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Algunos puntos sobre la evolución (versión italiana al final)

Juan José Sanguineti, Roma 2008

1) ¿Es problemática para la fe cristiana la teoría de la evolución?


Responderé a esta pregunta con una serie de clarificaciones. La narración del Génesis de la
creación del universo y del hombre no siempre fue interpretada por la tradición cristiana en un
sentido literal. Fue vista como una comunicación didáctica, adaptada a la mentalidad popular y
envuelta en imágenes, de una verdad de la fe: Dios es el creador del mundo y del hombre. Pero eso
no significa que Dios tenga que hacer cada cosa de modo inmediato y por separado. El Creador,
siguiendo un designio lleno de sabiduría, podía dar existencia a un mundo que se fuera formando
progresivamente desde estadios imperfectos hacia otros más perfectos o complejos, según leyes y
mecanismos sobre los que nada dice la Biblia, pues no es ése su cometido. La creación no se opone
a la evolución, así como no se opone a que nazcan nuevas personas, que sin embargo llamamos
“creaturas”. San Agustín pensaba que Dios creó de la nada una materia informe inicial que fue
desarrollándose a lo largo del tiempo según un plan divino. Todo se podía decir creado
“virtualmente” en ese momento inicial, que contenía potencialmente, en sus causas y según leyes, lo
que vendría más tarde. Santo Tomás estaba de acuerdo con esta interpretación. Sin embargo, a
partir del siglo XIII predominó una visión estática del universo, y por eso se tendió a concebir la
creación como un acto de Dios que de golpe y simultáneamente daba el ser al universo tal como
está ahora. Cuando en el siglo XIX apareció la biología evolutiva, muchos cristianos la vieron como
algo opuesto a la creación. La confusión fue favorecida porque algunos científicos y filósofos
vincularon la teoría evolutiva a una ideología materialista (o pensaban que la evolución excluía la
creación divina). La Iglesia católica fue prudente al respecto. Pío XII declaró en la Humani Generis
que la evolución era admisible para la fe católica si se trataba de todos los vivientes y del cuerpo
humano, a la vez que señalaba que la parte espiritual del hombre (libertad, pensamiento) no podía
surgir por pura emergencia de la materia. Juan Pablo II, en un discurso del 22-10-1996, reafirmó
esta posición, añadiendo que hoy el hecho de la evolución es más creíble, aunque no existe una
teoría evolutiva satisfactoria (hay muchas versiones, discutidas y a veces enfrentadas).
Con lo que acabo de decir creo que he respondido a la pregunta. Añadiría, en fin, que la
creación divina no es observable, ni es inferible con los métodos científicos. Como tantas cosas
importantes, se conoce por implicación metafísica o por fe personal, como acto humano libre que
responde a una Revelación divina.
2) ¿Y no podría pensarse que, aunque la teoría de la evolución no es incompatible con la fe
cristiana, sí lo es una evolución concebida como dominada por el azar y sin finalidad, en la que el
hombre habría surgido por azar?

La respuesta a esta pregunta requiere algunos matices y trataré de ser lo más sencillo posible
para ilustrarla. Desde la perspectiva de Dios Creador, nada de lo que sucede en el mundo es por
azar: todo está incluido en la Providencia divina. Pero Dios actúa ordinariamente por medio de
causas segundas, y entre ellas puede intervenir lo que llamamos “azar”, como cuando una persona
encuentra por casualidad una buena oportunidad y la usa, o cuando alguien muere en un accidente
casualmente. Este “azar” no excluye las causas físicas adecuadas, pero lo llamamos “azar” para
indicar que en el entramado de esas causas no existe ningún programa o plan destinado de suyo a
provocar ese efecto, en la perspectiva de las causas segundas. Pero Dios como creador dispone de
esas causalidades, para que de allí surja lo que Él, en definitiva, quiere crear a través de ese modo
que, en el fondo, es muy fecundo y rico.

La teología de Tomás de Aquino sostiene esta concepción. Además, hoy esto es muy
congruente con la actual concepción de la ciencia, que es “relativamente indeterminista” y está ya
muy lejana del determinismo rígido newtoniano. Ni determinismo rígido, ni azarismo total, sino
leyes en un contexto causal complejo que admite variaciones imprevisibles (desde una visión
situada en el tiempo), y que así dan lugar a fenómenos nuevos y “creativos” (en un sentido no
absoluto).

La evolución puede haber seguido precisamente este cauce, y las indicaciones experimentales
que tenemos, aunque sean incompletas, así parecen confirmarlo. De un modo análogo avanza la
historia humana, con sus progresos a veces fortuitos, a veces bien aprovechados. Y el hecho de que
este proceso, tal como lo he indicado, sea fecundo, rico y a la postre “teleológico”, está a la vista en
los increíbles resultados conseguidos. En nuestro universo, poco a poco van apareciendo realidades
cada vez más complejas, más altas, más perfectas, desde los cuerpos inanimados hasta el hombre (y
no importa para nada que ellas sean muy “pequeñas” comparadas con la inmensidad del cosmos).
El progreso es evidente, aun con mezclas de retrocesos, parones y vías muertas, y aunque en
algunos aspectos sea relativo y no unilateral o absoluto. No es el progreso de una programación
geométrica y mecánica, que sería algo demasiado pobre. Tiene sus riesgos y “desde abajo” se nos
aparece como “milagroso”: sin ciertos encuentros “imprevistos” o coincidencias admirables, no se
habrían seguido tales consecuencias (maravillosas, aunque a veces también desastrosas). ¿No es así
la vida humana? Y sin embargo, gracias a esos encuentros, todo va adelante de un modo positivo, y
también las destrucciones tienen un sentido, muchas veces escondido en la Sabiduría divina. Sí, la
creación divina es mucho más honda y rica que lo que los hombres podemos imaginarnos con
nuestros pobres esquemas causales.

