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14.
JOSÉ VICO *
Allá por el año 1930, W. D. Ross publicó un libro, titulado The Right and the
Good (traducido no hace mucho al castellano bajo el título “Lo correcto y lo
bueno”1). El libro tenía esta decidida pretensión: dotar a la ética de un
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delinearse dentro del comportamiento humano una escisión entre dos niveles de
moralidad: por una parte el orden del bien y del mal, que depende de la voluntad,
y, por otra, los comportamientos determinados, los cuales son juzgados como
moralmente rectos o equivocados haciéndolo depender sólo de un cálculo
técnico de la proporción entre bienes y males ‘premorales’ o ‘físicos’, que siguen
efectivamente a la acción. Y esto hasta el punto de que un comportamiento
concreto, incluso elegido libremente, es considerado como un proceso
simplemente físico, y no según los criterios propios de un acto humano. El
resultado al que se llega es el de reservar la calificación propiamente moral de la
persona a la opción fundamental, sustrayéndola –o atenuándola– a la elección
de los actos particulares y de los comportamientos concretos [...]. Dichas teorías
son contrarias a la misma enseñanza bíblica, que concibe la opción fundamental
como una verdadera y propia elección de la voluntad y vincula profundamente
esta elección a los actos particulares” (VS, nn. 65-67).
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Ante todo, creo que hay que reconocer que la encíclica no tiene en su punto
de mira cualquier forma de “teleologismo”, sino sólo uno determinado; ni
cualquier forma de “consecuencialismo”, sino sólo uno determinado.
Justamente el que se describe ahí, que pretende obtener los criterios de la
rectitud de un obrar determinado sólo del cálculo de las consecuencias, sólo de
la proporcionalidad de los bienes o sólo de ambas cosas a la vez. A mi modo
de ver, semejante pretensión exclusiva y excluyente sería una inadecuada
comprensión en la forma de obtener los criterios de rectitud en el obrar moral.
Lo cual no significa que la atención a las consecuencias de la acción y a la
proporción de los bienes que entran en juego, no tengan ninguna relevancia a
la hora de determinar esa rectitud 12. Y en este sentido, considero que puede
haber un verdadero y adecuado “consecuencialismo” en la Ética teológica
12 La misma encíclica afirma: “Para ofrecer los criterios racionales de una justa decisión
moral, las mencionadas teorías tienen en cuenta la intención y las consecuencias de la
acción humana. Ciertamente hay que dar gran importancia ya sea a la intención [...], ya
sea a los bienes obtenidos y a los males evitados como consecuencia de un acto
particular. Se trata de una exigencia de responsabilidad” (VS, n. 77).
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católica, que valore en su justa medida esa relevancia 13. La misma encíclica
afirma que:
“muchos de los moralistas católicos que siguen esta orientación buscan
distanciarse del utilitarismo y del pragmatismo [...]. Ellos, con razón, se dan
cuenta de la necesidad de encontrar argumentos racionales, cada vez más
consistentes, para justificar las exigencias y fundamentar las normas de la vida
moral. Dicha búsqueda es legítima y necesaria [...]. Se trata, además, de una
búsqueda que sintoniza con las exigencias del diálogo y la colaboración con los
no-católicos y los no-creyentes, particularmente en las sociedades pluralistas”
(VS, n. 74).
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Categorías morales “bueno/malo, correcto/incorrecto/siempre incorrecto”
lo que reconoce como “valor” moral. Digo “verdadera o falsamente”, porque uso
los términos “bueno” y “malo”, en un sentido preciso, para hacer referencia al
estado de la conciencia del sujeto 15. Y, en referencia a eso, se puede creer que
–siguiendo la terminología introducida anteriormente– es “correcto” lo que
realmente no lo es, y, en ese caso, ponerlo por obra es “bueno”, lo mismo que
sería “malo” poner por obra lo “correcto”, que en la creencia del sujeto aparece
como “incorrecto”16.
15 No uso estos términos en el sentido general en que los utilizaba la moral casuística,
cuando hablaba de las “fuentes de la moralidad”. En este sentido, es claro que un
comportamiento, para ser adjetivado como “bueno”, requería que lo fuera íntegramente
–“bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu”–. Uso estos términos en un
sentido particular, haciendo referencia a los estados de la conciencia y, más en concreto,
a lo que en ese modelo ético se ha dado en llamar “dictamen del juicio de conciencia”.
