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Queridos jóvenes:
1. No temas
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4,40). Este reproche
de Jesús a sus discípulos nos permite comprender cómo el obstáculo
para la fe no es con frecuencia la incredulidad sino el miedo. Así, el
esfuerzo de discernimiento, una vez identificados los miedos, nos debe
ayudar a superarlos abriéndonos a la vida y afrontando con serenidad los
desafíos que nos presenta. Para los cristianos, en concreto, el miedo
nunca debe tener la última palabra, sino que nos da la ocasión para
realizar un acto de fe en Dios... y también en la vida. Esto significa creer
en la bondad fundamental de la existencia que Dios nos ha dado, confiar
en que él nos lleva a un buen final a través también de las circunstancias
y vicisitudes que a menudo son misteriosas para nosotros. Si por el
contrario alimentamos el temor, tenderemos a encerrarnos en nosotros
mismos, a levantar una barricada para defendernos de todo y de todos,
quedando paralizados. ¡Debemos reaccionar! ¡Nunca cerrarnos! En las
Sagradas Escrituras encontramos 365 veces la expresión «no temas»,
con todas sus variaciones. Como si quisiera decir que todos los días del
año el Señor nos quiere libres del temor.
El discernimiento se vuelve indispensable cuando se trata de encontrar la
propia vocación. La mayoría de las veces no está clara o totalmente
evidente, pero se comprende poco a poco. El discernimiento, en este
caso, no pretende ser un esfuerzo individual de introspección, con el
objetivo de aprender más acerca de nuestros mecanismos internos para
fortalecernos y lograr un cierto equilibrio. En ese caso, la persona puede
llegar a ser más fuerte, pero permanece cerrada en el horizonte limitado
de sus posibilidades y de sus puntos de vista. La vocación, en cambio, es
una llamada que viene de arriba y el discernimiento consiste sobre todo
en abrirse al Otro que llama. Se necesita entonces el silencio de la
oración para escuchar la voz de Dios que resuena en la conciencia. Él
llama a la puerta de nuestro corazón, como lo hizo con María, con ganas
de entablar en amistad con nosotros a través de la oración, de hablarnos
a través de las Sagradas Escrituras, de ofrecernos su misericordia en el
sacramento de la reconciliación, de ser uno con nosotros en la comunión
eucarística.
2. María
«Te he llamado por tu nombre» (Is 43,1). El primer motivo para no tener
miedo es precisamente el hecho de que Dios nos llama por nuestro
nombre. El ángel, mensajero de Dios, llamó a María por su nombre.
Poner nombres es propio de Dios. En la obra de la creación, él llama a la
existencia a cada criatura por su nombre. Detrás del nombre hay una
identidad, algo que es único en cada cosa, en cada persona, esa íntima
esencia que sólo Dios conoce en profundidad. Esta prerrogativa divina
fue compartida con el hombre, al cual Dios le concedió que diera nombre
a los animales, a los pájaros y también a los propios hijos (Gn 2,19-21;
4,1). Muchas culturas comparten esta profunda visión bíblica,
reconociendo en el nombre la revelación del misterio más profundo de
una vida, el significado de una existencia.
4. Valentía en el presente
FRANCISCO
“Hagan lo que Él les diga” (Juan 2,
1-12)
Domingo Enero 20 de 2013
"Moderador/a: Buenos días. Estamos aquí en el Estudio… (Se presentan los participantes).
El Evangelio del domingo de hoy nos presenta a Jesús en una boda. Estaba divirtiéndose
como cualquiera, cuando su Madre María le cuenta un problema de los novios. Escuchémoslo.
Lectura del santo evangelio según San Juan (Juan 2, 1-12)
NARRADOR/A – En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la Madre de Jesús
estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la
Madre de Jesús le dijo:
MARÍA – "No les queda vino".
NARRADOR/A – Jesús le contestó:
JESÚS – "Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora".
NARRADOR/A – Su Madre dijo a los sirvientes:
MARÍA – "Hagan lo que Él les diga".
NARRADOR/A – Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los
judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo:
JESÚS – "Llenen las tinajas de agua".
NARRADOR/A – Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó:
JESÚS – "Saquen ahora y llévenselo al mayordomo".
NARRADOR/A – Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin
saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces
llamó al novio y le dijo:
MAYORDOMO – "Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el
peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora".
NARRADOR/A – Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y
creció la fe de sus discípulos en Él.
Pregunta 1 – Jesús se halla en una fiesta, en una boda judía, entre cantos y bailes. ¿Nos
quiere enseñar algo?
Él viene a santificar con su presencia tanto nuestras fiestas y convivencias familiares, como la
unión conyugal.
Lo invitaron a Él y a sus discípulos, al menos a cuatro de ellos, mencionados anteriormente en
el evangelio. “Y estaba allí también la madre de Jesús” (v. 1c).
Una boda en Israel se celebraba durante siete días. El acabarse el vino en ella sería una
vergüenza para los padres que dan la fiesta y para los novios.
Pero la madre de Jesús se dio cuenta del problema. Eso se llama „empatía‟.
Pregunta 2 – ¿Qué es la „empatía‟?
Es darse cuenta de los problemas de los demás, estar en el zapato o en la piel del otro.
Aquí es María, la Madre de Jesús, la que tiene „empatía‟.
Y le dice a Jesús: “No tienen vino” (v. 3b).
Como diciéndole: “Haz algo”. Pero parece que la única solución era un milagro. Como
después será con la Multiplicación de los Panes.
¿Dónde conseguir 600 litros de vino en un instante?
Pregunta 3 – Y cómo sabía que Jesús haría un milagro?
María no pedía la conversión de los pecadores, ni pan para los hambrientos; solamente quería
sacar de apuros al novio con un milagro o algo por el estilo. Indica la fe grande en Jesús.
Una vez estaba yo en casa de unos amigos, Y un niñito de cuatro años de la familia se dio
cuenta de que yo tenía una heridita en un dedo. Y me preguntó todo serio:
- "¿Ya se lo has enseñado a mi papá? Él te lo puede curar".
Me conmovió la confianza de aquel niño en su papá, que podía curar todo.>
Así es María, la que mejor conoce nuestros problemas y conoce quién los puede resolver:
Jesús.
La reacción de Jesús es sorprendente: “Mujer, ¿por qué me dices esto? Mi hora no ha llegado
todavía”.
Como diciendo: ”Esto lo puedo arreglar. Pero éste no es el momento”. Esto supone un gran
entendimiento mutuo.
Pregunta 4 – ¿Cuál es la hora de Jesús?
Propiamente la hora de Jesús es su muerte, resurrección y ascensión. (cf. Jn 13,1).
Aparentemente Jesús no pensaba empezar su ministerio tan de repente, pero reconoció al
Espíritu Santo que hablaba por su madre, y realizó el milagro por María. Todo arreglado.
Y María dijo a los que estaban sirviendo: “Hagan todo lo que Él les diga”.
Y Jesús mandó a los sirvientes: “Llenen de agua estas tinajas”.
“Había allí seis tinajas de piedra”, usadas para la purificación ritual de los judíos. Tendrían
unos 100 litros cada una. En total, serían unos 600 litros.
Las llenaron hasta arriba, y Jesús les dijo:
- “Ahora saquen un poco y llévenselo al encargado de la fiesta.” Así lo hicieron.
El encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde había salido.
Llamó al novio y le dijo:
“Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los invitados ya han bebido bastante,
entonces se sirve el vino corriente. Pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora”.
Pregunta 5 – ¿O sea que Jesús hizo aquí un despliegue de generosidad: dio más de lo
que hacía falta?
Cuando se da lo necesario es „caridad‟, pero cuando se da más de lo que se necesita, se
llama „generosidad‟. Así fue el primer milagro de Jesús.
Con la ayuda de los sirvientes cambió el agua en vino y cambió la tristeza en alegría.
Jesús quiere entrar en nuestra vida con su poder para transformar nuestra miseria en el vino
del crecimiento y de la realización. Y nos enseña a darnos también con generosidad.
Pregunta 6 – Parece que a Jesús le encantan las bodas. En muchas de sus parábolas
compara al Reino de los cielos con una boda. ¿Por qué?
Ya los escritos de los profetas habían pintado el día de la llegada del Mesías como un día de
boda. En el festín mesiánico correría el vino en abundancia (Isaías 25,6).
Una boda celebra la experiencia de amor entre un hombre y una mujer que desean vivir en
comunión de vida. Las bodas sellan la vida nueva que nace del amor. Las bodas son imagen
del amor entre Dios y el hombre.
Este milagro es una señal, que indica el modo de actuar de Dios en la vida de todo hombre. Él
viene continuamente al hombre para hacerle partícipe de su vida divina; quiere unirse al
hombre con un vínculo de amor, para que también el hombre pueda, en su libertad, responder
con una decisión de adhesión total a su Creador y Esposo.
Cuando Jesús se revela a través de estas señales, revela su divinidad y el misterio del Padre
(cf. Jn 14,9). El propósito de estas señales milagrosas es revelar a Jesús como Hijo del Padre.
No es suficiente reconocerle sólo como alguien que obra milagros (2:23-25, 4:48; 6:26).
“Y sus discípulos creyeron en él” (v. 11c). Éste es el punto de la historia. El propósito de las
señales de Jesús es inspirar creencia. Y este Evangelio se escribe y proclama “para que
ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengan vida en su
nombre” (Jn 20:31).
Pregunta 7 – ¿Qué lecciones se sacan de las Bodas de Caná?
- A Jesús le gusta la fiesta, la familia, la boda.
- María tiene empatía con el necesitado y fe en Jesús.
- Jesús atiende la oración de María.
- Jesús resuelve el problema de la falta de vino.
Despedida
Les invitamos a la Misa, a la Eucaristía, sacramento del amor. Como en una boda, se celebra
la unión de Dios con el hombre. Él baja para darme vida, y espera mi respuesta de amor.
Digámosle SÍ “en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, para
amarte y respetarte todos los días de mi vida”.
