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EL ESTEREOTIPO DE LA MUJER ESQUIVA –HERENCIA DEL CINE DE ORO- EN

EL CUENTO “EUFEMIA” DE ENRIQUE SERNA

Diana Montes

No nació la mujer para querida,

por esquiva, por falsa y por mudable;

y porque es bella, débil, miserable,

no nació para ser aborrecida.

No nació para verse sometida,

porque tiene carácter indomable;

y pues prudencia en ella nunca es dable,

no nació para ser obedecida.

-Mariano Melgar

El fragmento anterior pertenece al soneto “No nació la mujer para ser querida”, de Mariano

Melgar, poeta del siglo XIX que, como denota su perspectiva poética, forma parte de la

herencia literaria del teatro de los Siglos de Oro; donde las puestas en escena mostraban

algunos de los estereotipos femeninos de la época que ponderaron el honor, la abnegación y

la belleza de la mujer, con el propósito de convertirse en una buena esposa. Sin embargo,

no todos los modelos resultaban complacientes, especialmente el de la mujer transgresora,

la que buscaba el amor de forma particular: vestida de hombre. Denominada por algunos

investigadores “la mujer esquiva”.

Rosa María Capel, en su artículo “Mujer, sociedad y literatura en el Setecientos

español”, dice acerca de dicho personaje: “representa a la mujer femenina que se disfraza

de soldado o paje para conseguir el amor de su enamorado. Es un personaje lleno de dudas


y de contradicciones por miedo a que sus hazañas le desprestigien como mujer. Al final,

cuando se descubre su engaño, todas son recompensadas con el matrimonio” (1995: 114).

Esta osada mujer encarnaba una figura moral negativa y el matrimonio simboliza su única

redención, porque “la esquivez no es una actitud natural, sino una falta de tipo moral, ya

que son la vanidad o el orgullo las únicas razones que, en opinión de los autores de las

obras, pueden justificar tal comportamiento” (Capel Martínez, 1995: 115). Es decir, la

mujer esquiva procede en contra de su naturaleza débil al actuar con la temeridad de un

hombre, además, con tales mudanzas ¿cómo podría ser obedecida?

Eufemia, el personaje principal que da nombre al relato, trabaja de empleada

doméstica y decide emprender un curso para convertirse en secretaria y superarse, así que

“Como pensaba que los hombres no eran para ella ni ella para los hombres, volcó en el

estudio sus mejores virtudes, las que ningún amante hubiera sabido apreciar:
1
responsabilidad, espíritu de servicio, abnegación rabiosa” (Serna, 2005: 85-86) ; su ímpetu

por lograr sus objetivos le infundió una postura soberbia ante los amoríos, no obstante,

Lazcano –pretendiente y futuro novio– asumirá el reto de socavar la voluntad de Eufemia.

El estereotipo de la mujer esquiva sobrevivió más allá del teatro de los Siglos de Oro y

de España; en México, el cine de oro lo conservó y consolidó como parte de la

socialización de género. Desde tal panorama propongo, para el cuento de “Eufemia”, una

lectura que evidencia la agresión normalizada bajo la concepción de una mujer voluble,

esquiva, que carece de la capacidad para decidir sobre sus propios deseos. Para esclarecer el

planteamiento anterior, considero necesario analizar el concepto de estereotipo de género y

1
Todas las referencias del cuento serán de la misma edición (en bibliografía), en adelante sólo se citará el
número de página.
sus implicaciones sociales, así como también el estereotipo de la mujer esquiva en el cine

de oro mexicano y la violencia que deriva, ejemplificada en el cortejo de los personajes

principales.

El estereotipo juega un papel fundamental en la dinámica social, definido como:

“Aquellas creencias populares sobre los atributos que caracterizan a un grupo social […], y

sobre las que hay un acuerdo básico” (González, 1999: 79). Las convicciones públicas

quedan asentadas en la interacción social y, así, para bien o mal, los estereotipos alertan

acerca de las conductas de -los otros- y ayudan a predecir las reacciones adecuadas con

cada persona; porque, como apunta Blanca González en su estudio “Los estereotipos como

factor de socialización en el género”, resultan, “en definitiva, un claro servicio que supone

un ahorro de esfuerzos analíticos y sobre todo el tiempo y las preocupaciones que nos

supondría el tener que enfrentarnos a un medio social siempre desconocido, novedoso,

desordenado y caótico” (1999: 80).

