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Pedagogía
ROBERTO MARENGO Y ADRIANA PUIGGRÓS [UVQ – 2012]
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Introducción.
El campo teórico de la pedagogía tiene un objeto claro, aunque su abordaje admitió varias
formas de entrada, ángulos y enfoques. La educación no solo comprende los problemas
formativos de la población infantil sino que también abarca a otros sectores sociales como
los adolescentes, los jóvenes y los adultos, con particularidades específicas.
Estos aportes también dieron cuenta del carácter social y político de esta actividad en
términos de la vinculación entre educación y división social del trabajo, las relaciones de
poder y la constitución de sujetos. Finalmente, también aportaron al conocimiento de las
determinaciones externas sobre las formas que toman las prácticas educativas en tanto
manifestaciones de un hacer social situado en una época y en un lugar determinado.
El campo teórico de la educación presenta una serie de problemas que abarcan tanto los
referidos a lo intrasubjetivo –que tiene como objeto el aprendizaje y las vinculaciones con los
procesos constitutivos del sujeto– como los de la enseñanza en su nivel micro en el plano de
la intersubjetividad (la relación entre un educador y un educando), en el plano institucional
(la organización de la educación) y en el plano social amplio (la relación entre la población y
el Estado como educador). Para construir un conocimiento sistemático al respecto se
recurre a las ciencias establecidas –sociología, psicología, ciencias políticas, economía–
que diferencian un apartado específico para lo educativo. Este es un camino.
Sin embargo, es posible determinar un campo de problemas con identidad propia que
nosotros denominamos el campo específico de la pedagogía, que por momentos toma un
giro filosófico y por otro aplica para el entendimiento de los fenómenos educativos los
conocimientos que provienen de otras ciencias.
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La educación como la transmisión de la cultura de una a otra generación reúne casi todos
los intentos de definirla que se registran en los manuales de pedagogía. Sin embargo, dicha
definición no es una fotografía de la realidad, ni nombra un objeto o acción mecánicamente
repetida. Todos los términos que la componen son susceptibles de múltiples
interpretaciones y el enunciado en su conjunto ha producido significaciones no solamente
distintas sino incluso antagónicas. La civilización occidental ha entendido la “transmisión”
cargada de los significados que le otorgara la cultura griega a la educación; el mito de
Prometeo1 condensa los más importantes.
Los griegos vieron por primera vez que la educación debe ser también un pro ceso de
construcción consciente […] Sólo a este tipo de educación puede aplicarse propiamente la
palabra formación (Jäeger; 1957). La idea griega de formación está lejos de la que se
generó en el mundo moderno y más aún en el posmoderno. Los griegos postulaban la
educación de acuerdo con lo que sería la esencia de lo humano, la “verdadera” forma
humana, universal. Al mismo tiempo, el carácter humanista de su educación tenía otra
faceta, consistente en reducir la educación a la formación acorde con la “esencia” de la
propia comunidad.
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Prometeo es el dios griego que le regala el fuego a los hombres. Todas las versiones incluyen el castigo que
Zeus aplicó a Prometeo encadenándolo en el Cáucaso, así como la disputa por la posesión del saber y del
derecho a transmitirlo. Sobre la base del mito de Prometeo los griegos valoraron a la educación como el
proceso indispensable para la reproducción de la sociedad. Una actividad apoyada en la inteligencia antes que
en la naturaleza, como expresa la historia de Epimeteo y Prometeo.
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Durante las últimas décadas del siglo XX se extendió una concepción de la educación
denominada “neoliberal”, que redujo las finalidades educativas a un puro presente, erigiendo
al consumo y la satisfacción inmediata en el sentido de la vida humana. Se difundió un
modelo humano estereotipado a través de los medios de comunicación y el mercado en
general, orientándose la educación de grandes sectores sociales hacia el consumo como
manera de procurar la realización humana.
La educación debe ser estudiada y definida en cada momento histórico como expresión de
un presente social situado y de opciones de futuro que en sí misma contiene y revela
cuando se la interpela por su sentido. Ahora bien, uno de los problemas de la educación es
la identificación de este significado y de su sentido, y entender que las diferentes
manifestaciones de la educación contienen más o menos explícitamente la intención de
viabilizar futuros a partir de cultivar representaciones, lógicas y racionalidades en los
individuos (desde su más tierna infancia).
A principios del siglo XX en EEUU, mientras en los sectores dominantes se desarrolla una
pedagogía con un alto sentido disciplinador y estructurante de la fuerza de trabajo que ese
industrialismo requería –sobre todo en relación con sofocar y prevenir las manifestaciones
de rebeldía contra las condiciones de explotación–, por otro lado –y especialmente a partir
de la acción de John Dewey– se promueve una pedagogía basada en la democratización
de las relaciones interpersonales: impulsa y reconoce una serie de experiencias que procura
llevar la democracia hasta las interacciones personales.
