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Desencuentro con lo real:

Del más allá del principio de placer a la repetición y el goce

Ignacio Guzmán, Adolfo Muñoz

Una mujer usa los servicios de una empresa para borrar de su memoria todo recuerdo
de su ex pareja. Su ex pareja intenta hacer lo mismo, pero en el proceso no sucede lo
esperado y el protagonista rememora todo lo vivido con ella. ​El eterno resplandor de una
mente sin recuerdos (​ 2004), presenta una historia en torno a la relación entre Joel (Jim
Carrey) y Clementine (Kate Winslet), quienes parecen estar recién conociéndose y
comenzando un romance. Lo que ellos no saben, es que no es la primera vez que se topan y
que están a punto repetir el ciclo del que quisieron olvidarse.

Si bien esto corresponde a una historia de ciencia ficción, dichos tales como “sólo el
hombre se tropieza dos veces con la misma piedra” resuenan con bastante regularidad en el
imaginario popular, no porque necesariamente repitamos a las mismas personas dentro de
nuestra vida amorosa, si no porque caemos en el mismo patrón de relaciones que no son
necesariamente satisfactorias., y que por el contrario, nos hacen sufrir. El psicoanálisis nos ha
presentado algo de eso en la forma del goce: aquello que más gusta también es también
aquello que más hace sufrir. En “Más allá del principio de placer” (1920), Freud, al presentar
la compulsión a la repetición como una manifestación de la pulsión de muerte, impulso del
aparato psíquico a volver a los estadios previos al nacimiento a través de liberarse de toda su
energía psíquica, nos enfrenta a que existen momentos en que actuamos no acorde al
principio de placer, buscando la satisfacción de la pulsión, sino que a un más allá, difuso y
mortífero. En el ejemplo de la película, se nos muestra un amor que pareciera insistir en
ocurrir, como si estuviese destinado. Nociones románticas no se hacen necesarias: nos parece
que eso responde a algo del Goce, lo que se está jugando ahí parece ser algo de una
dimensión gozosa, sintomática, que el sujeto no logra comprender. Un goce que se mantiene
inescrutable para el pensamiento, las palabras.

Ahora bien, ¿qué procesos permitirían este ​loop ​aparentemente sin sentido? En este
ensayo intentaremos una aproximación a estas preguntas mediante una revisión bibliográfica
de la literatura psicoanalítica, particularmente de Freud y Lacan. Primero, a propósito de las
ideas de “pulsión de muerte” y “compulsión de repetición”, tal como son trabajadas por
Freud en su texto de 1920, “Más allá del principio de placer”. Y luego, con los conceptos
lacanianos de goce y repetición, en su relación con el registro de lo real. Finalmente,
intentaremos esbozar cómo la noción lacaniana de sinthome permitiría anudar algo del goce
en tanto “saber-hacer-con” lo Real del Inconsciente, poniendo un freno al sinsentido de la
repetición.
Del más allá del principio de placer al goce y la repetición

El síntoma se ubica como una formación de compromiso entre el sistema inconsciente


y la realidad. El síntoma constituye una solución frente a tendencias antagónicas que buscan
descarga. Si bien es una solución en estratos más profundos, otra cosa distinta es que,
yoicamente, es decir, conscientemente, esto se viva como displacer. Esta hiancia entre la
satisfacción interna y el displacer “externo” es lo que, posteriormente, recibirá el nombre de
“goce” (o “jouissance”, en el francés original). Podemos pensar entonces que aquello que
insiste en repetirse, que “no cesa de escribirse”, encuentra una formación de compromiso en
el síntoma, como una manera de lidiar con dicha repetición.

