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LENGUA COMPLEJA
PARA LOS
EXTRANJEROS?
1. º DE FILOLOGÍA HISPÁNICA.
12/05/2015.
1. INTRODUCCIÓN
El español es una lengua romance procedente del latín vulgar, al igual que el
gallego, catalán, portugués, francés e italiano, entre otros. También se denomina
castellano, al ser originario de Castilla, aunque resulta mucho más adecuado emplear el
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término español, pues, en la actualidad, utilizamos un castellano muy evolucionado,
nada parecido a aquel castellano que surgió en la zona de Castilla. El castellano es
considerado, por otro lado, un dialecto del español en el Reino de Castilla durante la
Edad Media o incluso un dialecto del español en la actualidad. No obstante, en
territorios americanos de habla hispánica, se prefiere utilizar la terminología castellano
por razones de polémica con la denominación de una lengua identificable con un
territorio o que conduce a un pasado histórico que provoca rechazo; aunque,
lingüísticamente, ambas son plenamente válidas.
Se trata, como vemos, de una lengua en expansión, al contrario del francés, por
ejemplo. Estados Unidos, Brasil, Francia, Reino Unido y Alemania son los países que
están a la cabeza en estudiantes del español como lengua extranjera. La causa de este
auge del estudio del español parece deberse a razones de índole variada; pero tienen
menos importancia las económicas, algo que, sin embargo, sí sucede con el chino o el
inglés.
Sin embargo, el español tiene aspectos lingüísticos que, sin duda, pueden dificultar
mucho el aprendizaje a hablantes no nativos. Las dificultades a las que se enfrenta un
estudiante no nativo dependen de muchos factores, como la edad, la predisposición de
aprendizaje y, sobre todo, la proximidad del español con la lengua nativa.
Evidentemente, a un italiano o a un francés le es mucho más fácil aprender español que
a un ruso o a un alemán porque el español, el italiano y el francés, entre otros, son
lenguas romances que tienen un origen común, el latín vulgar; se consideran dialectos
históricos del latín.
Uno de los campos que resulta más complicado para un extranjero es,
indudablemente, la morfología. El español, a diferencia de otras lenguas como el inglés,
es una lengua flexiva, es decir, un morfo insegmentable incluye diferentes morfemas –
entendiendo como morfema una unidad mínima dotada de significado, de carácter
abstracto, que se puede realizar fonológicamente de distintas maneras y como morfo
una secuencia fonológica identificable en la cadena hablada, asociada a un significado
constante, no divisible en secuencias más pequeñas con significado- o, en otras
palabras, incluyen información en sufijos o prefijos a través de la flexión de las
palabras.
A diferencia del inglés, que para formar un tiempo verbal emplea «partículas» o
palabras que se agregan a la base del verbo de forma aislada, lo que nos da cuenta de
que es una lengua aglutinante, el español posee varios morfemas dentro de un mismo 4
morfo que nos indican el tiempo, modo, etc. Esto complica la formación de los verbos
por parte del extranjero y la comprensión. Además, en español existen tres modos
(indicativo, subjuntivo e imperativo), al contrario que en otras lenguas; el subjuntivo,
por ejemplo, es exclusivo de muy pocas lenguas y sirve para expresar deseos o
hipótesis irreales, algo que en otras lenguas se expresa en indicativo por la inexistencia
de dicho modo. A los ingleses, por ejemplo, les resulta muy complicado el subjuntivo
porque, aunque ellos aún conservan ciertas reminiscencias del antiguo subjuntivo, no
disponen de un modo subjuntivo como tal, lo que les lleva a emplear formas de
indicativo. Asimismo, en castellano hay muchos verbos irregulares, tales como ser, oír,
roer, caer, que complican mucho la tarea.
El español dispone de una flexibilidad sintáctica que puede ser entendida en cierta
medida como una dificultad, dada las múltiples posibilidades de ordenación de palabras,
mientras que otras lenguas como el inglés tienen patrones más estáticos y rígidos en el
orden. Así, en inglés solamente podemos decir I like chocolate sin alterar de forma
alguna el orden, mientras que en español podemos decir Me gusta el chocolate o El
chocolate me gusta. Sin embargo, en muchas ocasiones, el orden depende de las
funciones informativas en tanto que colocamos unos elementos antes o después
dependiendo de la información conocida (tema) y nueva (rema) o con el fin de focalizar
algún complemento.
Esto se debe a que el inglés se trata de una lengua dominada por la referencia, es
decir, la asignación del sujeto está determinada por criterios discursivos; es sujeto el
constituyente que funciona como tópico de la oración. Además, es una lengua sin marca
de caso- preposiciones, orden de palabras…-. Esto conlleva que las funciones
sintácticas se conecten con las discursivas a través del orden fijo de palabras. Sin
embargo, el español se trata de una lengua a medio camino entre la referencia y el papel
semántico. Se trata de una lengua en la que las funciones semánticas y sintácticas se
conectan a través del recurso de la marca de caso, mientras que la función discursiva
aparece reflejada por medio del orden libre las palabras.
En definitiva, les puede resultar complejo a los extranjeros esta libertad sintáctica de
los constituyentes, ya que en otros idiomas dicho orden está regido, por lo que es mucho
más sencillo captar las funciones sintácticas, pues siempre se van a presentar en el
mismo orden.
c. Dificultades en el aspecto ortográfico y fonético.
