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MARÍA: «TABERNÁCULO VIVO DE LA DIVINIDAD»

Hno. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti

En la Encarnación se formó el Cuerpo y la Sangre que Jesús ofrecerá por


nosotros en la Cena y entregará en la cruz, de modo que este misterio es condición
indispensable de toda realidad eucarística.
Muchas veces se ha estudiado la relación María-Iglesia, Iglesia-Eucaristía y
María-Eucaristía, pero poco se estudió sobre su interrelación fundamental1.
1. Eucaristía y Encarnación

Es en el seno de María que el Verbo de Dios se hizo por primera vez


«sacramento».
Efectivamente sacramento es un signo visible de una realidad invisible. Así,
Jesucristo hombre es el sacramento del Padre. Debemos recordar siempre que
quien se da a nosotros en la Eucaristía es Jesucristo hombre, el Verbo de Dios
que se encarnó en María.
San Juan explica que el Verbo de Dios se hace carne para ser alimento de
vida eterna y camino de salvación. Por eso Jesucristo inicia la Última Cena
manifestando su amor: «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin» (Jn
13,1). Esta Encarnación ha contado como condición de posibilidad con la
aceptación voluntaria de María. En la cruz, Jesucristo entrega el cuerpo que
engendra a la Iglesia que brota de su costado como la mujer brotó del costado de
Adán. La sangre y el agua son dadas al hombre después que Jesús entrega su
espíritu. Así, Espíritu, cuerpo y sangre, son los elementos de la Encarnación, del
nacimiento de la Iglesia, de la institución de la Eucaristía.
María está en el principio del nacimiento de la Iglesia, a través de su «parto
doloroso» a los pies de la cruz, donde se hizo Madre de la Iglesia nacida de la
muerte de su Hijo.
La parábola de la semilla2 evidencia que la tierra fecunda donde germinó la
semilla de la humanidad del Verbo fue María, que lo recibió con la integridad de
la esclava del Señor, haciéndose el «primer tabernáculo» de la historia, y el
«tabernáculo vivo de la divinidad», como afirma san Luis María Grignion de
Montfort.
Aquí encontramos la relación continua entre Jesús y María en todo el período
de la gestación: durante nueve meses, a cada segundo, era como si en ella ocurriera
una transubstanciación. Habiendo la Virgen Santísima ofrecido su cuerpo
inmaculado a Dios, Él tomaba los elementos maternos y los transubstanciaba, esto

1
Cf. AMATO. A. «Eucaristía». En: NDE, p. 720.
2
Cf. Mt 13,3-9 y 18-23; Mc 4,3-20; Lc 8,5-8 y 11-15.

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es, se volvían divinos a partir del momento en que pasaban a integrar la naturaleza
humana de esta Persona gestada, que es Dios3.
Jesús eucarístico no entra en relación con el sagrario, objeto material
desprovisto de razón, sin embargo, en María encontraba un «tabernáculo vivo»,
que respondía con sobrenatural perfección a esta relación intrínseca madre-hijo,
nacida de la Encarnación.
San Atanasio explica que fue de María «que el Verbo asumió como propio
aquel cuerpo que ofreció por nosotros» 4 . Efectivamente, el ángel utilizó la
expresión nacerá de ti y no en ti, para dejar teológicamente claro que Jesucristo
recibió la naturaleza humana en su totalidad de esta mujer elegida por Dios para
ser su colaboradora activa en la redención de la humanidad5.
La eficacia sacramental de las palabras de la consagración encuentra su
explicación en el misterio de la Encarnación: el cambio de sustancia es un misterio
real, como la encarnación del Verbo. Por este motivo, el medio para la realización
de la transubstanciación eucarística es la epíclesis, que invoca al mismo Espíritu
Santo que operó la Encarnación en el seno de María, para que opere la renovación
del sacrificio redentor de Cristo y su presencia real, actuando sobre el pan y el
vino, como actuó sobre la Virgen que sería Madre de Dios6.
Al aceptar ser Madre de Jesús, María se involucró totalmente en la obra
salvífica de su Hijo, evidenciando que Encarnación, ofrecimiento y sacrificio
constituyen una sola realidad que se perpetúa en la Eucaristía. Se confirma así la
fe eucarística de María antes de la institución del Sacramento, como señala san
Juan Pablo II:
La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad
con la Encarnación. María concibió en la Anunciación al Hijo divino, […] anticipando en sí lo
que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, […] el Cuerpo y
la Sangre del Señor (EE 55).