Advertencias al Equipo de Locutores:
Conviene que haya un Moderador, que salude al principio, despida y haga las preguntas. Ellas
son respondidas por los otros participantes en el programa.
El programa puede durar unos 15 minutos. Conviene que se reúnan antes para orar juntos,
seleccionar y discutir.
Es importante tener mucho cuidado en no simplemente “leer” el Guión, como si fuera un
cuestionario, sino que lo asuma como una guía de conversación. En radio se nota en seguida
cuándo uno está leyendo, y cuándo conversa. Por ejemplo, en la conversación solemos mover
las manos, sobre todo si estamos contando algo importante; el que simplemente lee, no
mueve las manos."
Seamos motores de esperanza
Domingo Noviembre 18 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
Estas preguntas, que nos causan preocupación, constituyen un excelente mercado para toda
suerte de charlatanes que afirman tener la capacidad de leer el futuro mediante la carta astral
y las líneas de la mano. Es increíble la ingenuidad de la gente que paga para que le digan
estupideces…
Esta incertidumbre respecto al futuro se extiende, igualmente, a la humanidad, al planeta
Tierra y al cosmos. Todo empezó con el Big Bang. ¿El final será igualmente una explosión, no
ya para empezar a escribir el capítulo de la vida, sino para una destrucción inimaginable? Los
escritores de ciencia ficción y los que se auto-proclaman profetas han escrito innumerables
páginas sobre este tema. Y tratan de dar credibilidad a sus delirantes invenciones utilizando
seudo-argumentos científicos y textos bíblicos.
Las lecturas de este domingo nos invitan a reflexionar sobre el final de la historia, no como un
hecho físico, sino como una profunda experiencia de fe, entendiendo ese momento como el
encuentro solemne con Jesucristo, Señor de la historia. El lenguaje utilizado por estos textos
es sobrecogedor. Los invito a ir más allá de las imágenes, que nos asustan, para comprender
que este encuentro estará caracterizado por el amor.
En el texto que acabamos de escuchar de la Carta a los Hebreos encontramos la explicación
para mirar con paz los tiempos escatológicos; leemos allí: “Cristo ofreció un solo sacrificio por
el pecado. Así, con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado.
Porque una vez que los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más ofrendas por
ellos”.
La pascua de Cristo nos ha reconciliado con Dios. Se ha derrumbado el muro que nos
separaba del Padre. Gracias a la muerte y resurrección de Cristo, nos podemos llamar hijos
de Dios y coherederos del Reino. Por eso la mirada cristiana del futuro no puede estar
ensombrecida por la angustia y el temor. Cristo es el punto de llegada de la historia. En el
contexto de la liturgia de hoy, tenemos que preguntarnos qué nos dice hoy, a cada uno de
nosotros, este encuentro definitivo con el Señor al final de los tiempos.
Lo primero que tenemos que reconocer es que ignoramos cuándo sucederá eso. Lo expresa
claramente Jesús en su conversación con los discípulos: “Nadie conoce el día ni la hora. Ni los
ángeles del cielo, ni el Hijo; solamente el Padre”. Este desconocimiento del futuro no puede
conducirnos a una parálisis en cuanto al obrar. Tenemos que vivir intensamente,
responsablemente, el presente, cumpliendo las tareas que nos han sido asignadas. Dios nos
ha constituido en administradores de la casa común con unas tareas muy precisas. Tenemos
la obligación de hacer presentes los valores del Reino, los cuales brillarán en todo su
esplendor al final de los tiempos.
Como administradores de la casa común, en cualquier momento seremos llamados a rendir
cuentas. En ese momento no habrá posibilidad de disculparnos ni podremos evadir nuestras
responsabilidades asignándolas a otras personas. Ante la plenitud de la Verdad no es posible
manipular los hechos.
Las lecturas de este domingo nos motivan a mirar hacia el futuro con esperanza. Para los
bautizados, que participamos de la pascua del Señor, no hay lugar para el pesimismo.
Tenemos que cambiar nuestro discurso, que nos impide ver las cosas positivas que están
pasando a nuestro alrededor. Millones de colombianos de bien están llevando a cabo
proyectos innovadores que generan nuevos puestos de trabajo. Infortunadamente, las
acciones positivas no interesan a los medios de comunicación, que prefieren ser la caja de
resonancia de los hechos negativos. Y las redes sociales se alimentan, como aves de carroña,
de los escándalos y los chismes.
No nos dejemos intoxicar por el pesimismo. Cambiemos nuestros relatos. Cristo resucitado es
la victoria sobre el pecado y la muerte. Con nuestras acciones expresemos el triunfo de la
vida. Superemos el escepticismo sobre la reconciliación y la paz. Hemos firmado un acuerdo
para poner fin a cincuenta años de enfrentamientos entre hermanos. La historia no le
perdonaría a nuestra generación que dejáramos languidecer estos acuerdos que, con todos
sus defectos y debilidades, han silenciado miles de armas. Los cilindros de gas dejaron de
estallar sobre los pueblos de Colombia. ¿Queremos regresar al pasado? No le pongamos
obstáculos a la paz. Facilitemos la reincorporación de los excombatientes a la sociedad civil.
Los seguidores del Señor resucitado somos sembradores de fe, esperanza y amor.
Caminemos hacia el futuro con optimismo porque sabemos que, al final del sendero, nos
espera el Señor de la vida. Y mientras caminamos en esta vida, hagamos todo lo que esté en
nuestras manos para que los valores centrales del Reino de Dios, se hagan presentes en la
vida diaria: justicia, igualdad, solidaridad, reconciliación. El gozo del Evangelio es nuestra
consigna.
Hay que educar para la solidaridad y
la generosidad
Domingo Noviembre 11 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
Los venezolanos buscan en Colombia y en los países del sur del continente trabajo, salud y
educación.
Los hondureños caminan en pos del sueño americano.
¿Qué encuentran en su azaroso peregrinar? Encuentran lo mejor y lo peor del ser humano.
Los medios de comunicación nos han permitido conocer hermosos gestos de solidaridad hacia
estos migrantes expulsados por la pobreza y la violencia. Pero también han sido víctimas de
engaños, contratación injusta, explotación sexual, rechazo por ser extranjeros. Y, como si lo
anterior no fuera suficientes, a los hondureños los espera una frontera militarizada. Su drama
humanitario ha sido manipulado para mover al electorado americano en las elecciones del 6
de noviembre.
Las migraciones forzadas por causa de la pobreza y la violencia constituyen uno de los
problemas más desafiantes de nuestro tiempo y se extienden, como mancha de aceite, por
varios continentes. El drama de los migrantes es un grito desgarrador que pide solidaridad y
generosidad de todos: individuos, sociedad civil, gobiernos y comunidad internacional.
Precisamente, las lecturas bíblicas de este domingo nos describen la generosidad de dos
mujeres que, viviendo en condiciones económicas extremas, no dudaron en dar lo poco que
tenían:
La viuda de Sarepta, empobrecida por una sequía que había arruinado la agricultura de su
país, prepara para el profeta Elías un pan con la última ración de harina y aceite que le
quedaba.
La viuda pobre, ante los ojos maravillados de Jesús, deposita en la alcancía del Templo de
Jerusalén dos monedas de poco valor pero que significaban mucho para ella.
Estos dos personajes bíblicos nos invitan a reflexionar sobre la generosidad. Hay que
reconocer que quienes viven en el campo son más solidarios y tienen unas vigorosas redes de
apoyo mutuo. Por el contrario, quienes viven en las ciudades son individualistas, desconocen
a las personas que viven en su vecindario. Más aún, las miran con desconfianza. La consigna
es: ¡que cada uno sobreviva como pueda!
Este profundo egoísmo de la cultura contemporánea es un grave error. ¡No podemos vivir
solos! ¡Todos necesitamos de todos! Entonces, ¿qué debemos hacer? Hay que educar para
la solidaridad y la generosidad.
Ciertamente, en los procesos educativos hay que generar refuerzos que premien los
comportamientos positivos y así, poco a poco, se irán consolidando hábitos de
comportamiento; y hay que reprender cuando las acciones afectan la convivencia. Ahora bien,
este sistema de estímulos y reprensiones no puede degenerar en la promoción de un espíritu
competitivo egoísta que busca el éxito sin tener en cuenta si los medios para alcanzarlo son
éticos. Quienes trabajamos en el sector educativo, fácilmente identificamos aquellos jóvenes
que buscan salir adelante solidariamente gracias a un trabajo en equipo, y los que lo hacen de
manera egoísta y jugando sucio… Hay que educar para el trabajo en equipo y la construcción
de metas de interés común.
Estos dos personajes bíblicos, la viuda de Sarepta y la mujer de la alcancía del Templo, no
hicieron cálculos egoístas. Aunque la interlocutora del profeta Elías sabía que la harina y el
aceite se habían agotado, confió en la providencia divina. ¡Profunda lección! La generosidad
no nos empobrece. Cuando compartimos, no perdemos. Todos hemos tenido experiencias
muy positivas cuando hemos tendido las manos para acoger a las personas necesitadas.
Es importante entender que, cuando hablamos de generosidad, no estamos pensando
exclusivamente en los bienes materiales. Generosidad significa dar parte de nuestro tiempo a
las personas e instituciones que necesitan de nuestro aporte en muchos campos (apoyo en
las actividades diarias, conocimientos, experiencia, gestión, etc.). Cuando hablamos de lo que
significa la generosidad, no podemos argumentar que no podemos practicarla porque
carecemos de recursos económicos. Siempre es posible compartir: una palabra afectuosa,
una visita, una voz de aliento, un consejo. Todos estos gestos nos enriquecen, en lugar de
empobrecernos.
Las lecturas de este domingo nos ofrecen dos conmovedores testimonios de generosidad.
Dos mujeres que dieron, no lo que les sobraba, sino que se desprendieron de unos recursos
que eran esenciales para su subsistencia.
El Maestro supremo de generosidad es Jesús quien, no solo nos dio sus enseñanzas y nos
mostró el camino para llegar a la Casa de nuestro Padre, sino que entregó su vida para que
nosotros tuviéramos la Vida eterna.