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De la lectura de las diferentes obras pedagógicas se podría concluir que esta denominación
abarca tanto a aquellas que sistematizan, relatan o describen experiencias, reflexiones, etc.,
como a otras que de manera más precisa se explayan sobre ciertos tópicos considerados
privativos de esta disciplina: la enseñanza, su organización, las instituciones educativas, las
características de los individuos que se educan, las técnicas de la enseñanza, los medios de
la educación, etcétera:
Entre los que organizan un relato de experiencias podemos citar los textos de
Johann Heinrich Pestalozzi;
En relación con el formato se pueden incluir los del ruso Antón Makarenko y el
uruguayo Jesualdo Sosa.
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Dentro de un estilo más conceptual y de corte más científico se pueden citar los
textos de Johann Fiedrich Herbart y del argentino Víctor Mercante.
Pero existe otra clase de textos que tienden a desarrollar una idea sobre la
actualidad de su sociedad o la necesidad de la instrumentación de la
educación como acción política, entre los que podemos incluir los reportes de
Horace Mann, Domingo F. Sarmiento o John Dewey. Pero aun admitiendo que estos
últimos se constituyen en tratados sobre educación es muy difícil incluirlos dentro del
campo de producción de la disciplina pedagógica en sentido estricto.
Existe una tensión entre dos maneras de concebir a la educación que determinarán el tipo
de producción conceptual de lo pedagógico: las que consideran a la educación como un
objeto con sustancia propia (sentido restringido) o, por el contrario, como actividad que está
al servicio de la conservación, democratización, reproducción o transformación de la
sociedad (sentido amplio).Al detenernos en los temas propios de la pedagogía en la
modernidad se pueden tomar como referencia las obras.
Hay una suerte de denominador común que recorre a estas producciones: la alusión a la
formación de un sujeto nuevo, más adaptado a los requerimientos modernos, que pueda
sostener un sentido vital dentro de nuevos condicionamientos producto de los conflictos
religiosos, de la nueva organización política y social, de las transformaciones propias del
surgimiento del capitalismo y de la revolución industrial, la ampliación del mundo conocido
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Un aspecto que suscita intervenciones polémicas y abre un debate importante trata sobre el
carácter disciplinar de la pedagogía. Lo cierto es que la negación de la capacidad para
desarrollar una teoría sobre la educación que, recae intermitentemente sobre unos agentes
y a favor de otros, constituyen una de las reglas que configuran este campo y que en la
historia de la pedagogía tomó diferentes formas y permitió aperturas y clausuras, más o
menos fundamentadas. Pero lo que no se puede negar es que el agente principal de la
acción educativa no puede ser un invitado de piedra al desarrollo de una teoría sobre la
educación. Nos referimos al colectivo de educadores, que aun tácitamente, ponen en acto
alguna teoría de la educación cuyos componentes pueden incluir el sentido de la acción, la
representación sobre el alumno, la configuración institucional de la que forma parte, la
naturaleza del conocimiento que pone a disposición, etcétera.
En el campo se plantea un justo conflicto entre quienes hacen la educación y quienes solo la
piensan. La superación de esta conflictividad es parte del desafío que asumen muchos
educadores y científicos que toman la pedagogía, la teoría de la educación y el pensamiento
educativo, como un desafío para iluminar un objeto complejo y particularmente opaco a la
observación directa.
Alicia De Alba clarifica el carácter del conflicto y avizora algunas líneas de análisis que
resultan relevantes a la prosecución del desarrollo del campo disciplinar para la pedagogía.
Dentro del debate se diferencian dos cuestiones polémicas que se superponen: por una
parte, la que hace referencia a las teorías del conocimiento, y por otra, a las teorías sobre el
objeto educativo. La primera cuestión, sin dejar de lado sus aspectos normativos sobre
cómo configurar un conocimiento válido, y la segunda bajo los presupuestos de la
naturaleza del objeto educativo.
En uno de sus textos, el pedagogo Juan Carlos Geneyro examina este asunto y destaca
las contribuciones de autores como Durkheim y Dewey. Ubica a Durkheim como aquel que
aportó a la constitución de la pedagogía como ciencia a partir de poner todos los aportes
previos en el rango de lo paracientífico. Sin embargo, según este autor, Durkheim no deja de
lado el sentido del conocimiento científico ya que sostiene que siempre debe ser
comunicado y puesto en valor alrededor de las prácticas que propicia, y de esa manera un
conocimiento científico –como podría ser el de la pedagogía– conlleva una definición
normativa asociada a valores que le darían sentido y orientación.
A su vez, incluye dos aspectos vinculados a la definición de pedagogía que postulamos: por
un lado, la dimensión ética como inherente a este saber, pero por otro lado, cobra
legitimidad en la medida que se vinculen con efectos prácticos, en realidades específicas, lo
que en nuestro planteo significa que sea un saber histórico y socialmente construido y
situado, lo cual lo torna inmanente y relacional.