El Papa deja claro que existe una analogía profunda entre el fiat pronunciado
por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando
recibe el cuerpo del Señor.
Es en el claustro virginal de María que se forma el cuerpo y la sangre que
son entregados a los fieles en cada celebración eucarística, que son adorados en
el culto al Santísimo Sacramento. Sin la Encarnación, la Iglesia, como Cuerpo
visible de Cristo, no existiría; sin la Encarnación, los sacramentos, que
3
Cf. J.S. CLÁ DIAS, Lo inédito sobre los Evangelios, I. Año A. Domingos de Adviento, Navidad, Cuaresma y
Pascua – Solemnidades del Señor del Tiempo Ordinario, 438-439.
4
SAN ATANASIO, Ad Epictetum episcopum Corinthi contra haereticos epistola, 5: PG, 26, 1058.
5
Karl Rahner puntualiza que «La Encarnación se presenta como el fin supremo de toda autocomunicación de Dios
al mundo, fin al que de hecho está subordinado todo lo demás como condición y consecuencia, en tal forma que,
si consideramos desde el punto de vista de Dios la totalidad de su autoparticipación en el ámbito de los seres
espirituales-personales, la Encarnación es un medio, mientras que considerada desde el punto de vista de las
realidades creadas, es la cumbre y meta de la creación». K. RAHNER, María, Madre del Señor, 15.
6
Cf. AUER, Johann. Sacramentos: Eucaristía. Barcelona: Herder, 1975, pp. 174-175.

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representan a la Iglesia en forma corporal, no existirían. En este sentido, la
Encarnación del Verbo tiene desde su primer momento un sentido salvífico y,
consecuentemente, eucarístico, puesto que el «sí» de María fue un «sí eucarístico»:
abrió las puertas para la futura institución del Sacramento. Así, Ella es: Madre de
Dios, Madre de la Iglesia, Madre de los Sacramentos, Madre de la Eucaristía y
Madre de todos los fieles cristianos.
Existe una total unidad entre la Encarnación, el ofrecimiento de la Cena y la
oblación de la cruz, indicando que toda la vida de Jesús se dirige a la redención
de la humanidad, acción que se perpetúa en cada celebración eucarística, donde
se pide la venida del reino prometido por el Señor7.
2. Cuerpo místico de Cristo y Cuerpo eucarístico

Debemos tener en cuenta que la Redención no se reduce a la muerte de Cristo.


El misterio que comienza en la Encarnación, se consuma en la cruz, se confirma
con la Resurrección y continúa en la Iglesia, con el envío del Espíritu Santo en
Pentecostés. De este modo, se puede decir que en la Encarnación ha comenzado
el organismo de la salvación (la Iglesia – Cuerpo místico de Cristo), por la
incorporación al cual nosotros nos salvamos8.
Ingresamos en el Cuerpo místico de Cristo por el Bautismo, uno de los
sacramentos constitutivos de la Iglesia, que hace de los cristianos un solo cuerpo
mediante el cuerpo de Cristo inmolado en la Cruz. Esto determina una relación
íntima entre el Bautismo y la Eucaristía.
La expresión «tomad y comed» indica la relación eclesial:
• La acción de «dar» es ejercida por los ministros sagrados que actúan
in Persona Christi.
• La acción de «recibir» es ejercida por la asamblea.
En cada celebración eucarística se ratifica la fundación de la Iglesia mediante
el sacrificio y la resurrección de Jesús, de tal modo que, pensar la Iglesia sin
celebración eucarística es tan imposible como una celebración eucarística sin la
Iglesia, como explica san Pablo:
«Puesto que hay un solo pan, todos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo
pan» (1Co 10,16ss).

Si hay un solo pan en el cual participamos del único Cristo, también la Iglesia
tiene que ser necesariamente una: un único cuerpo en Cristo9.
3. Eucaristía y la Iglesia

7
Cf. THURIAN, Max. La Eucaristía. Salamanca: Sígueme, 1965, pp. 195-196.
8
Cf. C. POZO, María, nueva Eva, 14, 22.
9
Cf. GERKEN, Alexander. Teología de la eucaristía. Madrid: Paulinas, 1991, pp. 38-39.

