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Habían pasado casi dos meses desde que Juan había sido
liberado. Se comprobó su inocencia y su ex esposa fue encarcelada por
falso testimonio, aunque por su enfermedad, le dieron arresto
domiciliario. El divorcio de Mary se resolvió en pocos días gracias a
algunos amigos que Jacques tenía en la embajada de México. El de
Juan ya estaba listo cuando él recuperó su libertad.
El examen de ADN de Jazmín y Juan resultó positivo. Eran
padre e hija. Jacques se babeaba con su nieta, tanto, que le pidió a
Mary que no la llevara con ella a Europa, pues deseaba tenerla cerca.
El flamante abuelo trajo desde Francia un anillo de diamantes
que alguna vez Napoleón le regalara a Josefina, era una pieza
invaluable, tanto por su valor intrínseco, como por la connotación
histórica. El precio de venta fue de un millón doscientos mil euros.
Luego sería el anillo de la boda.
El vestido de novia lo compraron Mary y María Juana en
Francia. Partieron una semana antes de la boda, hacia la ciudad luz.
La idea era permanecer unos días en París, comprar el vestido y
algunos accesorios como los zapatos y las joyas al tiempo que la futura
madrina de la boda recorría por primera vez el Louvre, el Arco de
Triunfo, la Torre Eiffel, y otras joyas arquitectónicas de esa ciudad del
viejo continente.
Mary ya había estado allí muchas veces, además hablaba un
impecable francés, lo cual la convertía en la guía turística perfecta.
Habían llevado cuatro tarjetas de crédito de categoría
internacional sin límite de compra. Dos eran de Mary, las cuales eran
extensiones de las cuentas bancarias de su futuro esposo. Las dos
restantes, propiedad de María Juana, eran solventadas por su futuro
esposo, Jacques.
Evidentemente, el destino les estaba dando premios a estas dos
mujeres, seguramente en compensación por todas las angustias
vividas, o quizás era una recompensa por haber sorteado con éxito las
duras pruebas que él les había impuesto. Si decimos que el destino es
un niño caprichoso… ¿Podemos descartar que tome personas al azar, y
les imponga pruebas para medir su resistencia?
El vestido de la novia costó cien mil euros, y realmente los valía.
La madrina, por su parte, compró un sobrio tailleur hecho con fina tela
traída de oriente, y una blusa de seda blanca. Huelga decir que zapatos
y accesorios llenaron un par de valijas.
La idea era regresar un día antes de la boda, y al volver,
tampoco podrían verse los enamorados antes de la ceremonia. Los
padrinos habían decidido que sería bueno que se extrañaran un poco
para que ese día, al reencontrarse, sintieran emociones aún más
fuertes.
Habían alquilado una casa quinta para armar el bunker de la
novia. Allí dormiría la noche anterior a la boda, se cambiaría, y partiría
hacia la estancia de Juan, la que su padre le había regalado.
La estancia, quizás por mera casualidad, se llamaba Santa
María. El casco principal estaba diseñado en estilo inglés del siglo XVII.
La casa principal constaba de dieciséis habitaciones, veintidós baños, y
algunas otras dependencias como comedor, living, sala de estar y
biblioteca. A doscientos metros de allí estaban las casas de los
sirvientes, eran veinte unidades habitacionales capaces de albergar a
una familia completa cada una.
Toda la estructura edilicia fue pintada y remozada en todos los
aspectos por una empresa de restauración de un viejo conocido de
Jacques. Trabajaron contra reloj.
Un mes antes de la boda desembarcaron en el lugar ciento
cincuenta obreros y ocho camiones con herramientas, pinturas, y toda
clase de elementos de obra.
También llevaron a la estancia diez casas rodantes enormes
para albergar a todos los trabajadores mientras durase la actividad. El
plácido lugar se convirtió en una pequeña ciudad durante ese tiempo.
Otra cuestión clave fue la jardinería, el parque que rodeaba la
casa principal tenía ocho hectáreas de césped, arbustos y flores, pero
de eso se encargó Juan. Su padre insistió varias veces para que lo
dejara contratar a una empresa de arquitectura del paisaje que en dos
o tres días dejaría todo con la misma perfección que los jardines de
Babilonia, pero a Juan le gustaba trabajar, le gustaban las plantas, y
disfrutaba haciéndolo.