Para una mayor comprensión de las “fuentes de la moralidad” cf. V. CATHREIN, De bonitate
et malitia actum humanorum doctrina S. Thoma Aquinatis. Brevis comentarius in Summae
Theologicae 1.2., q. 18 ad 21, Lovaina 1926; K. HÖRMANN, Die Prägung des sittlichen
Wollens durch das Objekt nach Thomas von Aquin, in: F. BÖCKLE - K. GRONER (Hrsg.),
Moral zwischen Anspruch und Verantwortung, Patmos, Düsseldorf 1964, 233-251; F.
SCHOLZ, Objekt und Umstände. Wesenwirkungen und Nebeneffekte, in: K. DEMMER - B.
SCHÜLLER (Hrsg.), Christlich Glauben und Handeln, Patmos, Düsseldorf 1977, 243-260; D.
MONGILLO, Le componenti della bontà morale. Riflessioni su I-II, 18-21: Studia Moralia 15
(1977) 483-502.
16 F. COMPAGNONI, L’intenzione dell’agente nella determinazione della moralità, in: S.
PINCKAERS - C. J. PINTO DE OLIVEIRA, o. c., 342 afirma: “Tenemos que aceptar que quien
tiene la buena intención moral puede elegir sea un bien apropiado, produciendo así una
acción moralmente justa 1., o un bien no apropiado, dando origen a una acción
moralmente equivocada 2. Viceversa, teniendo la intención moralmente mala, se puede
elegir por motivos pragmáticos el bien apropiado 3., o bien uno que no lo es 4. En los
casos 1. y 2., excluida la culpabilidad in causa referida al error de elección concreta, el
agente no cometerá pecado, todo lo contrario: tendrá mérito; en los casos 3. y 4. tendrá
pecado. Pero sólo 1. será una acción moralmente buena, es decir, con intención buena y
elección justa del acto. Por consiguiente, sólo en 1. tendremos que el bien moral ha sido
realizado, que un valor moral ha sido perseguido y que, en consecuencia, ha contribuido
a realizar la dignidad del hombre en el agente y en la persona que es término de la
acción”.
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Lo que la constituye es la realidad objetiva de los valores 21. Por eso, es ahí –
en la realidad– donde hay que situar primaria y principalmente las categorías
de “correcto” o “incorrecto”. Aplicarlas a nuestras formulaciones y
comprensiones tiene un sentido traslaticio y un carácter secundario. Pero, a la
vez, bien importante. Porque preguntarse si un comportamiento ético es
“correcto” o “incorrecto”, nos obliga a revisar nuestras concepciones y
formulaciones para que se ajusten más y mejor a la realidad objetiva, si es que
se constata que no lo estaban suficientemente. La pregunta tiene una función
catártica, porque purifica nuestras comprensiones y formulaciones acerca de la
realidad, evitando cualquier concesión a un deshonesto legalismo 22, que
estuviera dispuesto a vender la verdad a cambio de mantener la seguridad de
que las cosas siempre se valoraron así.
21 Eso que algunos llaman “valor intrínseco”. Cf. G. HARMAN, La valeur intrinséque: Revue
de Métaphysique et de Morale 99 (1994) 245-255; E. BUENO, El estatuto ontológico de los
valores: Revista Agustiniana 36 (1995) 389-415; SH. KAGAN, Rethinking intrinsic value:
The Journal of Ethics 2 (1998) 277-297.
22 Creo que no se evitaría este legalismo, si se dijera, por ejemplo: “La realidad, conforme
a la cual la conciencia puede y debe juzgar, es la realidad total, tal como está dada –o
sea, presente, manifestada, propuesta– sea por la ley moral, sea por la situación
personal. Consecuentemente, la conciencia moral juzga conforme objetividad/verdad sólo
si y en la medida en que su juicio se adecua tanto a la verdad de la ley moral (a la
realidad del valor moral formulado en la ley moral) como a la verdad de la situación
personal (a la realidad del valor y de la llamada moral presente en la situación del
individuo) [...]. Para llegar a la veritas de la ley moral se nos debe referir a la naturaleza
humana y a la revelación: tal veritas viene formulada por la ratio y por la fides mediante
normas también absolutas y universales. Para llegar después a la veritas de la situación
personal se nos debe referir a las acciones del individuo hic et nunc situado, mediante el
análisis de las así llamadas fontes moralitatis: el objectum, las circunstancias, el fin del
sujeto agente”, D. TETTAMANZI, L’oggetività del giudizio di conscienza, in: S. PINCKAERS -
C. J. PINTO DE OLIVEIRA, o. c., 371-372.
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Quizá alguien se pregunte por qué utilizar los términos “siempre incorrecto”
y no “intrínsecamente malo”, que son términos de más añeja solera en la Ética
teológica católica y que, además, son términos empleados por la encíclica VS,
n. 8023.
