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CONFLICTOS SOCILES DE MINERIA EN EL PERU

Introducción
La globalización territorial del capitalismo a través de la historia, ha construido
una división internacional del trabajo y una configuración territorial de la
producción mundial que instaura a América Latina como proveedora de recursos
naturales. La apropiación de estos recursos, se caracteriza, según Merchand
(2016), por un “coloniaje formal e informal que impone una lógica de acumulación
a través de los mecanismos de compra, alquiler o concesión” (pág. 156). Según
el mismo autor, estos mecanismos son utilizados para lograr el dominio de los
recursos naturales gracias a dos protagonistas: el Estado y el capital,
encargados de configurar y condicionar espacios para la explotación de los
recursos naturales. En esta configuración, las empresas transnacionales
asociadas a grandes capitales nacionales y el interés de los gobiernos
latinoamericanos por promover actividades de extracción, han desarrollado
“relaciones armónicas y de convivencia entre el Estado y las empresas mineras
transnacionales; y por otro, relaciones conflictivas entre los primeros y los
trabajadores y/o pobladores de zonas en explotación” (Alvarado, 2008).
De acuerdo con lo anterior, este documento pretende, a través de un pequeño
estudio de caso, extraer algunas conclusiones generales en torno a los conflictos
ambientales que surgen a partir del modelo de desarrollo neoliberal o el
denominado muchas veces como “neoextractivismo”, en el que, dado el
incremento de las empresas transnacionales, se ha modificado y agravado el
problema de la localización de las actividades “peligrosas” y ello ha ocasionado
en muchos casos, las rivalidades entre el gobierno nacional y los intereses de la
población local, mencionados anteriormente.
El caso a analizar, se refiere al conflicto minero que aconteció entre 1999 y 2005
en Tambogrande, Perú. Para llevar a cabo el análisis, el documento se divide en
tres partes, la primera trata de brindar un marco de referencia sobre la minería
en Perú. La segunda parte condensa la exposición del conflicto en
Tambogrande, allí se exponen de forma cronológica los hechos, se identifican
los actores involucrados y sus demandas en torno al problema. En la tercera
parte, se exponen algunas discusiones finales sobre el conflicto en
Tambogrande.
Minería en Perú
Históricamente, Perú ha sido catalogado como un país inminentemente minero.
Según cifras del estudio realizado por Gina Alvarado Merino (2008), trabajo
citado por Environmental Justice Atlas para el análisis del conflicto en
Tambogrande, los ingresos provenientes de las exportaciones de minerales han
representado entre el 40 y el 50% del total de exportaciones peruanas,
generando para el año 2000 la entrada de US$ 3.200 millones, equivalente a un
47,5% del ingreso por exportaciones. Los ingresos por exportaciones, han
despertado desde siempre el interés del gobierno peruano por promover la
explotación de minerales, especialmente de plata, hierro y oro, además de
algunos otros como el zinc, plomo, cobre o bismuto. Las políticas peruanas para
atraer inversión extranjera se han basado en la desregulación laboral y en la
liberalización del mercado de tierras, así como legislaciones relajadas respecto
al control ambiental (Alvarado, 2008).
En Perú, la minería ha sido vista como un motor de desarrollo, pues la
movilización de recursos (minerales metálicos y no metálicos) ha requerido el
desarrollo de vías de comunicación y servicios, así como pequeños mercados y
pequeñas economías externas en torno a los núcleos de extracción, que han
provocado que algunas zonas antes desconectadas, se hayan convertido con el
tiempo en centros urbanos [1]. Sin embargo, esta concepción del desarrollo, ha
estado acompañada de múltiples conflictos sociales. Las empresas mineras, el
Estado y las comunidades pertenecientes a las zonas de explotación, han estado
sumergidos en relaciones que no han sido históricamente cordiales, en la medida
en la que se han violado derechos de las comunidades sobre sus tierras, se han
presentado múltiples conflictos sobre derechos de propiedad, se han presentado
abusos laborales a trabajadores locales y últimamente las comunidades se han
visto afectadas por problemas de contaminación. Las demandas por parte de las
comunidades locales, han sido vistas por los gobiernos muchas veces como
“revueltas sin sentido o animadas por cuestiones políticas” llevadas a cabo por
trabajadores o comuneros subversivos (Alvarado, 2008).