Queda claro que “transmitir” es una acción siempre dirigida hacia otro, que se trata de
entregar algo que se tiene (no necesariamente que se posee) a un sujeto distinto. La acción
es transitiva, el proceso pone en movimiento significaciones, e interesa destacar que se trata
de un recorrido que, como el de crecer “no puede hacerse en solitario, sin otro”. Educar es
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Durante siglos, los adultos de todas las sociedades se han ocupado de garantizar ese orden
de sucesión. Y desde entonces la garantía de la persistencia de algún humus cultural ha
sido su transformación. La sucesión, sin embargo, indica un orden; relacionada con
transmisión se refiere a un orden social. En la libre asociación que dejamos fluir, ese orden
generacionalmente sucesivo contiene dramáticas restricciones:
Los escasos pueblos que han persistido en la obediencia absoluta, en la repetición del
mensaje cultural sin alteraciones, tuvieron como destino el aislamiento y finalmente la
extinción.
A principios del siglo XX y habida cuenta del avanzado grado de consolidación de los
sistemas educativos modernos –que se asocia a la organización de los Estados nación en
Europa bajo los principios republicanos, aunque con tendencia a su expansión imperial,
donde el capitalismo desarrollaba su fase más industrialista con un régimen de explotación
de la fuerza de trabajo–, para la práctica pedagógica emerge una serie de nuevos
pensamientos y experiencias que pondrían en cuestión el modelo escolar tal como se había
planteado por parte del normalismo positivista y que era el que, con algunas variantes,
predominaba como forma organizativa.
Aquí aparecen dos tipos de problemas ante la complejidad de la organización social. Por
una parte, no es posible transmitir todos los conocimientos pues, por la limitación temporal,
deben seleccionarse los más importantes; y por otro lado, por las características de la
población destinataria, solo deben seleccionarse los transmisibles y asimilables.
Una de las grandes novedades que aporta la modernidad occidental, sobre todo a partir del
renacimiento, es que la inmovilidad cultural no se corresponde con la historia de la
humanidad, que se caracteriza por la sucesión de acontecimientos que modifican la
organización de la sociedad. Esta última característica, propia de la modernidad, asocia un
tercer problema sobre el sentido del cambio: quienes ocupan lugares sociales dominantes,
además de percibir un conjunto de sentidos posibles, procuran hacerlos predominantes
como los únicos sentidos posibles. Esto remite a la relación de poder entre los diferentes
grupos sociales capaces de intervenir políticamente en la sociedad e imponer un sentido a
su funcionamiento.
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Esta es una de las cuestiones menos tratadas por la pedagogía, dando por supuesto un tipo
diferenciado de actividad llevada a cabo por un sujeto ahistórico y neutral frente al contexto
que incide tanto en la organización del trabajo como en la influencia que ejerce sobre la
cultura de los destinatarios. Si bien se hace mucho hincapié en el modelo magistrocéntrico,
cuando se trata de caracterizar al actor que ocupa ese lugar se cae en una abstracción muy
poco realista.
La idea del sacerdocio laico opuesto al ejercicio de los clérigos a cargo de la educación de
los niños resultó muy eficaz para oponer una acción militante, de carácter civilizatorio y
contrapuesto a la incidencia predominante de la Iglesia Católica en la acción educadora.
Pero, más allá de su experticia técnica y las características morales, muy poco se dice sobre
el vínculo con las poblaciones y con el contexto del cual formaban parte y del cual se
aconsejaba tomar distancia, como actor civilizador que venía a difundir e iluminar la vida de
los alumnos y sus familias.
Preocupación por caracterizar al niño de una manera más precisa al acudir a los
avances de la psicología evolutiva.
En los trabajos sobre historia de la educación se considera que The new school –creada por
Cecil Reddie (1858-1932) en 1889 en una finca de Abbotsholme, Inglaterra– inaugura la
serie de experiencias que emergen con la intención de renovar la enseñanza y acercar la
escuela a la vida y a la naturaleza, en clara contraposición al enciclopedismo que
predominaba en la enseñanza común. Sus ideas principales se centraban en un concepto
de la escuela como fuente de experiencia, actividad y estimulación para el aprendizaje, el
contacto con la naturaleza y la vinculación de la teoría con la práctica.
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En síntesis, desde estas muy tempranas experiencias se observa uno de los ejes
ideológicos de la escuela nueva, que se vincula con las posturas sobre el carácter de la
naturaleza infantil. Esa naturaleza obedecía a un “espíritu” infantil fuertemente diferenciado
de un espíritu adulto más regido por la razón y la orientación utilitaria. Sin embargo, si tal
espíritu infantil existe con una especificidad determinada, allí se alojaría el germen de la
humanidad, y la educación, que desde esta perspectiva, sería la manera en que el mundo
adulto debe posibilitar el despliegue de tal humanidad. La pureza es uno de los signos
distintivos de esa naturaleza infantil que se corrompería en la medida que se vincula con lo
social; por lo tanto, la educación tiene una misión de proteger y posibilitar el libre desarrollo
de ese espíritu originario. Estos principios se emparentan con los desarrollados por
Rousseau, en su ya célebre obra, la vida infantil de Emilio.