Para responder a esta pregunta habría que reconocer que el lenguaje que
se expresa en términos de “mal intrínseco” o “intrínsecamente malo” no parece
que tenga tanta solera, ni tanta tradición como pretende atribuírsele 24. Además,
ésa es una terminología que remite a una cuestión abierta a la investigación,
23 Algunos, creo que exageradamente, llegan a decir que “al mantener que la enseñanza
recibida acerca de los actos intrínsecamente malos es una verdad revelada, el Papa
también afirma implícitamente que esta verdad es definible. Esta afirmación implícita será
negada por aquellos que rechazan esta enseñanza. La discusión es sin duda acerca de
cosas esenciales, y no puede seguir mucho tiempo sin resolverse [...]. Sólo quedará
resuelta mediante el dictamen definitivo del Magisterio”, G. GRISEZ, Revelation versus
Dissent: The Tablet (16.10.1993), 1331. De la misma opinión, cf. W. E. MAY, Los actos
intrínsecamente malos y la enseñanza de la encíclica VS: Scripta Theologica 36 (1994)
199-219; J. A. REIG PLÁ, Los actos intrínsecamente malos en la encíclica VS: Anales
Valentinos 43 (1996) 115-136, que es una copia del anterior.
24 “La expresión intrinsece malum aún no era conocida como tal en la época de la Alta
Escolástica. Ha entrado en el lenguaje oficial de la Iglesia en fechas más bien recientes.
Se la encuentra en algunas breves respuestas del Santo Oficio, hacia finales del siglo
XIX. Y no figura en un documento de mayor extensión –y como caso excepcional– hasta
la encíclica Casti connubii sobre el matrimonio (1930). Más tarde, a partir de 1975, su uso
se hace más frecuente, en la declaración Persona humana de la Congregación para la
doctrina de la fe a propósito de algunas preguntas sobre moral sexual y ahora, ya
temáticamente, en Veritatis splendor”, cf. J. FUCHS, El acto moral: lo intrínsecamente
malo, in: D. MIETH (ed.), o. c., 202-203. Para un estudio de los orígenes del término cf. J.
F. DEDEK, Intrinsically Evil Acts. The Emergence of a Doctrine: Recherches de Théologie
Ancienne et Mediévale n. 50 (1983) 191-226. En los manuales que siguen el modelo
casuístico no se emplea la expresión intrinsece malum siempre referida a lo mismo, ni en
los mismos términos, cf. W. WOLBERT, o. c., 102-118; L. VEREECKE, Loi naturelle et
conscience morale chez les théologiens post-tridentins, in: S. PINCKAERS - C. J. PINTO DE
OLIVEIRA (eds.), o. c., 149-162).
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Categorías morales “bueno/malo, correcto/incorrecto/siempre incorrecto”
sin que se llegue a un acuerdo sobre el sentido de los términos empleados 25.
Pero, por lo demás, hay otra razón de peso.
La razón es que utilizar “intrínsecamente incorrecto”, como categoría
valorativa referida a cualquier comportamiento, podría hacer suponer que quien
la emplea se mantiene en un realismo ingenuo: ése que sostiene que, con
nuestra razón, tenemos acceso directo e inmediato al “en sí” de la realidad y
que nuestros predicados conceptuales coinciden, sin más, con lo que es la
realidad “en sí misma”, aunque sea parcialmente 26. En este sentido, no utilizar
el adverbio “intrínsecamente” puede servir de cautela para evitar ese realismo
ingenuo27, obviando entrar de lleno en la polémica propia de una nosología
crítica, al estilo de la kantiana y de las que la han seguido. Este tipo de
nosología rechazaría probablemente términos tales como “intrínsecamente” o
“en sí mismo”. En cambio, creo que no rechazarían el término “siempre” para
significar la incorrección absoluta de determinados comportamientos. De hecho,
hay quien, exponiendo el formalismo ético de M. Kant, no duda en recurrir a un
ejemplo –el de la tortura–, en los mismos términos que podrían utilizar quienes
hablan de “mal intrínseco” y, sin embargo, rehusarían seguir semejante
formalismo. Dice así:
“Si nos parece que no se debe torturar y se nos pregunta: ¿quién no debe
torturar?, habremos de responder: nadie; ¿a quién no se debe torturar?: a nadie;
¿cuándo no se debe torturar?: nunca; ¿dónde no se debe torturar?: en ninguna
parte; ¿cómo no se debe torturar?: de ninguna manera; ¿con qué propósitos no
se debe torturar?: con ninguno; ¿por qué motivos no se debe torturar?: por
ninguno, etc.”28.
25 Para el estado de la cuestión cf. G. GATTI, Nuove posizioni sull’intrinsece malum nella
teologia contemporanea: Salesianum 47 (1985) 207-229; K. DEMMER, Erwägungen zum
intrinsece malum: Gregorianum 68 (1987) 613-637.
