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La respuesta a esta pregunta requiere algunos matices y trataré de ser lo más sencillo posible
para ilustrarla. Desde la perspectiva de Dios Creador, nada de lo que sucede en el mundo es por
azar: todo está incluido en la Providencia divina. Pero Dios actúa ordinariamente por medio de
causas segundas, y entre ellas puede intervenir lo que llamamos “azar”, como cuando una persona
encuentra por casualidad una buena oportunidad y la usa, o cuando alguien muere en un accidente
casualmente. Este “azar” no excluye las causas físicas adecuadas, pero lo llamamos “azar” para
indicar que en el entramado de esas causas no existe ningún programa o plan destinado de suyo a
provocar ese efecto, en la perspectiva de las causas segundas. Pero Dios como creador dispone de
esas causalidades, para que de allí surja lo que Él, en definitiva, quiere crear a través de ese modo
que, en el fondo, es muy fecundo y rico.
La teología de Tomás de Aquino sostiene esta concepción. Además, hoy esto es muy
congruente con la actual concepción de la ciencia, que es “relativamente indeterminista” y está ya
muy lejana del determinismo rígido newtoniano. Ni determinismo rígido, ni azarismo total, sino
leyes en un contexto causal complejo que admite variaciones imprevisibles (desde una visión
situada en el tiempo), y que así dan lugar a fenómenos nuevos y “creativos” (en un sentido no
absoluto).
La evolución puede haber seguido precisamente este cauce, y las indicaciones experimentales
que tenemos, aunque sean incompletas, así parecen confirmarlo. De un modo análogo avanza la
historia humana, con sus progresos a veces fortuitos, a veces bien aprovechados. Y el hecho de que
este proceso, tal como lo he indicado, sea fecundo, rico y a la postre “teleológico”, está a la vista en
los increíbles resultados conseguidos. En nuestro universo, poco a poco van apareciendo realidades
cada vez más complejas, más altas, más perfectas, desde los cuerpos inanimados hasta el hombre (y
no importa para nada que ellas sean muy “pequeñas” comparadas con la inmensidad del cosmos).
El progreso es evidente, aun con mezclas de retrocesos, parones y vías muertas, y aunque en
algunos aspectos sea relativo y no unilateral o absoluto. No es el progreso de una programación
geométrica y mecánica, que sería algo demasiado pobre. Tiene sus riesgos y “desde abajo” se nos
aparece como “milagroso”: sin ciertos encuentros “imprevistos” o coincidencias admirables, no se
habrían seguido tales consecuencias (maravillosas, aunque a veces también desastrosas). ¿No es así
la vida humana? Y sin embargo, gracias a esos encuentros, todo va adelante de un modo positivo, y
también las destrucciones tienen un sentido, muchas veces escondido en la Sabiduría divina. Sí, la
creación divina es mucho más honda y rica que lo que los hombres podemos imaginarnos con
nuestros pobres esquemas causales.
Un “progreso contingente” como el indicado puede tener un sentido muy profundo para la
sabiduría del Creador y es como una “lección” para el hombre. El progreso no está garantizado y es
endeble, y sabemos que al final las cosas físicas creadas acaban por extinguirse o desintegrarse. Así
podrá suceder con todo el cosmos, exactamente igual que acaece con cada organismo viviente, que
al final muere, incluidos nosotros. Esto no se opone al finalismo. Sólo manifiesta un finalismo
contingente (que podemos estropear más de la cuenta, por culpa nuestra). Es bueno para el hombre
saber estas cosas: así la naturaleza no nos permite albergar proyectos de instalación absoluta en este
mundo, y estamos como “más obligados” a buscar lo que es definitivo de verdad: la trascendencia
de Dios. El mundo pasa y sólo Dios permanece (no me refiero ahora a la escatología que habla de la
resurrección y de un “nueva creación”: esto es un paso más allá respecto al mundo en que vivimos
ahora).
3) Quizá las dificultades mayores que la teoría evolucionista presenta para la fe cristiana se
refieren al hombre. ¿Qué dice concretamente la revelación divina sobre el hombre, y cómo esto
puede ser compatible con el origen evolutivo de la especie humana?