Así, pues, los estereotipos de género comprenden las características que determinan

social e individualmente a cada género y establecen cierta normatividad en el proceder de

las mujeres y de los hombres, situación que, según el estudio de Castillo-Mayén y

Montes-Berges:

Conlleva importantes consecuencias negativas pues limitan el desarrollo integral de las


personas, influyendo sobre sus preferencias, desarrollo de habilidades, aspiraciones,
emociones, estado físico, rendimiento, etc. Estas consecuencias recaen
indudablemente en mayor medida sobre las mujeres, favoreciendo además, su
vulnerabilidad para ser víctimas de violencia” (2014: 1).
A la mujer le corresponde el lugar del sexo débil, por tanto, sus acciones deben

corresponderse con tal estereotipo y dejar al hombre la posición de patriarca, de opresor.


Por supuesto, los comportamientos estereotipados de género también dependen del

contexto y las circunstancias. Eufemia y Lazcano comparten el nivel social: los dos

provienen de sectores humildes y buscan medrar por medio de un trabajo honrado. Por eso,

Lazcano ve en Eufemia un romance posible y ella lo considera atractivo, como el narrador

lo hace notar: “Por la desfachatez de su mirada dedujo que se creía irresistible. ¿A cuántas

habría seducido con esa caída de ojos? De seguro a muchas, porque guapo era, eso no lo

podía negar” (87); sin embargo, Eufemia sigue las reglas esperadas de una muchacha

decente y rechaza las pretensiones de Lazcano, porque, además, su orgullo no le permite

comportarse como aquellas que seguramente “habría seducido con esa caída de ojos” (87).

Ella conserva su vanidad ante la de él: “Pero ni su barba con hoyuelo, ni sus ojos color

miel, ni la comba del copete que le caía sobre la frente le daban derecho a ser tan

presumido” (87).

No obstante, Lazcano no desiste en su empeño de conquistarla y, aunque “a todas sus

preguntas […] Eufemia respondió con árida economía verbal” (87), él “espoleado por su

hostilidad […] quiso averiguar si tenía novio” (87). Él no obedece las negativas de ella, al

contrario, estimulan su conquista:

Eufemia le entregó la percha con el saco, instándolo a que saliera de inmediato, pero
Lazcano la tomó del brazo y le susurró al oído una invitación a salir el domingo
siguiente, audacia que le costó una bofetada […] –Está bien, mi reina –Lazcano le
acarició la mejilla–, pero de todos modos voy a venir a buscarte, por si te animas
(87).
¿Por qué Lazcano no cree en el rechazo de Eufemia y respeta su negativa? La escena

anterior recuerda bastante a las escenas de las películas del cine de oro mexicano y ¡cómo
2
no!, si desde el mismo título remite a la tan sonada “Carta a Eufemia” , película y canción

que cuentan la historia de una mujer osada, hermosa y vanidosa que, al final, redime su

honor por medio del matrimonio. La literatura y el cine convergen en la unicidad del

discurso, como bien dice Emilia Pantini en “La literatura y las demás artes” sobre la música

y la literatura:

Lo que las mantiene juntas es lo específicamente literario, no entendiendo por esta


expresión la «literariedad» de la que tanto se ha hablado en los ámbitos formalistas
y estructuralistas, sino más bien el papel de mediador general de la comunicación
[…] que la lengua y la literatura terminan siempre por desempeñar. La literariedad
vista, pues, no como una cualidad-función formal […] sino, al contrario, como
discurso y como ​práctica de traducción​ intersemiótica e inter-humana (2002: 219).
La literariedad, en este caso, radica en el discurso estereotipado de género que, tanto el

cine como la literatura, fijaron en el inconsciente colectivo del mexicano. Didier Machillot,

en su libro ​Machos y machistas: Historia de los estereotipos mexicanos,​ explica la

evolución que tuvo la figura del charro dentro del imaginario positivo del macho y cómo el

cine de oro propagó el culto al hombre macho, protector y conquistador de la mujer y la

patria. La mujer, como la patria, representaba un tesoro para defender y una tierra de

conquista, pero, dice Machillot, “Vemos cómo la alegoría mujer-espacio-naturaleza por

conquistar se impone desde las primeras representaciones y es ya, en sí misma, portadora

de violencias” (Posición en Kindle 161-163).

2
Canción popularizada por la película ​Cartas a Eufemia​, dirigida por José Díaz Morales y protagonizada por
Alma Delia Fuentes; atribuida a los canta-autores Chava Flores y Miguel Aceves Mejía. En la trama Eufemia
es prometida de Eleuterio, pero ella conoce a Javier, quien la salva de ser violada, y se enamoran, pero
Eufemia, por celos, le esconde sus sentimientos a Javier. Eleuterio va a trabajar a la capital y se enamora de la
hermana de Javier. Mientras, Eufemia queda a la espera de una carta que nunca llega y su agresor (el presunto
violador) le manda a componer una canción a manera de burla. El comportamiento osado de Eufemia,
esperanzada por las cartas, pone en duda su honor en el pueblo hasta que se casa con Javier.
En la mayoría de las películas de comedia romántica -del cine de oro-, protagonizadas
3
por Pedro Infante , la mujer presume un carácter fuerte que rechaza la galantería del

hombre, porque, aunque lo quiere, no puede comportarse como “una fácil” y, debido a su

recato y resistencia, termina por enamorar al macho mujeriego. Sin embargo, el hombre

siempre debe demostrar que él tiene el control. No hay una agresión directa, si acaso cierta

tensión sexual en las clásicas escenas que mezclan besos robados con merecidas bofetadas

cómicas, pero que encierran el juego conocido del cortejo.

