentido se debe tomar la distinción entre integración cultural e
integración social. Cuando hablamos de integración social se
debe entender que las diferentes actividades a las que se dedican
los individuos que componen una sociedad se efectúan de tal
manera que minimizan las tensiones y conflictos que esta acción
colectiva puede ocasionar a los individuos. La determinación
objetiva de esas tensiones y conflictos ¿no es acaso tan difícil
como la medida de las satisfacciones que obtienen los individuos
de su participación en la vida social? Nos contentaremos con
índices superficiales, tales como la frecuencia de procesos y
querellas, y al ahondar en ellos nos creemos autorizados a poner
en duda el punto de vista trivial, y para nosotros muy optimista,
sobre la integración de las comunidades. Con toda seguridad que
una comunidad indígena como Ichu no está integrada en la forma
de una gran ciudad, como Lima o Arequipa, donde los grupos
profesionales, los grupos étnicos y aun las clases sociales tienden
a diferenciarse y a oponerse. Pero sería apresurarse demasiado
calificar a Ichu como comunidad integrada y a Lima como ciudad
socialmente desintegrada. En Lima, el millonario de San Isidro y
el pobre indio recién llegado de la sierra representan dos
universos que se ignoran casi tanto como se oponen. En Ichu, los
conflictos que destrozan a vecinos y parientes son de expresión,
cuando no de naturaleza interpersonal, y no por eso son menos
vivos, y el predominio de querellas que conciernen al derecho de
propiedad nos sugiere que estas tensiones interpersonales
reflejan antagonismos a escala de la sociedad global.
Organización política de la
comunidad: la doble jerarquía
34 El vecino, en la época colonial, era “el habitante que había podido
probarle al cabildo que le per (...)
El apego a la comunidad
47¿Qué fuerza tienen aún las instituciones tradicionales? ¿Por qué
el indígena acepta entrar en cursus honoruml? Por mucho tiempo,
los notables indígenas han sido utilizados como instrumentos por
las autoridades administrativas. ¿Tenía el gobernador necesidad
de mano de obra para la construcción o mantenimiento de los
caminos, para la reparación de la iglesia o de los edificios
comunales? Su teniente se dirigía a los mandones, a quienes
incumbía la tarea de reclutar los hombres y esta obligación, como
se supone, no contribuía a hacer muy deseable el cargo
de mandón.Pero las autoridades tradicionales no solamente
estaban obligadas a ofrecerle brazos al gobierno. ¿Se le ocurría al
gobernador hacer una requisición de carne o lana, en su propio
beneficio o para el de una autoridad administrativa más elevada,
el subprefecto por ejemplo? Tal comisión recaía también sobre
los notables indígenas. No es, pues, sorprendente que el honor
de serlo haya sido considerado por estos como el signo precursor
de una ruina cierta o, por lo menos, de muy serios disgustos. Y
los cargos más elevados (segunda, alcalde, teniente), expuestos
a los mayores sinsabores, eran evitados o, por lo menos, se
procuraba apartarse de ellos. El caso es que, de buena o mala
gana, había que decidirse; los que ya habían cumplido, así como
los más jóvenes, a quienes no les importaba porque aún no veían
aproximárseles muy pronto este peligroso honor, no dejaban en
paz al recalcitrante. Sobre este también hacía presión el
gobernador, que no dejaba de sacar provecho de su función,
porque si bien uno se arruina cuando es mandón, se enriquece
cuando llega a gobernador. Este humilde funcionario ha
dispuesto de privilegios de hecho mucho tiempo después de que
la ley los permitiera. La mano de obra reclutada con fines
pretendientes colectivos, pero utilizada en las tierras del que la
reclutaba, las requisiciones, más o menos arbitrarias de carne o
de lana, las apropiaciones de tierras a veces dudosas, y ante las
que cerraban los ojos magistrados complacientes, constituían las
ventajas de estos pequeños jefes. Algunas fortunas de Puno
deben su origen a un abuelo, todavía muy cercano de los indios,
del que el subprefecto había hecho un gobernador. La situación
que describimos ha cambiado y la arbitrariedad administrativa ha
decrecido notablemente. Pero todavía hoy las funciones
administrativas rinden provecho (mucho más que prestigio) y por
esta razón son deseadas, mientras que los cargos indígenas
provocan rechazos y evasiones. Aunque estas protestas no se
cumplen efectivamente, si bien no hacen sino expresar el
malhumor de los interesados, sin dispensarlos de la costosa
tarea, porque el ciclo de los honores está tan claramente trazado
que son muy débiles las oportunidades de evitarlo, subrayan que
en la comunidad el poder político no se busca, pero sí que se
teme tanto como se desea.
48Para explicar la vitalidad de las instituciones tradicionales es
necesario considerar a la vez la sociedad comunitaria y la persona
del indígena. En lo relativo a la sociedad del pueblo, se puede
admitir que la organización tradicional la defiende contra el
dominio o contra los abusos y amenazas de las haciendas vecinas.
La gente de la comunidad lo sabe bien. Pero la misma función de
defensa podría ser asumida de manera más eficaz y con menor
costo. La vitalidad de la organización tradicional no solo se
explica por los servicios que presta a la sociedad indígena, sino
por la significación simbólica de la que está revestida a ojos de
los comuneros. A pesar de las incomodidades que trae el cargo
de mandón, tiene prestigio porque consagra al individuo en su
comunidad (se debe distinguir con cuidado las declaraciones
explícitas de los indígenas y su conducta efectiva). A este
respecto, el caso más instructivo es el del mayordomo, especie
de maestro de ceremonias a cuyo cargo corren todos los gastos
de la fiesta tradicional del pueblo. No se trata de un cargo
propiamente político, aunque esté incluso en el cursus honorum,
pero a causa de su designación religiosa y de los gastos que
implica está rodeado de más respeto y temor que los demás.
Literalmente, consagra al individuo que debe pagar la mayor
parte de los gastos ocasionados por el santo patrón. Los padres
de Maryknoll han hecho lo posible en Ichu para reducir el
esplendor ruinoso de la fiesta patronal de San Pedro y San Pablo.
Sin embargo, en 1959, parece subsistir con el mismo brillo.
Decíamos que los cargos de autoridad son evitados,
reconozcamos que también constituyen una fuente de prestigio.
El pasadoes un consejero cuya opinión es solicitada con
deferencia. Uno de nuestros amigos de Ichu que pretendía haber
visto en su niñez a los ocupantes chilenos, emitía arbitrajes
salomónicos. Hacía venir a los litigantes uno por vez, los
escuchaba con mucha paciencia y después proponía su solución.
A la vista de la autoridad de que están revestidos
algunos pasados tomamos con algo más de prudencia las quejas
del indio que gime sobre las “cargas” que pesan sobre los
notables; también le inspira el orgullo de ser reconocido como
individuo que ha cumplido adecuadamente las obligaciones del
hombre adulto.
35 Cfr. La cuestión agraria, en este mismo capítulo.
La hacienda
36 Notas de campo, 25 de junio de 1953.
52Esta primera descripción, sin duda, nos ofrece una visión muy
superficial de la hacienda y de su organización. Pero nos permite
percibir, casi a primera vista, que esta organización es
fuertemente jerárquica (veremos después algunas de las causas
que le impiden ser eficaz). En muchos aspectos, el caserío se
presenta como un puesto de comando. Pero la tropa sobre la que
se trata de ejercerlo es, a la vez, numerosa, abigarrada y poco
manejable. El mismo volumen de esta población plantea un
problema de difícil control. El hacendado no lleva sino un registro
aproximado de sus efectivos: cuenta por familias o por fogones y
no por individuos. Con frecuencia, los jóvenes se marchan a la
mina —a San Antonio de Esquilache y a Toquepala— y van y
vienen sin que su ausencia se note. De ninguna manera el
indígena puede ser considerado como un obrero agrícola; para
usar categorías familiares, digamos que es un colono. Sin duda,
en los casos previstos por la ley, es posible obtener contra él una
orden de expulsión: si no ha cumplido su tarea, si por negligencia
ha producido consecuencias dañinas a su patrón, o aun si ha
provocado incidentes con otros pastores. Pero, como lo hacía
notar mi huésped, es muy imprudente y difícil deshacerse de un
individuo que opone su inercia y amenazas más o menos vagas,
que a veces está en condiciones de cumplir. Cuando el propietario
se instala en su tierra, por compra o por herencia, la población de
la hacienda está en el lugar. Los individuos nacen en la hacienda,
mueren allí y el mismo destino de los padres parece esperar a los
hijos. El indígena tiene a su cargo un rebaño. Debe vigilarlo,
llevarlo a pastar. Su remuneración no consiste, principalmente en
un salario, sino en el uso de alguna parcela en las que cultiva
papas y quinua, y en el derecho de tener algunos animales de su
propiedad. Los lotes cultivables que le son concedidos varían
según el volumen de su familia. En cuanto al derecho de pasto,
tradicionalmente lo ha ejercido no en campos determinados sino
en toda la extensión de la hacienda; el indio mezclaba su rebaño
con el de su amo (veremos que esta costumbre se está
modificando]. Así, una diferenciación muy neta se introduce entre
la población indígena. Un pastor tendrá 100 carneros, otro, 25;
un hombre muy rico poseerá tal vez 150. En cuanto a la
distribución de las parcelas de cultivo, esta da lugar a dos tipos
de dificultades. En primer lugar, el indígena se queja de que el
patrón no le da sino malas tierras; aquellas, por ejemplo, donde
hiela más. Después envidiará a otra familia que, según él, habrá
recibido un lote mucho más fértil. Como quiera que sea, tal
régimen asegura la subsistencia del indio y permite al hacendado
obtener una renta más o menos elevada, según la cantidad y la
calidad de su rebaño. El indio, a condición de velar sobre los
carneros del dueño, dispone de tierras con las que, bien o mal,
asegura su subsistencia y la de su familia.