Lo más extraño fue ver a Jacques manejando un tractor de
cortar pasto. Un poco fue por sugerencia de su hijo, y por otro lado, el
veterano millonario estaba aprendiendo a disfrutar de las cosas
simples de la vida.
Jacques sentía que había rejuvenecido veinte años por lo
menos. Por las mañanas bien temprano salían juntos a andar a
caballo. Se estaban conociendo.
En realidad, el magnate no estaba descubriendo algo tan nuevo
al trabajar como un operario rural; en su infancia, además de no tener
padre, debió afrontar una vida repleta de carencias. Su madre fue
primero empleada de un lujoso hotel, de donde la echaron
injustamente porque una señora adinerada se quejó de que le habían
robado un anillo de la habitación. La realidad era que el anillo se lo
había robado un amante por horas que ella había contratado y que
hizo subir a la habitación aprovechando la ausencia de su marido.
Luego del despido, la humilde mujer debió trabajar limpiando baños en
las estaciones de tren de Bruselas, la ciudad natal de Jacques. Siempre
los pobres son el mejor chivo expiatorio. Quizás por esta cuestión de
sus orígenes, era que el hombre era tan considerado con la gente
pobre.
Desde niño había trabajado en diferentes ocupaciones hasta que
consiguió un trabajo bien remunerado en una importante compañía de
importaciones y exportaciones de Francia, y allí comenzó su carrera
ascendente. En pocos años, gracias a su astucia y laboriosidad, logró
ahorrar algunos miles de francos, y así fundó su primera compañía:
Saint Montpellier & Asociados - Comercio exterior.
No fue fácil, pero él tenía mucho empeño, y un espíritu
indomable. Su anécdota favorita era una en que Napoleón Bonaparte
citó a tres de sus generales para que le informaran cuánto tiempo
tardarían en cruzar un territorio, pues del otro lado debían realizar una
operación militar. Los generales le dijeron que tardarían seis semanas.
Napoleón les indicó que eso no podía ser, que debían estar allá en dos
semanas. Enojado, el célebre personaje preguntó porqué no podía ser
en el plazo que él pedía. Le informaron que el obstáculo insalvable eran
los Alpes, a lo cual Napoleón respondió furioso: -¡Pues entonces, que
no haya Alpes! Los tres atribulados militares le dijeron: - ¡Señor, eso es
imposible! -¡Están despedidos! -vociferaba el dictador -¡La palabra
imposible este figura en el diccionario de los tontos y los incapaces!
Acto seguido, él mismo fue a comprar dinamita, la llevó al lugar
indicado, y realizando algunas explosiones en las rocas, consiguió abrir
un camino entre los Alpes, tal como lo hacen los ingenieros viales en la
actualidad para construir autopistas en zonas montañosas. Con esa
"carretera", las tropas tardaron este una semana. No era imposible. El
imposible este está en la mente de algunas personas.
Con esta historia como filosofía de vida, y de trabajo, este
hombre de negocios comenzó a amar las contrariedades, pues decía
que era muy divertido tener que elaborar estrategias para poder
vencerlas. Cada vez que la vida le ponía piedras en el camino, en lugar
de enojarse, él se ponía feliz, pues tenía la oportunidad de ejercitar su
mente, y elaborar estrategias para solucionar el problema.
Juan, ayudado por su padre, podaba árboles, ponía pequeñas
plantas de flores, y cualquier otra cosa que tuviera que ver con la
forestación del lugar.
Así, trabajando duro, llegaron al jueves, o sea que faltaban
veinticuatro horas para la boda. El jardín estaba impecable, al igual
que la estructura edilicia.
Mary pisaba el aeropuerto internacional con su futura suegra, y
un pequeño ejército de changarines del aeropuerto llevaban la docena
de valijas de las damas.
El futuro suegro le había mandado a Mary un séquito de
guardaespaldas para que le ayudaran con los trámites aduaneros y a la
vez la custodiaran. Por un lado temía por los saqueadores de valijas del
aeropuerto, y luego, que las asaltaran en la autopista, pues llevaban
bastante dinero, y objetos muy caros. Siete de los mejores hombres
fueron comisionados para esta tarea.
Por suerte toda la seguridad fue innecesaria. Llegaron a destino
sin ningún inconveniente, y felices de pisar nuevamente el suelo de su
patria chica.
