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El Destino - Segunda Oportunidad – TOMO II

Capítulo 8 – Reconciliación: reunión con asado

Hacía tiempo que Teresita estaba viviendo con Camila. Desde


aquel momento en que Juan le pidió un tiempo, se sentía muy
angustiada, no podía recuperarse de esa sensación: la idea de que
quizás Juan no quisiera volver a estar con ella.
Camila le había ofrecido alojarla en su casa mientras se resolvía
la cuestión entre ambos. También las dos jóvenes le habían pedido a
Juan que no fuese a la pastelería en donde ella atendía, y tampoco a la
casa de Camila, pues si necesitaban un tiempo para pensar con
claridad, era mejor de esta manera. Temporalmente distanciados.
En incontables ocasiones, Camila había reprendido a Juan por
su casi infantil actitud con la bella mexicana. Llegó a decirle
textualmente: -No seas “cagón”.
Lo peor era que tenía razón; todo lo que ocurría era que él tenía
miedo al compromiso, un mal que afecta a muchos hombres.
Cuando se encontraba con Camila, Juan siempre le preguntaba
por Teresita, realmente él se preocupaba mucho por ella, de hecho
siempre le daba a su amiga dinero para que se lo entregara a su
amada, pues le preocupaba que algo le pudiera faltar, pero ese dinero
le era devuelto con el mensaje: -te lo agradezco, pero puedo arreglarme
sola. Esto le agregaba un nuevo motivo de angustia e inseguridad.
En una ocasión Camila le había dicho: -¿Y qué pasaría si
apareciera otro hombre que no le tuviera miedo al compromiso y se
fijara en ella? Vos sabés lo linda que es y también sabés que los
hombres se babean al verla.
Fue una puñalada en el corazón de Juan, pero ésa era la cruda
realidad, podía ocurrir que otro hombre la conquistara.
Todo empeoró cuando al encontrarse con su amiga en una
esquina, él recibió la extraña noticia: -Teresita se fue, y ya no va a
volver –le dijo Camila.
Juan palideció, sintió que las piernas se le aflojaban y que no
podía articular palabra.
-Pero… ¿Cómo, por qué, adónde se fue? –tartamudeaba Juan.
-Eso no puedo decírtelo, pero creo que es lo mejor –afirmó ella.
Él no salía de su asombro, no podía entender cómo había hecho
esto, así sin avisarle, sin dejarle un mensaje. Esta no era la Teresita
que él conocía. Continuó insistiéndole a Camila para que le dijera
adónde se había ido, pero ella se negaba sistemáticamente a darle
cualquier información, hasta que de pronto le dijo: -Está bien, creo que
todos merecen una segunda oportunidad, pero te aclaro que será la
última. Te voy a decir adónde fue, aunque no hoy. Vení el sábado a la
noche al boliche donde vamos siempre, y no llegues demasiado tarde.
Dicho esto, besó a Juan en la mejilla como siempre, y partió
raudamente. Juan quedó solo y desorientado, no podía asimilar todo
lo que habían hablado. Se negaba a entenderlo… Se sentía
destrozado. Al menos iba a tener una oportunidad de saber dónde
estaba Teresita. Solo ahora se daba cuenta de que ella era el amor de
su vida y de que si no la recuperaba, se iba a morir de a poco. Se
arrepentía de no haberla retenido cuando estaba a su lado. Se sintió
un verdadero tonto, y se enojó mucho consigo mismo. Se juró que el
sábado por la noche saldría preparado para todo, y que no volvería a
su casa sin ella.
Los días que pasaron le parecieron eternos, parecían tener mil
horas, pero llegó la noche tan ansiada. Decidió vestirse bien, aunque
no demasiado formal, para no desentonar con los demás concurrentes
del boliche. Se puso un pantalón pinzado de vestir color azul que
estaba sin estrenar, una camisa blanca y zapatos negros.
Complementó con un cinturón de cuero negro y hebilla bañada en oro,
y un Rolex de ese material.
Estaba casi desesperado, y al mismo tiempo lo devoraba la
curiosidad. ¿Por qué Camila no quiso decirle en aquel momento dónde
estaba Teresita? Esta y otras dudas lo asaltaban de modo recurrente.
En los últimos días había dormido poco, y comido bastante mal. Hasta
Diana se había dado cuenta del estado deplorable en que se
encontraba, tanto es así que cuando lo veía, iba caminando hasta él, se
sentaba y lo acariciaba con la pata delantera mientras pegaba la
cabeza a la pierna de su amo.
Había comprado el último perfume de Antonio Banderas, para
estar mejor presentado y se había rociado suavemente el pelo y los
hombros. Albergaba una secreta esperanza de recuperar a su amada.
Cuando llegó al boliche, estacionó la camioneta en la calle
principal. Al sacar la llave del encendido, se dio cuenta de que el reloj
del tablero de su Ranger daba las 09:47, y en el estéreo sonaba la
canción “nothing gonna change my love for you” (nada va a cambiar mi
amor por ti). Exactamente esto había ocurrido la noche en que se
conocieron, cuando él estacionó la camioneta en el fondo de su casa
después de que Teresita hubo descendido. Si bien Juan no era
supersticioso, decidió tomar este hecho como una señal. Desde que
conoció a su amada mexicana, comenzó a creer firmemente en lo que
ella le decía siempre: que no existe la casualidad, existe la causalidad.
Todo pasa por algo, no hay fenómenos inconexos en el universo. La ley
de causa y efecto. A una acción le sigue una reacción. Por otra parte,
él estaba convencido de que en el mundo hay alguna fuerza secreta, a
la cual podríamos llamar destino, Dios, o algo parecido, que te devuelve
todo lo que enviás. Al que hace el mal, le termina yendo muy mal, y al
que hace el bien o por lo menos transita la vida sin perjudicar a otros,
le termina yendo bien y recibe ayuda con sus problemas.
Ya un poco más esperanzado decidió ir a tomar un café antes de
entrar al boliche, pues era demasiado temprano, además recordó que
no había cenado, por lo cual al café le añadiría un “calentito de jamón
y queso” que era su sándwich preferido. Luego del primer sándwich y
del primer café, volvió a sentir hambre, por lo cual reiteró el pedido.
Aun así seguía sintiendo hambre pero decidió no llenarse demasiado el
estómago, y considerando que ya eran más de las 23:30, decidió entrar
al lugar bailable.
Formó la fila, que a esa hora no era de más de tres metros y
luego de pagar la entrada, ingresó. Hacía varios meses que no iba,
nunca fue demasiado amante de la vida nocturna y menos de los
lugares con música estridente. El local era muy amplio, tenía tres
barras abajo y una arriba donde estaban los reservados. Ya había
bastante gente, por lo cual comenzó a caminar alrededor de la pista de
baile que era el centro geográfico del sitio. Alrededor de ella estaban las
barras. Caminaba sin prisa mirando todas las caras. No reconocía
casi a nadie, pero era lógico, hacía años que estaba retirado de ese
circuito. De pronto miró hacia la pista de baile y le llamó la atención
una rubia verdaderamente deslumbrante. Tenía el cabello lacio hasta
la mitad de la espalda y flequillo, el cual llegaba justo hasta unos
enormes ojos celestes. Vestía muy elegante, una blusa color carne
abotonada, minifalda negra y botas bucaneras de igual color. Se quedó
mirándola unos segundos, ella se movía en forma sensual aunque no
chabacana, de hecho se notaba que era una mujer delicada y culta.
Estaba bailando con un grupo de chicas solamente, mas esto no era
nuevo ya que se da con mucha frecuencia hoy en día. Lo que sí
llamaba la atención era la cantidad de hombres que la estaban
mirando fijamente desde el costado de la pista con ojos libidinosos.
Incluso algunos pocos se acercaban a ella para hablarle al oído.
Seguramente le harían propuestas para bailar o ir a tomar algo.
Siguió caminando unos metros más hasta que de pronto
encontró a Camila. Ella se mostró muy feliz de verlo, corrió a su
encuentro y lo abrazó quedándose colgada de su cuello por unos
momentos.
Camila sentía por Juan un cariño muy especial, y no era para
menos, él la había liberado de la cárcel, y si tenemos en cuenta que la
condena que le hubiera correspondido era de por lo menos veinte años,
podemos decir que casi le salvó la vida.
Ella misma reconoció que si debía quedar en prisión, prefería
suicidarse.
-¡Hola! –dijo ella sonriente.
El respondió el saludo y se quedó mirándola. –Estás muy linda
-le dijo, lo cual ella agradeció. Estaba verdaderamente hermosa, con
sus ojos que alternaban entre el verde y el celeste según el día, tenía
un vestido bobo muy cortito del color de sus ojos y
sandalias al tono. El largo cabello atado en una cola de caballo le daba
un aspecto juvenil y fresco.
-¿No tenés nada que decirme? -dijo él -Me estoy muriendo de
ansiedad.
-Tranquilo -respondió ella -tenés que confiar en mí.
De pronto lo tomó de la mano y lo llevó hacia otro lugar, al
preguntarle Juan adónde iban, la chica respondió que iba a presentarle
una amiga. Él no entendía muy bien qué pasaba, pero se dejó llevar.
Camila se detuvo en un lugar desde donde se veía a la rubia que
le había llamado la atención. Estaba bailando con un joven de unos
veinticinco años. El parecía medir un metro ochenta o más, y tenía
muy buen cuerpo. Su mano acariciaba la espalda de la blonda
muchacha, y por momentos parecía que iba a pasar más abajo de la
cintura.
En un momento Camila le hizo una seña y la rubia dejó de
bailar para dirigirse a donde ellos estaban.
Juan la miraba sorprendido, al tiempo que Camila susurraba al
oído de la muchacha.
-Te presento a una amiga, Mary -dijo Camila.
-Encantado de conocerte -dijo él mientras le daba un beso en la
mejilla.
-Vayan a bailar -propuso Camila.
Él no supo qué decir, realmente no estaba interesado en
ninguna mujer que no fuese Teresita, pero Camila le había dicho que
debía confiar en ella, y si le decía que bailara con esta mujer, sería
por una buena razón. Quizás Teresita estuviese por llegar y este era
un plan para darle celos. O quizás era una mujer que Camila quería
presentarle para que se olvidara de su amada. Todo podía ser.
Estaban pasando temas lentos, la rubia caminaba delante, pero
agarrada de la mano de Juan. De hecho estaba fuertemente tomada
de su mano, y cada tanto se daba vuelta, como si temiera perder a su
circunstancial compañero. Era verdaderamente deslumbrante, al
punto en que la mayoría de los hombres se daban vuelta para
mirarla.
Debía medir un metro setenta de estatura, aproximadamente, y
sus otras medidas parecían ser las de una modelo, quizás cien,
sesenta, noventa. Su lacio cabello se movía con docilidad emitiendo
áureos destellos, como chispas de luz que el sol le hubiese regalado.
Él la siguió hasta el centro de la pista en donde ella se dio vuelta
y lo abrazó para comenzar a bailar. Lo abrazaba con bastante
intensidad, al punto en que él comenzó a experimentar sensaciones
fuertes, así estuvieron bailando un buen rato, mientras Camila los
miraba desde la barra donde estaba haciéndose arrumacos con otra
señorita.
En un momento Juan le preguntó a la chica de dónde era, pero
ella respondió este con una sonrisa, y se puso un dedo sobre los
labios, en gesto de silencio.
Todo era muy extraño, esta mujer deslumbrante que aparecía de
la nada, Camila que le insistía para que bailara con ella y no podía
averiguar nada sobre Teresita. Realmente, estaba desconcertado.
Encima, la rubia parecía muda, era imposible sacarle una palabra.
Parecía uno de esos sueños en donde ocurren cosas insólitas e
inconexas. La chica comenzó a apretar a Juan un poco más fuerte,
aunque con mucha delicadeza, se colgó de su cuello pero con
sutileza. De pronto, comenzó a sonar el tema “All I do is for you”
(todo lo que hago, lo hago por ti) y la extraña dama le dijo a Juan: -
¿Sabés como se llama este tema? A lo que Juan respondió
afirmativamente, entonces la joven continuó diciendo: - Por favor no
lo olvides nunca. No olvides jamás esa frase.
Apenas pudo escucharla, pues la música estaba demasiado
fuerte, aunque la voz le pareció algo familiar. Lejos de ayudar, esto
provocó aún mayor confusión en él. ¿Quién era esta mujer? ¿Por qué
le había dicho esto? ¿Qué era lo que estaba pasando? En medio de
toda esta confusión, Camila desde la barra le hizo una seña a Mary
para que fuesen con ella, así que inmediatamente dejaron de bailar,
ella lo tomó de la mano y lo llevó hacia la barra. Como hubiera dicho
el abuelo de Juan, él “estaba desorientado como perro en cancha de
bochas”.
Cuando llegaron junto a Camila, él no aguantó más, la tomó del
brazo, y la llevó casi arrastrándola hacia un costado al tiempo que se
disculpaba con Mary diciéndole que volvería enseguida.
-¡Dijiste que me ibas a decir dónde está Teresita! –dijo él muy
serio a Camila mientras seguía sujetándola muy fuerte del brazo.
-Primero soltame que me estás lastimando, y en segundo lugar,
no puedo creer lo que me preguntás -dijo ella visiblemente molesta -y
ya que estamos, te hago una pregunta, o mejor dos: primero, si te
digo dónde está Teresita ¿prometés dejar de hacerte el histérico y
comprometerte en serio con ella?
-Por supuesto -respondió Juan -y disculpame por lo del brazo,
es que me estoy desesperando.
-Segunda pregunta: ¿Te fijaste como los hombres acosan a
Mary? ¿Pensás que Teresita puede tener la misma atracción?
Tendrías que asegurártela, porque quizás algún galán está tratando
de conquistarla en este mismo momento.
Juan estaba entrando en la desesperación más dura de toda su
vida, no entendía por qué Camila, que era su amiga, lo torturaba de
esta manera.
-¡Por favor! ¿Vas a decirme dónde está Teresita o no? –gritó él.
-¿Te gusta cómo le queda el pelo rubio y los lentes de contacto
celestes? -preguntó Camila.
-¿Qué? -dijo él aún más desorientado que antes, mientras se
quedaba pensativo.
-¿Cuál es el primer nombre de Teresita? –dijo Camila.
De pronto, la mente de Juan pareció iluminarse, comenzó a
sonreír por primera vez en varias semanas, los ojos se le llenaron de
lágrimas.
-¿Es ella? –preguntó.
Camila solamente sonrió y lo abrazó, él le devolvió el abrazo y le
pidió disculpas por haberle gritado.
-No quise hacerte sufrir -dijo ella -pero tenía que hacer que te
dieras cuenta de lo fácil que la podés perder si seguís dando vueltas.
Los hombres no valoran a su mujer hasta que la ven en brazos de
otro.
Él escuchaba atentamente mientras asentía con la cabeza.
¿Cómo había podido ser tan ciego? En ese momento miró hacia
donde estaba Mary, o Teresita, como fuera que se llamara, y vio un
galán que estaba conversando con ella mientras la tomaba del brazo
y le acariciaba el pelo.
-Pensé que Teresita no tendría el carácter para hacer una cosa
así -dijo Juan.
-Pensaste bien -respondió Camila -Casi la tuve que amenazar de
muerte para que me siguiera la corriente. En realidad le dije que si no
me obedecía iba a ir a la embajada de su país para denunciar que
estaba aquí.
-Sí, me lo imaginaba -respondió él -o sea que aún me ama.
-¿Pero vos sos o te hacés? -dijo Camila enojada -está muerta con
vos, ella es de esas minas que se enamoran una vez y para siempre.
Igual hay cosas que ella te va a tener que contar, y una de esas
cosas me incluye, y si en ese momento sentís que querés buscar a un
culpable, culpame a mí. Todo lo que pasó desde que ella se fue de tu
casa lo decidí yo. De todos modos, ustedes estaban distanciados.
-No me digas que te la comiste -dijo él riéndose.
-Preguntáselo a ella, pero de todos modos acordate que vos te
estuviste comiendo a la camionera -dijo Camila.
-Modelo -retrucó él -además fue en un momento en que me
sentía este, ella estaba igual, y buen, ocurrió. Pero de todos modos,
si hiciste lo que dije, no me molesta, para mí, que mi mujer se
acueste con otra mujer no es infidelidad, lo tomo como un juego entre
chicas. Incluso me divierte la idea.
-Me alegra que tengas la mente tan abierta, te va a ser más fácil
entender algunas cosas que debe contarte sobre sí y sobre su pasado,
pero no me preguntes qué, este puede contártelo ella. Aunque es
importante que lo charlen antes de formalizar un compromiso serio
-dijo Camila.
-Más o menos me imagino -respondió Juan -algunas cosas me
contó, aunque a medias.
Se abrazaron nuevamente Camila y Juan; él le agradeció una
vez más, y se dirigieron hacia el lugar en donde estaba Mary.
Ella estaba sentada en una banqueta alta con las piernas
cruzadas. Esas botas y esa minifalda, decididamente resaltaban sus
encantos, tenía las piernas de una modelo.
Camila le contó a Juan que el plan era que Mary siguiese
fingiendo hasta que ella se lo dijera, entonces él le pidió a su amiga
un favor, que pareciera que la simulación continuaba, quería
comprobar algo.
Él había visto a Mary darle un cachetazo a un hombre que le
tocó las piernas mientras estaban conversando, y sabía que esa era la
conducta normal de su amada, su chica, la que él conocía. Pero si
ella lo amaba aún como le dijo Camila, sabía cómo debía reaccionar.
Camila se acercó a Mary y se puso delante, pidiéndole que se
parara; Juan, que se había perdido en la multitud, vino desde atrás
sin que Mary lo viese, se pegó a su espalda y le metió la mano en la
cola por debajo de la minifalda como lo había hecho en algunas
ocasiones cuando estaban solos. Ella creía que la farsa continuaba.
Se dio vuelta con su mano derecha alzada para darle un buen
cachetazo al desubicado, pero al ver que era Juan, no pudo, se quedó
tiesa y muda sin saber cómo reaccionar, Camila se iba a enojar
mucho con ella si no seguía con la historia, pero el rostro de él la
desarmó. Estuvo dos o tres segundos dudando sobre lo que debía
hacer, Juan la miraba a los ojos, y ella a él, pero no pudo pegarle,
aun a riesgo de que su amiga se enojara, sabía que Juan podía
hacerle lo que quisiese, que siempre iba a ser así. Apoyó su mano
temblorosa sobre el pecho de él, puso cara de tonta, o de enamorada,
y esbozó una leve sonrisa. El la tomó fuerte entre sus brazos y la
besó dulcemente.
-Soy Teresita, perdóname por mentirte –dijo ella.
-Ya lo sabía, te amo –respondió él –pero ¿cómo debo llamarte,
Mary o Teresita?
-Mary -dijo ella muy segura –Teresita ya no está.
Había decidido llamarse Mary de ahora en adelante, Teresita
había sufrido demasiado, no tenía buenos recuerdos, pero Mary sí
tenía una vida agradable. Una vida agradable no quiere decir sin
sufrimientos, de hecho, desde que Teresita se convirtió en Mary,
sufrió desconsoladamente durante todos los días en que no pudo ver
a Juan y pasaba parte de la noche llorando y pensando cómo estaría
él. Pero una vida que te da algunos sufrimientos y al mismo tiempo
te da herramientas para solucionarlos y buenos amigos que te
ayuden, ésa es una buena vida. Es lo mejor que se puede pretender
de la vida real.
-Nunca pensé que el pelo rubio y lacio te quedara tan bien.
Estás hermosa -dijo él -Pero me parece raro, besarte así es como si te
estuviera engañando con otra mujer.
-Como María José -replicó ella.
-Bueno si, pero eso te lo puedo explicar -respondió él un poco
perturbado.
-No te preocupes, no pretendo ninguna explicación, este te pido
que nunca más vuelvas a acostarte con ella –aclaró Mary -y además
quiero pedirte otra cosa: que nunca más me alejes de tu lado, porque
no lo podría resistir. Si no estás seguro de querer estar conmigo,
pues dímelo ya, y nunca volverás a verme.
-Estoy muy seguro de que sos el amor de mi vida, y ya nunca
nos vamos a separar -aclaró él.
Ella lo abrazó muy fuerte mientras le acariciaba el cabello.
Estuvieron así un rato largo, este abrazándose, este acariciándose.
Camila se había ido a otro extremo del boliche, con la misma
chica con la que estuvo abrazándose rato antes, pero ahora estaban
llegando a un nivel más alto, vale decir que estaban en un sillón del
reservado besándose desesperadamente.
Mary las vio y se sonrojó, Juan se dio cuenta y le preguntó -
¿Cómo lo viviste? ¿Lo disfrutaste? -refiriéndose a la experiencia
lésbica con su amiga.
Ella se puso nerviosa, no supo qué responder, y ensayó una
explicación -Bueno pero en realidad yo… -y ya no pudo seguir.
Mary volvió a sentir en cierto modo la culpa de años atrás. A
pesar de todo lo que había evolucionado respecto a ideologías,
especialmente en lo atinente al sexo, no podía superar del todo el
sentimiento de culpa. Las noches y los días que estuvo en la cama
con Camila los había disfrutado plenamente. Su amiga la hacía
sentir en las nubes, aunque de todos modos, seguía sintiendo una
fuerte atracción por el género masculino, y en particular, por Juan.
Hay muchos casos en que las mujeres se vuelcan
temporariamente a las experiencias de sexo con sus congéneres, pero
tiempo más adelante, vuelven a necesitar la anatomía masculina.
Hay registro de ello en los archivos de sexología, y en particular, en
las mujeres que sufren penas de prisión. Los meses o años que
transcurren lejos de los hombres, hacen que busquen sexo con sus
compañeras, pero la mayoría, al recuperar la libertad, vuelven a
sentir atracción por los varones. También, muchas eligen en modo
definitivo la bisexualidad.
-No te preocupes, no me molesta que lo hayas hecho con
Camila. De hecho no me molestaría que lo siguieras haciendo de vez
en cuando. Para mi es algo inofensivo, algo así como un juego de
chicas. Las mujeres siempre se tocan un poco. Cuando se depilan o
se dan masajes -respondió él.
Mary estaba atónita, no podía creer que él tuviera la mente tan
abierta como para poder entender esto. Recordó un hecho de su
infancia, y decidió contárselo a Juan. Después de todo, ella le había
prometido que no iba a tener con él ningún secreto, que le iba a
contar hasta el más mínimo detalle de lo que hacía, lo que pensaba, o
lo que había hecho en su pasado. Y esta confesión tenía un poco de
todo aquello.
-Debo confesarte algo -dijo ella como con apuro -y por favor no
me interrumpas porque si no lo hago ahora, ya no podré. Creo que
soy un poco bisexual, tuve relaciones con Camila y las disfruté
muchísimo, de un modo muy diferente a lo que disfruto cuando estoy
contigo, pues tú también me haces tocar el cielo con las manos.
Además, cuando era niña una vez me sorprendieron en la escuela
tocándome con otra compañera del grado, teníamos doce años.
-Bueno pero… -intentó decir Juan.
-Eso no es todo –lo interrumpió ella con los ojos cerrados como
quien espera una bofetada -tengo algo así como fiebre uterina o
adicción al sexo, desde niña siempre tuve problemas con eso, es más
fuerte que yo. Necesito tener sexo todos los días, con otra persona o
sola, pero es algo que no puedo resistir. Soy una adicta. Perdóname.
Mary se quedó un momento con los ojos cerrados y tapándose la
cara con las manos. Los dos estaban callados, Juan la miraba
sonriente, y como ella continuaba en la misma postura, decidió
correrle suavemente las manos del rostro y darle un beso muy suave,
tan suave como si le rozara los labios con los pétalos de una rosa.
Al sentirlo, ella se quedó muy sorprendida, esperaba un insulto,
o lo que es peor, una bofetada, como la que le dio su madre cuando
la llamaron del colegio para darle la noticia de que su hija estaba
tocándole los genitales a otra niña.
Nada de esto ocurrió, este recibió el beso más dulce de su vida.
Llegó a desconfiar, a pensar que él estaba simulando una calma que
no tenía para evitar golpearla en público, pero que en algún momento
estallaría, y le diría que era una ramera, una criatura del demonio, y
que estaba poseída por Satanás, como le habían dicho las monjas de
ese colegio, colegio al que, por cierto, no pudo volver. La expulsaron
de por vida porque “era un ejemplo nocivo para las niñas decentes”.
-¿Estás seguro de que no me odias? –preguntó ella con miedo,
como si aún esperase una bofetada.
-No puedo creer que estés tan acomplejada con eso, son cosas
que le pasan a mucha gente, además, hoy en día es bastante
frecuente que las adolescentes descubran cosas y experimenten con
sus amiguitas -respondió el con mucha calma.
-¿Y lo de mi adicción al sexo? -Dijo ella -¿Tampoco me odias por
eso?
-No es tan así. Sí es cierto que te gusta mucho el sexo, pero hay
miles de mujeres que quieren tener sexo todos los días, y no por eso
van a ser enfermas, o malas -afirmó él.
Ella no estaba muy segura de que esto fuese realidad, mas
decidió creer en todo lo que él le estaba diciendo, después de todo,
Juan nunca le había mentido. Lo abrazó muy fuerte colgándose de
su cuello y le dijo “te amo” tantas veces que perdió la cuenta.
Juan también estaba muy emocionado, había recuperado al
amor de su vida, cuando en algún momento llegó a temer no volver a
verla. Además le causaba mucha pena ver el daño que le habían
hecho los padres al guiarse por su cultura tan antigua como
irrazonable, y haberle hecho creer inclusive que estuviera poseída por
el demonio, como le dijeron esas monjas. Ella era una mujer
maravillosa, inteligente, culta, y por sobre todas las cosas, era muy
buena. Era injusto que esas personas le hubiesen arruinado así la
vida, y lo peor era que debía haber muchas más que, como ella,
piensan que son malas, retorcidas o enfermas.
-Lamentablemente, hay más –dijo Mary -cosas que me
ocurrieron cuando era niña y adolescente, no estoy muy segura de
que pienses igual que ahora cuando te las diga. Pero en este
momento no estoy preparada para contártelo.
-No es necesario que me cuentes todo hoy, pero de lo que me
dijiste hasta ahora no veo nada malo, sí es cierto que no le pasa a
todas las chicas, pero no es para que sientas vergüenza, o mucho
menos para que pienses mal de vos misma. Te amo así tal como sos
-aclaró Juan.
Es difícil creer que a esta altura de la civilización aún se hagan
este tipo de cosas, inculcar a los niños, y especialmente a las niñas,
que la masturbación es un pecado, o que una niña que explora su
cuerpo y su sexualidad está poseída por Satanás.
Juan trataba de imaginar aunque este fuese por un momento,
cuánto habría sufrido esta mujer, especialmente cuando pequeña.
Instalar en un niño un sentimiento de culpa es una de las cosas más
crueles que se puedan imaginar. Esto afectará no solamente su futura
sexualidad, sino también los demás aspectos de su existencia.
Seguramente ese irreal sentimiento de culpa, lo lleve a pensar que él es
malo, que no merece que le pasen cosas buenas, y así se estará
propiciando que se convierta en un "fracasado". Tal había sido el caso
de Teresita.
Tanto peor es cuando ocurre con una niña. Ya de por sí se les
hace creer por tradición que son "seres inferiores" (aunque por suerte
esto está cambiando), luego se las discrimina al momento de conseguir
un empleo, y así sucesivamente. Ocurre no solo en los países menos
desarrollados. En la Orquesta Filarmónica de Viena, podemos apreciar
en sus últimas presentaciones de gala, que la única mujer es la joven
que toca el arpa, y el coro que los acompaña, "Los niños cantores de
Viena", solamente incluye varones, lo cual es una verdadera lástima
pues las niñas pequeñas tienen muy buenos tonos agudos para
complementar el sonido.
Cuando Mary se descolgó de su cuello, Juan comenzó a mirarla
más detenidamente, decididamente el nuevo look le caía muy bien.
Ese cabello lacio y rubio con flequillo le daba un aspecto de casi
adolescente, y los lentes de contacto celestes combinaban muy bien
con el resto.
-Contame como es esto de convertirte en Mary. ¿Es para
siempre?-dijo él.
-Si, fue una idea de Cami con dos fines, uno darte esta sorpresa
a vos para que por fin te decidieras, y el otro, ayudarme un poco para
dejar atrás mi vida anterior y pensar que soy una chica normal que
tiene derecho a ser feliz -concluyó Mary.
Realmente fue una buena idea la de Camila el hacer el cambio
de imagen como apoyo para ayudar a la chica a hacer su transición,
pero todo ello debería estar secundado por una profunda reflexión, el
apoyo de las personas de su entorno, y probablemente un buen soporte
psicológico. Aun así la recuperación total llevaría algunos años para
estar completa. Pero algo era bueno e innegable: ya estaba dentro del
camino de la recuperación, ya había entendido que estuvo equivocada
y que algunas cosas debían cambiar, afortunadamente para su bien.
Cuando eran, aproximadamente, las 02:00 AM, Juan propuso a
Teresita que salieran de allí para celebrar el reencuentro de una forma
más privada, y ella lo miró sonriente mientras asentía con la cabeza.
Así se despidieron de Camila y pusieron rumbo hacia el exterior.
Caminaron abrazados lentamente hacia la puerta, ambos sentían que
sus pies no tocaban el suelo, como si estuvieran viviendo un sueño. Se
miraban, se sonreían, se daban besos. Parecían dos adolescentes, y
quizás lo fueran. De todos modos es sabido que la edad del cuerpo no
tiene nada que ver con la del alma. O como dijo Almafuerte, la
juventud es un estado del alma.
Al llegar a la puerta, Mary pasó por el guardarropa para buscar
su cartera, se la colgó del hombro y caminaron sin prisa hacia la
camioneta. Juan, en un momento, le pidió a ella que siguiera
caminando sola mientras él se detenía en la vereda, quería verla desde
otro ángulo. De pronto se quedó tieso, como ausente, no este no
caminaba, sino que ni siquiera pestañeaba. Ella caminó unos metros
pero al darse cuenta de que él no la seguía, se dio vuelta y lo vio varios
metros atrás, inmóvil.
-¿Qué te pasa? -preguntó ella.
-Tengo una idea -dijo él con cara de niño travieso -aprovechando
tu nuevo look, juguemos a los desconocidos.
-¿Cómo es? -Preguntó ella mientras le brillaban los ojos.
Entonces él le explicó que debían simular que no se conocían.
Ella manejaría la camioneta y él saldría a caminar por la ciudad. Se
invertirían los roles, ella lo perseguiría a él para tratar de "levantarlo" y
llevarlo a la cama, pero siempre ella tendría la iniciativa, sería como un
hombre que este quiere sexo, y él se dejaría seducir.
Juan le aseguró que le iba a gustar, pues ya lo había hecho una
vez, y la mujer con la que estaba, se excitó muchísimo. En general, la
mayoría de las mujeres cuando hacen estos juegos y descubren que
pueden ser tan agresivas como un hombre comienzan a excitarse, al
punto en que, algunas veces, comienzan a comportarse casi como ellos.
Sería saludable que todas hicieran estos juegos de vez en cuando, pues
seguramente el estado de estrés que les provoca la situación, genera
una mayor producción de testosterona que al entrar en el torrente
sanguíneo produce deseo sexual. Si bien es una hormona
predominante en los hombres, las mujeres también la poseen, en
menor cantidad.
Se despidieron y cuando ella quiso darle un beso en la boca, él
le dijo que no, que para tocarlo, primero tendría que conquistarlo, y
para hacerlo, debería antes encontrarlo, pues él partiría primero.
Podría ser que estuviera caminando por la calle, o en un bar tomando
un café. Mary expresó su temor de no encontrarlo, pero Juan confiaba
ciegamente en ella. Conocía la inteligencia de esta mujer y sabía que lo
encontraría. Aunque de todos modos, para hacer que se excitara un
poco más, comenzó a decirle cosas sucias al oído, pues ella siempre
había respondido a este estímulo al punto de convertirse en una loba
en celo. Así, con este estímulo adicional, sabía que lo encontraría
aunque estuviese debajo de una baldosa.
Él se fue caminando mientras ella se subió a la camioneta
donde debía esperar diez minutos antes de salir. Juan caminó hacia el
centro de la ciudad pensando dónde se quedaría, tampoco deseaba
esconderse demasiado, debía hacer como hacen las mujeres con los
hombres: esconderse, pero dejar un rastro para que las encontremos, o
huir de ellos, pero lo suficientemente despacio para que las alcancen.
Entonces recordó el bar de la terminal en donde se conocieron y
le pareció que debía ser un buen lugar para hacer el encuentro. Se
sentaría en el mismo banco en donde estaba ella en aquella ocasión.
En tanto, Mary estaba en la camioneta, ansiosa por la espera.
Le había dicho diez minutos y este iban cinco, se estaba desesperando.
Después de tantos días sin estar con él, ya no aguantaba más sin
tocarlo. Deseaba sacarse la ropa, para que él la elogiara por su belleza,
y hacer todas las cosas que sabía, todas las que Juan le había
enseñado.
Le estaban dando vueltas por la cabeza las cosas que él le dijo
antes de irse, y de este pensarlas se ponía muy "hot", a tal punto en
que sin darse cuenta había empezado a acariciar sus piernas. Con su
mano derecha comenzó a frotarse sus muslos desde las rodillas,
pensaba en lo que él le dijo, aunque este fuera una fantasía: que la iba
a llevar a un club swinger en donde habría decenas de hombres y
mujeres deseosos de tener sexo con ella. También que le iría sacando
la ropa de a poco para que los hombres y las mujeres pudieran
excitarse viéndola hasta que no soportaran más el deseo y se
abalanzaran sobre ella para hacerle el amor grupalmente.
Ella no sabía hasta qué punto esto era verdad o este fantasía, y
poco le importaba hoy la diferencia, pero ya estaba enloquecida al
punto en que no podía contenerse y su mano siguió subiendo hasta
llegar a sus genitales. Comenzó a tocarse de modo desesperado
pensando en Juan y en sus comentarios. Ya estaba en el umbral del
goce sublime, cuando de pronto se detuvo. Él, conociéndola, sabía que
iba a hacer esto, entonces le pidió que no llegara al éxtasis, que
reservara todo ese fuego este para él, y fue raro, porque ella nunca
había podido contenerse en estos términos, para ella los orgasmos eran
sagrados y no podían sacrificarse por ningún motivo, pero esta vez, el
amor que sentía por Juan podía más que su instinto insaciable. Sacó
su mano de allí y comenzó a respirar hondo, bajó el vidrio, luego abrió
la puerta y salió de la camioneta.
Necesitaba aire. Pero por suerte, miró el reloj y vio que era el
momento de salir a buscar a Juan. Rápidamente subió a la camioneta,
la puso en marcha y comenzó a dar vueltas por la ciudad. Pensaba
dónde podría estar, sabía cómo pensaba él, y esto era una ventaja. En
realidad, ambos sabían cómo pensaba el otro, tenían una empatía muy
marcada.
Dio vuelta en una esquina, tomó la avenida principal, pero
nada, él no se veía. De pronto se le cruzó una idea. ¡La terminal! El
lugar donde se conocieron. Era coherente, Juan no le iba a pedir
nunca algo que ella no pudiera hacer y, obviamente, ese lugar era uno
de los que más recordaba. Hacia allí se dirigió.
Cuando llegó, lo primero que miró fue el banco donde estaba
sentada aquella noche, pero no estaba él. Igualmente tuvo un
presentimiento, detuvo la camioneta, se bajó y fue al bar que estaba
abierto las veinticuatro horas.
Llevó la cartera, pues ya que estaba allí, iba a comprar unas
galletitas, no había cenado, y ya tenía hambre. Al pasar caminando
por la vereda, vio a dos de los hombres que meses atrás le habían
hecho propuestas indecentes, pero entonces había llegado Juan, como
un caballero andante para salvarla. Al pasar, volvieron a decirle unas
groserías, pero este se sonrió, sacudió la cabeza, y siguió caminando.
De pronto cayó en cuenta de algo: estaba caminando sola por una
ciudad que casi no conocía, a las tres de la mañana. Era una de las
cosas que siempre había querido hacer, y que nunca se lo habían
permitido. Su padre o su marido se escandalizarían con que este se los
mencionara. Estaban convencidos de que estaba enferma, para ellos
tenía fiebre uterina, que según los curas y monjas de aquel colegio, es
algo que no tiene curación. Es para toda la vida. Entonces decidieron
que debería estar siempre dentro de la casa, bien custodiada, y las
veces que saliera a la calle debía ir escoltada. Estaban convencidos de
que le estaban haciendo un favor, para que no hiciera más "escenas
escandalosas", como aquella vez que la encontró una monja tocando a
una compañerita en el baño del colegio. Eso había sido escandaloso, a
su padre le costó mucho para que no se divulgara. De haberse sabido,
además de un bochorno inmediato, hubiera sido una catástrofe a largo
plazo.
Las personas de estas clases socioeconómicas deben casarse
entre ellos, vale decir entre personas del mismo status, para evitar la
disolución de las grandes fortunas. Si el heredero de una gran fortuna
se casa con una pobre, esa fortuna comenzará a dividirse, en algún
momento llegará un divorcio, o una sucesión "mortis causa" (por causa
de fallecimiento) y poco a poco, ese dinero comenzará a disgregarse
repartiéndose entre las clases bajas, disminuyendo así la solidez de las
"familias del poder". Si se hubiera sabido lo de su "enfermedad", ya
nadie hubiera aceptado arreglar un matrimonio con ella.
La trataron toda la vida como a una enferma, lo que el código
civil de Argentina reconoce como "seres incapaces de derecho"
(retrasados mentales, etc.) quienes deben ser tratados como niños y
cuyas mínimas actividades deben estar supervisadas por adultos. Pero
esto no era todo, quizás el peligro mayor era que ante un escándalo así,
llegara a saberse lo otro, María Teresa no era la única persona de
aquella familia con adicción al sexo, y ello había provocado que
pasaran esas cosas entre el embajador y sus hijas.
Mary estaba progresando mucho, se estaba liberando, pero aún
no estaba preparada para contar todo aquello. Además, le habían
hecho creer que era su culpa.
La hermana de Mary debió irse de su casa cuando quedó
embarazada, durante su adolescencia, no solo por el embarazo en sí, lo
peor era lo otro.
Muy lejos de todas estas preocupaciones, las cuales había
olvidado de momento, Mary se dirigió al bar y… ¡Oh sorpresa! Juan
estaba allí. No pensaba que lo encontraría en ese sitio, pero sí volvió a
creer en el destino (si no hubiera tenido hambre y decidido comprar
galletitas, no hubiese entrado).
No estaba segura de cómo debía actuar, pues ella no conocía
mucho del mundo real, pero recordó una película que había visto de
una mujer insaciable que iba a los bares de los aeropuertos a buscar
sexo y decidió imitarla.
Lo primero era no parecer "una regalada", pues los hombres se
espantaban. Juan estaba sentado en una banqueta contra la barra,
bebiendo un café y comiendo un calentito de jamón y queso. Haciendo
un esfuerzo muy grande lo ignoró, y se sentó a un metro de allí.
Igualmente, no era mucha distancia, considerando que la barra tenía
cinco metros, y él era el único que estaba.
Se sentó en la banqueta sin mirarlo, puso la cartera sobre la
barra y llamó al bar-tender. El joven se aproximó a ella con su mejor
sonrisa y le preguntó qué se iba a servir.
-Por favor, un café doble cortado y algo para comer. ¿Puede ser
un sándwich de miga? -dijo ella.
El chico, muy servicial, fue rápidamente a traer el pedido. Ella
miró a Juan como al descuido, pero él estaba con la mirada perdida en
otro lado. Estaba un poco nerviosa porque no sabía bien qué hacer, y
al mismo tiempo, tenía apuro para que Juan se diera por seducido y se
dejara llevar a la cama. Un poco de juego estaba bien, pero tampoco la
pavada.
-¿Me dice la hora por favor? -se dirigió a Juan.
-Si, son las tres y cinco, pero usted tiene reloj. ¿Acaso no
funciona? -preguntó él.
-Ay, perdón, que tonta, discúlpeme -respondió ella.
Recordó lo que decía la protagonista de aquella película, que a
los hombres les atraen las tontas y los espantan las mujeres
inteligentes y autosuficientes. Ella sería la más tonta del mundo si era
necesario.
-No se preocupe señora, a cualquiera le puede pasar -respondió
él.
-Es que yo en verdad soy muy tonta, mi marido siempre me lo
dice, pero por suerte en todos lados hay hombres muy caballeros que
me ayudan. Siempre me pregunto ¿qué sería de mí si no existieran los
hombres?
Ahora, como había elegido hacer el papel de muy boba, decidió
imitar a una prostituta de lujo totalmente descerebrada, que en una
película era la amante de un narcotraficante. Era una rubiecita más o
menos linda de cara, tenía buena cola, senos grandes de siliconas, voz
de pito y fuga de neuronas.
El punto más notable era que a Juan de verdad le estaba
seduciendo el papel de la "rubia tarada". Era raro, nunca le había
ocurrido, aunque tampoco había tenido tan cerca a una mujer tan
boba.
-Yo no creo que usted sea tonta -dijo él -quizás su marido no la
sabe valorar.
-¡Ay, usted es tan bueno! -siguió ella -¿De verdad cree que no
soy tonta?
-Por supuesto que no lo es, yo creo que en realidad el tonto es
su marido -continuó él - debería estar con usted en vez de dejarla solita
un sábado a la noche.
-Es que él es empresario y siempre le surgen reuniones los fines
de semana, especialmente los sábados a la noche y a veces los
domingos -Decía Mary -pero siempre me dice que es un sacrificio que
tiene que hacer para ganar más dinero, así me puede comprar todas
las cositas que le pido. Pero no sé, a veces me siento tan solita que
salgo a tomar un café, y si tengo suerte, a veces encuentro algún señor
bueno como usted que me hace compañía.
Mary estaba desarrollando en forma excelente el papel de la
tonta, al punto en que él se estaba excitando de verdad. Juan nunca
imaginó que ella pudiera hacer una actuación tan perfecta. En
realidad tenía dudas de poder contenerse mucho tiempo sin saltar
sobre ella y desvestirla.
Un poco de esta historia era real, su esposo era empresario y
casi siempre hacía eso, desaparecía los fines de semana con excusas
tan burdas como inaceptables. Era verdad que el primer tiempo de
casados estuvo interesado en ella, pero duró poco. En realidad la
tomó como un trofeo, pues salió en todos los medios de comunicación
que él se había casado con "la hija del embajador", el resto poco le
importaba. Además, le había resultado un buen negocio. Con tal de
"sacársela de encima", el padre de ella le vendió todas las acciones que
tenía de una empresa multinacional de alimentos a un precio irrisorio.
Con esa operación, este joven ejecutivo tomó el control total de dicha
empresa, puesto que ya tenía acciones en ella, y con la flamante
adquisición, su porcentaje subió al cincuenta y uno por ciento,
convirtiéndose en accionista mayoritario.
- Señor… ¿Cómo se llama eso que usted está comiendo? -dijo
Mary.
-Es un calentito de jamón y queso -respondió él.
-Ay… ¿y está caliente? Porque yo también pedí un sándwich,
pero el mío está frío -continuó ella.
-¿Quiere probar del mío? -preguntó él.
-Si, por favor. ¿Me puede dar un poquito? -dijo ella mientras se
bajaba de su banqueta y se dirigía hacia Juan.
-Pero mejor… ¿por qué no arrima su asiento hacia acá, así
estamos más cerca? - dijo él mientras se disponía a ayudarle.
Ella aceptó la sugerencia, entonces Juan corrió la banqueta de
la chica casi pegada a la suya, y como a ella le costaba subirse, la tomó
de la cintura y la subió en un este movimiento.
El chico que atendía la barra miraba desde una prudente
distancia pero sin perder un este detalle, estaba deslumbrado con la
belleza de Mary, y no podía creer que fuese tan idiota. Obviamente, el
no tenía idea del juego.
-¡Ay, qué hombre tan fuerte! -exclamó ella.
Juan le ofreció el plato con el calentito y ella con mucha
delicadeza comenzó a degustar un pedacito.
-¡Qué rico, muchas gracias! -dijo ella -yo no sé por qué, pero ¡los
hombres son tan buenos conmigo!
-Es que usted es una mujer muy agradable, y muy bonita -dijo
él.
Así, Mary comió de a poquito el sándwich de él. En realidad
tenía apetito, así que cuando terminó con ése, le solicitó a Juan
(obviamente que con voz se boba y a la vez de nena) que le pidiera otro
calentito, pues se había quedado con hambre.
El papel le estaba saliendo a la perfección, aunque no estaba
segura de que Juan estuviera lo suficientemente motivado, por lo que
decidió redoblar la apuesta. Recordó algo que había hecho una prima
suya en una fiesta en la casa de gobierno de Sudáfrica, a donde toda
su familia había sido invitada, pues en aquella ocasión su padre era
embajador de su país en esa nación. Esta prima, Carolina, era hija de
una hermana de su madre. En aquel momento Mary tenía unos 16
años y su prima 21, y ambas estaban desesperadas por sexo. La forma
en que las controlaban era excesiva, a tal punto en que llegaba un
momento en que ensayaban recursos desesperados para conseguir un
hombre. Si bien su prima no tenía el "problemita" de la adicción al
sexo, es obvio que una mujer joven y sana tiene necesidades al
respecto. A Carolina la estaban "reservando" para un príncipe árabe
que deseaba casarse con ella, pero en aquellas culturas son muy
estrictos con la moral (este de las mujeres) por lo cual la chica debía
mantener una conducta intachable, por lo menos en las apariencias,
razón esta por la cual la tenían casi tan presa como a Mary.
Esa noche Carolina estaba totalmente "encendida" por decirlo de
un modo elegante, muy probablemente estaría ovulando, pues en esa
fecha ella se ponía como una gata en celo. Conversando con diferentes
personas, comenzó a sentir algo especial por un señor italiano. A ella
le gustaban los hombres grandes, como de la edad de su padre, y el
mentado caballero debería tener unos cincuenta y algo, razón esta que
lo encuadraba justo en sus preferencias.
Carolina comenzó a tratar de seducirlo, y el hombre estaba
notándolo, pero aparentemente no se animaba a avanzar. Es bastante
comprensible que él quisiera estar seguro antes de "tirarse a la pileta".
Cuando ya ella estaba totalmente obsesionada y en vistas de que el
caballero no se decidía, tomó el toro por las astas y le dijo que la
disculpara un momento, que debía ir al toilette. Había ido sin llevar la
cartera, cosa extraña en cualquier mujer, pero en este caso, eso era
parte de una cuidada estrategia.
Volvió la encantadora jovencita con algo muy pequeño
enroscado y apretado dentro de su mano. Al llegar donde él, le pidió: -
¿Podría guardármelo en sus bolsillos por favor? Es que me estaban
apretando mucho -dijo ella mientras le daba al hombre su soutien y su
tanga.
El pobre hombre se puso muy colorado, pero al mismo tiempo
confirmó sus sospechas de que ella estaba dispuesta a todo. Carolina
era muy linda, pelirroja como su madre, de ojos celestes, y con un
cuerpo en exceso desarrollado. Sus medidas eran ciento diez, sesenta
y cinco, noventa y cinco. Huelga decir que en diez minutos ella estaba
montada literalmente sobre el afortunado señor en uno de los cuartos
del lugar. Cabalgó hasta que sus caballos ya no dieron más, y al llegar
a la meta, dio unos gritos que Mary escuchó desde la puerta de la
habitación, donde su prima la había dejado de "campana" por si
aparecía su madre.
El hombre estaba muy nervioso, a tal punto, que aún no había
podido llegar, y se lo dijo a Carolina, pidiéndole que colaborara a estos
fines. Ella tenía un sentimiento de culpa muy arraigado al igual que
todas las chicas de la familia, y si bien cuando estaba excitada nada le
importaba, cuando el calor pasaba, sentía deseos de salir corriendo,
generalmente iba al baño a llorar. De todas maneras, no le pareció
justo dejar así al pobre hombre que había sido muy bueno con ella, por
lo cual le preguntó si quería terminar con otra chica, a lo que él
respondió que sí.
Aún faltaba algo, convencer a su prima menor. Si bien sabía
que Mary estaba desesperada igual o más que ella, también era muy
miedosa y no se iba a animar a dar el primer paso. Para esto le había
dicho al caballero que se pusiera el preservativo y esperara acostado.
Luego le dijo a Mary que se sacara toda la ropa allí en el pasillo, lo cual
era una absoluta locura, pero como los gemidos de su prima la habían
dejado a punto de ebullición, accedió obedientemente.
-Ahora, cierra los ojos -le había dicho su prima, tras lo cual la
llevó abrazada hasta adentro, la subió a la cama y le dijo que hiciera
todo lo que él quisiera. Dicho esto salió de la habitación y aguardó en
la puerta por si alguien venía. No estaba muy segura de lo que hacía,
por un lado sentía que le estaba haciendo un favor a su primita que
sufría carencia sexual igual que ella, pero por otro lado la acosaban los
remordimientos de estar haciendo algo malo.
Los gritos y quejidos de la jovencita superaron a los de la prima
mayor, y en unos veinte minutos estaba afuera pidiéndole a Carolina
que le alcanzara la ropa.
El italiano salió de allí tratando de confirmar que esto no había
sido un sueño, y las dos chicas pusieron rumbo al “restroom”.
Carolina lloraba mientras Mary se enjuagaba la boca y se acomodaba
la ropa interior. De pronto, Carolina abrazó a su prima y comenzó a
llorar mientras le decía que tenía mucho miedo de que la obligaran a
casarse con ese príncipe árabe, ella había leído que eran muy estrictos
con las mujeres y que cuando estas cometían una infidelidad,
simplemente les cortaban la cabeza. O, como mínimo, las azotaban en
público, y a veces las mutilaban, para que quedaran tan espantosas,
que a cualquier hombre le diera asco tocarlas. Ella sabía que en algún
momento iba a caer en la tentación de ser infiel si le tocaba esa suerte,
y las posibles consecuencias no la dejaban dormir.
Lloraron juntas un largo rato hasta que sus lágrimas se
agotaron, y luego de componerse un poco el maquillaje, volvieron al
salón.
Esa fue la última vez que Mary vio a su prima. Muchas veces
intentó tener noticias de ella, pero fue en vano, este le dijeron que se
había casado con el árabe, y que sus tíos, los padres de Carolina, se
habían ido a vivir a Qatar pues se habían convertido en propietarios de
una empresa petrolera.
Habiendo recordado este truco, Mary le pidió a Juan que le
cuidara la cartera mientras ella iba al baño. A él le asombró que
hubiera ido sin cartera, pero no le dio demasiada importancia a esta
cuestión. Pidió el calentito que le había encargado ella, más uno para
él y dos cortados dobles, pues se veía que el reencuentro les había
dado hambre.
En pocos minutos Mary volvió con algo en la mano, se lo dio a
Juan y le dijo: -Señor, por favor ¿puede guardarme esto en mi cartera?
Él lo tomó, y enseguida se dio cuenta de lo que era, lo puso en la
cartera, y comenzó a mirarla más detenidamente. En la blusa se le
notaba la ausencia de ropa interior, además se había desprendido
varios botones, de manera que estaba exhibiendo todos sus atributos
en forma casi directa.
-¡Qué calor que hace! ¿No es cierto? Estoy toda mojadita, toda
transpirada, pero no tengo adónde bañarme.
-¿No puede ir a su casa? -dijo él.
-No, porque mi marido no está, y a mí me da miedo estar solita
-respondió ella.
-Bueno, le ofrezco mi casa, le puedo hacer compañía hasta que
vuelva su marido -continuó él.
Ella continuaba con su voz de nena y el papel de tonta;
indudablemente le estaba saliendo muy bien. Lo que la desorientaba
era el hecho de que Juan se hubiera excitado tanto con este personaje.
Una vez escuchó en una reunión familiar que sus tías y primas
mayores decían esto de que a los hombres los atraen las tontas y pasa
lo contrario con las inteligentes. En aquel momento pensó que estaban
bromeando, o que estaban equivocadas, ahora podía comprobar lo
contrario. Intentó buscar una explicación para esto mientras su
hombre terminaba el café y le miraba alternativamente los pechos y la
entrepierna, este no era el Juan de siempre, o sea, era bueno y atento
como siempre, pero estaba desesperado por ella. ¿Era posible que el
este cambio de actitud provocara en un macho humano tantos
cambios? Parecía que sí.
Lo más aproximado que se le ocurrió fue que como ellos, los
hombres, estaban biológicamente programados para ser los guías y
protectores en las manadas de homo sapiens de las eras pasadas, esos
vestigios todavía subsisten y les da la impresión de que las mujeres
inteligentes que se conducen solas rompen este esquema. Por el
contrario, las bobas necesitan cuidado y protección todo el tiempo, lo
cual les permite aplicar su papel de "macho protector" sintiéndose así
en paz con sus instintos. Sienten que están haciendo bien la misión
que la naturaleza les encomendó.
Un detalle que quizás ayude a entender ciertas cosas es que
Mary tenía uno de los coeficientes intelectuales más altos del planeta.
Cuando estaba terminando la escuela primaria le hicieron un test, al
igual que a todos los otros niños, para ir preparando su ingreso a la
escuela secundaria, encontrando una modalidad de estudio de acuerdo
con sus capacidades, y cuando le tocó el turno a ella, los médicos no lo
podían creer. En los archivos del colegio quedó asentado que superaba
los ciento setenta puntos, pero se dijo también de modo extraoficial que
en realidad superaba los doscientos ampliamente, aunque se
consideraba que podía opacar en exceso a los demás niños de familias
influyentes, en especial a los varones.
Quizás por esto las deducciones de ella son casi siempre
acertadas. Y en este caso es muy probable que estuviera en lo cierto
una vez más. Seguramente, la cuestión de la seducción de las "cabezas
huecas" pasa por la inseguridad de los hombres, por lo cual ella ya
estaba pensando en empezar a probar su nueva teoría. No podía creer
cómo no se había dado cuenta antes, y si bien estaba con Juan y no
quería hacer nada que lo lastimara, quizás pudiera proponerle hacer
juegos parecidos al de esta noche, en los que jugaran a los
desconocidos y ella podría jugar a seducir hombres. Claro que esta
cuestión debía ser manejada con cuidado porque el también podría
entonces jugar a seducir a otras mujeres, pero, en fin, ya le encontraría
la vuelta para poder jugar. Ahora que estaba descubriendo el mundo
real y además le estaba yendo bien, no se iba a perder la oportunidad
de experimentar todas esas sensaciones nuevas.
Cuando él terminó su sándwich y su café, ella aún no, razón por
la cual, le pidió ayuda. Él, muy solícito, abrió la boca como un
cocodrilo y devoró todo en menos de un minuto. Estaba apurado para
tener a Mary entre sus brazos.
Cuando Juan llamó al mozo para pagar, ella estaba con la blusa
muy desabrochada, razón por la cual el muchacho no podía mantener
la mirada en los billetes, ella se dio cuenta, y a propósito se la abrió un
poco más, momento en el cual, al pobre chico se le cayó el pocillo que
tenía en la mano, el plato, el platito del sándwich, y los billetes que
Juan le había dado.
Ella se sentía como una nena que empieza a descubrir cosas,
estaba descubriendo que podía seducir a los hombres, y había
aprendido el cómo por sus propios medios. Esto la tenía fascinada, no
podía creer que todas esas capacidades estuvieran dentro de ella. Es
más, ni siquiera debía hacer esfuerzos, todo lo contrario, debía dejar
que todos los esfuerzos los hicieran ellos.
Además del juego que habían hecho, él se puso un poco celoso
por esto último del escote, lo cual seguía alimentando su libido casi al
extremo de no poder controlarse.
Salieron a la calle, pusieron rumbo a la camioneta, ella estaba
en su papel, y Juan ya no sabía bien cuál era el suyo. Estaba
enloquecido por el deseo. Subieron a la camioneta todavía en los
personajes, por lo cual ella manejaba y él la acompañaba.
Fueron a la casa del campo. Juan propuso ir a la casa de la
ciudad, pero ella insistió, y él con tal de tenerla para sí, le dijo que
pusiera rumbo adonde quisiera.
La elección de Mary no era al azar, pues sabía que María José
había tenido algo con "su" hombre, razón por la cual necesitaba dejar
en claro que volvía a estar en la vida de él, y que de ahora en adelante,
la que dormiría con Juan sería ella. Al día siguiente, cuando la blonda
empleada fuera a saludar a Juan, la vería en paños menores, y todo
quedaría claro.
Llegaron, descendieron, entraron, y no alcanzaron a meterse a
la cama. En cuanto pasaron la puerta, él se le tiró encima, ella decidió
seguir con el juego y oponía algo de resistencia, le decía que le daba
vergüenza, que le parecía que esto estaba mal, cosas estas que lo
enloquecieron por completo.
-¡Ay no señor! No sea malo, que mi mamá me dijo que no me
tienen que tocar otros hombres -decía ella con voz de nena.
Cada vez que él metía la mano en algún lugar de su cuerpo, ella
se la sacaba, pero este juego no duró demasiado.
Juan la agarró de la blusa cerca de los botones, apretó fuerte, y
de un este tirón la arrancó por completo, luego le tomó la minifalda por
la cintura y de otro tirón se la destrozó. Ella este tenía las botas, pero
él no se las sacó.
La cargó en brazos y la llevó al dormitorio, la tiró sobre la cama
y le hizo todas las cosas que se le habían cruzado por la cabeza
durante el juego. La lamió, la mordisqueó, la besó y la apretó hasta el
cansancio.
Mary por su parte, estaba fuera de sí. No tenía una conciencia
muy clara de lo que estaba pasando, pero lo que sí sabía era que todo
lo había provocado ella con su belleza, su cuerpo y su inteligencia, en
esto no tenía nada que ver su apellido, ni el dinero de su padre, ni el de
su marido. Este hombre estaba enloquecido por ella en sí misma, por
su valor intrínseco como mujer. Si, era una mujer, era atractiva, los
hombres se babeaban por ella y si en este momento no tenía una
colección de ellos en su cama era porque así lo había decidido, porque
así lo quería, porque ahora era ella la que tomaba las decisiones sobre
su vida. Esto demostraba que su madre estaba equivocada cuando le
decía que era una ramera, una prostituta y que nunca un hombre se
iba a interesar en ella, que le estaban haciendo un favor al tenerla
encerrada para que sus malos instintos no la llevaran a ser una puta.
Estaba descubriendo que no era una retrasada mental, y que
podía manejar su vida, y quizás hasta las cosas que hacían su
hermana y ella con su padre tuvieran una explicación. Si hasta ahora
le habían hecho creer que era una retrasada y esto era una gran
mentira, entonces quizás todo lo que le decía su madre acerca de que
era como una especie de engendro del demonio, tampoco fuese cierto.
Entre todos estos pensamientos, ella se dejaba hacer entre los
brazos de Juan; estaba segura de que lo amaba, y disfrutaba todo lo
que él le estaba haciendo. No sentía casi ninguna culpa, ni por
disfrutar el sexo, ni por ser feliz de una forma diferente a la que le
enseñaron en su mundo.
Estaba feliz con todo esto cuando en un momento él se puso
encima, la apretó muy fuerte, mucho más que otras veces. Sintió los
dientes de él en su cuello, sintió las manos de él apretando sus
hombros y el peso de su hombre sobre todo su cuerpo. De pronto creyó
estar siendo poseída por un animal salvaje que jadeaba y transpiraba,
y de pronto, el destello final, los estallidos, la locura, ambos se
mordieron, se apretaron y se dijeron cosas, algunas ininteligibles. La
lucha fue feroz, cuerpo a cuerpo.
Cuando recobraron la cordura se dieron cuenta de que estaban
atravesados en la cama, enroscados en las sábanas y totalmente
transpirados.
El tomó un extremo de sábana y le secó a ella la transpiración
de la cara, ella hizo lo propio. Se miraron y sonrieron, se besaron y
volvieron a sonreír, y se dieron cuenta de que estaban enamorados.
Habían pasado por una tormenta, y salieron airosos; todos los
días que estuvieron separados les sirvieron para darse cuenta de que lo
que sentían era genuino. Ella había tenido esa relación lésbica con
Camila, y Juan con María José. Ambos sabían todo de lo que había
hecho el otro, y lo aceptaban.
De ahora en adelante ya no se separarían, su destino era estar
juntos. Aunque quizás quedaran algunas piedras en el camino.
Esa noche casi no hablaron, este se miraron a los ojos, se
acariciaron, luego se dieron un baño de inmersión juntos, tomaron una
copa de vino cada uno mientras estaban rodeados de burbujas y agua
templada. Él la abrazaba y le acariciaba el cabello como si fuera una
niña, y cada tanto ella estiraba sus brazos para atrás y le acariciaba el
cabello a él. Terminado el baño, volvieron a la cama, y abrazados en
"cucharita", se durmieron.
Al día siguiente despertaron muy tarde, ya los pájaros estaban
cansados de tanto cantar y el sol estaba haciendo su trabajo desde
hacía varias horas. Eran las diez y media de la mañana. Ella despertó
primero y para no perder la costumbre, fue a la cocina a preparar el
desayuno. Hizo todas las cosas que había preparado la primera
mañana que despertaron juntos, luego las llevó al dormitorio, y con
mucha suavidad lo despertó.
-Buen día -dijo él.
-Hola mi rey -contestó ella al tiempo que le daba un beso en la
boca.
Mary comenzó el ritual: darle a él de a poquito el desayuno en la
boca, ya conocía sus preferencias. Al mismo tiempo ella también
comía de a poquito, todo lo mismo que le daba a él. Si le daba un
pedacito de galletita, ella también comía un trozo, y si le daba un sorbo
de café, también tomaba uno, y mientras masticaban, ella lo miraba
con cara de enamorada al tiempo que lo acariciaba. Se sentía en el
paraíso.
-Por favor, prométeme que nunca más vamos a estar separados
o enojados -pidió ella.
-Te lo prometo -replicó él.
Esa mañana, el amor se podía oler. La felicidad se sentía en el
aire, y el cielo, con su semblante impoluto, era testigo de que se
trataba de un día especial.
Los amantes se miraban. Sus rostros frente a frente, a escasos
veinte centímetros de distancia, escrutaban mutuamente sus
facciones. Mary recorría con sus dedos el rostro de su hombre mientras
lagrimeaba de felicidad y emoción. Juan, con las yemas de sus índices,
escribía palabras de amor sobre los pechos de su amada.
De pronto, recordaron que no tenían nada para almorzar,
entonces a Juan se le ocurrió una idea, invitar a Camila a comer, y
cuando ella viniera, podía traer un pollo o dos con algunas verduras
para prepararlos allí. Mary adhirió a la moción y llamó a Camila.
Cuando la futura psicóloga atendió, como era de esperarse, la
primera frase fue:
-¿Y, qué pasó?
-Pues casi me destrozó, jugamos largo rato en la ciudad, y al
llegar aquí estuvo como una fiera salvaje -respondió Mary -ahora
estamos en la casa del campo.
-Si, ya me di cuenta por el número de teléfono ¿Necesitan
compañía? Me estoy muriendo de aburrimiento -preguntó Camila.
Entonces Mary le explicó que justamente la había llamado por
eso, para invitarla, y que a la vez llevara el almuerzo.
-Tomate un remisse y vení, después te damos la plata de la
comida -dijo Mary. En menos de una hora, Camila estuvo allí, había
llevado dos patos para hacer al horno y una bolsa con papas, batatas y
otras hortalizas.
No la escucharon llegar, pues en vez de tomar un remisse, fue
en bicicleta. Así que de pronto, cuando escucharon que se abría la
puerta del comedor, era ella que ya estaba dentro de la casa.
Juan estaba aún en la cama, tal como Dios lo trajo al mundo, y
Mary se había puesto tan este la ropa interior.
Desde el dormitorio, mientras se tapaban con la sábana, le
gritaron que pasara, cosa que ella hizo de inmediato. Se acercó a la
cama de sus amigos, los saludó con un beso en la mejilla a cada uno, y
luego, pidiendo permiso, se recostó a la derecha de Mary. Ella estaba
sobre las sábanas, mientras que los tortolitos, debajo. Los tres estaban
muy pegados, física y espiritualmente. El colchón, si bien de dos
plazas, se había llenado con esos tres cuerpos adultos.
Camila se había puesto una musculosa blanca de algodón, vieja
y muy gastada, y una pollerita de jean también muy gastada y
desteñida. Sabía que esa clase de ropas seducían a Juan cuando
estaba en la intimidad del hogar.
-¿Cómo te fue anoche con tu amiguita? -preguntó Juan a
Camila.
-Bien, pero quizás me quedé con ganas de algo -respondió
mirando hacia la ingle de él -a veces necesito algo que las mujeres no
tenemos.
Juan no supo qué decir, entonces no dijo nada. Le pareció que
su amiga le estaba coqueteando, pero le sonaba extraño, ella decía que
este le gustaban las mujeres.
Mary se tiró sobre su hombre y lo besó apasionadamente, luego
volvió a su lugar. Camila se empezó a acomodar, fue enroscando sus
piernas hasta que de pronto su diminuta pollerita dejaba ver su ropa
interior.
Era realmente hermosa, a pesar de sus casi veinticuatro años,
tenía un rostro de quince o dieciséis. Así también era su cuerpo. Con
todos aquellos atributos, podía conseguir a los hombres que quisiera,
pero el tema era que no quería. Después de todos esos años en que fue
violada diariamente por su padre, decidió que este se acostaría con
mujeres, mas, aún así, había confesado que existía un este hombre en
el mundo con el cual ella se acostaría.
Ninguno de los dos se incomodó por las poses o actitudes de
Camila, eran amigos, y se amaban profundamente. Aunque Mary
comenzaba a sospechar quién era ese único hombre con el cual su
amiga compartiría la cama.
Charlaron un largo rato, no sin antes poner los patos y los
vegetales en el horno para ir ganando tiempo.
Ese almuerzo fue como una especie de reencuentro entre los
tres, hablaron de todo un poco, tocaron todos los temas, y también
recordaron el pasado. El pasado es una parte inevitable de nuestras
vidas, no podemos borrarlo. Algunas veces, nos tortura, nos trae
malos recuerdos y nos hace ver una y otra vez las cosas que hicimos
mal. Recordamos ese momento en que nos comportamos como malas
personas, o que directamente lo fuimos; aquella ocasión en que
pasamos la vergüenza más grande de nuestras vidas; cuando sufrimos
el primer desamor y pensamos que nuestra vida ya no tenía sentido, y
así, una sucesión interminable de momentos que quisiéramos olvidar.
Pero atención, que si estas cosas de verdad nos ocurrieron lo peor que
podría pasarnos sería olvidarlas. El recuerdo de todo lo que hicimos
mal, es la mejor guía que tenemos para empezar a hacer las cosas
bien. Seguramente con ese criterio, ellos hablaron de cosas del
pasado, aunque algunas de ellas fueran incómodas, o dolorosas.
Camila estuvo recordando cuando fue encarcelada, las
angustias que debió soportar, y la influencia decisiva que tuvo Juan
sobre ella. Él no solamente ejercía fielmente su defensa en aquellos
complicados días, sino que también fue su apoyo moral. Cada vez que
iba a entrevistarla, le llevaba chocolates, galletitas, y otras cosas para
comer. Incluso en esos días femeninos, le compraba toallitas y
desodorante y se los llevaba. Estas cosas pueden parecer una
nimiedad para quien está cómodamente en su casa, en el trabajo, o
simplemente caminando por la calle, pero para una chica de dieciocho
años que se encuentra en la más absoluta de las miserias,
injustamente culpada de algo que no hizo y despreciada por toda la
sociedad, lo que hizo Juan fue algo que no se termina de agradecer en
toda una vida. Especialmente, porque fue el único que creyó en ella
cuando todos los demás la creían una mentirosa. Esta podría ser la
causa de lo que Camila sentía por él.
-Pero ¿cómo fue que la encarcelaron si ella era inocente?
-preguntó Mary.
-Es que estamos en provincia, y acá se aplica el principio de que
cualquier sospechado es culpable, excepto que por sus propios medios
pueda probar su inocencia -replicó Juan.
-A mí me dijo una persona, cuando estaba en la comisaría -dijo
Camila -que si ponía diez mil pesos, la investigación iba a ser a mi
favor. Pero no tenía ese dinero.
En realidad, se decía que Camila era la amante de un señor
adinerado, dueño del frigorífico local, pero obviamente, esto no pasaba
de ser un rumor, aunque el comisario de aquel momento, pensando
que era algo cierto, pretendía que la chica le pidiera ese monto a su
supuesto amante.
Esto es una práctica habitual en los países de todo el mundo,
pero especialmente en los subdesarrollados. Cuando se piensa que
una persona que es sospechada de un delito, tiene dinero disponible,
se le solicita una cantidad acorde a lo que se cree que son sus
posibilidades, pero si se niega, a modo de represalia, se la perjudica
distorsionando la investigación.
Hasta aquí, podría parecer que los policías de esa provincia son
de la peor calaña, sin embargo, quizás la culpa sea de los gobernantes,
lo cual no justifica el hecho. Cada persona debe recibir un sueldo de
acuerdo al trabajo que realiza. El policía recibe un sueldo casi
miserable, con el cual, a veces no llega a fin de mes, por lo tanto,
comienza a procurarse dinero de otras formas. Los políticos de todos
los niveles saben que esto ocurre, porque no hay ninguna posibilidad
material de que sea de otro modo. No es lógico que un policía que sale
todos los días a arriesgar su vida y su salud y que se tiene que
sumergir a diario en lo peor y más desagradable de nuestra sociedad,
gane menos que un chofer de colectivo o que un docente, por este citar
algunos ejemplos.
Aunque quizás el súmmum de la corrupción en las altas esferas,
sea cuando un comisario tiene que "comprar" una comisaría para
poder hacer su trabajo. Esto se maneja con los mismos criterios que
los fondos de comercio de una librería, un cabaret, o una
salchichonería. A mayor recaudación mensual, más se cotiza la llave.
Obviamente, para recuperar este dinero, no se puede usar el del
sueldo, debe entrarse en el circuito de la corruptela. De hecho, se dice
que las comisarías tienen una "tabla de recaudaciones" conocida por la
gente del ambiente: tanto por prostitución; tanto por juego clandestino,
etc.
Este había sido uno de los peores inconvenientes con que se
había encontrado Camila; el comisario que estaba en aquel momento
era nuevo en esa dependencia, pero lo habían estafado. Se decía que el
hombre había pagado treinta mil pesos por una comisaría que no
recaudaba ni siquiera diez mil por mes, entonces estaba entre furioso y
desesperado por recuperar su dinero. Fue inflexible.
-Yo sabía que estas cosas pasaban en todo el mundo, pero en
realidad lo tomaba como el comentario de algo muy lejano -explicó
Mary -aunque saberlo así, tan de primera mano…
-Yo vi que había cosas raras -comentó Juan -y fui directamente
a hablar con el inspector que estaba a cargo de la investigación. Por
suerte, habíamos sido compañeros de promoción.
Juan había tenido un fugaz paso por la institución policial,
cuando salió del ejército, de allí que conocía todos los manejos internos
y pudo encontrar dónde estaba la falla. El Juez no creía el relato de
Camila, porque no se había encontrado ningún rastro de que el padre
abusara sexualmente de ella, aunque la policía, misteriosamente,
había omitido hacer las pericias de laboratorio de las sábanas de la
cama de la chica.
El abogado, previo el pago de una "propina" a los investigadores,
consiguió que salieran a la luz los enormes rastros de semen paterno
que había, no solo en la cama de la pobre infortunada, sino también en
su ropa interior. Con estos peritajes, la causa "se dio vuelta" en forma
inmediata.
-¿Cuánto les tuviste que dar a los peritos? -preguntó Camila a
Juan.
-No tiene importancia -dijo él minimizando la situación.
-Pero ¿tú pusiste de tu propio dinero para una cliente que no te
pagaba? -preguntó Mary -no pareces de la vida real, eres demasiado
bueno.
Dicho esto, Mary se levantó de su asiento, se sentó sobre las
piernas de su novio, y comenzó a besarlo. Camila los veía y sonreía.
Así continuaron durante un rato, terminaron de almorzar, y
luego salieron al parque para sentarse bajo la sombra de los árboles
mientras bajaban la comida con unos mates.
El verano mostraba su magia por doquier, las plantas exhibían
sus flores con magnificencia, los pájaros desplegaban majestuosos sus
formidables plumajes, y el sol, cual hada madrina, tocaba con la
mágica varita de sus rayos, todo cuanto se le mostrara. El lugar era
paradisíaco, no cabía otra descripción.
Rato más tarde, María José salió de su casa. Estaba vestida de
un modo muy informal, este una remera bastante gastada de algodón
blanco, un short rojo, y ojotas. Era probable que no se hubiera
percatado de la presencia de los visitantes.
-Juan ¿quieres invitarla a tomar mate? A mí no me molesta
-aclaró Mary.
-Pero, casi te saca a tu novio y la querés invitar -le reprochó
Camila.
Entonces la mexicana explicó a su amiga que en realidad María
José nunca actuó con la intención de "quitarle a Juan". Ellos se
habían distanciado por otras razones, luego pasaron algunas cosas por
obra del azar, pero estaba segura de que ninguno había obrado de
mala fe.
Dicho esto, la misma Mary fue a buscarla. Le daba mucha pena
que estuviera tan sola en el mundo, sin padres ni hermanos y ni
siquiera amigos, decía que todos nos merecemos una oportunidad.
Cuando se vieron frente a frente, María José se sintió un tanto
incómoda, pero Mary la tranquilizó: -Hola ¿cómo estás? Hacía mucho
que no nos veíamos. ¿Por qué no vienes a tomar unos mates con
nosotros?
La rubia quedó helada por un momento, no sabía qué
responder, pero Mary la tomó de la mano con mucho cariño, y con una
de esas sonrisas mágicas que este ella sabía hacer, y la llevó hacia el
grupo. Unos metros antes de que llegaran donde estaban Juan y
Camila, María José la detuvo y le dijo: -Supongo que ya sabés todo,
pero quiero decirte que aunque estuvo conmigo en la cama algunas
veces, desde el primer momento él me aclaró que lo nuestro iba a ser
pasajero porque estaba enamorado de vos. Siempre me lo dijo.
Aunque ya lo sabía, esto alegró mucho a Mary, era la
confirmación de que él siempre la había amado.
Ya en grupo, comenzaron a conversar. Tomaron mate, comieron
unos bizcochitos caseros que había preparado Camila, y cuando se
dieron cuenta, eran ya las siete de la tarde. Una vez más, se
comprobaba que, en buena compañía, el tiempo transcurre más
rápido.
Este un detalle llamó la atención del dueño de casa: Camila
había comenzado a tratar muy bien a María José. Hasta unas horas
antes la había detractado, pero cualquiera diría que había pasado del
odio al amor, o algo así.
Terminaron allí el fin de semana, y el lunes por la mañana,
todos volvieron a sus actividades habituales, este que Mary ahora
volvía a vivir con su amado, y esta vez sería para siempre.
Capítulo 9 – 2 de agosto de 2012