Un “progreso contingente” como el indicado puede tener un sentido muy profundo para la
sabiduría del Creador y es como una “lección” para el hombre. El progreso no está garantizado y es
endeble, y sabemos que al final las cosas físicas creadas acaban por extinguirse o desintegrarse. Así
podrá suceder con todo el cosmos, exactamente igual que acaece con cada organismo viviente, que
al final muere, incluidos nosotros. Esto no se opone al finalismo. Sólo manifiesta un finalismo
contingente (que podemos estropear más de la cuenta, por culpa nuestra). Es bueno para el hombre
saber estas cosas: así la naturaleza no nos permite albergar proyectos de instalación absoluta en este
mundo, y estamos como “más obligados” a buscar lo que es definitivo de verdad: la trascendencia
de Dios. El mundo pasa y sólo Dios permanece (no me refiero ahora a la escatología que habla de la
resurrección y de un “nueva creación”: esto es un paso más allá respecto al mundo en que vivimos
ahora).

Querría recordar un razonamiento que he leído con frecuencia en Mariano Artigas: si la


evolución es finalista y conduce al progreso, es una maravilla que nos conduce fácilmente a
concluir en la existencia de un Dios Creador, con un razonamiento semejante al de la quinta vía
tomista; si no es finalista, sino muy contingente o incluso azarosa, los resultados alcanzados son aún
más sorprendentes y admirables, y por tanto igualmente nos conducen a Dios.

3) Quizá las dificultades mayores que la teoría evolucionista presenta para la fe cristiana se
refieren al hombre. ¿Qué dice concretamente la revelación divina sobre el hombre, y cómo esto
puede ser compatible con el origen evolutivo de la especie humana?

La tesis cristiana fundamental al respecto se puede leer en el Catecismo de la Iglesia Católica


y en las declaraciones de Papas como Pío XII y Juan Pablo II. El hombre tiene la dignidad de ser
creado a imagen y semejanza de Dios y posee la perfección de la persona, dotada de alma espiritual
e inmortal. Dios ha querido crearlo por sí mismo y no como una simple especie de un mundo
material. El carácter personal del hombre, con todo lo que eso supone, en concreto la espiritualidad,
excluye que esta dimensión del hombre pueda surgir sólo de procesos evolutivos o transformativos
materiales, los cuales podrían dar cuenta tan sólo de su dimensión corpórea. Por tanto, tiene que
haber habido una especial intervención divina creadora (testimoniada por la Escritura) en un
“material” predispuesto, algo así como una “segunda creación” divina, que se añade y completa la
“primera creación”, la del cosmos físico que incluye las especies vivientes, también los antropoides
con los que físicamente estamos emparentados. Esta intervención creadora de Dios es compatible
con la relativa “continuidad” de la especie humana con las especies animales parientes con las que
tenemos antecesores comunes, y no supone necesariamente un dualismo en el sentido cartesiano o
platónico. Es más, forma parte de un único plan divino. Naturalmente, la creación divina del
hombre no puede ni demostrarse ni refutarse desde el punto de vista de las ciencias naturales, pero
eso no es una novedad. La fe católica también sostiene la creación inmediata divina del alma de
todo niño humano que viene al mundo, lo que es compatible con el nacimiento biológico de cada
persona a partir de sus progenitores.

4) Pero si la creación divina del hombre es “inobservable” y “no puede ser objeto de ciencia”, ¿no
se trivializa? ¿no valdría más decir que Dios crea al hombre mediante causas segundas, a través
de los procesos biológicos naturales?

Si eso se dijera, lo que se trivializaría es la espiritualidad del hombre y su distinción tajante


respecto de los animales. Y así sucede con aquellos evolucionistas que a la vez son materialistas.
Para ellos no existe propiamente el problema del origen del hombre como si éste fuera un ser
especial (léase espiritual). Para ellos el hombre es una especie animal como las demás, más
sofisticada, pero sólo corpórea. En ese contexto, el término “espíritu” ya no tiene ningún
significado. Las características “espirituales” del hombre ya no se ven como tales (libertad,
inteligencia, religiosidad, moralidad), es más, son negadas o reducidas a lo físico.

5) Sí, pero ¿cómo saber dónde está el hombre en el sentido de la persona, en la serie de homínidos
que poco a poco vamos conjeturando o descubriendo en el lento proceso evolutivo que lleva al
hombre “hombre”?¿no es importante saber esto para “datar” la creación divina según el
Génesis? Además, ¿se exige un origen a partir de una sola pareja, Adán y Eva, o cabría que se
llegue al hombre como persona desde varios grupos filéticos?