Rompiendo paradigmas de liderazgo
Domingo Octubre 21 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
Esta oferta de valor tiene que ver con lo que los expertos en Recursos Humanos de las
organizaciones llaman habilidades blandas o soft skills, altamente reconocidas; desarrollarlas
abre muchas posibilidades de éxito.
Es importante tomar conciencia de las agendas contrastantes que existen entre el liderazgo
que conduce al éxito, y los anti-perfiles de liderazgo espiritual que nos presentan las lecturas
de este domingo, que pueden producir entre nosotros escándalo y perplejidad:
El profeta Isaías nos presenta algunos de los rasgos del Siervo del Señor, que replantea
radicalmente las expectativas de poder y gloria que se habían creado alrededor de la figura
del Salvador de Israel.
La Carta a los Hebreos, profundamente marcada por el Judaísmo, se refiere a Jesús utilizando
rasgos propios de la figura del Sumo Sacerdote.
El evangelista Marcos recoge una petición de los hermanos Santiago y Juan, quienes esperan
tener un reconocimiento especial por parte de su Maestro. Jesús aprovecha esta oportunidad
para proponer un modelo absolutamente original y disruptivo de liderazgo: “El que quiera ser
grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo
de todos”.
Empecemos por la impactante figura del Siervo del Señor. Para comprender el alcance de
este personaje, debemos recordar que el pueblo de Israel era muy consciente de haber sido
elegido por Dios y se sentía poseedor de una promesa de salvación. Vendría un Mesías, de la
estirpe de David, que cambiaría la historia, no solo de Israel sino de toda la humanidad. Poco
a poco se fue consolidando en la comunidad de Israel una visión triunfalista de lo que sería el
futuro, y esperaban que él restauraría las viejas glorias de los tempos de David y Salomón.
Pero el plan de Dios era muy diferente. Surge, entonces, la figura del Siervo de Diosquien, a
través del sufrimiento, transformará la historia espiritual de la humanidad: “Con sus
sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con los crímenes de ellos”. Esta figura
del Siervo es desgarradora y produce sentimientos encontrados. Por eso los discípulos de
Jesús se sentían abrumados cuando Él hacía referencia a la muerte que le esperaba en
Jerusalén. Ellos no podían entender por qué ese hombre maravilloso que había devuelto la
vida y la salud de muchas personas, pudiera ser víctima de la violencia y la injusticia.
El plan de Dios de redimir a la humanidad mediante la entrega a la muerte de su propio Hijo
choca violentamente con la lógica humana del éxito y del reconocimiento, pregonada por los
expertos de un estilo de liderazgo puramente mundano.
El pasaje bíblico del Siervo de Dios muestra que este personaje, que se presenta como un
fracasado a los ojos del mundo, es protagonista esencial para que puedan ser perdonados los
pecados de todos… Por eso Dios Padre quiso que su Hijo experimentara el tránsito de la
muerte a la vida, es decir, la pascua, para que todos pudiéramos acceder a la vida divina y ser
coherederos del Reino.
Pasemos ahora brevemente al texto de la Carta a los Hebreos. Allí se nos presenta a
Jesucristo como nuestro Sumo Sacerdote. Para nosotros los cristianos, la expresión Sumo
Sacerdote es poco grata porque la asociamos con los atropellos y arbitrariedades cometidos
contra el Señor por los líderes religiosos de Israel. Lo interesante de esta imagen proveniente
del Judaísmo es subrayar cómo Jesús no solo es quien ofrece el sacrificio, sino que Él mismo
es la ofrenda que se ofrece por los pecados de la humanidad. Este compromiso total de Jesús
es expresado de muchas maneras en el Nuevo Testamento: es el Buen Pastor que da la vida
por sus ovejas; no hay mayor prueba de amor que dar la vida por los amigos…
Volviendo al tema de liderazgo, tan comercializado en nuestros tiempos, podemos afirmar que
Jesús nos ofrece una perspectiva totalmente diferente y novedosa de lo que significan la
entrega y el compromiso. Es capaz de darlo todo y darse a sí mismo.
Finalmente, llegamos al texto del evangelista Marcos, quien deja constancia de una solicitud
ingenua de los hermanos Santiago y Juan: “Concede que nos sentemos uno a tu derecha y
otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Esta solicitud, que no puede ser considerada
como una jugada maquiavélica sino como el sueño ingenuo de dos hombres sencillos, debió
caer muy mal entre sus compañeros. Jesús aprovechó este incidente para dar una formidable
lección de lo que es el liderazgo a la manera de Jesús. Como punto de partida de su breve
lección, recuerda cómo ejercen el liderazgo los poderosos de este mundo quienes, a través de
la opresión, someten a los demás. Por el contrario, el liderazgo que Jesús propone a sus
seguidores es a través del servicio: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su
servidor; y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del
hombre no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”.
En este momento vemos con preocupación el desorden imperante en el ajedrez político
internacional por la acción de jugadores que toman decisiones peligrosas y
desestabilizadoras. Teniendo como telón de fondo estos hechos, los textos bíblicos que nos
propone la liturgia de este domingo nos sugieren unas formas de actuar diferentes, que son
capaces de dejar a un lado las ambiciones y protagonismos para asumir una actitud de
humildad y servicio. Por eso afirmamos que, desde la fe, podemos romper paradigmas
convencionales de liderazgo, y encontrar nuevos modelos de educar para la ciudadanía más
allá de la ambición y la arrogancia. Formar hombres y mujeres para los demás. ¿Será posible?
¿Cómo construir una relación de
pareja?
Domingo Octubre 07 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
Empecemos nuestra meditación dominical por el libro del Deuteronomio. Allí leemos una
exhortación de Moisés a la comunidad: “Ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos que
te enseño, para que los pongas en práctica y puedas así vivir y entrar a tomar posesión de la
tierra que el Señor, Dios de tus padres, te va a dar”.
Para comprender la importancia de esta exhortación, hay que recordar la situación
excepcional que vivía el pueblo de Israel en el contexto cultural de la época. El monoteísmo de
Israel era una rareza en el Próximo Oriente. Yahvé se había auto-manifestado como un Dios
único, personal, trascendente, que quería establecer con el pueblo de su elección una Alianza
que exigía exclusividad: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”.
Las naciones vecinas, con las que Israel tenía intercambios comerciales, eran muy diferentes;
rendían culto a numerosos dioses, cuyos comportamientos obedecían a celos, venganzas e
infidelidades. Dada esta proximidad, Israel vivió la tentación continua de regresar a las
prácticas idolátricas de sus antepasados. De ahí la importancia de la exhortación de Moisés:
“No añadirán nada ni quitarán nada a lo que les mando”.
El Salmo 14 expresa poéticamente los rasgos del israelita justo que no se ha apartado del
camino trazado por Moisés. El Salmo responde a una pregunta: ¿Quién será grato a tus ojos,
Señor? La respuesta describe el testimonio que da quien vive rectamente: “El hombre que
procede honradamente y obra con justicia; el que es sincero en sus palabras y con su lengua
a nadie desprestigia”.
Infortunadamente, esta comprensión simple y transparente del buen obrar fue desapareciendo
del pueblo de Israel porque los dirigentes religiosos multiplicaron los preceptos y las normas.
La manifestación auténtica de fidelidad a Yahvé quedó sepultada por una avalancha jurídica
de preceptos que privilegiaban las formalidades externas sobre los procesos de
transformación del corazón. Cumplir con las formalidades y los ritos se convirtió en el
indicador principal de fidelidad a la Alianza.
En el Nuevo Testamento, Jesús hace una propuesta totalmente diferente. La interioridad
recupera el primer puesto que había perdido. La conversión del corazón desplaza a los ritos
de purificación, tan valorados por el judaísmo en tiempos de Jesús.
En su Carta, el apóstol Santiago hace una inspiradora catequesis sobre la auténtica Ética de
los seguidores de Jesús: “Acepten dócilmente la Palabra que ha sido sembrada en ustedes y
es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa Palabra y no se limiten a escucharla,
engañándose ustedes mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre, consiste
en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo
corrompido”.
Los invito ahora a explorar el texto del evangelista Marcos, que ilumina nuestra meditación.
Este pasaje evangélico reproduce una fuerte discusión entre Jesús y un grupo de fariseos que
criticaban el comportamiento de los discípulos de Jesús, quienes no cumplían con las
formalidades y ritos de purificación que obligaban a los judíos: “¿Por qué tus discípulos comen
con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?”.
En su dura respuesta, Jesús denuncia la hipocresía religiosa que definía los comportamientos
externos como criterios de fidelidad a la
Alianza: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me
honra con los labios pero su corazón está lejos de mí (…..) Ustedes dejan a un lado el
mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.
Este debate sobre el cumplimiento de las formalidades vs. la conversión del corazón no ha
terminado. Cuando uno estudia la historia de la Moral Católica identifica periodos oscuros en
los que la normatividad jurídica estuvo a punto de asfixiar la frescura de los valores
evangélicos. Por eso es tan importante apropiarnos de las palabras de Jesús, quien nos invita
a desenmascarar las pasiones y oscuras motivaciones que habitan en nuestro interior: “Nada
que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro;
porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los
homicidios”.
Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Las lecturas de este domingo nos han
permitido hacer un Curso intensivo sobre Ética y Valores. Como lo sintetiza el título de esta
reflexión, debemos pasar de una Moral de Apariencias a una Ética de Valoresinspirada en el
Evangelio.
Dos preguntas que desacomodan e
interpelan
Domingo Agosto 26 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
Los textos bíblicos de hoy hacen diferentes consideraciones teológicas alrededor del alimento,
hasta llegar al clímax de la revelación de Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí
no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”.
Empecemos nuestra meditación por el libro del Éxodo, donde encontramos una escena en la
que el pueblo de Israel se amotina contra Moisés y Aarón porque los alimentos escaseaban:
“Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las
ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Ustedes nos han traído a este desierto para
matar de hambre a toda esta multitud”. Según estas palabras, el pueblo de Israel preferiría ser
esclavo, pero bien alimentado, a ser libre pero sufriendo hambre. Esta dramática elección se
explica porque la alimentación es la condición básica para vivir, anterior a cualquier otra
consideración sobre derechos humanos, libertades, etc. Primero vivir y después lo demás…
¿Cómo responde Dios ante el profundo malestar de su pueblo? Se muestra misericordioso.