53En cuanto al volumen de la población indígena instalada en su
propiedad, el interés del hacendado está en que esta sea
suficientemente numerosa para poder vigilar la mayor cantidad
de animales, teniendo en cuenta la capacidad de pasto; muchos
indios y pocos carneros sería un mal negocio, pero pocos indios
y muchos carneros no le convendría tampoco, porque si estos
están mal cuidados producen poca lana y carne de mediocre
calidad. La conducta del hacendado está determinada por tres
categorías de factores: el precio de la carne y de la lana; las
condiciones técnicas de la cría y las condiciones demográficas y
sociales que rigen el empleo de mano de obra. Mientras los
precios sean buenos, la mano de obra dócil y la técnica de cría
rudimentaria, el hacendado tiene simultáneamente muchos
carneros y muchos indios. Pero puede llegar el momento en que
este tenga interés en reducir el número de indios para acrecentar
y sobre todo mejorar su rebaño. En cuanto al indio, su
alimentación de todos modos estará asegurada, cualquiera sea la
producción de la hacienda. El ingreso monetario lo obtiene de la
venta de su propio ganado, que negocia directamente y por su
propia cuenta. Pero el débil rendimiento, la mala calidad de la
lana y de la carne lo llevan a aceptar las condiciones que imponen
los comerciantes, indígenas o cholos, que le ofrecen un precio
muy bajo.
Hacienda y dominio
54La estructura de la hacienda puede ser analizada a la luz de lo
que nos enseñan los historiadores sobre el feudalismo europeo.
39 Bloch, Marc, La société féodale: la formation des liens de
dependence, p. 365.
El dominio —dice Marc Bloch— se divide en dos fracciones unidas por
una estrecha interdependencia. De una parte la finca, también llamada
por los historiadores la reserva, de la que el señor recoge directamente
los frutos. De otra, los feudos, pequeñas o medianas explotaciones
campesinas que en número más o menos considerable se agrupan
alrededor de la propiedad señorial. El derecho superior que el señor
ejerce sobre la choza, la labranza y el campo del campesino se traduce
en una nueva investidura... cada vez que cambia de mano; en la
facultad de apropiárselos en caso de falta de herederos o de legítima
confiscación; por último, y sobre todo, en la percepción de impuestos
y servicios. Éstos consistían en su mayor parte, en tareas agrícolas
ejecutadas en la reserva.39
LA REFORMA DE LA
HACIENDA
68Chávez Molina, en la segunda parte del artículo que hemos
citado, revisa las diversas técnicas por las cuales puede mejorarse
el rendimiento de la gran propiedad. La primera, que consiste en
transformar al pastor indígena en asalariado, le parece
impracticable en la mayoría de los casos, teniendo en cuenta las
consecuencias sociables desagradables que acarrea. La
eliminación de una parte importante de la población suscitaría
tantas dificultades en escala colectiva como las resolvería en
escala individual. El método del cual exalta los méritos, por
haberlo utilizado personalmente, consiste en “interesar” al
indígena en el mejoramiento de su ganado. Se pagarán salarios,
hasta donde sea posible, muy diferenciados del pastor que acepte
cuidar al ganado seleccionado y le serán distribuidas primas
según su tasa de éxito con el ganado, teniendo en cuenta la
mortalidad de los animales jóvenes. También se pueden distribuir
gratificaciones al pastor, si su propio ganado comporta un
porcentaje más o menos elevado de animales de raza. Al finalizar
el periodo transitorio —tanto del indio como del hacendado—, el
ganado se habrá renovado y mejorado completamente. Esta
política supone que el propietario esté en capacidad de financiar
el costo de la innovación y que el indígena reaccione
positivamente a las incitaciones del progreso. Se puede admitir
que lo hará si no le cuesta nada, si no le retiran las pobres
ventajas a que la organización tradicional lo tiene acostumbrado
y si obtiene algunos beneficios del nuevo método. En todo caso,
las resistencias indígenas son débiles porque el procedimiento de
Chávez Molina no deja a nadie sin trabajo. Teóricamente, se llega
a un punto crítico cuando el mejoramiento del ganado, al obligar
a la reducción de su densidad por hectárea (el ganado de calidad
es más hambriento), deja de compensar la disminución del
efectivo por el mejoramiento de la productividad física por cabeza
de ovino o de bovino. Evidentemente, todavía no se ha llegado a
ese punto; sin embargo, uno se puede preguntar en qué medida
el pastor indígena no arriesga ser más sensible a la constancia o
a la reducción del efectivo que al mejoramiento de las calidades.
La cuestión agraria
69El propietario y los comuneros mantienen malas relaciones:
predomina la hostilidad. Hemos visto cómo el hacendado
constantemente se encuentra en conflicto con sus pastores
indígenas; por la concesión de tierras o por la cesión de productos
se reserva un medio de explotar su trabajo, pero el control que
ejerce sobre la explotación de su patrimonio es tan vago que
permanentemente teme la ruina. La misma combinación de
astucia, violencia y temor marcan las relaciones del hacendado
con las comunidades; la mayor parte del tiempo la tensión es
latente; escarceos, en apariencia insignificantes aunque
continuos, apenas la hacen perceptible. Los carneros, los asnos o
los caballos de los comuneros son sorprendidos en flagrante
delito en los pastos de la hacienda, o bien el propietario interviene
en el nombramiento del gobernador o de otra autoridad inferior.
Sin embargo, a veces toda la región es sacudida por una serie de
explosiones en cadena. Es difícil hacerse una idea de lo que los
peruanos llaman “sublevación indígena”, amotinamiento que
degenera en pillaje. La historia de estas luchas campesinas en el
departamento de Puno valdría la pena de ser escrita, pero faltan
informaciones serias. No podemos conceder mucho crédito ni a
la prensa local (que muy a menudo ni siquiera las menciona) ni a
la prensa de Lima, que ve las cosas desde muy lejos. Las
declaraciones de los testigos, o de quienes pretenden serlo,
pueden, también, ser sospechosas. Desde los últimos
movimientos de alguna importancia, que remontan a 1925, han
pasado más de 30 años; la exactitud de muchos testimonios se
encuentra afectada por un plazo tan largo. Además, según su
humor, los testigos se muestran, ya discretos y reservados o, de
lo contrario, estilizan los sucesos, agrandándolos. Hemos tenido
acceso a los expedientes de algunos procesos criminales
correspondientes a los participantes en tales sucesos. El hecho de
que hayan sido atribuidos a la competencia de los jueces y no
tratados según un procedimiento más corto, sugiere que no
deben ser tenidos por muy graves o muy exactamente
representativos ni en su desarrollo ni en la solución judicial que
los sanciona.
70A veces los indígenas le buscan pleito a un individuo a quien
detestan particularmente. El Día de los Muertos, un hacendado de
la provincia de Lampa se fue de paseo a la capital del distrito,
Calapuja. Era amigo del gobernador. Mientras que los dos
hombres bebían, se les anunció que el mayordomo del hacendado
tenía una discusión con indios ebrios. Algunos de ellos eran
pastores de la hacienda; otros, simples habitantes del pueblo, en
dimes y diretes con el mayordomo. Finalmente se libra de ellos y
los indios se ponen a las órdenes del gobernador. Pero, en la
tarde, cuando el mayordomo y el hacendado salen del pueblo a
caballo, caen en una emboscada. Se les lleva delante del
gobernador, de quien los indios pretenden que ponga en prisión
a sus amigos. Después los encierran y, por la noche, un grupo de
furiosos regresa, los maltrata y finalmente matan a uno y otro. Un
antiguo odio dirigido contra un hombre marcado por su aspereza
y dureza produjo una explosión espontánea, que se vio
acrecentada por el alcohol y la excitación de la fiesta y se
desahogó violentamente. Otras veces, la lucha es organizada: casi
degenera en guerra. Es dirigida no solo por la masa de indios
contra el propietario, sino por cabecillas que no siempre son
indios. Hemos podido reunir algunos datos de un asunto que
remonta al 27 de septiembre de 1920. Una hacienda de la región
de Azángaro pertenecía a una viuda que no la visitaba jamás. El
mayordomo era el dueño absoluto y aprovechaba muy bien la
situación. Un indio que había sido soldado adoptó poco a poco la
figura de jefe y reclamante. Los dos hombres se enfrentaron
varias veces violenta y públicamente. A fin de obligar a su
enemigo a dejar la hacienda, el mayordomo le infirió mil
vejaciones. Un día, un grupo de indios (varios centenares, según
el informe del procurador) asedió y saqueó la casa-hacienda y el
mayordomo resultó muerto. Un grupo de policías, expedido
desde Azángaro, fue acogido a tiros de fusil. Hubo una decena de
gendarmes heridos y también numerosos indios, pero el jefe
logró fugarse y nunca más fue hallado.
71Hay varios tipos de bandoleros. Ciro Alegría ha bosquejado,
bajo el nombre de fiero Vásquez, el retrato de un quijote de la
región de Cajamarca: ladrón, pero valiente y magnánimo. Este
enderezador de entuertos actúa solo, aunque sus hazañas le
valen la complicidad de numerosos admiradores. Las bandas de
hoy tienen como objeto más prosaico el robo de ganado. He aquí
un asunto que hizo gran ruido en Puno alrededor de 1925: X se
da cuenta de que su ganado disminuye. Se queja de abigeato. La
hacienda vecina pertenece a uno de sus primos. Tiene una
explicación con este —quien le declara ignorar todo lo de la
marcha de su hacienda y lo remite a su mayordomo—. Escoltado
por tres amigos, X se dirige a la hacienda de su primo y pregunta
por el mayordomo, quien se encuentra ausente, aunque no debe
tardar en regresar. Los tres hombres esperan largo rato.
Finalmente llega el mayordomo. X le entrega una carta de su
primo y la discusión se torna agria. El mayordomo encierra a los
visitantes y regresa escoltado de hombres armados y
enmascarados. Sigue una pelea general en la que mueren X y uno
de sus acompañantes, el tercero logra escapar, pero guardando
una notable discreción.
48 Por lo menos, tal era la situación hasta estos últimos años, pero esas
antiguas familias están per (...)