El contacto del suizo Adolphe Ferriere (1879-1960) con las experiencias de Abbotsholme e
Ilsemburg, y su encuentro en 1899 con el educador francés Edmond Desmolins (1852-1907)
que lleva adelante la experiencia de la Ecole des Roches de Verneuil-sur-Avre en Francia, lo
impulsa a crear una oficina internacional de escuelas nuevas en apoyo a las experiencias
innovadoras en educación.
Los otros representantes de la escuela nueva son los suizos Edouard Claparede (1873-
1940) y Pierre Bovet (1878 -1965), y el belga Ovide Decroly (1871-1932) quien en 1907
funda en Ixelles (Bélgica) la institución École de l‟Ermitage, “École pour la vie par la vie”.
Muchas de estas experiencias se desarrollan en los márgenes de los sistemas educativos
con niños que viven al borde de la integración social, con experiencias socializadoras
diferentes generalmente propias de ámbitos rurales o incluso aquellos catalogados como
anormales por los sistemas de medición de corte positivista.
En Italia, las ideas de la escuela nueva encuentran un terreno fértil a partir de la obra de
María Montessori (1870-1952) que se vincula con la obra de Giusseppe Lombardo Radice
(1879-1939). Tuvo repercusiones internacionales como en Argentina reflejada en la
experiencia realizada por Olga y Leticia Cossetini en Rosario, entre los años 1935 y 1950.
María Montessori, la primera egresada de la carrera de Medicina de la Universidad de
Roma, tuvo como referencia la situación de niños que habían sido relegados al lugar de
anormales y que presentaban problemas en el aprendizaje escolar.
Se hace muy claro que el ideal civilizador y la instauración de un orden civilizatorio para el
desarrollo de los Estados nación y de las repúblicas requirió de las instituciones educativas
que formaran al sujeto político que reproduciría y sostendría ese orden. Tal sujeto ciudadano
civilizado –que a grandes rasgos guardaba como características principales el respeto por
las leyes para asegurar la convivencia social, amante de la paz y de la resolución pacífica de
los conflictos y que procura resolver la satisfacción de sus necesidades en el marco del
funcionamiento de las instituciones– requiere para su constitución identitaria de una
formación moral que asegure y ajuste su conducta al funcionamiento de la sociedad.
Esta caracterización del sujeto ciudadano que suena desligada de las condiciones
materiales, es lo que prefigura una pretensión ahistórica, apolítica, y por lo tanto
trascendente, que se vincula con las características propias de los ideales que conforman la
integridad nacional. Los proyectos alternativos que impugnan a la escuela tradicional desde
una perspectiva política ponen en cuestión esta fgura ideal y tensionan la educación hacia la
formación signada por un posicionamiento político determinado.
Hacia principios del siglo podemos contar con dos grandes tendencias políticas que se
postulan en las alternativas educativas: las sostenidas por los socialistas y las anarquistas.
Por parte de los educadores enrolados dentro del ideario socialista se mantiene una postura
que sostiene las modificaciones internas de las escuelas en pos de una mayor
democratización del funcionamiento institucional. Serán emblemáticas las ideas del
„gobierno propio‟ de las escuelas con participación de padres y alumnos en procura de una
mayor autonomía respecto a las directivas de los organismos centralizados. A su vez,
también impulsan la creación de Sociedades de Apoyo a la Educación, muchas de las
cuales se van a constituir en antecedentes de las Cooperadoras escolares.
Es decir, combinan un fuerte apoyo al sistema público y laico de educación con miras a la
expansión de su acción, con una democratización de los gobiernos de las instituciones. Esta
postura va a encontrar a muchos maestros que postulan, desde un espiritualismo krausista,
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el respeto por la naturaleza infantil y el derecho de los alumnos a ser partícipes de las
direcciones de los establecimientos.
Por su parte, los anarquistas van a fundar sus propias Escuelas Racionalistas; la
experiencia de la escuela de Ferrer i Guardia será una referencia emblemática. Las posturas
anarquistas se pueden ver como un espejo invertido de las posturas socialistas: rechazar la
injerencia del Estado en la constitución de la educación –por supuesto, con posturas
fuertemente anticlericales– y en contraposición, una fuerte formación basada en los
principios científicos, los que garantizarían la libertad del individuo frente a los intentos de
dominación de la individualidad ejercida por la difusión de propuestas metafísicas.
Finalmente, nos referiremos a la obra del filósofo norteamericano John Dewey (1859-1952),
uno de los autores más influyentes dentro del campo de la escuela nueva, aunque su obra
rebasa largamente la reflexión sobre la escuela o la educación en sentido estricto, para
plantear toda una concepción filosófica sobre la ciencia, la política y la actividad humana.