Habla con Moisés para comunicarle su decisión: “He oído las murmuraciones de los hijos de
Israel. Diles de parte mía: Por la tarde comerán carne y por la mañana se hartarán de pan,
para que sepan que soy yo, el Señor, su Dios”. Por eso, en la tradición judeo-cristiana, el
maná es símbolo del amor misericordioso de Dios, quien acude a remediar las necesidades de
su pueblo. Para los cristianos, el maná es como una anticipación de lo que más tarde será el
pan eucarístico, que satisface las necesidades más profundas del ser humano y nos comunica
la vida divina.
El salmo 77 contiene una hermosa oración de acción de gracias sobre este hecho que dejó
una huella profunda en la experiencia religiosa del pueblo elegido y explicita su sentido
teológico: “Así el hombre comió el pan de los ángeles; Dios les dio de comer en abundancia y
después los condujo hasta la tierra y el monte que su diestra conquistara”.
Vayamos ahora al texto del evangelista Juan, que reproduce una conversación de Jesús con
un grupo de seguidores. En este diálogo, los judíos hacen una referencia al maná que sus
antepasados comieron durante su travesía por el desierto. En respuesta, Jesús explica la
intervención de Dios: “Yo les aseguro: no fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre
quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da
la vida al mundo”.
Así, con delicadeza y profundo sentido pedagógico, Jesús va preparando el terreno para que
sus interlocutores se abran a la gracia: “Entonces le dijeron: Señor, danos siempre de ese
pan. Jesús les contestó: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que
cree en mí nunca tendrá sed”. Esta revelación de Jesús es el punto de llegada de un largo
camino que empezó en las arenas del desierto con un pueblo que creía que iba a morir de
hambre, y al que Dios alimentó con el maná.
Estas palabras de Jesús nos ayudan a comprender el sentido de la participación eucarística.
La misa dominical no puede ser vista como una aburrida exigencia de la Iglesia, sino como
una extraordinaria oportunidad para fortalecernos interiormente y crear comunidad. Así como
nuestro cuerpo necesita una alimentación sana que nos dé las energías para las tareas
diarias, también nuestro espíritu necesita nutrirse con el pan de vida. Si no lo hacemos,
nuestra vida interior se irá deteriorando, y nos alejaremos del camino del Señor. Estos
sentimientos los expresa el apóstol Pablo en su Carta a los Efesios que acabamos de
escuchar: “Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a
imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad”.
Por su parte, los sacerdotes no pueden permitir que la celebración diaria de la eucaristía se
convierta en un hecho rutinario que realizan como autómatas. Los feligreses saben qué
sacerdotes celebran con devoción la eucaristía y cuáles son aquellos que lo hacen como
burócratas que cumplen una tarea que les ha sido asignada. Esta toma de conciencia de lo
que significa la eucaristía se manifiesta, también, en la preparación de la liturgia, los cantos y
la calidad de la homilía.
Dejemos a un lado los cálculos
egoístas
Domingo Julio 29 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
Los invito, entonces, a meditar sobre estos textos, dejando que resuenen en nuestro interior
para que estos mensajes de alegría, paz, confianza y agradecimiento inspiren nuestra
espiritualidad y nos purifiquen del pesimismo y negativismo que nos intoxican y paralizan.
Empecemos por el libro de la Sabiduría. La teología de la creación nos enseña que todo lo
que ha salido de las manos amorosas de Dios es santo y bueno. En este libro leemos: “Todo
lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno
de muerte”. Estas palabras del libro de la Sabiduría corrigen un pensamiento muy extendido a
lo largo de los siglos: el dualismo. Según esta corriente filosófica y religiosa, la santidad y la
bondad son atributos de las realidades espirituales; y todo lo que se asocia con lo material, por
ejemplo, el cuerpo y la sexualidad, son malas o, al menos, peligrosas. Esta visión dualista es
inaceptable dentro de una teología católica; tristemente, muchos sacerdotes y profesores de
Moral han sido contaminados por estos principios.
Las enseñanzas del Papa Francisco han traído un aire de renovación y frescura a la Iglesia.
Hay dos documentos particularmente importantes: la Exhortación Apostólica El Gozo del
Evangelio y un bellísimo documento sobre el amor en la familia, que se titula La Alegría del
Amor. Gozo y Alegría son dos palabras centrales en el magisterio del Papa Francisco, quien
nos invita a cambiar nuestra lectura de las realidades materiales y de la sexualidad,
entendidas, por causa de una desafortunada catequesis, como algo negativo, que genera
pesimismo y sentimientos de culpa.
El salmista agradece con gozo la acción de Dios en su vida: “Te ensalzaré, Señor, porque me
has librado, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa”. La
existencia humana es terriblemente frágil. Nos acechan mil peligros. Estar vivos y disfrutando
de buena salud es un verdadero milagro. El salmista nos enseña a ser agradecidos. Muchas
veces nos quejamos por las pequeñas incomodidades que encontramos en la vida diaria,
olvidándonos de reconocer y agradecer tantas cosas maravillosas que ocurren en nuestra
vida.
En su II Carta a los Corintios, el apóstol Pablo motiva a los miembros de la comunidad a que
sean generosos: “Ya que sobresalen en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el
empeño y en el cariño que nos tienen, distínganse también ahora por su generosidad. A
continuación, hace dos precisiones: por qué ser generosos y cuál es la finalidad de esta
generosidad:
¿Por qué ser generosos? “Bien sabemos lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo:
siendo rico, por ustedes se hizo pobre, para que ustedes, con su pobreza, se hagan ricos”.
Y, ¿cuál es la finalidad que se busca? “Se trata de nivelar. En el momento actual, la
abundancia de ustedes remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos
remediará la falta de ustedes; así habrá nivelación”. En la mente de Pablo la generosidad que
se solidariza con las carencias de los hermanos genera unas dinámicas que permiten superar
los desequilibrios y desniveles sociales.
Finalmente, llegamos al relato del evangelista Marcos, quien narra la resurrección de la hija de
Jairo, un israelita piadoso que trabajaba en una de las sinagogas de la región. Con una fe
profunda pide la intervención del Maestro, y le pide que imponga las manos a su hija
moribunda. Jesús se conmueve ante el dolor de este padre de familia y resucita a su hija de
doce años. Él muestra su dominio sobre la muerte.
Esta rápida visión de conjunto de los textos bíblicos que propone a nuestra consideración la
liturgia de este domingo, es una invitación para revisar el clima espiritual de cada uno de
nosotros. No dejemos que el pesimismo eche raíces en nuestro interior; no escuchemos las
falsas noticias que circulan por las redes sociales. Asimilemos el mensaje del Papa Francisco
que nos habla del Gozo del Evangelio y la Alegría del Amor.
"
Juan Bautista, un personaje muy
singular
Domingo Junio 24 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
En ese devenir histórico de los principios éticos judeo-cristianos, podemos identificar dos
momentos estelares: El primero de ellos tuvo como protagonista a Moisés, el gran líder de
Israel; el segundo tuvo como protagonista a Jesucristo, plenitud de la Revelación.
Veamos cuál es el aporte de cada uno de ellos respecto al comportamiento ético de los
creyentes. Ese es el tema de meditación que nos proponen las lecturas de este domingo.
Empecemos por los aportes que nos hace el libro del Deuteronomio. Para poder comprender
los principios éticos del pueblo de Israel, es necesario recordar qué lo diferenciaba de los
pueblos vecinos. El factor diferenciador de su historia es el monoteísmo. Israel, a diferencia de
los pueblos circundantes, creía en un Dios único, trascendente, personal, que había tomado la
iniciativa de establecer una alianza con el pueblo de su elección. Esta es la experiencia
fundacional de Israel, que le da su identidad religiosa, ética, cultural y política.
Moisés, el gran líder de la comunidad, presenta al pueblo la carta de navegación que deberá
orientar el comportamiento de los individuos y de las tribus, a partir de la experiencia central
del monoteísmo:
“Teme al Señor, tu Dios, y guarda todos sus preceptos y mandatos”
“Escucha Israel: el Señor es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que hoy te he
transmitido”.
Alrededor de la fe en Dios, se articulan todos los deberes individuales y sociales: el respeto a
la vida, el cumplimiento de los compromisos adquiridos, la familia, la sexualidad, la actividad
económica, etc.
Moisés destaca los beneficios que tendrán quienes ajusten sus comportamientos a estos
principios éticos: “Cúmplelos siempre y así prolongarás tu vida; guárdalos y ponlos en práctica
para que seas feliz y te multipliques”.
La experiencia histórica le da la razón a estos sabios principios que Moisés propone a la
comunidad de Israel. Cuando la sociedad da la espalda a Dios, Éste es substituido por el
Estado o el Partido o el Dinero. Cuando desaparecen los principios religiosos, fácilmente
desaparecen las fronteras entre el bien y el mal, y la ética es sacrificada para favorecer otros
intereses: los derechos humanos son pisoteados, no se respetan los compromisos adquiridos,
la familia salta en mil pedazos, la sexualidad se desborda y la ambición no conoce límites.
La ética propuesta por Moisés es un elemento central de la convivencia civilizada. Fue
propuesta hace muchos siglos y conserva su vigencia en nuestros tiempos. Cuando los
sistemas políticos la han olvidado, las consecuencias sociales han sido desastrosas. De ahí la
importancia histórica de estos principios.
Pasemos ahora al relato del evangelista Marcos. Jesús pone en marcha una segunda
revolución ética. Es un gran salto cualitativo en el campo de los principios éticos dentro de la
tradición judeo-cristiana.