Comenzaba un nuevo capítulo en las vidas de Juan y Mary. En


los días en que habían estado distanciados, ambos habían tenido
progresos laborales. Mary se había independizado, y ya tenía su propia
pastelería, en donde además preparaba postres, pastas frescas, y otros
tipos de alimentos. Esta mujer parecía estar tocada por una varita
mágica, todo lo que tocaba lo convertía en oro. Seguramente, era por
ese encanto que ejercía sobre todas las personas, hombres y mujeres
quedaban maravillados con este escucharla hablar.
Otra cuestión a su favor era su inteligencia. Siempre había
estado convencida de que era una tonta, por las nefastas influencias
familiares, pero con la confianza que Juan depositaba en ella, estaba
aprendiendo a confiar en sí misma.
Él también estaba obteniendo progresos en sus proyectos, la
granja iba viento en popa. Aunque no poseía la misma inteligencia que
su novia, de todos modos pensaba bastante bien, y como virtud
adicional, y no menos importante, poseía un gran sentido común.
Con bastante dinero ahorrado, Mary se propuso emprender una
nueva faceta en sus negocios: empezar a producir vinos. Su abuelo
había tenido uno de los mejores viñedos de Norteamérica, y ella había
aprendido mucho de él. Ahora estaba decidida a seguir los pasos de su
antecesor, y confiaba en que su amado no la dejaría sola en el
emprendimiento.
Una mañana en la que el sol brillaba en plenitud sobre el cielo,
la feliz pareja se dirigió a la delegación del INTA para recibir
asesoramiento sobre el cultivo de vides y las posibilidades de hacerlo
en esas latitudes.
Al llegar, además del enorme letrero que anunciaba la
institución, se encontraron con una mujer muy bien vestida que
casualmente arribaba al lugar. Al saludarla y preguntarle si conocía
algo sobre cómo recibir asesoramiento, ella les aclaró que era la
ingeniera Karen Adrianopoulos, y que casualmente era la encargada
del asesoramiento sobre cultivo de vides y elaboración de vinos.
Mary volvió a tomar esto como una señal del destino, no era
casualidad que hubieran llegado justo allí en el momento exacto en que
lo hacía la persona que ellos estaban necesitando. Seguramente, esta
mujer tendría alguna importante función que cumplir en su vida.
Karen era una mujer en exceso llamativa, al punto en que
consiguió monopolizar las miradas de Juan, y esto no ocurría casi
nunca.
Tenía el cabello rojizo. Los ojos, de un color celeste transparente
y un tamaño considerable, y su cuerpo escultural de un metro setena
de altura, emulaba a la Venus de Milo. Por si todo esto fuera poco, su
sonrisa era magnífica.
Mary notaba todo esto, y por un lado detestaba a aquella mujer,
pues le estaba quitando la atención de su amado, y consideraba que la
doblaba en belleza, pero seguía confiando en el destino, y sabía que
algo bueno le traería.
Karen estaba vestida con una remera color arena, un pantalón
muy fino del color de la remera, y un saquito de hilo color celeste
grisáceo.
Comenzaron a explicarle a la agrónoma el motivo de su visita,
entre las sonrisas de la profesional, y las miradas de Juan.
Estuvieron una media hora dialogando sobre el tema, cuando de
pronto, Karen recordó algo.
-Hay un señor que tiene un viñedo en venta -dijo la agrónoma
-hace mucho que lo está ofreciendo pero no encuentra comprador. Es
raro, porque lo vende barato. A lo mejor tienen suerte.
Ahí estaba la cuestión, pensó Mary, ésa era la jugada que el
destino había preparado. Había que ir urgentemente a hablar con ese
hombre.
-¿Podrías darnos la dirección de esa persona por favor? -dijo la
mexicana con firmeza.
-Sí, por supuesto, dejame que busque mi agenda -dijo la
pelirroja al tiempo que derramaba sus cosas por el suelo.
Presto como un bombero, y veloz cual rayo, Juan se arrojó a
ayudarle con la recolección de los objetos. En eso, entre los frascos de
maquillaje, levantó la tarjeta de membrecía de una casa de citas para
solteros, y fue tan grande su sorpresa, que se quedó tieso viéndola por
unos instantes. La agrónoma se dio cuenta y se sonrojó. Tendría unos
treinta y dos años, aproximadamente, pero su suave piel se sonrojaba
con la rapidez de una quinceañera.
-Perdón. ¡Qué vergüenza! Ustedes van a pensar que estoy
desesperada por un hombre -explicó la ingeniera.
-No, no te preocupes -la tranquilizó Juan -este cuesta creer que
una mujer tan hermosa no tenga propuestas.
Mary lo miraba mientras sus ojos despedían rayos. Y él
acusaba recibo de ellos, pero ya estaba dicho.
-En realidad, propuestas hay -dijo la confundida pelirroja -pero
después les agarra la fobia al compromiso. Mi ex novio, cuando
empecé a insistirle para que viviéramos juntos, me dijo que necesitaba
un tiempo, y a las dos semanas se fue a vivir a España.
-Bienvenida al club -acotó Mary riéndose.
Todas estas cosas, estos encuentros, estos comentarios, debían
tener un porqué, este había que tener paciencia y estar atentos.
Seguramente algo bueno estaba por ocurrir.
Mary decidió dejar de detestar a la pobre mujer, y confiar en que
Juan le pertenecía; después de todo, ya habían pasado una feroz
tormenta y salido airosos. No había de qué preocuparse.
Luego de estas distracciones, Karen les explicó que había
perdido la tarjeta con la dirección del señor en cuestión, pero que si lo
deseaban, ella podía acompañarlos, pues conocía al hombre, y el lugar
preciso en donde vivía.
Así, en poco menos de media hora, estaban en la puerta de una
discreta mansión. Si bien la ingeniera les había dicho que se trataba
de un magnate francés con inmensa fortuna, la casa por fuera no era
demasiado ostentosa. El frente parecía más bien el muro de una
fortaleza, este la pared blanca, unas pocas ventanas con rejas, y la
sólida puerta de madera.
En cuestión de diez segundos, luego de tocar el timbre, apareció
un mayordomo, quien luego de preguntarles el motivo de su visita, los
invitó a pasar.
Así como la sobriedad se manifestaba por fuera, el lujo se hacía
evidente en el interior de la casa. Dos hombres de traje negro y
anteojos ahumados deambulaban por el lugar, seguramente serían
guardaespaldas.
Los pisos eran de mármol de un tono grisáceo y brillaban como
si estuvieran recién encerados. Las paredes revestidas en madera,
hablaban de un refinamiento de elevado nivel, y los adornos de oro
terminaban de confirmar las sospechas de Juan: el misterioso francés
era multimillonario.
Los sillones de fino cuero blanco cedieron ante el peso de sus
cuerpos cuando el mayordomo los invitó a que se sentaran.
El lujo y el buen gusto se respiraban en el aire, y si existiera un
perfume con olor a fortuna, se diría que con él habían rociado toda la
casa.
De pronto, Mary vio un cuadro en la pared, y no pudo resistir la
tentación de mirarlo de cerca. Era una colorida conjunción de formas
geométricas perfectas.
-¡Un Mondrian auténtico! -exclamó -siempre quise tener uno de
ellos. No sabía que pudiera haber uno en Sudamérica.
En ese momento ingresó en el inmenso salón un hombre vestido
con un fino traje de seda italiana color verde agua. En su mano
derecha tenía un anillo de oro con diamantes, y en su muñeca
izquierda, un reloj suizo de oro destellaba con la misma intensidad con
que el sol brilla en el cielo.
-Veo que conoce de arte -dijo el misterioso hombre con notable
acento francés - no cualquiera reconoce un Mondrian auténtico.
-Pues este es inconfundible, por la nitidez de los trazos -explicó
Mary -creo que es "Composición en rojo amarillo y azul", lo hizo por mil
novecientos veintiuno.
El magnate estaba impresionado, pocas personas saben apreciar
el arte, y esta chica era una de ellas. En sus años de encierro, cuando
la condenaron a hacer el colegio secundario dentro de los muros de su
casa, los profesores particulares que sus padres le pusieron, le daban
entre ocho y diez horas diarias de clase. Parte de ellas, eran de arte.
Los progenitores pensaban que era bueno tapar el "problemita" de la
fiebre uterina, con una sobredosis de cultura.
-¿Qué es lo que más le impresiona de Mondrian? -preguntó
Jacques.
-Pues, creo que fue un vanguardista en varios sentidos,
especialmente cuando decidió dejar de pintar colores fríos, como le
enseñaron en la escuela de Amsterdam, y comenzar a diseñar
geometrías en colores vivos y brillantes -concluyó ella.
-Creo que será un placer dialogar con una joven tan culta
-respondió el dueño de casa.
Dicho esto, y con una humildad que no habían imaginado, el
hombre los saludó amablemente uno por uno, haciendo una sonrisa
muy especial al saludar a la ingeniera, quien devolvió el gesto.
-Mi nombre es Jacques René Saint Montpelier -aclaró el
millonario -aunque la bella ingeniera ya me conoce.
-Si -replicó ella -es que nos vimos en una exposición de
vitivinicultura.
Acto seguido, Juan tomó la iniciativa, presentando a su novia y
posteriormente a sí mismo.
Como se habían parado para presentarse, el dueño de casa los
invitó a que volvieran a tomar asiento, y les preguntó qué deseaban
beber, a lo cual los tres afirmaron que por el momento no deseaban
nada.
Comenzaron los diálogos, explicándole a Jacques el motivo de la
visita, lo cual él escuchó con mucha atención. Estaba bastante
asombrado con los conocimientos que Mary poseía sobre la
vitivinicultura.
Discutieron un largo rato acerca de los precios de las tierras, y
las posibilidades de una financiación, lo cual el francés estaba
dispuesto a aceptar, según parecía, pero de pronto, ante un comentario
de Juan sobre el dinero y la distribución de las riquezas, el acaudalado
hombre comenzó a escucharlo con inusitada atención.
-Monsieur Rodríguez, es muy interesante lo que usted plantea,
de hecho yo vengo insistiendo ante mis colegas empresarios desde hace
mucho tiempo sin lograr que me escuchen -afirmó el dueño de casa.
Lo que Juan planteaba en aquella ocasión, era sobre el gran
desequilibrio que había en la distribución de las riquezas a nivel
mundial, y el peligro que ello representa a nivel social. El planteo
consistía en que había un grupo reducido de empresarios que estaba
acaparando la mayor parte de las riquezas del planeta, y ni siquiera
sabían para qué, pues hay personas que poseen tanto dinero, que ni
sus bisnietos podrían llegar a gastarlo, aún viviendo doscientos años.
Por otro lado, afirmaba el abogado, esta riqueza se basa en sacarles
más a las clases menos pudientes, lo cual en pocos años podría llegar a
estallar en una especie de guerra civil en la que los pobres se cansarán
del hambre y la opresión, y aún a riesgo de morir, entablarán una
guerra contra los ricos.
-¡Será una lucha sangrienta -afirmó Juan -a matar o morir! Los
ricos no saben lo que es pasar hambre, pero los que lo han sufrido,
tienen muy claro que antes de desfallecer de inanición es preferible
tomar un fusil y salir a la calle para morir con dignidad.
El silencio fue muy denso durante unos segundos. Las dos
mujeres pensaron que a Juan se le había ido la mano, y que el francés
estaría un tanto ofendido. El mismo Juan se dio cuenta de que quizás
había llegado demasiado lejos, pero Jacques, que escuchaba con suma
atención, no demostraba enojo alguno en su expresión, por el
contrario, estaba como extasiado.
-Monsieur Rodríguez -dijo el francés -usted es uno de los
hombres más visionarios y con más sentido común que he conocido en
mi vida.
Mary exhibió de pronto una expresión de tranquilidad que por el
momento le había sido esquiva. Llegó a pensar que el hombre se
negaría a continuar hablando con ellos.
-Bueno -aclaró Juan -en realidad no pretendí ser descortés, es
que cuando estoy muy seguro de algo, sé que tengo que decirlo, la
hipocresía no está en el vocabulario de los hombres de bien.
-Usted ha conseguido dejarme sin palabras -dijo Jacques -esa
frase la pronuncié yo muchas veces cuando era más joven aunque en
mi idioma natal. De hecho, esa fue mi filosofía de vida.
-Me alegra que no se haya incomodado con nosotros -comentó
Mary -pues creo que podemos llegar a un buen acuerdo con el viñedo.
-Es raro que aún no lo haya vendido -afirmó Karen -le mandé
muchos interesados, pero con ninguno pudo llegar a un acuerdo.
Usted debe ser muy duro para negociar.
-¿Usted sabe cuál es el elemento más poderoso del mundo?
-preguntó el francés a la ingeniera.
-Supongo que el dinero o las armas atómicas -replicó ella -pero
no entiendo la conexión de esto con lo que hablábamos.
-Usted dijo que quizás soy muy duro, y es probable que así sea,
pero ese elemento que le mencioné, más fuerte que el oro y la pólvora,
es la sonrisa de una mujer hermosa -replicó Jacques -lo cual no estuvo
en mis negociaciones anteriores, pero ahora está socavando mis
cimientos.
Karen volvió a sonrojarse por el cumplido del francés, le
agradeció, y comenzó a exhibir en sus labios, una sonrisa que no se le
había visto antes.
-Respecto de sus teorías, Monsieur Rodríguez, es muy
interesante lo que plantea, a tal punto en que, más allá de nuestra
negociación por el viñedo, quisiera invitarlos a un evento especial este
fin de semana. Allí podremos seguir debatiendo al respecto - sentenció
el millonario.
La situación se había tornado muy distendida, todos estaban
relajados y hablaban ya sin esa incómoda sensación de tener que
simular algo que no se es, o decir una cosa que no se piensa.
-Esta es mi oferta -dijo Mary alcanzándole al francés un papel
recién escrito -le propongo que lo medite el tiempo que le sea preciso, y
luego nos reunimos a discutir el resultado de su decisión.
Jacques aceptó encantado la proposición, aunque puso dos
condiciones: que la discusión del negocio se realizara en el Club de
Yates el fin de semana, y que la ingeniera asistiera al evento. Pautas
estas que todos aceptaron con sumo agrado.
Dicho esto, el cordial empresario se puso de pié para despedir a
sus invitados. Monsieur Rodríguez -dijo Jacques -estoy muy feliz de
haber encontrado alguien con quien dialogar. Dios no me ha
bendecido con una familia, pero si hubiera tenido un hijo, me gustaría
que fuese como usted. Su padre debe estar muy orgulloso.
-En realidad no conozco a mi padre -dijo Juan.
-Lo lamento -dijo Jacques -no quise ser inoportuno, pero es
notable, yo tampoco conozco al mío ¡qué coincidencia!
Mary pensó que estos dos hombres debían estar conectados por
algo, pues ya coincidían en dos cosas: no conocían a su padre, y
pensaban lo mismo sobre el dinero y el capitalismo.
Muy conformes los tres, salieron de la casa y subieron a la
camioneta de Juan. Mary se dio cuenta de que si no hubiese estado la
atractiva pelirroja, seguramente Jacques no habría accedido con tanta
facilidad a la negociación, razón por la cual, se explicaba el porqué de
que ella hubiese aparecido en su camino, y le debía una.
-Me causó muy buena impresión este hombre -dijo Juan -
¿Ustedes qué opinan?
-Todo un caballero -dijo Karen -parece mentira que un hombre
con tanto dinero sea tan sencillo.
-La gente tan afable, como él, generalmente tiene un origen
humilde, y conoce la vida de las personas simples -sentenció Mary.
Haciendo comentarios sobre el pintoresco magnate, llevaron a
Karen a la delegación en donde trabajaba, y retornaron a sus tareas
habituales.
Ambos estaban bastante atareados con sus actividades. Mary
con su comercio, y Juan en su granja.
El sábado por la mañana asistieron a la reunión del Club de
Yates en donde los esperaba Jacques, el encuentro en cuestión era el
bautismo de un nuevo crucero que este había adquirido, en el cual se
invitó a la ingeniera para que, como dama de honor, rompiera la botella
de champagne contra el casco.
Karen se sintió una privilegiada por el pedido, y estrelló con
gusto la botella contra la proa. El espumante líquido bañó
generosamente la superficie de la embarcación.
Brindis de por medio, salieron a navegar, para celebrar el
acontecimiento. Durante el resto del día, estuvieron comiendo como
reyes y disfrutando de la brisa del río en el lujoso crucero de treinta
metros de eslora (largo) y cinco metros de manga (ancho).
La sorpresa del día fue que Mary estuvo timoneando hábilmente
durante varias horas. Nadie lo imaginaba, pero también tenía
habilidades náuticas. En vida de su abuelo, había navegado varias
veces con él en el océano pacífico, en las costas de California, cerca de
donde aquél tenía los viñedos.
Cuando ella se ofreció para dirigir la embarcación, todos
creyeron que estaba bromeando, pero al ver que Jacques le hizo varias
preguntas a las que respondió exitosamente, se dieron cuenta de que la
cosa iba en serio. En realidad, a Juan no lo tomó demasiado por
sorpresa, pues ya conocía las habilidades de su mujer. Él este la
miraba embelesado mientras ella dirigía la nave con la solvencia de un
viejo lobo de mar. Estuvo toda la tarde atendiéndola, alcanzándole
canapés y sándwiches de miga para que comiera. En su interior, él se
felicitaba por haberla elegido para compartir la vida. Mary o Teresita, o
María Teresa, como fuera que se la llamase, era una mujer increíble. Lo
mejor de todo, era que ella misma se estaba descubriendo, y le
agradaba lo que descubría.
Mary ya no se sentía sucia por las relaciones incestuosas que
había tenido con su padre, pues Camila, a quien le faltaban este dos
materias para recibirse de psicóloga, le había explicado que no debía
sentirse responsable de lo que había hecho cuando tenía diez u once
años, y que duró incluso hasta los catorce a quince. En esa edad, era
obvio que una niña no podía dirigir y comprender sus acciones. Este
faltaba resolver lo de su adicción al sexo, o hiper sexualidad, como se
lo describe a nivel científico. Estadísticamente, según Wikipedia, un
seis por ciento de la población mundial de hombres y mujeres padece
esta afección, aunque algunos creen que es mayor, puesto que muchos
que la poseen, no la declaran abiertamente como para entrar en las
estadísticas.
Esta bella y torturada mujer, de treinta años de edad, y que
recién comenzaba a descubrir la vida, decidió dar un paso más en su
relación con el hombre que le había ayudado a salir de su infierno.
-¡Juan, mi amor! -dijo Mary -¿Puedes venir un momento por
favor?
Su amado acudió presuroso, y cuando vio esa expresión en su
rostro, supo que su mujer debía decir algo importante, por lo cual se
paró frente a ella, le tomó la mano, y le dijo: -Te escucho -mientras la
miraba a los ojos con esa mirada tan tierna y a la vez varonil, que
hacía que ella se sintiera contenida.
Él tenía la particularidad de hacer que ella estuviera cómoda,
que se animara a hablar. Ya le había contado más de la mitad de las
cosas que la habían atormentado durante veinte años y que antes no
toleraba ni siquiera recordar.
-He decidido contarte más cosas malas de las que hice en mi
vida pasada -decía Mary con voz casi quebrada -hoy tengo las fuerzas
para hacerlo.
Juan no habló, este le apretó la mano, sonrió, e hizo un gesto
para que ella comenzara.
-Te conté que hice cosas malas con el sexo -continuó ella -y lo
más terrible, que antes no podía siquiera mencionar, es que desde
pequeña tuve relaciones con mi padre. En ese momento su voz se
quebró dando lugar al llanto, por un momento soltó el timón y se
abrazó a Juan para llorar en su hombro. Lo relatado no lo sorprendió
demasiado, ella ya le había dado indicios, y por el resto de las cosas
que sí le había confesado, era evidente que llegaría este momento.
Juan estaba complacido de que ella por fin se hubiera liberado
de esa carga, pero además, lo halagaba sobremanera el hecho de que lo
hubiera elegido a él para confiar y contarle. Desgraciadamente, él había
visto muchos de estos casos en la vida real. Para Juan no eran este
estadísticas, los incestos estaban en muchos expedientes judiciales que
había debido leer. A priori se tiende a imaginar que esto pasa este en
las clases socio culturalmente bajas, pero la realidad demuestra que,
en un menor porcentaje, también existe en las clases medias y altas.
Vio casos de mujeres que a raíz de estos abusos recibidos en la
infancia habían perdido la cordura. Algunas lograban disimularlo y
empezar una vida de pareja, pero esta, en algún momento fracasaba.
En otro caso había visto una mujer que por las secuelas del abuso y la
culpa que sentía al respecto, nunca pudo quedar embarazada. El caso
más extremo, era una mujer que al haber sido abusada por su padre,
hecho que fue encubierto por el resto de la familia, se recluyó en su
dormitorio, y pasó allí el resto de su vida. Pero Mary iba por buen
camino, lo estaba superando.
-Mi hermana lo sufrió igual que yo, pero ella tuvo peor suerte,
mi madre la echó de casa cuando quedó embarazada. Es lesbiana y
detesta a los hombres –dijo.
Los recuerdos volvían a ella como nubes de tormenta que
cubrían el cielo, la imagen de su padre parado al lado de su cama con
los genitales al aire, pidiéndole que se los tocara y besara, era
verdaderamente repugnante, pero había algo aún peor. Mary miraba a
Juan con miedo, estaba muy rara, nerviosa. Lo miraba, intentaba
comenzar a hablar, pero se detenía. Al notar esto, Juan le pidió a
Jacques que se hiciera cargo del timón por un rato, y la llevó con él a
uno de los camarotes para hablar más tranquilos. Una vez allí, él se
recostó sobre la cama, la invitó a que hiciera lo mismo y abrazándola,
le pidió que le contara.
-Lo más terrible de todo esto -dijo ella tapándose la cara contra
el cuerpo de Juan -es que no lo recuerdo como algo traumático, lo
disfrutaba, y lo peor es que recuerdo aquello y me vuelvo a excitar. Eso
era lo peor, ella había naturalizado el sexo como un juego más, como
jugar a los naipes o a la mancha. Lo incorporó como algo placentero. Al
igual que la masturbación, que los niños hacen aun cuando sus padres
los reprenden al respecto; para ella, tener relaciones sexuales con un
adulto, no era algo malo, sino una actividad que le proporcionaba un
goce inmediato.
Hay casos de mujeres que han sido inducidas por un adulto a
practicarles sexo oral cuando eran niñas, hoy ya adultas reconocen
que en los primeros años sintieron culpa, pero a partir de la pubertad
comenzaron a vivirlo como algo placentero, e inclusive, lo recuerdan
hoy sin sentir ninguna culpa por lo que hacían, sino como una
evocación excitante. Ello es fácil de encontrar en los foros de
sexualidad en Internet o en los sistemas de chat telefónico, en donde
las mujeres, amparadas por el anonimato, se atreven a contar sus más
íntimos secretos.
Tal era el caso de Mary, que aunque resulte paradójico, su peor
tormento era el no sentir culpa por haberse acostado con su padre, y
de haber protagonizado una suerte de pequeñas orgías en las que
incluían también a su hermana.
-Dime la verdad -dijo ella llorando -¿Soy un monstruo? ¿Qué
clase de mujer puede excitarse con el recuerdo de un incesto?
No pudo seguir hablando, se cobijó entre los brazos de su
amado que la contenía firmemente, con la solidez de un caballero
andante, y a la vez le acariciaba el cabello con la suavidad de un niño.
-Vos no tenés la culpa de nada -aseguró él -además, si sentís
excitación, placer o lo que fuese, es una cuestión tuya. Nadie puede
culparte por eso, eso no daña a nadie.
Ella lo miraba con el encantamiento de quien ve a un ser
superior que le está salvando la vida.
-¿De veras? -preguntó ella mientras Juan le limpiaba las
lágrimas -¿Estás seguro de que no soy un monstruo?
Él decidió que lo mejor era minimizar la situación,
desdramatizar el asunto, y de ese modo demostrarle a ella que se
estaba haciendo un mundo por una cosa casi insignificante.
-¿Y vos creés que sos la única? Hay un montón de mujeres con
esta historia, y cada una la vive como puede, pero de ahí a decir que
seas un monstruo… ¡Por favor!
Juan se levantó de la cama, se acomodó la camisa blanca, que
además de estar manchada con el rimmel de ella, estaba salida fuera
del pantalón y le dio la mano para que se parase. Cuando la tuvo frente
a él, le dijo: -Si volvés a hacerte tantos problemas por una cosa tan
insignificante, creo que te voy a poner algún castigo.
-¿Cómo cuál? -preguntó ella.
-Pasar un fin de semana completo encerrada conmigo teniendo
sexo -afirmó Juan.
-Pero eso no es castigo -dijo ella riéndose.
Una vez más, él le había borrado la tristeza con unas pocas
palabras. Las nubes que opacaban su felicidad ya habían sido
dispersadas por el aliento de su amado, al igual que las tormentas
pueden desaparecer del cielo en unos minutos si soplan los vientos
desde la dirección correcta.
-¿Puedo confesarte algo? -preguntó él -Me excitan las chicas
hiper sexuales.
-Pues yo soy una -dijo ella poniendo voz muy sensual -¿No
quieres abusarte de mí? A mí me excitan los hombres como tú.
A continuación, comenzó una verdadera batalla campal. Fue
una lucha despiadada en la cual ambos se sacaron, o mejor dicho se
arrancaron la ropa mutuamente. Se besaron en todos los lugares
imaginables y describieron mágicas coreografías con sus cuerpos al
tiempo que se miraban y se declaraban su amor.
La guerra fue descarnada, todo estuvo permitido, y luego de una
hora y media de gemidos y forcejeos, llegó el grito de la victoria. El
epílogo que una vez más profirieron exactamente al unísono. Ese era
otro punto notable. Tenían una gran conexión, en todos los sentidos.
Cada uno sentía lo que al otro le pasaba por dentro sin necesidad de
palabras.
Hay pocas parejas en el mundo en las que pueda darse tal
empatía. Según ella, debía tratarse de algo ancestral, de una cuestión
sobrehumana. Mary estaba convencida de que era verdad la leyenda de
las almas gemelas.
La historia dice que antiguamente, los seres tenían cuatro
brazos, cuatro piernas, dos cabezas y un este corazón. Vivían muy
felices de ese modo. Pero un día se rebelaron contra su creador, el cual
los castigó dividiéndolos exactamente en la mitad. Entonces quedó lo
que somos hoy: seres con una cabeza, dos brazos dos piernas, pero tan
este medio corazón. También los condenó a deambular por el mundo
buscando a su otra mitad. Los que la hallan, pueden tener una
existencia plena y feliz, pero la mayoría no lo consigue, de tal modo
quedan incompletos por el resto de sus vidas, sin saber lo que es la
felicidad verdadera.
Se quedaron abrazados durante un rato. Juan se resistía a
separarse de ella después de hacer el amor. Le gustaba quedarse
mirándola, besándola en los labios con la suavidad de un pimpollo de
rosa, y diciéndole todas las cosas hermosas que sentía.
Ella estaba convencida de que este hombre era el mejor amante
del mundo, era perfecto en todo: el antes, el durante y el después.
Sabía que nunca lo cambiaría por nadie, pero había algo que a veces la
angustiaba, y aún no había juntado las fuerzas necesarias para
decírselo. Suponía que el día que se lo dijera, él la iba a entender, pero
era obvio que muy pocos hombres en el mundo entienden y aceptan
estas condiciones.
Se sintió angustiada por lo que pensaba, mas decidió confiar en
el destino otra vez, si este la había llevado a buen puerto hasta ahora,
no había razón para pensar que la abandonaría en el futuro. Después
de todo, el destino ya está escrito.
Luego de un rato, subieron otra vez a la proa donde estaban los
demás invitados, y lo primero que hicieron fue comer sándwiches de
miga, y beber. El episodio les había abierto el apetito.
-Me gustás mucho -dijo Juan a su amada -sos hermosa.
Ella, ataviada con un impecable vestido blanco hasta los
tobillos, lo besó hasta dejarlo sin aire, y luego continuó dándole de
comer en la boca. Sentía que debía marcar el territorio, porque allí
estaba Karen, y aunque parecía estar interesada en el magnate, pues,
nunca se sabe.
Alrededor de las cinco de la tarde, Jacques le propuso a Mary
tratar el tema de la venta del viñedo. En realidad, él ya había decidido
que se lo vendería en la suma que ella le había ofrecido, lo cual incluía
una parte financiada.
Ajustando algunos detalles, cerraron el trato con un apretón de
manos, y convinieron en que la semana próxima, Juan se encargaría
de realizar todas las tramitaciones legales para registrar la propiedad a
nombre de su mujer.
Mary estaba muy feliz con esto, sentía que con el inicio de la
producción de vinos, de algún modo estaría homenajeando a su
abuelo, a quien tanto había querido.
El día terminó con normalidad, navegaron hasta el atardecer y
con las últimas luces del día, regresaron a puerto.
El sol parecía recostarse sobre la superficie del río, igual que un
niño que, cansado de jugar, busca el regazo materno para tomar un
respiro, y en ese momento, cuando los rayos del sol se tornan del color
de la sangre, Mary y Juan se besaron sobre la proa, jurándose amor
eterno.
Capítulo 10 – Las obras de bien