72A todo lo largo del siglo XIX y hasta hoy no han sido muy graves
los amotinamientos. Una hacienda quemada, un mayordomo
muerto, encuentros entre gendarmes e indios, así son las
sublevaciones de los años 20 y 30. Según los propietarios, se
debieron a la violencia y la bestialidad de los indígenas. Se les
excita haciéndoles creer que la hacienda los ha despojado de sus
tierras y que el hacendado quiere quitarles las que aún les
quedan. La versión de los “indigenistas” es totalmente distinta: en
general, esas sublevaciones serían “provocaciones” preparadas
por los mismos propietarios. Tomando como pretexto algunos
desórdenes, se llama a la guardia civil y al ejército, se hace tornar
presos a los indígenas que molestan y se quiebra así la resistencia
de los comuneros, de los que pueden explotar la mano de obra y
adquirir tierras. Sin embargo, se debe tener cuidado de no reducir
todos los conflictos agrarios a la sola oposición entre los grandes
propietarios y los indígenas. Hemos recordado que, según
estimaciones generalmente admitidas, la mediana propiedad
ocupa en Puno alrededor del 10% de los campos de cultivo y de
pastos. Esos medianos propietarios con frecuencia son los
notables (vecinos) de los pueblos, que a los ingresos de sus
bienes territoriales agregan otros recursos. Esta categoría está
muy lejos de ser homogénea. A ella pertenece Cotimbo, el
teniente de Ichu, y también el joven maestro que el año 1959
encontramos en la región de Azángaro. Si el primero es un
notable de estilo tradicional, muy al corriente de las sutilezas del
comercio y de la usura, aunque completamente indiferente a las
nuevas prácticas agrícolas, el segundo es un hombre joven,
abierto al progreso técnico y que se interesa en particular en la
introducción de nuevos tipos de pastos, capaces de resistir la
helada. En resumen, esta categoría reúne a los comerciantes de
antiguo estilo, a los tenderos más emprendedores que
representan, por ejemplo, algunas casas comerciales, y a
funcionarios que han logrado hacerse nombrar en sitios muy
próximos a sus pueblos de origen. Agreguemos que, si la
importancia de la mediana propiedad es muy limitada en Puno,
sería falso imaginar que en todo el Perú la oposición entre la gran
propiedad y la comunidad indígena ofrece el rigor y la brutalidad
que le prestan los escritores indigenistas. En dos regiones sobre
las que tenemos alguna información, la de Puquio y la de
Huamanga, una y otra situadas en el vasto departamento de
Ayacucho, los pequeños señores locales —aquellos que José
María Arguedas describe en su hermosa novela Yawarfiesta— son
pequeños o medianos propietarios y, además, se da que estos
pequeños potentados locales son tan duros con los indígenas
como los más ricos hacendados con sus indios.48 Hasta donde
podemos saber, las famosas sublevaciones de Huancané en 1923
no enfrentaron a los indígenas con hacendados abusivos (en la
región de Huancané no hay grandes haciendas); parece que
tuvieron por origen la resistencia activa de los indios a las
pretensiones exorbitantes de los vecinos, investidos con la
autoridad administrativa, que les exigían prestaciones gratuitas
de servicios y de trabajo. Estaríamos inclinados a creer que buena
parte de los conflictos que destrozan a la sociedad agraria
interesan sobre todo a las relaciones entre indios y pequeños
notables, que han buscado y, hasta hace muy poco tiempo han
logrado, sacar todas las ventajas de la dependencia y de la
inferioridad indígenas, tanto más que los empleos
administrativos medianos y subalternos generalmente les son
confiados. Es lo que en el Perú se llama el gamonal. Esto quiere
decir que el propietario que explota al indio no siempre es un
hacendado, muchas veces es un hombre que en resumidas
cuentas no es muy rico, sino que ha sabido rodearse de
protectores poderosos en un puesto de ventaja. El teniente, tal
juez o tal subprefecto, puede ser un gamonal, tan abusivo y tan
odiado como un gran propietario de varias decenas de miles de
hectáreas.
73La última crisis remonta a los años treinta, después de la caída
del presidente Leguía. Desde entonces la guardia civil y la policía
parecen ejercer un control muy firme; por otra parte, los
particulares no están autorizados a llevar armas. Si bien la
inseguridad se manifiesta casi exclusivamente por el abigeato,
nuevas dificultades pueden volver a suscitar la agitación. La
presión demográfica se incrementa en las tierras ya bastante
escasas de las comunidades, aunque hasta ahora parece que ha
estado limitada por las tasas de mortalidad todavía muy elevadas
(tal como lo hemos podido ver en Ichu). Se han puesto grandes
esperanzas en las migraciones espontáneas de la población, sea
hacia los valles cálidos (Tambopata), o a los de la costa.
Desgraciadamente, estos movimientos parecen ser tanto
limitados cuanto temporales. Los de Huancané —algunos millares
en total— bajan hacia la región de San Juan del Oro para cultivar
café. Pero regresan una vez que recogen la cosecha. Del mismo
modo, los valles de la costa atraen una mano de obra golondrina
para la viña y el algodón. Las grandes inversiones en la región de
Toquepala (minas de cobre) entre 1956 y 1959 fijaron allí a varios
miles de trabajadores, pero una vez que las principales
construcciones estuvieron terminadas, el efectivo obrero se
redujo. Solo queda que la población rural excedente pueda salir
para trabajar en la ciudad. En Puno no se ha emprendido ningún
estudio completo respecto de la distribución de tierras en las
diversas categorías de propietarios. Las estimaciones usuales que
hemos recogido de los Servicios Agrícolas atribuyen a las
comunidades indígenas un poco más del 20% de las superficies
cultivadas, 10% a la mediana propiedad, y más o menos 70% a las
grandes haciendas. Debe precisarse que en las grandes haciendas
el 20% de la superficie total está ocupada por los colonos, que la
destinan a cultivos alimenticios. Si se tiene en cuenta que el 90%
de los indígenas vive en las comunidades con el 20% de tierras, y
que al 10% que trabajan como colonos corresponde,
aproximadamente, el 15% del dominio en la forma de tenencias,
concedidas por el hacendado, se concluye que la población
indígena, que representa la casi totalidad de la población agrícola
del departamento, dispone aproximadamente del 35% de las
tierras. El campesino indígena se ahoga en sus campos exiguos,
mientras que las haciendas dedican a la ganadería inmensas
extensiones en las que viven muy mal algunas decenas de miles
de pastores.
74Todo sería simple si fuera posible y deseable entregar a la
agricultura esos pastos. Desgraciadamente, a 3800 metros de
altura la agricultura es una empresa insegura. Está expuesta a
sequías y heladas: las cosechas son irregulares —veces
catastróficas, como en los años 1955-1956, en que el invierno
fue muy severo y largo y de una aridez excepcional—. Contra la
sequía hay trabajos de irrigación emprendidos en la región de
Azángaro en particular. Son muy costosos y aún es pronto para
apreciar su efecto en el rendimiento de los principales cultivos
(papas y avena).
75Por otra parte, la ganadería ofrece posibilidades inmediatas
muy atrayentes. La región de Puno, convenientemente
tecnificada, puede ofrecer a la economía nacional parte de su
carne y de su lana. A este respecto facilitaría las cosas la
instalación de un gran matadero moderno en Cabanillas, en la
ruta de Puno a Arequipa, ahora en vías de conclusión. La
realización de este proyecto abriría nuevos mercados a la
producción de carne. Por el contrario, una reforma agraria clásica
que parcele las grandes propiedades, tal vez incrementaría la
producción alimenticia o mejor el autoconsumo indígena, pero
arriesgaría destruir la producción de carne y lana de calidad, que
requiere una mano de obra competente e importantes
inversiones. Lo que ensombrece las perspectivas, en la hipótesis
de que el proceso de tecnificación se deje a la diligencia de los
hacendados, es que la política de cerco amenaza desprender un
surplus creciente de mano de obra que, al dejar de tener trabajo
en la hacienda, se encuentra privado de tierra y de medios de
subsistencia. La comunidad indígena, tal como funciona
actualmente, no está en capacidad de alimentar a sus miembros.
Hemos señalado la exigüidad de los campos que corresponde a
cada familia. Es aproximadamente en esos términos que en el
Perú se plantea lo que se conoce como el problema de la reforma
agraria. En la región de Puno la reforma parece, a la vez,
particularmente urgente y difícil. La exigüidad de tierras de que
dispone el comunero aconseja una redistribución en su provecho
y en detrimento de las grandes haciendas ganaderas. Pero,
además de las dificultades de toda expropiación, los riesgos
económicos son impresionantes: ¿se contentarán los indígenas
con las medidas parciales y prudentes que preparan los expertos?
¿No entenderán toda reforma, por moderada y juiciosa que sea,
como una transferencia, inmediata y sin reserva, de todas las
tierras en su provecho? Conociéndose las posibilidades
estrictamente agrícolas del departamento como muy reducidas,
¿la reforma, no arruinará la ganadería —por lo menos a la
ganadería de calidad— sin mejorar en mucho la agricultura?
76Sin embargo, se bosquejan transformaciones importantes.
Hemos subrayado las iniciativas de ciertos hacendados. Se deben
mencionar las consecuencias de las medidas tomadas por el
gobierno en favor de los indígenas, tanto en el orden educativo,
como en el dominio económico.
77En el orden educativo, una de las experiencias más interesantes
es la de los núcleos escolares. Se escoge la capital de un distrito
como sede de una escuela principal que abre sucursales en las
diversas parcialidades. A esta escuela se encuentran adjuntos un
educador de higiene, un educador agrícola y un tercero
encargado de la castellanización. La condición del éxito reside en
la aptitud de los nombrados para entenderse con los comuneros,
para suscitar y retener su interés. A este respecto las opiniones
están divididas; unos reprochan a los núcleos escolares su
inercia, otros los acusan de excitar a los indígenas y de difundir
opiniones radicales. No esperemos resultados inmediatos, ni
demasiado notables. Uno de los efectos más interesantes de estas
medidas es el acceso de una nueva élite indígena a la vida
moderna. En este particular vale la pena citar la reciente iniciativa
del Banco de Fomento Agropecuario, que se remonta a 1958. Este
organismo decide ofrecer a los indígenas contratos de engorde.