Un escriba la pregunta a Jesús: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”. Se trata
de una pregunta difícil porque, en el Judaísmo de tiempos de Jesús, se había desarrollado un
cuerpo normativo sumamente complejo; los judíos estaban sometidos a cientos de
mandamientos y normas. De ahí la pertinencia de la pregunta que hace el escriba.
La respuesta de Jesús sorprende por su precisión: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor,
nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.
Con esta respuesta de Jesús quedan superados los debates a los que dedicaban muchas
horas los doctores de la Ley. En estos dos mandamientos se sintetizan todos los preceptos.
Más aún, estos dos mandamientos son inseparables.
Esta lección sobre los principios y valores que nos da Jesús debe llevarnos a un sincero
examen de conciencia. Hay personas que se reconocen como creyentes, pero su corazón
está invadido por los rencores y deseos de venganza. Son incompatibles el amor a Dios y el
odio a las personas.
En países destrozados por los conflictos, es natural que existan heridas profundas. Por eso el
largo y tortuoso camino de la paz exige un acompañamiento para que se puedan dar los
procesos de sanación interior.
En Colombia, durante las últimas semanas hemos podido conocer el desgarrador testimonio
de las víctimas del conflicto armado que estuvieron durante años secuestradas por la guerrilla
de las FARC. Estas víctimas están dispuestas a perdonar, pero exigen conocer toda la verdad
de los hechos y que los victimarios den la cara. Una cosa es el discurso teórico sobre el amor
a Dios y al prójimo, y otra cosa muy distinta es haber estado atado con cadenas como en los
peores tiempos de la esclavitud. La reconciliación del país tomará muchos años y exige la
activa participación de los organismos del Estado, la sociedad civil y las comunidades
eclesiales.
Las lecturas de este domingo nos han invitado a reflexionar sobre dos momentos estelares de
la evolución de los principios éticos dentro de la tradición judeo-cristiana, cuyos grandes
protagonistas han sido Moisés y Jesús:
Moisés propone la estructura básica que regula las relaciones con Dios y con el entorno
social, teniendo como eje la creencia en un Dios único, trascendente y personal.
Jesús propone el amor a Dios y al prójimo como la síntesis suprema de la ética de los
creyentes.
Esto nos exige superar incoherencias como, por ejemplo, afirmar que creemos en Dios pero
que no descansaremos hasta que hayamos logrado vengarnos de alguien que nos ha hecho
mal. El carácter inseparable del amor a Dios y al prójimo muestra la unión indisoluble entre fe
y justicia.
Significado de la Ascensión para el
Señor, los discípulos y la Iglesia
Domingo Mayo 13 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Pascua
"Empecemos por el relato de los Hechos de los Apóstoles. Nos presenta el impactante
testimonio de una comunidad con unos fuertes vínculos de solidaridad: “Tenían un solo
corazón y una sola alma”. Y esta profunda comunión entre ellos se expresaba en una
solidaridad operante en la vida diaria. La Comunidad Apostólica no pronunciaba elocuentes
discursos sobre el amor al prójimo. Su testimonio valía más que mil discursos. Estos primeros
cristianos siguieron las huellas de su Maestro, quien pasó haciendo el bien. La comunidad
tiene conciencia de ser prolongación del amor misericordioso del Señor. Para ayudar a los
hermanos no hay que hacer investigaciones muy sofisticadas; basta abrir los ojos para
encontrar, muy cerca de nosotros, un amplio abanico de necesidades y sufrimiento: pobreza,
soledad, violencia…
El Papa Francisco nos exhorta continuamente a que seamos una Iglesia en salida, con los
brazos abiertos para acoger y apoyar. Las obras sociales de la Iglesia no pueden gestionarse
como frías estructuras que apoyan proyectos. Tienen que tener corazón y favorecer la
creación de auténticas comunidades que asuman la conducción de sus propios asuntos.
Exploremos ahora el texto de la I Carta del apóstol san Juan. De ese texto queremos destacar
cómo la fe es el motor de las comunidades: “Nuestra fe es la que nos ha dado la victoria sobre
el mundo. Porque, ¿quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de
Dios”. La acción evangelizadora de la Iglesia no es un proyecto humano ni estamos
comprometidos con ella por razones de conveniencia. Hemos recibido una misión: “Como el
Padre me ha enviado, así también los envío yo”. No pertenecemos a la Iglesia para sacar
adelante un simple proyecto humano. Somos sembradores de la Palabra, colaboradores en la
construcción del Reino de Dios. De ahí la importancia de alimentar nuestra vida de fe con la
oración, la lectura de las Escrituras, la recepción de los sacramentos. Si no estamos llenos de
Dios no podremos comunicar un mensaje que sea creíble. La victoria sobre el mundo, de la
que habla el apóstol Juan en su I Carta, no es el resultado del uso de recursos humanos. Es
una victoria por Cristo, con Él y en Él.
Finalmente, reflexionemos sobre el texto de las dos apariciones de Jesús, que tienen como
personaje muy destacado al apóstol Tomás. A pesar de que nos separan dos mil años de
historia, su comportamiento es muy próximo a la escala de valores de nuestro tiempo. Tomás
actúa con la autosuficiencia de aquellos que se consideran poseedores de la verdad y
descalifican los argumentos y testimonios de los demás. Tomás descalifica el testimonio de
sus compañeros porque afirma que la verdad la posee él. Su ego lo enceguece: “Si no veo en
sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto
mi mano en costado, no creeré”. Es la subjetividad convertida en árbitro de la verdad.
Además, Tomás se comporta como un positivista duro, que solo reconoce como verdad lo que
es verificable empíricamente. En la comunidad científica abundan estos personajes que
descalifican cualquier tipo de reflexión que se sale de lo que es medible. Esta manera de leer
la realidad limita las posibilidades del espíritu humano que se pregunta continuamente por el
sentido de la realidad; y la pregunta por el sentido no se puede encerrar dentro de un
laboratorio de investigación.
Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Que estas lecturas del Nuevo Testamento
sobre las primeras comunidades cristianas sean fuente de inspiración para nuestras
comunidades (la parroquia, el equipo de matrimonios, los grupos juveniles, etc.), de manera
que vivamos intensamente la fe en el Señor resucitado, que nos mueve a tener un solo
corazón y una sola alma, y a comunicar al mundo esta maravillosa noticia del triunfo sobre la
muerte y el pecado.
"
Acompañemos al Señor en el
camino de la cruz
Domingo Marzo 25 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Cuaresma
Durante las semanas anteriores nos hemos preparado
para celebrar el hecho más significativo de la historia
de la humanidad: El Hijo eterno del Padre, que se ha
hecho hombre por amor a nosotros, muere crucificado
para que nuestros pecados sean perdonados. Su
muerte en la cruz no pone punto final a su testimonio
de entrega; el Padre lo resucita de entre los muertos y
lo proclama Señor del universo.
"Estos acontecimientos son motivo de escándalo para muchos. Analizados a la luz de la lógica
humana eran un absurdo impensable, pero el amor infinito de Dios hizo que sucediera lo
inimaginable.
En las ceremonias del domingo de Ramos comienza una semana de gran intensidad religiosa.
Los motivo para que no seamos simples espectadores, sino actores presenciales de algo que
nos supera; estamos ante la más horrenda tempestad de odio que se haya desatado contra un
inocente.
Iniciemos esta semana procurando descifrar los sentimientos del corazón de Cristo. Cuando Él
se acerca a Jerusalén, sabe lo que le espera. El conflicto con los dirigentes religiosos ha
llegado a un punto de no retorno, porque Jesús ha desenmascarado sus manipulaciones y
trampas. Sus enemigos han llegado a la conclusión de que deben eliminarlo, y acechan la
ocasión propicia. Jesús, conocedor de lo que le espera, siente miedo. Pero no vacila en su
total obediencia a la misión que le ha asignado el Padre. Llegará hasta el final.
Sus discípulos están muy nerviosos, porque han llegado hasta ellos los rumores de la
conjuración que se ha puesto en movimiento contra su Maestro. Ellos, que lo han oído
predicar y han sido testigos de sus milagros en favor de los que sufren, están aterrados. En
consecuencia, Jesús encuentra poco apoyo en sus inmediatos colaboradores; Él, la víctima,
debe consolarlos y animarlos.
No asistamos a las ceremonias de la Semana Santa con el gesto aburrido de quien ha visto la
misma película en repetidas ocasiones. Dejémonos sorprender por los acontecimientos que
conmemoramos a través de la liturgia:
El Jueves Santo valoremos el gesto humilde de Jesús que lava los pies de sus discípulos e
instituye el sacramento de la Eucaristía, que es el regalo más maravilloso que podemos
recibir; sus palabras nos llenan de esperanza: “El que come de este pan vivirá para siempre”.
El Viernes Santo acompañemos al Señor por la Vía Dolorosa. La brutalidad humana se
enseña contra este hombre cuyas manos no hicieron otra cosa que bendecir y ayudar. Las
últimas palabras que pronunció desde la Cruz son un inolvidable testamento espiritual.
Y cuando parecía que todos los sueños de unos cielos nuevos y de una tierra nueva habían
sido sepultados bajo la piedra del sepulcro, al amanecer del domingo los primeros testigos
descubren la tumba vacía y escuchan el mensaje de los ángeles que anunciaban que el Señor
estaba vivo.
No registremos con apatía este anuncio: ¡El Señor vive! ¡Ha triunfado sobre la muerte! ¡Su
triunfo es nuestro triunfo y es fuente de esperanza!
Hoy domingo de Ramos empezamos a celebrar estos acontecimientos que cambiaron el curso
de la humanidad.
Después de estos comentarios generales sobre el significado de la Semana Santa,
focalicémonos en el sentido del Domingo de Ramos
Durante siglos, los profetas habían anunciado que un descendiente de la estirpe de David
reinaría para siempre en la ciudad santa. Pues bien, ese día ha llegado. Jesús, el Mesías,
entra solemnemente en Jerusalén, la ciudad de David, capital religiosa y política.