Como toda mujer que se está por casar, Mary caminaba por las
paredes de los nervios que tenía. En un momento llegó a sentir un
estado de excitación y de euforia tan grande, que creyó entender lo que
sienten los consumidores de drogas en el más álgido punto del éxtasis.
Pero ella no tenía nada que ver con ese consumo. Para ella la
adicción tenía otros nombres: amor, Juan, Jazmín, familia. Tan fuertes
eran las sensaciones que experimentaba en esos días, que hasta se
había olvidado del sexo. Hacía más de una semana que había tenido la
última relación íntima con Juan, y hasta el día de hoy, ni siquiera se
había tocado en soledad. Este recordó el tema cuando llamó a su
futuro esposo para avisarle que ya habían llegado, y este le preguntó al
respecto. Se asombró al darse cuenta de que había pasado todo ese
tiempo sin sentir siquiera el más mínimo deseo. Quizás no fuera algo
orgánico, quizás este sentía deseos como un escape a determinadas
situaciones estresantes. De cualquier forma, era algo bueno.
En la estancia, la empresa que proveería el catering, estaba
llevando la vajilla, copas, manteles, bebidas, varios freezer para enfriar
los cientos de litros de champagne extra brut, y muchos otros
elementos. El casco de la estancia parecía una ciudad.
Mary había contratado una agencia de “weeding planners”, y
dos de las empleadas de esa empresa estaban tomando los últimos
recaudos para que al día siguiente, al mediodía, todo fuese perfecto
cuando el jefe del registro civil declarase formalmente constituido el
matrimonio.
La ceremonia debía comenzar a las once cincuenta de la
mañana.
Llegada la noche, todos estaban ansiosos, y casi ninguno podía
conciliar el sueño. En realidad había una persona de la familia a quien
parecía no afectarle la locura colectiva: Jazmín. La pequeña jugaba,
comía y dormía plácidamente. Por las noches se quedaba dormida
junto con su padre, quien luego de comprobar que su retoño se
encontraba en los brazos de Morfeo, con mucha delicadeza la llevaba
hasta su cama.
Finalmente, y luego de mucha actividad, alrededor de la una de
la mañana, ya no había nadie despierto en la estancia. No así en el
bunker de la novia, donde Mary revisaba una y otra vez el vestido, los
zapatos, los accesorios, y todo lo que usaría al día siguiente.
Finalmente, a eso de las cuatro de la mañana, se quedó dormida.
Por fin llegó el gran día, era viernes por la mañana, Juan se
despertó a las seis, y ya no pudo ni quiso volver a conciliar el sueño. El
clima era perfecto, a esa hora, cuando recién estaba amaneciendo,
hacía unos dieciséis grados, para el mediodía serían unos veinticinco.
Sencillamente perfecto.
Juan se puso una bermuda y una remera y salió al jardín para
contemplar el amanecer. Estaba muy emocionado.
El naciente día exhibía el esplendor del imperio romano en su
mejor momento. El cielo estaba de un color celeste azulado e
inmaculado, cual el manto de la Virgen de Luján. Febo trepaba
lentamente sobre la línea del horizonte, como si sus rayos fueran
asiéndose de las ramas de los árboles para poder ascender.
Eolo, dios de los vientos, decididamente se había tomado el día
libre, pues no se registraba las más leve brisa en el lugar.
El futuro esposo respiró hondo, miró a su alrededor, y se sintió
feliz. Todo era perfecto, en pocas horas se casaría con la mujer más
hermosa del mundo, tenía a su madre y a su padre juntos, felices y
sanos, tenía una nueva hija, o quizás la primera, si la gitana tenía
razón, tres bebés en camino, y como corolario, una fortuna tan grande,
que ni siquiera derrochando dinero todos los días de su vida llegaría a
agotarse.
De pronto apareció Diana, compañera fiel. En los últimos días
ella notaba la excitación de su amo, y trataba de apoyarlo
acompañándolo a todas partes, como hacen los buenos amigos.
Rato más tarde se levantó Jacques, tomó unos mates junto con
su hijo, y luego se dispuso a recorrer el lugar para asegurarse de que
todo estuviera bien.
Alrededor de las diez de la mañana, jazmín apareció en el
parque, donde su padre y su abuelo conversaban a la sombra de un
frondoso pino. Cuando Juan la vio, se agachó y abrió los brazos, ella
entendió el gesto y comenzó a correr hasta perderse en el pecho de su
progenitor.
