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«Si hay alguna impresión que origine la idea del yo, esa impresión
deberá seguir siendo invariablemente idéntica durante toda nuestra vida,
pues se supone que el yo existe de este modo. Pero no existe ninguna
impresión que sea constante e invariable. Dolor y placer, tristeza y ale-
gría, pasiones y sensaciones se suceden una tras otra, y nunca existen
todas al mismo tiempo. Luego la idea del yo no puede derivarse de
ninguna de estas impresiones, ni tampoco de ninguna obra. Y en
consecuencia, no existe tal idea» (THN,252).
Si cada idea es distinta -pues su ser no trasciende a su ser percibido- y lo único que
percibimos son nuestras ideas, ¿cuál de ellas sería el yo, si todas son diferentes y
ninguna de ellas es continua? Y en buen cartesiano:
«Pero todavía más: ¿en qué tendrían que convertirse todas nuestras
percepciones particulares, de seguir esa hipótesis? Todas ellas son
diferentes, distinguibles y separables entre sí, y pueden ser consideradas
por separado y existir por separado: no necesitan de cosa alguna que las
sostenga en su existencia. ¿De qué manera pertenecerían entonces al yo,
y cómo estarían conectadas con él? En lo que a mí respecta, siempre que
penetro más íntimamente en lo que llamo mí mismo tropiezo en todo
momento con una u otra percepción, y nunca puedo observar otra cosa
que la percepción. Cuando mis percepciones son suprimidas durante
algún tiempo, en un sueño, por ejemplo, durante todo ese tiempo no me
doy cuenta de mi mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo.
Y si todas mis percepciones fueran suprimidas por la mente y ya no
pudiera pensar, sentir, ver, amar u odiar tras la descomposición de mi
cuerpo, mi yo resultaría completamente aniquilado, de modo que no
puedo concebir qué más hace falta para convertirme en una perfecta
nada.» (THN, 252)
Nunca podemos atrapamos a nosotros mismos; nunca podemos ir más allá de las
percepciones y tengo obligación de pensar que si mis percepciones desaparecieran, se
aniquilaría mi yo. Más aún, ¿qué derecho tenemos a hablar así? Cuando digo «no puedo
captar mi yo» parece como si estuviera presuponiendo un sujeto activo que intenta
percibirse sin conseguirlo. Pero para Hume:
Ello es asÍ, dirá Hume, y no es malo porque la.naturaleza es sabia. Admitir ese
funcionamiento del entendimiento con recursos constantes a la ficción es la buena
filosofía, de quien tiene valor de quedarse con las reglas del juego. Lo que le parece
inaceptable e infantil es añadir otra ficción para recuperar la fe, como sería imaginar un
alma sustrato, sujeto o escenario, una extensión lugar o agente, o simplemente una ley
que garantice el orden de la sucesión, la estabilidad y regularidad de la colección.
Quedarse sin Naturaleza, sin Dios y sin Alma, sin sustancia y sin sujeto, sin más orden y
ley que el orden y la ley de la representación... Y quedarse ante ella sin heroísmo ni -
dramatización, sino con la conciencia que la filosofía es el momento del juego que no
debe afectar al comercio y al trato cotidiano..., ése es, a nuestro entender el mensaje
que Hume lanzó. Aunque él mismo corrigiera después sus matices, como si hubiera sido
una insolencia ocasional, una rebelión momentánea, un grito escapado de su garganta.