Pero se trata de una toma de posesión muy curiosa, atípica. El Mesías no entra rodeado del
esplendor de los desfiles militares. Lo hace con absoluta sencillez. Sin pretensiones. Para
comprender esto vale la pena repasar el texto de la Carta de san Pablo a los Filipenses que
acabamos de escuchar: “Cristo, siendo Dios, no consideró que debería aferrarse a las
prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo
tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres”.
El Mesías que toma posesión de su capital no se comporta de acuerdo con el guion
convencional que sería de esperar en circunstancias tan especiales. Entra en un burrito, y son
los pobres y los niños quienes le dan la bienvenida y ven en Él al enviado de Dios; su mirada
simple percibe lo que los poderosos, cegados por el odio, eran incapaces de valorar.
La manera como el Maestro entra en Jerusalén es una elocuente lección para la presencia de
la Iglesia en medio de la sociedad. La comunidad rechaza a aquellos pastores que actúan
como poderosos señores y exigen que les rindan homenajes. Los pastores de la Iglesia serán
acogidos en la medida en que se presenten como servidores de la comunidad.
Vivamos, pues, estos días santos con recogimiento. Acompañemos al Señor en el
cumplimiento de su misión. Y agradezcamos su inmensa generosidad al dar su vida por
nosotros.
Significado de la alianza nueva y
eterna
Domingo Marzo 18 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Cuaresma
"En el texto de la Carta a los Efesios que acabamos de escuchar, encontramos una fiel
descripción de esta tensión: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes porque
nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y Él nos dio la vida con Cristo y en
Cristo”.
Este es el mensaje central de este domingo: “Estábamos muertos y Él nos dio la vida”. Este
mensaje central, que nos prepara para comprender el sentido profundo de la Semana Santa,
es desarrollado con gran profundidad por las lecturas que acabamos de escuchar.
En primer lugar, profundicemos en la expresión de san Pablo: “Estábamos muertos”. Para ello,
vayamos a la primera lectura, tomada del II Libro de las Crónicas. Allí se relata uno de los
acontecimientos más dolorosos vividos por el pueblo de Israel. Se trata del destierro a
Babilonia. El autor del Antiguo Testamento describe, con crudo realismo, los antecedentes de
esta tragedia, la cual termina por voluntad de Ciro, rey de Persia.
Los dirigentes religiosos y políticos de Israel, así como el pueblo, perdieron el rumbo, como si
una locura colectiva se hubiera apoderado de las mentes y voluntades de todos. Ese caos
moral y religioso es descrito en pocas palabras: “Multiplicaron sus infidelidades, practicando
todas las abominables costumbres de los paganos”. Dieron la espalda a la Alianza y olvidaron
las infinitas muestras de amor que Yahvé había tenido con ellos. Como un padre busca
corregir al hijo extraviado, Yahvé envió mensajeros para exhortarlos a la conversión.
Pero nada sirvió. Vino, entonces, una medida pedagógica radical, y Dios permitió que el rey de
los caldeos irrumpiera en sus territorios. Fue un huracán que arrasó todo lo que encontró. Los
sobrevivientes fueron llevados como esclavos a Babilonia. Era necesaria esta medida radical
para que el pueblo reaccionara, tomara conciencia del abismo en que había caído y pidiera el
perdón de Dios.
El salmo 136, que acabamos de escuchar, es un poema muy triste, que expresa los
sentimientos de los expatriados que añoraban su tierra: “Junto a los ríos de Babilonia nos
sentábamos a llorar de nostalgia; de los sauces que estaban en la orilla colgábamos nuestras
arpas”.
Estos dos textos que acabamos de escuchar, el II Libro de las Crónicas y el salmo 136, nos
permiten comprender el significado de la expresión de san Pablo en su Carta a los Efesios,
quien afirma que “estábamos muertos por nuestros pecados”. La cruda descripción de la
cautividad de Babilonia y la triste canción del salmista nos permiten comprender un poco el
lado oscuro de la existencia humana.
Al llegar al Evangelio, esa oscuridad se llena de luz. Es el amor de Dios que supera las
locuras de la infidelidad humana. Aquí leemos un texto que nos estremece por su profundidad:
“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no
perezca, sino que tenga vida eterna”. Este texto nos da la clave para comprender el misterio
de la salvación, no desde la lógica humana sino desde el amor. El misterio de la redención no
tiene otra explicación que el amor infinito de Dios.
Si nuestra mente trata de encontrar una explicación diferente de la redención, se tropieza con
una muralla infranqueable: la infinitud de Dios frente a la insignificancia del ser humano dentro
del universo; la santidad de Dios vs. la maldad humana. Solo el amor infinito puede superar
esa muralla.
En este texto del evangelista Juan encontramos unas afirmaciones que nos llenan de
esperanza:
“Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él”.
“El que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras
están hechas según Dios”.
Muchas veces los fracasos y las crisis nos roban la alegría de vivir. Quedamos sin energía.
Nos sentimos tan deprimidos como el salmista exiliado que, junto a los ríos de Babilonia,
evocaba con nostalgia a su patria. Los seguidores de Jesús resucitado tenemos que ser
mujeres y hombres de esperanza. No podemos declararnos vencidos. El amor infinito de Dios
es fuente de energía, paz y confianza.
Los invito, pues, a meditar estos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que nos va
presentando cada domingo la liturgia. Ellos nos ilustrarán sobre el sentido de las
celebraciones pascuales que, para muchos bautizados, son unas vacaciones desconociendo
la magnitud del regalo que Dios nos hace."
La Cuaresma es un viaje hacia
nuestra interioridad
Domingo Febrero 18 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Cuaresma
"Lecturas:
Profeta Isaías 22, 19-23
Carta de san Pablo a los Romanos 11, 33-36
Mateo 16, 13-20
Pues bien, en esta compleja problemática de la incertidumbre sobre el futuro, san Pablo, en el
pasaje de la Carta a los Romanos que acabamos de escuchar, nos invita a dirigir nuestros
ojos hacia Dios y su infinita sabiduría. ¡Nuestro futuro no está escrito en la carta astral ni las
compañías de seguros pueden ofrecernos una póliza que nos proteja de todos los riesgos que
gravitan sobre nosotros!
Al leer pausadamente este texto de la Carta a los Romanos, encontramos elementos muy
ricos que iluminan nuestros interrogantes e incertidumbres. El apóstol Pablo empieza con una
vigorosa confesión: “¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios!” El Padre que
amorosamente nos ha llamado a la vida es la plenitud de la sabiduría, es la fuente de la
verdad. La existencia humana es un peregrinar en búsqueda de la plenitud que se nos
manifestará cuando lleguemos a la morada definitiva que Él nos tiene preparada.
Después de esta vigorosa confesión, el apóstol Pablo hace una aguda observación que pone
de manifiesto el abismo infinito que existe entre el Creador y las creaturas: “¡Qué
impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos!” Vale la pena que nos
detengamos a profundizar en esta afirmación.
Los seres humanos tratamos de comprender los designios de Dios aplicando las herramientas
que utilizamos para analizar las realidades humanas. Creemos que Dios obra siguiendo la
lógica nuestra. Argumentos tales como la utilidad, la conveniencia, la relación costo-beneficio,
que tienen tanto peso en las decisiones humanas, desaparecen cuando entramos en la órbita
de la sabiduría divina. Lo único que nos queda es repetir las palabras de san Pablo: “¡Qué
impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos!”
Por no reconocer esta realidad, principio y fundamento de nuestra existencia, pretendemos
dictarle a Dios el guion de lo que debe hacer. Esto se pone de manifiesto cuando oramos; en
nuestras peticiones detallamos cuáles son los resultados que esperamos de su intervención y
cómo Él debe estar alineado para favorecer nuestros proyectos personales. A esta pretensión
de querer escribir el guion que debe recitar Dios, san Pablo comenta: “¿Quién ha conocido
jamás el pensamiento del Señor o ha llegado a ser su consejero?”
El camino que nos corresponde seguir es repetir, desde el fondo del corazón, las palabras del
Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” y emprender la búsqueda
humilde de la voluntad de Dios para cada uno de nosotros. Esa es la ruta que nos conducirá a
la plenitud de nuestras aspiraciones. Nos dice san Pablo: “En efecto, todo proviene de Dios,
todo ha sido hecho por Él y todo está orientado hacia Él. A Él la gloria por los siglos de los
siglos”.
¿Cómo descubrir, entonces, el plan de Dios? Recordemos que Jesucristo, revelador del
Padre, nos ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Si queremos llegar al Padre,
sigamos a Jesús.
Esto nos lleva a la página del evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, donde Jesús
pregunta a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Esta pregunta es muy fuerte.
Desde los comienzos del Cristianismo, algunos movimientos religiosos han pretendido atenuar
o, lo que es peor, negar la naturaleza divina de Jesús, presentándolo como un simple hombre
que recorrió los caminos de Tierra Santa anunciando un mensaje de fraternidad. ¡Atención!
Debemos proclamar integralmente la buena nueva de Jesucristo, que es el Hijo eterno del
Padre que asumió nuestra condición humana. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero
hombre. En Él llega a su plenitud la auto-manifestación de Dios a la humanidad. El Espíritu
Santo inspira al apóstol Pedro para que responda a la pregunta de Jesús: “Tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios vivo”. Después de la resurrección, los apóstoles comprenderán en profundidad
el alcance de esa confesión de fe.
¿Cómo descubriremos el plan de Dios sobre cada uno de nosotros? Poniendo en práctica el
Sermón de las Bienaventuranzas y el mandamiento del amor. A través del lenguaje sencillo de
las parábolas, Jesús nos fue descubriendo la oferta de salvación.
¿A dónde nos conducen estas reflexiones? Es tarea inútil tratar de comprender, desde nuestra
limitación y finitud, los designios de Dios. No pretendamos aplicar la lógica humana para
interpretar sus caminos. No queramos escribir el guion que Dios debería recitar para
responder a nuestras peticiones. Entreguémonos confiadamente a su providencia. A medida
que profundicemos en la persona de Jesús y en su mensaje, iremos afinando nuestros
sentidos interiores para percibir la voz del Espíritu que nos muestra el camino. Confianza y
docilidad resumen la actitud del creyente que busca vivir según la voluntad de Dios."
