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16/12/2018 El político profesional y el discurso políticamente correcto - Instituto Ludwig von Mises Venezuela

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El político profesional y el discurso


políticamente correcto
por Leonardo González Contreras | Abr 30, 2018 | Opinión

Toda sociedad se encuentra azotada


por una serie de males. Algunas, con
más profundidad que otras, padecen
un mal que genera otros mayores.
Ese mal exponencial radica en los
políticos. Bien podría argumentarse
que la decadencia de algunas
sociedades se debe a la calidad y
cantidad de su clase política. Los
jóvenes aspiran más a ser funcionarios públicos que a ser verdaderos
emprendedores. Esto se traduce en que cada vez más personas ven de la política -
contenida la burocracia en ella, como la rémora a la ballena- una forma de vida, una
profesión para que, una vez accedan el poder, enriquecerse o imponer lo que ellos
consideran correcto.

La idea de ser político para ayudar al bien común, al bienestar general y luchar por
la justicia social puede esconder detrás un delirium, en cuya sed, una vez tales
labios saborean el néctar y la ambrosía del poder intrínseco del Leviatán, se
embriagan del mismo hasta corromper y dar rienda suelta a las más oscuras
pasiones y fantasías autoritarias, cual criminal sin superyó. Con esto no queremos
hacer referencia a la expresión de Lord Acton -que ya es un cliché-, sino a aquel
sabio escolio de Nicolás Gómez Dávila[1] que expresa: «El poder no corrompe, libera
la corrupción larvada».

La clase política, cual secta, mueve sus hilos como una sociedad secreta –arcana
imperii-, llena de dogmas incuestionables, demandando obediencia y sumisión

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absoluta. Es por ello por lo que los políticos siguen a pie de juntillas la doctrina
esbozada por los jefes del partido, viendo a las demás personas como instrumentos,
herramientas. Son meros peldaños para alcanzar el poder y desbocar sus deseos
ocultos. Quieren una sociedad homogénea a costa de la misma sociedad y,
especialmente, de su célula fundamental: el individuo. Ellos reducen al ser humano
a un mero objeto de papel denominado papeleta electoral.

La religión que los lleva al paroxismo es el fundamentalismo democrático -como


diría Gustavo Bueno-, no la libertad, usando como caballo de Troya la sempiterna
falacia del igualitarismo y justicia social. Son la hipocresía que se alimenta de la
inocencia e ignorancia hasta querer forjarse dioses del Olimpo estatal, viviendo a
expensas de la sangre, de la savia, del néctar de la libertad individual. Quizás la idea
del dios mortal hobbesiano enmarque parte de tales pulsiones, desde la cual, en uso
del Leviatán, se proceda a moldear la sociedad como bajo el aspecto de lo eterno -
según Spinoza-. No resulta accidental, en consecuencia, lo que decía Bastiat[2]: «El
Estado es la gran cción a través de la cual todo el mundo se esfuerza en vivir a
expensas de todo el mundo». No obstante, en tal caso no es «todo el mundo», sino
una porción, denominada clase política, oligarquía o élites extractivas -suerte de
eufemismo moderno, éste último-, las depredadoras de la sociedad.

Procuran mediante el rito democrático y la liturgia electoral tener una certi cación
para hacer aquello que jamás se les ordenó, como un cheque en blanco, sin
importar que tenga estampada la cláusula no endosable, para hacer rapiña del
dinero ajeno lo más pronto posible, antes de que pase la resaca del festín electoral y,
previamente, a que las personas entiendan que fueron timadas, una vez más.

Ese es el ciclo del político profesional, donde se mani esta una clase política o
gobernante, infectada de burócratas y demagogos, quienes controlan el aparato
electoral y de propaganda haciendo que asistir a la esta democrática -ir a votar-
sea un deber y no derecho, rechazando a todo aquel blasfemo u hereje que
reniegue de la liturgia de su religión política, votando nulo o en blanco -porque no le
guste alguna de las opciones preestablecidas por los jerarcas del partido, ya que
jamás se elige de y desde la base- o absteniéndose activamente -por claro rechazo y
descon anza al sistema electoral íntegro, más no necesariamente por apatía-,
siendo esto último un anatema y condena directa al inframundo por carecer,
presuntamente, de actitud cívica, patriota y democrática.