Antes de desarrollar el concepto de pulsión de muerte, ineludiblemente se hace


necesario enunciar la presencia de su antagónico: el “Eros” o pulsión de vida. Esta
conceptualización forma parte de la última metapsicología de Freud, correspondiente al
antagonismo entre las pulsiones de vida y de muerte. Anterior a ello, las pulsiones habían
sido divididas en sexuales y de autoconservación (como el amor y el hambre,
respectivamente), las que pasaron luego a ser pensadas como ‘yoicas’, es decir, que velaban
por el yo y su seguridad, y sexuales, que buscaban el placer. Con el texto ​Introducción del
narcisismo (1914), la brecha entre pulsiones yoicas y sexuales se haría difusa, al poner en
consideración la posibilidad de investir libidinalmente al yo, como si fuese un objeto sexual
más. Si el yo puede ser investido, la pulsión de autoconservación sería muestra de la labilidad
de la pulsión. La autoconservación partiría desde esa libido. Originariamente entonces, ambas
serían indiferenciables, solo se diferenciarán internamente al momento de cargar
libidinalmente a los objetos. En respuesta a lo anterior, y en concordancia con su desarrollo
teórico previo, Freud vuelve a pensar la pulsión en términos de oposición. Termina por tomar
y aglutinar lo que antes era autoconservación y libido sexual separadamente, en una sola
nueva categoría: las pulsiones de vida o Eros. La finalidad de Eros sería la unión, creación y
mantenimiento de unidades de vida cada vez más grandes (Freud, 1920). La proliferación de
organismos pluricelulares sería producto de este impulso vital y, a nivel cultural, la tendencia
se manifestaría en el impulso gregario presente en el ser humano.

Podríamos pensar el aparato psíquico freudiano como constituido por dos tendencias:
una restitutiva, asociada al principio de placer y de realidad, y una repetitiva, asociada a la
pulsión de muerte. En un sentido estricto, el principio del placer es que el placer cese, que no
llegue a un exceso; es una cuestión homeostática: displacer es exceso de energía, el placer es
desprenderse de este. .El principio de placer es propio del proceso primario del aparato
anímico (Freud, 1920), lo cual lo vuelve ineficaz e incluso peligroso para la preservación del
organismo, ya que, ya que la realidad se muestra displacentera, y hasta dolorosa. Luego de
estas primordiales insatisfacciones, el principio de placer es relevado (pero nunca ahogado)
por el principio de realidad, mediante la influencia de las pulsiones de autoconservación y las
insatisfacciones de la realidad, consiguiendo posponer, renunciar e incluso tolerar el
displacer.
A partir del trabajo clínico, Freud (1914b) observa que el paciente no puede recordar
lo reprimido, sino más bien se ve ​forzado a​ repetir aquello reprimido como vivencia presente.
Ya en su texto de 1919, “Lo Ominoso”, Freud anticipa una de las tesis fundamentales de
“Más allá del principio de placer”, cuando dice que "en el inconsciente se discierne el imperio
de una ​compulsión de repetición que probablemente depende de la naturaleza más íntima de
las pulsiones y tiene el suficiente poder para doblegar al principio del placer" (p.238).
“Forzado” en el sentido figurativo de hacer algo ​que no se quiere,​ al menos conscientemente.
Esta repetición, que actúa un contenido de la vida sexual infantil, se escenificaría con
regularidad en el terreno de la transferencia con el analista. Algo parecido sucede con los
llamados sueños traumáticos: los ex soldados que participaron de la primera guerra vuelven a
casa, pero a menudo sufren de sueños donde reviven los horrores de lo ocurrido (Freud,
1920). A este ejercicio de repetir lo reprimido, Freud (1920) lo llamará finalmente
“compulsión de repetición”. Esta compulsión de repetición puede provocar displacer al Yo
debido a que saca a la luz mociones pulsionales reprimidas; sin embargo, esto no se
contradice con el principio del placer. Lo nuevo en esta compulsión, es que también repite
vivencias que no tienen ninguna posibilidad de placer ni para entonces ni para el momento en
que fueron presentes. Es una repetición ​forzada​.

Sin embargo, este fenómeno no se limita a los fenómenos de trasferencia de los


neuróticos, sino también en las personas que no lo son, haciendo “l​a impresión de un destino
que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su vivenciar”​ (Freud, 1920, p. 21), siendo este
destino autoinducido y determinado por las influencias de la vida infantil. Freud plantea así la
hipótesis de que la compulsión de repetición es más originaria, elemental y pulsional que el
principio del placer que destrona y cae más allá de él. Ese más allá del principio del placer es
lo que Freud denominó como la ​pulsión de muerte.