Todo estaba listo para el gran momento, los empleados de la
empresa de catering, pululaban cual hormigas sobre el mantel de un
picnic. Todo debía ser perfecto, mas aun si tenemos en cuenta los cien
mil dólares que el padrino de la boda había abonado por los servicios.
En el bunker, Mary estaba perdiendo el aplomo que la
caracteriza, al punto en que su futura suegra le dio un abrazo
maternal para tratar de calmarla, y le dijo que no debía preocuparse
porque todo iba a estar bien. Era la primera vez en su vida que esta
joven sentía contención materna.
Cada uno fue vistiéndose de acuerdo al rol que debía
desempeñar en lo que sería una jornada inolvidable. A medida que el
reloj avanzaba, la tensión aumentaba. El tiempo era un gigante que
avanzaba a paso lento, pero inexorable.
Los cincuenta policías contratados por Juan para custodiar la
celebración estaban apostados en las cercanías del parque. Esto
respondía a que las joyas que se usarían sumaban más de cinco
millones de dólares. Querían estar seguros de que nada opacara el
esplendor del momento.
Se había planeado que la novia viajase en una de las cinco
limosinas que partirían desde el sitio en donde ella se encontraba,
hasta el lugar de la boda. Pero Juan decidió por su cuenta, darle dos
sorpresas más a la joven.
Ya eran las once de la mañana. Mary tenía puesto su vestido
blanco con el cual la más bella princesa la envidiaría. De pronto su
rostro palideció, hizo un gesto de preocupación, como si acabara de
recordar algo grave.
-¡Tengo que hablar con Juan! -le dijo a su futura suegra -Es
urgente, si no lo hago no puedo casarme.
María Juana se extrañó mucho. ¿Qué podía ser tan importante
que le impidiera casarse? Trató de convencerla de que hablar con él
ahora le traería mala suerte, pero la novia insistió tanto, que al final,
llamó ella misma por teléfono a la estancia, y le pidió a Jacques que
pusiera a su hijo en el teléfono. Dos minutos más tarde, los futuros
esposos estaban dialogando.
-¡Juan, mi amor! -dijo Mary -¿Recuerdas lo que te dije de no
tener ningún secreto contigo antes de casarnos? Pues me faltó contarte
dos cosas. Lo haré ahora, y luego tú me dices si aún quieres casarte
conmigo.
María Teresa había tomado la decisión de tener un esposo-
amigo, ese tipo de relaciones en donde no hay ninguna clase de
secretos, ni el más mínimo. Quería que el hombre de su vida conociera
sus miserias más íntimas, así en el futuro no habría sorpresas
desagradables.
-Te escucho, pero te advierto que aunque me cuentes que te
acostaste con todos los hombres de París, o que mataste a miles de
personas, igual te voy a seguir amando y también voy a continuar
deseando que seas mi esposa -replicó Juan con una distendida
sonrisa.
Mary le contó lo que había hecho aquella vez en la embajada,
cuando con su prima tuvieron sexo con el hombre italiano, y como
última confesión, le contó a su amado lo que nunca se había atrevido a
contarle a nadie: el hijo que la obligaron a abortar en su adolescencia,
había sido concebido con su padre, en aquellas relaciones incestuosas
que mantenían desde que ella cumplió once años de edad.
Fue fuerte, pero tampoco era algo que Juan no hubiera
imaginado alguna vez. Desde el momento en que ella reconoció todas
las cosas que hacía con su padre cuando niña, todo era posible.
-¡En primer lugar te amo! ¿Entendiste? En segundo lugar, ya me
imaginaba que estas cosas habían pasado así que no me cambia nada.
Para mí seguís siendo la mujer más maravillosa del mundo y quiero
pasar el resto de mi vida a tu lado -concluyó el novio.
Mary sintió un alivio muy difícil de explicar con palabras.
Estaba construyendo una nueva vida, y en el cielo de su nuevo
universo, este quedaban dos pequeñas nubes, que se acababan de ir
para nunca regresar.
-Tengo miedo de que te conviertas en calabaza -dijo ella -un
hombre tan maravilloso no puede ser realidad. Te amo como nunca
amé a un hombre en mi vida.
Aclarado el punto, los dos se relajaron, y continuaron con la
rutina, que ya estaba bastante demorada. La ceremonia no comenzaría
a las once cincuenta, pero eso era lo de menos.