La dificultad está en que los interesados no pueden ofrecer sino
garantías muy mediocres: algunas parcelas de tierras, cuya
propiedad muy a menudo es incierta. El Banco dispone de agentes
que recorren los pueblos, encargados de formular listas de
eventuales beneficiarios. El préstamo es por un año y en 1959 las
deudas habrían sido convenientemente pagadas. El interés de
esta medida no solamente es económica: al ganar dinero con el
engorde del ganado, el indígena entra en el circuito monetario,
aprende a contar y a calcular. No lo logra sino con dificultad. En
el momento en que la campaña de ventas estaba en lo mejor, con
la que los indígenas clientes del Banco de Fomento Agropecuario
contaban para saldar sus deudas, una huelga de tratantes de
ganado y de los grandes compradores significó una baja de
precios en los principales mercados de la región. El Banco fleta
varios camiones que van directamente a Arequipa y Lima. Los
precios se mantienen pero, cuando se trata de pagar el costo del
transporte, buen número de los que reciben préstamos protesta
y se queja. Por otra parte, los indígenas no solamente reaccionan
por la desconfianza: si el transporte es tan costoso es porque el
camionero solicita una remuneración excesiva. ¿Por qué no
encargarnos nosotros mismos, y no nos convertimos en
camioneros? Encontramos aquí la tendencia a la organización
espontánea sobre la que pueden apoyarse las iniciativas oficiales,
si son oportunas y bien preparadas. Buen número de escuelas se
construyen con la ayuda y participación voluntaria de los
comuneros, por “acción popular”. Una serie de incitaciones
parciales, juiciosamente aplicadas, puede preparar los cambios
necesarios. Educación, obras públicas, ayuda por el crédito,
tantos medios cuya eficacia depende tanto de la acogida que
encuentren entre los indígenas como de la intensidad y
continuidad de la intervención. Pero ¿serán suficientes para evitar
la explosión?
NOTAS
1 Bloch, Marc, “Le probleme des régimes agraires”. En Bulletin de
l'Institut Français de Sociologie, p. 46.
2 En 7 ensayos de la interpretación de la realidad peruana. Mariátegui
reproduce con una fuerza y audacia admirables una tesis que
después ha llegado a ser trivial. Su expresión
9 Cobo, ibid.
10 Garcilaso, ob. cit., parte I, libro 5, cap. 3.
12 Cfr. Cieza de León, Del señorío de los incas, cap. XXII; Cobo, ob.
cit., libro 13, cap. 33-35.
13 Ibíd.
15 Saavedra, El ayllu.
16 Durkheim citado por Davy, G., Des Clans aux Empires, p. 18.
48 Por lo menos, tal era la situación hasta estos últimos años, pero
esas antiguas familias están perdiendo sus comodidades y la escala
de prestigio. En Puno, por ejemplo, un observador tan advertido
como Arguedas se sorprende por la rápida decadencia de los
notables tradicionales (que describe en sus primeras obras) y del
ascenso de los cholos que han hecho dinero con el comercio y sus
camiones (José María Arguedas, “Puquio: una cultura en proceso de
cambio”. En Revista del Museo Nacional).
NOTAS FINALES
1 Cuando Bourricaud escribe este texto, estaba en vigencia la
Constitución del 29 de marzo de 1933, donde se habla de
“Comunidades indígenas” en los artículos 193, 205 y en todo el título
XI (arts. 207-231). En el artículo 209 se señala que “la propiedad de
las comunidades es imprescriptible e inenajenable... asimismo,
inembargable”. (N. del E.]
URL http://books.openedition.org/ifea/docannexe/image/6482/img-
1.jpg
Capítulo 3. Dinámica
cultural: homogeneización y
diferenciación*
p. 143-198
TEXTO COMPLETO
* Las observaciones que siguen se refieren únicamente a poblaciones de
lengua y cultura quechua, sal (...)
La organización familiar
1 Garcilaso nos dice lo siguiente (Comentarios reales, parte I, libro 4, cap. XI)
sobre la nomenclat (...)
La escuela y el maestro
4 Una maestra de Ojerani, muerta hace algunos años, cuyo recuerdo
permanece muy vivo entre los indíg (...)
“Saber amar”
5 La Musique des Incas, p. 484.
7 José María Arguedas, Canciones y cuentos del pueblo quechua, p. 56. Estos
textos han sido recogido (...)
[...] desde lo alto de la cima te he visto llorar águila del cielo... llorabas
completamente sola... llorabas en la orilla del arroyo; hacía frío y tú
llorabas completamente sola, patito. Yo te decía ¿por qué no hacer un
nido los dos, para no estar tan solos los dos? Mi padre es primero, me
dices tú, y después viene mi madre. Mentías mi patito, tu padre ha
muerto y reposa en paz y tu madre llora lejos en pueblos extranjeros.10
11 Ibíd., pp. 23-24.
Folclore: la amante de la
serpiente
12Es tal vez en dos de los cuentos recogidos por José María
Arguedas que los azares del amor y sus terribles conexiones se
ven mejor. Se trata de “La amante de la serpiente” y de “La amante
del cóndor”. Hemos podido verificar que el segundo es
perfectamente conocido en Puno. Por lo demás, los dos parecen
tener gran difusión:
Ella era [la amante de la serpiente] hija única de una pareja. Todos los
días iba al cerro a cuidar su ganado; [...]. La joven estaba en edad de
casarse, era muy bella y completamente desarrollada [...]. Un buen día
en la cima de un cerro se le aproximó un hombre joven, muy hermoso
y audaz [...]. Sé mi amante, le dijo, y se puso hablarle de amor. Como
él era alto y lleno de vigor la joven aceptó [...] Así vivieron largo tiempo.
El hombre corría y marchaba sobre el vientre y se arrastraba como si
tuviera muchos pequeños pies: es que no era un hombre. Era una
serpiente. Pero a los ojos de la joven era un muchacho alto y delgado:
13La joven queda encinta: ¿dónde vivirán los amantes? ¿En su casa
o en la de ella? “Iremos a la tuya, pero yo no podré entrar
libremente, no es posible. ¿No hay cerca del batán un hueco en la
pared? ¿No hay un hueco donde se guarde el trapo de limpiar la
piedra?”. La joven, un tanto sorprendida de que su amante
pretendiera vivir en ese hueco, acepta el arreglo y todo va bien
hasta el momento del parto. Entonces la joven rechaza decir a sus
padres el nombre de este. Ellos recurren a un adivino que, en su
sabiduría, se da cuenta de la verdad y se las descubre. Se arreglan
para alejar a la hija y, en su ausencia, se disponen a matar la
serpiente. Ella regresa cuando el proyecto está en ejecución y,
horrorizada, alumbra o, mejor dicho, pare una camada de
serpientes, que es muerta. Una vez que la casa es purificada la
vida retoma su antiguo ritmo y los padres le preguntan: “¿Cómo
has podido vivir con una serpiente? Tu marido no era un hombre,
era el diablo”.
13 Ibíd., p. 132.
18 Ibíd., p. 141.
19 Ibíd., p. 144.
La joven
16La comparación entre estos dos textos revela cierto número de
rasgos instructivos. Destaquemos, en primer lugar, la manera
cómo son descritos los primeros acercamientos entre los
amantes. En uno y otro caso, el macho se comporta como un
conquistador agresivo; la serpiente propone sin subterfugios a la
joven ser su amante; el galante cóndor no es menos expedito.
Agreguemos que, en los dos casos, la joven es raptada, arrancada
de su familia. La descripción del seductor es mucho más
acentuada en el segundo relato que en el primero; el cóndor nos
es descrito como “un caballero, como un ganadero”, “altivo,
fastuoso y elegante”; pero en las dos versiones la joven es
presentada como una pastora inocente y dócil; así, a las
declaraciones de la serpiente (“sé mi amante”) la joven responde
inmediatamente: “de acuerdo”. La familia de origen de la joven es
descrita como un medio protector en la que buscará refugio (en
la versión de “La amante de la serpiente” los padres cuidaron a su
hija, se ocuparon de ella, le curaron el cuerpo y el espíritu), y de
la que no se separará demasiado (en la versión de la serpiente, la
pareja se instala muy cerca del batán; en la versión de la amante
del cóndor “... los padres, la hija y el pequeño pudieron vivir
juntos, tranquilos, su angustia y su dolor se transformaron en
alegría y verdadera felicidad. Hasta hoy continúan viviendo
alegremente en su pueblo, lejos, muy lejos”. Y en los dos casos
es a su propia familia de orientación que lleva su hijo para criarlo.
La joven no encuentra seguridad sino en su familia, para ella el
amor es una fuente de disgustos y desgracias. Ha sido engañada
—y parece que en los dos casos el seductor sea el engañador por
excelencia, es decir, el diablo, bajo la envoltura del cóndor o de
la serpiente—. Ella era feliz antes de la peripecia, antes del
encuentro con el seductor; lo será nuevamente después de la
solución y tanto antes como después no lo es sino con sus
propios padres.
El seductor
20 “El oso raptor”, pp. 135-178.
“Ser macho”
20En cuanto a la interpretación de estos textos, digamos que
cuando los sometemos a los mistis perciben muy vivamente su
tonalidad melancólica. Y una comparación, que no hemos podido
sino bosquejar, permitiría probablemente encontrar en las
canciones de la costa, escritas y producidas para el uso de la
clientela criolla, muchos temas que hallamos en las canciones de
la sierra. Sin embargo, hay algunas restricciones y precisiones que
se imponen. Parece que en las canciones de la costa se da un
personaje casi ausente en las de la sierra: la del muchacho
turbulento y cruel que hace ostentación de su virilidad.
Subrayemos, en primer lugar, la valorización ambigua de la
turbulencia y de un tipo de agresividad indiferenciada entre los
niños de corta edad y los jóvenes adolescentes. Muchas veces
“romper todo” es apreciado como signo y promesa de una
masculinidad indiscutible. El folclore limeño del siglo pasado
había elaborado una especie de pilluelo, muchacho inquieto
conocido bajo el nombre afectuoso y ridículo de mataperro. Se
trata de un individuo que hace ostentación de turbulencia, pero
que solo molesta a víctimas pacíficas e impotentes.
21El mataperro es simpático porque es vivo y emprendedor, pero
también puede ser percibido como odioso y aun ridículo —y la
segunda sanción es tal vez más dura que la primera—, porque no
hay nada que temer de las cabezas de turco a las que fastidia.
Transpuesto en el modo heroico, despojado de todo elemento de
bufonería, el mataperro se convierte en un personaje cruel,
imperioso, exigente y al que se quiere porque sabe hacer sufrir.