La relación de la compulsión de repetición y la pulsión de muerte la elucida Freud en


vista de casos clínicos y la vida cotidiana, como vimos anteriormente. Freud desarrolla la
pulsión de muerte no como un instinto de agresión, sino que como una tendencia hacia el
estado previo al toque de la vida sobre el organismo, un empuje de vuelta hacia lo inanimado,
hacia ​la paz de lo inorgánico (​ Freud, 1920)​. E
​ l trabajo de la pulsión de muerte se opone a
Eros, pretende destruir todo aquello que Eros ha creado​. ​Tiene sentido su manifestación
externa como violencia y agresión, ya que el fin último que persigue es la disolución de todo
lo creado y, para disolverse, lo creado debe ser destruido. La pulsión de muerte, mejor
explicada, es un desarme más que una destrucción, es un movimiento regresivo,
constantemente “hacia atrás”. Hace sentido, entonces, que se manifieste como una repetición
forzada de un estado anterior, por la búsqueda de un encuentro que, realmente, nunca
aconteció.
Se puede decir que Lacan extrae el concepto de goce (​jouissance) ​desde este más allá
del principio de placer: ​"​Lo real está más allá del automaton, del retorno, del regreso, de la
insistencia de los signos a que nos somete el principio del placer. Lo real es eso que yace
siempre tras el ​automatón​” (Lacan, 2010, p.62). La repetición, en Lacan, sería aquella falla,
aquel desencuentro con lo real que estaría en el orden de la ​tyché,​ del mal-encuentro con el
objeto. El automaton sería del orden de la insistencia significante, regida por el principio de
placer. La ​tyché ​(la fortuna) ​estaría más allá, en el ámbito de lo irrepresentable, como un real
imposible de reducirse por la vía del significante. Estaría siempre en la línea del mal
encuentro, del accidente, y por lo mismo siempre en búsqueda de la posibilidad de escribirse,
de ser representado, dando paso a la repetición. De este modo, aquello “accidental
traumático” pasaría a volverse “necesario” para el sujeto. El goce es un concepto íntimamente
ligado al de pulsión. Alude a su carácter económico--a una ​economía política,​ dirá
Lacan--que refiere a la distribución en que, para cada sujeto, la forma del significante
operaría sobre el cuerpo. El encuentro con el significante siempre es algo traumático. ​La
palabra mata la cosa , por lo tanto, podríamos decir que “morimos” con el impacto del
lenguaje contra nuestro cuerpo. ¿Y, qué es la muerte, si no otro de los nombres de la
castración? Esta castración marca nuestro sino como sujetos ​alienados (​ enajenados, si se
quiere) al lenguaje, lenguaje que, finalmente, actúa como una barrera frente a lo real del
cuerpo. El goce es aquello que está íntimamente asociado a la satisfacción pulsional, y en esa
intimidad, el goce se nos muestra como rebelde e inalcanzable por el significante.
Recordemos que “las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”
(Lacan, 2006, p.18). Pensar el goce en términos económicos permite elaborarlo en el sentido
de su ganancia o su pérdida. La ganancia de goce es una ganancia sin una función
homeostática, que va “más allá” del principio de placer, es un “plus de goce”. La pulsión es
aquello que surge del cruce entre lo real y lo simbólico, es un efecto del impacto del
significante sobre el cuerpo y se organiza entorno de los significantes de la demanda
inconsciente (recordemos que el matema de la pulsión, tal como es presentado en el grafo del
deseo en el Seminario 6 (2017) corresponde a la relación del Sujeto ($) con la Demanda (D)
[$◊D]). Todo esto implica que la satisfacción del sujeto queda por fuera del campo de la
satisfacción de la mera necesidad. La introducción del significante en el cuerpo abre la
dimensión de una pérdida, una hiancia que abre la posibilidad de la búsqueda del deseo.
Deseo que, por su imposibilidad de realizarse, introduce al sujeto en la repetición incesante
de la búsqueda de un objeto eternamente perdido, cuyo encuentro es siempre fallido. El
encuentro con lo real--en el orden de la ​tyché​--es siempre fallido, traumático, y por ello busca
repetirse. El trauma es siempre una contingencia, un encuentro azaroso, imprevisto. El ser
humano no posee, como los animales, un saber sobre lo real del goce sexual; los animales no
están atravesados por el lenguaje, y por tanto, tampoco por la castración. Aquello que
distingue al sujeto humano es la palabra. Lacan, en el Seminario II (2008) toma las
“estructuras elementales del parentesco” de Levi-Strauss para mostrar que, bajo la ley
simbólica de la prohibición del incesto, se abre una distancia fundamental entre la naturaleza
y la cultura. El cachorro humano, nacido ya no en un mundo natural, sino bajo los designios
del lenguaje, perdería por estructura toda posibilidad de acceso a un “goce absoluto”, una
“satisfacción total” que lo colmara, dada su inscripción en el registro del significante.