Esa mañana, Juan había salido con Mary para buscar


empleados. Necesitaba personal para la granja y también para su
reciente fábrica de alimentos. Aunque parezca extraño, costaba
conseguir trabajadores, a pesar de que no necesitaban ningún
conocimiento previo. No tenían pensado hacerlo en este día, pero el
emprendimiento estaba resultando muy dinámico, y gracias a la
colaboración de Jacques, que les salió como garante para ese crédito,
los flamantes socios veían crecer su proyecto a pasos agigantados.
Luego de recorrer varios sitios en donde se podía contratar
empleados, sin resultados positivos, a él se le ocurrió una idea: ir a un
viejo lugar en donde años atrás se hacían ladrillos, lo que en el interior
se llama “hornos de ladrillos”. Estaba ubicado no muy lejos de la
granja. Este había que tomar un camino de tierra y a unos cinco
kilómetros de allí, se encontraba el viejo horno de ladrillos, o lo que
quedaba de él.
Era muy deprimente ver el lugar; las personas que allí vivían
eran ex trabajadores de la fabricación de ladrillos, ahora desempleados.
Habría en total unas quince casitas. Eran personas que toda su vida
habían trabajado en negro, muchos de ellos analfabetos, y en la
actualidad la mayoría este encontraba trabajos temporarios o
“changas” como se les dice en esos lugares. Carentes de todo tipo de
recursos, muchos de ellos, especialmente los niños, eran
indocumentados.
Cuando llegaron, descendieron de la camioneta y se dirigieron a
donde estaban las precarias casas a medio demoler. En la calle de
tierra se veían algunos niños jugando, absolutamente sucios, casi
desnudos y sin calzado. Para cualquier persona sensible, este
panorama era inconcebible.
Esquivando niños y algún que otro perro tan flaco como los
niños, llegaron a la casita más próxima. Golpearon las manos y
enseguida salió una mujer. En realidad era bastante joven, pero se
notaba la mella que la miseria había hecho en ella. Tenía un vestido
cuyo color era indefinido, algo así como un marrón desteñido, sin
calzado, tenía un bebé de unos diez meses en sus brazos y en su
vientre se notaba un embarazo de unos seis meses.
-Buen día señora –dijo Juan.
-Buen día –respondió la mujer.
Le explicaron que estaban buscando personas para trabajar, lo
cual dibujó una sonrisa de genuina esperanza en el rostro sacrificado
de la mujer.
-¡Qué suerte! –dijo la joven madre -Hace tiempo que no hay
trabajo por acá. Solamente changas, pero con eso no se puede comer.
-No se preocupe señora –intervino Mary –van a tener por lo
menos diez puestos de trabajo, y además van a estar en blanco, van a
tener obra social, jubilación y todos los beneficios que marca la ley.
-Bueno, de eso yo no sé nada porque nosotros siempre nos
arreglamos así nomás porque nunca lo pusieron en blanco a mi marido
–afirmó la lugareña.
Mary estaba conociendo otra faceta de la vida de la gente
común, estaba conociendo la miseria, y en una de sus formas más
absolutas. Veía a esa mujer descalza con su hijo, sumergida en todas
esas carencias y que se le iluminaba el rostro por el este hecho de que
su marido consiguiera un trabajo que les permitiera comer. El golpe
era demasiado fuerte, recordaba cuando en las reuniones familiares,
luego del almuerzo los hombres mandaban a las mujeres a dar un
paseo, o a observar las flores del jardín para hablar de negocios. Los
temas centrales eran siempre el cómo aumentar las ganancias. Si una
empresa había ganado mil millones de dólares en el último balance, se
esperaba que en el próximo, dicha ganancia fuera de mil doscientos, y
si así no ocurría, el gerente de esa área sería despedido.
Algo que ella siempre escuchaba como una fórmula mágica para
aumentar las ganancias era el reemplazar a las personas por
máquinas, que trabajan por un costo mínimo. Ella sintió que tal vez
tendría la oportunidad de reparar aunque fuera en una pequeña
medida toda la miseria que su familia había creado dejando gente en la
calle.
-Señora, le hago una pregunta ¿Cuántos hijos tiene usted? –dijo
Mary.
-Tengo ocho –respondió la mujer -pero los más grandes se
fueron con el padre a hacer una changuita, a cargar un camión de
ladrillos.
Mary quedó muda, esa mujer tendría unos veinticinco años
como mucho, ya le parecía muy raro que tuviera ocho hijos, pero
¿cuántos años podría tener el más grande?
Cuando luego de preguntar, la mujer le dijo que el hijo más
grande tenía diez años, sintió que algo se sacudía dentro de su
corazón. Por un lado veía que niños de diez años o menos estaban
haciendo trabajos de adultos, y por otro, se daba cuenta de que esa
mujer estaba pariendo hijos desde que era casi una niña.
-¿Y cuándo puedo hablar con su marido? –preguntó Juan.
-A la tarde –respondió ella -o a la noche.
Hablaron algunas pocas cosas más y le encomendaron a la
mujer que les avisara a las demás personas que desearan trabajar con
ellos, para que se reunieran allí a última hora de la tarde cuando ellos
volverían, y podrían ponerse de acuerdo.
Estaban ya por despedirse cuando de pronto apareció una nena
muy pequeña, que apenas tendría un año y medio, se paró al lado de
Mary, la agarró de la pollera y le dijo: -¡Mamá!
Todos se quedaron mudos, sorprendidos, la nena tenía el rostro
de un ángel, la piel trigueña, los ojitos marrón claro y el cabello
castaño. Estaba toda llena de tierra y vestida solamente con una
bombachita, descalza.
-Hola mi amor - dijo Mary agachándose para darle un beso -
¿Cómo te llamas?
-Se llama Jazmín –dijo la señora -vive por acá, un poco en cada
lado.
-¿Cómo un poco en cada lado? –preguntó Mary muy azorada.
-Si, porque como no tiene familia, anda dando vueltas, donde la
agarra la noche se queda a dormir y come un poco en cada casa,
cuando hay algo para comer.
Como era de esperarse, Mary siguió preguntando, mientras
abrazaba y besaba a la nena que ya estaba en sus brazos, pero no fue
agradable lo que debió escuchar .La madre fue matada por el
concubino, o sea el padre de la pequeña, luego este murió en la cárcel,
según se comentaba, por una pelea. Ello había ocurrido hacía unos
meses, cuando la niña aprendió a caminar. Desde entonces vivía de ese
modo.
Mary sintió que el corazón le iba a estallar en pedazos, se
aferraba a la nena, la abrazaba y la llenaba de besos. Todo esto
potenciado porque la nena le dijo mamá varias veces.
-Debe ser porque usted se parece mucho a la madre, ella era
una chica hermosa, así como usted, señora.
Otra vez Mary se sintió conmovida. Porque la mujer le dijo
señora, con lo cual seguramente estaba suponiendo que era la esposa
de Juan; porque la mamá de la nena habría tenido un curioso parecido
con ella, y además porque le dijo que era muy linda.
Ser la esposa de Juan era el deseo más grande que abrigaba su
corazón. Por otro lado la curiosa coincidencia con la madre de la nena
la llevaba a creer que el destino estuvo trabajando una vez más, y que
todo esto no era una coincidencia.
Se despidieron de la señora con la promesa de volver a la
tardecita, Mary puso a la nena en el suelo y comenzó a caminar, pero
no se había alejado dos metros cuando la pequeña comenzó a llamarla,
lo cual hizo que se volviera. No sabía qué hacer, se le rompía el corazón
al dejar allí a esa criatura que le decía mamá.
Uno de los secretos inconfesables de Mary, era que en su
adolescencia se había practicado un aborto. No fue realizado en un
buen lugar, por lo que le produjo una severa infección con otras
complicaciones, y el médico que la atendió días más tarde, le dijo que
como secuela de esto podía quedar estéril. Durante los primeros años
que estuvo con su marido, cuando aún él la trataba como a una mujer
decente, Mary deseó quedar embarazada, pero nunca pudo. Todo esto
revolvía su pasado y se lo arrojaba en la cara.
-Seguramente se está acordando de la madre, porque cuando se
la llevaban herida en una camilla, le decía a la nena que después iba a
volver y la saludaba con la mano y esta chiquita la llamaba. Nunca
más volvió. Creo que todavía está pensando que la madre va a volver, y
justo la vio a usted que es tan parecida…
Mary no aguantó más y se puso a llorar desconsoladamente,
pero dio media vuelta y se fue rumbo a la camioneta para que la nena
no la viera llorando. La pequeña la seguía llamando.
-Disculpe a mi mujer por favor -dijo Juan –Es muy sensible.
-Si, se nota que es una mujer muy buena. Y no es para menos.
Juan se despidió de la mujer, y salió rumbo a su camioneta. Su
mujer lloraba a mares, pero decidió ponerse en marcha para que los
niños no la vieran en ese estado, además, si seguía viendo a esa
pequeña, iba a ser peor. Ya sobre la ruta, ella levantó la mirada, y de
pronto vio la entrada de un albergue transitorio.
-Puedes entrar allí por favor -dijo ella señalando el motel.
Él lo hizo de inmediato sin preguntar nada, de todos modos ya
sabía lo que le estaba pasando y lo que iba a ocurrir.
Mary tenía por costumbre canalizar la angustia a través del
sexo. Para ella, en esos momentos, no era algo que hiciera este por
placer, era una forma de no enloquecer cuando el dolor la sobrepasaba.
Al llegar a la ventanilla, Juan pagó un turno de dos horas. Le
tocó la habitación número dos. Mary seguía evidentemente muy
angustiada, y sin dejar de llorisquear, comenzó a sacarse la ropa, y
luego se arrodilló delante de su hombre. Era algo que ella hacía
siempre que tenía relaciones con un hombre, sin que se lo pidieran, y
en las ocasiones en que estaba angustiada, lo hacía casi con
desesperación.
El debió detenerla para que el final no llegara de este modo. Así,
como siempre, la ayudó a levantarse, la besó y la recostó sobre la
cama. Hubo fuego, pero con menos intensidad que otras veces, ella
insistió para hacerlo del modo más doloroso, como si pensara que
debía ser castigada por algo.
Luego del final, él la abrazó y no dijo nada, este esperó, sabía
que ella debía contar algo.
-¿Qué piensas del aborto? -dijo ella -¿Crees que es algo
imperdonable?
-Creo que es algo que debe contemplarse en cada caso en
particular -respondió él.
-¿Crees que podrías perdonarme si yo lo hubiera hecho?
-preguntó Mary.
-No necesitás pedirme perdón a mí -respondió Juan. -Pero si te
sirve saberlo, yo estoy de tu lado, y estoy de acuerdo con todo lo que
hayas hecho. Te amo.
Ella lo abrazó y besó una vez más, y le contó el motivo de su
angustia. Entre sollozos le relató cómo en su adolescencia había
quedado embarazada y su madre la había obligado a que se practicara
un aborto. Fue algo muy traumático en aquel momento, pero además,
quince años más tarde, aún no podía superar el sentimiento de culpa.
Le explicó a su hombre que en el momento en que vio a esa
nena, y más aún cuando esta le dijo mamá, sintió que era el hijo que
ella había matado en sus entrañas que venía a reclamarle su amor de
madre.
-¿Crees que podamos cuidarla o llevarla a nuestra casa? -dijo
Mary con los ojos brillosos.
-Te encariñaste mucho con ella ¿No es cierto? -preguntó él.
Mary le explicó que no solo estaba encariñada, sino que sentía
la imperiosa necesidad de hacerlo. Que más allá de que le recordara lo
de su aborto, estaba segura de que no era coherente dejar a una niña
tan pequeñita viviendo en la calle y durmiendo un día en cada casa.
Juan le dijo que estaba de acuerdo, y que iba a hacer todas las
averiguaciones posibles para que no fueran a tener problemas legales
en el futuro y que, mientras tanto, podían ir ayudándola sin llevarla a
su casa. Podían comprarle ropa y algo de comida y dejársela a la
señora que los había atendido, para que se las fuera dando en el
momento oportuno.
De pronto, Mary hizo un gesto de que una idea brillante se le
había ocurrido, esbozó una gran sonrisa y sus ojos se abrieron tanto,
que llegaron a parecer dos soles.
-Ya lo tengo -dijo la muchacha -Tenemos que ayudarlos a todos,
a todas las personas que viven ahí. Debemos hacer una fundación.
Juan la miró un poco asombrado mientras se rascaba la cabeza.
-¿Podrías ser más explícita? -replicó él.
Entonces, Mary le explicó que estaba pensando en conseguir
fondos a través de una fundación, y con ello tratar de ayudar a esas
personas proveyéndoles viviendas dignas y algún tipo de capacitación
para que pudieran ganarse la vida honradamente.
Juan lo pensó y decidió que la idea no estaba nada mal, este
que les llevaría mucho trabajo.
Estuvieron allí hasta que el timbre del conserje los llamó a
retirada. Se fueron plácidamente. Mary estaba menos angustiada. En
realidad, su angustia había desaparecido casi por completo. Otra vez,
él la ayudó a sacar los sentimientos negativos.
De allí se fueron directamente hacia el centro de la ciudad para
comprar cosas que le llevarían a la pequeña.
Mary eligió un montón de ropa: vestiditos de colores variados
que seguramente la harían parecer una princesita, también le compró
zapatillas, que al no saber el tamaño exacto de sus pies, debió llevar de
tres talles diferentes. Alguno, seguramente, le quedaría bien.
Luego pasaron por una mueblería, y ella propuso comprarle una
cama, lo cual Juan rechazó, pues seguramente en aquellas casas tan
pobres, no habría lugar para ponerlas.
Así anduvieron recorriendo comercios y haciendo compras
durante largo rato. Llegada la tardecita, pusieron rumbo al barrio de
aquellas personas en donde debían entrevistar a los futuros
trabajadores y a la vez, encontrarse con la pequeña.
Cuando faltaba poco para llegar, Mary comenzó a llorisquear,
estaba muy sensible. Regularmente, ella tenía la sensibilidad a flor de
piel, pero en este caso, estaba magnificada de un modo casi irracional.
-Es que esa niña tiene algo especial -le dijo a su novio -no sé
bien cómo explicártelo, pero tiene algo muy particular.
Desde el punto de vista racional, podía parecer que la chica
estaba exagerando, y que la criatura era este una niña desvalida que
causaba ternura o compasión. Pero Juan había aprendido a confiar en
su mujer, sabía que ella, además de su intelecto, tenía presentimientos
que superaban lo meramente racional, y siempre se cumplían.
Cuando llegaron, Mary se olvidó de los trabajadores que debían
entrevistar, y prácticamente se arrojó de la camioneta en cuanto él
estacionó. Fue directamente a ver a la señora que los había atendido la
primera vez. Allí estaba la nena, caminando entre la tierra.
Mary le pidió a la señora una palangana con agua para bañarla,
cosa que la mujer hizo encantada, y en pocos minutos, la pequeña
huérfana estaba enjabonada dentro del recipiente, y la joven
empresaria mexicana arrodillada sobre el suelo, bañándola, allí sobre
el piso de tierra, al costado de aquella humilde vivienda.
En realidad el baño le estaba haciendo mucha falta. Al no tener
ningún familiar que se ocupara de ella, el agua este le llegaba por
dentro, al beberla.
Por otra parte, la señora que le alcanzó el agua para el
improvisado baño, estaba feliz de poder ayudar a Mary, pues había
quedado encantada con la belleza y la sensibilidad de esta joven mujer.
La niña recibió una abundante cantidad de champú para niños,
jabón de glicerina, y luego del remojón, Mary la peinó, le puso unas
hebillitas muy lindas que le había comprado, y la roció con perfume
para bebés.
-Parece una princesita -decía la señora de la casa -nunca había
estado tan linda.
Finalmente le pusieron uno de los vestiditos que habían llevado,
el de color rosa. Obviamente, no podían faltar las zapatillas que
hicieran juego con el color del vestido. Con la nena bañada y vestida,
Mary se calmó un poco, le dio a la pequeña un paquete de galletitas
para que fuera comiendo mientras la tenía alzada, y fue al lugar en
donde estaba Juan con los posibles nuevos empleados de la pequeña
empresa alimenticia.
Los hombres de ese lugar estaban muy felices con la oferta
laboral, y quedaron de acuerdo en que el lunes por la mañana se
presentarían cuatro de ellos en la granja para comenzar a trabajar.
Una vez hecho el trato, tanto Juan como su compañera
comenzaron a preguntarles a los hombres cuáles eran sus necesidades
más imperiosas para salir de aquella situación de precariedad, o sea,
para salir de la miseria. La respuesta fue obvia: necesitaban todo. Una
casa digna, un empleo en blanco, documentación para sus hijos,
atención médica, una escuela a donde mandar a sus niños, etc.
Juan ya lo había imaginado, pero Mary se encontraba en una
especie de shock. Sabía que existía la pobreza, pero nunca a este
extremo. Para cualquier alma sensible, el relato era casi desgarrador.
Tomaron nota mentalmente de lo hablado, y con la promesa de
que los iban a ayudar, emprendieron la retirada.
Aún faltaba lo peor, el momento en que Mary debiera despedirse
de la niña. Juan ya lo había imaginado, y no sería fácil. Llevaba a la
niña alzada todo el tiempo, la abrazaba, la miraba y tenía un estado de
encantamiento con la criatura, que parecía ser la madre biológica.
Cuando la puso en el suelo, y le decía que al día siguiente
volvería, la nena empezó a llorar de un modo desgarrador. Se agarraba
de la pollera de Mary y no la soltaba por ningún motivo. Una señora se
acercó a tratar de convencerla, pero fue en vano, la pequeña lloraba
cada vez más fuerte. En un momento, Mary se puso a llorar, se
arrodilló al lado de la niña y ambas se abrazaron en medio del llanto.
-¡Mamá, mamá! -gritaba la pequeña mientras a Mary se le
estrujaba el corazón. Juan estaba allí sin saber muy bien qué hacer,
tan este esperaba que la pequeña se calmara para que su mujer hiciera
lo mismo y así poder partir.
En un momento, la pequeña se calmó un poco, comenzó a mirar
hacia todos lados, y de pronto, clavó su mirada en Juan. Lo miraba con
asombro, pero con el rostro relajado.
-Ven, agáchate aquí, por favor -le dijo Mary a su hombre -ella
quiere verte.
Él complació a su amada, se arrodilló al lado de ambas, y de
pronto, sintió algo extraño en su pecho, algo que no hubiera podido
describir. Se parecía a la sensación que había experimentado aquella
noche en que conoció a su actual compañera, cuando bajaba de la
camioneta y escuchó el tema que sonaba en el estéreo de la camioneta.
La nena de pronto soltó a Mary, y con sus pasitos chuecos, se
dirigió a Juan. Él la veía venir, pero no atinó a hacer nada, este se
quedó inmóvil.
La pequeña Jazmín, se acercó a él, lo miró fijo a los ojos, levantó
su manito y comenzó a tocarle la cara. Con sus pequeños dedos le
tocaba las mejillas, todo esto sin dejar de mirarlo a los ojos con la
firmeza de un lince.
Juan entró en éxtasis, por un momento recordó las noches en
que su hija era pequeña y él le daba la mamadera por las madrugadas.
La primogénita le clavaba la mirada con tanta profundidad, como si
quisiera ver detrás de sus ojos, como si intentara leer sus
pensamientos.
Todas estas cosas, todos estos recuerdos cruzaron por la mente
de él en un segundo, y antes de que pudiera reaccionar, la nena dio un
paso más y lo abrazó del cuello.
La pequeña sonreía. Mary se estremeció. Era la primera vez que
la nena sonreía desde que la habían conocido.
Él ya no podía reaccionar de ningún modo, estaba siendo presa
de las miradas de dos mujeres, una de un año y otra de treinta, que lo
inducían a la sensibilidad más absoluta.
-Por favor -dijo Mary -dime que la llevaremos con nosotros.
Él comenzó con las explicaciones del caso acerca de la
imposibilidad jurídica de sacar a la pequeña de ese lugar. Su mujer
insistía, y el volvía a sus argumentos. Mary estaba sintiendo una
terrible angustia, le costaba sobrellevar esta situación, pero de pronto
comenzó a recordar cosas.
Tenía que convencer a su amado, pues ya había decidido que no
se iría de allí sin la niña. ¿Cómo hacer? No era fácil, pero debía haber
una forma.
De pronto recordó: los hombres tienen un punto débil, más aún
tratándose de Juan. Ella lo conocía, sabía sus puntos vulnerables. Y se
acordó de aquella noche en que jugaron a los desconocidos, cuando
hacía el papel de tonta para seducirlo. Sí, los hombres tienen debilidad
por las tontas y vulnerables, eso saca su instinto de macho protector.
Debía parecer débil, vulnerable, y eso sacaría de su hombre el macho
que llevaba adentro, y cuando este instinto aflorara, debía ensalzarlo.
Ya estaba decidido.
-Juan, mi amor, por favor -decía ella poniendo voz de nena, al
igual que aquella noche -Tú eres bueno, no la podemos dejar.
En tanto, la nena seguía acariciando el rostro de Juan y
abrazándolo mientras se reía, vaya a saber de qué. Mary continuaba
con su papel de "la rubia tarada" que le salía muy bien.
-Por favor -dijo ella haciendo pucherito -Tú eres lo
suficientemente inteligente como para solucionarlo. Eres el hombre
más maravilloso que conozco, y sé que tienes el don de solucionar
todos los problemas.
Juan se estaba desarmando, el dulce pedido de su mujer lo
dejaba sin argumentos. Ella había elegido la estrategia perfecta.
-No me iré sin ella -continuó Mary -Por favor, somos este dos
mujeres que dependemos de que tú nos protejas. No querrás dejarnos
aquí solas ¿Verdad?
Ya estaba, ella lo había tocado en su hombría. ¿Cómo decirle
que no podía, cuando ella había depositado toda su confianza en él? El
"macho protector" no podía dejar a las "hembras" de su rebaño libradas
a su suerte.
-Está bien, vamos a llevarla -dijo él.
Su mujer lo abrazó con tanta fuerza, que casi lo tira al suelo, lo
besó en la boca, y luego los tres, hombre mujer y niña, se fundieron en
un este abrazo.
Juan miraba a la niña, no entendía por qué, pero sentía que
debía protegerla, al igual que a su mujer.
Los hombres son buenos, pensó Mary, este hay que saber
llevarlos.
Él tomó a la nena en brazos, y salieron caminando despacio.
Previamente avisaron a la gente del lugar acerca de la decisión que
habían tomado con respecto a la menor, recibiendo la conformidad de
todos. Esas personas coincidían, y seguramente con razón, en que salir
de allí para ir a la casa de una familia de bien, era lo mejor que le podía
pasar a esa criatura.
Subieron a la camioneta, Mary sentó a la niña sobre su regazo,
se miraron, y partieron lentamente. En apenas un par de horas, de
modo ocasional, y en aquel lugar tan sórdido, una familia acababa de
formarse.
Ninguno de los tres tenía una dimensión correcta de lo que
estaba ocurriendo. Mucho menos de lo que les deparaba el porvenir.
Una de cal y otra de arena, en eso consiste la vida.
Durante el viaje, la nena miraba todo lo que estaba a su
alrededor, tocaba las cosas que le llamaban la atención, y se reía. Es
decir, lo que hace cualquier criatura de su edad.
Mary la abrazaba casi todo el tiempo, si alguien quisiera
arrebatársela en este momento, seguramente debería matarla primero.
Ya la había adoptado en su corazón, y eso era más fuerte que cualquier
vínculo de ley o de sangre.
Ya llegando, Juan se preguntaba cómo iría a reaccionar Diana,
aunque estaba casi seguro de que la pequeña le agradaría. Las perras
generalmente tienen instinto maternal, además, él recordaba cómo
actuaba su mascota con los niños de los vecinos, y concretamente con
una pequeña que hoy tiene cuatro años, la cual aprendió a caminar
agarrada del collar de Diana en la vereda. Sí, seguro que le iba a
agradar.
Llegaron, estacionaron la camioneta en el fondo, y al descender,
Juan le pidió a Mary que pusiera a la nena en el suelo, quería
comprobar algo.
La pequeña comenzó a sonreír cuando vio a la perra que se
acercaba, y esta comenzó a olfatearla enseguida. De pronto, ocurrió lo
que él había esperado: Diana se sentó al lado de Jazmín y comenzó a
lamerle las manos.
Era una nueva señal, una buena señal, Diana no se equivocaba.
Cuando Mary llegó, le lamió las manos, cosa que no hace con ningún
desconocido, y así presagió que la mujer formaría parte de la familia.
Ahora, repitiendo la acción, le estaba dando a él la seguridad de que la
niña había llegado para quedarse.
Juan no era un hombre supersticioso, pero confiaba en el olfato
y en la intuición de Diana y, en general, confiaba en los
presentimientos. Aunque era bastante racional, aceptaba que hay
hechos que escapan al entendimiento lógico, pues en contra de todos
los planteos, esas cosas ocurren.
Se agachó y alzó a la nena, hecho que molestó a Mary, pues
quería tenerla ella, pero reaccionó en pocos segundos, y entendió que
lo que ocurría era bueno: él se estaba encariñando con la niña.
De aquí en más, las únicas discusiones que tendría esta pareja
serían sobre este punto: se pelearían por tener a la nena en sus brazos.
Esa noche decidieron que la pequeña dormiría con ellos en la
cama matrimonial, y el lunes a primera hora, le comprarían una cama
adecuada para su tamaño.
Mary no dejaba de mirarla, abrazarla, y ponerle todas las ropitas
y cosas que le había comprado. Por su parte, Juan le pedía que dejara
de probarle ropas, pues tenía miedo de que la pequeña se sintiera
hastiada.
Cuando la nena pidió ir al baño para hacer pis, él sintió una
suerte de “deja vu”, algo que lo retrotraía a veinte años, cuando llevaba
a su hija.
Así se fueron sucediendo una serie de acontecimientos que
cambiaron para siempre las vidas de aquellas personas, pero
afortunadamente, todos los cambios fueron para bien.
Habían llegado al punto en que él trataba de terminar su trabajo
más temprano, y así ponerse a jugar con la pequeña, llevarla a la
plaza, o comprarle un helado.
Durante el día, Mary la tenía todo el tiempo con ella. Había
contratado a una niñera, pero no quería dejarlas solas en la casa, las
llevaba a ambas a su negocio, y allí estaban todas juntas. Incluso, le
gustaba tenerla en sus brazos todo el tiempo que pudiera, ya fuese
cuando iba a pié a hacer algún trámite, o si estaba atendiendo a sus
clientes en el comercio. Había desarrollado habilidades que le
permitían trabajar con una sola mano, y con la otra sujetaba a la niña.
Continuaron llamándola Jazmín, pues ese era su nombre
verdadero, el que le habían puesto sus padres. A veces, Mary trataba
de imaginar cómo habría sido la madre de la nena, y qué sentiría si la
viera hoy allí. Seguramente estaría conforme -se decía - estoy siendo
una buena madre.
La pequeña nunca lloraba, la última vez que lo hizo había sido
en aquel instante en que finalmente decidieron llevarla con ellos.
Por el momento Juan este había realizado una solicitud de
"guarda de hecho" ante el Juez de Menores de la ciudad. Aún no podía
solicitar la adopción pues la realizarían a nombre de ambos integrantes
de la pareja, pero hasta que no resolvieran la situación legal de Mary
respecto de su divorcio en México, no podían comenzar.
A pesar de todas las actividades que ya tenían, sumado al
cuidado de Jazmín, ninguno de los dos se olvidó del proyecto que Mary
había ideado. La creación de una fundación para tratar de sacar de la
miseria a toda esa gente que vivía en el ex horno de ladrillos. No era
una tarea fácil, pues a esas personas les faltaba absolutamente todo.
Eran diez familias con varios hijos cada una, y para empezar, era
necesario construir una casa decente para cada una.
Estuvieron varios días consultando, hasta que por fin le dieron
forma, se llamaría Fundación Socializar, y sería un experimento
sociológico. Así lo presentaron a un grupo de empresarios, los cuales
habían sido convocados por Jacques, quien era el nexo de estas
personas de trabajo con los seres del mundo empresario.
La motivación principal presentada por Juan y Mary, era
demostrar que todas, o al menos la mayor parte de las personas
pueden integrarse socialmente. Pueden participar de las actividades
sociales y culturales de la comunidad, si se les da la oportunidad.
Para dar el primer paso, que era el encuentro con los posibles
aportantes, programaron una reunión en el campo de Juan.
Mary se había vestido para la ocasión, ella sabía cómo hacerlo,
con un tailleur de color azul grisáceo, zapatos al tono, y una blusa
blanca de seda. Enfundada en este atuendo, transmitía un aspecto
sumamente confiable. Juan se había puesto un traje azul noche con
camisa blanca, pero sin cuidar demasiado los detalles. Él siempre decía
que no es tan importante la forma, sino el fondo de la cuestión.
El primero en llegar fue Jacques, en su Mercedes Benz último
modelo con chofer, vistiendo un elegante traje de casimir inglés, pero
debido al calor, había decidido quitarse el saco, y quedar solamente
con la camisa.
Una vez reunidos todos los invitados, pasó a exponer el primer
orador, Mary. Una vez que esta hubo presentado sus argumentos y
puntos de vista, fue secundada por Juan, quien apoyó a su mujer
aportando datos estadísticos, detalles sobre las cuestiones legales, y
alguno que otro dato filosófico sobre sociología.
Mary estaba radiante, sentía que estaba dándole a su vida un
sentido, uno bueno. Estaba bastante conforme con la manera en que
estaba transcurriendo su integración a esta nueva vida. Aún no podía
eliminar todos los fantasmas del pasado, persistía aún en su mente y
en su corazón el sentimiento de culpa, sentimiento que por otra parte
no tenía ningún asidero, pues cuando ella creía ser "la mala de la
película", en realidad había sido la víctima, pero de todos modos, y
muy lentamente, iba entendiendo cómo había sido todo.
Jazmín había llegado para aportar felicidad en la vida de esta
pareja. Era el toque de alegría que en realidad hace bien en cualquier
hogar. Las risas de los niños, sus primeros pasos, las satisfacciones
que proporcionan, y hasta los momentos de angustia que se pasan
junto a ellos, todo contribuye a hacer sentir que se está yendo en el
sentido correcto.
Así, los dos junto a la nueva integrante de la casa, se disponían
a convencer a los presentes de que su proyecto era bueno.
El punto número uno consistía en proporcionar viviendas
dignas y decentes para todas las familias que integraban este grupo.
Otro paso, no menos importante, era brindarles educación,
conocimiento, y, en general, herramientas para insertarse
adecuadamente en la sociedad, tanto en las cuestiones laborales como
en las actividades recreativas y sociales.
Evidentemente, para poder realizar todas estas cuestiones, era
menester proveer documentos de identidad a todos, elemento del cual
carecía la mayoría de estos seres humanos.
La teoría de Juan, la cual le servía de fundamento para esta
cuestión, era que si el mundo seguía desequilibrando la balanza de la
distribución de riquezas, llegaría un momento en que la miseria
obligaría a los pobres a rebelarse. El abogado sostenía que podía darse
una integración social de los pobres, aun sin disminuir la situación
monetaria de los privilegiados. Afirmaba que este experimento
sociológico, sería la muestra de laboratorio que, luego de comprobar su
funcionamiento, les ayudaría a convencer a gobiernos e instituciones.
Para él, la integración social, era no solo posible sino necesaria.
Los detalles a plantear eran casi infinitos, pero de a poco se iban
desarrollando y poniendo en claro. Había mucho trabajo por hacer,
pero ya habían conseguido lo principal: la donación de seis millones de
dólares por parte de los empresarios, cinco de los cuales fueron
aportados por Jacques. Este veterano hombre de negocios, por alguna
extraña razón que ni siquiera él mismo comprendía, se sentía inclinado
a desarrollar la teoría de Juan acerca de la distribución de las riquezas,
y las posibles consecuencias futuras de la actual situación monetaria
de todo el mundo.
Algunos empresarios de los que se hallaban presentes, se
negaron a colaborar, argumentando que eso "era un desperdicio de
dinero". Lo que algunas personas llaman "tirar margaritas a los
chanchos". Esto no desanimó a los emprendedores, a cuyo grupo se
habían sumado Camila y Karen.
De todos modos el dinero recaudado era suficiente para realizar
toda o casi toda la obra.
Los asistentes se retiraron, todos menos Jacques. Juan lo
había invitado a probar unos salamines caseros que él mismo hacía
ocasionalmente. Los chacinados serían acompañados por unos vinos
que Mary había elegido.
Jazmín había estado todo el tiempo en los brazos de Camila
mientras sus padres adoptivos disertaban en el evento. Cuando ya los
dueños de casa estaban con el empresario europeo en el comedor de la
casa de campo, entró Jazmín en los brazos de la casi psicóloga.
-¡Pero qué hermosa es su niña, monsieur Rodríguez! -dijo
Jacques -¡No sabía que tenía una hija tan pequeña!
Juan le explicó la realidad de la situación, pero también le
comentó que a la brevedad, intentarían adoptarla.
-¿Está usted seguro de que no es su hija? -insistió Jacques -Se
le parece mucho.
Realmente la niña tenía algunos rasgos parecidos con su padre
adoptivo, y Juan decía que era una de esas casualidades de la vida.
De pronto la pequeña Jazmín comenzó a mirar fijamente al
veterano empresario, se paró sobre el suelo, y comenzó a caminar
hacia él. Jacques se asombró de que lo mirase tan fijamente, y se
arrodilló sobre el piso para esperarla. Cuando la niña estuvo a unos
pocos centímetros de él, se arrojó en sus brazos, lo abrazó del cuello y
le dio besos. Hubo exclamaciones generalizadas, y el anciano hombre
la tomó entre sus brazos, se paró, y la sentó en su regazo. Se había
emocionado por la actitud de la niña. Ella lo miraba y también
acariciaba su rostro con sus pequeños deditos, tal como lo hizo con
Juan aquella noche en que decidieron llevarla.
-Tiene ojos verdes -dijo Jacques.
-A veces -aclaró Mary -otras se ponen de un color marrón claro.
-¡Pero qué coincidencia -volvió a decir él -igual que mi madre, a
ella los ojos se le ponían verdes o marrones según el estado del clima!
Coincidencias, pensó Mary, son este coincidencias. Pero por
qué, si ella no creía en las coincidencias, de hecho sostenía firmemente
que no existen.
La reunión continuó hasta tarde, y lo pasaron realmente muy
bien. Juan y Jacques monopolizaron a la niña toda la noche, como si
ambos se hubieran enamorado de ella. La pequeña los miraba
encantada, los besaba y acariciaba sus rostros. Seguramente sentía el
cariño que le prodigaban, ese cariño que la vida le había retaceado
durante los meses anteriores. Un cariño que nunca más le iba a faltar.
El destino había llevado a esta niña a un buen lugar.
Seguramente así era, pero en tal caso deberíamos aceptar que hay un
destino y que no existen las coincidencias. A veces esto se torna difícil
de entender.
Cuando eran las doce de la noche, cual ceniciento del siglo
veintiuno, Jacques se despidió de sus nuevos amigos, pues había
hecho una cita con Karen para ir a tomar algo.
El hombre había quedado prendado de la belleza de esta mujer
que a sus treinta y seis años, conservaba toda la frescura de la
adolescencia. Ella también lo miraba con buenos ojos, pues él, a pesar
de sus sesenta años, era realmente muy apuesto, además de su
elegancia y refinamiento, lo cual generalmente lo convertía en un
candidato apetecible para las damas.
Juan acompañó a su invitado hasta el auto, y allí se despidieron
amablemente. En tanto, Mary estaba llevando a le pequeña a la cama,
pues se notaba que tenía mucho sueño. Camila también tenía sueño.
Había sido un día largo, por lo tanto se dirigió al baño a sacarse el
maquillaje, y luego se puso un pequeño camisón para dormir con la
niña en la cama del cuarto de invitados.
Afortunadamente, Jazmín aceptaba quedarse con casi cualquier
persona, incluso para ir a dormir, lo cual facilitaba su cuidado.
Seguramente, esto se debía al hecho que había vivido deambulando
entre diez casas diferentes desde que su madre falleció. Mary,
por su parte, se preparó para tener una apasionada noche de sexo con
Juan. Había llevado un “baby doll” infartante, con un conjunto de ropa
interior roja. Cuando él entro en el cuarto, no alcanzó a cerrar la
puerta, pues ella se le apareció con todo ese esplendor que la
caracterizaba. Un minuto después, ambos estaban desnudos, y
haciendo lo que mejor sabían.
Poco después, Camila se levantó para ir al baño. Jazmín ya
reposaba plácidamente en los brazos de Morfeo, y la ocasional niñera,
enfundada en su pequeño camisón color carne, caminaba por el
pasillo.
Al pasar frente al cuarto de sus amigos, notó que la puerta
estaba entreabierta. De pronto, escuchó gemidos que le eran
conocidos: los de Mary. Habían tenido muchas noches de cama, y lo
habían pasado bien.
Tanto se excitó por los quejidos, que se acercó a la hendija de la
puerta, a tratar de observar algo.
Mary estaba cabalgando sobre él, vestida solamente con su
propia piel, piel que Camila había besado. La jovencita se arrodilló
frente a la puerta, amparada por la oscuridad. El vaivén de los pechos
de su amiga la estaba volviendo loca, pero el súmmum de la locura, lo
experimentó cuando Juan, por pedido de Mary, se puso de pié al lado
de la cama. A ella le gustaba esto, se arrodillaba delante de él para
darle el toque final a las actividades de esa noche. Sentía que debía
hacerlo. La naturaleza había sido bastante generosa con este hombre,
Camila podía divisarlo en directo a escasos metros de sí. En el
momento en que el volcán hizo erupción, Mary decidió dejar que la lava
cubriera su pecho, y esto llevó a la joven amiga al límite. Allí, de
rodillas, no pudo evitar hacerlo, y lo hizo. Sus dedos tallaron el más
magnífico momento de placer, sintió deseos de gritar, de retorcerse, o
de estar en el lugar de su amiga.
En realidad, para nadie es fácil sustraerse al deseo cuando se
observa a una pareja teniendo sexo, especialmente si ambos son
estéticamente muy bellos, como en este caso. Pero Camila sentía algo
más, quizás esa pareja representaba algo que a ella le había sido
negado por la vida. Cuando todo finalizó, sintió deseos de entrar, y
abrazarlos a ambos, sentía la irresistible tentación de meterse en la
cama de sus amigos, acostarse entremedio de ellos, y dormirse. Sentir
que la besan en la frente, como si fuera niña aún, y recibir el cariño y
protección que ofrece dormir en la cama de papá y mamá. Más aún, a
ella le hubiera gustado tener una mamá, pero la vida se la arrebató en
sus primeros tiempos de vida.
Es increíble cómo la maravillosa mente humana puede mezclar
a veces nuestros sentimientos más blancos, entrelazándolos con el
deseo carnal, y ofreciéndonos una mezcla de sensaciones, que a veces
nos es difícil de comprender. Pero lo peor es cuando nos ofrece una
compilación de ellas que están reñidas con lo que "debemos sentir",
según los estándares sociales.
Durante siglos, los sentimientos de las personas estuvieron
reglamentados, había cosas que se podían sentir, y otras que no. Los
preceptos impuestos por las religiones daban clara cuenta de esto. La
norma moral era realmente pétrea. Inflexible. Durante años, se
gastaron toneladas de leña para incinerar a los pecadores. La mayoría
eran mujeres.
Afortunadamente, el siglo veintiuno ha sido testigo de una
flexibilización de estas cuestiones. Aun en la época de las prohibiciones
sentimentales, las relaciones "fuera de reglamento", también existían,
pero nadie se atrevía a hablar de ello. Las personas que más inflexibles
se manifestaban en público, eran los que más infringían la norma.
Como una especie de doble moral.
Hoy en día, las mujeres solteras, aun las más jóvenes hablan de
sus experiencias sexuales sin incomodarse. También se aceptan las
relaciones que no se traten específicamente de este un hombre y una
mujer, siempre que sean adultos y actúen libremente.
Camila fue al baño, pues para eso había salido del dormitorio, y
al volver a su cuarto, lloró amargamente, se sintió muy sola, se sintió
vacía. Estaba muy sola.
Capítulo 11 – La tormenta

