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VLADIMIR

Vladimir es un ser que oscila entre el cinismo y la melancolía, el dolor corporal


y la fantasía, huye de la realidad idealizando a un ser impreciso, alimentando la
esperanza dolorosa, respirando despacio para conservar la compostura
mientras camina, sin avanzar, hacia una utopía en la que nadie cree. El
personaje es como un ave que vuela pero no sabe cómo aterrizar; la tierra
duele, la realidad duele, pero, la incapacidad de encontrar la calma envuelta en
las tinieblas de dolor, es lo verdaderamente trágico.
La soledad baila tentándolo y aterrándolo mientras que los placeres mentales y
una relación insegura son un buen camino para deshacerse de los impulsos
tentadores que se escurren en la delicada línea entre la vida y la muerte.
Vladimir se pretende dominante y calculador pero su alma horrorizada lame sus
heridas, incapaz de curarlas. Tras la cara violenta y fría, se conmociona al
descubrir lo que siente, pero cuando lo descubre, nota que un pedazo de él se
ha roto en lo profundo y, ahogando gritos, inspira un aire frío que le hace
olvidar su angustia. Mira el cielo, luego el camino y, en espera de alguien que
recoja los pedazos punzantes que quedan de sí mismo, no se mueve. Mientras
espera, se nutre de una esperanza cálida que busca entre sus profundidades
pero sabe que solo estaría perdido y vulnerable. Fuera de estas complejidades
internas y como cable a tierra está Estragón, quien consciente o
inconscientemente, recoge los pedazos del ánimo desecho que su amigo ha
abandonado sin darse cuenta, Vladimir lo sabe, pero no quiere admitirlo,
depende más de su compañero que éste de él. Ambos personajes viven un
círculo vicioso y masoquista que engendra una amorfa alegría, ambos son
frágiles y al estar juntos un calor se engendra en el frío de sus vidas. Vladimir
es un personaje de sentimientos profundos, de mente inquieta y de cuerpo
añejado por el sufrimiento.
Vladimir es el más cercano a los valores sociales y eso lo hace un personaje en
perpetua contradicción. En primer lugar está la real condición de vida, la
pobreza, el desamparo; por otro lado está el deseo de conservar el orden y el
decoro, pero de todos modos, este personaje tiene una ventaja que otros no
tienen, la esperanza. Vladimir cree en el ser humano, cree en la utopía.
Estragón y Vladimir muestran una curva extraña en la línea del tiempo, parecen
estar atrapados en una situación que no debió ser, a veces da la tentación de
pensar que, si hubieran sido felices y tomado caminos más escabrosos o
luminosos en lugar de obligarse a detenerse, quizá Vladimir sería un genio
creativo y Estragón un ser propositivo cuyas acciones e ideas sean
escuchadas. Pero, como es común en nuestro medio, aquellos que son
distintos, o que simplemente no entran en los valores de “lo bueno”, son
desechados al olvido y desaparecen en medio de la cotidianidad y los
laberintos de la memoria.
En el caso de este personaje, el público da lecturas que lo relacionan con la
nobleza, la autosuficiencia, el exagerado orgullo e incluso la soberbia, pero lo
que suele desencajar al público es el desenlace del personaje. Y, propuesto
como imagen final del montaje, este deceso puede ser estudiado usando como
recurso el Lautremont de Bachelard. El autor encuentra en la animalidad el
paso a un impulso que a su vez genera una metamorfosis, éste es un proceso
no racional, vital y poseedor de una violencia pura que permite generar nuevos
psiquismos. La metamorfosis puede ser lenta o dinámica dependiendo de las
ganas de vivir, si esta es lenta las ganas de vivir se agotan, si es dinámica,
sucede lo contrario. Vladimir es entonces un personaje de metamorfosis lenta.
A lo largo de la obra Vladimir va perdiendo la esperanza, la noticia del
muchacho y, por sobretodo su carta, hacen que este personaje pierda por
completo los deseos de vivir. La razón de vida de Vladimir está completamente
orientada a Godot, sin este ser, el personaje no existe y la única solución es el
suicidio. Bachelard menciona además que el escapar de la animalidad lleva a
la destrucción, y, como podemos ver en la obra, Vladimir es el personaje
menos llevado a la animalidad, por eso se destruye sin posibilidad de
recuperación.