María Juana subió a su futura nuera en una de las limosinas, y
partieron todos raudamente hacia la estancia. En los restantes
vehículos de la caravana iban: Camila, las damas de la empresa de
“weeding planners”, y algunos amigos y familiares de la madrina.
Al llegar a la entrada principal de la estancia, la caravana se
detuvo y la madrina indicó a su futura nuera que debía descender del
vehículo. La novia miró con asombro, pero no estaba en condiciones de
cuestionar nada, solamente hizo lo que le indicaban.
Al bajar vio frente a ella la más magnífica carroza que hubiese
imaginado en su vida. Seis blancos corceles tiraban de ella. Dos
cocheros lujosamente ataviados estaban sentados en el lugar de
conducción y otros dos guardias con el mismo uniforme se le acercaron
y luego de hacerle una reverencia, la invitaron a que subiera al
carruaje.
Ella se había sentido princesa cuando Juan le abría la puerta de
la camioneta para luego ayudarla a descender, pero esto superaba todo
lo imaginable. Sentía deseos de llorar de emoción, pero se resistía a
hacerlo para no arruinar el maquillaje.
La carroza había sido comprada en Alemania, había pertenecido
a un zar de Rusia, y luego confiscada por el gobierno de Hitler durante
la segunda guerra mundial. Luego de ser derrocado este, pasó a manos
de un coleccionista privado. Fue restaurada en los últimos meses por
los mejores artesanos de la realeza europea. Era de color dorado, con
detalles de oro puro, y su interior estaba decorado con cortinas y
almohadones de pura seda italiana. Una doncella acompañaba a la
futura esposa, tal y como corresponde a la nobleza. Mientras
avanzaban, la dama de compañía abrió un lujoso estuche y extrajo de
él deslumbrantes joyas que comenzó a colocar en el cuello, las
muñecas y las orejas de la novia. Habían pertenecido a la realeza.
Los uniformes de los cocheros y de los guardias, habían sido
adquiridos junto con el carruaje, y estaban en perfecto estado de
conservación. Databan del siglo XVII. Los hombres que los portaban
eran policías contratados por Juan para que cuidaran a su mujer.
Debajo del uniforme tenían chalecos antibalas y portaban armas de
grueso calibre. Habían cobrado cinco mil dólares cada uno por
adelantado, pero debían resguardar a la novia con sus vidas si ello
fuese necesario. Las joyas que ella lucía en esa ocasión superaban el
millón de dólares.
Los caballos partieron a paso lento y firme hacia el lugar en
donde se consumaría el ansiado matrimonio.
Llegaron allí cuando ya eran las doce y el novio comenzaba a
impacientarse. Jazmín parecía una princesita, su padre, después de
bañarla y cepillarle el cabello, le había puesto el vestido blanco y los
zapatos de igual color que le regalara su abuela.
Cuando bajó la novia del lujoso carruaje, su hija postiza salió
corriendo a abrazarla. Mary se agachó y la alzó. Se dieron un abrazo
que pareció durar siglos.
De pronto aparecieron varias personas lujosamente vestidas y la
saludaron con gran solemnidad. María Juana sabía de qué se trataba.
Todos lo sabían, menos la novia. En eso consisten las sorpresas.
Al llegar al comienzo del pasillo que la llevaría al altar, Jacques,
como padrino del casamiento, la tomó del brazo. Ella le preguntó
quiénes eran esas personas que la habían saludado, pero él sonrió sin
decir nada.
Comenzaron a caminar por el elegante sendero. Mary miraba
todo, y en su pecho ya no cabía tanta felicidad. Todo estaba impecable.
El lujo y el buen gusto estaban por doquier. Era el día perfecto, según
lo que ella sabía de la celebración, pero recordemos que lo perfecto
puede mejorarse si se dan ciertas condiciones. Y esta vez no
intervendría el destino, sino su futuro esposo.
Los pasos se sucedían uno atrás de otro, eternos, infinitos,
placenteros. Bendito sendero que la llevaría al mejor momento de su
vida, maldito sendero que parecía alongarse en cada paso. Se tomó
fuerte del brazo de su futuro suegro, y este caminó.
Juan estaba parado en su lugar, esperando que su princesa
llegara. El extraño séquito, a su lado.
Luego de lo que a ella le parecieron kilómetros, llegó al altar, se
desprendió del brazo del padrino, y se paró al lado de Juan.
