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Una mirada desde la arqueología

Arquitectura prehispánica del Norte Grande

La historia prehispánica del Norte Grande de Chile puede ser narrada a través de diversas
aldeas, caminos, arte rupestre y cementerios; verdaderos paisajes
culturales precolombinos, cuyo despliegue y fisonomía constituyen la memoria social de
las poblaciones originarias de la costa Pacífico, el desierto de Atacama y el altiplano de
nuestro país actual.

La arqueología del Norte Grande ha definido esquemáticamente el desarrollo


arquitectónico en tres áreas nucleares: Arica que incluye la zona costera y los ríos Lluta,
Azapa, Vitor y Camarones; Pica-Tarapacá desde el río Camiña por el norte o Pampa del
Tamarugal, hasta Quillagua por el sur y, por último las cuencas del río Loa y el Salar de
Atacama que definen el tercer polo cultural conocido como espacio atacameño. Estos
valles andinos occidentales y aquellos ubicados al pie del altiplano, son el escenario de un
proceso milenario de exploración, asentamiento y abandono iniciado hace 12.000 años
atrás y completamente vigente hoy.

Doce milenios atrás, grupos de familias o bandas que practicaban la caza, recolección y
pesca ingresaron por distintas rutas a las tierras andinas. Éstas comprendían amplias
terrazas marinas, contornos de grandes espejos de agua dulce o paleolagos, bosques de
algarrobos y tamarugales, en los cuales habitaban mamíferos como mastodontes, caballos
americanos o paleollamas. Por casi ocho milenios, cuevas naturales, pequeños abrigos
rocosos y campamentos al aire libre construidos con material perecedero, formaron los
primeros territorios humanos. Rutas y paraderos conformaban verdaderos tejidos en
sentido longitudinal y horizontal conectando la zona marítima, desembocaduras y deltas
de ríos, valles interiores, oasis, las tierras altas y las lejanas selvas orientales.

A partir del siglo X antes de Cristo y por casi dos mil años (900 DC), distintos modos de
habitar basados en el conocimiento en torno al desierto, la humedad costera, la
vegetación, las fuentes de agua dulce, los terremotos, el volcanismo, el invierno
altiplánico, se cristalizaron en tradiciones culturales que consolidaron y fortalecieron el
prestigio de tradiciones constructivas en los núcleos poblacionales más densos. Cueros y
paredes de caña o quincha predominaron por milenios en la costa; el barro, el caliche, los
postes de madera y también la quincha fue la más popular en los oasis y cursos bajos de
los ríos donde emergieron las primeras aldeas aglutinadas; materiales como la piedra, el
mortero y el adobe eran más utilizados en las quebradas altas y en el altiplano. La historia
arquitectónica se entrecruza con el paisaje. De esta manera, cada área cultural desarrolló
distintos tipos de construcciones públicas, mortuorias y habitacionales, así como otras
compartidas que surgen cerca del año 1300 DC, los pucaras.

La historia de tales edificios y asentamientos prehispánicos aún conservados nos permiten


distinguir una temprana tradición costera de otra de oasis piemontanos y Pampa el
Tamarugal. Al parecer fue esta última, la antecesora directa de la tradición de quebradas
altas que integró permanentemente elementos arquitectónicos de la región altiplánica
meridional y las tierras bajas. Todas estas prácticas constructivas persistieron durante el
Tawantinsuyo y la conquista hispana, de tal manera que hoy los antiguos monumentos
perviven y constituyen obras y testigos inmóviles de nuestra historia. Sin duda, a través de
la arqueología, se puede reconstruir el pasado de los Andes del Norte Grande de Chile.

Desarrollo agroalfarero en Chile central

Cultura Aconcagua

En el siglo XVI los españoles que arribaron a los valles del río Aconcagua, Mapocho, Maipo
y hasta el río Maule, apreciaron una extensa población autóctona que habitaba caseríos
dispersos, sin formar pueblos o aldeas aglutinadas. A partir de las investigaciones
arqueológicas en la zona sabemos que a partir del siglo X dicha sociedad, denominada
Cultura Aconcagua, presentaba un modo de vida semisedentario, con diversas
especializaciones económicas. Las comunidades Aconcagua, instalaron sus viviendas
de quinchay sistemas de regadío en los valles del interior, también construyeron sus
viviendas en terrenos planos junto a ríos y en rinconadas, así como en los ascendentes
callejones transcordilleranos o terrazas marinas que enfrentaban el litoral Pacífico.