Habían pasado solo nueve meses, y ya la obra de la Fundación


Socializar, tal como le habían puesto al proyecto, era una realidad.
Habían construido casas con techo de tejas de unos cien metros
cuadrados cubiertos cada una. Tenían un dormitorio para el
matrimonio, otro para los varones y uno para las niñas. La cocina
comedor era amplia, más un pequeño living, un lavadero, y un amplio
garaje completaba la vivienda. Esto último había sido resistido por los
diseñadores, pues sostenían que "era como poner un bote en la arena".
Se referían a que según ellos, estas personas nunca iban a tener un
auto, pero Mary y Juan se les oponían diciendo que si deseaban incluir
a estas personas en forma completa en el medio social, debería, en un
futuro, proveérseles la posibilidad de comprar un automóvil como
también enseñarles a usarlo responsablemente. Juan decía que hacer
lo contrario, sería seguir discriminándolos. ¿Acaso los pobres no
pueden llegar a comprar un auto? Preguntó el abogado en una
reunión. ¿O es porque son morochitos?
Ante estas preguntas, todos se llamaron a silencio, y
comenzaron a diseñar el garaje. Sabían que lo próximo que haría Juan
si no cerraban la boca, sería denunciarlos ante el INADI.
Él había sido discriminado muchas veces en su vida,
principalmente durante su infancia, por ser hijo de una madre soltera.
También en la facultad, cuando empezó a estudiar abogacía, porque
era uno de los universitarios pobres, y debía trabajar para
mantenerse. No quería ser una carga para su madre.
La mamá de Juan era una mujer que había sufrido bastante en
la vida, pero a pesar de sus problemas, había educado muy bien a su
hijo. Ante todo, le había inculcado el respeto por las mujeres, por los
pobres, y en general por los más débiles.
María Juana, así se llamaba ella, vivía ahora en la ciudad
capital, y todas las mañanas salía rumbo al aeropuerto internacional,
donde tenía una pequeña cafetería. A pesar de lo absorbente que era
su trabajo, se las arreglaba para visitar a su hijo dos veces por año, y
muchas veces, él también se tomaba dos o tres días para viajar hasta
la ciudad en donde ella residía.
Mary y María Juana se habían conocido cuando la fueron a
visitar durante un fin de semana largo.
La abnegada señora quedó encantada con la joven. Le dijo a su
hijo que esta vez sí había elegido bien. No como la primera…
Años atrás, cuando el entonces estudiante de abogacía le contó
a su madre que debería dejar los estudios para casarse, pues su novia
estaba embarazada, ella sintió que el mundo se derrumbaba sobre su
cabeza. Se opuso terminantemente, diciéndole que esa mujer no era
buena, y que le iba a arruinar la vida. Su instinto de madre, y además
el investigador privado que había contratado, le aseguraban que esa
pareja terminaría en alguna desgracia.
El tiempo le dio la razón a ella cuando, unos cuantos años
después, su esposa, de la cual ya estaba separado, mandó a matar a
una tía de Juan, que vivía en su casa. Luego hizo una llamada
anónima a la comisaría local diciendo que sabía que Juan Rodríguez
había matado a su tía, y que el cadáver estaba en el fondo de su casa.
En cuanto Juan estuvo en la cárcel por algo que no había
hecho, ella se apoderó de la casa, e intentó también sacar a su esposo
de la sucesión en donde se repartían los campos y otros bienes que
habían dejado sus abuelos. Fue a cobrar cuentas en su nombre, hasta
pidió prestamos a los conocidos de Juan diciendo que este la enviaba.
Al pobre incauto le llevó varios años pagar las deudas que en su
nombre contrajo su ex mujer. Podría haberla hecho encarcelar, pues
había firmado recibos cada vez que cobraba un dinero que no le
pertenecía, pero él en realidad seguía enamorado de ella, por ese
motivo no quiso denunciarla tampoco por complicidad en el asesinato
de su tía, y este habló de ello cuando se aseguró de que ese crimen
había prescripto, por lo tanto ya no se encarcelaría a nadie.
María Juana lloró mucho durante los años en que su hijo estuvo
preso injustamente, pero contrariamente a lo que pudiera pensarse,
era él quien le daba ánimos cuando lo iba a visitar a la cárcel. Siempre
le decía que él estaba bien y que por otra parte le vendría bien para
terminar sus estudios y recibirse de abogado.
Ella iba siempre a la iglesia de su barrio a pedirle a Dios dos
cosas: que protegiera a su hijo en aquel lugar horrible, y que hiciera
justicia con quienes lo habían perjudicado de esta forma. Quizás por
esto la noble mujer sintió remordimientos cuando su ex nuera debió
ser operada de urgencia por una enfermedad muy grave que se le
presentó. -Quizás sea la mano del Todopoderoso que está haciendo
justicia, pero yo no le puedo desear un padecimiento tan terrible a
nadie -se decía a sí misma -si lo hiciera, me pondría a la altura de ella.
Después de unos años, Juan pudo demostrar su inocencia y
salió en libertad. El primer tiempo intentó tener una relación normal
con su ex, especialmente con los hijos, además, sostenía que todo lo
que había sufrido con esa enfermedad, la habría vuelto más humana,
pero lamentablemente, se equivocaba otra vez.
Quizás por el contraste entre las dos mujeres, María Juana
quedó tan encantada con Mary.
Juan estaba acostumbrado a que todos quedaran encantados
con su mujer, pero su madre sencillamente tenía adoración por la
joven mexicana. Ambos le habían contado la triste historia de la
muchacha, y esta abnegada madre le dijo que se considerara parte de
la familia, y que podía contar con ella para lo que fuese.
La joven pastelera se ganó el corazón de María Juana en este un
par de horas cuando estando todos en la cafetería de la señora, esta le
comentó que se había quedado sin panificados para los clientes, y que
ya las panaderías habían cerrado. Mary recordó que en la camioneta de
Juan había varios paquetes de harina leudante que ella había
comprado días atrás, entonces se ofreció para amasar algunos
bizcochos y cocinarlos rápidamente en el horno que había allí.
Velozmente se puso el delantal de su futura suegra, comenzó a
amasar, y en treinta y cinco minutos, los clientes estaban saboreando
los bizcochos más deliciosos que hubieran probado en su vida.
-Te tenés que casar con esta chica -sentenció la buena señora a
su hijo -yo me voy a encargar de que lo hagas.
-Si mamá -respondió él -ya sabía que me ibas a decir eso, en
cuanto resolvamos nuestros respectivos divorcios nos vamos a casar.
Mary, sin proponérselo, había tocado uno de los resortes
fundamentales para la conquista de un hombre: ganar la estima de la
futura suegra. Esto era algo relativamente fácil, había que demostrarle
que ella era sencilla, hogareña y buena cocinera.
La madre de Juan valoraba la humilde actitud que ella
presentaba ante todos, más aun, considerando que se había criado
entre riquezas y lujos.
Dos extranjeros que entraron a merendar en el lugar, tenían
dificultades para hacerse entender, pues este hablaban francés,
entonces Mary, que estaba escuchando, solícitamente se ofreció a
atenderlos hablando con ellos de modo muy natural. Tomó la bandeja
de su futura suegra, preparó los cafés que le habían pedido, y se los
sirvió personalmente junto con las galletitas caseras que ella misma
había horneado.
Los dos hombres quedaron asombrados del exquisito sabor que
tenían estas, y llamaron nuevamente a la joven para preguntarle dónde
los había adquirido, a lo cual ella respondió que los había preparado
con sus propias manos hacía un rato.
Le preguntaron si deseaba vender la receta, pues pensaban
poner una fábrica de alimentos en la zona, y estaban seguros de que
ese producto sería un éxito.
Un rato más tarde, los franceses se retiraron con la promesa de
retornar en breve para formalizar la operación.
Este negocio podría reportarle a Mary una ganancia muy
importante. Mary aún no lo podía creer, cómo en unos minutos, y de
modo fortuito, se le había presentado un negocio tan favorable. Estaba
maravillada con todas las cosas que le sucedían.
-¿Viste hijo, que a la gente buena Dios la ayuda? -decía María
Juana a su hijo -a la corta o a la larga, a la gente buena le termina
yendo bien, y a las malas personas les dan su merecido.
Otro motivo de alegría para todos era la presencia de Jazmín. La
madre de Juan la tenía en sus brazos todo el tiempo, y la pequeña se
sentía en el mejor de los mundos. La señora la mimaba y cuidaba como
si fuese su propia nieta.
-Si hasta se parece a vos -decía ella a su hijo -¿No te fijaste
cuando se sonríe? ¿No será tu hija no? Decime la verdad, mirá que soy
tu madre, y a mí me podés contar cualquier cosa.
-No mamá, no es mi hija, Jacques también decía lo mismo
-comentó él.
De pronto, la mujer se puso un tanto pálida, su rostro tomó un
aspecto excesivamente serio, y entre balbuceos preguntó: -¿Quién?
-Es un hombre que conocimos, un multimillonario que nos está
aportando dinero para la fundación -respondió Juan.
La mujer pareció recuperar la compostura, pero seguía un poco
tensa, y no dejaba de acariciar un adorno de plata que tenía en el
cuello, colgado con una cadenita. Su hijo le había preguntado algunas
veces por ese objeto, pero ella le respondía con evasivas. Era algo que
pertenecía a su corazón y a su pasado, pero obviamente, no era poco
importante, pues después de cuarenta años, lo seguía llevando.
Así siguieron pasando las cosas en aquel fin de semana, hasta
que llegó el domingo por la noche y debieron partir hacia su ciudad, en
el interior de la provincia. Todo iba marchando bien, la fundación
cumplía sus objetivos, Jazmín estaba creciendo feliz con su nuevo
hogar, y la micro empresa de alimentos de Mary estaba progresando.
Juan con su granja, también estaba avanzando a pasos agigantados, a
tal punto en que debió poner varios empleados más para poder
abastecer todos los pedidos que tenía. Pero la vida tiene sus sorpresas,
y nadie está exento de ellas.
Esa tarde él se encontraba en su granja, cuando llegaron dos
patrulleros con varios efectivos policiales y una orden de arresto contra
Juan, y de desalojo para todo el que se hallara allí. Esto fue como un
baldazo de agua helada, nadie entendía qué estaba pasando, hasta que
él vio a su ex esposa que bajaba del auto de su amante acompañada
por un abogado.
Cuando Juan vio esos dos rostros, comprendió que era una
nueva estrategia de ella para tratar de sacarle dinero, esta vez,
secundada por uno de los abogados más indecentes de la ciudad. Este
letrado, era un sujeto joven, hijo de un notario público de allí. A
muchos les asombraba que hubiera recibido el título, pues era
realmente un descerebrado. En los tribunales los jueces tampoco le
tenían estima, y más de una vez debieron llamarlo a reflexión por la
forma impulsiva e irrespetuosa en que se comportaba. En una
oportunidad estuvo cerca de perder la matrícula profesional por
solicitar en un escrito judicial cosas contrarias al derecho. Ese es el
colmo de cualquier abogado, pedir cosas que no estén contempladas en
la ley.
En este caso, él había fraguado una mentira en donde se decía
que Juan se había vuelto a declarar culpable, y con ello, sumado a
algunas estrategias legales, pidieron el embargo de todos sus bienes,
además de su encarcelamiento. Juan no entendía bien cómo le había
pasado esto. Seguramente ese expediente se había movido mucho en
los últimos meses, en la Corte de Justicia. Si hubiese sospechado que
su ex mujer seguía siendo tan artera, habría revisado cautelarmente el
expediente con regularidad, para evitar sorpresas. Él pensaba que al
haber sufrido tanto con la enfermedad que casi la llevó a la muerte, ella
habría cambiado; evidentemente se había equivocado. Como le decía su
madre, las serpientes nacen y siguen siendo lo que son hasta el último
día de sus vidas, no pueden convertirse en otra cosa.
Cuando llamó por teléfono a Mary, ella no lo podía creer. Nunca
pensó que esto podía ocurrirles.
Los días posteriores fueron un verdadero caos, no había forma
de que excarcelaran a Juan, habían trabado embargo no solo sobre su
granja, sino también sobre su casa, de tal modo que Mary debió irse
con Jazmín a vivir a la casa de Camila. También debió comprar un
pequeño auto para poder movilizarse, pues la camioneta de su hombre
había sido secuestrada con todo lo demás.
Las cuentas bancarias habían sido intervenidas, y entregado
sus fondos a su ex mujer. Dentro de todo, Mary daba gracias al cielo
por haber hecho una cuenta separada para depositar el dinero de su
pequeña empresa.
Allí comenzó la rutina de la mujer de un preso: dos veces por
semana preparar una bolsa llena de alimentos, elementos de aseo y
otros objetos para llevarle a su hombre a la cárcel. Luego debía
levantarse a las cinco de la mañana, ir hasta la puerta del penal y
formar fila durante horas para poder entrar. Una vez que le requisaban
la bolsa con las mercaderías, debía entrar en una habitación en donde
una mujer uniformada la obligaba a desnudarse para asegurarse de
que no ingresara armas o drogas. Este allí podía entrar a ver a su
amado, quien estaba esperándola con la mejor cara posible.
Juan siempre renegaba del Fuero Penal del Poder Judicial de la
provincia, decía que le dictaban prisión preventiva a cualquiera, a
veces sin motivos, pero basados en el hecho de que todo delito debe
tener un culpable, así se puede mantener el orden social. No importa si
es "el culpable" tan este se necesita "un culpable". Estos siempre son
de clase media para abajo. O también estaba la figura (extraoficial) del
culpable voluntario. Era cuando algún adinerado cometía un delito
grave y luego contrataba a algún pobre, generalmente inmigrantes que
padecían hambre, para que dijeran ser los autores del ilícito. Esto
calmaba la voracidad estatal de tener siempre culpables para todos los
delitos. En otros lugares se los llamaba “perejiles”.
Allí estaba él con su depresión que iba en aumento, al punto en
que comenzaba a afectar su salud física. Y era grave. Algunas veces,
cuando despertaba por las mañanas, sobresaltado por los golpes de los
candados cuando los guardias abrían las celdas, al darse cuenta de
que estaba en la cárcel, sentía deseos de seguir durmiendo, o más
bien, de no volver a despertar. Se preguntaba cómo era posible que le
pasaran todas estas cosas, y no encontraba explicación.
Supuestamente, los castigos deben aplicarse a los malos, pero
entonces ¿Por qué a él? Al mirar a su alrededor, y ver esa celda con las
paredes descascaradas, las cucarachas en el piso, y el olor
desagradable que salía del colchón, pensaba en todas las mentiras que
se enseñan en las facultades de abogacía acerca de que las cárceles
son limpias y para rehabilitación de los presos, que son sanas, y que se
los trata como seres humanos. También recordaba cuando un profesor,
que curiosamente era Juez del Fuero Penal, les decía a sus alumnos
que la prisión preventiva era un recurso extraordinario, pues el
imputado en causa penal debe enfrentar el proceso en libertad, ya que
aún no se ha demostrado su culpabilidad. Ese mismo juez fue uno de
los que confirmó su prisión preventiva.
Los dobles discursos, la mentira oficial, la supuesta
independencia de los poderes. El poder verdadero lo tiene el que
reparte el dinero, decía él siempre. El legislativo y el judicial deben
obediencia al ejecutivo, que es el que les da los fondos. Se sentía mal
de salud, tenía fiebre, pero había ido a la enfermería, y una señora de
guardapolvo blanco le había dicho amablemente que volviera otro día,
pues no tenían siquiera aspirinas. -¿Cómo volver otro día? -pensaba él
-si tengo fiebre hoy. Y recordaba que su abuelo, en el campo, les
prestaba a las vacas más atención de la que presta el Estado a las
personas que tiene en prisión.
En esa cárcel, al igual que en la mayoría de los penales, se
había desatado una epidemia de tuberculosis, y es sabido que el
desánimo disminuye las defensas del cuerpo. Entonces sucedió lo que
era de esperar: Juan contrajo la enfermedad. Su salud se deterioraba
poco a poco, y nada se podía hacer. La cárcel no contaba con atención
médica adecuada, y él ya había bajado quince kilos de su peso normal.
Mary había tratado de comunicarse con Jacques, quien tal vez con sus
contactos políticos pudiera ayudarlos, pero le dieron la noticia de que
el magnate se encontraba desaparecido desde que una tormenta lo
sorprendió en altamar cuando navegaba con su yate. En esos días
debían formalizar la compra del viñedo por parte de Mary, puesto que
Jacques había aceptado la oferta que ella le hiciera. De todas formas,
lo que menos le importaba a ella ahora, era el viñedo.
Todo se había vuelto negro, y parecía que el destino se había
ensañado con ellos. Mary era muy fuerte, pero por momentos, sentía
que sus fuerzas flaqueaban. Debía atender a Juan, cuidar a Jazmín, y
seguir adelante con su trabajo, pues con él se mantenía a sí misma, a
la niña, y a su futuro esposo.
Los días transcurrían muy lentamente, parecían tener mil horas
cada uno.
Al mismo tiempo, Mary seguía con su padecimiento de la hiper
sexualidad, lo cual no le facilitaba las cosas, pues a mayor angustia,
mayor necesidad de sexo. Afortunadamente, estaba en casa de Camila,
y ellas se entendían muy bien en esto. Mary le había planteado a su
hombre esta cuestión, y él le había dado su consentimiento. Ya en
ocasiones anteriores habían hablado del tema y Juan siempre estuvo
de acuerdo en que buscara actividad sexual en Camila cuando la
necesitara. No le parecía algo malo, para él este eran juegos.
Un día, después de la visita en el penal, Mary salió con una
sensación de angustia que no le permitía respirar, Juan se estaba
muriendo. Allí no le daban atención adecuada, pero tampoco le
permitían salir a atenderse con su propio médico, con sus recursos. El
Estado es un aparato torpe y obsoleto, no soluciona los problemas de
las personas, y tampoco deja que ellas lo hagan.
Tenía angustia, rabia, impotencia, pero sobre todo, mucho
dolor. Era un dolor insoportable. Era injusto ¿Por qué un Juez cree que
tiene derecho de encerrar a un hombre hasta que casi se muera, sin
que siquiera se haya establecido su culpabilidad? Estaba claro: -títeres
del poder, eso son -pensaba ella. Durante las dictaduras militares,
ningún Juez se enteró de que estaban torturando gente, y ahora se
convertían en paladines de la justicia.
De pronto llegó a la conclusión de que ella una vez había
pertenecido a todo ese aparato perverso de explotar obreros y encerrar
inocentes. Su familia manipulaba el poder a su conveniencia. Todavía
recordaba las fiestas que organizaba su padre invitando a jueces y
congresistas, en donde "arreglaban" cuáles leyes se aplicarían y cuáles
no.
Cuando la angustia la superó, dejó el auto estacionado cerca de
la casa de Juan, la cual ahora ocupaban su ex mujer y sus hijos, y se
fue a caminar por aquellas veredas que le traían tan buenos recuerdos.
Por allí habían pasado junto con Diana cuando fueron por primera vez
al supermercado, allí había comenzado a tener una vida normal, como
la mayoría de las mujeres. Pero en este día, nada podía alegrarla,
estaba a punto de perder a Juan, el único amor de su vida, y se sentía
impotente, no sabía qué hacer.
Se sentó sobre la verja de una casa, y se puso a llorar, la
angustia casi no permitía el ingreso de aire en sus pulmones. Derramó
un río de lágrimas en la vereda, sintió que en cada una de esas
lágrimas se iba un pedacito de su vida. Llegó a pensar en suicidarse.
De pronto, sintió una mano que acariciaba su cabeza, cuando levantó
la mirada, descubrió a una anciana que la miraba con preocupación.
La mujer le preguntó qué le pasaba, y ninguna de las dos reconoció a
la otra.
Mary seguía usando el cabello lacio y rubio con flequillo, y la
señora mayor estaba vestida un poco diferente, y se había arreglado el
peinado. La señora le preguntó qué le ocurría, y cuando Mary
respondió, la mujer la reconoció por el acento al hablar.
-¿Vos te cambiaste el color del pelo? -dijo la señora.
-Si -respondió ella -antes lo tenía negro y ondulado.
-Vos sos la chica que me compró el remedio para mi marido
-afirmó la señora. Efectivamente, era la mujer que un día ella encontró
llorando en la puerta de una farmacia porque no le alcanzaba el dinero
para comprarle un medicamento a su marido. La buena señora le
preguntó por qué lloraba, entonces ella le contó lo que sucedía con
Juan en la cárcel. Cuando terminó de escuchar el relato, la señora
puso cara de sorpresa, tomó a Mary de las manos y sonrió.
-Yo te voy a ayudar -dijo la señora.
Mary sonrió sin demasiada convicción, no imaginaba cómo esa
pobre mujer pudiera resolver una cuestión tan compleja, pero decidió
escucharla, al final de cuentas, no perdía nada.
La mujer le explicó que su nieto era el director de la cárcel. Más
que nieto, ella y su marido, lo habían criado como a un hijo después de
que sus padres murieron en un accidente cuando era pequeño. Este
hombre había quedado intrigado a la vez que agradecido cuando la
anciana señora le contó acerca del gesto que había tenido aquella
muchacha cuando le compró el remedio. Él siempre cuidaba de sus
abuelos, pero en aquella ocasión lo habían mandado fuera del país por
cuestiones de trabajo, y tardó dos meses en regresar, y si bien les
había dejado a sus abuelos una cantidad de dinero para sus
necesidades, este les había sido insuficiente.
-Vamos a verlo a la casa -dijo la señora -te tiene que ayudar.
Fueron las dos juntas hasta el auto de Mary, y partieron en él
hacia la casa del jefe carcelario.
En pocos minutos, llegaron a un chalet discretamente elegante,
al cual la señora entró inmediatamente después de tocar timbre.
El dueño de casa los recibió vestido con sencillez, de bermudas,
remera y ojotas, pues estaba bañando a su perro. La abuela lo saludó
con un abrazo e inmediatamente le contó quién era la chica y el
problema que tenía con la salud de su futuro marido.
El hombre se sorprendió gratamente al conocer en persona a la
misteriosa benefactora que tiempo atrás auxilió a su abuela. Él tendría
aproximadamente unos cuarenta y cinco años, de rostro común y
expresión amable. Estaba agradecido por lo que Mary había hecho
meses atrás, y se sentía moralmente obligado a devolverle el favor.
-Quedate tranquila -dijo el funcionario -mañana mismo daré la
orden para que lo lleven al hospital inter zonal y que lo internen ahí
para hacerle el tratamiento que corresponda. Va a quedar allí con
custodia, y daré la orden de que te dejen visitarlo durante cuatro horas
todos los días. ¿Estás de acuerdo?
-Por supuesto, está muy bien, se lo agradezco mucho -respondió
Mary con lágrimas en los ojos.
-Es lo menos que podías hacer -le dijo la señora a su nieto
-acordate que si ella no le hubiera comprado el remedio para la
presión, tu abuelo hoy no estaría vivo.
El hombre respondió con una sonrisa, abrazando a su abuela, y
las invitó a pasar a la cocina de su casa para tomar mates.
-Y ahora este chico está viviendo este -le decía la abuela a Mary
-me parece que me voy a quedar a hacerle la comida para que coma
algo como la gente. Se la pasa pidiendo porquerías por teléfono. Pizzas,
empanadas… ¡Andá a saber lo que les ponen adentro!
La mujer se refería a que su nieto había sido abandonado por la
esposa hacía poco tiempo. Se había ido con un hombre más joven.
Quizás la actitud de Mary también había conmovido a la buena
señora: una mujer que se desespera para ayudar a su marido y que en
los peores momentos está a su lado.
-Vos tenés que conseguir una chica así, como ella -le decía otra
vez la mujer a su nieto -yo siempre te dije que esa mujer no era buena.
Mirá esta chica, pobrecita, cómo cuida al marido, no como esta otra
loca que cuando te dio peritonitis casi te deja morir.
-¡Abuela, por favor! -dijo el hombre un poco avergonzado -Vamos
a cambiar de tema.
-Creo que es lo normal -dijo Mary riéndose -las madres se
preocupan por sus hijos.
Ante esta charla informal, todos se relajaron. Mary comenzó a
hablar de recetas de cocina con la señora, y esta le decía a su nieto que
escuchara y aprendiera, así podría cocinarse algo sano.
Ese chico travieso llamado destino, había hecho otra de sus
jugadas ¿Acaso podía creerse una casualidad que Mary, tiempo atrás
hubiera comprado el remedio para esos ancianos? ¿Podía pensarse un
hecho casual que ese día Mary se sentara a llorar en aquella verja, un
minuto antes de que la anciana pasara por allí? Mucho menos podía
aceptarse como casualidad, el hecho de que el nieto de esa señora,
fuera el director de la cárcel. Serían demasiadas casualidades.
Pasaron unas horas tomando mate. La joven mexicana estaba
relajada, había esperado encontrar a un monstruo inflexible, y
encontró a un ser humano que baña a su perro, que recibe
mansamente los regaños de su abuela, y que sufre el desamor de su
mujer, como cualquier otro.
Entonces… ¿Era malo antes, cuando no solucionaba el
problema de salud de un detenido, o era bueno ahora, cuando le dio la
solución más adecuada? Cuesta determinar si alguien es bueno o lo
contrario, y además… ¿según quién? ¿con qué medida? En
consecuencia, podemos decir que todos somos un poco buenos y un
poco malos, al mismo tiempo.
Lo importante por el momento, era que se estaba resolviendo el
problema de Juan, que su salud se iba a recuperar. Él era fuerte, y
había resistido mucho, pero todo tiene un límite. Además, se le habían
venido encima tantas cosas, que le costaba sostenerse.
Ella había tenido algunas alteraciones en su menstruación,
períodos irregulares y dolores. Cuando fue al ginecólogo, este le dio
una noticia no demasiado buena: aparentemente tenía un fibroma,
algo que se confirmaría o descartaría con un estudio más preciso. Y le
dio turno para una ecografía una semana más adelante.
En una de las visitas se lo había contado a Juan, pues aunque
no le quería llevar malas noticias, se había propuesto no mentirle
nunca, y cuando él la vio cabizbaja y le preguntó el porqué, sintió que
no podía ocultárselo.
Mary era un pilar fundamental en su vida. Seguramente, si esto
le hubiese ocurrido estando este, no hubiera sobrevivido. Todos los
días al despertar en esa celda mugrienta, y cuando creía que sus
fuerzas lo abandonaban, miraba lo que tenía en la pared. Era una foto
enorme de Mary abrazando a Jazmín. Cada vez que veía esas
imágenes, recuperaba los deseos de vivir, tenía a la mujer más linda
del mundo, este para él, y por si esto fuera poco, el destino le había
regalado una hija pequeñita que lo adoraba y lo necesitaba. No
importaba que fuera adoptiva, para él, ella era su hija. A veces los
instintos básicos son más precisos que lo supuestamente racional…
A partir de su internación, su salud empezó a mejorar, aunque
por un lapso de veinte días, le habían prohibido las visitas de contacto
corporal, pues había riesgo de contagio. También el médico de cabecera
le hizo algunos análisis a Mary, para prevenir un contagio masivo en
caso de que ella se hubiese contagiado. Afortunadamente, dieron
resultado negativo, ella estaba totalmente sana.
En aquellos días tampoco podía visitarlo Jazmín, aun desde
antes de estar en el hospital.
La madre de Juan no había estado al tanto de esto, ellos
decidieron ocultarle algunas cosas para no preocuparla, pues creían
que aún no era el momento.
Al cabo de tres semanas, si bien Juan seguía internado en el
hospital, estaba mucho mejor, había subido de peso, y recuperado su
estado de ánimo.
Durante las cuatro horas de visita, los guardias que estaban en
la puerta, tenían órdenes de quedarse afuera del cuarto, y no
interrumpir en ningún momento, ni siquiera dejaban que entraran las
enfermeras, lo cual le daba a los futuros esposos, un cómodo período
de intimidad. Mary sabía aprovechar muy bien estos ratos.
Todos los días, ella lo fue a visitar, le llevaba muchas cosas ricas
para comer, le había llevado también un televisor, para que no se
aburriera y, en general, lo cuidaba y lo mimaba como a un príncipe.
Mary era la clase de mujer que todo hombre quiere tener a su
lado: buena, cariñosa, que le cocina y lo alimenta con cariño, pero
sobre todo, que está con él en los malos momentos.
El hecho de que Mary estuviese a su lado en las peores
circunstancias, reafirmó los deseos de Juan por contraer matrimonio.
Esta era una jugada magistral para atrapar a cualquier hombre,
aunque ella no lo hizo con esas intenciones. Si bien todos los hombres
son reacios al compromiso, cuando les pasa algo grave y encuentran
una mujer que les demuestra su fidelidad y su incondicionalidad en
esos duros trances, comienzan a ser ellos los más interesados en
casarse.
Mary estaba mucho más tranquila, y relativamente optimista
con respecto al futuro. Tenía fe de que en cualquier momento, algo
debía cambiar.
Y algo cambió, en menos tiempo del que ella esperaba. Una
mañana recibió un llamado a las cuatro de la madrugada, era Jacques.
Lo habían encontrado en una isla desierta a la que llegó nadando
cuando se hundió su yate. Había perdido mucho peso y tenía algunas
heridas menores, pero estaba bien.
Cuando Mary le contó lo que estaba pasando, él le prometió que
en pocos días iría allí para solucionar todo, y que mientras tanto, le
hablaría a su abogado de confianza en aquel país para que se fuera
interiorizando del tema. De todos modos, sabía que no era algo que no
pudiera resolverse con dinero para una fianza. Había estudiado
Derecho en La Sorbona, en París, y le faltaban dos materias para
recibirse de abogado. Este le pidió a Mary que no le dijera nada a Juan
por el momento, pues se había dado cuenta de que era muy ansioso.
Prefería darle una sorpresa cuando llegase el momento.
Al día siguiente, el francés volvió a llamar por teléfono a Mary
para confirmar su viaje en cinco días. De pronto, la joven recordó que
en el aeropuerto internacional en donde él descendería, estaba la
cafetería de la madre de Juan, y se lo comentó como un detalle sin
importancia, aunque en realidad, sus intenciones eran las de una
celestina. Pero no tenía idea de lo que estaba haciendo. El destino que
le había dado tantos azotes a esta familia, ahora comenzaba a hacerles
regalos, como un Papá Noel fuera de temporada.
Pasados esos cinco días, el hombre de negocios aterrizó en el
aeropuerto internacional, y allí estaba su chofer con otro
guardaespaldas esperándolo. Eran las ocho de la mañana, estaba
cansado, y ya había desayunado en el avión, por lo cual decidió subir a
su auto sin más demoras, y poner rumbo a la ciudad en donde estaban
sus amigos. Se había olvidado de lo que le mencionara Mary acerca de
la madre de Juan.
Pero el destino había planeado otra cosa. Cuando iban
caminando hacia la playa de estacionamiento para buscar el vehículo,
vieron que un hombre en una camioneta que se había quedado sin
frenos, embestía el Mercedes Benz del empresario. Como resultado de
esto, debió intervenir la policía de seguridad del aeropuerto, debían
tomarle declaración a los choferes de ambos vehículos, y ello llevaría
un par de horas.
No teniendo nada mejor para hacer, el hombre de negocios
decidió volver al interior del aeropuerto. Caminó sin rumbo durante un
momento, y de pronto recordó: la madre de Juan. Se sintió afortunado
por esta circunstancial demora, pues en caso contrario hubiera
quedado como un grosero al no ir a saludar a esa señora.
Estaba vestido como un duque, su traje color azul le daba un
aspecto imponente, además, cualquier mujer se daba cuenta de la
elegancia innata que portaba este galán maduro.
Empezó a buscar la cafetería, y la encontró, era un lugar bonito
aunque discreto, transmitía calidez. Entró, y esperó que alguien viniera
a atenderlo. En pocos segundos apareció una señora que aparentaba
unos cincuenta años, aunque en realidad era la madre de Juan, que
tenía sesenta, pero se conservaba muy bien. Era una mujer bonita,
ojos verdes, piel blanca y cabello rubio, y tenía un muy buen cuerpo.
-Buenos días -preguntó la mujer -¿Qué le puedo servir?
-Buen día -dijo él, pero en ese momento no pudo continuar
-yo…
Se quedó como hipnotizado mirando a la mujer. Esos ojos le
recordaron otros ojos de hacía cuarenta años. Pero eso no era todo, vio
el dije que ella tenía colgado en el cuello, y eso fue un golpe muy fuerte,
demasiado fuerte. Se desmayó.
Por suerte había una enfermaría muy cerca de allí, y vinieron
dos paramédicos a socorrerlo. Afortunadamente comprobaron que este
se le había bajado la presión.
A pesar de ser un hombre de mundo, con mucha experiencia de
vida, era también un ser muy sensible. Se emocionaba con la sonrisa
de un niño o con las lágrimas de una mujer, nada le era indiferente.
Cuando reaccionó, volvió a ver a esa mujer, su pendiente y sus
ojos, y casi sufre otro colapso.
-¿Usted es la madre de Juan Rodríguez? -preguntó él.
-Sí, pero no lo conozco -respondió la mujer -¿Podría decirme
quién es usted?
Soy Jacques, amigo de María Teresa y de su hijo -respondió el
hombre.
La mujer quedó un tanto aturdida cuando escuchó el nombre,
tal como le había ocurrido un tiempo atrás cuando su hijo lo
mencionara.
Ambos estaban atónitos, y ninguno se animaba a hablar. María
Juana sentía deseos de que sus sospechas se hicieran realidad, pero al
mismo tiempo tenía pánico. No se animaba a hablar.
Él estaba un poco aturdido, pero continuó. -¿Podría decirme de
dónde sacó ese colgante? –le preguntó.
-Me lo regaló un joven -respondió ella -un joven llamado
Jacques, hace cuarenta y dos años, en Uruguay.
Ambos estaban emocionados hasta las lágrimas, pero
especialmente él, algunas lagrimitas ya comenzaban a desfilar por las
órbitas de sus ojos intentando salir al mundo exterior.
-¿Tú eres Marité? -preguntó él.
Ese era el nombre que aquel joven europeo le había puesto a
aquella hermosa chica de ojos verdes en esa playa de Uruguay, hacía
cuarenta y dos años. El destino es muy caprichoso, pero sobre todo,
muy poderoso, él podría hacer que el Aconcagua y el Everest se
encontraran en el Central Park de Nueva York si lo deseara. Otras
personas en lugar de destino le llaman Dios, en sus más diversas
manifestaciones: Alá, Buda, etc. Pero es todo lo mismo, es la fuerza
misteriosa del universo que puede hacer con nosotros lo que quiera. A
veces nos azota, otras nos acaricia.
-Sí -dijo ella muy nerviosa -vos me decías Marité.
-¿Juan Rodríguez es mi hijo? -preguntó Jacques.
Ella no podía hablar, pero asintió con la cabeza, y con una
enorme sonrisa.
María Juana se tocaba el cabello, se acomodaba la ropa. Estaba
parada al lado de la mesa en la que se había ubicado Jacques. De
pronto él se paró, la tomó de la mano y se quedó viéndola a los ojos.
Ella fue un poquito más allá y lo abrazó.
-¿Por qué te fuiste sin decir nada? -preguntó él -Te busqué
muchas veces.
Ella le relató lo ocurrido con el problema de salud de su padre, y
porqué debió irse sin avisar. Seguramente hoy no le hubiera ocurrido
esto, pues todos tienen teléfonos celulares, pero en aquel entonces, en
estos rincones del continente, este había algunos teléfonos fijos. Y
funcionaban a veces.
Comenzaron a conversar a las nueve de la mañana y cuando
atinaron a mirar el reloj, era la una de la tarde. El tiempo pasa volando
cuando transcurre en buena compañía. Afortunadamente, la empleada
del lugar atendía a los clientes.
Los dos tórtolos se miraban, se tocaban las manos, pero les
daba vergüenza besarse en público, así que eso lo reservaban para más
tarde.
De pronto salieron temporalmente de su burbuja de
enamorados, y recordaron a ese único hijo que ambos tenían, y que en
aquel momento se hallaba en problemas. El empresario rápidamente
tomó su celular y llamó a su abogado, el cual le aseguró que ya se
estaba ocupando del caso, pero entonces, Jacques le mencionó que
había surgido una cuestión muy importante por lo cual, él necesitaba
imperiosamente que Juan Rodríguez saliera en libertad de inmediato,
aunque le costara la mitad de su fortuna. La frase mágica fue: "Ponga
lo que haya que poner, usted tiene acceso a la cuenta bancaria".
Es feo pensar que haya una justicia para los ricos y otra para
los pobres, pero a veces la realidad nos hace creer esto. De todos
modos, en este caso iba a funcionar, a todo el mundo se lo impresiona
con un millón de dólares.
Marité, como él la llamaba, se emocionó con este gesto, aunque
no esperaba menos de él. Ambos tenían miles de preguntas para
hacerse, pero decidieron tomarlo con calma, y continuar con sus
actividades.
La otra gran sorprendida fue Mary. Cuando María Juana la
llamó para contarle lo ocurrido, ella no lo podía creer, la joven mujer y
su futura suegra lloraron de emoción cuando cayeron en la cuenta de
las bondades que les estaba ofreciendo la vida, más aún, después de
tantos sufrimientos.
Mary había despertado de buen humor ese día, presentía que
algo bueno iba a ocurrir, y su olfato últimamente estaba muy acertado.
Al despertar abrazada a Camila, igual que todas las mañanas
anteriores, presintió que era el final de esta etapa, que en pocos días
más, comenzaría a despertar abrazada por Juan.
Cuando recibió esta noticia, ella se encontraba en la plaza
paseando a Diana, pues la casa de Camila no tenía patio con tierra
para que la mascota hiciera allí lo que hacen todos los perros.
Regularmente la sacaba por la tarde, pero ese día había despertado tan
optimista, que decidió salir a tomar aire con su mascota. Mientras se
ponía su equipo de gimnasia verde, sentía que debía estar atenta, que
algo bueno iba a cruzarse en su vida, algo que haría que todo el
sufrimiento vivido pasara a ser una anécdota. Su teoría de la
compensación: cuanto más se sufre, más se disfruta de los buenos
momentos que vienen después.
Lo que estaba sufriendo Diana al no tener a su amo, era un
capítulo aparte. Por suerte la ex esposa no la había embargado con el
resto de las cosas. Pero podría haberlo hecho, y poco faltó pues el
embargo había incluido hasta la ropa, y los juguetes de la nena. El
mismo fiscal debió reconocer que ese extremo ya era una actitud
puramente maliciosa de una mujer despechada, o de un letrado sin
escrúpulos. O quizás ambas cosas.
El caso es que los primeros días, el animal se negaba a comer.
Hicieron hasta lo imposible, pero nada resultó. Finalmente, la llevaron
al veterinario, el cual le dio una receta infalible: cada vez que Mary
fuese a visitar a Juan, debía traerse remeras usadas de él, cuando
llegaba a la casa, se las daba a Diana, la cual las tomaba en su boca,
previo olfatearlas con desesperación, las llevaba a su cucha, y se
dormía sobre ellas. Días más tarde, le traía más remeras usadas, y
lavaba las que además de olor a hombre, ahora también tenían olor a
perro, para llevárselas en la próxima visita.
Estos detalles en forma aislada pueden parecer de poca monta,
pero si nos ponemos a sumar todo lo que luchó esta joven mujer para
que la vida de Juan no se apagase, llegaremos a la conclusión de que
ella le salvó la vida… y mucho más.
Seguramente, sin la intervención de esta muchacha con la
abuela del director del penal y lo que surgió de ello, el hombre habría
muerto en una oscura celda, olvidado, como un perro. Si ella no
hubiera intervenido, hubiera sido muy probable que María Juana y
Jacques no se hubieran reencontrado nunca. Existía también una
posibilidad de que Diana hubiese fallecido de tristeza, y así una serie
de calamidades que es preferible no imaginar.
Pero Mary no se sentía importante, este se alegraba de haber
hecho algo bueno por el hombre que le dio su mano firme para
empezar a caminar por la vida, para vivir como una mujer normal,
que era todo lo que ella deseaba.
Al día siguiente, Jacques y María Teresa estuvieron en el
juzgado con dos de los mejores abogados del país y un maletín con
cinco millones de dólares para sacar a Juan de la cárcel.
Dos días más tarde, el momento de las buenas noticias había
llegado, todo estaba bien. El fiscal y el juez habían firmado las
excarcelaciones. Era cuestión de horas.
El destino tiró sus dados una vez más, haciendo que el día de
las buenas nuevas fuera también día de visitas.
María Juana y Jacques quisieron ir a visitarlo esa mañana, pero
Mary puso una excusa, y les dijo que era mejor que lo esperasen en su
casa, que creía mejor decirle las cosas de a poco. Quizás tuviera algo
de cierto, pues si bien él ya no tenía fiebre y estaba de nuevo en el
penal recuperándose, aún no recobraba los casi veinte kilos de peso
que la tuberculosis le había quitado.
Pero la realidad era que Mary quería tenerlo este para ella
cuando le diera las buenas nuevas. Necesitaba acaparar toda su
atención cuando él se alegrara, se emocionara y deseara abrazar a
alguien. Este tenía que abrazarla a ella. Después de todo, se lo
merecía, claro que sí.
Ella había luchado por el hombre que amaba, y había dado todo
por él, como corresponde, como le enseñaron desde pequeña. Había
competido con otra mujer, María José, y ganó. Peleó con la
enfermedad y con la muerte, y también salió victoriosa, pues él estaba
vivo gracias a ella. Se merecía estar allí cuando él se alegrara, y eso no
era negociable. Seguramente estaba siendo egoísta ¿Y qué? ¿No tenía
derecho? El amor es egoísta. Además, ella estaba comenzando a darse
valor, ya no se sentía una tonta, o una discapacitada, como le había
hecho creer su familia.
Capítulo 12 - El premio