El trauma es ese encuentro fallido con ese goce sexual que no se sabe. En el lugar de
lo que no se puede decir ni representar, aparece la repetición. El síntoma es la manera que
encuentra el sujeto de responder ante esta ausencia de saber respecto de lo real del goce
sexual. Aquello que se repite es el S1, rasgo unario que representa al sujeto y que es la
conmemoración de una marca de goce en el cuerpo impactado por el significante. Es en el
cuerpo que esa marca se imprime, armando así el camino para la repetición.

Deseo y Ley son dos caras de una misma moneda. El origen del objeto perdido del
deseo se ubicaría en la ley prohibitiva del incesto, interdicción y pérdida de un goce
originario correspondiente a aquel de la madre, que introduciría al sujeto en el circuito de la
repetición. El sujeto mítico del goce (Lacan, 2018), ideación retroactiva del sujeto dividido,
daría cuenta de la imposibilidad de un “goce todo”, complementario, sin barrar, producto de
la operación del significante sobre ​la Cosa ​(Freud, 1950[1895];1925). La ley del incesto en
tanto prohibición separaría al sujeto de la posibilidad de un goce pleno, dándole a este un
estatuto mítico. La diferencia entre el goce y el deseo pasará por cómo el deseo está anudado
a una falta: la hiancia entre la necesidad y la demanda inaugura el deseo. Cuando la madre
está en otro lugar, el infante ve como la madre desea algo fuera de él, inaugurando el deseo
en la cría a través de esa falta. El goce, por otro lado, tendrá que ver con algo real, anclado al
cuerpo y a la satisfacción de la pulsión. El deseo tiene relación al Otro, es aquello que puede
hacer lazo​. El goce, por su parte, tiene que ver con el Uno y el goce del propio cuerpo. Al ser
inasible por el significante, es asocial, no entra dentro de las tramas simbólicas. Sin embargo,
es necesario situar que el Uno, en tanto soporte de la identidad es también el soporte de la
diferencia, siendo el Uno y el Otro una misma cosa, en tanto el hecho de que haya el Uno
implica que debe haber el Otro. De esta manera, deseo y goce aparecen íntimamente
relacionados. En la medida en que el deseo es deseo del Otro y es ese Otro quien inaugura al
sujeto en el campo del significante, es ese Otro también quien, al gozar del sujeto, al tomar al
sujeto por causa de su propio deseo, deja en él las marcas de goce que guiarán la repetición.
El Uno, en su relación con el S1, es aquello que identificará al sujeto y que lo guiará por los
desfiladeros del significante. A su vez, el objeto ​a, objeto causa del deseo, estará en íntima
relación con aquello que el sujeto fue para el Otro, aquello que fue él mismo en tanto causa
del deseo del Otro. Ese lugar, esa posición formada por un encuentro, por una contingencia,
adquirirá el valor de trauma en la medida en que es irrepetible, causando así la fijación que lo
vuelve necesario en la repetición. Es por medio del trauma que un acontecimiento
contingente se convierte en uno necesario. El sujeto queda alienado a este lugar, a este objeto
que fue en el deseo del Otro y que le otorga una ilusoria identidad y lo que el análisis hará
será intentar conmover esta fijación, para que así la libido pueda fluir más libremente,
saliendo del circuito incesante de la repetición de ese mal encuentro con el objeto.
Sinthome y variantes de la repetición

