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LAS TESIS SOBRE EL JUGAR I: MAS ACA DEL JUEGO DEL CARRETEL

- Rodulfo –

En la estructuración subjetiva observaremos transformaciones en la función del jugar. La


importancia de decir jugar y no juego. Siguiendo la propuesta de Winnicott, para acentuar el
carácter de practica significante que tiene esta función en tanto su carácter de producción.
El concepto de jugar es el hilo conductor del cual podemos tomarnos para no perdernos en
la compleja problemática de la constitución subjetiva. No hay ninguna actividad significativa en el
desarrollo de la simbolización del niño que no pase vertebralmente por aquel. No hay nada
significativo en la estructuración de un niño que no pase por allí, de modo que es el mejor hilo
para no perderse. Cada vez que quiero evaluar el estado de desarrollo simbólico de un chico, no
hay ningún índice que lo brinde más claramente que el estado de sus posibilidades en cuanto al
jugar.
La función primera asignable al juego es nada menos que poder simbolizar una
desaparición, una pérdida, dar representación a la ausencia. Existen funciones de jugar más
arcaicas, más primordiales que las del fort/da. La práctica clínica impone la evidencia de funciones
del jugar anteriores a aquel, funciones que pueden verse desplegar en su estado más fresco a lo
largo del primer año de vida, relativas a la constitución libidinal del cuerpo.
En rigor, no de otra cosa hemos estado hablando, desde la perspectiva del significante del
sujeto, al referirnos a la necesidad de extraer materiales para fabricar el cuerpo, materiales que
deben ser arrancados al cuerpo del Otro. Puede decirse que, a partir del jugar, el chico se
obsequia un cuerpo a sí mismo, apuntalado en el medio. Todo lo que hace el entorno posibilita u
obstruye, acelera o bloquea, ayuda a la construcción o ayuda a la destrucción de ciertos procesos
del sujeto, pero éste no es un eco o un reflejo pasivo de ese medio, como creen las teorías
ambientalistas mas ingenuas, sino que, apoyado en las modalidades de aquél fundamentalmente
el mito familiar, la estructuración de la pareja paterna, la circulación del deseo, el niño va
produciendo sus diferencias.
La idea de que el niño es pasivo al mamar es de por si absurda en aquel primero nivel,
porque sabemos que al mamar trabaja para fabricar la leche que toma, mediante la estimulación
de las glándulas mamarias. En cierta forma el pequeño se da de comer a si miso a través de la
madre. Por otra parte, nada de lo que se ve en psicoanálisis avala la concepción del infans como
ente pasivo. La creencia de que el niño seria más activo en la etapa fálica y más pasivo en la etapa
oral, es falsa. Más aún, si hay una etapa en que no corresponde en absoluto el término pasividad
es en los primeros años de vida e incluso durante la vida prenatal. En todo caso, el término
“pasivo” nos conviene a veces más a los adultos, pero nunca antes.
Cuando detectamos en un infans algo que realmente pueda pensarse como pasividad, es
que estamos frente a una perturbación seria, como puede serlo una depresión grave o un
incipiente proceso autista, a menos que se trate de una enfermedad orgánica que lo aquieta. En
cambio, si todo está en orden, el niño, a través del jugar, durante el primer año de vida y apoyado
en las funciones, hace lo que hemos señalado. Y nada ni nadie puede remplazarlo en esa labor. Eso
es lo que Winnicott aísla como el factor de la espontaneidad, algo que ni la madre ni el padre de
dan al bebe. Si no se lo tiene en cuenta, sucede lo que con muchas inflexiones actuales basadas en
la teoría del significante, que reduce al sujeto a una marioneta de la estructura concebida como
destinación a priori.
En idéntica dirección es lo más correcto decir que el analista no analiza al paciente, es el
paciente quien se analiza a sí mismo a través del analista, usando de éste, circuito de la
transferencia mediante.
Existe además otra razón fundamental para nunca en lo sucesivo confundir la dependencia
del infans respecto de los materiales con que se estructura, con pasividad. Es que los materiales en
si no son nunca unívocos. El mito familiar es una cosa extremadamente heteróclita, jamás un
sistema armonioso y homogéneo, obediente a la lógica aristotélica. Su organización es la del
collage, donde los elementos están bastante mal pegados, y así permiten la subsistencia de
muchas contradicciones. De modo que en realidad el mito familiar no tendría como imponer al
niño una dirección univoca de la que él mismo carece. En conjunción con la espontaneidad, esto
promueve la imprevisible. Es una apuesta fácil de ganar predecir que el niño extraerá materiales
del mito familiar, dado que no tiene alternativa. Pero es una apuesta segura de perder pretender
un conocimiento a priori sobre cuales aspectos tomará y cuales rechazara el pequeño sujeto de ese
gran archivo. Las funciones no son causa; plantean, lo que no es poca cosa, condiciones.