Este machismo (u ostentación de virilidad) parece característico
no solo de la cultura costeña, sino también de los adolescentes
de las familias “decentes” de los pueblos serranos. En Puno, los
domingos por la mañana, después de misa, muchachos y
muchachas, en bandas homogéneas, dan vueltas al parque Pino.
Los grupos se aproximan, se rozan, se desafían; se intercambian
saludos y guiños. Pero es excepcional que un alumno de San
Carlos o de San Ambrosio sea visto en la calle con una joven o
por lo menos con una joven “decente”. Esta sexualidad, a la vez
censurada y reprimida, reaparece sin embargo, y se manifiesta
por una pretensión muy insistente de virilidad. Los hombres y los
muchachos deben ser tan “hombres” como sea posible: “ser
macho”, o por lo menos parecerlo, es un imperativo muy estricto
en Puno. ¿Cómo se reconoce al “macho”? Ciertamente por sus
cualidades físicas, por su prestancia, por sus maneras
desenvueltas; un “hombre”, por ejemplo, no declina jamás una
invitación a beber y aguanta mejor que otros. Con las mujeres es
galante, si se trata de mujeres por las que se debe experimentar
un sentimiento, y con las otras es brutal y rápido. Varias veces
tuvimos ocasión de darnos cuenta hasta qué punto era
ambivalente la actitud del “macho” respecto de las mujeres. Un
joven que profesaba el amor más vivo por su novia, ausente de
Puno, se vanagloriaba de su éxito con una muchacha conocida y
apreciada por los oficiales y suboficiales de la guarnición. Las
mujeres por su parte, insisten en su femineidad y, por lo menos
cuando son jóvenes, pretenden ofrecer una figura de ternura y
pureza. Y si a menudo la madre ejerce autoridad ante los hijos
casados no es solo porque puede continuar disponiendo de parte
de la herencia, sino porque posiblemente simboliza mejor que
sus esposas cierta imagen ideal de la mujer que el “macho” se ha
acostumbrado a venerar, no obstante sus afectaciones de
cinismo.
22Este personaje, el “macho” (el hombre fuerte, duro, como lo
llamaríamos) ¿está ausente en la cultura indígena? Sin duda, el
tema terminará difundiéndose a partir de sus fuentes criollas, por
las canciones, los discos y la radio, y es posible que no tarde en
infiltrarse en el folclore indígena. Por el instante, hasta donde
podemos juzgar, no es muy aparente. Cuidémonos de concluir
que el ideal de virilidad está menos afirmado en la cultura mestiza
que en la criolla. Varios atentados (de los que hemos podido
verificar su autenticidad) nos convencen de la extrema brutalidad
de la acción del indígena cuando este tiene el sentimiento de que
su honor o su dignidad están en discusión. Así, un indígena
matará fríamente al amante de su mujer y, al explicarse ante los
jueces, insistirá mucho más en la afrenta que le ha sido hecha
antes que en invocar su pasión y sus celos. 0 aun, otro indígena
que ha insultado a parientes o compadres, a quienes encargó
representarlo en una negociación, es muerto por estos que se
juzgaron deshonrados al ser afrentados. Si bien la virilidad es una
conducta concretamente valorizada por sus apreciaciones y
acusaciones, el indígena no la sublima en las canciones y
productos de la imaginación popular; y aunque probablemente es
tratada con mucha mayor ironía y ambigüedad en la vida
cotidiana de los criollos y gente de la costa, allí también con
mayor frecuencia es característicamente exaltada como modelo y
como ideal. Unas palabras más sobre las instituciones
domésticas, porque uno de los estereotipos más frecuentes entre
los mistis es la promiscuidad sexual de los indígenas.
El servinacuy
23 La palabra servinacuytiene como radical el verbo español: servir, la
desinencia y de los verbos q (...)
Los padrinos
27 Véase el texto de Cobo, que ya citamos en la nota 3 de la p. 147 del
presente trabajo.
El papel de la mujer
31Una vez instalada en su casa, es posible que la pareja indígena
pueda permanecer en ella hasta la muerte de uno u otro de los
cónyuges. Aparentemente, la mujer está muy subordinada a su
marido, que cuenta con su cooperación para el trabajo agrícola.
La mujer indígena es, además, un ama de casa y la famosa
prescripción incaica respecto de la obligatoriedad del trabajo
parece aplicársele con todo rigor. Su marido espera de ella
sumisión y docilidad; evidentemente, es el hombre quien manda
o por lo menos quien goza de las apariencias del mando. Es
popular la imagen del indio que cabalga sobre su asno, mientras
que su mujer camina a corta distancia. Nuestro hospedero,
Aurelio, no se privaba de golpear a su mujer, que lo soportaba en
silencio. Desconfiemos, sin embargo, de esta imagen. Las
mujeres tienen una influencia sobre la marcha de la casa mucho
más fuerte de lo que permitiría creer su estatus en apariencia
humillado. En primer lugar, efectúan la mayor parte de las
actividades comerciales. Son las mujeres de Ichu las que llevan
las verduras al mercado de Puno; son también las cholas de
Manazo las que venden la carne, las mujeres de Capachica o de
las islas quienes controlan la venta del pescado. Los únicos
hombres en el mercado de Puno son algunos cholos que venden
tejidos o zapatos y que ocupan un pequeño emplazamiento en la
parte noroeste del mercado; agreguemos a este grupo los
ojoteros de Ichu o los vendedores de cerámica de Pucará,
comerciantes de estación e irregulares que se abstienen cuando
el barbecho y la cosecha los requieren en sus campos. Las
mujeres controlan buena parte de los recursos de la familia y
solas efectúan la mayor parte de las compras; sin duda, deben
dar cuenta a sus maridos del dinero de sus ventas, pero esta
obligación muy a menudo es solo teórica. Nos aventuraríamos a
formular que, en Ichu, los principales recursos monetarios pasan
por manos de las mujeres. Evidentemente, no ocurre lo mismo en
una comunidad donde el dinero proviene de la venta de lana o de
carne: en ese caso, los vendedores son hombres. Por otra parte,
hemos mencionado estos hechos para reaccionar contra el común
punto de vista, que nos parece inexacto, de que la mujer está
completamente subordinada al marido. Nos sorprendió, en una
de nuestras estancias en casa del gobernador de un pequeño
pueblo del lago, el contraste entre el estatus en apariencia
subalterno de su mujer y la realidad de su poder. Se trata de una
familia misti bastante rica, dueña de una tienda, la más
importante del pueblo y, a cierta distancia del lugar, de una
pequeña granja. Tuvimos la ocasión de pasar tres días con esa
familia y de hacerle una breve visita algunos meses más tarde.
Aparentemente, el marido casi no trabajaba, se contentaba con
recibir las quejas de sus administrados; de tanto en tanto viajaba
a Puno a hacerle la corte a las autoridades. Así, la mujer era quien
administraba la tienda y también, en gran medida, los demás
bienes de la familia. Sin embargo, nos servía en la mesa, jamás se
sentaba con nosotros, cumplía inmediatamente las instrucciones
de su marido que, por lo menos delante de nosotros, las daba con
el tono breve y duro del jefe. Pero era ella quien tenía los cordones
de la bolsa y regularmente el marido recurría a su opinión y
consejo. Asistimos a una escena muy instructiva: una mañana
estábamos en la tienda y entró el marido. Entabló una
conversación muy trivial con su mujer y le preguntó si juzgaba
razonable prestarle dinero a X. Ella respondió negativamente y,
como el marido insistiera, se molestó. Este, lejos de ofenderse
por ese tono que me sorprendió, asintió de la manera más natural
y habló de otra cosa. Otras observaciones refuerzan esta
impresión. Hemos podido constatar la ociosidad de los hombres,
especialmente en las pequeñas ciudades. Muchos notables pasan
buena parte de su tiempo en el club o en conversaciones
interminables. La mujer, confinada en su casa en la que reina,
llega a controlar los ingresos de la familia y su empleo.
32El estatus de la mujer indígena no nos parece muy diferente del
de la mujer del misti. Digamos, en todo caso, que el poder de la
una y la otra es más grande de lo que deja suponer su aparente
sometimiento. Estaríamos inclinados a pensar que la mujer
indígena es más autónoma en relación con su marido que las
burguesas de la clase media lo son en relación con los suyos.
Intentemos ahora comparar la cohesión de la pareja indígena con
la de la pareja misti. Las infieles son muy raras entre los
comuneros. Un hombre devuelve a su mujer si esta no trabaja o
si no le da hijos. Pero es raro que esta torne un amante. El control
social se ejerce con facilidad en los pueblos. Sin embargo, no es
tan difícil encontrarse: basta con que la mujer cuide sus ovejas
cuando el galán va a su campo. Uno de nuestros amigos de Puno
nos contó una hermosa historia de amor indígena que terminó en
un homicidio del que tuvo que conocer como magistrado. Un
hombre, casado con una mujer mayor que él, se enamoró de la
hija de esta. Como el asunto amenazaba terminar mal, el
mayordomo de la hacienda en la que trabajaba el galán se las
arregló para enviarlo al ejército. Cuando este regresó, al terminar
su servicio, encontró casada a la muchacha. Como
inmediatamente recomenzó con sus asiduidades, el marido se
irritó y un buen día lo mató. En primer lugar, se debe hacer notar
que el esposo infiel suscita cólera e indignación. Un marido
engañado no es un personaje ridículo sino, en primer término,
víctima de una injusticia. Un abogado de Azángaro nos contó que
un día llegó a su estudio un indígena quejándose de haber sido
engañado. Su mujer había sido una primera vez sorprendida con
un vecino. El asunto fue severamente juzgado por la opinión. La
mujer recibió fuertes golpes del marido y el culpable, un joven
soltero, salió del pueblo durante varios meses. Pero desde que
regresó, los amantes continuaron sus relaciones. El marido,
furioso por lo que consideraba, según nos decía el abogado,
como un atentado a sus derechos de propiedad, venía a pedir la
separación y para que esta gestión tuviera más solemnidad se
hizo acompañar por el alcalde del pueblo. Las funciones de policía
doméstica muy a menudo son asumidas por el padrino. Los
padres de los esposos, en general, se guardan de intervenir en
los asuntos de una pareja joven, porque su intervención
probablemente sería juzgada como una interferencia. Por el
contrario, es normal que el cónyuge demandante (la mujer
golpeada o abandonada) se queje al padrino, quien en caso de
que la diferencia de edad sea suficientemente marcada con el
ahijado, puede muy bien aporrear al infiel o al golpeador. Nos
parece, sin que estemos seguros, que esta intervención del
padrino es muy frecuente si el culpable es el marido. Las
calaveradas de la mujer, en primer lugar son sancionadas por el
marido, y si este no logra su fin, recurre a su suegro.