Desde otro punto de vista, apoyados en el Origen de la Tragedia, se puede
considerar que Vladimir es una especie de representación del héroe trágico, es
filosófico, ordenado, digno, direccionado a lo apolíneo, mientras que, su
contraparte Estragón, representaría al coro, la parte desordenada, dionisíaca.
Por este motivo Estragón está más ligado a la risa, motor de la poesía, a la
fiesta y a la valoración del cuerpo. Este personaje alivia la tensión. Vladimir es
un personaje que genera tensión, no se abre a lo corporal sino a lo mental,
sostiene el orden y no se abre a la fiesta. Estas dos tendencias generan
tensión y por ende conflicto, logrando que lo pesado y deprimente sea tan
fuerte como lo risible y ligero. Vladimir es el cuerpo que muere y Estragón el
que nace.
Estas dos teorías hablan de cierto cinismo propio del personaje y ese rasgo es
una de las características que más se disfrutan. Cínicos somos en un mundo
que no nos quiere de otra manera, pero la alegría se cuela entre nuestros
dolores y con este personaje, como actor, es posible encontrar la felicidad en
las espinas.
Como fue señalado anterioridad, en esta obra se ha propuesto, como ya se a
mencionado, una estética de periferia donde el texto es la base de la cual se
parte, pero es la puesta en escena la que realmente termina comunicándose
con el espectador. La estética manejada en la obra araña la sensibilidad de
manera cruel, perturba los sentidos e incluso genera rechazo; pues este trabajo
busca lo imperfecto y lo oscuro.
Nuestra sociedad está viviendo procesos antinaturales de deshumanización, el
cuerpo pierde su vitalidad y los seres humanos nos vamos volviendo seres de
perfección artificial, y siendo que nuestra naturaleza es violentada tan vilmente,
por qué no responder con una violencia directa que saque al público de su
comodidad usando personajes de periferia. Éstos son muy humanos e
imperfectos; no son cobijados por una historia sino por una circunstancia, son
seres que nadie desea ver y además no pueden salir de escena, están
“obligados” a ser vistos pero sobretodo, el público está “condenado” a verlos.
Dentro de estas circunstancias y dirigiéndose a un público acostumbrado a los
valores ligados a la perfección, esta obra es cruel, burlona y sádica al hablar de
lo imperfecto.
Al trabajar una obra de tal magnificencia como es Esperando a Godot, surgen
cuestionamientos que nos permiten rever nuestras propias vidas, abrir y cerrar
puertas que cuestionan nuestra existencia.
Llegar a disfrutar el sabor agrio de este complejo personaje, implica aceptar
que vivimos en un mundo que no tiene norte ni sur, que olvida aquello que
debe recordar y visibiliza solo aquello que supone estar bien. Ahondar en la
psicología de Vladimir implica pensar en la impotencia, en el querer sacarse los
ojos para no ver y saberse pequeño, dominado por poderosos paradigmas
arrastrados de tiempos anteriores, pero, al mismo tiempo implica percibir
sensaciones que parecen ajenas, maravillarse en un mundo de sueños y
permitirse reír de la desgracia.
La realidad da la cara riéndose burlonamente de nosotros; por eso, tal vez la
forma más sencilla de tolerarla es burlarse de ella, reír cuando se quiere llorar.
El humor negro parece cruel, pero el sentir que Didi sufre en las tablas y muy
pocas veces halla la calma, mientras sus gritos ahogados se vuelven risas
ajenas, puede ser el verdadero consuelo. Entonces aquellas risas que vibran
en heridas abiertas posiblemente son la cura de las mismas.