El expresidente Alberto Fujimori (1990-2000), respaldó fuertemente la entrada
de mineras extranjeras, según el documental de Stephanie Boyd y Ernesto
Cabellos (titulado “Tambogrande: mangos, muerte y minería” en su versión de
2007) señala que: “este presidente, utilizó la fuerza bruta para aplastar el
terrorismo y rescatar la economía de Perú. Quien se opuso en su camino fue
difamado, amenazado, comprado, encarcelado o torturado. El romance floreció
entre el gallardo líder y las mineras extranjeras, amantes señalados por el
destino, unidos por su ansia de neoliberalismo”
Según el artículo “International Capital Versus Local Population: The
Environmental Conflict of the Tambogrande Mining Project, Peru” (2003) de
Roldan Muradian, Joan Martínez-Alier y Humberto Correa, en Perú existe una
larga historia en torno a los conflictos locales de distribución ecológica,
particularmente en los municipios de La Oroya, Cerro de Pasco, Ilo, Huarmey,
Yanacocha, Tintaya, que se encuentran asociados a actividades mineras. El
artículo señala que en el pasado se han presentado varios casos importantes de
“contaminación intensa e intoxicación humana debido a accidentes o gestión de
empresas mineras privadas o estatales” (pág. 778). En Perú, según los autores,
existen tantos conflictos ambientales que fue necesario la creación del Comité
Coordinador Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería (CONACAMI).

El conflicto en Tambogrande
Tambogrande es un pueblo situado en el Valle de San Lorenzo, perteneciente al
distrito de Tambo Grande, ubicado en el Departamento de Piura, cuya capital
también se llama Piura. El departamento de Piura está ubicado en el noroeste
del Perú, y es uno de los departamentos más pobres del país. Tambogrande es
productor de mangos y limones en terreno irrigado, cuyo sistema de irrigación
fue financiado hace ya 60 años por el Banco Mundial (ICTA, 2016).
Según Muradian, Marínez-Alier, & Correa (2003), el pueblo contaba con una
población cercana a 16.000 habitantes para 1993, dedicada en su mayoría a
actividades de agricultura, principalmente de cultivo de mango y limón. Para esa
época, el municipio no había logrado solucionar algunas necesidades básicas
importantes, entre ellas el acceso al agua, el tratamiento de aguas residuales y
el acceso a servicios públicos, como la electricidad. Para ese mismo año, 25.5%
de la población era analfabeta. Además, según los mismos autores, la zona de
Tambogrande cuenta con una cobertura vegetal frágil a la perturbación humana
con tendencia a la desertificación y sensible al fenómeno del niño.
Ahora bien, en 1999, el presidente Alberto Fujimori firmó un decreto supremo
que le permitía a Manhattan Minerals Corp, una empresa canadiense dedicada
a la minería, adquirir una concesión de extracción de oro, plata y bronce en
Tambogrande[2]. Esta misma compañía había obtenido en 1996 concesiones en
Lancones y Papayo, dos zonas cercanas a Tambogrande (Cabellos & Boyd,
2004). En el proyecto se establecerían 97 concesiones mineras que ocuparían
cerca de 87.000 hectáreas. Se trataba de un proyecto que tendría una vida útil
de 12 años y que se realizaría a cielo abierto. De manera que para llevar a cabo
el proyecto se requería la reubicación de una parte importante de la población
(una tercera parte) y de sus actividades económicas. La empresa se
comprometía a la entrega de 600 casas para los reubicados, la generación de
algunos empleos directos y otros indirectos y beneficios económicos al Estado
(25 por ciento) (Muradian, Marínez-Alier, & Correa, 2003).
En junio de 1999, Manhattan Minerals Corp inició la exploración mineral en las
zonas rurales de Tambogrande y en noviembre del mismo año en las zonas
urbanas. El conflicto inició una mañana temprano cuando los ciudadanos de
Tambogrande “se despertaron con el ensordecedor ruido y las vibraciones de un
equipo pesado de perforación” (Cabellos & Boyd, 2004, pág. 5). A pesar de que
la compañía contaba con el permiso del alcalde del pueblo, Alfredo Rengifo, para
realizar la actividad de exploración debajo de las principales calles del pueblo,
los ciudadanos no habían sido consultados (Cabellos & Boyd, 2004).