Desde el punto de vista de las ciencias naturales, no creo que sea posible, en la ciencia
evolutiva que se atiene a criterios estrictamente biológicos y paleontológicos, señalar taxativamente,
en la serie evolutiva de homínidos, una especie zoológica ya dotada de espiritualidad, cuyos
individuos sean personas con libertad e inteligencia universal. Muchos menos cabe llegar así,
científicamente, a un individuo concreto como “primer hombre” o “primera mujer”. Las habilidades
“inteligentes” de los animales superiores (tecnología, lenguaje, sociabilidad) y sus facultades
apetitivas (“altruismo”, “benevolencia”, transgresiones a reglas sociales por motivos pasionales) no
implican necesariamente espiritualidad, y el hecho de que las encontremos en homínidos no
significa que tengan que ser personas, aunque podamos conjeturarlo (con cierto riesgo). Pero nada
empírico puede demostrarlo, y muchos animales que conocemos manifiestan esas perfecciones,
incluso algunos insectos.

Desde el punto de vista antropológico, sabemos que estamos ante personas cuando vemos
individuos que desarrollan una verdadera civilización, crean gramáticas en sentido riguroso, se
dedican a las artes y a las ciencias, tienen creencias morales, religiosas o cosmológicas y poseen
una verdadera vida ética. En los animales superiores se observa cierto “anuncio” de estas
manifestaciones de la vida del espíritu: industrias concretas (no elaboradas según criterios
científicos universales), reglas sociales basadas en emociones y percepciones (en las que no hay una
verdadera abstracción universal). Por ejemplo, enterrar a muertos no indica sin más una creencia en
el más allá. Algunos animales entierran a sus muertos por motivos afectivos. Por tanto, con la sola
ciencia natural no podemos “datar” el origen del hombre entendido como persona, que la fe
cristiana ve como objeto de una creación especial por parte de Dios (“segunda creación”). Esto es
un misterio, tanto para la razón científica como para la razón filosófica.

6) ¿Es compatible con la ciencia evolutiva la creación divina del hombre en estado
“preternatural”, con dones como la inmortalidad, la ciencia, la ausencia de concupiscencia?

La ciencia natural, basada en observaciones empíricas y en la racionalidad científica que se


atiene a tales observaciones, sólo puede constatar que el hombre actual (civilización, escritura,
leyes) ha surgido desde una prehistoria, envuelta en muchas oscuridades, en donde domina más y
más (yendo hacia atrás en el tiempo) el salvajismo, la ignorancia, la agresividad, el instinto y una
vida rudimentaria siempre más pobre.

La fe católica respecto a la creación del hombre nos habla, en cambio, de una situación
inicial, previa al pecado original, en la que el hombre se encontraba en una condición antropológica
no sólo de amistad con Dios (gracia sobrenatural), sino superior a nuestro estado actual. Ésta es la
doctrina teológica de los dones “preternaturales”, o situación del hombre tal como fue creado
originalmente por Dios (“paraíso terrenal”), en armonía consigo mismo, con los demás y con la
naturaleza. Esta situación puede entenderse como potencial, ya que no pudo desenvolverse de modo
histórico, y desapareció como consecuencia penal del pecado original. No tiene por qué dejar
rastros empíricos que sirvan a la ciencia histórica. De hecho el Génesis menciona el origen de la
cultura (por ejemplo, el vestirse de Adán y Eva), la tecnología y la variedad de lenguajes en un
contexto posterior al pecado original.

A la vista de esta realidad “metahistórica”, si cabe hablar así, la ciencia natural no puede
intentar aproximarse a ella, pero tampoco excluirla. Aquí se ve hasta qué punto es ineficaz el
“concordismo” que busca un acercamiento empírico o científico al “momento puntual” del origen
del hombre en la tierra según las narraciones bíblicas. Una realidad como el paraíso terrenal
obviamente es mucho menos hipotizable, como resultado de la evolución, que la de seres humanos
en estado salvaje. En todo caso, una indicación histórica significativa, a nivel antropológico y no
biológico, podríamos verla quizá en el hecho de que los pueblos más antiguos tienen siempre
creencias religioso-cosmológicas, con muchos elementos morales, que resultan sorprendentes para
gente que “apenas ha salido del cascarón” de la evolución desde los primitivos primates. Los
hombres primitivos, si simplemente procedían de los primates, ¡ya podrían haber sido un poco más
materialistas! En cambio, los vemos llenos de mitos con contenidos ampliamente religiosos y
éticos, y sólo muy recientemente, con la ciencia moderna, hemos “aprendido” a dar más
importancia a las causalidades materiales. Esto es algo que nos hace pensar.

7) Pero para el evolucionista materialista, la creencia en el paraíso terrenal es un mito.