En su última enseñanza Lacan describe una nueva noción del síntoma, que llega a
“anudar” retroactivamente buena parte de las problemáticas que el psicoanálisis encontraba al
momento de pensar el estatuto de lo simbólico, y como este podía tener efectos sobre lo real
en la práctica y la teoría: la noción de ​sinthome.​ El sinthome sería un arreglo que vendría a
“anudar” los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario, y que a su vez permitiría solucionar
una falla primordial, constitutiva del sujeto: la imposibilidad del ​rapport sexual. Dicha falla
tendría que ver, en principio, con la falta o la no-función del significante Nombre-del-Padre,
representante de la Ley, la castración y, por tanto, la separación de la madre. El sinthome
tendría entonces el estatuto de una suplencia que, a falta de Nombre-del-Padre, permitiría
anudar los tres registros estabilizando al sujeto, sería el cuarto término que daría forma y
consistencia al nudo borromeo. Si bien Lacan teorizó sobre este concepto a propósito de la
psicosis no desencadenada de Joyce, el sinthome no tiene un estatuto único para la psicosis, si
no que es pensable para todo sujeto como una forma de separación respecto de la “ley de la
madre” (Morel, 2012). El Nombre-del-Padre, finalmente, sería sólo una entre otras
posibilidades de anudamiento.

El sujeto, en principio, estaría “asujeto” [​assujet]​ a “la ley de la madre”, a los


equívocos de ​lalengua y el impacto de los significantes sobre el cuerpo. En un segundo
momento, el inconsciente interpretaría esos equívocos de los cuales el sujeto hará la elección
de aquello que constituirá la “envoltura formal” de su síntoma, lo que lo separaría de la ley de
la madre (con o sin el Nombre-del-Padre). Dichos equívocos e interpretaciones sostendrían al
sujeto, de todas formas, en una alienación constitutiva a ese “discurso del Otro”, generando
los malestares propios del síntoma. Finalmente, en un tercer momento y gracias a un análisis
o al propio saber-hacer del sujeto, estos “equívocos impuestos” y sus primeras
interpretaciones podrán ser aflojados en su coacción. Mediante un trabajo sobre y gracias al
inconsciente, el sujeto podrá elaborar un ​sinthome q​ ue le permita desalienarse de ese goce
repetitivo, que nunca termina de escribirse. Puede decirse que en esta nueva concepción, el
síntoma, más que ser una solución a un conflicto, es la creación de una relación (Morel,
2012). El sinthome podría funcionar entonces como un tratamiento de lo real, un saber hacer
con el goce que permitiría escribir algo de eso que anteriormente no cesaba de hacerlo. Si
consideramos que el encuentro con la sexualidad es siempre del orden de un mal encuentro,
siempre del orden de un “demasiado pronto” o un “demasiado tarde”, este trabajo de lo
simbólico sobre lo real podría considerarse como una manera de re-escribir dicho encuentro,
y pasar del orden del mal-encuentro propulsor de la repetición a una repetición ​variante, q​ ue
quede del lado de un encuentro más ameno, menos violento y más vivible, y que permita
hacer del goce no un problema, sino que una posibilidad. Esta concepción desmiente algunas
de las críticas comúnmente esgrimidas contra el psicoanálisis (particularmente el
psicoanálisis lacaniano) respecto a ser una terapéutica que solo busca que el sujeto se adapte
y soporte su propio sufrimiento. El énfasis en el sinthome permite moverse de la fijación a
aquello insoportable, encontrar nuevas formas de hacer con eso de lo que el sujeto se apropia
en su análisis de manera activa, permitiendo una salida, por la vía del sinthome, a la
repetición y el encuentro con lo real.

Referencias

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Amorrortu.

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Freud, S. (1925). La negación. En ​Obras Completas, Vol.XIX​. Buenos Aires:


Amorrortu.

​ uenos
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Aires: Amorrortu.

Golin, S. y Bregman, A. (productores) y Gondry, M. (director). (2004). ​Eterno


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Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (2008). ​El Seminario de Jacques Lacan, Libro 2, El yo en la teoría de Freud


y en la técnica psicoanalítica (1954-1955).​ Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (2010). ​El Seminario de Jacques Lacan, Libro 11, Los cuatro conceptos
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Lacan, J. (2017). ​El Seminario de Jacques Lacan, Libro 6, El deseo y su
interpretación (1958-1959). ​Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (2018). ​El Seminario de Jacques Lacan, Libro 10, La angustia (1962-1963).​
Buenos Aires: Paidós.

​ antiago:
Morel, G. (2012). ​La ley de la madre: Ensayo sobre el sinthome sexual. S
Fondo de Cultura Económica.

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