4) Pero si la creación divina del hombre es “inobservable” y “no puede ser objeto de ciencia”, ¿no
se trivializa? ¿no valdría más decir que Dios crea al hombre mediante causas segundas, a través
de los procesos biológicos naturales?
5) Sí, pero ¿cómo saber dónde está el hombre en el sentido de la persona, en la serie de homínidos
que poco a poco vamos conjeturando o descubriendo en el lento proceso evolutivo que lleva al
hombre “hombre”?¿no es importante saber esto para “datar” la creación divina según el
Génesis? Además, ¿se exige un origen a partir de una sola pareja, Adán y Eva, o cabría que se
llegue al hombre como persona desde varios grupos filéticos?
Desde el punto de vista de las ciencias naturales, no creo que sea posible, en la ciencia
evolutiva que se atiene a criterios estrictamente biológicos y paleontológicos, señalar taxativamente,
en la serie evolutiva de homínidos, una especie zoológica ya dotada de espiritualidad, cuyos
individuos sean personas con libertad e inteligencia universal. Muchos menos cabe llegar así,
científicamente, a un individuo concreto como “primer hombre” o “primera mujer”. Las habilidades
“inteligentes” de los animales superiores (tecnología, lenguaje, sociabilidad) y sus facultades
apetitivas (“altruismo”, “benevolencia”, transgresiones a reglas sociales por motivos pasionales) no
implican necesariamente espiritualidad, y el hecho de que las encontremos en homínidos no
significa que tengan que ser personas, aunque podamos conjeturarlo (con cierto riesgo). Pero nada
empírico puede demostrarlo, y muchos animales que conocemos manifiestan esas perfecciones,
incluso algunos insectos.
Desde el punto de vista antropológico, sabemos que estamos ante personas cuando vemos
individuos que desarrollan una verdadera civilización, crean gramáticas en sentido riguroso, se
dedican a las artes y a las ciencias, tienen creencias morales, religiosas o cosmológicas y poseen
una verdadera vida ética. En los animales superiores se observa cierto “anuncio” de estas
manifestaciones de la vida del espíritu: industrias concretas (no elaboradas según criterios
científicos universales), reglas sociales basadas en emociones y percepciones (en las que no hay una
verdadera abstracción universal). Por ejemplo, enterrar a muertos no indica sin más una creencia en
el más allá. Algunos animales entierran a sus muertos por motivos afectivos. Por tanto, con la sola
ciencia natural no podemos “datar” el origen del hombre entendido como persona, que la fe
cristiana ve como objeto de una creación especial por parte de Dios (“segunda creación”). Esto es
un misterio, tanto para la razón científica como para la razón filosófica.
6) ¿Es compatible con la ciencia evolutiva la creación divina del hombre en estado
“preternatural”, con dones como la inmortalidad, la ciencia, la ausencia de concupiscencia?
La fe católica respecto a la creación del hombre nos habla, en cambio, de una situación
inicial, previa al pecado original, en la que el hombre se encontraba en una condición antropológica
no sólo de amistad con Dios (gracia sobrenatural), sino superior a nuestro estado actual. Ésta es la
doctrina teológica de los dones “preternaturales”, o situación del hombre tal como fue creado
originalmente por Dios (“paraíso terrenal”), en armonía consigo mismo, con los demás y con la
naturaleza. Esta situación puede entenderse como potencial, ya que no pudo desenvolverse de modo
histórico, y desapareció como consecuencia penal del pecado original. No tiene por qué dejar
rastros empíricos que sirvan a la ciencia histórica. De hecho el Génesis menciona el origen de la
cultura (por ejemplo, el vestirse de Adán y Eva), la tecnología y la variedad de lenguajes en un
contexto posterior al pecado original.
A la vista de esta realidad “metahistórica”, si cabe hablar así, la ciencia natural no puede
intentar aproximarse a ella, pero tampoco excluirla. Aquí se ve hasta qué punto es ineficaz el
“concordismo” que busca un acercamiento empírico o científico al “momento puntual” del origen
del hombre en la tierra según las narraciones bíblicas. Una realidad como el paraíso terrenal
obviamente es mucho menos hipotizable, como resultado de la evolución, que la de seres humanos
en estado salvaje. En todo caso, una indicación histórica significativa, a nivel antropológico y no
biológico, podríamos verla quizá en el hecho de que los pueblos más antiguos tienen siempre
creencias religioso-cosmológicas, con muchos elementos morales, que resultan sorprendentes para
gente que “apenas ha salido del cascarón” de la evolución desde los primitivos primates. Los
hombres primitivos, si simplemente procedían de los primates, ¡ya podrían haber sido un poco más
materialistas! En cambio, los vemos llenos de mitos con contenidos ampliamente religiosos y
éticos, y sólo muy recientemente, con la ciencia moderna, hemos “aprendido” a dar más
importancia a las causalidades materiales. Esto es algo que nos hace pensar.