Si se cuenta sólo con la ciencia natural como único modo de acceder a la realidad, esa
creencia efectivamente no puede ser más que un puro mito. Lo mismo podrá decirse de la
resurrección de los muertos, de la resurrección de Cristo o de la Eucaristía. En definitiva, podrá
decirse de todo lo que supere la órbita de los procesos naturales, tal como podemos observarlos en
la situación en que ahora estamos. Sería preferible, sin embargo, reconocer con sencillez que la
ciencia natural nos da una imagen parcial de la realidad, que no podemos tomar como total.
La ciencia natural no es nuestro único acceso a la realidad. He aquí un argumento
“antropológico” en favor de esta tesis: si la ciencia natural fuera nuestro única vía para conocer la
realidad, estaríamos abocados al nihilismo y deberíamos caer en la desesperación (la persona
humana no valdría más que la vida de un animal). Por motivos filosóficos y antropológicos, esto no
tiene ningún sentido. De aquí puede sacarse la conclusión de que la ciencia natural es sólo parcial y
jamás nos explicará todo lo que es real, y mucho menos lo que es más significativo e importante.
Por principio y por método, las ciencias naturales no pueden saber qué es significativo e importante.

8) Hoy sabemos que la muerte y las desarmonías afectivas del hombre tienen causas biológicas
precisas, de tipo evolutivo, genético y neurológico. Para muchos, esta explicación sustituye a la
creencia de que la muerte y la concupiscencia son una consecuencia penal del pecado original.
¿Cómo es posible que la fe católica imponga creer que antes del pecado original no había muerte
biológica, ni sufrimiento? ¿No habría que modificar el sentido del pecado original?

La fe cristiana no lleva a pensar que antes del pecado original Dios habría hecho un universo
físicamente distinto, con otras leyes biológicas, sin animales que muriesen o matasen o, pongamos
por caso, sin el segundo principio de la termodinámica. Por supuesto, estas leyes no son absolutas ni
eternas. En el estado final de la creación (escatológico), con la existencia de cuerpos humanos
glorificados, esas leyes podrían modificarse, ¿por qué no?, aunque sería vano hacer especulaciones
concretas al respecto. Sin embargo, con relación al pasado, la explicación tomista, que me parece
muy razonable, es que en la creación del hombre en su estado de “justicia original” (o “inocencia
original”) todo era igual a como es ahora, sólo que la condición psicosomática humana era tal que
podía evitar la muerte, el sufrimiento y la sujeción desordenada a las pasiones, cosa que en cambio
en los animales es normal y no implica desorden ni algo incongruente. Es más, la muerte como
evento biológico tiene un sentido positivo en un contexto biológico universal. Pero no era
“congruente” con la situación original del hombre. Y por eso hoy también la muerte, los
sufrimientos, los desórdenes afectivos y tendenciales, aunque son ocasión de muchos bienes
(despego de esta vida, virtudes, ciencia), para el hombre suponen siempre algo no sólo doloroso,
sino un cierto sin-sentido, al menos si todo acabara ahí. Por tanto, cuando el hombre no amó a Dios
inicialmente como hubiera debido hacerlo (éste es el núcleo del pecado original), perdió esa
situación “privilegiada” (en realidad, era también natural) y fue devuelto a un orden de causalidades
totalmente naturales, pero más “bajo” que el orden inicialmente previsto por Dios. Eso era justo,
aunque luego actuó la misericordia de Dios.

Y así la respuesta de la biología a la existencia de la muerte, del dolor y de los desórdenes


emotivos y tendenciales puede ser perfectamente correcta e inteligible, sin por eso oponerse a unas
razones más hondas que se colocan en un plano superior. También antes de la ciencia moderna
evolutiva conocíamos causas biológicas precisas de la muerte, y nadie las veía como excluyentes de
lo que la fe cristiana sostiene sobre el origen último de la muerte humana. El pecado original no
cambió las leyes físicas. Cambió sólo la situación antropológica del hombre, cuya razón y voluntad
se debilitaron, y así el ser humano perdió potencialidades de dominio sapiencial del mundo y
también respecto a sus relaciones con los demás y consigo mismo, abriéndose la historia tal como la
experimentamos, con sus aspectos entusiasmantes y otros dolorosos e incomprensibles, desde el
plano de la razón científica y filosófica.

Sin la fe sobrenatural, la racionalidad filosófica y la racionalidad científica se encuentran con


enigmas de fondo insuperables, que afectan al sentido último de la vida. Pero a la fe sobrenatural le
viene muy bien el sostén de la racionalidad científica y filosófica, sabiendo que “sostén” no
significa “fundamento”.

Sull’evoluzione

1) È problematica la teoria dell’evoluzione per la fede cristiana?