Las promesas de la empresa canadiense no fueron suficientes para que la
población les permitiera continuar con las actividades de exploración. Un grupo
de agricultores de todo el valle se unió para formar el Frente de Defensa de
Tambogrande que tenía como principal objetivo impedir que el proyecto minero
se llevara a cabo. Francisco Ojeda, agricultor y director de la escuela local fue
elegido como el presidente del Frente (Muradian, Marínez-Alier, & Correa, 2003).
En mayo del 2000, más de 10,000 tambograndinos y personas que los
apoyaban, marcharon hacia la capital del departamento para protestar contra el
proyecto minero y llevaron a cabo un paro de dos días (Cabellos & Boyd, 2004).
Ante las manifestaciones, Manhattan Minerals Corp emprendió una costosa
campaña publicitaria que indicaba que el proyecto no tendría ningún impacto
negativo en la agricultura. La compañía establecía que la población se oponía al
proyecto por prejuicios hacia las actividades mineras que devenían de
irregularidades en el pasado y que estaban haciendo de una cuestión técnica
una cuestión política. Señalaban además que el Ministerio de Minas y Energía
realizaría un estudio de impacto ambiental y sus resultados serían publicados
públicamente (Muradian, Marínez-Alier, & Correa, 2003). Una entrevista
realizada a Roberto Obradovich, presidente de Manhattan en Perú, indicó:
“Tenemos planificado utilizar la tecnología de punta. Sería el proyecto minero
más moderno del país, donde se evita todos los tipos de impactos negativos por
vía contaminación, digamos, el estudio de impacto ambiental. Por este lado, la
población no tiene por qué preocuparse.” (Boyd & Cabellos, 2007, min 20:20)
A pesar de lo anterior, las ONG del grupo de trabajo de Piura Vida, un grupo de
académicos y algunos agricultores, manifestaron que la deforestación requerida
para el proyecto podría causar cambios en las temperaturas locales, en los
patrones del viento y contaminación. Indicaban que la contaminación del agua
pondría en riesgo los ecosistemas y las plantaciones en los bosques secos. El
cauce del río podría verse afectado poniendo en riesgo los sistemas de riego y
con ello las actividades agrícolas. De manera que, según estos actores, los
peligros de poner en marcha el proyecto minero eran “demasiado altos” y al no
tener la suficiente confianza en el estudio de impacto ambiental que podría ser,
según ellos, permeable a corrupción, abogaban que las decisiones de desarrollo
local deberían ser participativas (Muradian, Marínez-Alier, & Correa, 2003).
Dos meses después de la marcha a Piura, Graham Clow, presidente de
Manhattan Minerals Corp en Canadá se reunió con los líderes del Frente de
Defensa de Tambogrande y firmó un documento que indicaba que se
comprometía a respetar las decisiones de la población de Tambogrande. En
diciembre del mismo año (2000), la comunidad de Tambogrande participó en una
marcha nacional de comunidades mineras con encuentro en Lima, allí se reunió
el Frente de Defensa con funcionarios del gobierno central (Cabellos & Boyd,
2004). Las protestas demandaban cuestiones relacionadas con posibilidades de
contaminación, con la reubicación de la población y la ilegalidad de los decretos
presidenciales (ver nota al pie 2), y con la incapacidad del gobierno de llevar a
cabo mecanismos de participación y consulta a los ciudadanos de Tambogrande
(Alvarado, 2008).