En psicoanálisis, hay que acostumbrar a considerar el material del mito preexistente como
un potencial del cual desconocemos lo que será actualizado; si no ocurriera así (si la
espontaneidad no existiese), la fabricación del sujeto se asemejaría a la de un robot, lo cual es el
sueño de algunas familias con elevado potencial psicótico. Las derivaciones patológicas, tampoco
escapan a la espontaneidad del inconsciente. Y vale lo mismo para la salud, para las tentativas de
autocuracion, que impulsan a buscar fuera del mito familiar materiales para construir categorías
simbólicas ausentes en él.
Aunque por su misma pequeñez pone de relieve hasta que extremos la dimensión de lo
imprevisible implicada en la espontaneidad está infiltrada en el corazón de los lazos
intersubjetivos, y sirve de modelo para pensar la relación del niño con el mito familiar. Si
quisiéramos comparar a éste con un rompecabezas, introduciríamos dos modificaciones: 1) no
existe “la” solución final; cada cual hace su itinerario y su composición de armado de las piezas; 2)
no se lo podría imaginar en forma adecuada como un dispositivo de figuras fijas que permite
yuxtaponer ésas y solo ésas; mejor es concebirlo cinematográficamente, hecho de piezas con
movilidad interna, extensible y mudables.
Este proceso inconsciente se vuelve más complejo, teniendo en cuenta que los padres no
saben lo que ponen.
Todas las consideraciones inducen a matizar al máximo la problemática de la edificación
del cuerpo durante el primer año de vida. No hay que olvidar que el niño, antes de disponer de
manos ya cuenta con ojos y con boca, que son también y en grado extremo órganos de
incorporación. Hay entonces una actividad múltiplemente extractiva. “El perverso polimorfo”
empieza por ser un arrancador, un agujereador nato, practica con la que produce cosquillas,
desechos, pequeños objetos. Cuando aún vacilamos en otorgarle el nombre de sujeto y cuando
seria impropio referirse a un ego, ya el de agujereador le cabe con toda justeza. ¿Qué es lo que va
haciendo con esos materiales extraídos? Una observación constata la regularidad de una
secuencia: extraer-fabricar superficies continuas, extensiones, trazados sin solución de
continuidad. La actividad que hay que pensar como jugar primero es una combinación de dos
momentos: agujerear-hacer superficie, agujerear-hacer superficie.
En cualquier bebe de cierta edad que se embadurna con todo entusiasmo y unta luego
cuanto está a su alrededor: toma la papilla, la extiende formando una película homogénea, época
del niño siempre pegoteado. Ese pegote toma sentido para nosotros, porque solo el psicoanalista
está en condiciones de reconocer lo estructurante de una práctica como la descripta, al descubrir
en su clínica que en realidad el cuerpo mismo no es más que un gran pegado. Desde la
estructuración primordial del cuerpo a través del jugar, lo primero que se construye no es para
nada un interior, es decir un volumen, sino una película en banda continúa.
Un niño tiene que autoinscribirse bajo la forma de una superficie, requisito sine qua non
para que sea válido suponer operaciones del tipo de las de dentro/fuera.
La célebre cinta de Moebius es una referencia exacta. Lo esencial es solo una cosa: su no
solución de continuidad. Por eso mismo no nos sorprenderá que no se limite solo al cuerpo del
infans. La banda incluye a la madre y a otros elementos.
Si esto es así, obliga a reformular muy a fondo el estadio del espejo en su
conceptualización ya clásica. La fecha relativamente tardía de ese estadio o fase, entre los seis y los
dieciocho meses, nos lo indica. A los seis meses, un bebe ya dispone de un montaje de superficies
hechas por una diversidad de zonas que, junto a lo visceral, hace figurar algo tan diferente como el
oído, por ejemplo. Concuerdo con diversos autores en que el estadio del espejo no es una
formación originaria. El mismo Lacan, más adelante, le añadió observaciones que suponen
anterioridades lógicas. Digamos que tienen que pasar una importante seria de cosas para que el
niño llegue a ese encuentro con el espejo en condiciones de tal índole como para que éste exista
para él.