Probablemente no es sino en último recurso que interviene el
padrino. Finalmente, teniendo en cuenta la repartición de la
autoridad, la naturaleza de las relaciones entre los diferentes
miembros nos parecen comparables en la familia indígena y en la
familia misti. Hemos insistido en el eclipsamiento de la mujer y
en la preeminencia, por lo menos aparente, del hombre. En el
mismo sentido se encuentran las consideraciones y ventajas que
benefician al hermano mayor. Este tiene sobre sus hermanos
menores una autoridad de la que a veces usa para atribuirse la
mejor parte de la herencia. Numerosos procesos entre indígenas
tienen su causa en estas querellas fraternas, pero es la crónica
del Puno misti la que abunda en estos asuntos: uno de nuestros
amigos abogados estaba de pleito con una hermana que lo
acusaba de haberla expoliado en la herencia. El mayor no
solamente se beneficia con ventajas materiales (que cada vez, con
mayor frecuencia, le son discutidas). Los menores lo consultan en
las circunstancias importantes. Y también allí el parecido es
notable entre el indígena y el mestizo. Uno de nuestros amigos
Maryknoll nos contaba que un día, al señalarle a uno de sus
parroquianos del barrio de Manazo que haría bien en casarse (con
la mujer con quien vivía tenía ya varios hijos), este le respondió
seriamente que no podía hacer nada sin consultar a un hermano
mayor, del que por otra parte había perdido la traza desde hacía
varios años. Sin duda, esta era una excusa pero, de todas
maneras, de buena calidad. La opinión de un hermano mayor, en
defecto de la del padre o de la madre, cuando estos están
muertos, merece consideración y no se pasaría por alto en un
asunto tan serio como el matrimonio.
28 He aquí un texto de Cobo (libro XIII, cap. 8) que describe los trabajos
agrícolas: “Hacen sus barb (...)
29 Así es como Cobo describe la taclla: “El arado o azada era un instrumento
llamado taclla, de un pa (...)
El susto
30 Sal y Rosas, “El mito del jani o susto en la medicina indígena del Perú”.
En Revista de la Sanidad (...)
31 Este diagnóstico, llamada “limpia” del cuy, admite una variante: la limpia
de granos. “Cinco grano (...)
El curandero y el brujo
36 Cobo, ob. cit., libro XIII, cap. 29.
41 Para los indios del Cuzco, la selva tropical, muy próxima, es la residencia
de los muertos.
42En lo relativo a las relaciones del hombre con las fuerzas malas
o peligrosas, los innumerables relatos sobre los condenados
ofrecen un material abundante e instructivo. En forma general,
digamos que los condenados son los espíritus de los muertos
que, por una razón u otra, “regresan”. No hemos llegado a unir
en nuestra interpretación de la cultura indígena el miedo a los
muertos con la estructura de los ritos funerarios. Estos son
relativamente largos y complejos, y dan ocasión al intercambio de
regalos ceremoniales y a la prestación de servicios. Cuando
muere una persona, su familia da a conocer la noticia. Amigos y
parientes se acercan a su casa llevando regalos, alcohol y coca. El
cadáver será velado por el pequeño grupo de sus íntimos. Se
recitan oraciones. La viuda gime y acusa al difunto de
abandonarla. La muerte es, evidentemente, imaginada como un
viaje, y los ritos funerarios tratan de que ese pasaje sea fácil, tanto
al que se va como a los que quedan. Un buen texto del Cuzco,
citado por Arguedas,40 expresa el contraste del que nos ofrece
las tonalidades afectivas: “¿Dónde vas, padre? —Me voy a la gran
selva, me voy caminando.41 —¿Dónde vas, quién te lleva? —Voy a
recoger la coca tan dulce,42 me voy solo. —Vuelve pronto, te
esperaré llorando, te esperaré gimiendo”. Sigue una estrofa en la
que se evocan algunos de los peligros que esperan al viajero y,
después, el último verso: “Campanita de Paucartambo43 tócame
la despedida. Me voy a la gran selva, no regresaré nunca jamás”.
El velorio no se dedica solo a la oración. El alcohol, llevado por
amigos y parientes, se consume alrededor del difunto. Se
entablan conversaciones, hay muchos cuentos y anécdotas que
han podido ser registrados por los folcloristas en tales ocasiones.
A veces, incluso, se organizan juegos. Según los archivos
folclóricos de Lima, la que sigue es una costumbre del
departamento de Apurímac. Hombres y mujeres se distribuyen en
dos campos y cada uno en su turno lanza una piedra en forma de
“pirámide rectangular truncada” cuyas caras están numeradas.
Uno de los asistentes registra las ganancias y pérdidas de los dos
campos, que se marcan por el intercambio de granos de maíz
amarillo. Al final de la partida, que se juega en doce golpes,
escogen un rey, una reina, una mula y un chalán.44 El chalán
monta la mula, después el rey y por último la reina. El juego se
realiza en medio de risas y gritos.
45 Para los ritos funerarios de los antiguos, consultar Cobo, ob. cit, libro XIV,
cap. 19: “Daban de (...)
El ñakaq
46 Morote Best, Efraín, “La huida mágica. Estudio de un cuento popular del
Perú”, p. 829 y ss.
48 Ibíd., p. 125.
49 Ibíd., p. 218.
Las huacas
52 La civílisation de l’Empire Inca, p. 182.
Todas estas cosas, y otras parecidas, ellos las llaman huacas no porque
hagan de ellas dioses, ni que las adoren54 sino a causa de la ventaja
particular que tienen frente a las cosas comunes; es por eso que las
consideran y tratan con veneración y respeto.
55 Reeditadas en Lima, en 1945, en el tomo VII de Los Pequeños Grandes
Libros de Historia Americana.
58 Diccionario, p. 72.
El cura y el sacristán
60 En “El oso raptor”, p. 64.
Inkarri
62 “Puquio, una cultura en proceso de cambio”. En Revista del Museo
Nacional, 1956.
55Para explicar las relaciones entre lo sobrenatural cristiano y lo
sobrenatural indígena, lo mejor que podemos hacer es citar un
texto recogido por José María Arguedas en Puquio.62 Se trata de
un personaje varias veces mencionado por informantes indígenas
en la región del Cuzco y en varios puntos del departamento de
Ayacucho. No hemos oído hablar de él en Puno.
56Este personaje es Inkarri, o, si se quiere, el Rey Inca. Arguedas
nos propone tres versiones: la primera (la de Mateo Garriaso)
atribuye a Inkarri una “madre salvaje” (sallqa warmí). Su padre
había sido el Sol. Inkarri tuvo tres mujeres y las huellas de su paso
sobre esta tierra están claramente localizadas. El informante cita
dos lugares próximos a Puquio. Precisa, en el caso del segundo,
que bien podría haber sido el Cuzco. En cuanto a las hazañas de
Inkarri, se supone que encerró al viento, encadenó al padre Sol y,
después de tomar esas precauciones, habría fijado el punto en el
que iba a construir la ciudad del Cuzco, arrojando desde la cima
de un cerro próximo a Puquio, llamado Osquonta, una barra de
oro. Esta parte del mito reproduce fielmente el relato de Garcilaso
sobre la fundación del Cuzco. Pero lo que sigue es mucho más
original:
El inca de los españoles se apoderó de Inkarri, su igual, y lo hizo su
prisionero... Hoy sólo existe la cabeza de Inkarri y es a partir de la
cabeza que Inkarri está creciendo, de nuevo, hacia adentro. Se dice
que está creciendo de la cabeza hacia los pies. Después el Inkarri
regresará, lo hará cuando su cuerpo esté completo. No ha regresado
todavía, pero regresará. Debe regresar para nosotros, si el buen Dios
le da su permiso. Pero no sabemos, es lo que se dice, si el buen Dios
le permitirá regresar.
57La segunda versión reproduce ciertos rasgos de la precedente,
aunque agrega algunos y borra otros. Comienza por esta
afirmación:
63 El Wamani, comenta Arguedas, es el espíritu del cerro y aun simplemente
el cerro. Un informante pr (...)
60De este texto tan rico conservaremos solo lo que nos ayude a
comprender el sincretismo religioso. El Dios cristiano se distingue
de lo sobrenatural indígena. “El buen Dios”, “nuestro pequeño
diosito”, no aparece sino después de la muerte de Inkarri y, para
que este pueda regresar, se necesita que el “buen Dios” dé “su
asentimiento” y tal vez es el “buen Dios” quien ha decidido que
olvidemos a Inkarri. Este es un héroe civilizador (escogió el sitio
del Cuzco y construyó la ciudad, según la segunda versión) y es
también una Providencia (ha creado las nubes, la lluvia y es quien
ha encargado a los Wamani de hacer crecer la yerba y de
ofrecernos el agua). Actualmente, este dios es solo una fuerza
latente; puede ser que regrese pero, mientras tanto, lo hemos
olvidado e ignoramos su ley. La manera como Inkarri existe en
esta fase latente de su historia no es sino como una cabeza
cortada, separada del cuerpo.64 Inkarri aparece como un joven
desgraciado que encarna las esperanzas de su pueblo y que
regresará si el Dios de los cristianos lo quiere o, por lo menos, lo
permite.
65 [“Poesía folklórica quechua”] Revista del Instituto de Antropología de
Tucumán, n° 2, v. 12.
68 Traducción de Arguedas, p. 2.
69 Ibíd., p. 14.
70 Vid supra.
Los adventistas y la
moralización del indígena
72 En julio de 1959 tuvimos oportunidad de ver cómo un tractor comprado con
gran esfuerzo a crédito p (...)