Mary llegó radiante ese día, tenía el rostro iluminado, a él le


sorprendió un poco, pero pensó que era una estrategia de ella para
levantarle el ánimo.
Cuando llegó a su lado, tiró sobre una mesa las bolsas con
comida que llevaba en las manos, se colgó de su cuello y lo besó con
tanta pasión que él casi quedó sin aire. Cuando terminó de besarlo, se
paró frente a él sin soltarlo y le dijo eufórica: -¡Hoy te vienes a casa!
-Exclamó mientras daba saltitos de alegría -aquí tienes el oficio del
fiscal y el del juez. Dicho esto, le mostró unos papeles que llevaba
arrollados en su mano.
-¿Pe…pero como conseguiste esto? -preguntó él muy confundido
-Si hasta hace dos días el fiscal se oponía a mi liberación.
-En parte se lo debemos a Jacques -afirmó ella.
En pocas palabras, ella le contó que Jacques había aparecido
con vida en una isla desierta hasta donde llegó después de que se
hundiera su embarcación. Le contó también lo ocurrido con la fianza.
Juan estaba gratamente sorprendido, pero también muy
desorientado. ¿Quién era capaz de poner semejante fortuna para una
fianza de alguien que apenas conoce? No sabía bien qué pensar, si bien
confiaba ciegamente en su mujer, llegó a pensar que tal vez esto
pudiese ser una broma, o vaya uno a saber qué cosa.
-Yo estuve allí con el abogado -dijo ella -no tienes idea de la cara
del fiscal cuando vio todo ese dinero dentro del maletín.
-Me imagino -dijo Juan -estaría sacando la cuenta de cuántos
intereses le va a rendir ese dinero desde hoy hasta que lo devuelvan.
-¿Pueden usufructuarlo? -preguntó ella.
-Legalmente no, pero lo hacen. ¿Quién se va a enterar? -afirmó
él.
Mentalmente sacaron la cuenta, al uno por ciento anual, que es
lo mínimo que pueden obtener, ganarán unos cincuenta mil dólares
anuales. Para la gente ambiciosa que viene de muy abajo, es mucho
dinero.
En cuanto le dijeron al juez, este también estuvo de acuerdo con
el fiscal en que había que excarcelar inmediatamente a Juan. Sin
demora.
Pero esto no era todo, él empezó a ver que ella había traído
comida como para un regimiento. Cosas muy caras, que si bien a él le
gustaban, era un lujo que no podían darse por el momento.
-¿No exageraste un poco con la comida? -preguntó Juan
sonriendo.
-Pues si no me dejas que acabe de contarte, nunca entenderás
-dijo ella con un rostro muy feliz.
Juan hizo silencio mientras le hincaba el diente a unas
galletitas de maicena con manteca que ella le había preparado
mientras hablaban. Le explicó que Jacques, a raíz de las cosas que le
habían pasado, decidió entregarle una parte de su herencia en vida.
Aproximadamente unas tres cuartas partes de toda su fortuna.
-¿Y por qué me dejaría su herencia justo a mí? -dijo él, escéptico
-Apenas nos conocemos.
-Pues eso no te lo puedo explicar yo, cuando llegue el momento,
tus padres te lo dirán -respondió ella poniendo cara de misterio -no te
diré más.
¿Qué era eso de "tus padres"? Era probable que se hubiera
confundido al hablar, pero él sabía que su mujer casi no cometía
errores.
-¿Qué dijiste? ¿Mis padres, en plural? -replicó él -Debe ser un
error.
-Ya te dije que no te voy a explicar yo - respondió ella sonriente
-Así que sé un buen niño y acepta lo que te digo ¿Quieres?
Mary no resistió la tentación, le tomó la cara entre sus manos, y
le dio un beso casi interminable.
¿Qué quería decir eso de "tus padres"? Estaba intrigado, pero
ella le había pedido que no insistiera, y él había aprendido
mansamente a entregarse a ella, a hacer lo que le pidiera. Después de
todo, si él estaba vivo hoy, seguramente se lo debía a Mary.
-Este puedo decirte que son todas buenas noticias. Te amo -dijo
ella con esa dulzura que embriagaba el corazón de su amado.
Ella lo miraba con el encantamiento de un niño, y él la miraba
simplemente como un hombre enamorado que además se siente en
paz. Esa paz que por largo tiempo les había sido esquiva, la que
anhelaban y no conseguían. Esa calma que habitualmente es escoltada
por la felicidad, por la alegría. Palabras diferentes para graficar
conceptos muy parecidos. Pero indiscutiblemente, y más allá del
nombre que les pongamos, son sentimientos que todos deseamos
poseer.
A veces equivocamos el camino al perseguir estos fines, tenemos
estas cosas a nuestro alcance y no las vemos, y al emprender la
marcha para tratar de hallarlas, este nos alejamos… a veces
irremediablemente.
-¿Y a cuánto asciende la fortuna de Jacques? -preguntó él
intrigado, en realidad no le importaba demasiado, este sentía
curiosidad.
-No sé el total -afirmó ella -pero te dejará… ¡adivina!
-No tengo idea -replicó él -decimelo vos.
-¡Pues no voy a decírtelo gratis! -dijo ella risueña -deberás
ganártelo.
Él la miró, puso cara de galán, y le dijo algo al oído. Ella este
sonrió, y dijo: -Cuatrocientos mil millones de euros.
Juan casi se atragantó con las galletitas, no estaba
acostumbrado a cantidades tan grandes. Mary debió repetírselo varias
veces para que lo creyera.
Sencillamente, no podía creerlo, estaba alelado, tieso, en estado
catatónico. Es muy fuerte el impacto que soporta un hombre de trabajo
al recibir una noticia así. ¿Pero por qué? ¿Por qué la vida le hacía a él
este regalo?
Permaneció así, inmóvil, durante varios segundos, o minutos,
había perdido la noción del tiempo.
Probablemente con esa cantidad, pasaría a ser el hombre más
rico de su país.
De pronto se le cruzaron mil cosas por la cabeza; la primera era
la posibilidad de que se tratase de una broma de mal gusto, lo cual
descartó en seguida, porque conocía a su mujer, y estaba seguro de
que no le haría un chiste tan desagradable. En segundo lugar,
imaginaba cuántas cosas podría comprar con ese dinero, y en pocos
segundos llegó a la conclusión de que con esa cantidad todo era
comprable, un campo, una mansión, el yate más grande del mundo, el
gobierno de un país sudamericano, en fin, todo lo que estuviera sobre
la faz de la tierra, cosas y también personas, e incluso algunas cosas
fuera de este planeta.
Él comenzaba a ver el sol después de la tormenta. Pensaba en
cómo esa mujer maravillosa lo había apoyado todo este tiempo dándole
ánimo, yendo a visitarlo dentro de la cárcel, soportando el frío del
invierno allí parada en la puerta del penal a las cinco de la mañana
para ser la primera en entrar. Había soportado la humillación de tener
que desnudarse ante extraños para que la revisaran, y otras cosas que
prefería no recordar.
Estaba llegando a la conclusión de que era la mujer de su vida,
como lo había presentido antes. Ahora lo confirmaba. Se daba cuenta
de que era una mujer de hierro, que nunca lo abandonaría ni le jugaría
una mala pasada.
Mary había estado con él en los peores momentos, cuando se
quedó literalmente en la calle, ella se puso a trabajar más que antes,
comenzó a realizar tareas verdaderamente pesadas con tal de ayudarlo,
y nunca se quejó de nada, lo único que le importaba era estar a su
lado. Y como si todo esto fuera poco, se hizo cargo de Jazmín. Además,
siempre le decía que no perdiera las esperanzas, y le leía la Biblia en la
parte en que Dios dejó ciego a Job para probar su fe, y que luego de
grandes penurias, le devolvió todo lo que le había quitado, pero
multiplicado.
Mary tenía una postura muy particular con la religión, si bien se
daba cuenta del daño que habían hecho en su mente con todos
aquellos prejuicios acerca de su personalidad, el sexo y la moral,
tomaba como válido el hecho de que Dios es bueno, todopoderoso, y
que siempre después del sufrimiento viene la recompensa.
-¿Fuiste al médico? -preguntó él.
-Pues sí, pero no te imaginas lo que me dijo -empezó a decir ella
con los ojos brillosos -que de eso que tenía, ahora tengo tres. ¿No es
maravilloso?
Él comenzó a temer que Mary estuviera perdiendo la cabeza.
¿Cómo podía estar feliz de tener tres fibromas? No sabía qué pensar,
estaba preocupado, pero si ella estaba feliz, por algo sería.
-Imagino tu confusión -explicó ella mientras él asentía con la
cabeza -pero es que en realidad hubo un error, y esos tres fibromas
tienen piecitos bracitos, cabecitas… ¿Por qué crees que estoy tan feliz?
Él ya no podía con tantas sorpresas, no estaba seguro de estar
comprendiendo bien. Cómo podía ser que después de tantas desgracias
y amarguras que casi le habían costado la vida, pudieran las cosas
cambiar tanto, parecía como si un mago hubiera tocado sus vidas con
una varita mágica, y de repente, todo lo que estaba mal había pasado a
estar bien, la angustia se había convertido en alegría, el llanto en risas,
y la felicidad había entrado en su vida a los golpes, apaleando a la
mala suerte con tanta furia, que esta ya nunca más se atrevería a
volver. Es que después de tantas cosas vividas, y luego de
sobreponerse a tantas adversidades, él sentía que ya no había cosa en
el mundo que pudiera derrotarlo, y recordó una vez más los versos de
Almafuerte. “… No te des por vencido, ni aun vencido/ no te sientas
esclavo, ni aun esclavo/ trémulo de pavor, piénsate bravo/ y arremete
feroz, ya malherido/ ten el tesón del clavo enmohecido/ que ya viejo y
ruin, sigue siendo clavo/ no la cobarde intrepidez del pavo/ que
amaina su plumaje al menor ruido…”
En realidad, él nunca se daba por vencido, jamás, eso le había
permitido sobrevivir a esta catástrofe, y a otras anteriores. En esos
días en que estaba volando de fiebre, tosiendo irremediablemente y
creyendo que podía ser su fin, había escrito esos versos en una
cartulina y los había pegado en la pared, para poder verlos desde la
cama. Luego había agregado otra parte de “Los siete sonetos
medicinales” de Almafuerte, en la parte que dice: “…Si te caes diez
veces, te levantas / y otras diez, y otras cien, y otras quinientas/ no
han de ser tus caídas tan violentas/ y tampoco, por ley, han de ser
tantas…”
Trataba de imaginar cómo se habría sentido don Pedro Palacios
al crear estos versos. Había leído su biografía y sabía que en realidad
este poeta nunca fue reconocido en su época, sino que más bien había
vivido entre penurias y contrariedades, pero siempre se destacó por
algo: era un buen hombre, generoso e idealista.
Si aquel gran poeta había sentido tanto optimismo como para
crear esta belleza literaria siendo que la vida no le era fácil ¿Por qué no
iba a ser optimista él?
Y allí estaba, al lado de una mujer que lo amaba más que a
nada en el mundo, viendo que el futuro se tornaba tan promisorio que
hasta se sentía más joven.
Esa mañana, el cielo no era diáfano, Eolo, el dios de los vientos,
parecía haberse enojado, pues resoplaba con bastante intensidad, al
tiempo que Febo era eclipsado cíclicamente por blondas nubes que se
interponían literalmente entre la tierra y el cielo.
A pesar de todo esto, para Juan era el día más perfecto que
jamás podría haber soñado.
-¿Cómo que tres? ¿Qué vamos a hacer con tres? -dijo de pronto
el hombre como si recién estuviera procesando lo que dijo su mujer -
¿Pero vos no eras estéril?
Juan sonreía mientras decía todas estas cosas, mientras
abrazaba a esa mujer bella, que ese día en particular estaba más
hermosa que nunca. Mary había ido muy bien arreglada, con una
pollera tubo marrón hasta la rodilla, una blusa beige tipo camisa, y
unos estiletos marrones.
Comieron, tomaron mate, ella lo mimaba como a un niño. Le
daba de comer en la boca, le cebaba mates y sostenía este con sus
manos mientras él lo tomaba, y cuando un pedacito de comida
quedaba sobre los labios de su futuro esposo, ella lo limpiaba con un
beso.
En realidad, siempre había sido muy cariñosa con su hombre,
este que en los últimos tiempos, no tenía demasiados ánimos. Era
comprensible.
Estaban haciendo planes para cuando ella lo viniera a buscar
esa noche, pues la visita terminaba a la una de la tarde, y según la ley
vigente, este lo podían excarcelar a las doce de la noche, pero de pronto
llegaron dos oficiales armados, y le pidieron que se apurase, pues
había llegado una orden terminante del juzgado para que fuera
liberado inmediatamente.
La emoción que sintieron ambos era en verdad
inconmensurable. Habían esperado y desesperado tanto aguardando
aquel momento, que ahora que lo tenían en sus manos, les costaba
creerlo. Dejaron absolutamente todo lo que tenían sobre la mesa, y
salieron caminando hacia la puerta. Allí quedaron el mate, las
galletitas, el mantel, y tantas otras cosas. Él había dicho que el día que
se fuese en libertad, no se iba a llevar nada, pues no quería tener nada
en su casa que le recordara aquellos tortuosos momentos. Le
preguntaron si quería ir a su celda a buscar sus otras ropas y demás
pertenencias, pero se negó rotundamente. Este deseaba salir de allí.
Unos presos que llevaban muchos años detenidos le habían
dicho que el día en que le llegara la libertad, no debía mirar para atrás
al irse, y que tampoco debía llevar nada, pues eso traía mala suerte.
Siempre había sido un hombre muy racional y ajeno a las
supersticiones, pero después de todo lo que le había pasado,
comenzaba a creer un poco en algunas cosas sobrenaturales.
Mary temblaba cuando comenzaron a caminar hacia la puerta,
los dos abrazados, y a Juan se le pusieron los ojos muy brillantes. Los
dos oficiales caminaban adelante mientras ellos los seguían. Cada
metro que recorrían era un nuevo avance hacia la libertad. Daban
pasos firmes y temerosos al mismo tiempo. Él tenía miedo de despertar
en algún momento y descubrir que este era un sueño, y que debía
seguir en prisión. Ella temía que el destino, ese mismo que ahora la
estaba ayudando, de pronto cambiara su máscara de ángel por una de
verdugo, y que sorpresivamente tomara su látigo para azotarlos.
Quizás se los pudiera acusar de pesimistas, pero… ¿Quién se
atrevería a hacerlo? ¿No les era válido ostentar ese sentimiento, luego
de soportar un tormento magnánimo en el que casi les va la vida? Y no
es esto exagerado, pues si bien la vida que corría peligro era la de él,
ella no hubiera resistido el dolor de perder al primer y único amor de
su vida, lo cual seguramente la hubiese impulsado a obrar como
Julieta, suicidándose sobre el cuerpo de su amado.
Habían aproximadamente unos doscientos metros desde el lugar
de las visitas hasta el enorme portón de salida, pero para estos
circunstanciales caminantes, parecían años luz de distancia.
Continuaron, tensos, felices, incrédulos y angustiados. Era difícil creer
que se hiciera justicia. Él no merecía la cárcel, y las personas que
habían cometido el delito no estaban allí.
Ya se divisaba el portón azul, sucio, descascarado. El muro de
cemento debía tener unos diez metros de alto, por encima de él
caminaban los guardias, que con sus armas largas le apuntaban a todo
el que por allí rondara.
Se sintieron como animales encerrados en un zoológico. En
realidad la cárcel es un zoológico de gente, pensaba Juan. Recordaba
cómo su abuelo encerraba a los búfalos salvajes en altos corrales en su
campito de la provincia de Corrientes. ¡Cuánta similitud! Seguían
dando pasos. Pasos desesperados. Ya habían soportado demasiado.
Mary recordaba la última escena de la película "El profesional",
Con Jean Paul Belmondo, cuando él camina hacia el helicóptero. Está
a un paso de la vida, o de la muerte. No deberían matarlo, él no mató
al embajador, lo mató el policía que tenía el rifle, este porque era un
idiota. Pero no podían decir que tenían policías idiotas, no era
políticamente correcto, entonces, al no poder resolverlo de forma
coherente, dieron la orden de tirar. Ya estaba resuelto, ya tenían un
culpable, el muerto no podría contar la verdad. Policías tontos,
políticos mentirosos, en fin, el Estado. Mary recordaba que tiempo
atrás había pertenecido a ese pequeño grupo de poderosos. Mal
recuerdo. Pero esta historia no terminaría como aquella película,
saldrían de allí vivos, aunque costara creerlo.
Faltaba este un metro. Un oficial tocó un timbre que había sobre
la mugrienta pared, unos tarros de basura mal lavados emitían un
fétido aroma, enormes cucarachas se daban un festín. No importaba,
nada más importaba, este la libertad.
El portón se abrió, como en las películas, reanudaron la
marcha, ya faltaba poco, ya estaba. Ella tomó el brazo de su amado
con tanta fuerza como un águila cuando atrapa una presa con sus
garras, y más aún. No lo soltaría hasta que estuvieran afuera, antes
deberían matarla.
Atravesaron la línea, cruzaron, ya estaban en la calle.
Al igual que esas personas que han tenido una experiencia
rayana con la muerte y narran que su vida entera se les cruza por
delante en un segundo, lo mismo le pasó a Mary. Levantó su mirada
hacia los ojos de Juan, lo miró, sonrió, y se desvaneció. Lentamente
cayó sobre el asfalto.
Un guardia se acercó y le ofreció ayuda, le dijo que adentro de la
cárcel había un médico que la podría atender, pero él no quiso. Ni
siquiera lo miró. La tomó en sus brazos y comenzó a caminar,
lentamente.
No estaba muy seguro hacia dónde iba, este iba. De pronto vio a
su madre que bajaba de un auto muy lujoso, un Mercedes azul. Puso a
Mary en el suelo, sobre el césped, suponía que debía estar desmayada.
Su madre corría hacia ellos, de pronto descubrió que detrás de ella
venía Jacques.
Mary entreabrió los ojos, lo miró y sonrió.
-¿Estás bien? -preguntó él.
-Lo logramos, estamos libres…estamos libres -dijo ella
débilmente.
En cuestión de segundos estaban allí: Jacques, Camila, María
José y María Juana. Todos arrodillados alrededor de la desmayada.
-No es nada -dijo ella -debe ser por el embarazo.
Allí comenzaron las preguntas y exclamaciones. ¿Cómo que el
embarazo? Era la pregunta más usada en aquella informal tertulia
sobre el césped. Es increíble cómo a la gente le cuesta entender
algunas cosas que se les dice. Todos repitieron la misma pregunta y
ella desde su horizontal circunstancia, debió responderle a cada uno
que sí, que estaba embarazada.
Todos estaban felices, María Juana no paraba de llorar, Jacques
estaba visiblemente emocionado, y se le notaba en el rostro que
deseaba hacer preguntas, miles de ellas, pero también notó que no era
el momento oportuno. Ya tendrían tiempo.
Camila le acariciaba el cabello a su amiga embarazada, mientras
María José miraba todo como si le costara entender.
De a poco, la presión arterial de la embarazada fue volviendo a
la normalidad, hasta que finalmente se puso de pié y comenzó a
caminar.
Había pasado un momento de excesivo estrés al salir con Juan
de ese lugar, y lo ocurrido entonces, fue lo que los médicos llaman
"hipotensión de rebote", o sea, cuando la presión sube demasiado por
algún factor externo, y luego desciende en exceso.
Los futuros esposos deseaban salir de allí lo más pronto posible.
Se habían propuesto no mirar, nombrar ni recordar ese maldito lugar
por mucho tiempo, hasta que olvidaran el dolor que habían sufrido por
esos endiablados muros, y el infierno terrenal que bulle allí adentro.
Era como si Satanás tuviera sucursales en la tierra. Como si el cielo y
el infierno estuviesen juntos aquí, y los pecados se pagaran en vida,
para pasar con las cuentas en cero al más allá.
Juan estaba aturdido, feliz, pero aturdido. Le costaba creer esta
realidad, debía tomarse un rato para reflexionar. Pero no este,
necesitaba a esa mujer a su lado. Esa mujer valiente que se jugaba
entera por él, que no lo abandonaba por nada.
Ya un poco más calmado, saludó afectuosamente a todos y les
agradeció que hubieran estado allí para recibirlo de nuevo en el mundo
civilizado.
Su padre los había juntado a todos para darle un agasajo a la
salida. Fue él quien presionó al Juez para que lo liberase esa misma
mañana. Por eso sabía que saldrían en cualquier momento.
Mary lo tenía agarrado de la cintura y no lo dejaba ni por un
segundo. María Juana lo tenía del brazo, en el lado opuesto, y en
general, todos querían hablarle y abrazarlo.
-¡Nene, que flaquito que estás! -fue el comentario de su madre
-Tenés que comer más.
-Ahora voy a subir de peso -respondió él -tengo la mejor
cocinera del mundo, la mejor en todo. Todo lo que hace lo hace bien. A
continuación, le dio a su mujer un apasionado beso en los labios.
Ella se merecía ese reconocimiento, después de todo, era verdad
lo que había dicho, ella lo había cuidado.
Acto seguido, tomó una decisión, les agradeció a todos su
presencia, pero les pidió que lo dejaran este con su amada, que
necesitaban caminar, hablar, y relajarse. Solicitó a Camila que se
llevara el auto de Mary. Los demás se fueron con Jacques.
-Nos veremos más tarde en la casa de Camila -explicó él -es el
único lugar que tengo para ir.
-De eso quería hablarte -le dijo su madre - tu… perdón, Jacques
te compró una casa quinta en ese barrio nuevo que está sobre la ruta,
Mary sabe donde es. Está toda amueblada, tiene electrodomésticos,
ropa nueva, toda de tu talle, y hasta hay comida.
Juan volvió a caer en el asombro, no podía creer tantas
maravillas. De pronto el infierno se convierte en algo mucho mejor que
el paraíso. Miró a su prometida con cara de asombro, ella entendió que
le estaba preguntando.
-Era otra de las sorpresas -dijo ella sonriente -pero faltan más. Y
son todas buenas.
Juan estaba comenzando a sospechar lo que estaba ocurriendo.
Tanta generosidad de parte de Jacques, este podía tener una
explicación. Todo el dinero que había pagado por su libertad, la casa
nueva, el hecho de que de pronto aparecía pegado a su madre. Él no
era demasiado creativo, pero hay situaciones que pecan de obvias.
Los demás se retiraron ante su pedido, él se quedó este con
Mary. Estaban allí parados sobre el césped, en aquella plaza, frente a
la cárcel. Ya se habían llevado los autos, estaban solos.
Estaban a tres cuadras del río, y si caminaban por la ribera
unas treinta cuadras, llegarían a la casa que le había regalado su
amigo. Aún se resistía a pensar que fuera su padre.
Y si era su padre ¿Por qué no había aparecido antes? Era
bastante evidente que no sabía de su paternidad, pues ahora estaba
actuando muy diferente de como lo hacía tiempo atrás, incluso el
esfuerzo que había hecho para liberarlo, era muy loable. Seguramente
era un buen hombre. Pero tendrían mucho que hablar.
-Jacques es mi padre… ¿Verdad? -preguntó él mirando a su
mujer.
-Te dije que eso deben contártelo tus padres, me pidieron que no
te dijera nada -respondió ella mientras le acariciaba el rostro. Ya le
había respondido, aunque no lo hiciera.
-¿Y la nena? -preguntó él como si la hubiera recordado de modo
repentino - ¿Dónde la dejaste?
-A Jazmín la dejé en mi lugar de trabajo, con una empleada de
confianza -respondió ella -los tres pequeñitos están aquí.
Mientras decía esto, Mary comenzó a tocarse la panza, él se
emocionó, y decidió arrodillarse para besar el vientre de su amada.
Él estaba muy atareado sembrando besos en ese lugar, cuando
de pronto pasó una gitana caminando al lado de ellos, y al ver al
hombre en esa posición, se quedó mirando fijamente. Mary se apuró a
aclarar la situación ante la señora: no piense mal, este me está
besando la panza, porque estoy embarazada.
La gitana los miró y sonrió, se acercó a la joven mientras Juan
se ponía de pié. Dame la mano -dijo la mujer -te voy a leer el futuro.
Dicho esto, tomó la mano de Mary, y comenzó a observarla.
-No es tu primer embarazo -dijo la gitana -pero es la primera vez
que serás madre, son dos niñas y un niño. Tú llegarás a ver a los
bisnietos de ellos. Los acecha un gran peligro, la abundancia. Debes
protegerlos de ella, pues sus caminos pueden tornarse muy difusos.
Mary estaba azorada, era verdad todo lo que decía esa señora.
En tanto Juan también escuchaba con atención, pero no sin cierto
escepticismo.
-Ahora tú, guapo -repitió la quiromántica -dame tu mano que es
gratis. Juan era muy desconfiado con esta clase de personas,
especialmente por haber sido militar, pues entre las anécdotas que
deben escuchar los aspirantes de esa fuerza, son las de las estafas
cometidas por gitanos, más allá de que fueran ciertas o no. Los
militares siempre exageran cuando cuentan sus anécdotas. Pero ante
la mirada suplicante de su mujer, accedió.
-Tú ya tienes una hija, es hija de tu sangre y comparte tu mesa
aunque tú no lo sabes. Y los dos que se alejaron no son de tu sangre.
Los que vendrán serán tu felicidad verdadera, pero la que tú no
reconoces será la que siga tus pasos, y te amará más que a su vida
misma -afirmó la mujer.
Ambos estaban absortos tratando de comprender lo que había
dicho la mujer del colorido atuendo. Cuando de pronto ella puso su
mano sobre la cabeza de Juan.
-Eres un buen hombre, y ahora tienes una gran fortuna, es
tuya, tómala, pero no cambies el oro por los amigos de tu mesa
-continuó la gitana -recuerda que un poco de oro es necesario, pero los
amigos con quienes compartes, son los que hacen que el oro tenga
sentido.
Dicho esto, la misteriosa mujer se fue. Los futuros esposos
habían quedado como petrificados tratando de asimilar todo lo que
habían escuchado. Obviamente la gitana no podía haber sabido lo del
embarazo de trillizos, tampoco lo de la incipiente fortuna de Juan, por
ende, alguna clase de percepción debe tener. Aunque de ser así, era
desconcertante todo lo que había dicho acerca de los hijos.
Mary se ubicó a la derecha de su amado abrazándolo, y con su
mano derecha agarraba la cartera marrón que le colgaba del hombro.
Él también la abrazó, y así, en silencio, comenzaron a caminar,
pensativos.
Juan sentía que la cabeza le iba a estallar, era demasiada
información para un este día. Si bien la mayoría de las noticias
recibidas eran buenas, de todos modos era mucho, y más aún si
tenemos en cuenta que él acababa de salir del infierno.
-¿Qué piensas? -preguntó ella -¿Estás bien?
Su hombre no estaba bien, toda la dureza que había mostrado
durante esos meses de angustia se estaba al fin desmoronando, como
los castillos de arena que los niños construyen en la playa al ser
erosionados por el agua. De a poco, la máscara de hombre duro e
impenetrable comenzaba a agrietarse. Juan siempre había cuidado de
sí mismo, nunca había podido relajarse demasiado confiando en que
otros pelearían sus batallas, porque sencillamente esos otros no
estaban.
Su madre había hecho todo lo que había podido, pero había
cosas que escapaban a sus posibilidades; lo mismo sus abuelos, que
fallecieron cuando él comenzó a enfrentarse a la vida. Pero ahora,
ahora todo era diferente, tenía una mujer que peleaba por él con la
fiereza de una leona, por otra parte estaba su padre, un padre
poderoso que evidentemente lo amaba, y se lo estaba demostrando. Un
padre que podía mover montañas con este un chasquido de sus dedos.
Todo se configuraba de tal modo que él sintió que le era posible
relajarse. Por primera vez en su vida sintió que podía darse el lujo de
ser débil, pues alguien lo iba a cuidar.
-Vamos a sentarnos en el césped -pidió él.
Ella hizo lo que le pedía, y en cuanto estuvieron sobre el suelo,
la abrazó y comenzó a llorar. Lloró de tristeza, lloró de alegría, lloró por
las angustias pasadas y también lloró de emoción por el futuro.
Ella lo abrazó con el mismo amor con que una madre abraza a
su hijo pequeño. Sus dedos dibujaban figuras incomprensibles sobre
los cabellos de él.
Cuando Juan terminó de llorar, ella sorbió de a una sus
lágrimas, con sus labios, con todo el amor que le tenía. Tal como él
había hecho antes.
Si bien a Mary le dolía verlo así, de algún modo se sentía feliz de
poder contenerlo en ese momento de angustia, demostrándole así su
agradecimiento por todas las veces que él la contuvo.
En unos minutos Juan se calmó, y reanudaron la marcha. Eran
alrededor de las once de la mañana, el sol brillaba con furia en lo alto
del cielo, Eolo soplaba tímidamente, pero lo suficiente para disipar el
calor que acosaba a los mortales. El verde del césped, los árboles, las
pícaras ardillas que roían descaradamente todo lo que encontraban y
algún que otro perro que pasaba por el lugar. Todo eso era la
naturaleza, y era cuanto Juan necesitaba para relajarse.
Seguían caminando plácidamente, bajo la sombra de los
árboles, Mary seguía tomada de su brazo, como si temiera perderlo. Lo
miraba casi con devoción.
-¿Puedo preguntar en qué piensas? -dijo ella muy dulcemente.
-En lo que dijo la gitana -respondió él -respecto de los hijos.
Tengo algunas ideas dando vueltas en mi cabeza.
Él recordaba algunas dudas que había tenido acerca de su
paternidad en el caso de sus dos hijos, o al menos los que legalmente
estaban anotados con su apellido. Este comenzó a pensar en esto
cuando salieron a la luz todas las infidelidades de su ex mujer.
También trataba de entender qué había querido decir con “la que
comparte tu mesa pero tú no lo sabes”.
-¿Quién pensás que puede ser “la que comparte mi mesa pero
que yo no la reconozco”? -preguntó a su mujer -¿La escuchaste?
-Es raro -respondió ella -podrían ser Camila, Jazmín… creo que
nadie más.
-Camila seguro que no, yo nunca conocí a su madre -respondió
Juan.
-¿Conocías a la madre de Jazmín? -preguntó Mary. Él respondió
que no, pero que de todos modos, al no saber nada de esa chica,
tampoco podía asegurar que no fuese alguna de las mujeres que había
conocido íntimamente.
El tema lo ponía un poco tenso, y de todos modos, si era o no
hija biológica, se tornaba intrascendente, pues era evidente el cariño
que ambos se tenían. Unos papeles no harían que él la quisiera más o
menos. Además, era altamente improbable.
Veían algunos botes grandes, incluso yates de gran tamaño que
navegaban por el río, a él siempre le había gustado la navegación, el
agua y los barcos. Cuando era chico, soñaba con ser marinero, quería
ir muy lejos, para encontrar a su padre.
María Juana, siempre que él le preguntaba dónde estaba su
padre, le decía que vivía muy lejos, al otro lado del mar. Un verano,
cuando Juan tenía ocho años de edad, fueron a Mar del Plata de
vacaciones. Lo primero que hizo, fue tratar de ver al otro lado del
océano para tratar de divisar a su progenitor. En un momento en que
había desaparecido, lo encontraron parado sobre la cabeza de uno de
los lobos de cemento que están en la rambla, mirando el horizonte.
Ahora tenía la posibilidad de comprarse un enorme yate y
recorrer el mundo para buscar a su padre. El detalle era que no lo
necesitaba, porque su padre había venido a buscarlo a él.
Todas las cosas buenas que le estaban pasando eran gracias a
Mary. Si ella no hubiera estado, él no habría conocido a Jacques, y su
madre tampoco. Si no la hubiera tenido a su lado, era muy probable
que hubiese fallecido en la prisión. ¡Tenía mucha suerte de haberla
encontrado esa noche en la terminal!
De todos modos, comenzó a pensar en la posibilidad de comprar
un yate, todavía no sabía navegar, pero para eso estaba su mujer, que
ya había demostrado sus habilidades náuticas aquel domingo en el
barco de su padre. Además tenía tiempo para hacer un curso de
timonel en la prefectura.
-¿Qué te parece si compramos un yate? -preguntó él -¿Irías a
navegar conmigo?
-Por supuesto que iría -respondió ella casi con enojo -Sabes que
contigo iría hasta el fin del mundo.
-Ya sé, te pregunté porque estás embarazada -dijo Juan
riéndose.
-¿Por qué los hombres confunden embarazada con enferma?
-replicó Mary mientras le hacía cosquillas en la panza.
Juan se rió mucho, por las cosquillas y porque se estaba
sintiendo bien. El aire del río le estaba lavando el alma. Estaba
sacando de su mente todos esos malos recuerdos adquiridos en los
últimos meses.
De pronto se detuvo, tomó a Mary de los hombros y la besó con
la misma intensidad con que un náufrago se aferra a la orilla. Luego de
un minuto dejó de besarla, la miró y le preguntó si realmente se quería
casar con él.
-¡Si por favor, es lo que más quiero en mi vida! -respondió la
joven.
De pronto, sus ojos se nublaron, perdieron el esplendor que
habían tenido minutos antes. Algo le preocupaba, sentía que debía
quitarse el séptimo velo. Es difícil, casi imposible. Mary seguía con su
postura de no tener secretos de ninguna índole con su hombre, así lo
había decidido, y hasta ahora le había dado buenos resultados. Pero el
último velo era el más difícil de todos, el que cubre y oculta nuestros
deseos más íntimos, nuestras miserias. En ese rincón de nuestra alma
generalmente nadie accede. Las personas ocultan esas cosas a sus
parejas, supuestamente para protegerlas, para que no se dañen con
sus ideas y sentimientos inmorales. Con sus zonas erróneas.
-Me falta contarte algo antes de ser tu esposa -dijo ella -no
quiero tener el menor secreto contigo.
-Escucho -respondió Juan.
-Yo he tenido y tengo a veces fantasías sexuales un tanto
inmorales, con otros hombres, pienso que algún día puedo sentir la
necesidad de llevarlas a cabo -finalizó Mary.
Juan sonrió, a veces quedaba deslumbrado con la inteligencia
de su mujer, y otras comprobaba que tenía la ingenuidad de una niña.
Le explicó que la gente siempre tiene fantasías, tanto hombres como
mujeres, y que incluso algunas las llevan a cabo. Eso no los hace
malas personas. Juan pensaba que la exclusividad sexual estaba
sobrevaluada en estos días, que ya no era tan necesaria. Había sido
muy importante hasta antes de que existieran los métodos
anticonceptivos y los exámenes de ADN, pues en el caso de que una
mujer quedase embarazada al tiempo en que tenía relaciones sexuales
con dos o más hombres, hubiera sido casi imposible determinar con
exactitud quién era el padre de ese niño. Se conocen casos de esposos
que casi han enloquecido al no estar seguros de que quien parecía ser
su hijo realmente lo fuera. Esto cuando la esposa había sido infiel.
Igual para las mujeres cuando se decía que su cónyuge tuvo un hijo en
alguna relación clandestina. Además no existía el divorcio.
Hoy en día, aunque una mujer tenga relaciones con diez
hombres en simultáneo, si queda embarazada, puede determinarse con
exactitud quien es el padre. Por ende, a nadie puede “enchufársele” un
hijo de otro.
Otro punto es que los métodos anticonceptivos están al alcance
de cualquier persona, incluso en forma gratuita.
Todo esto se lo explicó a Mary, quien lo miraba con los ojos muy
abiertos y le costaba creer lo que escuchaba.
-¿Entonces no soy una perra por sentir estas cosas? -preguntó
ella.
-¡Claro que no! -respondió él con su mejor sonrisa -sos una
mujer, para mi sos perfecta.
Ella no hizo nada, no se rió, no habló, no se movió, ni siquiera
pestañeó. Lo miraba con una expresión que variaba entre el
encantamiento y la admiración.
-Yo pienso igual que tú al respecto del sexo y las relaciones de
pareja, pero nunca me atreví a decírselo a nadie por temor a lo que
pudieran pensar -dijo ella -el sueño de mi vida era encontrar un
hombre como tú. No debo soñar más, mi sueño ya se hizo realidad.
Lo abrazó, muy fuerte. Muy fuerte. No estaba abrazando a un
hombre, estaba atrapando un sueño. Todo lo que siempre soñó estaba
allí, metido en un ser humano. Alguien que la escuchara sin juzgarla,
que pudiera entender las cosas que sentía como mujer. Un hombre que
la calmara y la contuviera mientras ella le contaba esas cosas terribles
que le pasaron en su infancia.
Mary estaba convencida de que sexo y amor pueden separarse.
Puede y de hecho hay sexo con amor cuando uno encuentra a una
persona especial. Pero cuando una relación perdura en el tiempo y
después de muchos años ya no hay fuego ni pasión, un buen gesto de
compañerismo y amor sería ayudar al otro a cumplir sus fantasías,
pensaba ella. Creía que un rato de cama con una persona extraña
podía equipararse a una sesión de masajes en donde un masajista que
uno no conoce le toca todo el cuerpo, y eso está socialmente aceptado.
También estaba segura de que según ha evolucionado la sociedad
hasta ahora, en unos veinte años más, será algo natural que una
esposa tenga un permiso de vez en cuando para ir con sus amigas a un
cabaret para damas en donde los “strippers” hicieran algo más que
mostrar, y que luego, ya relajadas, volvieran a sus hogares a seguir
cuidando a sus hijos y amando a sus esposos.
Si no en veinte, sería en treinta años, y estaba segura de que
sería testigo de esta evolución social. Existía en ella la pétrea
convicción de que esta sería la nueva forma en que se comportarían los
matrimonios y así evitarían el hastío, que es lo que provoca los
divorcios. Comer siempre lo mismo cansa, aunque sea caviar.
-Te prometo que siempre voy a escuchar y entender todo lo que
me digas, pero con una condición, nunca me ocultes nada -dijo él.
-Te prometo contarte mis sueños, ideas y pensamientos, todos
los días, sin excepción -respondió ella.
Mary seguía usando el cabello rubio, y era probable que lo usara
un tiempo más, hasta que terminara de ahuyentar a los fantasmas del
pasado. De vez en cuando se ponía los lentes de contacto celestes.
Había subido unos dos o tres kilos de peso desde aquella noche en que
Juan la encontró. Esto le sentaba bien a su imagen, realzaba
discretamente sus curvas.
-¿Te sentís bien? -preguntó él –Digo, por el embarazo. ¿No estás
mareada o algo así?
-Estoy muy bien gracias -dijo Mary -pero pronto me voy a poner
gorda… y fea.
Juan solamente sonrió y la besó. Estaba enamorado de verdad,
y por más que ella engordara como una ballena, le seguiría pareciendo
hermosa.
Caminaron un rato más, hasta que llegaron a la entrada del
nuevo barrio de casas quinta en donde su padre le había comprado
una de las mejores unidades habitacionales del lugar.
Él miraba el lugar con el aplomo de un soldado que viene de la
guerra. Veía la ancha calle principal que llevaba directo a la garita de
vigilancia. Eso le sorprendió, pues no sabía que el sitio tenía seguridad
privada.
En dos o tres minutos llegaron al puesto de control en la
entrada, allí lo recibió un guardia que muy atentamente le dio la
bienvenida. Jacques les había dejado una foto de Juan para que los
guardias lo reconocieran inmediatamente y así le franquearan la
entrada sin demoras. Además también reconocieron a la bella rubia
que lo acompañaba. Nadie que viera de cerca a esa mujer podía
olvidarla. Lo trataron como a un rey, se deshacían en atenciones. Las
bondades de ser un nuevo rico.
Su casa era la número diecisiete. Algunas personas detestan ese
número, pues en la jerga del juego significa la desgracia, pero para
Juan, ese era el número de la suerte.
Cuando estaban llegando, Mary sacó de su bolso un llavero y se
lo dio a él. Era el primer objeto material que recibía desde que comenzó
esta nueva etapa de su vida, desde que la pesadilla terminó y salió del
infierno, o de la cárcel, como se lo quiera llamar.
Ese llavero pasaría a tener un simbolismo muy fuerte, era el
recordatorio de todo lo bueno que llegó después de todo lo malo. Tomó
la llave más grande y la introdujo en la cerradura, giró las dos vueltas,
y antes de apretar el picaporte, le pidió a su mujer que juntaran las
manos y abrieran la puerta ambos, como símbolo de que estaban
empezando esto juntos, y como cábala para que el futuro continuara
de ese modo.
La puerta se abrió, él quedó absorto durante algunos segundos,
el lujo que encerraba aquella estructura edilicia era muy poco
frecuente. El primer ambiente era sencillamente enorme, tendría unos
diez metros de ancho por otros tantos de largo. También le asombró la
altura en que se encontraba el techo, aproximadamente unos cuatro