Risponderò a questa domanda con una serie di chiarimenti. La narrazione del libro della
Genesi della creazione dell’universo e dell’uomo non sempre fu interpretata dalla tradizione
cristiana in un senso letterale. Fu anche vista come una comunicazione didattica, adeguata alla
mentalità popolare e avvolta in immagini, di un verità di fede: Dio è il creatore del mondo e
dell’uomo. Questo non significa, tuttavia, che Dio sia tenuto a fare ogni cosa in modo immediato e
separato. Il Creatore, seguendo un piano sapienziale, poteva far esistere un universo potente per dar
luogo ad un lungo processo di formazioni progressive, sin dai primi stadi imperfetti fino a quelli più
perfetti o complessi, secondo leggi e meccanismi di cui la Bibbia non dice nulla poiché non è il suo
compito farlo. La creazione non si oppone all’evoluzione, così come non esclude che i progenitori
diano vita a nuove persone, che comunque chiamiamo “creature”. Sant’Agostino riteneva che Dio
avesse creato dal nulla una materia informe primigenia, una materia da svilupparsi lungo i secoli
secondo un mirabile piano divino. Tutto si poteva dire creato “virtualmente” in quel momento
iniziale, il quale conteneva potenzialmente, nelle loro cause e secondo leggi, tutto quanto dovrebbe
apparire più tardi. San Tommaso era d’accordo con quest’interpretazione. Ciononostante, a partire
dal XIII secolo è prevalsa una visione statica dell’universo, per cui la creazione veniva spesso
concepita come un atto di Dio che ad un tratto, in maniera simultanea, avrebbe dato l’essere
all’universo così come lo vediamo adesso. Quando nel XIX secolo emerse la biologia evolutiva,
molti cristiani la videro come qualcosa di opposto alla creazione. La confusione venne stimolata per
il fatto che alcuni scienziati e filosofi collegarono la teoria evolutiva all’ideologia materialistica (o
perché pensavano che l’evoluzione escludeva la creazione divina). La Chiesa Cattolica fu prudente
al riguardo. Pio XII dichiarò nell’enciclica Humani Generis che la fede cattolica poteva ammettere
l’evoluzione estesa a tutti i viventi e al corpo umano, mentre segnalava che la dimensione spirituale
dell’uomo (pensiero, libertà) non poteva sorgere per una semplice emergenza a partire dalla
materia. Giovanni Paolo II, in un discorso del 22 ottobre del 1996, confermò questa posizione,
aggiungendo che il fatto dell’evoluzione oggi è più credibile, pur non esistendo una teoria evolutiva
soddisfacente (ci sono molte versioni dell’andamento evolutivo, spesso discusse e reciprocamente
contrapposte).
Con quanto ho detto penso di aver dato risposta alla domanda. Aggiungerei, infine, che la
creazione divina non è osservabile, né è argomentabile con i metodi scientifici. Come avviene con
tante cose importanti, essa è conoscibile solo tramite il ragionamento metafisico, oppure per fede
personale in quanto atto umano libero in risposta alla Rivelazione divina.

2) Non si potrebbe pensare che, benché la teoria evolutiva non risulta incompatibile con la fede
cristiana, invece lo sarebbe un’evoluzione concepita secondo il predominio del caso, senza finalità,
dove l’uomo sarebbe sorto casualmente?
La risposta a questa domanda richiede alcune sfumature e cercherò di essere il più essenziale
possibile. Dalla prospettiva di Dio Creatore, niente di quando accade nel mondo è casuale: tutto è
sottomesso alla Provvidenza divina. Ma Dio normalmente agisce tramite cause seconde, tra cui può
anche intervenire ciò che chiamiamo “caso”, come quando una persona trova per puro caso una
buona opportunità e ne fa uso, o come quando qualcuno muore in un incidente. Questo “caso” non
esclude le cause fisiche adeguate, ma lo denominiamo “caso” per indicare che nell’intreccio di tali
cause non c’è alcun programma o piano destinato di per sé a produrre tale effetto, nella prospettiva
delle cause seconde. Dio come creatore, però, domina dall’alto tutte le forme e gli intrecci più
complessi della causalità, affinché da esse sorga quello che Egli, in definitiva, vuole creare tramite
questo modo il quale, peraltro, è molto fecondo e ricco.
La teologia di Tommaso d’Aquino sostiene questa concezione. Inoltre, questo punto è in
armonia con l’attuale concezione della scienza, oggi “relativamente indeterminista”, lontana dal
rigido determinismo newtoniano. Dunque né determinismo assoluto, né puro caso, bensì leggi in un
contesto causale complesso, aperto a variazioni imprevedibili (in una visione ancorata al tempo), e
che così da luogo a fenomeni nuovi o “creativi” (non in un senso assoluto).
L’evoluzione può aver seguito questo corso e ne danno conferma, a quanto pare, le
indicazioni sperimentali disponibili, benché incomplete. La storia umana, con i suoi progressi, va
avanti in una maniera analoga, anche con tanti eventi fortuiti di cui gli uomini alcune volte hanno
saputo trarre profitto. Il fatto che questo processo sia fecondo, ricco e alla fine “teleologico” è
patente negli incredibili risultati raggiunti. Nel nostro universo, a poco a poco, compaiono delle
realtà ogni volta più complesse, più alte, più perfette, sin dai corpi inanimati fino all’uomo (e non
ha importanza se queste strutture sono “piccole” in paragone all’immensità del cosmo). Il progresso
è evidente, anche con settori e momenti di decadenza, punti fermi e strade senza uscita, pur tenendo
conto che il perfezionamento è relativo in molti aspetti e che non è unilaterale o assoluto. Non è il
progresso di una programmazione geometrica e meccanica, il che sarebbe troppo povero. È un
progresso con rischi e “dal basso” ci sembra “miracoloso”: senza certe coincidenze incredibili e
incontri “imprevedibili”, tale conseguenze (meravigliose, talvolta anche disastrose) non sarebbero
accadute. Ma non è così la vita umana? Eppure, grazie a tali incontri, tutto va avanti in un modo
positivo, e anche le distruzioni hanno un senso, spesso nascosto nella Sapienza divina. Sì, la
creazione divina è una realtà molto profonda e ricca, non immaginabile e non concepibile da noi
uomini con i nostri poveri schemi causali.
Un progresso “contingente” può avere un senso profondo nei confronti della Sapienza del
Creatore ed è una sorta di “lezione” per l’uomo. Il progresso non è garantito ed è fragile, e inoltre
sappiamo che alla fine tutte le cose fisiche create finiscono per estinguersi o disintegrarsi. Così
potrebbe avvenire con tutto il cosmo, proprio come succede con ogni organismo vivente, destinato
alla fine alla morte, dove ci includiamo noi stessi. Questa realtà non è contraria alla teleologia. Essa
solo manifesta un finalismo contingente (ma possiamo rovinarlo più del dovuto per colpa nostra).
La conoscenza di questa condizione del mondo è un bene per noi. In questo modo, la natura “non ci
consente” di nutrire progetti di un insediamento assoluto nel mondo, e siamo in qualche modo più
“costretti” a cercare ciò che è davvero definitivo: la trascendenza di Dio. Il mondo passa e soltanto
Dio permane (non mi riferisco adesso all’escatologia cristiana, cioè alla risurrezione e alla “nuova
creazione”, il che sarà un balzo in alto rispetto al mondo in cui ora viviamo).
Vorrei ricordare un ragionamento che ho ascoltato dal filosofo della scienza Mariano Artigas:
se l’evoluzione è teleologica e conduce al progresso, è una meraviglia e facilmente ci conduce alla
conclusione dell’esistenza di Dio, tramite un ragionamento molto simile alla quinta via tomistica;
ma se non fosse chiaramente finalistica, bensì contingente, con tanto di coincidenze fortuite, tanto
più i risultati ottenuti sono sorprendenti e mirabili, e ugualmente conducenti a Dio.

