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LA TEOLOGÍA DE LA ESPERANZA HOY

En nuestra sociedad actual vemos que hay muchos problemas y angustias que
invaden el corazón del hombre, lo que lo hace perder la esperanza. Sin embargo,
ésta es una llama que se resiste a apagarse, sobre todo en el cristiano.
El hombre es, por naturaleza, un ser que espera. Me llamó la atención la frase del
artículo que dice: la esperanza es el lazo fuerte que une su presente imperfecto con
el futuro de su ser acabado y perfecto. El hombre está llamado siempre para
caminar a fin de ser mejor cada día. En la filosofía, pocos se han interesado por
este tema. Los griegos eran fatalistas y para ellos la esperanza era solamente un
estado pasional que alteraba la paz del alma. Con la llegada del cristianismo, la
esperanza es vista como signo y anticipación de aquello que será plenitud después
de la vida presente.
En Nietzsche la esperanza es concebida como el deseo dentro de la vida por
superarse a sí mismo, el super-hombre, que liberado de sus esclavitudes, alcanzará
el deseo de siempre: ser como dios. El que de verdad ha incorporado la esperanza
en la filosofía es Ernst Bloch. Él señala que es gracias a la naturaleza del hombre
lo que lo hace ser utópico, que siempre está llamado a alcanzar más. De aquí se
concluye que la esperanza es un camino para avanzar hacia el futuro y la razón no
abarca el destino final que le espera al hombre. Podemos decir que esto es una
esperanza meramente humana, que nos impulsa a seguir adelante.
Sin embargo, la esperanza que es cristiana tiene un fin más alto: alcanzar la
comunión con Dios. Moltmann dice que toda la predicación y existencia cristiana
y la Iglesia entera están caracterizadas por su orientación escatológica. Y esto hace
que la esperanza sea para el cristiano en la fuente de su inquietud y estímulo de su
acción. Aparte de Moltmann, ha habido diferentes teólogos que han expresado su
opinión sobre la esperanza, como Schillebeckx, J. B. Metz, J. Pieper, etc. En
América Latina se quiere evitar caer en el extremo de un escatologismo puramente
inmanentista y el puramente trascendental. Se propone aquí una esperanza
cristiana encarnada en la historia, una esperanza que sea profundamente humana.
Y esto lleva a la teología de la liberación.
En la teología de la esperanza, la naturaleza de Dios no está expresada
metafísicamente, sino más bien históricamente: Dios no es concebido como ser
supremo, verdad inmutable, sino como “Aquel que viene”, “potencia del futuro”.
Esto sustenta y tutela la libertad que tiene cada hombre para superar cada momento
presente. La revelación de Dios no se da de una vez por todas en el pasado, sino
que es algo progresivo, de promesa.
Cristo, además, es visto como lo que ha sido y es, pero también lo que será y lo
que se debe esperar de Él. La esperanza sólo se remite a Cristo, pero se espera algo
que no se ha cumplido: el cumplimiento de la justicia de Dios, la resurrección de
los muertos, su señorío y la culminación de todo.
La Iglesia también es vista desde la concepción escatológica: es vista en función
de la realización del reino de Dios que se producirá al final de los tiempos. La
Iglesia es como el germen del reino que esperamos llegue en plenitud. Algunos
autores entienden este reino como la culminación de la historia, otros lo conciben
como algo trascendente, otros como algo que se realiza ya desde aquí en la tierra.
La esperanza nos debe llevar a preparar el terreno hacia lo que viene.
Hemos hablado ya de dos tipos de esperanza: una humana y otra cristiana. Pero
podemos preguntarnos: ¿No podrán ser la misma?, o ¿acaso son distintas? Entre
las dos existen semejanzas y diferencias, que podremos verlas a continuación. San
Pablo VI señalaba que el hombre, por sí mismo, tiene “esperanzas a corto plazo”
que desea satisfacer, y una vez realizado, se vuelve a sentir cansado, vacío y
desanimado. El cristiano, en cambio, tiene una esperanza que busca el sumo bien
y que ese mismo bien le da la confianza y la gracia de conseguirlo. La esperanza
humana tiene motivos experimentables, accesibles a la razón; mira con fe el futuro.
Sus objetivos son inmanentes, en el tiempo y en el mundo y sus medios son
materiales. En cambio, la esperanza cristiana tiene como fundamento el pasado,
no el presente. Su fe se basa en Jesucristo, no en datos o información. Sus objetivos
no son inmanentes. Los medios son de orden espiritual, sin excluir los del mundo.
Por otra parte, no podemos hablar de una esperanza humana en general, sino de
esperanzas humanas diversas. Hay de dos tipos: una cerrada (reclama para sí todo
el hombre de forma material) y otra abierta (tiene como objetivo la felicidad del
hombre en este mundo, pero no excluye otra felicidad de otro orden). El cristiano
debe abrirse a la trascendencia y buscar la felicidad en este mundo, pero siempre
pensando en la felicidad que va más allá de lo material. La esperanza cristiana debe
ensanchar la esperanza humana, viendo que los grandes valores de la humanidad
(paz, justicia, verdad, amor) no son sino realizaciones parciales del gran plan que
Dios quiere para toda la humanidad, que en Cristo ha comenzado su realización
definitiva.

JAIRO MANRÍQUEZ ESPINOZA

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