8) Hoy sabemos que la muerte y las desarmonías afectivas del hombre tienen causas biológicas
precisas, de tipo evolutivo, genético y neurológico. Para muchos, esta explicación sustituye a la
creencia de que la muerte y la concupiscencia son una consecuencia penal del pecado original.
¿Cómo es posible que la fe católica imponga creer que antes del pecado original no había muerte
biológica, ni sufrimiento? ¿No habría que modificar el sentido del pecado original?
La fe cristiana no lleva a pensar que antes del pecado original Dios habría hecho un universo
físicamente distinto, con otras leyes biológicas, sin animales que muriesen o matasen o, pongamos
por caso, sin el segundo principio de la termodinámica. Por supuesto, estas leyes no son absolutas ni
eternas. En el estado final de la creación (escatológico), con la existencia de cuerpos humanos
glorificados, esas leyes podrían modificarse, ¿por qué no?, aunque sería vano hacer especulaciones
concretas al respecto. Sin embargo, con relación al pasado, la explicación tomista, que me parece
muy razonable, es que en la creación del hombre en su estado de “justicia original” (o “inocencia
original”) todo era igual a como es ahora, sólo que la condición psicosomática humana era tal que
podía evitar la muerte, el sufrimiento y la sujeción desordenada a las pasiones, cosa que en cambio
en los animales es normal y no implica desorden ni algo incongruente. Es más, la muerte como
evento biológico tiene un sentido positivo en un contexto biológico universal. Pero no era
“congruente” con la situación original del hombre. Y por eso hoy también la muerte, los
sufrimientos, los desórdenes afectivos y tendenciales, aunque son ocasión de muchos bienes
(despego de esta vida, virtudes, ciencia), para el hombre suponen siempre algo no sólo doloroso,
sino un cierto sin-sentido, al menos si todo acabara ahí. Por tanto, cuando el hombre no amó a Dios
inicialmente como hubiera debido hacerlo (éste es el núcleo del pecado original), perdió esa
situación “privilegiada” (en realidad, era también natural) y fue devuelto a un orden de causalidades
totalmente naturales, pero más “bajo” que el orden inicialmente previsto por Dios. Eso era justo,
aunque luego actuó la misericordia de Dios.
Sull’evoluzione
2) Non si potrebbe pensare che, benché la teoria evolutiva non risulta incompatibile con la fede
cristiana, invece lo sarebbe un’evoluzione concepita secondo il predominio del caso, senza finalità,
dove l’uomo sarebbe sorto casualmente?
La risposta a questa domanda richiede alcune sfumature e cercherò di essere il più essenziale
possibile. Dalla prospettiva di Dio Creatore, niente di quando accade nel mondo è casuale: tutto è
sottomesso alla Provvidenza divina. Ma Dio normalmente agisce tramite cause seconde, tra cui può
anche intervenire ciò che chiamiamo “caso”, come quando una persona trova per puro caso una
buona opportunità e ne fa uso, o come quando qualcuno muore in un incidente. Questo “caso” non
esclude le cause fisiche adeguate, ma lo denominiamo “caso” per indicare che nell’intreccio di tali
cause non c’è alcun programma o piano destinato di per sé a produrre tale effetto, nella prospettiva
delle cause seconde. Dio come creatore, però, domina dall’alto tutte le forme e gli intrecci più
complessi della causalità, affinché da esse sorga quello che Egli, in definitiva, vuole creare tramite
questo modo il quale, peraltro, è molto fecondo e ricco.