El 27 y 28 de febrero de 2001, el Frente de Defensa organizó una nueva marcha


pacífica. Pero un enfrentamiento con la policía, en el que los protestantes se
vieron afectados por gases lacrimógenos el día 26 en la noche, hicieron que el
27 de febrero, 5 mil habitantes de Tambogrande, Locuto y otros centros poblados
salieran en protesta y desataran una lluvia de piedras que terminaría con la
destrucción del local de Manhattan y las casas modelo para la reubicación. Los
daños materiales se estimaron en cerca de 11 millones de dólares y algunas
personas fueron retenidas. Ante esta serie de problemas, en marzo, el alcalde
firmó un decreto de alcaldía que anulaba el decreto que le había otorgado a
Manhattan el derecho de exploración en el área urbana del distrito. Sin embargo,
las presiones por parte de la población se reavivaron cuando el 31 de marzo, un
apreciado activista y empresario manguero, Godofredo García Baca, fue
asesinado y no fueron localizados los responsables. Los hechos fueron
interpretados por el Frente de Defensa como una agresión a su movimiento de
impedir el proyecto minero (Alvarado, 2008) (Cabellos & Boyd, 2004).
El análisis llevado a cabo por Roldan Muradian, Joan Martínez-Alier y Humberto
Correa (2003), resulta ser muy interesante en la medida que realiza una serie de
encuestas y entrevistas que permiten entrever cuales eran las percepciones de
algunos actores respecto al problema. Las nociones de las ONG, de los grupos
académicos y de algunos agricultores, así como los de la compañía minera, que
fueron expuestas anteriormente fueron en parte extraídos de este artículo (como
indican las citas). Ahora bien, para la recolección de datos que brindara una idea
de lo que la población en Tambogrande tenía en mente, fueron realizadas unas
encuestas. La mayoría de encuestados eran hombres[3] (72,2%), educados,
dedicados a la agricultura, a servicios profesionales y a comercio. Entre los
hallazgos más importantes de la encuesta estaban que: del total de encuestados,
85% se oponía al proyecto, que 43,5% no tenía confianza en el que el gobierno
iba a verificar que se cumplieran las normas ambientales, 87,8% indicó que con
la minería se acabaría la agricultura, que habría altos niveles de contaminación
y que la empresa minera se llevaría los beneficios del proyecto. En cuando al
asesinato de García Baca, 30% de los encuestados afirmó que Manhattan tenía
que ver, 50% afirmó que no sabía y sólo 20% indicó que no. Además, en análisis
muestra que la población, incluso cambiando algunas condiciones y teniendo
beneficios económicos adicionales, no estaba dispuesta a permitir que se llevara
a cabo el proyecto.
Continuando con los hechos, después del asesinato de García Baca, el Frente y
las mesas de apoyo siguieron trabajando. Realizaron eventos informativos y la
recolección de 13 mil firmas para el apoyo a la población de Tambogrande, ello
permitió que se lograra llevar a cabo una consulta popular no vinculante,
“instrumentada con el apoyo financiero de OXFAM y el asesoramiento de una
mesa técnica conformada por reconocidas ONG” (Alvarado, 2008). El
referéndum preguntaba “¿Está usted de acuerdo con el desarrollo de actividades
mineras en las zonas urbana, de expansión urbana, agrícola y de expansión
agrícola en el distrito de Tambogrande?” y se llevó a cabo el 22 de junio de 2002.
Hubo una participación del 73,14%, ganó el NO con el 93,95% y el SÍ obtuvo
sólo 347 votos, es decir, sólo un 1,28% de los votantes estaba a favor del
proyecto minero[4]. El mismo día, Francisco Ojeda, presidente del Frente, fue
elegido como alcalde de Tambogrande (ICTA, 2016).
En noviembre del 2003, en Tambogrande se realizó un paro general contra las
audiencias gubernamentales sobre la mina, y en diciembre del mismo año el
gobierno peruano le puso fin a la opción de concesión de Manhattan en
Tambogrande por violaciones contractuales, sin embargo, en marzo del 2004 la
compañía canadiense apeló contra esa decisión y el caso se puso a disposición
de un tribunal de arbitraje.
Las condiciones que exigió dicho tribunal para que la minera continuara con sus
actividades, al parecer fueron demasiado altas, pues en febrero del 2005 la
empresa decidió desistir de la explotación en Tambogrande y anunció el retiro
de Perú. La compañía indicó, según noticia del diario la República, que no
encontró un socio que le permitiera “cumplir con las exigencias del Estado
peruano y superar la férrea oposición del pueblo de Tambogrande”, después de
la pérdida de 60 millones de dólares. Carlos del Solar, presidente de la Sociedad
Nacional de Minería, Petróleo y Energía, calificó la salida de Manhattan como
“un hecho lamentable” indicado que esperaba que no volviera a ocurrir. Por su
parte, el alcalde Francisco Ojeda señaló que “se impuso la voluntad del pueblo
tambograndino” (LaRepública, 2005).