Durante los años 1896 y 1904 lleva adelante en la Universidad de Chicago una escuela
experimental en la que plasma los principios que ya había proclamado en una de sus
primeras obras Mi credo pedagógico (1897). Luego de esta experiencia –que termina de una
manera abrupta debido a las resistencias que despierta, pero que es adoptada como modelo
en otras experiencias universitarias– John Dewey, instalado en la Universidad de Columbia,
dedica su trabajo a reunir los principios filosóficos que animan su pensamiento pedagógico
con los principios de la organización de la democracia en la sociedad norteamericana.
En toda esta acción política, Dewey no dejará de sostener la idea de la formación de una
inteligencia colectiva, que se enfrente mediante la aplicación de la ciencia a los problemas
que se les presentan en la vida social. En ese sentido, sostiene que la actividad humana
consiste en generar experiencias que mediante la resolución de los problemas permitan
alimentar esa inteligencia colectiva donde reside el reservorio del saber de la sociedad y el
conocimiento sobre cómo enfrentar los problemas en la vida diaria. La actividad del hombre
es la que permite alcanzar el conocimiento para resolver los problemas que se presentan en
la vida cotidiana y la educación es el vehículo donde se experimenta la producción de ese
conocimiento.
La crítica más radical fue impulsada por el modelo colectivista que toma como referencia la
ya mencionada experiencia de la Colonia Gorki a cargo de Antón Makarenko; postula una
manera totalmente diferente al modelo escolar tradicional. Muchos educadores –más
vinculados con el trabajo social de niños bajo la tutela del sistema penal o niños huérfanos–
van a tomar muchos de los principios de la educación colectivista pero en un sentido
adaptativo de esa población infantil al sistema social.
La propia organización del sistema dividía las escuelas en tres clases: las infantiles, las
elementales y las superiores, lo que provocaba que gran parte de la población sólo pudiera
asistir a las elementales, básicamente por distribución geográfca; también era parte de la
preocupación la forma en que se enseñaba, que al asumir un sentido enciclopedista y
alejado de las situaciones cotidianas de los alumnos, producía mayores dificultades y
desinterés por parte de las familias para cumplir con la educación obligatoria.
A la vez, como ya hemos visto, la Liga de Educación Racionalista impulsada por el maestro
anarquista Julio Barcos (1883-1960) –que tuvo como consecuencia la fundación en San
Juan de la Confederación Nacional del Magisterio de la República Argentina en 1911– ya
había dejado su huella en el sostenimiento de escuelas racionalistas en la ciudad y en la
provincia de Buenos Aires, dirigida a trabajadores que no podían asistir a la escuela en los
horarios diurnos. Y, finalmente, cabe destacar la acción extendida por maestros vinculados
al Partido Comunista que tuvieron un desempeño destacado en el impulso de experiencias
que procuraban fijar otros puntos de partida para la educación infantil.
Las dos más difundidas son las que impulsó el maestro Luis Iglesias (1915-2010) en la
escuela rural de la Provincia de Buenos Aires localizada en Tristán Suárez, y la del maestro
Jesualdo Sosa (1905-1982) en Canteras del Riachuelo en Colonia, Uruguay entre 1928 y
1935. Ambas experiencias, que tomaron algunas de las producciones de la escuela nueva,
tuvieron una fuerte diferenciación de ella al sostener una fuerte crítica a las desviaciones
que se centraban en el espontaneísmo.
2.2.4. La escuela nueva y la actualidad de la pedagogía
Para tomar dimensión de lo que significa la escuela nueva y todo el movimiento generado
alrededor de ella, nos referiremos a una de las polémicas que aún atraviesa las prácticas
escolares contemporáneas: las derivadas del campo de la psicología, que se simplificaron
en dos posturas antagónicas para orientar el trabajo del educador. Estamos aludiendo a la
contienda entre conductismo y constructivismo.
La primera tiene sus orígenes en las experiencias sobre la psicología llevadas adelante por
Iván Pavlov (1849-1936), psicólogo y fisiólogo ruso, quien desarrolla la teoría de los actos
reflejos y de los reflejos condicionales que aluden al estudio de la conducta humana.
Básicamente, la teoría sostiene que la conducta humana está relacionada con fenómenos
ambientales que actúan como estímulos para que esas conductas se consoliden y
desarrollen.
Una de las derivaciones más importantes de estos estudios trata sobre las investigaciones
que procuran asociar el desarrollo del cerebro y del sistema nervioso con las condiciones
ambientales y los aprendizajes.
Por otra parte, a partir de los aportes del biólogo suizo Jean Piaget (1896-1980), que realiza
una serie de estudios sobre el desarrollo infantil y la inteligencia, tomarán un sentido muy
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diferente sobre la adquisición de las primeras nociones para el desarrollo intelectual desde
la primera infancia. La teoría que luego tomó la denominación de constructivismo sostiene
que la inteligencia se desarrolla a partir de un impulso natural y que atraviesa una serie de
etapas (estadios) de manera universal en todos los individuos.
