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sábado, 17 de noviembre de 2018

Contrabandistas de esperanza
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Artículo publicado en El Periódico de Catalunya en agosto de 1995

CONTRABANDISTAS DE ESPERANZA

Manuel Delgado

Dos casos sirvieron para plantear cuáles debían ser los límites de las
llamadas medicinas alternativas o paralelas, aquel sector del mercado
de la salud, definido sólo por su marginalidad total o parcial con
respecto el modelo sanitario institucionalizado, al que concurren
saberes y técnicas sin apenas conexión entre sí, del curanderismo
tanto tradicional como exótico, el naturismo, la homeopatía a la
mística carismática o las medicinas orientales. En el mes de julio
llegaba a Málaga la niña austriaca Olivia Pilhar, a la que sus padres
habían secuestrado del hospital donde iba a ser sometida a la
extirpación de un tumor maligno, con el fin de evitar la operación y
para que la tratase el ex médico alemán Ryke Geerd Hamer,
inhabilitado en su país y perseguido legalmente en Austria. Al poco,
dos familias presentaban denuncias contra los médicos españoles que
habían tratado mediante el método Hamer a parientes suyos
finalmente fallecidos. Desde ciertas instancias médicas se urgió a que
se aplicasen medidas contra unas prácticas, aplicadas en ocasiones por
profesionales colegiados y situados en plantillas hospitalarias, que no
eran consideradas aceptables. Antes del escándalo, en noviembre del
año anterior, dos programas televisivos, emitidos en la segunda
cadena de TVE, se habían dedicado monográficamente a divulgar las
tesis curativas de Hamer.

La llamada técnica Hamer se basaba en la consideración del cáncer


como una enfermedad psicosomática, que, por tanto, requería un
tratamiento cuyo objeto era rectificar desarreglos producidos el
mundo de los afectos. Se rechazaban como contraindicados los
métodos basados en la cirugía, la quimioterapia o la radioterapia y la
orientación de las curas era exclusivamente psicológica. El sistema
Hamer es de hecho una reedición del antiguo mesmerismo -curación
basada en los efectos beneficiosos del magnetismo- y guarda cierto
parecido con el que aplica también en España la asociación
COBRA -Centro Oncológico y Biológico de Investigación Aplicada-,
cuyos pacientes son casi todos enfermos de sida -enfermedad a la que
se niega su condición vírica- y que combina técnicas naturistas con
formas suavizadas de medicina convencional.

La actuación legal en España contra este tipo de actuaciones de


medicina alternativa resultó sencillamente inviable. En primer lugar
porque no se recetan sustancias que puedan causar daño a los
pacientes. También porque la legislación vigente no castiga a quien
trafica con lo que la medicina oficial considera falsas esperanzas, y
menos si el supuesto responsable es un médico colegiado, como era el
caso de los cinco facultativos que habían hecho suyo el sistema Hamer
en el tratamiento del cáncer. Las instancias médicas oficiales son en
cierto modo responsables de dos fenómenos negativos, cuales son una
creciente medicamentalización de la sociedad y una práctica de la
medicina muchas veces deshumanizada. Por otra parte, es la misma
medicina institucional la que ha propiciado unas creencias acaso
desmesuradas -y por tanto en cierta manera fraudulentas- sobre sus
posibilidades reales ante la enfermedad y la muerte, con todo lo que
ello conlleva de frustración ante unas expectativas de curación muchas
veces injustificadas. Ha sido, en ese mismo orden de cosas, la
medicina oficial la que ha estimulado al mismo tiempo una
trivialización de su propia doctrina y ha contribuido con ello a
convertir sus métodos en mercadería de consumo. Los "productos-
milagro" o la proliferación de clínicas de adelgazamiento serían
manifestaciones casi paródicas de ello.

La argumentación, esgrimida por los seguidores de Hamer, de que un


malogro no desacredita los éxitos obtenidos podría valer también para
la propia clínica convencional, a cuyos fracasos técnicos se le han de
añadir los frecuentes casos que se denuncian de errores e
irresponsabilidades, con efectos no pocas veces letales para los
enfermos. Además, frente a los ejemplos problemáticos, los médicos
que han aplicado los criterios de Ryke Geerd Hamer estaban en
condiciones de presentar 20.000 casos de curaciones que no habían
sido desmentidos. Por último, los pacientes habían sido en todas las
oportunidades individuos mayores de edad que habían abandonado la
quimioterapia y se habían sometido al método Hamer por voluntad
propia, con la salvedad no menos conflictiva de algún menor, como
Olivia Pilhar, cuyos padres habían perdido la patria potestad. A finales
de septiembre, el juzgado que había recibido las denuncias contra los
doctores seguidores de Hamer en España decidía archivar el asunto.

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