Y aun hubo que esperar a 1971 para la explicitación de Winnicott sobre un tiempo previo a
los anteriores, cuando directamente es el Otro – o su rostro – el espejo y la condición del
efectivamente llamado así, primer pasó sin el que la llegada a ése y de éste no se produce.
Otro ángulo para abordar la compleja constitución y función temprana de superficies es
una observación bastante común en el dibujo de niños psicóticos: me refiero al contorno “en
flecos”. En lugar de hacer un borde firme, ininterrumpido de la silueta, ésta parece deshilacharse,
con temblorosa consistencia. Índice de gran significación al traer a colación la destrucción de una
superficie corporal.
Las rutinas son otros tantos nombres de la fabricación de superficies: cabe al Otro
primordial ofrecer por medio de ellas los medios para armar una cotidianeidad. Y, ¿Qué es ésta, si
no un sistema de continuidades unificantes? Su validez se extiende lo menos hasta la
estructuración del fort/da, que posibilita simbolizar la ausencia (la discontinuidad). Antes de
“educar” la formación de hábitos, forma cuerpo. El enojo es universal, pero la repulsa no es a la
limpieza, sino a que lo despojemos de una parte sustancial de su cuerpo, la que lo cohesiona. Capa
sobre capa, en un trabajo de restitución interminable. Basura sí, pero es con esa basura, con esos
desechos heteróclitos que fabricamos nuestra corporeidad de seres deseantes. ¿Cómo no
entender el llanto y la repulsa del pequeño a la mano que se saca los mocos o le jabona la cabeza?
Para su nivel de simbolización no se trata de ningún pegote externo, forma intrínsecamente su
unificación en trámite.
Era por buenas razones que Winnicott insistía en el punto de no tirar indiscriminadamente
esos elementos a los que un pequeño se aferra, aunque suelan oler mal u ofendan visiblemente la
estética familiar. Hay que andar con más cuidado, lo podemos tirar a él. No sirve pensar en un
objeto en el sentido cartesiano del término tomado en su contraposición con una subjetividad; es
objeto en todo caso en el psicoanalítico, (objeto paradójico) porque bien podemos descubrir que
en realidad es el sujeto mismo en su corporeidad libidinal. Por lo tanto, su perdida traumática
revoca desde una ruptura narcisista hasta una devastación de tipo psicótico. En una familia así, se
descarga con gran violencia esa temática delirante sobre el hijo sometido demasiado pronto a
políticas higienistas, cuyo principal efecto es destruir una y otra vez lo que de superficie el niño ha
ido levantando. Los residuos que se lleva el agua no son sino el mismo en su subjetivación más
espontanea. Durante el primer año la actividad de hacer bandas queda luego resignificada y
recubierta por otras estructuras, puesta al servicio de ellas, pasando entonces totalmente
desapercibida. Su subsistencia subterránea es indispensable a la existencia del sujeto, casi diríamos
al mantenimiento de la “tensión” que lo hace tal. El recubrimiento es posible porque ya no es
problemática para el niño la constitución de superficies. Los testimonios de quienes pasaron por
campos de concentración, ¿Qué es lo primero que se organiza en esa coyuntura, cuando se desea
seguir viviendo, cuando no se han bajado los brazos y entregado a la muerte? Nada más y nada
menos que una rutina, es decir, algún tipo de banda, una superficie de rutina, armada la cual
puede pasarse a otra cosa. Introducir una solución de continuidad en su vida cotidiana. Lo que la
antigua psicología estudia bajo el nombre de hábitos, para nosotros, psicoanalistas, es parte de
una función mucho más trascendente porque constituye una retícula de soportes narcisistas en los
que toda subjetividad necesita apuntalarse.
Y con esto apunto a su génesis: son los herederos de la función materna. Arriesgaría decir
que toda la cotidianeidad en su sentido de plataforma, de apoyo, es heredera de la función
materna, y al insistir en esta nominación estoy diciendo que la cotidianeidad presupone además un
desarrollo simbólico ya muy sofisticado.
La moraleja es que, cuando no ha quedado una superficie organizada, hay que construirla
(restitutivamente) día por día y con lo que s epoda.
Ningún análisis se puede realizar sin el apuntalamiento en la continuidad. Así como lo
imprevisible debe ser un elemento fundamental para que su intervención tenga efectos
interpretativos. Esta combinación paradójica de estabilidad, con sorpresa constituye una de las
dificultades de la posición analista y, en el corazón mismo de la práctica suministra otra prueba de
la función primordial que hemos reconocido en el origen del lugar.

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