metros. En uno de los lados había un enorme ventanal de un este paño
de vidrio que tendría fácilmente unos cuatro metros de ancho. Daba a
una piscina olímpica que distaba unos diez metros. En el lado opuesto
había un hogar a leña, algo que él siempre había querido tener pero
nunca había podido lograr. Los muebles eran de roble puro, y a simple
vista se veían macizos. En el armario principal se observaba una
generosa colección de cristalería de calidad. Los pisos eran de madera
lustrada.
Ambos observaban en silencio. En realidad era él quien
contemplaba el lugar, Mary lo contemplaba a él, estaba acostumbrada
al lujo desde que nació, de modo que le resultaba natural. Pero
disfrutaba contemplar los ojos de su hombre.
De pronto los ojos de Juan se pusieron muy brillosos, y ella se
dio cuenta de que algo fuerte le pasaba por dentro.
-Me cuesta creer que hagan todo esto por mí. - dijo él -¿Por qué
el destino me elige a mí para darme tanto?
-¿Recuerdas esa tarde en que dos niños lloraban porque la
madre no podía comprarles un helado y tú se los compraste? -dijo
Mary -Pues Dios lo recuerda.
Juan la miraba en silencio, tenía la expresión serena de un
monje tibetano.
-¿Recuerdas cuánto trabajaste para hacer la fundación y darle a
aquellas familias una vida digna? -reiteró ella -Pues también Dios
recuerda eso. -Y esa noche que me encontraste abandonada en la calle,
y habiendo podido abusar de la situación te portaste como el más
noble caballero.
Él la miró y no dijo nada, suponía que su mujer tenía razón,
pero aun así no se consideraba ningún héroe y nunca pensó que
mereciera un premio por las cosas buenas que hacía. Este las hacía
porque quería.
Se tomaron de la mano y comenzaron a internarse en la
mansión, recorrieron los ocho dormitorios, todos con baño privado, el
comedor, que por las dimensiones le recordó el casino de suboficiales
del ejército, la enorme cocina y el “play room” que quizás superaba en
tamaño al ambiente de la entrada.
Después salieron hacia la piscina. Era de dimensiones
olímpicas. Fue entonces que Juan tuvo una idea, le pidió a su doncella
que tomara asiento en una de las sillas de jardín que había en el lugar,
se sentó frente a ella y le pidió que pusiera uno de sus pies sobre las
rodillas de él, le quitó el zapato y comenzó a masajearle los pies.
Mary sintió una sensación de éxtasis que nunca había
experimentado. Nunca le habían dado masajes de pies.
Por alguna extraña razón, las mujeres se deleitan con ello
sintiendo un placer que, a pesar de ser sui géneris, podría equipararse
a una torta de crema y chocolate, un buen orgasmo, o una cartera de
cuero nueva.
Le pidió alguna crema que tuviera en su cartera para hidratar
mejor el lugar. Masajeaba diligentemente con los pulgares, ejerciendo
mayor presión en determinados lugares. Por momentos, ella emitía
unos sonidos, como quejidos, o gemidos, pero eran este
manifestaciones de placer.
Estaban debajo de una generosa sombrilla, pues el sol del
mediodía lanzaba sus rayos calcinantes que se clavaban sobre las
cosas, cual flechas lanzadas por diestros arqueros.
El masajista repitió su tarea en el otro pié, se replicaron los
quejidos, o gemidos, o lo que fuere, pero que indicaba la reiteración del
éxtasis.
Pasó un rato, terminaron los masajes, ella le hizo prometer que
cuando estuviera redonda como un pez globo, le seguiría haciendo
masajes. Él juró solemnemente hacerlo.
Querían saber la hora, pero ninguno de los dos tenía reloj, Mary
le aconsejó que fuera a buscar en la mesita de luz de su dormitorio,
fue, y allí encontró un fino reloj de oro bastante antiguo con una nota.
-"…Querido hijo, este reloj es tuyo desde hoy, es suizo, del año
mil novecientos cincuenta y dos, una verdadera pieza de colección. Su
precisión es inigualable. También es muy costoso, pero eso no es tan
importante ahora, lo que importa es la historia que él tiene: me lo
regaló un amigo cuando fundé mi primera empresa. Cuando me lo
puse, me di cuenta de que mi vida ya no era la misma, en el futuro
todo sería mucho mejor. Hoy quiero que te lo pongas, y quizás puedas
sentir lo mismo, o algo parecido, pues si lees esta nota es porque ya
estás en tu nueva mansión. Quiero compensarte por todos los años que
estuve ausente y darte todo lo que te mereces, porque eres un buen
hombre, y lo que es aun mejor: eres mi hijo.
-Te ofrezco mi apellido si es que quieres usarlo, pero respetaré
tu decisión si deseas no hacerlo. La vida me ha regalado las dos cosas
más maravillosas que un hombre puede tener, una buena mujer, y un
buen hijo. Amo a tu madre, y si tú no te opones, desearía casarme con
ella. Por eso nunca formé una familia, porque me enamoré de esa
mujer perdidamente el día que la conocí, y nunca encontré otra que
pudiera comparársele. Siempre anhelé tener un hijo como tú. Te amo.
Tu padre. Jacques…"
Juan se había sentado sobre la cama para leer la nota, Mary lo
había dejado este porque supuso que necesitaba privacidad. Cuando
volvió, lo encontró lagrimeando de emoción. No le dijo nada, este se
sentó a su lado y lo tomó de la mano para que supiera que podía
contar con ella.
Él estaba un poco desorientado, el trauma del pasado inmediato
era fuerte, pero lo superaría, podría hacerlo con ella.
Siguieron recorriendo la casa, aún faltaban los garajes. Salieron
por una puerta trasera y allí estaba Diana.
Era imposible establecer quién estaba más emocionado, si el
dueño o la mascota. Diana saltaba de alegría mientras aullaba, ladraba
y se orinaba de a poquito por la emoción.
Juan se arrojó al suelo, la abrazó y ambos terminaron acostados
revolcándose en el piso. Ella le lamía la cara mientras Juan le hablaba
como si se tratase de una persona, preguntándole si lo había extrañado
y como la habían tratado.
En realidad, Juan estaba seguro de que Diana entendía cuando
él le hablaba, afirmaba que ella podía comprender el significado de las
palabras. Lo único que no podía hacer era hablar con el lenguaje
humano.
Como prueba de esto, él contaba una anécdota: cuando Diana
era cachorrita, si veía la puerta del cuarto abierta y Juan estaba en la
cama, entraba, subía de un salto y comenzaba a desordenar con la
boca todas las frazadas. Las tomaba y las revolcaba sin piedad. Un día
que Juan tenía un dolor fuerte en el pecho y hacía reposo por orden
médica, Diana entró para hacer desorden como siempre, pero al subir
a la cama, miró a Juan a los ojos y se quedó dura, no hizo ningún lío,
sino que se echó a su lado, apoyó su cabeza sobre el pecho de su amo y
se quedó muy quieta en esa posición durante horas. Cada tanto alzaba
la mirada y lo veía directamente a los ojos. Evidentemente, por algún
detalle se dio cuenta de que Juan no se sentía bien y obró en
consecuencia. Él afirma que ella entiende todo y aun más que los seres
humanos.
Así estuvieron unos minutos, y cuando Juan se paró y siguió
caminando, ella comenzó a correr en círculos alrededor de él al tiempo
que seguía aullando y ladrando. Estaba fuertemente emocionada.
Del brazo de Mary llegó a la primera de las tres cocheras que
componían el bloque, al abrir la puerta, vio allí una camioneta
exactamente igual a la suya, la que le habían embargado y ahora
estaba en el depósito judicial. Le explicó que Jacques le había
comprado una mucho más lujosa, la que ahora estaba guardada en
otro lado, pero ella creyó que después de tanto desarraigo en todos los
sentidos, pues lo único que no le habían quitado era su mujer y su
perra, necesitaba conectarse con cosas que le fueran familiares, para
sentirse un poco más seguro. Por ese motivo fue ella misma a una
agencia Ford acompañada por el contador de su futuro suegro, y eligió
una Ranger gris, doble tracción, exactamente igual a la que él tenía.
-¡Vamos, ponla en marcha, es tuya! -dijo Mary emocionada.
Si ella se había emocionado al darle la sorpresa, él no lo estaba
menos. Cada día sentía más admiración por su mujer, ella sabía
hacerlo todo, y bien.
-Tengo una idea -continuó ella -puedo preparar algo para comer,
almorzamos, y luego tú me llevas al barrio en el que hicimos con la
fundación. Creo que te hará bien ir a ese lugar conocido.
Juan aceptó la propuesta. Era una buena elección. Además,
llevarían a Diana, y por qué no, a Jazmín.
Mary había guardado en la heladera los ravioles caseros de
ricota que le había preparado la noche anterior, como también la salsa
que a él le gustaba. Este debía hervir el agua para cocinar la pasta y
calentar lentamente la salsa para que no se quemara.
En poco más de media hora, el almuerzo estaba servido. Diana
también tuvo un lugar en la cocina, le habían puesto su tazón de
plástico rojo en el piso, lleno de ravioles con salsa filetto. Al lado, otro
tazón con Coca Cola helada, su preferida.
Los tres almorzaron opíparamente, pero para completar el
pantagruélico banquete, era menester un buen postre, y qué mejor que
ese postre que Juan le había enseñado a hacer a su amada. El que
tiene bananas, pionono, chocolate, crema chantillí y otras cosas más.
Cuando terminó de comer, él se sintió un poco mejor, recordaba
la frase de su abuela, acerca de que la gente piensa mejor con la panza
llena.
Decidió salir a caminar este por el parque mientras Mary
ordenaba la cocina. Necesitaba encontrarse de nuevo a sí mismo. Debía
recuperar al hombre que había quedado en “stand by” el día en que lo
encarcelaron como a un delincuente.
Temía no volver a ser el mismo, pues antes confiaba en la
sociedad, pero ahora, después de ver que podían privar de su libertad a
cualquier ciudadano honesto por tan este una sospecha, tenía serias
dudas de sentirse seguro. De todos modos, la calma no tardó en llegar:
de pronto tocó al descuido el reloj de oro que le regaló su padre y
recordó que ya no era vulnerable. Al igual que Jacques el día que lo
usó por primera vez, Juan se dio cuenta de que ya su vida no sería la
misma… sería mucho mejor.
Estaba empezando a caer en su nueva realidad. A partir de
ahora no debía preocuparse más por el Estado, sino que el Estado
debía temerle a él. Si un Juez lo molestaba, este debía mandar al mejor
abogado de su padre al Consejo de la Magistratura con el maletín
adecuado y en breve, aquél ya no sería más Juez. ¡Ahora todo era más
fácil! ¿Por qué preocuparse? Con la fortuna que hoy poseía, podía
derrocar un gobierno si este le molestaba, ni qué hablar de un simple
funcionario.
Se sintió aliviado, sintió una gran similitud con esas películas
complacientes en las que el protagonista, que es bueno, es maltratado
y vapuleado durante una hora con cincuenta y cinco minutos, pero en
los últimos cinco, todo se da vuelta. Los malos empiezan a caer y los
buenos son reivindicados. Además, ya no hay nada que temer pues los
malos han sido desactivados para siempre.
Le habían dado la noticia hacía varias horas, pero este ahora
estaba entendiendo. Solamente debía temerle a Dios o a la muerte. A
nadie más.
Volvía a pensar en sus hijos, lo que había dicho la gitana. Aun
con las sospechas, no pediría un ADN, no le interesaba demasiado esta
cuestión. Estaba muy dolido por lo que le habían hecho en complicidad
con su madre, aunque no les deseaba nada malo. Este estaba seguro
de que no quería volver a verlos por el momento.
Había aprendido desde chico que no había que desear el mal a
nadie, pues en algún momento, este volvería.
Miró a su alrededor, el verde césped simulaba una alfombra por
su perfección, los pinos, simétricamente distribuidos, se asemejaban a
gigantes guardianes que custodiaban el lugar. Un arroyito cruzaba el
parque, sus aguas tenían la transparencia y la mansedumbre de la
buena gente. Las casas: modernas fortalezas para las clases
privilegiadas.
Ya no quiso pensar más, este quería ver a su mujer. La había
extrañado tanto durante estos meses, que todo tiempo le resultaba
poco para verla, tocarla, escucharla…
Al volver a la cocina encontró todo impecable, ella había
aprendido a limpiar con la velocidad de un rayo.
-Ven -dijo ella -me olvidé de mostrarte algo importante.
Lo llevó a un ambiente que antes habían pasado por alto, era la
biblioteca. Tenía una superficie de unos seis metros de largo por otros
tantos de ancho, alfombra de color borra-vino, todas las paredes
revestidas en madera y con amplias estanterías de roble. Los otros
muebles también se veían muy consistentes.
Ella lo llevó hasta lo que parecía ser un lugar más del
revestimiento de madera de la pared, pero en realidad era la tapa que
cubría una gran caja fuerte. Le enseñó la combinación, él la abrió, y se
llevó una enorme sorpresa. Había allí una colección de lapiceras de oro
macizo, relojes de las mejores marcas mundiales, de oro, platino,
titanio y diamantes, y billeteras de cuero de diferentes colores y estilos.
Pero además, había dinero en efectivo en pesos y dólares, y como
moneda europea: libras esterlinas, pues según su padre, desde la
recesión y el conflicto con los países pobres de Europa, no se podía
confiar en el Euro. Sumando todo el efectivo, quizás hubiera medio
millón de dólares.
-Es tuyo -dijo Mary -puedes tomar lo que quieras.
Él se quedó un rato contemplando; allí había más dinero y
valores de lo que él podía siquiera imaginar. Pensaba qué bien le
hubiera venido esto en su adolescencia, cuando estudiaba y trabajaba,
y algunas veces se perdió de conquistar a alguna chica porque no tenía
dinero para el hotel. Entonces envidiaba a los otros jóvenes que tenían
padres proveedores, que los mantenían. Seguramente, cuando se
enteraran todos aquellos a los que él envidiaba, lo iban a envidiar a él.
Estaba ido, como hipnotizado, hasta que Mary le habló. A ella
no le llamaba la atención el dinero, su abuelo, el dueño de los viñedos,
a veces le pedía que le ayudara a contar el efectivo de la caja fuerte. Un
día contaron más de cinco millones de dólares y luego los volvieron a
guardar. Al día siguiente lo llevaron en una mochila para comprar un
nuevo helicóptero.
-¿Te sientes bien? -dijo ella preocupada.
-Traé tu cartera -dijo él.
Ella no entendió bien, pero como él la miró serio, decidió
obedecer. Volvió con su cartera marrón y se paró frente a Juan, quien
tomó varios fajos de billetes y se los puso dentro.
-¡Pero Juan! ¿Qué estás haciendo? -dijo ella asombrada -no lo
necesito.
-¿Vas a rechazar un regalo mío? -preguntó él preocupado.
Ella pensó decirle la verdad, decirle que no necesitaba más
dinero que el que ya tenía, que siempre tuvo mucho y nunca le había
servido para nada. Que todo lo que necesitaba era que él la amara.
Pero de pronto se dio cuenta, por suerte a tiempo, que él necesitaba
creerse útil. Después de haberse sentido como un inválido durante casi
un año, en el que ella había tenido que comprarle remedios, comida y
mantenerlo como a un niño, ahora él necesitaba sentirse hombre,
proveedor y protector. Para él, una forma de proteger a su mujer, y por
qué no, de demostrarle su cariño, era dándole dinero para que nada le
faltara.
Con los reflejos que la caracterizaban, ella aceptó el presente.
-Bueno, ahora que lo pienso -dijo -estaba deseando cambiar mi
auto por uno un tanto más grande, pues cuando mi panza empiece a
crecer, no voy a entrar en el 147.
Lo besó y le agradeció. Él comenzó a sentirse el hombre de la
casa una vez más.
Juan tomó una billetera de cuero de cocodrilo, la llenó con
pesos y algunos dólares y cerró la caja fuerte. Mary le dijo que sería
prudente cambiar la clave de la caja pues la que tenía la había puesto
la empresa de seguridad, y ellos mismos recomendaban hacerlo. Se
trataba de una moderna caja de acero con titanio, resistente a
cualquier cosa, y ya no se usaban esas viejas perillas giratorias que se
veían en las series del siglo XX, sino que tenían cerradura electrónica,
la cual puede modificarse infinidad de veces por el usuario.
Juan le pidió que lo hiciera ella cuando tuviera tiempo, pues no
creía que hubiese peligro por el momento, y además porque no sabía
hacerlo. Él pensó que al hacer esto, le estaba demostrando a ella la
confianza que le tenía.
Ambos se decían pequeñas mentiritas piadosas, o se
manipulaban de algún modo, pero solamente con la intención de
hacerse el bien. Quizás esto derrumbara la teoría de Mary acerca de
que no es bueno tener ninguna clase de secreto con la persona amada,
ni siquiera el más pequeño.
Ya eran alrededor de las tres de la tarde; salieron, el sol brillaba
en el cielo con la furia de un león embravecido y el asfalto ardía, pero
dentro de la camioneta con aire acondicionado, nada de esto
importaba.
Fueron a la casa central del negocio de Mary. En un principio,
este había sido su único local. Con él empezó a hacer dinero vendiendo
panificados, pastas caseras amasadas a la vista del público, postres y
dulces caseros. En las primeras semanas, trabajaba ella misma en la
elaboración de los productos, con la ayuda de Camila y de una señora,
a quien había tomado como empleada. En un mes, ya había
incorporado cinco empleadas más, y estaba instalando su sucursal
número uno. En la actualidad, meses después del inicio, tenía cinco
sucursales, tres en la misma ciudad, y dos en ciudades vecinas.
Tenía bastante dinero ahorrado y guardado en lugar seguro,
pero andaba en un auto viejo y no se compraba ropas caras, o cosas
lujosas. El dinero ahorrado lo reservaba para comprar el viñedo de
Jacques.
Había estado tan ocupada con los problemas de Juan, que debió
postergar sus propios sueños. Él lo sabía, y se sentía un poco culpable,
pero a ella no le importaba en absoluto. Ese es uno de los aspectos
maravillosos de las mujeres, pueden ocuparse de varias cosas a la vez,
y hacerlas todas bien.
Luego de veinte minutos de marcha, llegaron al negocio. Allí
estaba Jazmín, quien extrañaba muchísimo a su papá postizo. Alguna
que otra vez, Mary la llevaba a la cárcel para que lo viera, pero él
mismo le decía que no era un buen lugar para llevar a una niña.
Bajaron del vehículo. Él lo hizo primero para abrirle la puerta y
ayudarle a descender, ella volvió a sentirse una princesa. Su príncipe
salvador había vuelto, y ya no se iría, esa era la mejor noticia del
mundo.
La tomó de la mano y así, como adolescentes enamorados,
caminaron hasta la puerta.
Era un enorme local de comercio, y habían implementado la
técnica del horario corrido porque la afluencia de clientes era
permanente, aunque en ese preciso momento, el negocio estaba vacío.
Jazmín jugaba con una muñeca sentada sobre una sillita de juguete
cerca de la puerta, bajo la vigilancia de la encargada del local. Cuando
Juan abrió la puerta, la nena no reaccionó, pues entraban todo el día
los clientes, y pensó que sería uno de ellos.
El hombre entró de la mano de su mujer, y al verla se quedó
mudo, no le era posible emitir ningún sonido. Mary se dio cuenta, y la
llamó.
-Vení que vino papá -le dijo a la pequeña.
La niña pareció sobresaltarse al escuchar la palabra papá. De
pronto tiró la muñeca al suelo, se paró y comenzó a gritar.
-¡Papá, papá! - gritaba con los chillidos agudos propios de su
edad -¡Papá!
Inmediatamente salió corriendo hacia él, mientras este se
agachaba para abrazarla.
Jazmín tenía puesto un vestidito blanco lleno de volados que
Mary había confeccionado con sus propias manos. Sí, también había
aprendido a cortar moldes y coser ropas. Lo había hecho especialmente
para esta ocasión. Con él, la pequeña parecía una princesita.
Ella corría para atravesar los escasos metros que los separaban,
Juan seguía mudo por la emoción. Finalmente ella llegó, lo abrazó, lo
apretó y lo estrujó. Lo tocaba, lo nombraba, le acariciaba el rostro,
como para convencerse de que era él de verdad.
Juan la abrazaba con todo el amor que un padre puede sentir
por su criatura, y se alegró de que ya no tendría que dejar de verla.
Aunque no fuera su hija biológica, la sentía como propia, y como tal la
había extrañado todos estos meses, quizás por eso lloró mientras la
abrazaba.
Así estuvieron, hombre y niña durante un rato mirándose y
abrazándose, hasta que él empezó a sentirse incómodo y se paró,
cargándola en sus brazos.
En pocos minutos más, partieron hacia el barrio hecho por la
Fundación Socializar, allá donde habían encontrado a Jazmín y a todas
aquellas personas tan necesitadas de todo.
Juan manejaba y Mary llevaba a la pequeña en sus brazos,
nadie hablaba, pero todos se sentían felices. De vez en cuando él
miraba a su pequeña y a su futura esposa, la cual le devolvía una
sonrisa y estiraba la trompita para mandarle un beso. Parecía que no
pudiese haber felicidad mayor, pero conocidos son los poderes del
destino. Además, este es como un niño petulante, le gusta
vanagloriarse, y cuando la lógica dice: "… esto ya es perfecto, estas
personas alcanzaron la felicidad absoluta, ya no puede ser mejor…" el
caprichoso destino, tan este para vanagloriarse responde: "yo puedo
mejorarlo". Seguramente esto explicará lo ocurrido a continuación.
Media hora después, llegaron al nuevo barrio. Costaba creer que
un año y medio atrás era como una villa de emergencia, y hoy parecía
casi un consorcio de profesionales exitosos. Los prolijos chalets ya
empezaban a ocultarse detrás de los árboles ornamentales plantados
personalmente por Juan. Habían puesto casuarinas, abetos, y otras
coníferas similares. También habían crecido muchísimo los cercos de
ligustrina que pusieron al frente de los jardines de las casas. Habían
decidido hacer un modelo habitacional de poco cemento, este lo
imprescindible. Por el contrario, lo que debía abundar era la
forestación. Los habitantes de las casas habían firmado un
compromiso de mantener siempre vivos los árboles que se plantaron, y
de agregar más aún, si ello les fuera posible.
Juan entró lentamente por la calle interna que recorre el
complejo, y estacionó frente a la casa de la señora con la que hablaron
por primera vez, la que les contó la historia de Jazmín.
Alicia, tal como se llamaba ella, en cuanto los vio llegar salió a
recibirlos. Todos allí sentían una especie de adoración por Mary y por
Juan, eran como una suerte de dioses que los habían sacado de las
chozas inhumanas en donde vivían para darles una vida decente.
Cuando Mary bajó con la nena, luego de que Juan le abriera la
puerta, Alicia no podía creer lo que veía, Jazmín medía por lo menos
veinticinco centímetros más de altura, tenía el cabello más claro, y los
ojitos se le estaban poniendo verdes.
La nena todavía la reconocía, era la mujer que la había cuidado
tantas veces cuando estaba allí. Alicia la alzó y comenzó a besarla, la
nena la abrazaba y le acariciaba el cabello y el rostro.
Enseguida la mujer los invitó a pasar y fueron directamente al
comedor, pues era el único ambiente que tenía aire acondicionado.
La casa estaba muy bien cuidada, los confortables sillones
marrones de cuerina invitaban a sentarse. Estuvieron un largo rato
hablando de cuestiones personales, la mujer le expresó a Juan su
alegría de que hubiera salido de aquel lugar tan horrible, y que siempre
le iban a estar agradecidos a los dos por la obra realizada.
De pronto, la dueña de casa hizo el gesto de que acababa de
recordar algo, les comentó que en la casita en donde había vivido
Jazmín con sus padres, habían encontrado algunas cosas que
pertenecieron a la madre de la nena, les preguntó si querían llevarlas,
la feliz pareja dijo que sí, y la señora fue a su cuarto a buscarlas.
Volvió con unas bolsitas de plástico llenas de fotos, papeles, y algunas
pocas ropas. Todo de la difunta mujer.
Con la curiosidad que caracteriza a las mujeres, Mary abrió y
comenzó a mirar. Estaban los documentos, algunas cartas de los
parientes que tenía en Misiones, una blusa celeste muy escotada, y
unas fotos.
-Esta era la chica -dijo Alicia -era muy linda. Ahora, hay algo
que yo les quería contar, pero no quiero que escuche la nena.
Enseguida llamó a su hija mayor, que estaba en su cuarto
estudiando, y le pidió que llevara a la pequeña a otro lugar por un rato.
Hecho esto, comenzó a relatarles.
-En realidad el muchacho que mató a esta chica, no era el padre
de la nena -decía la dueña de casa -justamente cuando se enteró de
que la niña no era de él fue que se enojó y la quiso matar.
Juan la escuchaba muy atentamente, Mary estaba atenta, pero
distendida, y ambos al mismo tiempo estaban teniendo una sensación
extraña.
-Esta chica había venido de Misiones -continuó Alicia -quería
trabajar en una casa de familia, pero terminó en un cabaret, ese que
está en la curva de la ruta.
-¿Cómo se llamaba? -preguntó Mary.
-Graciela -respondió la mujer.
Juan estaba muy serio, esos datos le traían recuerdos de una
noche de borrachera con sus ex compañeros del ejército hacía tres
años más o menos.
-¿Me pasás las fotos? -le dijo a Mary.
Al verlas, Juan quedó pasmado, recordaba perfectamente esos
ojos, y ese busto tan generoso, esa chica sabía cómo hacer que los
hombres no la olvidaran.
-Juan, Juan. ¡Juan! -lo llamaba su mujer -¿Te sientes bien?
Él no la escuchaba, estaba demasiado compenetrado con las
imágenes de las fotos. Había conocido a la madre de la niña.
Mary se paró y fue hasta su lado, se arrodilló y lo miró a los
ojos.
-Mi amor. ¿Te sientes bien? -preguntó mientras le acariciaba el
cabello -Estás pálido.
-Sí, estoy bien -respondió él -pero tenemos que hablar de algo.
Tenemos que ir a casa.
Pidieron disculpas a la señora por la brevedad de la visita, y se
retiraron junto con su pequeña.
Juan tomó a la nena y la abrazó más fuerte que nunca, por
primera vez la notó parecida a la imagen que le devolvía el espejo.
Podía ser una sumatoria de casualidades, pero su mujer insistía
en que las casualidades no existen, que todo pasa por algo y que los
hechos aparentemente fortuitos, en realidad son conexos entre sí,
provocados por una fuerza invisible llamada destino, Dios, fuerza
cósmica, o algo parecido.
Jacques, que resultó ser su padre, le comentó que su difunta
madre tenía los ojos exactamente iguales que esta niña, que cambian
de color según el tiempo. El conoció a la madre de la pequeña y tuvo
relaciones sexuales con ella en una noche de juerga. Esta última
cuestión ocurrió aproximadamente en la fecha en que esta criatura fue
engendrada en el vientre materno. Su madre sostuvo que la niña se
parecía a él, y se confirmó, según Alicia, que la nena no era hija del
marido de su madre. Debía explicarle todo esto a Mary, ella le daría
una opinión acertada.
Subieron a la camioneta, pero cuando estaban por partir, ella lo
detuvo. Le pidió que la dejara conducir, pues lo veía demasiado
obnubilado. Así, con Mary al volante, regresaron a su nueva mansión.
Él no quería hablar de estas cosas delante de la pequeña; sostenía que
los niños entienden todo aunque no lo puedan demostrar, y no era
bueno lo que tenía que contar sobre la madre de Jazmín.
Fueron al jardín trasero, allí estaba Diana, a quien le encantaba
jugar con la nena. Le dejaron una pelota de plástico para que la
arrojara o la pateara, y luego la perra iría a buscarla.
A unos diez metros, sentados en las sillas del jardín, Juan se
explayó. Le dijo a Mary que había conocido a la madre de la pequeña,
también le explicó dónde la había encontrado, y que había tenido sexo
con ella toda la noche, y que pensó que la chica se cuidaba, por eso no
usó protección. Además estaba muy borracho. Había sido en una
ocasión en que sus ex compañeros del regimiento de Junín, donde él
había prestado servicio, habían venido a visitarlo. Habían comido un
asado en la casa del campo, y luego, aprovechando que estaban todos
solteros y sin compromisos, habían ido al cabaret.
Graciela era una mujer hermosa, con unos ojos verdes que
mareaban a cualquier hombre, tenía un cuerpo escultural, cuya parte
más notable era un muy generoso busto, y sus cabellos rubios y
ondulados le daban un aspecto de princesa de cuento de hadas. Tal fue
el hechizo que produjo sobre este abogado, que él volvió a buscarla una
semana después, pero le comentaron las otras chicas que uno de los
clientes se la había llevado a vivir con él.
Cuando escuchaba el relato, Mary comenzó a emocionarse.
-¡Juan! -exclamó -¿Te das cuenta de que Jazmín podría ser tu
hija? Además no olvides lo que dijo la gitana: "… ya tienes una hija
que comparte tu mesa, aunque tú no lo sabes…" Recuerda que todo lo
que dijo de mi pasado era verdad, y no me conocía.
-¿No estás enojada por lo que te conté del cabaret? -preguntó él.
-No seas tonto -respondió ella besándolo -no me importa en
absoluto, además tú eres hombre, y puedes hacer esas cosas.
Como era de esperarse, la opinión de Mary fue que Jazmín podía
ser su hija biológica, que había grandes posibilidades, y que debían
hacerse un estudio de ADN con carácter de urgencia, para confirmar o
descartar el asunto. En realidad, ella estaba segura de que tenía que
serlo, pues de la forma en que se habían dado las cosas, esto era
evidente, el destino no podía estar perdiendo su tiempo al crear todas
estas situaciones para nada.
Actuando por instinto, Juan procedió en forma inmediata: tomó
la notebook de su mujer, se conectó a Internet, e inmediatamente
obtuvo un turno en un prestigioso laboratorio de análisis genéticos de
la capital, pues en su ciudad no existían tales adelantos.
Mary lo felicitó por la decisión tomada, y le aseguró que el
resultado iba a ser positivo. Su fe era inquebrantable.
La nena seguía jugando en el jardín con Diana, pero entre el
calor, y las energías de la pequeña, la mascota ya estaba un poco
cansada. Juan se dio cuenta en cuanto la miró.
Hombre y niña fueron adentro, hacia la cocina en donde estaba
la novel cocinera preparando un bizcochuelo casero. Este preparado
era uno de los preferidos de Juan, y curiosamente, también de la niña.
Él seguía estando un poco estresado, pues aunque las noticias
fueran buenas, de todos modos eran fuertes. Decidió ir al cuarto a
relajarse un poco sobre la cama, quizás dormitara un rato hasta que
estuviera listo el bizcochuelo. En eso, mientras él comenzaba a
acomodarse sobre la cama, Jazmín, que había quedado en la cocina
con su madre postiza, apareció llamándolo.
Jazmín tenía ya dos años y algunos meses. Caminaba, corría, y
hablaba medianamente bien, pero lo que sobresalía era su capacidad
de deducción y razonamiento, parecía ser una niña genio.
Se acercó al borde de la cama en donde estaba Juan, y
estirando sus bracitos le indicó que quería subir. Luego de subirla, la
acomodó sobre su pecho boca abajo para que se durmiera. Era una
costumbre que tenía la pequeña desde que comenzó a vivir con esta
pareja. Fueron terribles los primeros días cuando Juan fue
encarcelado, Jazmín no tenía forma de conciliar el sueño. Mary intentó
ponerla sobre su pecho como lo hacía él, pero no resultaba. La
pequeña se había aferrado a él con una intensidad pocas veces vista.
No terminó de acomodarse sobre su padre, o padre adoptivo, cuando
ya el sueño acudió a su encuentro. Ese sueño que tantas veces le había
sido esquivo, que tantas noches huía de ella, dejándole este una
sensación de vacío y angustia. Aunque fuera demasiado pequeña para
comprender estas definiciones, igualmente podía sentirlas. Juan se
durmió pocos segundos después de que lo hizo la pequeña. Así
estuvieron durante una hora.
Cuando el bizcochuelo ya estuvo listo, Mary fue al encuentro de
su hombre, le extrañaba tanto silencio considerando que estaba con la
nena.
Cuando entró y vio a ambos durmiendo abrazados, se quedó
contemplándolos. El cuadro la emocionó profundamente, e hizo que se
enamorara de él un poco más de lo que ya estaba, a ella la seducían los
hombres que eran padres dedicados y afectuosos.
Ese día siguió plácidamente, los padres de Juan fueron a cenar
esa noche y pasaron una velada increíble.
María Juana estaba viviendo un idilio con su galán, se estaban
desquitando ambos de todo el tiempo que habían perdido.
Los días siguientes fueron calmos, felices, y de grandes
novedades para Juan, pues todos los días su padre le hacía obsequios
nuevos. El obsequio más notable fue una estancia de cincuenta mil
hectáreas, valuada en quinientos millones de dólares.
El día en que debieron sacarse sangre fueron este Juan, Mary y
Jazmín, nadie más sabía del asunto. Habían decidido no decir nada a
los presuntos abuelos para no crearles falsas expectativas.
Debieron esperar una semana para obtener los resultados, y en
ese lapso, Juan estuvo con la ansiedad del caso.
Después de tres días de no tener nada que hacer, él estaba raro,
como un poco deprimido, entonces Mary decidió que era el momento de
hacer algo.
-Juan, mi amor -dijo ella -¿Puedes hacerme un favor? -Dijo
mientras ponía cara de niña mimosa.
-¿Qué desea mi princesa? -respondió él.
Entonces ella le dijo que necesitaba que realizara algunos
cambios en las luces de la cocina y de otros lugares de la casa. Cuando
escuchó esto, a él se le iluminó el rostro, los trabajos de electricidad
eran su pasatiempo favorito. Ella lo sabía muy bien.
Inmediatamente Juan partió hacia su ferretería de confianza
para comprar rollos de cables, lámparas, repuestos varios, y una caja
de herramientas completa, pues la que tenía antes, había quedado
secuestrada cuando su ex esposa le hiciera el embargo total de bienes.
Justamente el ferretero, que lo conocía desde hacía muchos
años, quedó sorprendido cuando Juan comenzó a pedir herramientas
nuevas, pues él mismo le había vendido dos juegos completos de la
mejor marca del mercado. Uno para el campo, y otro para la casa de la
ciudad.
Juan debió relatarle a grandes trazos lo ocurrido con el
embargo.
-Pero ¿Vio Doctor? Todo se paga en esta vida, será por eso que
Dios la está castigando -dijo el ferretero, refiriéndose a su ex esposa.
-No entiendo -preguntó Juan -¿Por qué lo dice?
-Ah, perdón, yo pensé que sabía -respondió el comerciante.
Este le contó a Juan que, según se hablaba en el pueblo, a la ex
esposa le habían surgido gravísimos problemas de salud, incluso que
había estado en peligro de muerte. El hombre sabía, como la mayoría
de las personas de la ciudad, lo que ella le había hecho. Sabían que
Juan había estado en la cárcel por las mentiras que ella contó en un
Juzgado, y que luego cuando se supo la verdad, él no quiso acusarla de
falso testimonio para que no la metieran en la cárcel. Sabían también
que a la tía de Juan la había matado un amante que ella tenía, para
meterlo en la cárcel, y quedarse con la herencia de sus abuelos, y que
en síntesis, él siempre había sido una víctima de esa inescrupulosa
mujer.
Muy pocos sabían lo de la nueva fortuna de Juan, pero los que
se enteraban, se alegraban mucho por él, sabían que era un buen
hombre que nunca le había hecho daño a nadie.
Todos conocían también a Mary, que se hizo muy popular
cuando comenzó a trabajar en el comercio local, primero como
empleada y luego fundando su propia cadena de negocios.
Todos la querían y le prodigaban afecto. Los hombres en su
mayoría se enamoraban de ella por su belleza, y las mujeres la amaban
por su bondad y su dulzura. Todos sostenían que era la mujer perfecta
para Juan.
Un par de horas más tarde, él estaba haciendo las reparaciones
que Mary le había pedido.
Le habían vuelto los colores a la cara, era feliz cuando
trabajaba. Mary estaba observando todo esto pues le preocupaba algo
que había dicho la gitana: "…los acecha un peligro, que es la
abundancia…"
Si bien la mujer se había referido a los hijos, al decirlo, Mary
temía que al tener tanto dinero de golpe, su futuro esposo perdiera un
poco la noción de la realidad.
La abundancia es buena si se la sabe controlar, pero puede ser
nociva cuando alguien no sabe manejar el poder que le da el dinero.
Recordaba algunos casos concretos en su familia. Uno de sus primos
enloqueció por causa de las drogas cuando su padre falleció
tempranamente, y le dejó en herencia mil millones de dólares. Con sus
veinticinco años, y sin haber trabajado nunca, no tenía noción de lo
que costaba ganar el dinero. Comenzó a malgastarlo, a consumir
drogas, y terminó suicidándose, tirándose al vacío desde un vigésimo
piso.
Mary había decidido que no permitiría que eso ocurriera en su
familia, ni con sus hijos, ni con su esposo. Si bien Juan era un hombre
bueno y centrado, lo notaba como desorientado cuando no tenía nada
que hacer.
Ella podría manejarlo, después de todo, para eso están las
mujeres, para mantener el equilibrio de una familia. Su abuela siempre
se lo decía, le hablaba de que en una familia el que lleva los pantalones
es el hombre, y hay que respetarlo, pero el rumbo de esa casa, lo
decide la mujer.
La anciana señora le insistía en que cuando ella tuviese su
propia familia, no debía fijarse en cuestiones menores como si uno de
los dos cometía una infidelidad, pues esas cosas pasan en todos los
matrimonios, pero sí podía ser grave que uno de los dos perdiera el
rumbo, pues todo los demás podían naufragar junto con él,
especialmente si ese alguien era el hombre de la casa. La mujer puede
motivar al hombre para que haga algunas cosas o deje de hacer otras,
y Dios le ha dado las herramientas para ello, concluía la buena señora.
Mary recordaba todo esto sin entrar en pánico, lo tenía bien
presente. En cuanto a sus hijos, ya lo había decidido: sus niños
crecerían en el campo, a salvo de vicios y peligros hasta que formaran
su personalidad, no tendrían abundancia de dinero ni de tecnología,
incluso no descartaba que cada vez que le pidiesen dinero, les exigiría
una contraprestación, como cortar el césped o juntar las hojas del
jardín.
Aunque todavía no había hablado con su futuro esposo de estos
temas, estaba segura de que él la iba a respaldar.
Le llevó treinta años llegar a tener una vida normal, y una
familia funcional, ahora que la tenía, no iba a permitir que nada ni
nadie se la arrebatara.
Se hizo de noche, Juan había trabajado mucho, y estaba feliz.
Mary se sentía en el paraíso, sentía que estaba haciendo las cosas
bien, por fin, y los resultados hablaban de ello. Nadie podría decirle lo
contrario, ni siquiera su madre.
Cenaron como la familia que ya eran, los tres. Ella había
preparado un lomo a la pimienta con papas a la crema, y de postre, el
preferido de Juan, ese con chocolate, crema y frutillas. Jazmín comía
con delicadeza, como una princesita, los futuros esposos hablaban de
cosas triviales que les habían ocurrido durante el día. Antes de
sentarse a comer, Juan había llevado a Jazmín al baño, y luego la
había ayudado a lavarse las manos.
Alrededor de las diez de la noche, llevaron a la pequeña a su
camita en el cuarto que le habían preparado al lado de la suite
matrimonial, y alrededor de las once, ambos hicieron lo propio.
Ella conectó el aparato cuida bebé por si la niña los llamaba y
cerró la puerta de su cuarto. Tenía puesto un “baby doll” que había
comprado para esta ocasión.
Juan estaba sobre la cama en calzoncillos, y de este verla se
estaba excitando, pero ella no le dejó hacer nada. En pocos segundos
se subió sobre él, y le hizo el amor como una loba salvaje. Estaba
hermosa, y además, esa ropa hacía que se viera muy sexy.
Juan estaba muy excitado, y ella tenía la fogosidad de siempre,
le ganó por dos a uno, una vez más.
Cuando el fuego se calmó, se abrazaron y quedaron así,
entrelazados sus cuerpos, y de ese modo, habiendo conocido la gloria
una vez más, se durmieron, no sin antes decirse lo mucho que se
amaban y cuánto se necesitaban.
Capítulo 13 - La boda