A veces parece que las lágrimas fueran la sangre del alma y en esta sociedad
que nos desea inmunes a cualquier debilidad o equivocación, estas lágrimas se
vuelven opresivas. El teatro de absurdo es de las formas de arte que permiten
combinar las dos sensaciones, permiten percibir un pinchazo agudo pero
también reírse de la desgracia ajena. Los seres humanos somos crueles, se
nos obliga a creer que debemos ser buenos pero no hay quien jamás haya sido
brutal con otro y que sea un ejemplo de pureza y bondad, la crueldad es parte
de nuestro instinto de supervivencia. También somos capaces de sentir cosas
maravillosas y superar el egoísmo propio de nuestra especie, sin embargo,
crueles o inocentes, venenosos o puros lo importante es vernos en el otro y
como el otro, no para juzgarnos, sino para entender que todos somos igual de
vulnerables, igual de humanos. Puede ser incluso que en el error se encuentre
la respuesta a muchas preguntas, a veces perdemos el tiempo buscando la
perfección cuando ésta no existe, buscando la verdad cuando se escapa de las
manos, obligándonos a ser seres imposibles sin sentido, pero es precisamente
en el error donde se conoce también la belleza humana y todas las
capacidades que sorprenden y acogen.
Verdaderamente vivimos una época de crisis donde un sistema incoherente
solo busca destruirnos para alimentar, con nuestros esfuerzos, su figura
abstracta que promete poder, prosperidad y un futuro mejor, haciendo ver al
presente como el producto positivo, producto de un pasado menos agradable;
cuando en realidad el futuro no promete solo prosperidad tecnológica y la
pretensión de cercanía a la perfección, en realidad también oculta depresión y
desnaturalización del ser.
En medio de todos estos puntos que juegan en nuestra contra, el arte es una
forma de develar y por momentos de escapar de toda esa violencia hipócrita. El
arte es un instrumento cuestionador del que podemos valernos para buscar la
libertad individual y desenvolvernos sin todos los miedos que se nos imponen
desde que nacemos. Quizá hoy no se pueda hablar de el arte por el arte,
porque ahora el discurso importa muchísimo y, aunque el arte no tiene una
función practica, su función cuestionadora puede perturbar valores y abrir
dudas, logrando así que el espectador sea un actante menos pasivo.
El montaje suele ser una creación particularmente del director, mientras que el
actor puede ser incluso una pieza más del creador, pero el actor es un ser con
vivencias propias que puede aportar de manera valiosa a la obra. Así, el actor
es también un creador tanto de su personaje como de la obra. En este proceso,
los actores hemos tenido la libertad de romper con el montaje, haciendo que el
director vea concretados los impulsos e intuiciones que muchas veces se
quedan en el actor. El director percibe las acciones del actor como un
espectador más, profundizando así su trabajo creativo. La libertad del actor es
una propuesta que nos ha hecho notar cuán presos podemos estar.
El personaje es, entonces, una posibilidad de disfrute interpretativo y además
un pretexto para hablar de nuestras profundidades.
Como intérpretes debemos tener en cuenta que las acciones, en el caso de los
actores, la palabra, en el caso del autor y las imágenes, en el caso del director,
no son simples formas sin contenido, son, como diría Hegel, apariencia y algo
más. El dramaturgo propone un texto e incluso ciertas acciones, pero ante todo
habla de lugares comunes del procede humano y es eso precisamente lo que
se debe conservar. Durante este proceso se ha recibido mucho la crítica de
“traicionar al actor”, pero si se emplean los lugares comunes como base
estructural no se está traicionando a nadie, por el contrario se está
resignificando y acercando los conceptos al presente y al diario vivir. El arte, a
mi parecer, debe estar en constante movimiento y en busca de la destrucción
para reconstruir. Y los personajes de Esperando a Godot han sido puntos de
partida para un proceso investigativo del que hacer escénico.
VLADIMIRO MODERNO
Para caracterizar a la modernidad, y especialmente cómo ella parece
manifestarse en Vladimiro, podemos empezar por uno de sus impulsos más
importantes que fue la duda sistemática expuesta por Descartes. Descartes,
movido por un impulso vital de libertad, dudó de todo. Descartes dudó de la
Iglesia, de las concepciones tradicionales acerca del mundo, de lo que aparece
y cómo lo hace. Descartes tuvo el coraje de dudar y hacer de la duda su modo
de estar en el mundo. Con ello comenzó a sentar las bases para una nueva
plataforma con carácter de verdad que entendiera la realidad.