En el sistema alfabético español también nos podemos encontrar que a una letra le
correspondan varios fonemas, como es el caso de la r. Así pues, vemos que en pera y
rape, aunque se trate de la misma letra, se pronuncia de manera diferente por el hecho
de estar a comienzo o final de palabra. Sin embargo, estos sonidos, la vibrante simple y
múltiple, que no aparecen en lenguas como el chino, resultan muy difíciles de
pronunciar para extranjeros, mayormente orientales. Otros fonemas, como la nasal
palatal, que en español se representa con la grafía ñ, sí aparecen en otras lenguas, pero a
través de otras grafías, como gn en francés.
La lengua española es un diasistema dentro del cual hay variaciones, que nos
permiten hablar de diferencias en el sistema, pero también hay aspectos en común, lo
que nos permite hablar de un sistema complejo. A pesar de que el español es un idioma
homogéneo en todo el territorio en el que se habla, es decir, cualquier usuario del
español puede comunicarse y entender perfectamente en cualquier zona de habla
hispana –algo que no sucede, por ejemplo con el vasco, del que existen 8 dialectos y 24
subdialectos-, no podemos hablar de un modelo estándar que no sufra ninguna
variación, algo que favorecería mucho el aprendizaje de la lengua por parte de los
extranjeros, sino de un sistema que sí sufre cambios dependiendo, por ejemplo, del
lugar en el que se hable; es lo que se conoce como variaciones diatópicas.
Así pues, no podemos hablar de un español estándar que se habla en toda la zona
hispanoparlante, sino de dialectos y hablas. Por ejemplo, evidentemente, no habla igual
un catalán que un andaluz. Hay una serie de rasgos, sobre todo fónicos, que conducen a
una distinción entre ambos. Esta variación, que tiene su origen en la propagación del
latín vulgar y que daría origen a lenguas como el catalán, el gallego o el portugués y a
dialectos históricos (no han alcanzado el estatus de lengua por razones sociopolíticas)
como el astur-leonés (bable) o el navarro- aragonés, es una de las razones por las que el
español resulta tan difícil de aprender; mayormente, en el sur de la península, ya que a
menudo se producen numerosas variaciones, cambios y supresión de sonidos. Vemos
que en Andalucía se da el seseo, ceceo, aspiración, supresión de los sonidos
consonánticos finales de sílaba, etc, que complican la comprensión y confunden al
hablante no nativo. No obstante, el centro y norte peninsulares no quedan exentos: hay
errores sintácticos, como leísmos (que también se dan en el sur y constituyen una
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concesión a los castellanos), laísmos y loísmos, confusión de tiempos verbales, etc.
También hemos de tener en cuenta el español hablado en Hispanoamérica, lo que
complicaría aún más la cuestión.
Asimismo, otra de las dificultades que complicarían la enseñanza del español son las
variaciones diastráticas, es decir, aquellas que dependen del estrato social. A los
estudiantes extranjeros de español les resultaría mucho más fácil comprender a un
español en un nivel medio que en un nivel alto, en el que no solo se emplea un buen
uso del español en todos sus aspectos (fónico, gramatical…), sino también una
terminología específica de la materia de la que se habla; pero tampoco un nivel bajo, en
el que la lengua se deforma. Lo correcto sería, pues, emplear un nivel medio, bien
hablado, pero prescindiendo de cultismos o palabras muy específicas de los campos, así
como de un mal uso del idioma con errores fónicos, sintácticos o morfológicos.
Muy relacionado con ello encontramos las variedades diafásicas, es decir, el modo
de aplicar el lenguaje modificado por las variedades diatópicas y diastráticas a una
circunstancia comunicativa determinada. Es lo que se conoce como registro: más o
menos formal, más o menos coloquial, etc.
En español, al contrario que el inglés, hay una diferencia semántica entre la segunda
persona del singular como forma de tratamiento de respeto y la segunda persona del
singular como forma coloquial, es decir, entre usted y tú. Se puede considerar que,
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mediante el tratamiento, el hablante incorpora al contexto de dichos enunciados la
información acerca de la relación social con su interlocutor: cargo importante,
diferencia de edad, etc. Se trata de lo que M.A.K. Halliday denominó función
pragmática del lenguaje.
La lengua no es algo rígido y solidificado que posee una serie de reglas que se han
de cumplir en todos los casos, aunque eso sea lo que sostiene y defiende la Real
Academia. No. La lengua es algo vivo, con una serie de tendencias que cambian a lo
largo del tiempo dependiendo mayormente del uso que la población hace, por mucho
que las academias se empeñen en ser normativas y establecer una serie de criterios que
se han de cumplir en todos los casos (si bien es cierto que cada vez son más flexibles).
Y es que, si la lengua no fuera algo vivo y no cambiara con el paso del tiempo, no
existiría el español, el catalán, el italiano o el rumano; ni siquiera el latín o el griego,
dialectos del indoeuropeo, y quién sabe si tampoco habría existido el indoeuropeo
(quizás hubo una lengua interior de la que no se tiene constancia) si la lengua hubiera
permanecido siempre igual y no se hubiera modificado con el paso del tiempo.
4. FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
De Molina, J.A. (2011). Gramática avanzada para la enseñanza del español. Granada: 11
Gómez Torrego, L. (2007). Gramática didáctica del español. Madrid: Editorial SM.