Habían pasado casi dos meses desde que Juan había sido
liberado. Se comprobó su inocencia y su ex esposa fue encarcelada por
falso testimonio, aunque por su enfermedad, le dieron arresto
domiciliario. El divorcio de Mary se resolvió en pocos días gracias a
algunos amigos que Jacques tenía en la embajada de México. El de
Juan ya estaba listo cuando él recuperó su libertad.
El examen de ADN de Jazmín y Juan resultó positivo. Eran
padre e hija. Jacques se babeaba con su nieta, tanto, que le pidió a
Mary que no la llevara con ella a Europa, pues deseaba tenerla cerca.
El flamante abuelo trajo desde Francia un anillo de diamantes
que alguna vez Napoleón le regalara a Josefina, era una pieza
invaluable, tanto por su valor intrínseco, como por la connotación
histórica. El precio de venta fue de un millón doscientos mil euros.
Luego sería el anillo de la boda.
El vestido de novia lo compraron Mary y María Juana en
Francia. Partieron una semana antes de la boda, hacia la ciudad luz.
La idea era permanecer unos días en París, comprar el vestido y
algunos accesorios como los zapatos y las joyas al tiempo que la futura
madrina de la boda recorría por primera vez el Louvre, el Arco de
Triunfo, la Torre Eiffel, y otras joyas arquitectónicas de esa ciudad del
viejo continente.
Mary ya había estado allí muchas veces, además hablaba un
impecable francés, lo cual la convertía en la guía turística perfecta.
Habían llevado cuatro tarjetas de crédito de categoría
internacional sin límite de compra. Dos eran de Mary, las cuales eran
extensiones de las cuentas bancarias de su futuro esposo. Las dos
restantes, propiedad de María Juana, eran solventadas por su futuro
esposo, Jacques.
Evidentemente, el destino les estaba dando premios a estas dos
mujeres, seguramente en compensación por todas las angustias
vividas, o quizás era una recompensa por haber sorteado con éxito las
duras pruebas que él les había impuesto. Si decimos que el destino es
un niño caprichoso… ¿Podemos descartar que tome personas al azar, y
les imponga pruebas para medir su resistencia?
El vestido de la novia costó cien mil euros, y realmente los valía.
La madrina, por su parte, compró un sobrio tailleur hecho con fina tela
traída de oriente, y una blusa de seda blanca. Huelga decir que zapatos
y accesorios llenaron un par de valijas.
La idea era regresar un día antes de la boda, y al volver,
tampoco podrían verse los enamorados antes de la ceremonia. Los
padrinos habían decidido que sería bueno que se extrañaran un poco
para que ese día, al reencontrarse, sintieran emociones aún más
fuertes.
Habían alquilado una casa quinta para armar el bunker de la
novia. Allí dormiría la noche anterior a la boda, se cambiaría, y partiría
hacia la estancia de Juan, la que su padre le había regalado.
La estancia, quizás por mera casualidad, se llamaba Santa
María. El casco principal estaba diseñado en estilo inglés del siglo XVII.
La casa principal constaba de dieciséis habitaciones, veintidós baños, y
algunas otras dependencias como comedor, living, sala de estar y
biblioteca. A doscientos metros de allí estaban las casas de los
sirvientes, eran veinte unidades habitacionales capaces de albergar a
una familia completa cada una.
Toda la estructura edilicia fue pintada y remozada en todos los
aspectos por una empresa de restauración de un viejo conocido de
Jacques. Trabajaron contra reloj.
Un mes antes de la boda desembarcaron en el lugar ciento
cincuenta obreros y ocho camiones con herramientas, pinturas, y toda
clase de elementos de obra.
También llevaron a la estancia diez casas rodantes enormes
para albergar a todos los trabajadores mientras durase la actividad. El
plácido lugar se convirtió en una pequeña ciudad durante ese tiempo.
Otra cuestión clave fue la jardinería, el parque que rodeaba la
casa principal tenía ocho hectáreas de césped, arbustos y flores, pero
de eso se encargó Juan. Su padre insistió varias veces para que lo
dejara contratar a una empresa de arquitectura del paisaje que en dos
o tres días dejaría todo con la misma perfección que los jardines de
Babilonia, pero a Juan le gustaba trabajar, le gustaban las plantas, y
disfrutaba haciéndolo.
Lo más extraño fue ver a Jacques manejando un tractor de
cortar pasto. Un poco fue por sugerencia de su hijo, y por otro lado, el
veterano millonario estaba aprendiendo a disfrutar de las cosas
simples de la vida.
Jacques sentía que había rejuvenecido veinte años por lo
menos. Por las mañanas bien temprano salían juntos a andar a
caballo. Se estaban conociendo.
En realidad, el magnate no estaba descubriendo algo tan nuevo
al trabajar como un operario rural; en su infancia, además de no tener
padre, debió afrontar una vida repleta de carencias. Su madre fue
primero empleada de un lujoso hotel, de donde la echaron
injustamente porque una señora adinerada se quejó de que le habían
robado un anillo de la habitación. La realidad era que el anillo se lo
había robado un amante por horas que ella había contratado y que
hizo subir a la habitación aprovechando la ausencia de su marido.
Luego del despido, la humilde mujer debió trabajar limpiando baños en
las estaciones de tren de Bruselas, la ciudad natal de Jacques. Siempre
los pobres son el mejor chivo expiatorio. Quizás por esta cuestión de
sus orígenes, era que el hombre era tan considerado con la gente
pobre.
Desde niño había trabajado en diferentes ocupaciones hasta que
consiguió un trabajo bien remunerado en una importante compañía de
importaciones y exportaciones de Francia, y allí comenzó su carrera
ascendente. En pocos años, gracias a su astucia y laboriosidad, logró
ahorrar algunos miles de francos, y así fundó su primera compañía:
Saint Montpellier & Asociados - Comercio exterior.
No fue fácil, pero él tenía mucho empeño, y un espíritu
indomable. Su anécdota favorita era una en que Napoleón Bonaparte
citó a tres de sus generales para que le informaran cuánto tiempo
tardarían en cruzar un territorio, pues del otro lado debían realizar una
operación militar. Los generales le dijeron que tardarían seis semanas.
Napoleón les indicó que eso no podía ser, que debían estar allá en dos
semanas. Enojado, el célebre personaje preguntó porqué no podía ser
en el plazo que él pedía. Le informaron que el obstáculo insalvable eran
los Alpes, a lo cual Napoleón respondió furioso: -¡Pues entonces, que
no haya Alpes! Los tres atribulados militares le dijeron: - ¡Señor, eso es
imposible! -¡Están despedidos! -vociferaba el dictador -¡La palabra
imposible este figura en el diccionario de los tontos y los incapaces!
Acto seguido, él mismo fue a comprar dinamita, la llevó al lugar
indicado, y realizando algunas explosiones en las rocas, consiguió abrir
un camino entre los Alpes, tal como lo hacen los ingenieros viales en la
actualidad para construir autopistas en zonas montañosas. Con esa
"carretera", las tropas tardaron este una semana. No era imposible. El
imposible este está en la mente de algunas personas.
Con esta historia como filosofía de vida, y de trabajo, este
hombre de negocios comenzó a amar las contrariedades, pues decía
que era muy divertido tener que elaborar estrategias para poder
vencerlas. Cada vez que la vida le ponía piedras en el camino, en lugar
de enojarse, él se ponía feliz, pues tenía la oportunidad de ejercitar su
mente, y elaborar estrategias para solucionar el problema.
Juan, ayudado por su padre, podaba árboles, ponía pequeñas
plantas de flores, y cualquier otra cosa que tuviera que ver con la
forestación del lugar.
Así, trabajando duro, llegaron al jueves, o sea que faltaban
veinticuatro horas para la boda. El jardín estaba impecable, al igual
que la estructura edilicia.
Mary pisaba el aeropuerto internacional con su futura suegra, y
un pequeño ejército de changarines del aeropuerto llevaban la docena
de valijas de las damas.
El futuro suegro le había mandado a Mary un séquito de
guardaespaldas para que le ayudaran con los trámites aduaneros y a la
vez la custodiaran. Por un lado temía por los saqueadores de valijas del
aeropuerto, y luego, que las asaltaran en la autopista, pues llevaban
bastante dinero, y objetos muy caros. Siete de los mejores hombres
fueron comisionados para esta tarea.
Por suerte toda la seguridad fue innecesaria. Llegaron a destino
sin ningún inconveniente, y felices de pisar nuevamente el suelo de su
patria chica.
Como toda mujer que se está por casar, Mary caminaba por las
paredes de los nervios que tenía. En un momento llegó a sentir un
estado de excitación y de euforia tan grande, que creyó entender lo que
sienten los consumidores de drogas en el más álgido punto del éxtasis.
Pero ella no tenía nada que ver con ese consumo. Para ella la
adicción tenía otros nombres: amor, Juan, Jazmín, familia. Tan fuertes
eran las sensaciones que experimentaba en esos días, que hasta se
había olvidado del sexo. Hacía más de una semana que había tenido la
última relación íntima con Juan, y hasta el día de hoy, ni siquiera se
había tocado en soledad. Este recordó el tema cuando llamó a su
futuro esposo para avisarle que ya habían llegado, y este le preguntó al
respecto. Se asombró al darse cuenta de que había pasado todo ese
tiempo sin sentir siquiera el más mínimo deseo. Quizás no fuera algo
orgánico, quizás este sentía deseos como un escape a determinadas
situaciones estresantes. De cualquier forma, era algo bueno.
En la estancia, la empresa que proveería el catering, estaba
llevando la vajilla, copas, manteles, bebidas, varios freezer para enfriar
los cientos de litros de champagne extra brut, y muchos otros
elementos. El casco de la estancia parecía una ciudad.
Mary había contratado una agencia de “weeding planners”, y
dos de las empleadas de esa empresa estaban tomando los últimos
recaudos para que al día siguiente, al mediodía, todo fuese perfecto
cuando el jefe del registro civil declarase formalmente constituido el
matrimonio.
La ceremonia debía comenzar a las once cincuenta de la
mañana.
Llegada la noche, todos estaban ansiosos, y casi ninguno podía
conciliar el sueño. En realidad había una persona de la familia a quien
parecía no afectarle la locura colectiva: Jazmín. La pequeña jugaba,
comía y dormía plácidamente. Por las noches se quedaba dormida
junto con su padre, quien luego de comprobar que su retoño se
encontraba en los brazos de Morfeo, con mucha delicadeza la llevaba
hasta su cama.
Finalmente, y luego de mucha actividad, alrededor de la una de
la mañana, ya no había nadie despierto en la estancia. No así en el
bunker de la novia, donde Mary revisaba una y otra vez el vestido, los
zapatos, los accesorios, y todo lo que usaría al día siguiente.
Finalmente, a eso de las cuatro de la mañana, se quedó dormida.
Por fin llegó el gran día, era viernes por la mañana, Juan se
despertó a las seis, y ya no pudo ni quiso volver a conciliar el sueño. El
clima era perfecto, a esa hora, cuando recién estaba amaneciendo,
hacía unos dieciséis grados, para el mediodía serían unos veinticinco.
Sencillamente perfecto.
Juan se puso una bermuda y una remera y salió al jardín para
contemplar el amanecer. Estaba muy emocionado.
El naciente día exhibía el esplendor del imperio romano en su
mejor momento. El cielo estaba de un color celeste azulado e
inmaculado, cual el manto de la Virgen de Luján. Febo trepaba
lentamente sobre la línea del horizonte, como si sus rayos fueran
asiéndose de las ramas de los árboles para poder ascender.
Eolo, dios de los vientos, decididamente se había tomado el día
libre, pues no se registraba las más leve brisa en el lugar.
El futuro esposo respiró hondo, miró a su alrededor, y se sintió
feliz. Todo era perfecto, en pocas horas se casaría con la mujer más
hermosa del mundo, tenía a su madre y a su padre juntos, felices y
sanos, tenía una nueva hija, o quizás la primera, si la gitana tenía
razón, tres bebés en camino, y como corolario, una fortuna tan grande,
que ni siquiera derrochando dinero todos los días de su vida llegaría a
agotarse.
De pronto apareció Diana, compañera fiel. En los últimos días
ella notaba la excitación de su amo, y trataba de apoyarlo
acompañándolo a todas partes, como hacen los buenos amigos.
Rato más tarde se levantó Jacques, tomó unos mates junto con
su hijo, y luego se dispuso a recorrer el lugar para asegurarse de que
todo estuviera bien.
Alrededor de las diez de la mañana, jazmín apareció en el
parque, donde su padre y su abuelo conversaban a la sombra de un
frondoso pino. Cuando Juan la vio, se agachó y abrió los brazos, ella
entendió el gesto y comenzó a correr hasta perderse en el pecho de su
progenitor.
Todo estaba listo para el gran momento, los empleados de la
empresa de catering, pululaban cual hormigas sobre el mantel de un
picnic. Todo debía ser perfecto, mas aun si tenemos en cuenta los cien
mil dólares que el padrino de la boda había abonado por los servicios.
En el bunker, Mary estaba perdiendo el aplomo que la
caracteriza, al punto en que su futura suegra le dio un abrazo
maternal para tratar de calmarla, y le dijo que no debía preocuparse
porque todo iba a estar bien. Era la primera vez en su vida que esta
joven sentía contención materna.
Cada uno fue vistiéndose de acuerdo al rol que debía
desempeñar en lo que sería una jornada inolvidable. A medida que el
reloj avanzaba, la tensión aumentaba. El tiempo era un gigante que
avanzaba a paso lento, pero inexorable.
Los cincuenta policías contratados por Juan para custodiar la
celebración estaban apostados en las cercanías del parque. Esto
respondía a que las joyas que se usarían sumaban más de cinco
millones de dólares. Querían estar seguros de que nada opacara el
esplendor del momento.
Se había planeado que la novia viajase en una de las cinco
limosinas que partirían desde el sitio en donde ella se encontraba,
hasta el lugar de la boda. Pero Juan decidió por su cuenta, darle dos
sorpresas más a la joven.
Ya eran las once de la mañana. Mary tenía puesto su vestido
blanco con el cual la más bella princesa la envidiaría. De pronto su
rostro palideció, hizo un gesto de preocupación, como si acabara de
recordar algo grave.
-¡Tengo que hablar con Juan! -le dijo a su futura suegra -Es
urgente, si no lo hago no puedo casarme.
María Juana se extrañó mucho. ¿Qué podía ser tan importante
que le impidiera casarse? Trató de convencerla de que hablar con él
ahora le traería mala suerte, pero la novia insistió tanto, que al final,
llamó ella misma por teléfono a la estancia, y le pidió a Jacques que
pusiera a su hijo en el teléfono. Dos minutos más tarde, los futuros
esposos estaban dialogando.
-¡Juan, mi amor! -dijo Mary -¿Recuerdas lo que te dije de no
tener ningún secreto contigo antes de casarnos? Pues me faltó contarte
dos cosas. Lo haré ahora, y luego tú me dices si aún quieres casarte
conmigo.
María Teresa había tomado la decisión de tener un esposo-
amigo, ese tipo de relaciones en donde no hay ninguna clase de
secretos, ni el más mínimo. Quería que el hombre de su vida conociera
sus miserias más íntimas, así en el futuro no habría sorpresas
desagradables.
-Te escucho, pero te advierto que aunque me cuentes que te
acostaste con todos los hombres de París, o que mataste a miles de
personas, igual te voy a seguir amando y también voy a continuar
deseando que seas mi esposa -replicó Juan con una distendida
sonrisa.
Mary le contó lo que había hecho aquella vez en la embajada,
cuando con su prima tuvieron sexo con el hombre italiano, y como
última confesión, le contó a su amado lo que nunca se había atrevido a
contarle a nadie: el hijo que la obligaron a abortar en su adolescencia,
había sido concebido con su padre, en aquellas relaciones incestuosas
que mantenían desde que ella cumplió once años de edad.
Fue fuerte, pero tampoco era algo que Juan no hubiera
imaginado alguna vez. Desde el momento en que ella reconoció todas
las cosas que hacía con su padre cuando niña, todo era posible.
-¡En primer lugar te amo! ¿Entendiste? En segundo lugar, ya me
imaginaba que estas cosas habían pasado así que no me cambia nada.
Para mí seguís siendo la mujer más maravillosa del mundo y quiero
pasar el resto de mi vida a tu lado -concluyó el novio.
Mary sintió un alivio muy difícil de explicar con palabras.
Estaba construyendo una nueva vida, y en el cielo de su nuevo
universo, este quedaban dos pequeñas nubes, que se acababan de ir
para nunca regresar.
-Tengo miedo de que te conviertas en calabaza -dijo ella -un
hombre tan maravilloso no puede ser realidad. Te amo como nunca
amé a un hombre en mi vida.
Aclarado el punto, los dos se relajaron, y continuaron con la
rutina, que ya estaba bastante demorada. La ceremonia no comenzaría
a las once cincuenta, pero eso era lo de menos.
María Juana subió a su futura nuera en una de las limosinas, y
partieron todos raudamente hacia la estancia. En los restantes
vehículos de la caravana iban: Camila, las damas de la empresa de
“weeding planners”, y algunos amigos y familiares de la madrina.
Al llegar a la entrada principal de la estancia, la caravana se
detuvo y la madrina indicó a su futura nuera que debía descender del
vehículo. La novia miró con asombro, pero no estaba en condiciones de
cuestionar nada, solamente hizo lo que le indicaban.
Al bajar vio frente a ella la más magnífica carroza que hubiese
imaginado en su vida. Seis blancos corceles tiraban de ella. Dos
cocheros lujosamente ataviados estaban sentados en el lugar de
conducción y otros dos guardias con el mismo uniforme se le acercaron
y luego de hacerle una reverencia, la invitaron a que subiera al
carruaje.
Ella se había sentido princesa cuando Juan le abría la puerta de
la camioneta para luego ayudarla a descender, pero esto superaba todo
lo imaginable. Sentía deseos de llorar de emoción, pero se resistía a
hacerlo para no arruinar el maquillaje.
La carroza había sido comprada en Alemania, había pertenecido
a un zar de Rusia, y luego confiscada por el gobierno de Hitler durante
la segunda guerra mundial. Luego de ser derrocado este, pasó a manos
de un coleccionista privado. Fue restaurada en los últimos meses por
los mejores artesanos de la realeza europea. Era de color dorado, con
detalles de oro puro, y su interior estaba decorado con cortinas y
almohadones de pura seda italiana. Una doncella acompañaba a la
futura esposa, tal y como corresponde a la nobleza. Mientras
avanzaban, la dama de compañía abrió un lujoso estuche y extrajo de
él deslumbrantes joyas que comenzó a colocar en el cuello, las
muñecas y las orejas de la novia. Habían pertenecido a la realeza.
Los uniformes de los cocheros y de los guardias, habían sido
adquiridos junto con el carruaje, y estaban en perfecto estado de
conservación. Databan del siglo XVII. Los hombres que los portaban
eran policías contratados por Juan para que cuidaran a su mujer.
Debajo del uniforme tenían chalecos antibalas y portaban armas de
grueso calibre. Habían cobrado cinco mil dólares cada uno por
adelantado, pero debían resguardar a la novia con sus vidas si ello
fuese necesario. Las joyas que ella lucía en esa ocasión superaban el
millón de dólares.
Los caballos partieron a paso lento y firme hacia el lugar en
donde se consumaría el ansiado matrimonio.
Llegaron allí cuando ya eran las doce y el novio comenzaba a
impacientarse. Jazmín parecía una princesita, su padre, después de
bañarla y cepillarle el cabello, le había puesto el vestido blanco y los
zapatos de igual color que le regalara su abuela.
Cuando bajó la novia del lujoso carruaje, su hija postiza salió
corriendo a abrazarla. Mary se agachó y la alzó. Se dieron un abrazo
que pareció durar siglos.
De pronto aparecieron varias personas lujosamente vestidas y la
saludaron con gran solemnidad. María Juana sabía de qué se trataba.
Todos lo sabían, menos la novia. En eso consisten las sorpresas.
Al llegar al comienzo del pasillo que la llevaría al altar, Jacques,
como padrino del casamiento, la tomó del brazo. Ella le preguntó
quiénes eran esas personas que la habían saludado, pero él sonrió sin
decir nada.
Comenzaron a caminar por el elegante sendero. Mary miraba
todo, y en su pecho ya no cabía tanta felicidad. Todo estaba impecable.
El lujo y el buen gusto estaban por doquier. Era el día perfecto, según
lo que ella sabía de la celebración, pero recordemos que lo perfecto
puede mejorarse si se dan ciertas condiciones. Y esta vez no
intervendría el destino, sino su futuro esposo.
Los pasos se sucedían uno atrás de otro, eternos, infinitos,
placenteros. Bendito sendero que la llevaría al mejor momento de su
vida, maldito sendero que parecía alongarse en cada paso. Se tomó
fuerte del brazo de su futuro suegro, y este caminó.
Juan estaba parado en su lugar, esperando que su princesa
llegara. El extraño séquito, a su lado.
Luego de lo que a ella le parecieron kilómetros, llegó al altar, se
desprendió del brazo del padrino, y se paró al lado de Juan.
Él sentía que el corazón le iba a estallar de nervios y de
felicidad, le faltaba el aire. Ella sentía todas estas cosas, pero además,
casi se desmaya cuando le dijeron que antes del matrimonio debía
realizarse otra ceremonia. Cualquier cosa que significara aplazar el
matrimonio la asustaba y angustiaba.
Un señor con fino traje de seda y una dama con elegante
atuendo azul se acercaron a la novia.
-Venimos a entregarle su título, obsequio de su futuro esposo, y
a manifestarle nuestra reverencia en nombre de toda la realeza de Italia
-decía el caballero.
-En nombre de la embajada de nuestro país, ponemos en su
poder el título de condesa que su futuro esposo compró para
demostrarle su amor y su devoción -concluyó la señora -las joyas que
está luciendo son ahora suyas y forman parte de sus posesiones. Un
castillo ubicado en el límite con Francia completa sus propiedades.
Tanto usted como el señor Rodríguez son ahora ciudadanos italianos y
pueden entrar y salir del país cada vez que deseen hacerlo.
Pero no era todo, un asistente le dio a la elegante dama un
cofre, y al abrirlo, salió a relucir una corona de trescientos cincuenta y
tres gramos de oro veinticuatro quilates. Tenía incrustaciones de
platino, diamantes, rubíes y esmeraldas.
La diplomática italiana la colocó sobre la cabeza de Mary, y le
explicó que la joya era parte de las posesiones del castillo que ahora le
pertenecía.
Cuando la dama le entregó una serie de papeles con los títulos,
Mary no pudo contener sus impulsos y se arrojó en los brazos de su
hombre.
Todas las mujeres sueñan con ser princesas, conocer a un
hombre bueno y caballero que decida amarlas con sus virtudes y
defectos por el resto de sus vidas. Casi todas sueñan también un
casamiento inolvidable, con un vestido perfecto y luciendo joyas de la
realeza, llegar al altar en un carruaje tirado por caballos, y que su
esposo le haga un regalo increíble para demostrarle cuánto la ama.
María Teresa era una de esas chicas, pero la realidad había
superado todas sus expectativas. Dos años atrás no podía siquiera
imaginar todas estas bendiciones que la vida le prodigaría. Esto
demuestra que los sueños deben perseguirse, a pesar de que todo
parezca gris, y el futuro no sea promisorio. Recordó lo que le dijo su
abuelo antes de morir: "… no renuncies tú misma a tus sueños
pensando que no podrás, debes hacer todo lo que esté a tu alcance, y
si acaso no se concretaran, podrás estar en paz sabiendo que hiciste
todo lo que podías."
Había luchado como una leona, no había sido fácil, pero todos y
cada uno de sus sueños se habían cumplido. Se estaba casando con
un hombre increíble, con la boda más perfecta que pudiera desear, él le
había hecho un regalo maravilloso, y como si todo eso fuera poco, tenía
en sus entrañas tres pequeñas vidas que serían este el comienzo de
una familia de ensueño.
Abrazaba a su hombre con desesperación, parecía que quería
fundirse en él y que ambos fuesen un solo ser. Quizás eso no existiera
en el plano físico, pero en lo espiritual ya se habían convertido en uno
este. Eran previsibles el uno para el otro, cada cual sabía qué esperar
de su otra mitad. Se comunicaban, se entendían… se amaban.
El sol caía en impecable verticalidad sobre la faz de la tierra. Los
invitados lloraban de la emoción, los fotógrafos y camarógrafos no
perdían detalle de lo acontecido. Todo quedaría registrado.
Finalmente, ella soltó a su hombre y el Juez de Paz se aprestó a
comenzar la ceremonia.
-¿Desea usted tomar a este hombre en matrimonio, para
honrarlo y respetarlo, en la pobreza y la riqueza, en la salud y en la
enfermedad, y frente a todas las adversidades? -le preguntó a la novia.
-¡Si, quiero! -respondió Mary.
-Juan Rodríguez… ¿Desea usted tomar a esta mujer en
matrimonio, para amarla y respetarla, en la riqueza y la pobreza, en la
salud y la enfermedad, y frente a todas las adversidades?
-¡Si, quiero! -respondió Juan.
Con el poder que me otorga la ley, los declaro marido y mujer. El
novio puede besar a la novia.
El sueño ya se había hecho realidad, los esposos se miraron, se
abrazaron, y se besaron. Se olvidaron del resto del mundo, nada
importaba, este ellos dos. Se besaron durante un minuto, o un
segundo, qué importancia tenía.
Los invitados aplaudían, las damas lloraban, todo era como
debía ser.
Mary creía no tener cuerpo, no lo sentía. Le parecía estar
flotando en el aire, este percibía los latidos de su corazón, que después
de tantos golpes, tenía la vida que se merecía.
Aquella noche en que entró por primera vez a la casa de Juan,
cuando aún no sabía nada de él, sintió que había llegado al lugar
indicado, y al hombre preciso. Tenía la seguridad de estar en el buen
camino. ¡Y vaya si lo estaba! En los casi dos años transcurridos habían
pasado muchas cosas. Muchas. De las buenas y de las malas. Habían
tenido problemas, y los habían solucionado, pero tampoco, por ley,
debían ser tantos.
Juan recordaba esos días en que casi había muerto en la cárcel,
cuando Mary estaba con él de modo incondicional, y le recitaba los
versos de Almafuerte: "… si te caes diez veces te levantas/ y otras diez,
y otras cien y otras quinientas/ no han de ser tus caídas tan violentas/
ni tampoco, por ley, han de ser tantas…"
Quizás las caídas no fueron quinientas, y seguramente no
llegaron a diez, pero sí fueron duras, muy duras.
A Juan le habían enseñado desde chico que Dios aprieta, pero
no ahorca, o quizás, remitiéndonos una vez más a la prosa de don
Pedro Palacios: "…todos los incurables tienen cura, cinco segundos
antes de su muerte…"
Este notable escritor bonaerense se destacó siempre por la
tenacidad y el sentimiento esperanzado y a la vez esperanzador de sus
letras, y seguramente si viviera, le hubiese gustado conocer la historia
de vida y la tenacidad de esta joven pareja, que haciendo frente a la
adversidad, llegó a conquistar todos sus sueños, y Juan, como buen
abogado, consiguió que el destino le pagara intereses por el sufrimiento
que habían vivido. El daño se había resarcido en modo más que
suficiente.
Todas estas cosas pasaron por las mentes de los flamantes
consortes cuando el juez dijo que eran marido y mujer.
Pasaron unas horas allí, saboreando los manjares que
inundaban las mesas, los flamantes esposos junto a Jazmín estaban
en la mesa principal. Diana estuvo al lado de Juan, saboreó los más
exquisitos sándwiches de miga y Coca Cola bien fría, como a ella le
gustaba.
A eso de las cinco de la tarde comenzaron a retirarse, los
presentes les tiraban arroz, augurándoles bienestar y prosperidad, pero
no eran este ellos dos, Jazmín iba en los brazos de su madre adoptiva.
Habían decidido llevarla en su luna de miel, pues Juan no
hubiera soportado alejarse de ella por mucho tiempo. El destino elegido
para celebrar su unión era simplemente… todo el mundo.
De común acuerdo decidieron dar la vuelta al mundo en barco,
pero sin prisa. Jacques había comprado un nuevo yate, y les pidió que
lo estrenaran.
Los flamantes esposos junto con su pequeña ascendieron al
fastuoso carruaje, prestos a recorrer el orbe.
Mary llegó al lugar como una ciudadana común y se retiró como
una condesa, con un marido y una corona.
Juan tenía ahora una mujer que lo amaría y cuidaría por el
resto de su vida.
Jazmín tenía un padre, una madre, abuelos que la consentirían
por muchos años, y un futuro promisorio.
Ese niño caprichoso llamado destino había hecho de las suyas
una vez más. Hizo justicia. Puso las cosas en su lugar.
La ex esposa y los dos hijos mayores de Juan, tuvieron noticias
de la actual fortuna de ese hombre a quien tanto dañaron. Si no
hubieran elegido ponerse en contra de él, ahora seguramente estarían
gozando de una de las mayores fortunas del planeta. Ellos eligieron su
destino, atacarlo, robarle todo lo que él tenía en aquel momento, y
destruir para siempre el vínculo. Nunca más volverían a hablarse.
Los invitados comieron, bebieron, y bailaron hasta las doce de la
noche, y quizás un poco más. Fue la fiesta más grande que se haya
visto en aquel lugar.
Capítulo 14 – El epílogo