3) Forse le principali difficoltà della teoria evoluzionistica nei confronti della fede cristiana si
riferiscono all’uomo. Che cosa dice in modo concreto la rivelazione divina sull’uomo, e come può
essere ciò compatibile con l’origine evolutiva della specie umana?
La tesi cristiana fondamentale a questo riguardo si può leggere nel Catechismo della Dottrina
Cattolica e nelle dichiarazioni di Papi quali Pio XII e Giovanni Paolo II. L’uomo ha la dignità di
essere stato creato a immagine e somiglianza di Dio e possiede la perfezione della persona, dotata di
anima spirituale e immortale. Dio ha voluto crearlo per se stesso e non come una semplice specie
tra le altre del mondo materiale. Il carattere personale dell’uomo, con tutte le implicazioni al
riguardo, come la spiritualità, esclude che questa dimensione dell’uomo possa essere soltanto il
risultato di processi evolutivi o trasformativi materiali, i quali possono incidere causalmente solo
sulla nostra dimensione corporea. Perciò, occorre uno speciale intervento divino creatore, testificato
dalla Sacra Scrittura, in un materiale “predisposto”, qualcosa come una “seconda creazione” di Dio
che si aggiunge e completa la “prima creazione”, quella del cosmo fisico, con le specie viventi e gli
antropoidi coi quali siamo fisicamente imparentati. Questo intervento creativo di Dio è compatibile
con la relativa “continuità” della specie umana con le specie animali “parenti”, coi quali
condividiamo gli stessi antenati, e non comporta necessariamente un dualismo nel senso cartesiano
o platonico. Anzi, esso fa parte di un unico piano di Dio. Naturalmente, la creazione divina
dell’uomo non può essere né dimostrata né confutata dal punto di vista delle scienze naturali, ma
ciò non è una novità. La fede cattolica sostiene pure la creazione immediata divina dell’anima di
ogni bambino che viene al mondo, il che è compatibile con la nascita biologica di ogni persona
umana a partire dai suoi progenitori.

4) Se però la creazione divina dell’uomo è “inosservabile” e “non può essere oggetto di scienza”,
non viene banalizzata? Non sarebbe meglio dire che Dio crea l’uomo tramite le cause seconde,
attraverso processi biologici naturali?
Al contrario, proprio tale affermazione renderebbe banale la spiritualità dell’uomo e la sua
netta distinzione rispetto agli animali. Così avviene, infatti, presso gli evoluzionisti che sono al
contempo materialisti. Per loro il problema dell’origine dell’uomo, come se esso fosse un essere
speciale (si legga: spirituale), propriamente non si pone. L’uomo, in tale contesto, è una specie
animale tra le altre, semplicemente più sofisticata, ma soltanto corporea. Il termine “spirito” perde
qui ogni significato. Le caratteristiche “spirituali” dell’uomo (libertà, intelligenza, religiosità,
moralità) ormai non sono percepite in questo modo nella prospettiva materialistica, anzi vengono
negate e ridotte alla pura dimensione organica.