Un juego peligroso, al considerar la reconfiguración de un estereotipo, el de la mujer

esquiva, que pluraliza el sentir femenino e inserta en la mente del hombre una imagen

donde la mujer sólo rechaza por conservar su dignidad y orgullo, mas, en el fondo le gusta

sentirse deseada y quiere rendirse a sus primitivos instintos: el hombre la ayuda a vencer la

soberbia por medio de la fuerza. De esta manera, la mujer debe rendirse ante el sexo fuerte,

porque como bien señala Julia E. Melche acerca del cine de oro: “Estas producciones

vienen a constituir una apología del autoritarismo como norma educativa y se promueven

para defender la unidad familiar. La educación de las hijas se limita a fomentar sus virtudes

(obediencia, sumisión, resignación), cualidades naturalmente al gusto y las exigencias del

futuro esposo” (1997:24).

Eufemia no cuenta con un hombre, padre o hermano, que la defienda y Lazcano asume

el papel de autoridad patriarcal que somete y violenta la autonomía de ella, con el fin de

ayudarla a aceptar sus deseos e impulsos. La segunda vez que Lazcano visitó a Eufemia

para arreglar la máquina de escribir, se pone en el papel de víctima, de hombre maltratado

3
​Cuidado con el amor​,​ Dos tipos de cuidado​,​ El enamorado, El mil amores​,​ Los tres huastecos,​ etc.
por los desaires de la dama esquiva: “Pobre maquinita, cómo la maltrataba su dueña. Y así

era de cruel con todos los que la querían, eso le constaba” (91). Más adelante, le ofrece

ayudarla con la máquina inservible y vuelve a recibir otra negativa, a lo que responde:

“–Cállate, babosa –Lazcano estaba empezando a impacientarse–. Uno te quiere dar la mano

y todavía rezongas” (92). Eufemia no cedió y la siguiente respuesta tuvo la misma suerte,

pero, esta vez, Lazcano recurrió a la fuerza para vencer el orgullo de la soberbia mujer.

En el cuento, a diferencia de las películas, el jueguito candoroso de las bofetadas llega

más lejos. El narrador le recuerda al lector, todo el tiempo, que Eufemia gusta de Lazcano y

los besos robados no le resultan indiferentes ni tan desagradables como ella quiere hacer

creer: “Eufemia tardó más de lo debido en abofetearlo. […] Lazcano volvió a la carga. Con

sospechosa lentitud de reflejos, Eufemia reaccionó cuando el beso ya era un delito

consumado y tenía pegada en el paladar una lengua que giraba como aspa caliente,

dejándola sin respiración” (92). No obstante, el narrador implanta dudas sobre el proceder

de Eufemia (“sospechosa lentitud”) y pareciera que el relato ofrece una violencia velada y

normalizada dentro del estereotipo de la mujer esquiva, porque el lector, con la ayuda del

narrador, da por hecho que la protagonista deseaba el contacto con Lazcano.

El estereotipo de la mujer esquiva genera en el hombre un impulso agresivo, que él

considera normal, en su posición de sexo fuerte, y tan racional que puede decidir sobre la

mujer, el sexo débil, de ideas y antojos mudables; la agresión queda justificada en el “a ella

le gusta Lazcano”. Pero, no hay que olvidar que el narrador habla desde el inconsciente o el
pensamiento de ella. Eufemia jamás le expresó de palabra a Lazcano que estaba de acuerdo

con la situación:

Hubo un breve forcejeo en el que Lazcano resistió mordiscos y arañazos. Eufemia se


debilitaba poco a poco, cedía sin corresponder, aletargada por el turbio aliento de
Lazcano. Aún tenía fuerza para resistir, pero su cuerpo la traicionaba, se gobernaba
solo como la pérfida Remington. Cerró los ojos y pensó en sí misma, en su juventud
de momia laboriosa. Vio a Lazcano silbando aguerridamente con su chamarra de
júnior y la visión le despertó un apetito quemante, unas ganas horribles de quedarse
quieta. Inmóvil y con un gesto de ausencia se dejó subir el vestido y acariciar los
senos. Podía consentirlo todo, menos el oprobio de colaborar con su agresor. En sus
labios duros y hostiles morían los besos de Lazcano, que teniéndola vencida seguía
exigiendo la rendición sentimental, mientras luchaba con menos arte que fuerza por
demoler el apretado nudo de su entrepierna. El obsceno rechinar de la cama silenció
el hondo lamento con que Eufemia se despidió de su virginidad. Gozó
culpablemente, pensando en la compostura de la máquina para fingir que se
prostituía por necesidad, pero los embates de Lazcano y sus propios jadeos, la
efervescencia que le subía por la cintura y el supremo deleite de sentirse ruin la
dejaron sin pretextos y sin justificaciones, indefensamente laxa en la victoria del
placer (92).
El narrador ostenta la visión machista que refuerza el estereotipo de la mujer esquiva,