La teologia di Tommaso d’Aquino sostiene questa concezione. Inoltre, questo punto è in
armonia con l’attuale concezione della scienza, oggi “relativamente indeterminista”, lontana dal
rigido determinismo newtoniano. Dunque né determinismo assoluto, né puro caso, bensì leggi in un
contesto causale complesso, aperto a variazioni imprevedibili (in una visione ancorata al tempo), e
che così da luogo a fenomeni nuovi o “creativi” (non in un senso assoluto).
L’evoluzione può aver seguito questo corso e ne danno conferma, a quanto pare, le
indicazioni sperimentali disponibili, benché incomplete. La storia umana, con i suoi progressi, va
avanti in una maniera analoga, anche con tanti eventi fortuiti di cui gli uomini alcune volte hanno
saputo trarre profitto. Il fatto che questo processo sia fecondo, ricco e alla fine “teleologico” è
patente negli incredibili risultati raggiunti. Nel nostro universo, a poco a poco, compaiono delle
realtà ogni volta più complesse, più alte, più perfette, sin dai corpi inanimati fino all’uomo (e non
ha importanza se queste strutture sono “piccole” in paragone all’immensità del cosmo). Il progresso
è evidente, anche con settori e momenti di decadenza, punti fermi e strade senza uscita, pur tenendo
conto che il perfezionamento è relativo in molti aspetti e che non è unilaterale o assoluto. Non è il
progresso di una programmazione geometrica e meccanica, il che sarebbe troppo povero. È un
progresso con rischi e “dal basso” ci sembra “miracoloso”: senza certe coincidenze incredibili e
incontri “imprevedibili”, tale conseguenze (meravigliose, talvolta anche disastrose) non sarebbero
accadute. Ma non è così la vita umana? Eppure, grazie a tali incontri, tutto va avanti in un modo
positivo, e anche le distruzioni hanno un senso, spesso nascosto nella Sapienza divina. Sì, la
creazione divina è una realtà molto profonda e ricca, non immaginabile e non concepibile da noi
uomini con i nostri poveri schemi causali.
Un progresso “contingente” può avere un senso profondo nei confronti della Sapienza del
Creatore ed è una sorta di “lezione” per l’uomo. Il progresso non è garantito ed è fragile, e inoltre
sappiamo che alla fine tutte le cose fisiche create finiscono per estinguersi o disintegrarsi. Così
potrebbe avvenire con tutto il cosmo, proprio come succede con ogni organismo vivente, destinato
alla fine alla morte, dove ci includiamo noi stessi. Questa realtà non è contraria alla teleologia. Essa
solo manifesta un finalismo contingente (ma possiamo rovinarlo più del dovuto per colpa nostra).
La conoscenza di questa condizione del mondo è un bene per noi. In questo modo, la natura “non ci
consente” di nutrire progetti di un insediamento assoluto nel mondo, e siamo in qualche modo più
“costretti” a cercare ciò che è davvero definitivo: la trascendenza di Dio. Il mondo passa e soltanto
Dio permane (non mi riferisco adesso all’escatologia cristiana, cioè alla risurrezione e alla “nuova
creazione”, il che sarà un balzo in alto rispetto al mondo in cui ora viviamo).
Vorrei ricordare un ragionamento che ho ascoltato dal filosofo della scienza Mariano Artigas:
se l’evoluzione è teleologica e conduce al progresso, è una meraviglia e facilmente ci conduce alla
conclusione dell’esistenza di Dio, tramite un ragionamento molto simile alla quinta via tomistica;
ma se non fosse chiaramente finalistica, bensì contingente, con tanto di coincidenze fortuite, tanto
più i risultati ottenuti sono sorprendenti e mirabili, e ugualmente conducenti a Dio.
3) Forse le principali difficoltà della teoria evoluzionistica nei confronti della fede cristiana si
riferiscono all’uomo. Che cosa dice in modo concreto la rivelazione divina sull’uomo, e come può
essere ciò compatibile con l’origine evolutiva della specie umana?
