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Hannah Arendt inicia La condición humana (1958) con la relación de un hecho que en la
actualidad no parece ya nada extraordinario, el lanzamiento de un satélite artificial: “En 1957
se lanzó al espacio un objeto fabricado por el hombre, y durante varias semanas circundó la
Tierra según las mismas leyes de gravitación que hacen girar y mantienen en movimiento a
los cuerpos celestes: Sol, Luna, estrellas” (Arendt, 1993: 13). Lo que le sorprende es que la
reacción frente a ese hecho, que mostraba la capacidad de la ciencia y la tecnología, no fue
de orgullo o de temor sino el sentimiento de un deseo cumplido: escapar a la prisión terrena,
la alegría de sentirse liberados de tal prisión.
Escapar a la “condición humana”, vivir más allá de los límites fijados, son deseos que se dan
en los seres humanos ya antes de que se puedan realizar. En el fondo, el hombre anhela
cambiar la existencia humana desde lo dado, por algo “hecho por él mismo”. Esta idea centra
la reflexión de Arendt sobre el problema que cree consustancial al mundo moderno: cómo el
“artificio humano” separa la existencia humana del mundo animal y de la Tierra.
Su crítica del mundo moderno conlleva una redefinición de lo político: hay que entender lo
político desde la “acción” y el discurso; desde la creación de un “espacio público” en el que
los hombres desde la pluralidad “revelen” su propio yo y formen la “trama de las relaciones
humanas”. La posibilidad del “pensar” y de hacer un uso público del pensar mediante el
juicio político y el juicio histórico, complementaría esa construcción de un “mundo común”,
como espacio de aparición. A partir de ese significado de lo político Hannah Arendt realiza
una crítica del “sin sentido” que comporta un hacer sobre el que no se puede pensar. Porque
lo terrorífico de la situación es cómo aparece el mundo de los artefactos poseído de una
capacidad de iniciar procesos que no sólo escapan al hombre sino que, como si de fenómenos
naturales se tratara, pueden llegar a destruir el mundo.
■ Un mundo autofabricado
Pero ¿cómo se nos presenta ese “mundo sin sentido”? La distinción que Hannah Arendt hace
entre “labor”, “trabajo” y “acción” es clave para precisar el significado que para ella tiene la
tecnología. Mientras que la labor es la actividad humana que cubre las necesidades, el trabajo
crea un mundo de artificios y la acción es la capacidad de iniciativa, de iniciar algo nuevo y
sólo puede darse en la pluralidad. El animal laborans está inmerso en el “proceso” de cubrir
las necesidades e incluso la utilización de útiles e instrumentos forma parte del propio
proceso vital. Es el reino de la necesidad. Es el homo faber quien crea un mundo artificial
mientras que la acción, la capacidad de iniciar procesos, se da entre los hombres, no entre las
cosas, y es impredecible, es el reino de la libertad.
Hannah Arendt da cuenta de ese “mundo autofabricado” de los artefactos desde la actividad
humana del “trabajo”. Sin embargo, su reflexión sobre la técnica va más allá de considerarla
en relación al trabajo. Su análisis de la automatización pone de relieve un doble significado
de la técnica: como creación de útiles para el trabajo y como el conjunto de un nuevo mundo
de artefactos.
La tecnología recrea, pues, artificialmente el proceso natural, ese canalizar los interminables
procesos de la naturaleza hacia el mundo humano. La consecuencia será la destrucción de los
objetos que forman el mundo. Eso es, para Arendt, más peligroso, incluso, que el que el
hombre sea esclavo de sus propios productos. Más que la “alienación del hombre” lo
terrorífico sería la “alienación del mundo”.
“Proceso”: naturaleza-histórica
Vistos desde una distancia suficiente, los coches en que viajamos y que, lo sabemos muy
bien, nosotros mismos construimos se ven como si fueran, dicho en palabras de
Heisenberg, “una parte tan indivisible de nosotros como la concha del caracol es de su
ocupante”. Todo nuestro orgullo por lo que podemos hacer desaparecerá en una especie
de mutación de la raza humana; el conjunto de la tecnología observado desde ese lugar,
en realidad ya no se ve como el resultado de un esfuezo humano consciente para
extender los poderes materiales del hombre, sino más bien como un proceso biológico a
gran escala. (Arendt, 1996: 239)
Pero ¿en qué sentido ese “mundo autofabricado” se aprecia como “desarrollo biológico de la
humanidad”? ¿Cómo reinterpreta Arendt esa idea de que la naturaleza es vista en su totalidad
como susceptible (estar en disposición) de ser instrumentalizada? ¿Cómo explicar que puede
ser un mundo “artificial” como “natural”?
Su crítica de la edad moderna le lleva a alertar sobre el peligro que implica introducir la
impredecibilidad de la acción en lo natural. Sin embargo, señalará un contrapunto a ese
peligro desde lo político, desde la limitación de la acción al reino de los “asuntos humanos”.