Celestin Freinet (1896-1966) lleva adelante la experiencia de ligar la educación con el medio
dando cuenta de la cultura popular y de la importancia de la comunicación como motor para
el proceso de aprendizaje. Su experiencia que se inicia en Bar-sur-lop y Saint Paul Vence.
Si bien recibe la influencia de los pedagogos escolanovistas, se diferencia de ellos al
proponer un método basado en el desarrollo de la imprenta escolar y el cooperativismo.
Como miembro del partido comunista recibe el apoyo de parte de sus miembros aunque
luego, en la década de 1950, es expulsado del mismo por su disidencia con la dirección que
iría tomando dicho partido en su actuación en Francia.
2.3. Conclusiones
En esta unidad hemos dado cuenta de uno de los momentos más intensos en el debate de
ideas sobre la educación en el que se visualiza una cantidad y riqueza de propuestas y
experiencias que se producen alrededor de cómo organizar la educación y cómo orientar
una actividad con la eficacia de concretar ideas, valores y posicionamientos políticos.
Cada grupo es portador de ideas originales, algunos como variantes del modelo dominante,
otros como impugnadores de ese modelo. También aquellos que resuelven en el interior de
otros proyectos políticos y sociales una forma educativa diferente.
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Con lo cual queda claro que no hay una sola y única forma de organizar la educación dentro
de una sociedad, que las diferentes maneras están asociadas a grupos sociales
diferenciados, y que el conjunto resulta de un pensamiento pedagógico en acción, que no se
detiene en la racionalidad técnica, sino que rebasa para postular una concepción del
hombre, de la sociedad y de la vida de una manera bien defnida.
Como conclusión podemos postular como idea que la educación, aún en muchos de los
problemas que tiene en la contemporaneidad, se enfrenta a una tensión de sus
componentes básicos: el educador, el alumno/educando y el conocimiento/saber. La manera
en que se resuelve esta relación en gran medida determina la forma que toma la experiencia
educativa. Pero esto no es suficiente si no la asociamos con la situación educativa donde
también se deben agregar los componentes del ambiente social y de los objetos que se
asocian a la enseñanza y al aprendizaje. Las relaciones de determinación o de
independencia darán lugar a diferentes sentidos de la práctica educativa.
Y finalmente, existe una posición del individuo frente a la cultura de su tiempo o época:
como un agente receptor de esa cultura o productor de cultura, con lo cual actividades como
el trabajo son parte del acto educativo.
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Una de las vinculaciones teóricas más fértiles que estableció la pedagogía es la referida al
pensamiento sociológico, que toma carácter de saber sistemático en la segunda mitad del
siglo XIX, sobre todo a partir de la constitución de la sociología como ciencia positiva, el
desarrollo de teorías sociales totalizadoras y la unificación de las sociedades alrededor de
identidades comunes, ya sea por la constitución de los Estados nación o como
consecuencia del desarrollo del capitalismo.
5. Además, las teorías sociológicas permiten identificar las tensiones que se generan
entre los diferentes agrupamientos humanos a partir de la acción educativa, debido a
que, para las sociedades, lo educativo y su localización en instituciones colectivas no
es inocuo. Existen diferentes sentidos sociales de las acciones educativas y estas a
su vez no se presentan de manera homogénea. Ante esa diversidad, no es posible
identificar una teoría social con carácter explicativo, sino que, por el contrario, cada
perspectiva dará, tanto desde lo educativo como desde lo social, un enfoque que
explicará en qué medida el funcionamiento social condiciona la acción educativa y
delimita sus efectos, y en qué medida la acción educativa procura la conservación o,
por el contrario, el cambio social.
7. Y una consecuencia que resulta principal para la acción educativa: la teoría social
neutraliza los intentos de teorías que se basan en la inmodificabilidad de las
condiciones de entrada de los individuos, sobre todo las que predicen los alcances
posibles de la educación con base en variables fijadas por la naturaleza. En otras
palabras, aporta a la desnaturalización de los logros educativos como productos
predeterminados e inscriptos en la naturaleza biológica de los individuos.
3.2. Vinculaciones entre teoría sociológica y educación
A partir de estas cuestiones previas y del panorama que nos ofrece el artículo de Feito
Alonso estamos en condiciones de manifestar algunos de los efectos de las vinculaciones
entre teoría sociológica y educación.
La primera cuestión que queremos tratar es la idea de que la acción educativa organizada
socialmente aporta a la constitución de un determinado orden que posibilita el
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Este tipo de premisa es la que se asocia de manera más próxima a una visión liberal de la
cuestión social, apoyada en el pensamiento de Émile Durkheim (1858-1917), quien funda las
bases de la sociología científca positiva. La coincidencia del período de vida de este gran
pensador francés con las transformaciones políticas y sociales que atravesaba Europa y en
particular Francia, lo constituyó en un testigo privilegiado de procesos tales como la
consolidación y expansión del modo capitalista de producción, la constitución de las
instituciones republicanas modernas, la organización de los Estados nación y el dominio de
las naciones capitalistas sobre otros territorios en forma de imperialismo colonial que se
expande sobre África y Asia.