En el caso actual, la ideología y religión democrática –fundamentalismo, recalco- ha


dado paso a otra serie de elementos irracionales, donde, en primer lugar, se elabora
un discurso demagógico, populista, fundado en lo políticamente correcto, hasta
moldear la opinión pública. Con miras a dar claridad al asunto, entonces, dicho
discurso políticamente correcto no es más que un subterfugio retórico, útil para
expresar todo lo contrario a lo que se piensa por miedo a ofender y socavar los
presuntos derechos -privilegios estatales creados y distribuidos a diario, todos
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impagables, irrealizables- y creencias de todo aquello que tenga vida -incluyendo las
bacterias-, dejando a todos contentos -o, al menos, no ofendidos-, menos a la
conciencia y libertad de expresión del emisor.

Por su parte, el discurso políticamente correcto, siguiendo lo ya expresado, es un


cascarón vacío, con la capacidad de atracción y almacenamiento de un agujero
negro, en el cual cabe cualquier cosa, menos el sentido común, curiosamente. Unos
consideran tal fenómeno como postmodernismo, progresismo, marxismo cultural,
entre otros.

Quien esto escribe lo considera como esquizofrenia social -como si hiciera falta
agregar otra denominación-, siendo que las interpretaciones que hacen los
feligreses de tal religión política no obedecen a la realidad en virtud que son una
distorsión de los hechos, cuya construcción mental tiene la solidez de un castillo de
naipes. Busca, por ende, el desarrollo del mito del hombre nuevo -otro más-, dando
paso a lo que Dalmacio Negro concibe como bioideologías[3].

Podría decirse, en otros términos, que es un lupanar cticio de creencias y


prejuicios, donde se realizan bacanales de falacias y orgías de eufemismos, donde
lo real es sólo una construcción social. Es, por ende, la posverdad, donde todo es
relativo -he ahí la paradoja- teniendo el mismo valor cualquier criterio expresado -
incluyendo el de aquellos que no tienen criterio-, siendo válido, incluso, por encima
de la ciencia -como conocimiento demostrado-, confundiendo opinión y creencia
con conocimiento y verdad.

De acuerdo con ello, entonces es válida cualquier opinión, siendo impensable


discutir su coherencia, de modo tal que la sola duda, ofende. Es retornar al mito, por
encima de la ciencia; es un viaje al pasado, donde la Tierra era plana, y decir lo
contrario era una blasfemia. Es hacer obligatoria la creencia por encima de la
ciencia; es la tiranía de las formas sobre la realidad; es hacer la mentira, un punto de
vista alternativo.

En consecuencia, ya no se habla de la dictadura del proletariado, sino de la


dictadura de lo políticamente correcto. Quien se adentra en ella encuentra un
mundo totalitario, donde lo falso se institucionaliza y lo real es una mera excepción.
No es la muerte de Dios -como decía Nietzsche-, sino la muerte de la verdad y,
encima de sus restos tibios, se erigen los altares de los dioses que pensamos
olvidados, siendo los sumos pontí ces de dicho ritual democrático los políticos
profesionales. Se escuchan los murmullos de su rezo muy claro: «vota a tu prójimo
como a ti mismo»; «amarás al voto sobre todas las cosas».

[1] Gómez, N. (2002) Escolios a un texto implícito. Bogotá: Villegas Editores, S. A.

[2] Bastiat, F. (2009) Obras Escogidas. Madrid: Unión Editorial.

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[3] Negro, D. (2008). «En torno al mito del hombre nuevo». En: Anales de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas. Año LX, Número 85, Curso Académico
2007-2008. Madrid.

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Leonardo González Contreras


Abogado por la Universidad Valle del Momboy (UVM).
Magister Scientiarum en Derecho Mercantil y Doctor en
Ciencias Políticas por la Universidad Dr. Rafael Belloso
Chacin (URBE). Asesor jurídico de diversas empresas en
el ramo civil y mercantil.

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