Las fiestas
73 Cfr. en Canciones y cuentos del pueblo quechua, los textos reunidos por el
autor bajo el título “L (...)
El carnaval de Puno
70La fiesta misti ha perdido mucho de la riqueza imaginativa y
simbólica que hemos creído observar en la fiesta indígena. Este
empobrecimiento viene de que la fiesta, al perder en gran medida
su carácter ritual, ha visto acentuarse su gratuidad. Ha perdido
seriedad y no ha adquirido la soltura de una simple
representación estética. De este fenómeno, el más curioso es sin
duda el carnaval de Puno, al que, para concluir este capítulo,
quisiéramos dedicar algunas líneas. El carnaval es,
evidentemente, una fiesta misti, y aun cuando también lo
celebren los de los barrios indígenas, es la participación de los
primeros la que le da su mayor brillo. En Puno, las fiestas de
carnaval duran un poco más de una semana. Según la información
del periódico Los Andes del 25 de febrero de 1953, las fiestas ese
año comenzaron el viernes anterior al martes de carnaval, con una
reunión en el cine Colón que finalizó en un primer baile. El sábado
tuvo lugar la coronación de las reinas. Esta ceremonia es
presidida por el prefecto, quien corona a la Reina del Trabajo. El
alcalde corona a la Reina Infantil; la Reina de las Vendedoras del
mercado no tiene derecho sino a las atenciones de un concejal. El
mismo día, “Ño Carnavalón” hace su entrada en la ciudad y llega
en un carro escoltado por la música del 15.° Regimiento de
Infantería. En la noche del sábado hay un baile en los salones del
Club de la Unión y una verbena en el Parque Pino. El programa del
domingo no es muy diferente al del sábado. Comporta una
segunda verbena, esta vez en el interior del mercado, e incluye
un desfile de las reinas y su cortejo. El lunes comienza el “juego
libre”, que continúa el martes y concluye el miércoles. Grupos de
muchachos y muchachas recorren las calles de la ciudad, se
aproximan unos a otros para lanzarse baldes con agua o
mancharse la cara con harina. Los jóvenes, organizados en
bandas, atacan a las muchachas quienes, a su vez, hacen lo
mismo. Las bandas de muchachos se envalentonan y penetran en
las casas de sus conocidos; se les da de beber y se les ofrece
comida. Estas distracciones son populares; las muchachas de la
“buena sociedad” no irán a provocar a los muchachos en la calle.
Son diversiones de cholas. Por el contrario, los jóvenes “decentes”
tienen toda libertad para remojar o ensuciar a paseantes,
hombres y mujeres. Observemos que los indios están fuera del
juego. No hacen su entrada en escena sino con la “pandilla” que
se desarrolla el Miércoles de Ceniza, en la segunda mitad de la
semana de carnaval. Se forman grupos de músicos y bailarines
que salen a los campos y se dirigen a un punto de concentración
tradicional. Ese paseo tiene lugar el miércoles, el día siguiente de
carnaval, más allá del Arco Deustua, y el jueves en la pampa del
Muelle. Cada familia lleva sus provisiones, las mujeres visten con
trajes de fantasía y, en esta ocasión, las damas de sociedad llevan
vestidos de seda de vivos colores, al igual que las cholas de
Manazo. A veces las familias más ricas reclutan sus propias
orquestas y alquilan músicos. En las pandillas se reúnen, en
general, los de un mismo barrio, y así se establece una rivalidad
entre las que toman a su cargo el prestigio y aun el honor de todo
el barrio. Los de Manazo se preocupan de que sus pandillas sean
juzgadas entre las mejores. Las secciones indígenas de Bellavista
y de Laicacota también tienen sus tropas y entre ellas compiten.
Naturalmente, no se trata de desafíos lanzados y recogidos
formalmente; los criterios con los que se establece la opinión son
bastante difusos e implícitos; y dejan un margen muy amplio a la
apreciación más o menos incierta de cada quien.
71El carnaval de Puno atrae el interés de toda la población, pero
en momentos y bajo aspectos diferentes. Se debe evitar
considerarlo como una pura y simple manifestación de unidad
colectiva. La gente tiene sus goces: un baile en el Club de la Unión
al que no tienen acceso sino los miembros del club, sus amigos y
relaciones. El temor de mezclarse con el populacho, con la
indiada, es particularmente notable en las verbenas (fiestas
nocturnas): si los jóvenes pueden sin menoscabo mostrarse
emprendedores con muchachas de condición inferior, las
señoritas que, naturalmente, van acompañadas por sus
chaperonas, deben rechazar las invitaciones de los jóvenes a
quienes su rango los hace indignos de ellas. La coronación de las
reinas, como lo hemos señalado, resalta una jerarquía muy clara
de los grupos y de su prestigio. La Reina del Trabajo se elige entre
las jóvenes empleadas de correos, algunas mecanógrafas o
secretarias que, aunque pobres, por razón de su educación y de
su empleo pertenecen al grupo misti. Las cholas de Manazo ven
coronada como Reina del Mercado a la más bella o graciosa de
entre ellas. Bellavista y Laicacota se encuentran implícitamente
fuera del juego. Esta estratificación también se manifiesta en la
distinción que hemos establecido en las dos mitades de la semana
de carnaval. Del viernes al miércoles, después de carnaval, tienen
lugar todas las fiestas organizadas por los clubs: baile del Club
de la Unión, baile del Club Kúntur, matiné organizada por los
padres de la Reina Infantil y paseo en el lago en uno de los dos
barcos que aseguran, por cuenta de la Peruvian Corporation, el
servicio de Puno a Guaqui. Por el contrario, a partir del miércoles
aparecen las pandillas, formadas por cholos e indios que, hasta
el fin, ocupan el primer rango de la escena. Esto no impide que el
carnaval interese a todo Puno; ciertos aspectos de las fiestas, o
algunos de sus momentos, expresan mejor los gustos y las
preferencias de tal grupo pero, si se considera la semana de
carnaval como un ciclo, cada uno encuentra lo que le gusta y
todos tienen ocasión de participar en estos goces colectivos.
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Significación de la fiesta
73Digamos, para terminar, que la unidad de la fiesta aún tan
sensible al indígena, está en vías de dislocación entre los mistis.
El elemento religioso y el elemento profano son percibidos como
distintos y la fiesta, cada vez más, tiende a convertirse en
recreación. Uno se podría dar cuenta mejor de este proceso si se
estudiara de más cerca el uso del alcohol y la práctica de la danza
en el misti para intentar una comparación con las costumbres y
actitudes indígenas. El alcohol ha perdido su significación ritual.
Entre los mistis tiene el valor de un bien intercambiado y de una
prueba por superar. Ofrecer un trago o pagar una vuelta
constituye, como lo hemos visto, una de las expresiones
cotidianas de la sociabilidad; rechazar tal invitación puede ser
considerado como una injuria. De otra parte, “portarse bien” es
un signo cierto de valentía y de valor. El indígena ebrio no está
sujeto a ninguna censura de sus semejantes. El misti, en el mismo
caso, es objeto de burla. No es que el consumo de alcohol sea
condenado como inmoral o como antihigiénico. La ebriedad se
juzga como una prueba pública de debilidad o de presunción
(este aspecto de la competencia o del desafío es todavía señalado
por el hecho de que los consumos muchas veces se juegan a los
dados y que el ganador bebe a la salud del perdedor). Así, lo que
importa más no es estar ebrio, sino parecer menos ebrio que los
compañeros y estar en condiciones de burlarse sobre su estado.
Es notable también que las reuniones terminen en fanfarronadas
desmesuradas que expresan la arrogancia, el desafío y la
exageración del ego.
76 Ver después nuestras observaciones sobre la cultura criolla.
[...] la bailarina con una mano agita su pañuelo y con la otra levanta
ligeramente su falda y huye delante de las llamadas del bailarín, quien
con la mano izquierda sobre la cadera hace girar su pañuelo encima
de su cabeza y con paso ritmado gira alrededor de ella, de la que
quiere captar su atención. Ésta, con la mirada obstinadamente baja, se
esquiva. El hace mucho por presionarla, por cortarle la retirada; ella
siempre se le esquiva.77
13 Ibíd., p. 132.
14 Ibíd., p. 133.
15 Ibíd., p. 134.
18 Ibíd., p. 141.
19 Ibíd., p. 144.
21 “Éramos como dos palomas que volaron de su nido”; aquí, los dos
temas que hemos distinguido y opuesto se encuentran conciliados y
reunidos. La intimidad del nido y el desgarramiento de la separación
se combinan con la intimidad de los amantes.
22 Cancionesy cuentos..., op, cit., p. 27.
30 Sal y Rosas, “El mito del jani o susto en la medicina indígena del
Perú”. En Revista de la Sanidad de Policía 18, pp. 167-210. Lima,
1958.
45 Para los ritos funerarios de los antiguos, consultar Cobo, ob. cit,
libro XIV, cap. 19: “Daban de comer y beber a cuantos acudían a
estos mortuorios, los parientes y amigos del muerto [...]. Después de
llorado el muerto desta suerte, hacían sus sacrificios y
supersticiones, en los cuales quemaban parte del mueble que habría
dejado, y si era señor calificado, mataban algunas de sus mujeres y
criados...”.
48 Ibíd., p. 125.
49 Ibíd., p. 218.
58 Diccionario, p. 72.
68 Traducción de Arguedas, p. 2.
69 Ibíd., p. 14.
70 Vid supra.
NOTAS FINALES
* Las observaciones que siguen se refieren únicamente a poblaciones
de lengua y cultura quechua, salvo que se señale explícitamente al
grupo aimara (N. del A.).
ÍNDICE DE ILUSTRACIONES
URL http://books.openedition.org/ifea/docannexe/image/6483/img-1.jpg
URL http://books.openedition.org/ifea/docannexe/image/6483/img-2.jpg
Conclusión: ¿Cholificación?
p. 199-210
TEXTO NOTAS
TEXTO COMPLETO
1EL INDIO, EL CHOLO Y EL MISTI pertenecen a una misma cultura y a
una misma sociedad. Pero unos y otros son sensibles a las
diferencias que los separan y los oponen. “Vivir como un indio”,
“comportarse como un indio” no es un elogio en la boca del misti.