En su dudar, Descartes logró darse cuenta de que si había algo de lo que no
podía dudar era precisamente de que “estaba dudando”. Por lo tanto, si estaba
dudando entonces él estaba, era. De este modo, el humano cartesiano es en
su posibilidad de dudar y esta duda es lo que aparece allí como fundamental al
pensamiento. Pero aún más, nótese que es gracias al pensamiento que
Descartes puede asegurarse de su propia existencia. Por ello Descartes
expuso su famosa tesis: cogito ergo sum, “pienso luego soy” y con ello
inauguró una nueva concepción de la existencia humana, entendida ésta,
fundamentalmente, como sustancia pensante.
Vladimiro, el personaje más importante de la obra, duda de manera
sistemática, vital y comprometida, durante toda la obra. Esa duda vital le
permite a Vladimiro realizar diversos razonamientos sobre variados temas que
se le ocurren durante la espera del misterioso Godot. Por ejemplo, al inicio del
Acto I, Vladimiro duda sobre una de las creencias religiosas cristianas más
difundidas. Aquélla según la cual uno de los dos ladrones que fueron
crucificados al lado de Jesucristo fue salvado. Su duda se basa en la falta de
razonamiento lógico de tal creencia. De los cuatro evangelistas sólo uno
menciona que un ladrón fue salvado; “de los otros tres, dos no mencionan a
ningún ladrón y el tercero dice que ambos lo insultaban”4. Vladimiro, de
manera lógica, se pregunta por qué creerle al evangelista que menciona que
uno de los dos ladrones fue salvado y no a los otros tres.
En esta duda en torno a una de las creencias cristianas se nos muestra con
más claridad el carácter de la duda moderna. La modernidad se basa en la
duda porque busca construir un piso firme que permita la verosimilitud, es
decir, que lo real se considere de modo tal que sea verdadero. Pero, ¿por qué
esa duda?, ¿por qué vivir dudando?, ¿qué sucede ante la realidad que se le
presenta a Descartes que amerita dudar de todo? Pues bien, la duda
sistemática cartesiana lo que pretende es posibilitar un piso que permita
construir una verdad que se enfrente a la verdad revelada de la Iglesia. Nótese
el cambio fundamental que se lleva a cabo con el dudar moderno. El dominio
de la Iglesia sobre la verdad pierde poder y es cuestionado. De este modo, el
ser humano moderno se cree en la capacidad de conseguir, por sí mismo, los
basamentos de verdad que soporten su acción ante el mundo y ello puede
hacerlo mediante el uso del pensamiento. Es en este sentido que el hombre
moderno se siente en un proceso de liberación.
Este cambio fundamental posibilita un desplazamiento en el modo de
entenderse lo humano. En la Edad Media los seres humanos se entendían
como creaciones divinas, que eran herederos de un pecado original pero que
habían sido redimidos por Jesucristo y por ello podían alcanzar la salvación
después de su muerte si sus acciones eran buenas. En la modernidad, de
manera distinta, los seres humanos creen que fundamentalmente son seres
pensantes. El otro ya no aparece como una creación divina sino como un ser
pensante. En tanto que ser pensante, es capaz de decidir racionalmente qué
hacer y en ello es capaz de actuar moralmente. Por lo tanto la dignidad
humana es derivada de la capacidad de razonar y todo ser humano es digno
porque es racional.
Dado lo anterior se entiende por qué Vladimiro reacciona violentamente ante el
trato que realiza Pozzo sobre Lucky: “tratar a un hombre... así... Creo que...
No... Es un ser humano... ¡Qué vergüenza!”5. El tratamiento bestial de Pozzo a
Lucky mancilla su dignidad como ser humano. Por eso Vladimiro censura el
comportamiento de Pozzo y aboga por el tratamiento digno del que es
merecedor Lucky por el simple hecho de ser un hombre.
Vemos así cómo en Vladimiro parecen manifestarse principios fundamentales
del hombre moderno. Por una parte encontramos la duda ante las creencias
reveladas de la Iglesia y por otra parte vemos su indignación ante el
tratamiento humillante del que es objeto Lucky. Pasemos a revisar el caso de
otro personaje de la obra: Pozzo.

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