5) Sì, ma come sapere dove sta l’uomo nel senso di persona, nella serie di ominidi che a poco a
poco congetturiamo o scopriamo nel processo evolutivo che porta al uomo “uomo”? Non è
importante avere questa certezza per “datare” la creazione divina secondo la Genesi? Inoltre, si
richiede un’origine a partire da una sola coppia, Adamo ed Eva, oppure sarebbe possibile arrivare
all’uomo come persona a partire da parecchi gruppi filetici?
Secondo i parametri della biologia evolutiva, sempre limitata da criteri rigorosamente
biologici e paleontologici, non credo sia possibile segnalare in modo inoppugnabile, nella serie
evolutiva degli ominidi, una specie animale ormai caratterizzata dalla spiritualità, i cui individui
sarebbero persone dotate di libertà e di un’intelligenza universale. Tanto meno si può arrivare
scientificamente a un individuo concreto che dovrebbe essere il “primo uomo” o la “prima donna”.
Le abilità “intelligenti” degli animali superiori (tecnologia, linguaggio, socialità) e le loro
inclinazioni ed emozioni (“altruismo”, “benevolenza”, trasgressioni a regole sociali per motivi
passionali) non comportano necessariamente spiritualità, e il fatto di trovarle negli ominidi non
significa che siano persone, anche se possiamo magari congetturarlo (con molti rischi). Ma nessun
indicatore empirico può mai dimostrarlo. D’altronde molti animali, perfino gli insetti, manifestano
tali perfezioni.
Dal punto di vista antropologico, sappiamo di essere dinanzi a persone quando vediamo
individui che sviluppano una vera civiltà, creano grammatiche in senso rigoroso, praticano le arti e
le scienze, hanno credenze morali, religiose o cosmologiche e possiedono una vera vita etica. Negli
animali superiori osserviamo una sorta di “annuncio” di queste manifestazioni della vita dello
spirito: una forma di “industria” (non però elaborata secondo canoni scientifici universali), regole
sociali fondate su emozioni e percezioni (dove non c’è una vera astrazione universale). Ad esempio,
seppellire i morti non è per forza un segno di una credenza nell’aldilà. Alcuni animali seppelliscono
i loro morti per motivi affettivi. Di conseguenza, con i soli parametri delle scienze naturali non è
possibile “datare” l’origine dell’uomo inteso come persona, il quale secondo la fede cristiana è
oggetto di una particolare creazione da parte di Dio (“seconda creazione”). Questo è un mistero, sia
per la ragione scientifica che per la ragione filosofica.

6) È compatibile con la scienza dell’evoluzione la creazione dell’uomo in stato “preternaturale”,


con doni quali l’immortalità, la scienza, l’esenzione dalla concupiscenza?
Le scienze naturali, in quanto sono metodologicamente fondate soltanto sulle osservazioni
empiriche e sulla razionalità scientifica che opera esclusivamente a partire da tali osservazioni,
soltanto può costatare la comparsa dell’uomo attuale (civiltà, scrittura, leggi) a partire da una
situazione preistorica, avvolta in molte oscurità, in cui diviene via via predominante (se procediamo
indietro nel tempo) la vita sempre più selvaggia, l’ignoranza, l’aggressività, l’istinto e una forma di
esistenza rudimentale sempre più povera.
La fede cattolica in rapporto alla creazione dell’uomo ci parla, invece, di una situazione
iniziale, previa al peccato originale, nella quale l’uomo si trovava in una condizione antropologica
non solo di amicizia con Dio (la grazia soprannaturale), ma anche superiore al nostro stato attuale.
È questa la dottrina teologica dei doni “preternaturali”, ovvero la situazione in cui l’uomo fu creato
in modo originario da Dio (“il paradiso terrestre”), in armonia con se stesso, con gli altri e con la
natura. Questa situazione si può comprendere come potenziale, dal momento che non ha avuto il
tempo di svilupparsi in modo storico, e scomparve subito come conseguenza del peccato di origine.
Non occorre pensare che abbia lasciato “impronte” empiriche che possano servire alla scienza
storica. Inoltre la narrazione biblica pone l’origine della cultura (ad esempio, quando Adamo ed Eva
cominciano ad indossare abiti), della tecnologia e della varietà di linguaggi in un contesto posteriore
al peccato originale).
Nei confronti di questa realtà “meta-storica”, se possiamo parlare così, le scienze naturali non
possono tentarvi una verifica, ma neanche possono escluderla. A questo punto si vede l’inefficacia
del “concordiamo” che cerca un’approssimazione empirica o scientifica al “momento puntuale”
dell’origine dell’uomo sulla terra secondo la narrazione biblica. Una realtà quale il paradiso
terrestre ovviamente è tanto meno ipotizzabile come risultato dell’evoluzione, anziché quella degli
esseri umani in stato selvaggio. Semmai, un’indicazione storica significativa, a livello
antropologico e non biologico, forse sarebbe il fatto dei popoli antichi con le loro credenze religiose
e cosmologiche, con tanti elementi morali, stranamente sorprendenti per gente “appena uscita dal
guscio” dell’evoluzione a partire dai primitivi primati. Gli uomini primitivi, se semplicemente
provenivano dall’evoluzione a partire dai primati, potevano essere stati un po’ più materialisti!
Invece, li vediamo pieni di miti con contenuti ampiamente religiosi ed etici, e solo molto
recentemente, grazie alla scienza moderna, abbiamo “imparato” a dare più importanza alle causalità
materiali. Questo strano fatto ci deve far riflettere.