La universalidad de la salvación,
una propuesta a un mundo
fragmentado
Domingo Agosto 20 de 2017
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
En el relato que acabamos de escuchar, el Maestro somete a sus discípulos a una experiencia
extrema para calibrar cómo van madurando en la fe. Es como la mamá que permite que su
pequeño hijo empiece a explorar el mundo que lo rodea y aprenda a resolver situaciones
nuevas. El niño cree estar solo, pero en realidad no lo está, pues la discreta presencia
protectora de la mamá está atenta para intervenir si fuera necesario. Es interesante leer este
relato del Nuevo Testamento en clave pedagógica para comprender cómo el divino Maestro
busca fortalecer la fe de sus discípulos en medio de las tribulaciones.
El evangelista Mateo nos describe el contexto: “Inmediatamente después de la multiplicación
de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a una barca y se dirigieran a la otra
orilla. Esta descripción de Mateo no solo contiene la secuencia de unos hechos: primero
ocurrió la multiplicación y después les pidió que subieran a la barca. No. Aquí encontramos
una sabia intencionalidad formativa. El milagro de la multiplicación de los panes había
causado admiración y euforia en todos aquellos que lo habían presenciado. Podemos
imaginar los comentarios de todos los testigos.
El Maestro no quiere que sus discípulos se sientan protagonistas ni que un cierto triunfalismo
distorsione el sentido del Reino que Él está anunciando. Para ello les prepara una experiencia
pedagógica fuerte, que no olvidarán en sus vidas. Esta experiencia está constituida por cuatro
elementos: 1° solos; 2° en aguas profundas; 3°oleaje muy fuerte; 4° oscuridad. Estos cuatro
elementos hacen que desaparezca la euforia que acababan de vivir y se sientan
absolutamente frágiles y necesitados de salvación. Los momentos de éxito refuerzan nuestro
ego; en las crisis tomamos conciencia de nuestra fragilidad y nos acordamos de Dios. Allí
comprendemos que la salvación no depende de nosotros, sino que es un don.
El pánico se apodera de ellos y obnubila su capacidad de juicio. El Señor se les ha acercado,
pero son incapaces de reconocerlo; exclaman: “¡Es un fantasma! Y daban gritos de terror”. Es
posible que alguna vez nos hayamos sentido gravemente amenazados y se haya bloqueado
nuestra capacidad de ver y juzgar.
A continuación, Jesús pronuncia unas palabras que constituyen un poderoso mensaje, no solo
para sus discípulos aterrorizados, sino para sus seguidores de todos los tiempos:
“Tranquilícense y no teman. Soy yo”. Dejemos que estas palabras resuenen en nuestro
interior. No estamos solos. Aunque algunas veces nos hayamos sentido como los discípulos
(solos; en aguas profundas; con olas violentas y en plena oscuridad), el buen Jesús es nuestro
compañero de viaje que jamás nos abandona.
En medio de la situación tan tensa que viven, Pedro, el impulsivo del grupo, interviene. Sus
compañeros ya estaban familiarizados con este tipo de reacciones: “Señor, si eres tú,
mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Y se lanzó al agua, pero su fe no era lo
suficientemente sólida; dudó y empezó a hundirse. Jesús le tendió la mano y le dijo: “Hombre
de poca fe, ¿por qué dudaste?”. Los discípulos jamás olvidarían esta experiencia de la
tempestad.
En esta eucaristía dominical pidamos al Señor que fortalezca nuestra fe, pues nos sentimos
terriblemente frágiles y solos; y hemos dudado como Pedro. En medio de la confusión que nos
rodea, resuenan las palabras de Jesús: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.
Enriquezcamos esta lección sobre la fe, entendida como confianza absoluta en Él, con la
experiencia de oración que vive el profeta Elías. Yahvé lo invita a salir de la cueva en que se
refugiaba “porque el Señor va a pasar”. Este delicado texto del Antiguo Testamento utiliza
unas imágenes tomadas de la naturaleza para decirnos que Dios se manifiesta a través de lo
cotidiano, de las cosas sencillas, y que no debemos esperar acontecimientos prodigiosos, que
no son los modos más usuales de comunicarse. El autor sagrado describe la acción de
poderosas fuerzas de la naturaleza – viento huracanado, terremoto, fuego – pero en ninguno
de estos fenómenos sobrecogedores estaba Dios. Y a continuación leemos: “Después del
fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el
manto y salió a la entrada de la cueva”. Allí sí estaba presente Dios.
Este delicado texto es una invitación a fomentar en nosotros una oración contemplativa, en la
que sobran los razonamientos y las palabras. Es afinar nuestros sentidos interiores para
escuchar el suave murmullo del Espíritu y leer las finas líneas de los signos de los tiempos. Es
imposible escuchar y leer interiormente si nuestras vidas transcurren en un activismo
desbordado lleno de ruidos y distracciones. Aunque vivamos muy ocupados, en nuestra
agenda diaria debemos reservar unos espacios para dialogar reposadamente con Dios y
contemplar los misterios de la redención.
Jesucristo se nos manifiesta como
nuestro Señor y Salvador
Domingo Agosto 06 de 2017
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
"++++ Lecturas:
Para comprender mejor la importancia de esta experiencia que vivieron los tres discípulos
(Pedro, Santiago y Juan), recordemos las palabras de san Pablo en su Carta a los Filipenses:
“Aunque era de naturaleza divina, no insistió en ser igual a Dios, sino que hizo a un lado lo
que le era propio, y tomando naturaleza de siervo nació como hombre”. El Hijo eterno del
Padre se despojó de los atributos de la divinidad para asumir nuestra condición humana.
Durante la vida terrena de Jesús, el tema de su identidad alimentó un debate que fue
aumentando hasta que el hecho de la resurrección dio sentido a los acontecimientos
anteriores. Para los vecinos de Nazaret, Jesús era el hijo del carpintero; un muchacho como
los demás muchachos del pueblo. Cuando inició su vida pública, su forma de hablar y los
milagros que realizaba plantearon mil interrogantes: ¿quién es éste?, ¿cómo se explica la
profundidad de sus enseñanzas?, ¿de dónde le viene el poder para realizar los prodigios que
hemos visto?, ¿será que Elías o Juan Bautista han regresado? Sus seguidores y sus
enemigos hacían mil conjeturas.
En este momento de nuestra meditación dominical, conviene recordar que la revelación fue
gradual. En el Antiguo Testamento, Yahvé fue manifestando poco a poco su plan de salvación;
fue un aprendizaje a través de las experiencias vividas por el pueblo. Igualmente, Jesucristo
fue revelando gradualmente el Reino de los Cielos a través de sus parábolas y milagros, hasta
el clímax de la Pascua.
En el texto del evangelista Mateo que acabamos de escuchar, se manifiesta la gloria de Dios y
se proclama la verdadera identidad de ese profeta que recorría los caminos de Tierra Santa
anunciando la Buena Noticia de la salvación. La promesa de un Mesías finalmente se había
realizado. Leamos atentamente la crónica de san Mateo, que contiene rasgos de gran
significado teológico.
Se trata de una experiencia muy restringida: “Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y a
Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con Él a un monte elevado”. Estos tres
apóstoles tenían una cercanía especial con el Señor y estaban llamados a ejercer un liderazgo
dentro del grupo de sus seguidores.
La Transfiguración del Señor tiene lugar en la cumbre de un monte. No es accidental la
elección de este lugar. Alcanzar la cima de una montaña y contemplar el horizonte produce en
nosotros algo muy especial. Nos sentimos sobrecogidos por el silencio y la inmensidad; en
pocas palabras, nos sentimos en comunión con el infinito. Esta experiencia antropológica ha
sido interpretada por las diversas religiones, que han erigido sus santuarios en las montañas.
En la cumbre de un monte, Yahvé entregó las Tablas de la Ley a Moisés; en la cumbre de una
montaña, Jesús, el hijo del carpintero, es proclamado como el Hijo amado del Padre; en la
cumbre de una montaña, Jesucristo resucitado asciende al cielo como Señor del universo.
El evangelista Mateo nos describe una escenografía muy especial, que recoge los elementos
comunes de las teofanías o manifestaciones solemnes de Dios en la historia de la salvación.
Leamos el relato que nos hace Mateo: “Su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus
vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y
Elías, conversando con Jesús […] Una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que
decía: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”.
Jesucristo, el Hijo eterno de Dios encarnado, aparece en la plenitud de su gloria, de la cual se
había despojado para asumir nuestra condición humana. Por eso los tres testigos caen en
tierra, aterrados ante la manifestación de la gloria de Dios.
¿Cuál es el significado de la presencia de Moisés y Elías en la cumbre del monte, junto a
Jesús? Estos dos personajes del Antiguo Testamento son los máximos representantes de la
Ley y los Profetas, que fueron las dos columnas de la promesa hecha por Yahvé a Abrahán y
sus descendientes. Su presencia significa que Jesucristo es el punto de llegada de ese primer
capítulo de la historia de la salvación. Él es la realización de la promesa y con Él comienza a
escribirse un nuevo capítulo. El Reino ya no es una promesa sino una realidad. Es como una
nueva creación.
En medio de este solemne escenario, llama la atención la propuesta de Pedro: “Señor, ¡qué
bueno sería quedarnos aquí! Si quieres haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías”. La ingenuidad de Pedro nos hace sonreír, pues quiere prolongar en
el tiempo esta experiencia única; los seres humanos quisiéramos prolongar los momentos de
felicidad, que sabemos fugaces, antes de regresar a la rutina diaria. Al escuchar la propuesta
de Pedro, Jesús los vuelve a conectar con la realidad: “Levántense y no teman”. La vida debe
continuar. Pero después de lo que han vivido, los puntos de referencia son diferentes.
¿Por qué Jesús les exige silencio sobre lo que han visto y oído? “No le cuenten a nadie lo
que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”. La
experiencia vivida en la cumbre del monte sobrepasa la capacidad de comprensión de los
apóstoles. Expresiones tales como “Éste es mi Hijo muy amado” y “hasta que haya resucitado
de entre los muertos” no son asimilables en este momento de su formación. Estas
expresiones, que los confunden, tendrán pleno sentido después de la experiencia de la
Pascua.
