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Se me ocurre que uno de los éxitos del trabajo entre los que estudian la Biblia,
en las últimas décadas, es el reconocimiento de que la Biblia es literatura. Esto por
supuesto no debilita de ninguna forma su carácter inspirado. Más bien reconoce que el
texto inspirado es frecuentemente elegante y bello en una forma que gusta y satisface
a los lectores humanos.
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Publicado en Boletín Teológico de FTL N° 58, junio de 1995.
Me gustaría compartir una forma de lograr precisamente esta sensibilidad.
Cuando el intérprete se acerca a la Biblia para escoger el texto principal que le servirá
como base de su exposición, debería sujetar sus propios gustos o preferencias a los
criterios del texto mismo.
Prefiero hablar de tres pasos básicos para fijar (es decir, discernir y obedecer)
los límites de un texto:
Los cambios que separan nuestro texto de lo anterior y lo posterior son siempre
cambios de algo a algo. No se llega a mucho, al mencionar un cambio, sin precisar el
"de" y el "a". Los cambios incluyen:
Nos toca fijar, en primer lugar, el límite anterior y posterior de nuestro texto. Si
escudriñamos lo que precede a este llamamiento, descubrimos que ese material se
compone mayormente de genealogías. Desde Génesis 10.1 en adelante, interrumpido
solamente por la narración de la Torre de Babel, encontramos el linaje de los hijos de
Noé. Como habitantes del Occidente y de finales del siglo XX, quizá no nos
encontramos fascinados con tal género literario. Pero existe en la Biblia por un
propósito discernible. Según nuestro texto, Dios va preparando algo, sus propósitos se
encuentran entretejidos y, a veces, escondidos en la marcha interminable de las
generaciones.
Al término de Génesis 12.9 nos topamos con el final apropiado de esta unidad
de discurso. Recordarán que esta tarea es precisamente la segunda que tenemos en el
esquema que estoy presentando.
Jehová manda.
Una nueva relación resulta.
El hombre responde.