Habían pasado diez años desde aquel memorable día de la boda,


Mary y Juan estaban sentados en la primera fila del salón de actos del
colegio de sus hijos. Él tenía sentadas sobre sus piernas a las dos más
pequeñas: Clarisa y Melina. Ambas habían nacido del segundo
embarazo de Mary, resultaron trillizos por segunda vez. Estas dos
niñas eran gemelas, y el tercero era un varón, Juan Manuel.
El embarazo que llevaba cuatro meses cuando Mary y Juan se
unieron en matrimonio, dio como fruto el nacimiento de María Laura,
María Celina, y José Manuel. Cuando estos pequeños tenían dos años
de edad, Mary descubrió que estaba nuevamente embarazada.
Se había confirmado lo que dijo la gitana años atrás: Jazmín era
la más pegada a su padre. A pesar de que todos los hijos, y
especialmente las niñas adoraban y respetaban grandemente a su
progenitor, la mayor tenía con él una conexión especial.
Comenzó el acto de graduación de ese día, Jazmín terminaba el
colegio primario.
La directora y los demás docentes dieron los discursos, y
tuvieron lugar otras solemnidades de rigor. Pero el punto álgido fue
cuando llegó el momento en que Jazmín Rodríguez recibiera su
diploma; al igual que a otros niños, su maestra le preguntó qué carrera
pensaba estudiar cuando terminara la escuela secundaria.
-Primero me voy a recibir de abogada -dijo la pequeña -y
después voy a estudiar agronomía, porque quiero hacer todo igual que
mi papá, porque él es mi ídolo.
En la primera fila, Juan lloraba de la emoción y Mary, que
también estaba en medio de una gran felicidad, limpiaba las lágrimas
de ambos. Había traído muchos pañuelos de papel, pues conocía a su
esposo como a ella misma.
Una vez que la emoción dio paso a la calma, los esposos se
besaron en la boca, a pesar de los abucheos de las dos niñas que, en la
falda de su padre, les decían que no debían besarse en público.
Siete niños en una casa. Toda una bendición. Juan siempre
había pensado que el siete era un número de buena suerte,
seguramente es así.
Cuando volvieron de aquel fascinante viaje de bodas, él se
inscribió en la facultad de agronomía, y en tres años se recibió de
técnico agrónomo. Dejó la práctica de la abogacía, aunque mantuvo
activa su matrícula, para atender algunos casos de su padre, y de los
amigos más selectos. Los jueces que antes no lo saludaban, ahora lo
hacían con la más absoluta reverencia. Los milagros del poder que da
el dinero.
Mary había ampliado su red de locales de venta de alimentos.
Sin ayuda monetaria de su esposo, en los dos años posteriores a la
inauguración del primero, llegó a tener veinte bocas de expendio en
diferentes ciudades. En la actualidad, diez años después de su
casamiento, era una de las empresarias más ricas del país. Los que la
conocían no podían creer la buena suerte que la acompañaba en todo
momento. Ella era como un Rey Midas moderno, todo lo que tocaba se
convertía en oro.
Quizás el destino la estaba compensando por los treinta años de
amargura y sufrimiento que debió soportar antes.
Ella nunca más volvió a México, ni mantuvo contacto alguno
con miembros de su familia. Había decidido que su vida verdadera
empezó el día que conoció a quien hoy es su marido. Lo demás… lo
demás es mejor olvidarlo.
Juan nunca volvió a saber de su ex esposa ni de sus dos hijos
mayores. Si es que lo eran. Tampoco quiso hacer exámenes para
confirmar lo que le dijo la gitana.
El feliz matrimonio con sus siete vástagos vivían en la estancia
de la familia, lejos del ruido, la contaminación, y los peligros que
acechan a los jóvenes. Los chicos iban a una escuela rural cercana,
junto con los hijos de otros campesinos, tamberos, agricultores, y
criadores de ganado. Sus padres consideraban que lo mejor que les
podían dar, era una vida sana, en contacto con la naturaleza, y en
contacto con personas simples.
La escuela rural número cinco de esa localidad, aunque ya
existía desde antes, contaba ahora con un nuevo edificio, este
albergaba a los colegios primario y secundario, y algunas carreras
terciarias, además del preescolar.
La magnífica estructura edilicia fue construida en su totalidad
por el matrimonio Rodríguez. El edificio anterior, además de su
deterioro, este tenía capacidad para la escuela primaria.
Juan decía que no era bueno ni necesario acaparar tanto dinero
en una sola familia, por ello, siempre estaba haciendo obras
comunitarias, como esta.
Los chicos tenían todo lo que necesitaban, como era de
esperarse por la fortuna de sus padres, pero sin embargo, cada uno de
ellos recibía dinero semanalmente por las tareas que desarrollaba en la
casa o en los diferentes lugares de la estancia, como por ejemplo cortar
el césped, o lavar el auto.
Mary nunca olvidó lo que dijera la gitana: a tus hijos los acecha
un peligro muy grande, la abundancia. Deberás protegerlos de ella. Y lo
estaba haciendo muy bien.
Jazmín tenía doce años, los primeros trillizos tenían diez, y los
más pequeños siete.
Una vez por año la familia entera iba de vacaciones en el yate
hacia un destino nuevo, pero siempre juntos. La armonía reinaba en
este hogar. Los fines de semana hacían la comida entre todos, si los
varones junto con su padre preparaban un asado, lo que incluía ir al
monte de la estancia a buscar la leña, las niñas junto con su madre se
encargaban de la ensalada y el postre.
Mary incentivaba a las niñas para que aprendieran a cocinar en
forma de juego. Juan enseñaba a los varones todo lo que sabía sobre el
campo, y ellos lo disfrutaban mucho.
Era una familia tradicional. El padre de familia era el que
tomaba las decisiones finales para cualquier cosa, para las
autorizaciones o las negativas, Mary decía que para que hubiera orden,
tiene que haber reglas claras, y figuras de autoridad que no se
discutieran.
Los esposos nunca se desautorizaban entre ellos, y menos
delante de los hijos. Eso mantenía la armonía y la paz.
Jazmín supo, cuando tuvo edad suficiente, que su madre
biológica había muerto, pero nunca le dijeron algunos detalles, como el
lugar en donde Juan la conoció, y de qué estaba trabajando. No era
necesario. Aunque sí la llevaban de vez en cuando a ver a su familia
biológica en Misiones, los abuelos maternos, tíos y primos.
La Fundación Socializar había dado muy buenos resultados,
cinco chicas se habían recibido de abogadas, a los veintitrés años.
Otros se encontraban estudiando ingeniería y medicina.
Todos los que al momento de iniciarse la fundación eran niños,
hoy eran adolescentes y adultos. En su totalidad habían elegido
estudiar. Una vez por semana, Mary iba a darles clases de francés,
inglés, y de buenos modales. El día de las lecciones comían en una
mesa con cinco cubiertos. Esto les ayudó mucho para relacionarse en
los más amplios aspectos de su vida. Se sabe que los buenos modales
son la mejor carta de presentación. Los hijos de ellos ya no
necesitarían profesores externos, sus padres les darían la mejor
educación.
Así quedaba demostrado lo que Mary y Juan quisieron probar,
que los pobres no nacen genéticamente incultos o marginales, pero el
tener que vivir en la miseria y la marginación, sí puede llevarlos a los
peores caminos.
Jacques visitaba de vez en cuando las instalaciones de la
fundación, acompañado por María Juana, quien era su esposa desde
hacía varios años.
Mary no volvió a tener problemas con su sexualidad. Ya no
sentía esa necesidad incontenible de tener orgasmos, le alcanzaba con
el hecho de tener relaciones normales con su esposo tres o cuatro
veces por semana. Tampoco volvió a tener sexo con Camila, aunque
seguían siendo muy amigas y esta iba a visitarlos siempre. Quizás lo
que parecía ser un desequilibrio hormonal este era algo psicológico, o
si fue algo endógeno, se habría estabilizado después del primer parto.
Diana murió a los catorce años de edad. Era un poco vieja, y
además le dio una enfermedad que no pudo soportar. Los niños
lloraban desconsoladamente, al igual que sus padres.
Excepto Jazmín, los otros seis niños habían aprendido a
caminar agarrados de sus pelos, sus orejas, o cualquier otra cosa de
donde pudiesen asirse. Ella no se quejaba, le gustaba su rol de niñera.
La iban a extrañar mucho, todos, pero de eso se trata la vida, nunca es
perfecta, aunque casi siempre es buena.
Si ponemos en un platillo de la balanza las cosas buenas y en el
otro las malas, y al final, lo bueno pesa más, entonces estaremos
teniendo una buena vida.
Como dijo alguien, la felicidad no consiste en tener una vida sin
problemas, sino en tener problemas pero aprender a superarlos de la
mejor forma posible.
No lo olviden nunca: el destino, siempre nos da una segunda
oportunidad, este hay que saber tomarla.

FIN
LITERATURA INTERACTIVA

Te invito a responder las siguientes preguntas:

1. ¿Cuál de los personajes te impresionó más?


2. ¿Qué piensas de ese personaje?
3. ¿Cómo crees que continuó la historia de los personajes después
de lo narrado?
4. ¿Te hubiera gustado que algo fuese diferente?
5. ¿Cuál crees que fue el mejor momento de esta historia?
6. ¿Hay alguna parte de la trama que te desagradó?
7. Si deseas comentar algo que no estuviera incluido en las
preguntas, puedes hacerlo.
8. ¿Tu historia de vida se relaciona con esta historia? ¿Tienes
puntos en común con alguno de los personajes? Te invito a que
nos lo cuentes.

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hacerlo escribiendo a los siguientes correos electrónicos:

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