él anuncia el estado culpable-gozoso en el que Eufemia pasó el momento, además de traer a

cuento la conocida concepción de las mujeres amargadas y el sexo como su cura: “La

Remington y Eufemia quedaron como nuevas. Lazcano compuso gratuitamente a las dos”

(92). Por otro lado, sus expresiones corporales para con Lazcano sólo hacen patente un

abuso sexual perpetuado por un hombre que ella apenas había visto dos veces y con quien,

por más atractivo que le pareciera, no había planeado perder su virginidad.

El estereotipo de la mujer esquiva supone un reto a la masculinidad exacerbada, un

modelo tergiversado de la mujer que debe corregirse y encaminarse al amor-matrimonio.

Eufemia no logra concretar el esquema de salvación que le devolvería su honor, no llega al

altar con Lazcano. Sin buscarlo, obtiene el castigo de la mujer rebelde del cine de oro que,
“si decide irse con el hombre amado, lo cual regularmente es mal visto por los padres,

termina recibiendo su castigo, ya sea abandonada por su pareja, convertida en madre

soltera, mujer divorciada o prostituta” (1997: 24).

La escena donde Eufemia pierde la virginidad, forzada por Lazcano conserva la

agresión real que implica la socialización del estereotipo de género de la mujer esquiva.

Durante mucho tiempo y, me atrevo a decir que todavía, se vio a la mujer como poseedora

de una naturaleza salvaje que el hombre debía domar, conquistar, y los piropos callejeros,

los inocentes besos robados hasta las agresiones más directas, corporales, conservan un

dejo de este pensamiento estereotipado que incita a pensar a las mujeres esquivas como

retos, que necesitan de un macho que doblegue su carácter.

El cuento de Eufemia propone un sinfín de interpretaciones y reflexiones sobre la

condición de la mujer en un mundo dominado por los estereotipos de género, entre otros

temas. Mi propuesta de lectura toma en cuenta un aspecto breve y general del cuento que

quizá, ni siquiera sea el asunto central, pero considero importante reflexionar sobre el tema

porque aún forma parte de la violencia de género, Muchos hombres todavía guían sus

acciones conforme a los estereotipos heredados del cine machista y patriarcal, y las

mujeres, aunque cada vez menos, se quedan calladas, quietas, indefensas y pensando en si

está bien o mal, si de verdad lo querían o simplemente aceptan las consecuencias de una

provocación inherente a su persona, tal como Eufemia.

Espero desarrollar más a detalle esta investigación porque reconozco que hay varios

huecos, sobre todo en el desarrollo del estereotipo de la mujer esquiva en el cine mexicano,
porque hay pocas investigaciones al respecto, pero continuaré investigando sobre el tema

para completar la presente investigación.

BIBLIOGRAFÍA

Capel Martínez, Rosa María. “Mujer, sociedad y literatura en el Setecientos español”,


Cuadernos de Historia Moderna,​ No. 16, Servicio de Publicaciones UCM, Madrid, 1995,
pp. 103-118.

Castillo-Mayén, Rosario; Montes-Berges, Beatriz. “Análisis de los estereotipos de género


actuales”, ​Anales de Psicología,​ Vol. 30, No. 3, septiembre-diciembre, España, 2014, pp.
1044-1060.

González Gabaldón, Blanca. “Los estereotipos como factor de socialización en el género”,


Comunicar​, No. 12, Sevilla, 1999, pp. 79-88.

Machillot, Didier. ​Machos y machistas: Historia de los estereotipos mexicanos,​ spanish


Edition, Grupo Planeta, México, Edición de Kindle.
Melche, Julia E. “La mujer en el cine mexicano como figura fílmica y realizadora”, ​Revista
de la Universidad,​ No. 557, Junio, 1997, pp. 24-27.

Pantini, Emilia. “La literatura y las demás artes”, ​Introducción a la literatura comparada,​
Coord. Armando Gnisci, 2002, pp. 215-240.

Serna, Enrique. “Eufemia”, ​Amores de segunda mano,​ Cal y Arena, México, 2005, pp.
83-98.

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