7) Ma per l’evoluzionista materialista, la credenza in un paradiso terrestre è un mito.


Se facciamo affidamento soltanto alle scienze naturali come unico modo di accedere alla
realtà, allora quella credenza non può che essere un puro mito. Ma lo stesso si dovrebbe dire della
risurrezione dei morti, della risurrezione di Cristo o dell’Eucaristia. In definitiva, tale restrizione si
applica a tutto quanto superi l’orbita dei processi naturali, così come possono essere osservati nella
situazione in cui ora ci troviamo. Sarebbe auspicabile, invece, riconoscere schiettamente che le
scienze naturali ci offrono un’immagine parziale della realtà, un’immagine che non possiamo
prendere come totale.
La scienza naturale non è il nostro unico modo di accesso alla realtà. Ecco una sorta di
“argomento antropologico” a favore di questa tesi: se le scienze naturali fossero l’unica via per la
conoscenza della realtà, il nichilismo e la disperazione sarebbero giustificati (la persona umana non
varrebbe più che la vita di un animale). Per motivi filosofici e antropologici, questa conseguenza è
un non-senso. Di conseguenza, possiamo trarne la seguente conclusione: le scienze naturali sono
soltanto parziali e mai ci spiegheranno tutto ciò che è reale, tanto meno quello che è più
significativo e importante. Per metodo e per principio, le scienze naturali non ci consentono di
sapere che cosa è più significativa e importante.

8) Oggi sappiamo che la morte e le disarmonie affettive dell’uomo hanno cause biologiche precise,
di tipo evolutivo, genetico e neurologico. Per molti, questa spiegazione si sostituisce alla credenza
che la morte e la concupiscenza siano una conseguenza penale del peccato originale. Come è
possibile che la fede cattolica costringa a credere che prima del peccato originale non esisteva la
morte biologica, né la sofferenza? Non ci vorrebbe ridimensionare il dogma del peccato originale?
La fede cristiana non porta a pensare che prima del peccato originale Dio avrebbe fatto un
universo fisicamente diverso, con altre leggi biologiche, senza animali feroci o mortali o, mettiamo
il caso, senza il secondo principio della termodinamica. Naturalmente queste leggi non sono
assolute, né eterne. Nello stato definitivo della creazione (escatologico), con l’esistenza di corpi
umani glorificati, quelle leggi saranno modificate, perché no?, anche se sarebbe vano fare
speculazioni concrete al riguardo. Tuttavia, in rapporto al passato, la spiegazione tomista, secondo
me molto ragionevole, è che nella creazione dell’uomo nel suo stato di “giustizia originale” (o di
“innocenza originale”) tutto era com’è adesso, solo che la condizione psicosomatica umana era tale
che egli poteva evitare la morte, la sofferenza e l’assoggettamento disordinato alle passioni, il che
invece negli animali è normale e non comporta un disordine né qualcosa di inadeguato. Anzi, la
morte come evento biologico contiene un senso positivo in un contesto biologico universale. Ma
non era “congruente” con la situazione originale dell’uomo. Ed anche oggi la morte, i patimenti, i
disordini tendenziali, pur essendo occasione di molti beni (distacco da questa vita, virtù, scienza),
per la sensibilità e per l’intelligenza umana suppongono non solo qualcosa di doloroso, ma un certo
non-senso, soprattutto se tutto dovrebbe finire lì. Di conseguenza, quando l’uomo, all’inizio, non
volle amare Dio come avrebbe dovuto amarlo (questo è il nucleo del peccato originale), egli
perdette quella situazione “di privilegio” (in realtà, anche naturale), e venne “declassato” e ritornato
ad una compagine di intrecci causali totalmente naturali, comunque “al di sotto” dell’ordine
inizialmente previsto da Dio. E ciò era giusto, anche se dopo si è messa in moto la misericordia di
Dio.
Così, la risposta della biologia all’esistenza della morte, del dolore e dei disordini affettivi o
tendenziali può essere completamente corretta e intellegibile, senza perciò opporsi a un piano
superiore di ragioni più profonde. Anche prima della scienza moderna evolutiva l’uomo conosceva
cause biologiche precise della morte, e nessuno le percepiva come incompatibili con quanto la fede
cristiana sostiene sull’ultima origine della morte umana. Il peccato originale non mutò le leggi
fisiche. Modificò soltanto la situazione antropologica dell’uomo, la cui ragione e volontà si sono
indebolite. Così l’uomo perse delle potenzialità di dominio sapiente del mondo, anche in rapporto
alle sue relazioni con gli altri e con se stesso, e si aprì la storia così come noi la sperimentiamo, con
i suoi aspetti meravigliosi ed altri dolorosi e incomprensibili, nella prospettiva della ragione
scientifica e filosofica.
Senza la fede soprannaturale, la razionalità filosofica e quella scientifica intoppano con
enigmi insuperabili, che hanno a che vedere col senso ultimo della vita. Ma il sostegno della
razionalità scientifica e filosofica è positivo per la fede soprannaturale, pur sapendo che “sostegno”
non vuol dire “fondamento”.

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