Que esta fiesta de la Transfiguración del Señor sea un paso más en el conocimiento de
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
La salvación no es derecho
adquirido ni reivindicación salarial
Domingo Septiembre 24 de 2017
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario
"En el profeta Isaías leemos: “Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar; invóquenlo
mientras está cerca”.
El evangelista Mateo nos transmite la parábola de los empleados contratados, en diversos
momentos, para trabajar en una viña; al finalizar la jornada, todos recibieron la misma paga.
Empecemos por profundizar en el tema propuesto por el profeta Isaías, la búsqueda de Dios.
En sus escritos, san Agustín registra una íntima experiencia interior: “Nos hiciste, Señor, para
ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”. Con estas palabras, san
Agustín expresa una dinámica que está impresa en lo más profundo de nuestro ser, y es la
búsqueda del Absoluto. No nos dejan satisfechos los goces materiales; las pequeñas
verdades que vamos descubriendo nos plantean nuevas preguntas. Somos peregrinos de la
Verdad, del Amor y del Sentido.
Pensadores de todos los tiempos han tratado de explicar este impulso, y han elaborado sus
teorías a partir de la psicología, la antropología, la biología, la filosofía, la teología, etc. En
nuestra época, ha alcanzado gran notoriedad un científico inglés, Richard Dawkins, ateo
militante, quien escribe sobre el espejismo de Dios.
A partir de las palabras del profeta Isaías, los invito a revisar cuál ha sido nuestro camino
personal en la búsqueda de Dios. Cada itinerario es diferente; las experiencias fuertes de
nuestro encuentro con la Trascendencia pueden ser, entre otras, la contemplación de la
naturaleza, la lectura de la Biblia, el servicio a los demás, una enfermedad, el amor, etc. En
fin, cada uno de nosotros ha sido un peregrino muy particular. Dios nos habla de múltiples
maneras. El acompañamiento espiritual apunta a que la persona descubra, en sus hechos de
vida, el llamado de Dios-amor.
Pasemos ahora a la parábola de los empleados contratados por el dueño de la viña.
Aunque los operarios empezaron a trabajar en diversos momentos del día, todos recibieron al
final la misma cantidad de dinero, lo cual fue motivo de protestas: “Estos que llegaron a lo
último solo trabajaron una hora, y, sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que
soportamos el peso del día y del calor”.
¿El patrón está cometiendo una injusticia? Un avance social muy significativo ha sido la
protección de los derechos de los trabajadores: remuneración justa, seguridad social, límites
en las horas de trabajo, vacaciones, etc. La protesta de los empleados de la viña tiene toda la
justificación desde la lógica de los derechos adquiridos y las justas reivindicaciones salariales.
En derecho laboral, no pueden ganar lo mismo quienes lo hicieron desde el comienzo del día y
los que se vincularon al final.
Lo interesante de esta parábola es la invitación a no confundir las reglas de juego de la
contratación laboral y la obtención de la gracia de Dios. Estamos en dos escenarios
completamente diferentes.
Hay quienes piensan que actuando de determinada manera y cumpliendo con unos ritos y
normas, adquieren unos derechos ante Dios, y los reclaman con vehemencia. Eso creían los
fariseos que se sentían dueños de la promesa de salvación y despreciaban a los que no
pertenecían a este exclusivo club: los extranjeros, los cobradores de impuestos, las
prostitutas, los excluidos socialmente. Ellos se creían los poseedores de las llaves que daban
acceso a la santidad de Dios.
La lógica del derecho laboral no se aplica a la gracia de Dios. No somos titulares de unos
derechos que podemos exigir. La salvación es un don de Dios a la humanidad, ofrecido a
través de Jesucristo. No está circunscrito a un grupo de privilegiados. Es una oferta abierta a
todos los hombres y mujeres de buena voluntad que realizan una búsqueda sincera de la
verdad y del bien: el cristiano, el musulmán, el budista, el agnóstico, el ateo.
Sólo Dios conoce los misterios del corazón humano. De allí la importancia que revisten las
palabras del profeta Isaías, que exploramos al comienzo de nuestra meditación: “Busquen al
Señor mientras lo pueden encontrar”. Cada persona realiza su peregrinación interior; cada
experiencia es diferente por los contextos sociales e historias personales. Pero el Espíritu
Santo actúa en todos: en la abuela campesina que reza fervorosamente a la Virgen de
Chiquinquirá, y en el incienso que quema el budista piadoso que busca el equilibrio interior.
Volvamos a la escena de los obreros de la viña. Al final, todos recibieron el mismo salario, un
denario. No interpretemos esta paga en términos estrictamente económicos o de capacidad
adquisitiva. Hagamos una lectura simbólica: al final de nuestra jornada en este mundo,
confiamos que el buen Dios nos acogerá como Padre amoroso para disfrutar de la plenitud
gracias a la pascua de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. La salvación no es un derecho
adquirido a partir de nuestro esfuerzo personal, sino un don que acogemos con infinito
agradecimiento. Como creaturas limitadas e insignificantes, no podemos exigir ser revestidos
de inmortalidad.
"
Pistas para la homilía
Domingo Julio 30 de 2017
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
"Pues bien, muchos católicos de corte tradicional creen que basta con cumplir con unos
mínimos éticos y asistir de vez en cuando a los ritos religiosos para tener la conciencia
tranquila. En el texto que acabamos de escuchar de la Carta de san Pablo a los Filipenses, el
apóstol nos cambia la lectura de los mínimos éticos con los que se conforman muchos
bautizados, y nos presenta un ideal sublime: “Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo
Jesús”. Si este fuera el criterio inspirador de nuestras actuaciones en el ámbito familiar y en la
vida social, la vida sería muy diferente; este clima de convivencia amable y colaborativa es
expresado por san Pablo en el texto que acabamos de escuchar: “Nada hagan por espíritu de
rivalidad ni presunción; antes bien, por humildad, cada uno considere a los demás como
superiores a sí mismo y no busque su propio interés, sino el del prójimo”.
Y, ¿qué significa tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús? Al meditar los relatos
evangélicos, comprendemos que Jesús no tuvo una agenda con intereses propios, sino que
siempre obró en obediencia a la voluntad del Padre; su dinamismo apostólico para la
implantación del Reino se nutrió de una oración intensa; todas sus palabras y acciones fueron
expresión de misericordia ante el dolor humano en todas sus manifestaciones (dolores
morales, afectivos, por motivos de salud o de exclusión social, etc.); sus preferidos fueron los
vulnerables y despreciados; su capacidad de amor sin límites lo llevó a dar la vida por
nosotros.
Evidentemente, existe un abismo entre los sentimientos de Jesucristo, el santo y el justo por
excelencia, y nuestro pequeño mundo interior plagado de egoísmo y envidia. Sin embargo,
con la ayuda del Señor, podremos avanzar en el conocimiento de su Persona y del Reino que
nos descubre a través de las parábolas. Mediante la contemplación de los misterios de su
vida, pasión, muerte y resurrección, irá creciendo en nosotros el hombre nuevo, y por la acción
del Espíritu Santo en nuestro interior, Cristo irá transformando nuestra manera de ver, juzgar y
actuar.
Como seres nuevos que hemos nacido a la vida de la gracia mediante el bautismo y la
participación en los sacramentos de la Iglesia, todos los días debemos resolver dilemas éticos.
No existe la fórmula mágica que nos indique cómo debemos tomar decisiones acertadas; las
situaciones son confusas; no siempre son evidentes los valores éticos que están en juego. Por
eso es tan pertinente la petición del Salmo que acabamos de recitar: “Descúbrenos, Señor, tus
caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina”.
Poco a poco, a través de la oración y la reflexión, se irán afinando nuestros sentidos interiores
para poder distinguir entre el bien y el mal, entre el plan de Dios y los proyectos humanos que
esconden motivaciones oscuras.
Debemos pedir incesantemente el don del discernimiento, que es la sabiduría espiritual para
identificar qué quiere Dios de nosotros en medio de la confusión reinante a nuestro alrededor.
A través de la oración y la reflexión iremos interiorizando los mismos sentimientos que tuvo
Jesús.
En medio de esta búsqueda espiritual, es inevitable reconocer la presencia del pecado, que
hace parte de nuestra historia personal y social. Nuestra condición pecadora se manifiesta de
muchas maneras: distracciones, desánimo, cansancio, auto-suficiencia, gratificación de los
sentidos, etc. La lista es infinita.
En el texto del evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, el Señor propone la parábola
del agricultor que pidió a sus hijos que le colaboraran en el cuidado de la viña. El primero de
los hijos dio una respuesta positiva, pero finalmente no fue; el segundo hijo inicialmente dijo
que no iría, pero terminó trabajando.
En estas dos respuestas es importante subrayar la volatilidad de las decisiones humanas.
Continuamente cambiamos de posición; el SÍ fácilmente se convierte en NO, y el NO puede
significar un SÍ. En la mayoría de los casos, estos cambios se producen caprichosamente,
improvisando. Estas variaciones en las decisiones que tomamos revelan una inestabilidad
interior y una aterradora superficialidad. Quienes así actúan, y desgraciadamente las mayorías
proceden de esta manera, son incapaces de establecer unas relaciones interpersonales
sólidas y de llevar adelante proyectos de envergadura. En cualquier momento se aburren y
abandonan el hogar o el proyecto en que estaban.
En esta eucaristía dominical pidámosle al Señor la gracia de vivir nuestros compromisos
bautismales, no simplemente contentándonos con cumplir unos mínimos, sino buscando
siempre actuar en coherencia con los sentimientos que tuvo Jesús. A través de la oración y la
reflexión vayamos avanzando en la capacidad de discernir y de ser coherentes con las
verdades que profesamos.
"
Dos inquietantes preguntas que nos
hace Jesús
Domingo Septiembre 16 de 2018
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
Ordinario