Luego del contacto hispano-indígena aquellos grupos fueron nombrados por los primeros
cronistas como Mapuche del norte, debido a las similitudes que presentaban con las
poblaciones nativas asentadas al sur del río Maule y hasta la isla de Chiloé. Aunque se
utilizaban varias lenguas en la región, como el quechuaincaico o el cacán diaguita,
el mapudungun era la lengua franca en todo el centro-sur de Chile. Además de la lengua,
los grupos Aconcagua compartían también ciertas formas textiles, así como costumbres
de comensalidad y ceremonialismo intercomunitario con grupos de El Vergel (900-1540
D.C.), todos, rasgos unitarios en el desarrollo cultural de las sociedades andinas
meridionales y del extremo sur del continente.
Diversas comunidades de la Cultura Aconcagua, al parecer, a través de sus autoridades
étnicasestablecieron pacífica o violentamente una alianza o sujeción más directa con los
funcionarios incaicos, ya que el ritual mortuorio en los cementerios de esta época
comprende ofrendas cerámicas propias del estilo Aconcagua junto a otras de estilo
Diaguita-Inca provenientes de los valles de Huasco y Elqui, además de piezas cerámicas de
estilo Inca-Paya provenientes de los valles Calchaquíes del noroeste argentino.

Una sólida y centenaria tradición alfarera caracteriza a la Cultura Aconcagua. Los sitios
arqueológicos con restos de esta cerámica ocupan un amplio territorio, acusando una
dispersión regional importante y una vigencia temporal entre los años 900 D.C. y 1540
D.C. Los asentamientos costeros, aunque menos conocidos, se ubicaban de preferencia en
las terrazas litorales, a cierta distancia de las playas y más próximos a desembocaduras de
ríos o esteros. En la cordillera de la costa, ocuparon en mayor número los cálidos y fértiles
valles sobre los 300 metros sobre el nivel del mar, donde se generan microclimas.

En los valles interiores, se sabe que las comunidades Aconcagua habitaron de preferencia
los valles fluviales entre el río Petorca y el Cachapoal, usualmente en las cercanías de las
terrazas de los principales ríos, cursos afluentes y cuencas lacustres
entre Santiago y Rancagua. Ubicaron sus caseríos a una altura preferente entre 800 y
1.200 metros sobre el nivel del mar. En los sectores cordilleranos, los habitantes de esta
cultura convivieron con grupos de tradición cazadora-recolectora, que usualmente
transitaban y ocupaban los cursos superiores de los ríos Aconcagua y Maipo así como los
pasos cordilleranos trasandinos que comunican con el oriente y a través del Camino del
Inca.

Entre la autonomía y la integración

El movimiento mapuche y el Estado en el siglo XX

Durante el siglo XIX Europa fue el ejemplo de la civilización humana. En este contexto, los
chilenos cultos no valoraron la cultura indígena y consideraron el territorio mapuche como
tierras vacías dispuestas para la colonización. En consecuencia, en 1866, se aprobaron las
primeras leyes que permitieron la ocupación de la Araucanía. Junto a las tropas llegaron a
las regiones del sur los agrimensores y los colonos. Sin embargo, debido a la gran
presencia de indígenas, la idea de tierras vacías fue insostenible y se optó, entonces, por
reducir el espacio ocupado por el pueblo mapuche. El sistema de radicación a la tierra por
medio del cual se sometió a los indígenas provocó la crisis de la sociedad mapuche
decimonónica. El asentamiento fue el principal factor que contribuyó a la constitución del
minifundio mapuche pues las familias fueron creciendo y más personas debieron
compartir los mismos espacios. Muchas tierras se degradaron, perdiendo su calidad y
productividad.

El resto de la tierra ocupada militarmente fue sacada a remate por el Estado y utilizada
por colonos chilenos y extranjeros para su aprovechamiento productivo. Otros espacios
fueron obtenidos mediante presiones y artimañas legales. En las primeras décadas del
siglo XX se perdieron los territorios de más de doscientas comunidades que tenían sus
títulos de merced. Las tierras usurpadas fueron legalizadas en las oficinas de
los conservadores de bienes raíces y notarías.

La ley indígena de 1927 terminó con el proceso de radicación y planteó la idea de dividir
las comunidades entregando la tierra como propiedad particular. Los cincuenta años que
van desde 1927 a 1968 estuvieron marcados por la discusión acerca de la división de las
tierras pertenecientes a las comunidades indígenas. El conflicto se dio entre divisionistas y
comunitaristas.