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Como «centro y culmen» de toda la vida cristiana (LG 11), la Eucaristía es
al mismo tiempo la semilla de donde nace la Iglesia y el alimento que perpetúa su
vida. Así como el «árbol de la vida» tenía la capacidad de mantener vivos a los
hombres mientras no se separasen de Dios por el pecado, la Eucaristía mantiene
la unidad y la vida de la Iglesia.
San Alberto Magno puntualiza que el Cuerpo eucarístico de Cristo está al
servicio del Cuerpo místico. La Eucaristía comunica a la Iglesia:
1. Su fundamento: Por contener el propio Cuerpo de Cristo, la Eucaristía
contiene el fundamento y base de la Iglesia, que es el propio Cristo, Cabeza
del cuerpo eclesial.
2. Su sacrificio: La Iglesia encuentra en la Eucaristía el memorial de la pasión,
muerte y resurrección de su Fundador, de quien ha recibido el sacrificio
incruento que hoy ofrece al Padre para recordarle a Él el sacrificio de su
Hijo inmolado una vez para siempre (Hb 9,28; 10,14). Este memorial de la
Pasión es el gran tesoro que Jesús dejó a su Iglesia.
3. Su sustento: San Juan explica: «El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí, y yo en él» (Jn 6,56). Para que Cristo permanezca,
sustente a la Iglesia y la mantenga viva, existe una imperiosa necesidad de
comer el pan eucarístico. Este principio que vale para la Iglesia en general
y para cada cristiano considerado individualmente, puesto que en la sagrada
Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia10.
De este modo, la Eucaristía está directamente unida al sacerdocio ministerial,
a la comunión jerárquica, a la expresión externa de la fe interna de la Iglesia,
siendo el verdadero eje de su perpetua unidad11. La Iglesia es una por su Fundador,
y se mantiene una con su presencia real en el único pan eucarístico, como afirma
Lumen gentium (3):
«En el sacramento del pan eucarístico se representa y se produce la unidad de los fieles, que
constituyen un solo cuerpo en Cristo (cf. 1Co 10,17)».

4. María y el sacrificio eucarístico


La santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio cruento de Jesús en
el Calvario. Esta renovación es obra divina, al mismo tiempo que es llevada a
cabo por la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Se comprende así que en cada misa
celebrada la Iglesia está, con María, como al pie de la cruz, unida a la ofrenda de
Nuestro Señor Jesucristo12.
El profeta Simeón fue muy preciso al unir a María al sacrificio de su Hijo,
cuando dijo: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel;

10
Cf. S. Th. III, q. 65, a. 3, ad. 1; q. 79, a. 1, c, ad. 1.
11
Cf. NICOLAU, Miguel. Nueva Pascua de la Nueva Alianza. Actuales enfoques sobre la Eucaristía. Madrid:
Studium, 1973, pp. 360-364.
12
CEC 1370.

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será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón» (Lc
2,34-35).
María acompañó a Jesús durante toda su vida pública, en su peregrinación
en la fe. Sin embargo, es a los pies de la cruz que ella culmina su misión en total
unión con la pasión y muerte del Redentor, lo que se llama la compasión de María.
Ella sufrió en su corazón todo lo que Jesús padeció, con la voluntad explícita de
participar en el sacrificio redentor y de unir su sufrimiento materno a la ofrenda
sacerdotal de su Hijo13.
Juan Pablo II resalta que, así como María estuvo unida a Cristo en el evento
de la cruz, no pueden, de ninguna manera, separarse en cada misa, donde se
actualiza este sacrificio salvador. Son muy precisas las palabras del Papa:
María está presente en el memorial — la acción litúrgica — porque estuvo presente en el
acontecimiento salvífico […] está en todo altar, donde se celebra el memorial de la pasión-
resurrección, porque estuvo presente, adhiriéndose con todo su ser al designio del Padre, al hecho
histórico-salvífico de la muerte de Cristo14.

Se comprende en esta enseñanza pontificia que María se hace continuamente


presente en toda Eucaristía celebrada, como afirmó el mismo Papa en la misa de
Nuestra Señora de Czestochowa:
Cuando celebramos la santa misa, en medio de nosotros está la Madre del Hijo de Dios y […] de
este modo, se convierte en mediadora de las gracias que brotan de esta ofrenda para la Iglesia y
para todos los fieles15.

En el Calvario María representaba a la humanidad, compartiendo el


sacrificio ofrecido y ofreciéndolo al Padre en total unión de intenciones con su
Hijo. Por eso, ella está presente también, de modo real y con la misma intensidad,
en la renovación litúrgica que no es una figura, un mero recuerdo, sino una
actualización viva y actual del sacrificio irrepetible, operado una única vez en el
altar de la cruz.
Al acercarse el final de su vida, Jesucristo confió al discípulo amado y, en él
a toda la humanidad, a la maternidad espiritual de María (cf. Jn 19,26). La
enseñanza magisterial de Juan Pablo II16 sustenta que esas palabras dichas a Juan
en aquel momento histórico singular «¡He aquí a tu hijo!», son dichas a cada uno
de los fieles en cada misa celebrada: «¡He aquí a tu madre!» (cf. Jn 19,26-27).
5. María y la vida eucarística

Comulgar permite al hombre la mayor unión con Dios de que es capaz un

13
Cf. JUAN PABLO II, Catequesis sobre el Credo, V. La Madre del Redentor, «María al pie de la cruz. Audiencia
general del 2 de abril de 1997, 2», 226-227.
14
JUAN PABLO II, «La presencia de María en la celebración de la liturgia. Alocución dominical del 12 de febrero
de 1984, 3», 1.
15
JUAN PABLO II, «Introducción a la Santa Misa con ocasión de la memoria litúrgica de la Virgen de Czestochowa,
del 25 de agosto de 2001».
16
Cf. EE 57.