Discusiones finales
Un aspecto a analizar, que puede ser quizá el más importante del conflicto, es el
referente a la legitimidad de las decisiones de desarrollo local. La administración
de un recurso de uso común, requiere definir quiénes son los responsables de la
toma de decisiones en torno al recurso y en el caso de Tambogrande, la decisión
de explotación minera fue tomada por el gobierno central y estuvo ligada a los
resultados de un estudio de impacto ambiental. El caso muestra que la
comunidad logró que se llevara a cabo un referéndum. Esta participación de la
ciudadanía se trató, sin embargo, únicamente de un mecanismo de consulta y
no de un elemento vinculante con la decisión de llevar a cabo el proyecto.
La legislación peruana respecto a los proyectos mineros, según Gina Alvarado
(2008), en la medida en la que toma decisiones a partir de estudios de impacto,
deja de lado las demandas de la población local, “sin tener en cuenta la escasez
de recursos o su posible falta de organización o de capacidades”, de manera que
excluye a la población más vulnerable. La misma autora, señala que un sistema
que considera que las decisiones públicas deben ser tomadas únicamente por
miembros del Ejecutivo y que no crea mecanismos de participación ciudadana,
“genera conflictos y los mantiene” (pág. 97). En Tambogrande el conflicto surgió
por la inexistencia de un mecanismo de participación que permitiera considerar
la postura de la población frente al proyecto y se agravó cuando al conocerse su
postura, el gobierno no la tuvo en cuenta.
El conflicto expone que el gobierno tomó una posición autoritaria que se basaba
en un discurso que indicaba que la población era incapaz de decidir sobre las
estrategias de desarrollo local. Este discurso buscaba legitimar la decisión de
otorgar el permiso de explotación. Ahora bien, uno de los cuestionamientos que
plantea el artículo de Muradian, Marínez-Alier, & Correa (2003), es justamente
ese: ¿un proyecto minero de este tipo cómo se legitima? Según los autores, la
población se contrapone al proyecto porque considera que los costos y
beneficios del proyecto se distribuyen de forma inequitativa entre la empresa
minera, el gobierno central y la población local. En Tambogrande la población
puso por encima de los beneficios económicos a corto plazo, el derecho a decidir
sobre el desarrollo local. La población local les otorgó más peso a elementos
relacionados con su derecho de autodeterminación, y a su postura respecto a la
confianza y a la equidad, que al crecimiento económico.
Lo anterior permite inferir que a pesar de los beneficios económicos que prometía
la minera canadiense y a pesar de la existencia de múltiples necesidades en la
región, la comunidad no estaba dispuesta a permitir que se llevara a cabo el
proyecto. Lo anterior, según las ideas hegemónicas respecto a la preocupación
ambiental, no son del todo claras, pues se tiende a pensar que las
preocupaciones ambientales surgen sólo en sociedades desarrolladas, que han
logrado solucionar sus problemas materiales más urgentes y, por tanto, se
pueden dar el lujo de pensar en “mejorar la calidad de vida”. Lo que muestra este
estudio de caso y el análisis de Muradian, Marínez-Alier, & Correa (2003) es que,
en muchas ocasiones, para las poblaciones más pobres el medio ambiente
representa una cuestión de medios de vida y no de mejora de calidad de vida,
así que, ante problemas ambientales evidentes, la conciencia ambiental se
puede extender en cualquier sector de la sociedad, sin importar sus
características socioeconómicas. Ello indica que los movimientos sociales
ambientales en países subdesarrollados no son el resultado de la difusión de los
valores ambientales posmateriales, sino que son una “nueva representación de
viejas formas de resistencia”. La población se resiste cuando considera que los
costos y beneficios no están distribuidos equitativamente y ponen por encima de
los ingresos su derecho de autodeterminación, de ahí que sólo se legitime un
proyecto de este tipo a partir de la participación de la población local.

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