No resulta impropio pensar que muchos de los planteos de Durkheim se asociaron con la
organización política de la sociedad francesa que requería generar un amplio consenso
sobre el orden social más efectivo para que esa sociedad encontrara un orden que
permitiera el desarrollo del capitalismo. Las revoluciones de 1847 y 1871 habían puesto en
cuestión la organización política bajo las instituciones napoleónicas y los principios
revolucionarios, sobre todo porque el desarrollo capitalista ponía en evidencia una
organización de la sociedad bajo el dominio de una clase social, la burguesía, y sumía en
las formas más crueles de explotación a amplios sectores sociales.
actúa como un conjuro contra la anomia, la disolución del lazo social y por lo tanto
del sujeto social en tanto ciudadano,
La pedagogía crítica constituye un movimiento que tiene vigencia actual, y como tal, constituye
una corriente dinámica aunque no deja de ser un desarrollo situado bajo el predominio de la
instalación de las políticas neoliberales.
Sin embargo, desde el punto de vista de los aportes teóricos, podemos identificar al menos dos
corrientes de pensamiento que aportaron nuevas ideas para el pensamiento pedagógico
contemporáneo y que –adelantamos– nos pueden proveer, desde un punto de vista
latinoamericano, herramienta conceptuales útiles para abordar lo que significa repensar la
educación desde las pautas del colonialismo cultural.
Destacamos, por una parte, los planteos que surgen de los trabajos de Michel Foucault, quien
aportó desde sus métodos tanto arqueológico como genealógico, una lógica de producción
teórica y una posibilidad de revisión de las prácticas sedimentadas y naturalizadas en la vida
social La otra corriente, que tiene como referencia los trabajos de Gilles Deleuze y Félix
Guattarí, proviene del campo de la filosofía y del psicoanálisis a partir de un análisis crítico de
la obra de Freud y de Lacan.
En este trabajo, Foucault pone en cuestión las construcciones propias de la modernidad, sus
instituciones y sus prácticas ligadas a generar un mayor sometimiento a pautas culturales,
dominantes y establecidas que tienen orígenes tan remotos como la propia antigüedad.
Así se atenta a postular lo educativo como una práctica ligada con la emancipación y la
neutralización de los mecanismos asociados con la dominación y las imposiciones socialmente
establecidas, que se vehiculizan a través de prácticas disciplinarias y normalizadoras que
impulsan comportamientos homogéneos y mecánicos en la población bajo la acción educativa.
La pedagogía institucional
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Hay dos aportes más que inciden sobre el pensamiento contemporáneo de la educación y que
tienen otras vertientes ligadas y asociadas al desarrollado por Foucault. Por una parte, los
estudios de los institucionalistas y, por otro, los filósofos contemporáneos que indagaron sobre
la constitución de la subjetividad contemporánea, ambos abrevando en el pensamiento
originado por el psicoanálisis y sus desarrollos que derivaron en un amplio espectro de aportes
para entender los procesos y fenómenos derivados de la acción educativa.
Destacamos en primer término los trabajos asociados al análisis institucional que tiene su
origen en los sucesos del mayo francés como un gran activador del análisis de las instituciones
educativas.
Otro gran sistema de conceptos que abordan el tema educativo se vincula con los trabajos que
provienen del análisis lingüístico y sus derivaciones hacia el llamado análisis político del
discurso, que toma como referencia teórica a la lingüística, el psicoanálisis y los trabajos de la
filosofía analítica de Ludwig Wittgenstein.
Este tipo de abordaje se interesa en la naturaleza discursiva de las acciones sociales, y para
ello se detiene en el análisis del intercambio lingüístico que se produce en toda acción social,
para lo cual postula la noción de discurso como articuladora de la acción social y el
pensamiento.
Finalmente, nos referiremos a los trabajos derivados de Gilles Deleuze y Félix Guattarí, quienes
brindan la posibilidad de análisis de las relaciones sociales y sus consecuencias para la
subjetividad. En verdad, este enfoque radicaliza los análisis sobre la subjetividad y lo que
implica postular la inmaterialidad de las últimas determinaciones sobre identidades móviles
cuyos sentidos se mueven en el campo del deseo y de las pulsiones que animan sus acciones.
Lo social puede actuar como obstáculo o como construcción, no como un mero organizador de
la subjetividad, sino como una determinación que impide la manifestación de lo subjetivo en el
mundo.
2. Según estos planteos no existe una sustancia individual sobre la que se opera para darle un
sentido social, sino que la configuración social en la que se produce la acción educativa
conforma y produce subjetividad.
5. Que este tipo de procesos adquieren materialidad en la acción educativa, pero se juegan
previamente en el campo de las ideas y constituyen las configuraciones simbólicas e incluso
imaginarias de las sociedades.