La cuestión mapuche cambió en los años sesenta con la Reforma Agraria. El indigenismo
surgido a principios de siglo permitió la creación de decenas de organizaciones mapuches
que convergieron en 1968 en el Congreso de Ercilla, donde se estimó que no había un
marco jurídico adecuado para encauzar el conflicto por vías pacíficas y legales. En este
contexto, comenzaron las tomas de terreno como un modo de encontrar una estrategia
de recuperación de tierras y resolver sus pleitos históricos.

El régimen militar de Augusto Pinochet, con criterios geopolíticos y neoliberales, dictó en


1978 una ley que aprobó como una única política hacia las tierras indígenas, la división de
las propiedades comunitarias con el objetivo de generar un mercado de tierras y resolver
el conflicto indígena.

El año 1992 es clave en el desarrollo de las nuevas ideas mapuches. Con el retorno a la
democracia comenzó la lenta tramitación de una ley indígena. Finalmente se logró llegar a
consenso respecto a uno de los asuntos fundamentales: la defensa de las tierras
aborígenes mediante un artículo que dispuso que no podían ser vendidas a personas no
indígenas. A fines de 1993 fue aprobada la ley indígena por unanimidad. Esta ley creó la
Corporación de Desarrollo Indígena.

A fines del siglo XX se desencadenó un nuevo conflicto entre los mapuches y las empresas
forestales. Las grandes plantaciones de pino y eucaliptos son incompatibles con las
poblaciones humanas. El bosquecrece tupido y nada se desarrolla junto a él. Las
comunidades aledañas a las plantaciones no obtienen beneficios y por el
contrario perjuicios múltiples como el deterioro económico, social y ecológico del
territorio.

En los últimos años, el movimiento mapuche se ha conocido internacionalmente a raíz del


contacto con otros pueblos, la participación en diversos organismos, foros y eventos
internacionales y la difusión de sus problemas y acciones a través de internet. Los
mapuches han participado directamente en grupos y comisiones de trabajo que se ocupan
de los problemas indígenas a nivel global.

Los primeros estudios (1882-1940)

El pueblo Mapuche

El pueblo mapuche es y ha sido siempre una de las etnias originarias más importantes
del país, tanto por su peso social y demográfico como por su fuerte sentido de identidad
cultural, que ha encontrado históricamente formas de resistencia y de adaptación a la
dinámica del contacto fronterizo con españoles y chilenos.

Asentados históricamente entre los ríos Itata y Toltén, en la zona centro-sur del país, y
emparentados lingüísticamente con sus vecinos picunches y huilliches, los mapuches
presentaron una encarnizada resistencia a la dominación española durante todo el siglo
XVI, hasta el punto de expulsar definitivamente a los castellanos de su territorio, luego de
la gran rebelión que duró desde 1598 a 1602. La Guerra de Arauco se prolongó toda la
primera mitad del siglo XVII, decayendo luego de la última gran rebelión mapuche de
1656, fecha desde la cual las relaciones fronterizas se distendieron y se produjeron
importantes transformaciones sociales en la familia mapuche, fruto de su expansión a
las pampas argentinas y la intensificación del comercio entre éstos y los criollos. Los
mapuches debieron resistir durante todo el siglo XIX la intensa presión de las nuevas
repúblicas de Chile y Argentina, que a través de respectivas campañas militares ocuparon
la región. La integración de la Araucanía al territorio chileno en 1882, provocó el
derrumbe de toda una sociedad que había encontrado la manera de adaptarse a siglos de
lucha y contacto fronterizo. Los mapuches fueron confinados en territorios delimitados
por el Estado, cerrándose el tránsito entre Chile y las pampas argentinas y obligándolos
de esta manera a convertirse en un pueblo campesino y a habitar tierras de mala calidad
entre la zona costera y la precordillera andina. La conformación de grandes latifundios a
partir del remate de llamadas "tierras baldías", por parte del Estado, agravó la situación,
creando una estructura agraria fuertemente desigual, a la vez que se sumaron, durante la
primera mitad del siglo XX, las exacciones y estafas a comunidades mapuches, que vieron
mermadas gran parte de sus tierras. El crecimiento demográfico y la contracción de las
tierras comunales, dio inicio a una intensa corriente de migración campo-ciudad, lo
que ha llevado a que hoy más de la mitad de los mapuches chilenos vivan en las ciudades.