Él sentía que el corazón le iba a estallar de nervios y de
felicidad, le faltaba el aire. Ella sentía todas estas cosas, pero además,
casi se desmaya cuando le dijeron que antes del matrimonio debía
realizarse otra ceremonia. Cualquier cosa que significara aplazar el
matrimonio la asustaba y angustiaba.
Un señor con fino traje de seda y una dama con elegante
atuendo azul se acercaron a la novia.
-Venimos a entregarle su título, obsequio de su futuro esposo, y
a manifestarle nuestra reverencia en nombre de toda la realeza de Italia
-decía el caballero.
-En nombre de la embajada de nuestro país, ponemos en su
poder el título de condesa que su futuro esposo compró para
demostrarle su amor y su devoción -concluyó la señora -las joyas que
está luciendo son ahora suyas y forman parte de sus posesiones. Un
castillo ubicado en el límite con Francia completa sus propiedades.
Tanto usted como el señor Rodríguez son ahora ciudadanos italianos y
pueden entrar y salir del país cada vez que deseen hacerlo.
Pero no era todo, un asistente le dio a la elegante dama un
cofre, y al abrirlo, salió a relucir una corona de trescientos cincuenta y
tres gramos de oro veinticuatro quilates. Tenía incrustaciones de
platino, diamantes, rubíes y esmeraldas.
La diplomática italiana la colocó sobre la cabeza de Mary, y le
explicó que la joya era parte de las posesiones del castillo que ahora le
pertenecía.
Cuando la dama le entregó una serie de papeles con los títulos,
Mary no pudo contener sus impulsos y se arrojó en los brazos de su
hombre.
Todas las mujeres sueñan con ser princesas, conocer a un
hombre bueno y caballero que decida amarlas con sus virtudes y
defectos por el resto de sus vidas. Casi todas sueñan también un
casamiento inolvidable, con un vestido perfecto y luciendo joyas de la
realeza, llegar al altar en un carruaje tirado por caballos, y que su
esposo le haga un regalo increíble para demostrarle cuánto la ama.
María Teresa era una de esas chicas, pero la realidad había
superado todas sus expectativas. Dos años atrás no podía siquiera
imaginar todas estas bendiciones que la vida le prodigaría. Esto
demuestra que los sueños deben perseguirse, a pesar de que todo
parezca gris, y el futuro no sea promisorio. Recordó lo que le dijo su
abuelo antes de morir: "… no renuncies tú misma a tus sueños
pensando que no podrás, debes hacer todo lo que esté a tu alcance, y
si acaso no se concretaran, podrás estar en paz sabiendo que hiciste
todo lo que podías."
Había luchado como una leona, no había sido fácil, pero todos y
cada uno de sus sueños se habían cumplido. Se estaba casando con
un hombre increíble, con la boda más perfecta que pudiera desear, él le
había hecho un regalo maravilloso, y como si todo eso fuera poco, tenía
en sus entrañas tres pequeñas vidas que serían este el comienzo de
una familia de ensueño.
Abrazaba a su hombre con desesperación, parecía que quería
fundirse en él y que ambos fuesen un solo ser. Quizás eso no existiera
en el plano físico, pero en lo espiritual ya se habían convertido en uno
este. Eran previsibles el uno para el otro, cada cual sabía qué esperar
de su otra mitad. Se comunicaban, se entendían… se amaban.
El sol caía en impecable verticalidad sobre la faz de la tierra. Los
invitados lloraban de la emoción, los fotógrafos y camarógrafos no
perdían detalle de lo acontecido. Todo quedaría registrado.
Finalmente, ella soltó a su hombre y el Juez de Paz se aprestó a
comenzar la ceremonia.
-¿Desea usted tomar a este hombre en matrimonio, para
honrarlo y respetarlo, en la pobreza y la riqueza, en la salud y en la
enfermedad, y frente a todas las adversidades? -le preguntó a la novia.
-¡Si, quiero! -respondió Mary.
-Juan Rodríguez… ¿Desea usted tomar a esta mujer en
matrimonio, para amarla y respetarla, en la riqueza y la pobreza, en la
salud y la enfermedad, y frente a todas las adversidades?
-¡Si, quiero! -respondió Juan.
Con el poder que me otorga la ley, los declaro marido y mujer. El
novio puede besar a la novia.