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ser mortal. La comunión no puede ser un momento aislado de la vida, sino que
debe hacerse centro de la vida del cristiano, como elemento esencial de su unión
con Dios.
Sin embargo, no basta con recibir el Sacramento. San Pablo advierte que
muchos se nutrían del Pan de los fuertes sin provecho pues cifraban su vida
eucarística en la comunión sacramental. Su unión con Cristo no iba más allá de
los minutos de la divina presencia en su corazón. Faltaba a éstos el esfuerzo por
asemejarse a Cristo, y por eso el Sacramento no producía los frutos esperados.
En la comunión Dios concede inúmeras gracias, pero pide la cooperación del
hombre, que debe empeñarse en configurarse con el Señor, completando en su
cuerpo «lo que falta a los sufrimientos de Cristo» (1Col 1,24). Es esta cooperación
mutua entre la gracia y la correspondencia del fiel que realiza propiamente la vida
eucarística, fuente de vida sobrenatural, causa de elevación del hombre, de la
familia y de la sociedad.
El mejor modelo de vida eucarística se encontrará por cierto en aquella que
tuvo la mayor unión posible con Cristo: su Madre. Ella fue el primer sagrario que
recogió al Salvador en este mundo, el sagrario vivo, como se ha visto, que estaba
en total comunicación y unión con su divino Hijo. Por eso ella es modelo de
recepción de la Eucaristía.
María es el modelo excelso y el camino indispensable para llegar a Cristo,
para hacernos semejantes a Él. Nicodemo preguntó cómo hacer para entrar en el
seno de la madre para nacer de nuevo. La respuesta se encuentra aquí: es entrando
en el seno maternal de María que nacemos para Cristo, que nos hacemos uno con
Él, obteniendo la perfecta unión de nuestras voluntades con la perfectísima
voluntad divina17.
Conclusión

En la oración centrada en la Eucaristía, se supera el estrecho espacio de


nuestra individualidad y de nuestros sentimientos, abriéndonos a los grandes
horizontes de las intenciones de Cristo y de su Iglesia. Tanto la oración personal,
cuanto la litúrgica, nos sacan de nuestra estrechez y nos conducen a contemplar
los misterios de Dios en toda la amplitud de su Creación18.
Cada uno de nosotros fue llamado individualmente a compartir la misión de
llevar a Cristo a los corazones de la humanidad en un momento en que ésta se
sumerge en el fango del relativismo, del pecado y del ateísmo. Los días actuales
presentan muchas semejanzas con los de Cristo: la Pasión por Él vivida, sufre hoy
la Santa Iglesia. Así como en el Calvario Él tenía junto a Sí a la Maestra de la
entrega total, que se unía a su ofrecimiento victimal, hoy Él mira a cada uno de

17
Cf. Virtude da pureza e vida eucarística. Discurso redactado por Dr. Plinio Correa de Oliveira, por ocasión del
Congreso Eusarístico realizado en Curitiba-Brasil, el año 1953, Revista Dr. Plinio, mayo de 2018, pp. 14; 16-17.
18
Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Teología de la Vida Religiosa. Madrid: BAC, 2002, pp. 351-353.

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nosotros y pregunta: ¿Hijo, hija, te unes a Mí? ¿Te entregas para salvar a la
humanidad? Mi Iglesia encuentra enemigos por todas partes, se intenta quitar su
presencia, su influencia… Los enemigos no la pueden matar, pero desean matar
su recuerdo en los corazones, en las instituciones, arrancar sus símbolos de los
lugares públicos y construir un mundo totalmente alejado de Dios.
Pero Yo busco en todo el mundo algunos que sean fieles y que luchen para
defenderla. Mirándote, te pregunto: ¿Hijo mío, hija mía, tú me dejas solo? ¿Tú no
luchas por mí?
¿Quién soy yo? Soy el hombre, la mujer, para quien Jesucristo, en un
momento de aflicción y abandono miró. Pero… ¿seré aquél para quien el Señor
habrá mirado en vano?
Señor, haced que yo corresponda, que todos nosotros correspondamos a
vuestra mirada, a vuestro llamado19. En esta hora suprema, por medio de Vuestra
Madre Santísima, erguimos nuestros corazones y reafirmamos nuestra fidelidad.
Tenemos certeza de que nunca nos abandonaréis… pero os pedimos, Señor,
con toda fe, que nosotros nunca, ¡en el rigor de la palabra nunca!, os abandonemos.

19
Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Discurso por ocasión de la visita de la Imagen Peregrina de Nuestra Señora
de Fátima que vertió lágrimas en Nueva Orleáns (1973).

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