Esta etnia fue descrita por cronistas laicos y eclesiásticos en el período colonial, sin
embargo, fue a fines del siglo XIX cuando se realizaron los primeros estudios de
carácter científico sobre esta etnia. El lingüista alemán Rodolfo Lenz y el sacerdote
capuchino Félix José de Augusta estudiaron su idioma, el mapudungun, del cual De
Augusta redactó su primera gramática moderna en 1903. Tomás Guevara y Ricardo
Eduardo Latcham, por su parte, redactaron los primeros trabajos etnográficos sobre la
etnia, utilizando informantes indígenas y observaciones de campo, así como algunos
descubrimientos arqueológicos y los datos proporcionados por cronistas españoles.
Desde una perspectiva mapuche se sitúan los trabajos de Manuel Manquilef y
la autobiografía del lonko Pascual Coña, que relató oralmente un
anciano cacique mapuche al misionero capuchino Ernesto Wilhem de Moesbach.

Los estudios descriptivos de Latcham, Guevara, Augusta y Lenz fueron hechos sobre la
base de la realidad mapuche anterior al confinamiento en reducciones, por lo que
proporcionan un valioso material histórico y etnográfico sobre la transición entre una
sociedad ganadera a una campesina, sometida y clausurada geográficamente.

A mediados del siglo XX, se iniciaron los primeros estudios de campo entre las
comunidades mapuches que aplicaron metodologías etnográficas modernas: de esta
modalidad destacan los trabajos de Misha Titiev y Louis Faron. En la actualidad, los
estudios fronterizos y etnohistóricos han entregado nuevas interpretaciones de la
realidad mapuche, sobre la base de una lectura más profunda de las fuentes históricas y
nuevos datos etnográficos.

Tradiciones y huacas milenarias

La religiosidad andina

La cultura andina refleja el sincretismo de las antiguas concepciones prehispánicas y


las prácticas religiosas católicas y evangélicas de nuestros días. Antes del siglo XVI en el
Nuevo Mundo no existía el monoteísmo, la idea de un Dios único ni tampoco una palabra
que lo expresara. Por el contrario, los primeros cronistas notaron como las poblaciones
andinas utilizaban el vocablo quechua huaca para designar múltiples manifestaciones de
lo sagrado. Huaca era empleado confusamente para los oídos hispanos, a elementos
vivos de la naturaleza, diversos hitos geográficos, momias y lugares de origen mítico de los
pueblos o pacarinas.

Disciplinas ocupadas en el estudio de la religión andina como la historia y la


antropología, han identificado a un importante grupo de deidades con atributos y
personalidades propias, pertenecientes a las diversas comunidades y territorios
prehispánicos y coloniales.

A lo largo y ancho del territorio andino se hallaban divinidades mayores acompañadas de


una vasta pléyade de antiguas huacas subalternas. Las diferencias entre
las huacas dependían de la importancia otorgada por cada comunidad o ayllu. En las
fiestas y carnavales multitudinarios cada agrupación de ayllus celebraba a una huaca en
particular a través de sus atuendos, danza, ofrecimientos, sacrificios y parafernalia.

Una de las deidades regionales más importantes durante la época preincaica fue Tunupa,
quien articulaba poblaciones radicadas en zonas tan distintas como el altiplano circum
Titicaca, el lago Poopó, los valles ubicados al occidente de los Andes y la costa Pacífico.

Al interior de las comunidades el culto a los malquis o cuerpos de los antepasados


ocupaba un lugar prominente en los ritos de cada unidad familiar. A los cuerpos
momificados se les ofrecía una celebración específica que tomaba lugar en sepulcros
abiertos y chullpas o mausoleos funerarios que hoy se encuentran abandonados en
numerosas regiones serranas y altiplánicas de Perú, Bolivia, Argentina y Chile.

Durante el siglo XV, Pachacuti Inca Yupanqui realizó una de las más cruciales reformas
religiosas en los Andes. Según el relato de Sarmiento de Gamboa el soberano, luego
de reconstruir el Cori Kancha en Cuzco y dotarlo de objetos y adornos, ordenó que el Sol
ocupara el sitio principal con Viracocha a su diestra, e Illapa a su izquierda. Esta
última huaca representaba además al doble del Inca o huauque que quiere decir hermano
en quechua. De esta manera, el Sol dejó de ser un objeto de culto exclusivo del grupo Inca
y pasó a regir oficialmente la religión en el Tawantinsuyo. Se le consideró padre de los
linajes reales y cada nuevo soberano esperaba la confirmación solar de su nombramiento.

Durante ese mismo período, se reconocía en la costa Pacífico y centro de Perú


a Pachacamac como el dios más importante de la región.

Con el arribo español en el siglo XVI, todas las poblaciones andinas vivieron una
profunda transformación religiosa debido a la conquista, la evangelización y
extirpación de idolatrías. Este proceso intensificó la yuxtaposición y sincretismo
cultural dando origen a nuevas formas de culto y comprensión del mundo sobrenatural en
los Andes.

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