El sueño ya se había hecho realidad, los esposos se miraron, se
abrazaron, y se besaron. Se olvidaron del resto del mundo, nada
importaba, este ellos dos. Se besaron durante un minuto, o un
segundo, qué importancia tenía.
Los invitados aplaudían, las damas lloraban, todo era como
debía ser.
Mary creía no tener cuerpo, no lo sentía. Le parecía estar
flotando en el aire, este percibía los latidos de su corazón, que después
de tantos golpes, tenía la vida que se merecía.
Aquella noche en que entró por primera vez a la casa de Juan,
cuando aún no sabía nada de él, sintió que había llegado al lugar
indicado, y al hombre preciso. Tenía la seguridad de estar en el buen
camino. ¡Y vaya si lo estaba! En los casi dos años transcurridos habían
pasado muchas cosas. Muchas. De las buenas y de las malas. Habían
tenido problemas, y los habían solucionado, pero tampoco, por ley,
debían ser tantos.
Juan recordaba esos días en que casi había muerto en la cárcel,
cuando Mary estaba con él de modo incondicional, y le recitaba los
versos de Almafuerte: "… si te caes diez veces te levantas/ y otras diez,
y otras cien y otras quinientas/ no han de ser tus caídas tan violentas/
ni tampoco, por ley, han de ser tantas…"
Quizás las caídas no fueron quinientas, y seguramente no
llegaron a diez, pero sí fueron duras, muy duras.
A Juan le habían enseñado desde chico que Dios aprieta, pero
no ahorca, o quizás, remitiéndonos una vez más a la prosa de don
Pedro Palacios: "…todos los incurables tienen cura, cinco segundos
antes de su muerte…"
Este notable escritor bonaerense se destacó siempre por la
tenacidad y el sentimiento esperanzado y a la vez esperanzador de sus
letras, y seguramente si viviera, le hubiese gustado conocer la historia
de vida y la tenacidad de esta joven pareja, que haciendo frente a la
adversidad, llegó a conquistar todos sus sueños, y Juan, como buen
abogado, consiguió que el destino le pagara intereses por el sufrimiento
que habían vivido. El daño se había resarcido en modo más que
suficiente.
Todas estas cosas pasaron por las mentes de los flamantes
consortes cuando el juez dijo que eran marido y mujer.
Pasaron unas horas allí, saboreando los manjares que
inundaban las mesas, los flamantes esposos junto a Jazmín estaban
en la mesa principal. Diana estuvo al lado de Juan, saboreó los más
exquisitos sándwiches de miga y Coca Cola bien fría, como a ella le
gustaba.
A eso de las cinco de la tarde comenzaron a retirarse, los
presentes les tiraban arroz, augurándoles bienestar y prosperidad, pero
no eran este ellos dos, Jazmín iba en los brazos de su madre adoptiva.
Habían decidido llevarla en su luna de miel, pues Juan no
hubiera soportado alejarse de ella por mucho tiempo. El destino elegido
para celebrar su unión era simplemente… todo el mundo.
De común acuerdo decidieron dar la vuelta al mundo en barco,
pero sin prisa. Jacques había comprado un nuevo yate, y les pidió que
lo estrenaran.
Los flamantes esposos junto con su pequeña ascendieron al
fastuoso carruaje, prestos a recorrer el orbe.
Mary llegó al lugar como una ciudadana común y se retiró como
una condesa, con un marido y una corona.
Juan tenía ahora una mujer que lo amaría y cuidaría por el
resto de su vida.
Jazmín tenía un padre, una madre, abuelos que la consentirían
por muchos años, y un futuro promisorio.
Ese niño caprichoso llamado destino había hecho de las suyas
una vez más. Hizo justicia. Puso las cosas en su lugar.
La ex esposa y los dos hijos mayores de Juan, tuvieron noticias
de la actual fortuna de ese hombre a quien tanto dañaron. Si no
hubieran elegido ponerse en contra de él, ahora seguramente estarían
gozando de una de las mayores fortunas del planeta. Ellos eligieron su
destino, atacarlo, robarle todo lo que él tenía en aquel momento, y
destruir para siempre el vínculo. Nunca más volverían a hablarse.
Los invitados comieron, bebieron, y bailaron hasta las doce de la
noche, y quizás un poco más. Fue la fiesta más grande que se haya
visto en aquel lugar.
Capítulo 14 – El epílogo
FIN
LITERATURA INTERACTIVA
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