La tesi cristiana fondamentale a questo riguardo si può leggere nel Catechismo della Dottrina
Cattolica e nelle dichiarazioni di Papi quali Pio XII e Giovanni Paolo II. L’uomo ha la dignità di
essere stato creato a immagine e somiglianza di Dio e possiede la perfezione della persona, dotata di
anima spirituale e immortale. Dio ha voluto crearlo per se stesso e non come una semplice specie
tra le altre del mondo materiale. Il carattere personale dell’uomo, con tutte le implicazioni al
riguardo, come la spiritualità, esclude che questa dimensione dell’uomo possa essere soltanto il
risultato di processi evolutivi o trasformativi materiali, i quali possono incidere causalmente solo
sulla nostra dimensione corporea. Perciò, occorre uno speciale intervento divino creatore, testificato
dalla Sacra Scrittura, in un materiale “predisposto”, qualcosa come una “seconda creazione” di Dio
che si aggiunge e completa la “prima creazione”, quella del cosmo fisico, con le specie viventi e gli
antropoidi coi quali siamo fisicamente imparentati. Questo intervento creativo di Dio è compatibile
con la relativa “continuità” della specie umana con le specie animali “parenti”, coi quali
condividiamo gli stessi antenati, e non comporta necessariamente un dualismo nel senso cartesiano
o platonico. Anzi, esso fa parte di un unico piano di Dio. Naturalmente, la creazione divina
dell’uomo non può essere né dimostrata né confutata dal punto di vista delle scienze naturali, ma
ciò non è una novità. La fede cattolica sostiene pure la creazione immediata divina dell’anima di
ogni bambino che viene al mondo, il che è compatibile con la nascita biologica di ogni persona
umana a partire dai suoi progenitori.
4) Se però la creazione divina dell’uomo è “inosservabile” e “non può essere oggetto di scienza”,
non viene banalizzata? Non sarebbe meglio dire che Dio crea l’uomo tramite le cause seconde,
attraverso processi biologici naturali?
Al contrario, proprio tale affermazione renderebbe banale la spiritualità dell’uomo e la sua
netta distinzione rispetto agli animali. Così avviene, infatti, presso gli evoluzionisti che sono al
contempo materialisti. Per loro il problema dell’origine dell’uomo, come se esso fosse un essere
speciale (si legga: spirituale), propriamente non si pone. L’uomo, in tale contesto, è una specie
animale tra le altre, semplicemente più sofisticata, ma soltanto corporea. Il termine “spirito” perde
qui ogni significato. Le caratteristiche “spirituali” dell’uomo (libertà, intelligenza, religiosità,
moralità) ormai non sono percepite in questo modo nella prospettiva materialistica, anzi vengono
negate e ridotte alla pura dimensione organica.
5) Sì, ma come sapere dove sta l’uomo nel senso di persona, nella serie di ominidi che a poco a
poco congetturiamo o scopriamo nel processo evolutivo che porta al uomo “uomo”? Non è
importante avere questa certezza per “datare” la creazione divina secondo la Genesi? Inoltre, si
richiede un’origine a partire da una sola coppia, Adamo ed Eva, oppure sarebbe possibile arrivare
all’uomo come persona a partire da parecchi gruppi filetici?
Secondo i parametri della biologia evolutiva, sempre limitata da criteri rigorosamente
biologici e paleontologici, non credo sia possibile segnalare in modo inoppugnabile, nella serie
evolutiva degli ominidi, una specie animale ormai caratterizzata dalla spiritualità, i cui individui
sarebbero persone dotate di libertà e di un’intelligenza universale. Tanto meno si può arrivare
scientificamente a un individuo concreto che dovrebbe essere il “primo uomo” o la “prima donna”.
Le abilità “intelligenti” degli animali superiori (tecnologia, linguaggio, socialità) e le loro
inclinazioni ed emozioni (“altruismo”, “benevolenza”, trasgressioni a regole sociali per motivi
passionali) non comportano necessariamente spiritualità, e il fatto di trovarle negli ominidi non
significa che siano persone, anche se possiamo magari congetturarlo (con molti rischi). Ma nessun
indicatore empirico può mai dimostrarlo. D’altronde molti animali, perfino gli insetti, manifestano
tali perfezioni.