Hannah Arendt defiende que en el “vivir juntos”, en la constitución de una “esfera pública”,
en la “trama de las relaciones humanas” se constituye un mundo humano distinto del natural.
Su intento es escapar a esa unión de “naturaleza” e “historia” que se ha producido al concebir
que en ambas el significado estaba en el proceso. Ella cree que esa idea es común a todas las
concepciones de la edad moderna que han hecho de la historia un proceso y que, además, han
concebido lo político desde una filosofía de la historia como proceso.
Paradojas de la acción: ciencia y política
La condición humana se iniciaba con una reflexión sobre lo que suponen hechos como el del
lanzamiento de un satélite artificial al espacio y acaba con el problema de las consecuencias
terroríficas que puede tener borrar la línea divisoria entre naturaleza y mundo humano.
Esa línea divisoria se borra por la aplicación del proceso natural-biológico al mundo de
artefactos fabricados por el hombre. Dicho de otra manera, se borra la distinción al concebir
el mundo humano desde una concepción de la historia como proceso en la que el significado
provenga de la totalidad. Pero, además, por el uso de la “acción” en otra esfera que no sea la
propia de los asuntos humanos, como ha llegado a ocurrir en la ciencia y la tecnología.
Arendt cree que en la ciencia natural y en la tecnología modernas no se imitan los procesos
de la naturaleza sino que se “actúa” en ellos. De manera que lo que es propio de la acción en
la esfera humana: la irreversibilidad, la incapacidad de predecir, por ejemplo, se llevan a lo
natural “donde no cabe remedio alguno para deshacer lo que se ha hecho” (Arendt, 1993:
258). Eso comporta un cambio que no se limita al automatismo de las conductas sino que
puede ir más allá: “El fenómeno totalitario se basa en la convicción de que todo es posible y
no sólo permitido moralmente o de otro modo, como fue el caso del nihilismo primitivo. Los
sistemas totalitarios procuran demostrar que la acción puede basarse en cualquier hipótesis y
que en el curso de una acción de dirección coherente, la hipótesis particular se convertirá en
verdadera, se convertirá en realidad presente, concreta” (Arendt, 1996: 97-98)
Para Arendt, el triunfo del animal laborans en la edad moderna tiene enormes consecuencias
para la “condición humana”. Se pierden experiencias como la del pensamiento porque éste
se convierte en mero “cálculo de consecuencias”. Se pierde la acción, al entenderla como
“hacer” y “fabricar”. También se pierde la pluralidad de los hombres, su singularidad,
distinción e individualidad, que desaparece tras los “procesos”.
Hasta qué punto la acción y el pensar pueden sostenerse desde la actividad científica es
ciertamente una cuestión de matices, porque si bien es cierto que los científicos y su
actuar han resultado ser de gran resonancia pública y de gran significación política, sin
embargo, carecen –en su propia actividad como científicos no como ciudadanos– de la
posibilidad de proporcionar significado a la acción. Ello se debe a que actúan en la
naturaleza desde el “punto de vista del universo” y no “en la trama de las relaciones
humanas”. (Arendt, 1993: 348)
“Actuar desde el punto de vista del universo” es distinto del “actuar en la trama de las
relaciones humanas”. Eso marcará la necesaria distinción entre ciencia y política. Hannah
Arendt insiste, con palabras de Kafka, en que “el punto de Arquímedes se le ha dado al
hombre precisamente para usarlo en su contra”. Por una parte, advierte del peligro de que la
tecnología y la ciencia lleguen a borrar las fronteras entre lo natural y el artificio humano.
Pero, por otra parte, frente a esa imposible sustracción del mundo tecnológico como
“desarrollo biológico de la humanidad”, introduce un límite o un escape posible: es desde la
capacidad de la acción en la especificidad de lo político, en el actuar juntos, desde la
pluralidad, mediante el discurso y la acción como podremos crear una “esfera pública” y una
cultura crítica no adaptativa.
Como ella dijo en alguna ocasión, no se sentía obligada a resolver las dificultades que hubiera
podido crear, porque no le importaba tanto que sus ideas parecieran dispersas o ambivalentes:
lo que le importaba era que llevaran a los lectores a pensar por sí mismos.
Bibliografía
Arendt, Hannah, 1993. La condición humana. Paidós. Barcelona.
— 1996. “La conquista del espacio y la estatura del home”, Entre el pasado y el futuro.
Península. Barcelona.
Para Arendt, que entre los filósofos antiguos se conciba un conocer -contemplación- como
superior y alejado del hacer es el comienzo de una época del hacer inútil. En la página 351
escribe: “Es un hecho histórico que la moderna tecnología no se origina en la evolución, de
esos utensilios que el hombre había diseñado con el doble propósito de facilitar sus labores
y crear el artificio humano, sino exclusivamente en una búsqueda no práctica de
conocimiento inútil.”
http://stf.filos.unam.mx/2014/02/tecnologia-condiciones-adversas-accion-hannah-arendt/