Muchas veces, el gran propietario juzga sus intereses como
contrarios a los del pastor indígena y estos se quejan de la
condición a que los obliga su patrón. Sin embargo, unos y otros
se desprenden de un mismo conjunto sociocultural. La sociedad
indígena ya no constituye una unidad autónoma. En cuanto a las
transformaciones que está sufriendo, en su mayor parte tienen su
origen fuera de ella. Es, pues, la imagen de una simbiosis la que
nos viene al espíritu cuando queremos caracterizar las relaciones
entre indios, cholos y mistis. Ahora bien, esta simbiosis no se da
sin tensión ni conflicto.
2¿En cuál de los tres grupos que hemos distinguido aparece la
cultura dominante? Según los “indigenistas”, la evolución conduce
a una rápida indianización del Perú. ¿Define la vida indígena un
modelo cultural suficientemente prestigioso para conservar o
atraer a los más evolucionados, a los más aculturados?
Observemos el gran prestigio de la instrucción, de la
castellanización sobre el campesino indio. Hablar y escribir
castellano, estar en capacidad de discutir con el juez, el militar o
el funcionario, es ciertamente la ambición de los comuneros más
despiertos. No concluyamos que estos reniegan de su grupo de
origen; a propósito de los núcleos de indígenas adventistas,
hemos notado que los más emprendedores al mismo tiempo
expresaban el orgullo más natural de ser indios. No hay, por el
momento, entre las comunidades indígenas, ningún movimiento
nativista que pretenda restaurar las costumbres autóctonas. El
relativo fracaso de la legislación comunitaria procede del
sentimiento, muy vivo entre los indígenas, de que las
instituciones tradicionales de la comunidad ya no están bien
adaptadas a las exigencias actuales. Digamos, a riesgo de
simplificar, que cuando aparecen tendencias nativistas, estas son
más frecuentes en el misti indigenista que en el indígena mismo;
el indigenismo es una ideología del mestizo.
1 Este error es particularmente sensible en John Gillin (Moche, a Peruvian
Coastal Community, pp. 15 (...)
16Tocamos, tal vez, una de las razones por las que, a pesar de la
escasez de tierras para los indios y del hambre de acaparamiento
en ciertos misti, los conflictos agrarios jamás hasta ahora han
sobrepasado la etapa de los amotinamientos. Las situaciones se
particularizan, se individualizan. Se echan a perder en un sector
porque allí un hacendado se muestra especialmente duro y cruel
o porque la resistencia indígena se organiza alrededor de un jefe
emprendedor y valiente. Sin embargo, este movimiento rara vez
se extiende a toda una región. Se quiebra por las deficiencias
locales y, así, jamás toma toda su amplitud. Agreguemos que la
represión está centralizada. La coordinación de estas pequeñas
rebeliones locales exigiría que el órgano central esté en manos
de los mistis. Dos veces las cosas han estado a punto de ponerse
muy mal en la región de Puno; una, en 1906-1907 y la otra en
1922. En los dos casos, el movimiento fue dirigido por los mistis.
El jefe de la primera insurrección fue un anciano subprefecto de
la provincia de Chucuito, el comandante Gutiérrez, quien,
finalmente, se escondió (sobre este personaje he podido recoger
informaciones orales: Gutiérrez desapareció de la región más o
menos en 1910 para pasar a Bolivia o a Chile; hacia 1920 aún se
le encuentra en un movimiento revolucionario boliviano). El
segundo episodio habría sido dirigido en sordina por un
personaje considerable, intelectual de renombre, hoy
senador.12 Si, en ambos casos, los sucesos tomaron un sesgo
inquietante es probablemente porque los rebeldes consiguieron
aliados en la policía o en el ejército y porque el amotinamiento
fue seguido con cierta simpatía por algunos mistis.
17Es muy difícil organizar a la masa indígena basada, sin
embargo, en una cultura vivaz, en un grupo animado de voluntad
propia. Hemos indicado, al final de nuestro capítulo sobre la
ciudad de Puno, las razones por las que allí rehusamos hablar de
clases. Indios y mistis se oponen por la posesión de tierras y son
conscientes de pertenecer a dos grupos de intereses opuestos.
Pero, si el hacendado tiene el sentimiento de que su autoridad
reposa sobre el aparato administrativo y policial, el indio
evidentemente no tiene sino una conciencia muy confusa de las
vías y medios que exigirían el mejoramiento de su suerte y más o
menos explícitamente se entrega a otros, es decir, al fin de
cuentas, a los mistis. La promoción del cholo se hace también, en
parte por lo menos, gracias a los lazos personales que ha sabido
captar y retener. Pero mientras que los lazos personales en el
indio o en el misti son más bien del orden estatutario (definidos
por las relaciones de parentesco, de vecindad o de compadrazgo),
en el cholo participan de preferencia de una forma de sociabilidad
más indecisa y equívoca en la que dominan la habilidad, la intriga
y también el encanto y la gentileza. El cholo puede contar no solo
con sus compadres, sino también con sus compinches. Tal lazo
es ciertamente menos estable, menos sólido, pero al ampliar la
red de conocimientos y de influencias protege al individuo y
acrecienta su poder. Este apoyo le es tanto más necesario cuanto
que, en general, el cholo es todavía un hombre joven que casi no
puede emplearse sino en tareas precarias. Está expuesto a los
riesgos del desempleo y para no permanecer mucho tiempo sin
ser contratado, tiene que saber arreglárselas. La inestabilidad, la
fragilidad de su condición, lo obligan a compensar con astucia,
en el arte de hacerse enganchar, el handicap que le inflige su
débil calificación profesional.
18En esta sociedad de rápida transformación, el cholo nos parece
muy bien provisto. Conserva mucho de la antigua cultura
tradicional y su entrada en el medio urbano no le impone
ciertamente pruebas tan intensas y tan graves como al africano
destribalizado. El cholo, al pasar del pueblo de sus padres o de
su pequeña ciudad a una grande, como Arequipa, Cuzco o Lima,
sin duda está expuesto a transformaciones profundas que tocan
a sus hábitos más esenciales, pero sus costumbres domésticas,
el universo de sus relaciones interpersonales, no se alteran hasta
el punto que le resulten completamente desconocidas. Entre su
sociedad de origen y el mundo donde ahora va a desenvolverse,
las diferencias son muy numerosas y marcadas, pero no
constituyen una discontinuidad radical, no imponen al recién
llegado al abandono y el reniego de sí mismo. Lo que en realidad
está en cuestión, es la aptitud de la sociedad peruana para
ofrecerle a este recién llegado el lugar que espera.
NOTAS
12 Muerto en 1958.
TEXTO
TEXTO COMPLETO
1LA ARQUEOLOGÍA, la historia, la antropología y la sociología no
solamente han enriquecido el conocimiento que tenemos sobre
el Perú, de su pasado y de su presente, sino que también han
contribuido a modelar la imagen que la sociedad peruana se hace
de ella misma. La nota que sigue solamente se propone enumerar
las contribuciones de los peruanistas más notables. Pretende
también bosquejar, a grandes rasgos, la realidad social y cultural
que los peruanos designan por peruanidad.
I. La historia y su doble
herencia: el Imperio y la
Colonia
2A riesgo de simplificar, digamos que la escuela histórica peruana
por largo tiempo se ha dividido en dos grupos: de un lado, se
apega al pasado precolombino —incaico o preincaico—; y, del
otro, se interesa por el aporte hispánico y colonial.
3En el primer grupo colocamos, además del arqueólogo Julio C.
Tello, a Luis E. Valcárcel: Historia de la cultura antigua del Perú,
tomos 1 y 2.
4En el otro citemos algunas de las obras de Raúl Porras
Barrenechea, en particular Fuentes históricas peruanas (Lima,
1955) y, del mismo autor: Las relaciones primitivas de la
conquista del Perú.
5Esta oposición no debe ser tomada muy rigurosamente. Los
historiadores que pertenecen a la tradición “hispanizante” han
publicado estudios muy importantes sobre el pasado
precolombino. Citemos, del mismo Raúl Porras, el notable
prólogo con que hace preceder la reedición, en 1952,
del Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada
lengua qquichua o del inca, del R. P. Diego González Holguín.
Pero el caso más instructivo es, sin duda, el de José de la Riva-
Agüero, cuya famosa tesis de 1912, reeditada en Madrid en
1952, La historia en el Perú, trata de apreciar la doble
contribución precolombina e hispánica. Se consultarán en
las Fuentes históricas peruanas (p. 173,187) los comentarios de
Raúl Porras sobre la posición de su maestro Riva-Agüero.
6Entre las obras extranjeras consagradas en los últimos cincuenta
años a la historia peruana, ninguna ha sido más citada que la de
Louis Baudin: L’empire socialiste des Inka (París, 1928). A partir
de 1940, una pléyade de arqueólogos y de historiadores
norteamericanos efectúan contribuciones notables. Citemos,
entre otros, a Wendell C. Bennett, John H. Rowe, George Kubler.
Los tres nombres están reunidos en el tomo II del Handbook of
South American Indians, editado por Julian Steward y la
Smithsonian Institution. Citemos la presentación general de
Wendell C. Bennett sobre “The Andean highlands” (op. cit, pp. 1-
60], el enfoque de John H. Rowe sobre “Inca culture at the time of
the spanish conquest” (pp. 183-330) y el de George Kubler (pp.
331-447), “The quechua in the colonial world”.
7Entre las contribuciones más recientes e interesantes, citemos
en primer lugar la tesis de John V. Murta: The economic
organization of the Inca State(Chicago, 1956). A las publicaciones
ya mencionadas de John H. Rowe se agregará, del mismo autor:
“Movimiento nacional inca del siglo XVIII” (Revista
Universitaria 107, 1955), y un precioso artículo en la Hispanic
American Historical Review (1957, vol. 37, n.° 2), “The incas under
spanish colonial institutions”, que contiene una excelente
bibliografía.
8El especialista incontestado de la historia republicana es Jorge
Basadre, cuyos dos volúmenes de su Historia de la República del
Perú van de la independencia a 1906. Del mismo autor es Bolivia,
Chile y Perú independientes.
Bibliografía
p. 217-22
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