Dal punto di vista antropologico, sappiamo di essere dinanzi a persone quando vediamo
individui che sviluppano una vera civiltà, creano grammatiche in senso rigoroso, praticano le arti e
le scienze, hanno credenze morali, religiose o cosmologiche e possiedono una vera vita etica. Negli
animali superiori osserviamo una sorta di “annuncio” di queste manifestazioni della vita dello
spirito: una forma di “industria” (non però elaborata secondo canoni scientifici universali), regole
sociali fondate su emozioni e percezioni (dove non c’è una vera astrazione universale). Ad esempio,
seppellire i morti non è per forza un segno di una credenza nell’aldilà. Alcuni animali seppelliscono
i loro morti per motivi affettivi. Di conseguenza, con i soli parametri delle scienze naturali non è
possibile “datare” l’origine dell’uomo inteso come persona, il quale secondo la fede cristiana è
oggetto di una particolare creazione da parte di Dio (“seconda creazione”). Questo è un mistero, sia
per la ragione scientifica che per la ragione filosofica.
8) Oggi sappiamo che la morte e le disarmonie affettive dell’uomo hanno cause biologiche precise,
di tipo evolutivo, genetico e neurologico. Per molti, questa spiegazione si sostituisce alla credenza
che la morte e la concupiscenza siano una conseguenza penale del peccato originale. Come è
possibile che la fede cattolica costringa a credere che prima del peccato originale non esisteva la
morte biologica, né la sofferenza? Non ci vorrebbe ridimensionare il dogma del peccato originale?
La fede cristiana non porta a pensare che prima del peccato originale Dio avrebbe fatto un
universo fisicamente diverso, con altre leggi biologiche, senza animali feroci o mortali o, mettiamo
il caso, senza il secondo principio della termodinamica. Naturalmente queste leggi non sono
assolute, né eterne. Nello stato definitivo della creazione (escatologico), con l’esistenza di corpi
umani glorificati, quelle leggi saranno modificate, perché no?, anche se sarebbe vano fare
speculazioni concrete al riguardo. Tuttavia, in rapporto al passato, la spiegazione tomista, secondo
me molto ragionevole, è che nella creazione dell’uomo nel suo stato di “giustizia originale” (o di
“innocenza originale”) tutto era com’è adesso, solo che la condizione psicosomatica umana era tale
che egli poteva evitare la morte, la sofferenza e l’assoggettamento disordinato alle passioni, il che
invece negli animali è normale e non comporta un disordine né qualcosa di inadeguato. Anzi, la
morte come evento biologico contiene un senso positivo in un contesto biologico universale. Ma
non era “congruente” con la situazione originale dell’uomo. Ed anche oggi la morte, i patimenti, i
disordini tendenziali, pur essendo occasione di molti beni (distacco da questa vita, virtù, scienza),
per la sensibilità e per l’intelligenza umana suppongono non solo qualcosa di doloroso, ma un certo
non-senso, soprattutto se tutto dovrebbe finire lì. Di conseguenza, quando l’uomo, all’inizio, non
volle amare Dio come avrebbe dovuto amarlo (questo è il nucleo del peccato originale), egli
perdette quella situazione “di privilegio” (in realtà, anche naturale), e venne “declassato” e ritornato
ad una compagine di intrecci causali totalmente naturali, comunque “al di sotto” dell’ordine
inizialmente previsto da Dio. E ciò era giusto, anche se dopo si è messa in moto la misericordia di
Dio.
Così, la risposta della biologia all’esistenza della morte, del dolore e dei disordini affettivi o
tendenziali può essere completamente corretta e intellegibile, senza perciò opporsi a un piano
superiore di ragioni più profonde. Anche prima della scienza moderna evolutiva l’uomo conosceva
cause biologiche precise della morte, e nessuno le percepiva come incompatibili con quanto la fede
cristiana sostiene sull’ultima origine della morte umana. Il peccato originale non mutò le leggi
fisiche. Modificò soltanto la situazione antropologica dell’uomo, la cui ragione e volontà si sono
indebolite. Così l’uomo perse delle potenzialità di dominio sapiente del mondo, anche in rapporto
alle sue relazioni con gli altri e con se stesso, e si aprì la storia così come noi la sperimentiamo, con
i suoi aspetti meravigliosi ed altri dolorosi e incomprensibili, nella prospettiva della ragione
scientifica e filosofica.
Senza la fede soprannaturale, la razionalità filosofica e quella scientifica intoppano con
enigmi insuperabili, che hanno a che vedere col senso ultimo della vita. Ma il sostegno della
razionalità scientifica e filosofica è positivo per la fede soprannaturale, pur sapendo che “sostegno”
non vuol dire “fondamento”.