26 Hay quien achaca la crisis del realismo a la decadencia de la metafísica, el desarrollo
de las ciencias positivas, la aparición de la filosofía existencialista y la vulgarización de un
vago personalismo, cf. J. M. AUBERT, Y a-t-il des normes morales universelles?, in: S.
PINCKAERS - C. J. PINTO DE OLIVEIRA (eds.), o. c., 318-321. Creo que, sin descartar éstas,
hay otras causas no menos profundas.
27 Cf. D. GRACIA, o. c., 366-382 y 482-505; apoyado en la filosofía de X. Zubiri, resuelve
muy bien para la bioética el problema creado al realismo ingenuo por el pensamiento
kantiano y postkantiano.
28 J. M. PALACIOS, La esencia del formalismo ético: Revista de Filosofía 4 (1991) 340.
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En consecuencia, pienso que el término “siempre” está más abierto para ser
acogido por distintas mentalidades, incluidas todas aquellas que no se
despegan de un realismo crítico.
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b.- Hacerse cargo del contexto real en que está inmerso lo que declaramos
como “siempre incorrecto”
29 Cf. E. D’HOOGH, Les actes moraux particuliers, in: AA. VV., Le dynamisme de la morale
chrétienne, II, J. Duculot, Paris 1969, 147.
30 S. PRIVITERA, La norma morale: sua universalizzabilità e assolutezza: Bioetica e Cultura
5 (1996) 12.
31 Cf. Ibídem, 23.
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Por otra parte, no podemos olvidar que lo que queremos decir, al calificar un
comportamiento como “incorrecto”, es que no encarna, ni expresa lo que
reconocemos real y objetivamente como un valor; lo mismo que al calificar un
comportamiento como “siempre incorrecto” lo que queremos decir es que es
“absolutamente incorrecto”. Ciertamente, mirándolo aisladamente, en
consecuencia lógica, lo “incorrecto” sería “siempre incorrecto”. Tendría, por
tanto, un carácter absoluto, sin ninguna posibilidad de excepción hipotética o
real. Lo que pasa es que la realidad puede ser mucho más compleja, mirando
el contexto global en el que se desarrolla ese mismo comportamiento.
Y es que, entre otras cosas, dada la finitud en que se sitúan los valores en
el contexto global de la realidad, pueden presentarse situaciones de conflicto
entre ellos, antes incluso de que el sujeto tome cualquier decisión al respecto 32.
Creo que no se puede negar arbitrariamente –como parece que hace alguno 33–
que ésta sea una posibilidad real. Y, si lo es, entonces lo que puede
presentarse es un “conflicto objetivo”. Un conflicto que se da en la misma
realidad, y no un “conflicto de conciencia”, que se daría en el sujeto que tiene
que tomar una decisión. Esta precisión 34 es importante para determinar cuándo
podemos afirmar que un comportamiento es “siempre incorrecto” o
“absolutamente incorrecto”, porque esto no se podría decir, mientras no se
resolviera el conflicto real.
Ahora bien, tratar de resolver el conflicto exige mirar a la jerarquía de los
valores que se encuentran conflictivamente presentes en la realidad misma.
Esta mirada a la jerarquía de los valores es necesaria para no banalizarlos en
una elección hecha al azar. La responsabilidad ética en la elección exige que
se procure la corrección total, y, si ésta no se puede alcanzar, por causas
ajenas al querer de quien tiene necesariamente que elegir, exige que se
32 Cf. CH. E. CURRAN, Utilitarismo y moral contemporánea: Concilium n. 120 (1976) 583-605,
donde establece cuatro fuentes de conflicto, de las que una de ellas es precisamente ésta.
33 Cf. S. PINCKAERS, Lo que está en juego: el capítulo II de la VS, en: J. A. MARTÍNEZ
CAMINO (ed.), o. c., 111-112.
34 Para un conocimiento más profundo de lo que se quiere indicar con los términos
“conflicto objetivo”, cf. R. A. MCCORMICK - P. RAMSEY, Doing Evil to achieve Good. Moral
Choice in Conflict Situation, Loyola, Chicago 1992; J. FUCHS, The Sin of the Word and the
Normative Morality: Gregorianum 61 (1980) 61-68. Para los términos “conflicto de
conciencia” o “conflicto de deberes”, como lo llaman otros, cf. E. QUARELLO, Per un
superamento dei conflitti di coscienza: Salesianum 33 (1971) 126-155; PH. DELHAYE, Les
conflicts de devoirs: Esprit et Vie 87 (1987) 607-617.
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