31
Era de hombre moderno mandar los hijos a la escuela para que triunfaran individualmente
ascendiendo en su nivel social, pero se consideraba una inversión inútil la educación de los
pobres, los desarrapados, los indios, los negros. Frente a esa concepción levantó su voz un
educador venezolano llamado Simón Rodríguez, a quien recordamos como el fundador de la
educación popular en América Latina.
Rodríguez había sido maestro de Bolívar, sus familiares lo habían puesto a su cuidado al
quedar huérfano. Entabló una profunda amistad con el joven Bolívar y juntos jurarían –años
después– luchar por la libertad americana. Los amigos coincidían en el anhelo de construir
sociedades democráticas en el continente. Desarrollar un sistema de instrucción pública era
la pretensión de Simón Rodríguez, lector de Rousseau: toda buena lectura de Rousseau
descubre detrás de su personaje –Emilio– los dilemas de la educación moderna. Sin
embargo, la propuesta de Rodríguez no se agota en ese tema.
Los criollos que lucharon por tener un país propio tuvieron la convicción de que debía
educarse al pueblo. Hipólito Vieytes y Manuel Belgrano difundieron la enseñanza de la
agricultura, la industria y el comercio, así como la náutica y la minería. Todas eran
actividades destinadas a formar personas laboriosas y capacitar técnicos en ramas
industriales indispensables para el progreso. Mariano Moreno introdujo en las escuelas El
contrato Social de Jean Jacques Rousseau.
Recordemos que fue Monteagudo quien propuso, en la Asamblea del Año XIII, la supresión
de los castigos corporales en las escuelas, incluyendo las palmetas y los látigos entre los
instrumentos de tortura. ¿Cómo no considerarlo un defensor de la educación popular?
Todos ellos querían impulsar el progreso del país, apoyándolo en el desarrollo de las
economías locales, en la distribución de la tierra, en la independencia del capital inglés y en
la representación del pueblo.
José Gervasio de Artigas, el caudillo uruguayo, creó escuelitas rurales, introdujo el Método
Lancaster, que permitía enseñar simultáneamente a grandes grupos de alumnos. Artigas
tomó contacto con el naturalista Félix de Azara e introdujo una de las más avanzadas
tecnologías de la época: la imprenta. En ella se publicaron las cartillas y catones, el material
didáctico que se usaba por aquel entonces para la enseñanza de la lectoescritura y la
lectura de las proclamas del Ejército Libertador. Pero su coterráneo Fructuoso Rivera, el
caudillo que sobresalió en la década de 1830, careció de la visión progresista de Artigas y
no visualizó la difusión de la cultura como una cuestión de Estado. Enemigo de Artigas, lo
declaró “traidor a la Patria”.
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La diferencia con una educación popular como anhelaba don Simón, en la historia del siglo
XIX, es la concepción de la generación romántica de 1837. Signados por la ambigüedad
entre el ideal de civilización y la sociedad real, fueron los que poblaron el imaginario
pedagógico que dio origen a la estrategia escolar liberal conservadora. Los “seres
degradados y grotescos” que el romanticismo de 1837 rechaza en sus textos, por
considerarlos inconvenientes para llevar adelante su plan de progreso, están entre los
primeros excluidos de la “educación popular”.
Es Juana Manso (1819-1875) quien sobrepasa las limitaciones de su época para llevar
adelante la lucha por la reivindicación del lugar social y político de la mujer. Constituye uno
de los antecedentes de las luchas feministas llevada a cabo en condiciones muy hostiles y
cuya historia hay que unirla a las de Juana Azurduy y Juana Manuela Gorriti. En lo
pedagógico, lleva adelante la experiencia de jardines de infantes que luego va ser retomada
por la educadora Rosario Vera Peñaloza en la Escuela Normal de la Ciudad de La Rioja.
El otro educador para destacar es el uruguayo José Pedro Varela (1845-1879) quien en su
corta vida deja asentada las bases del sistema educativo de su país, que queda plasmado
en un libro cuyo título es por demás sugerente: La educación del pueblo, es decir, subjetiva
el destinatario y no utiliza –como Sarmiento– el apelativo “popular” o “común”.
Los vencedores en la batalla de Pavón, representantes del poder central, diagnosticaron una
distancia insalvable entre el pobrerío rural y los ricos. El papel de la cultura moderna en la
construcción de los poderes regionales no ha sido suficientemente referido por la
historiografía, pero tiene una importancia capital para comprender el proceso de gestación
de la metáfora “civilización o barbarie”, así como lo tiene la insistencia de la clase dirigente,
representada en este caso por Sarmiento, por evitar que se reconociera la existencia de
elementos liberales modernos y republicanos, sustentados en el poder popular.
La educación del pueblo durante la segunda mitad del siglo XIX fue subordinada a la
construcción de la Nación dominada por la oligarquía porteña. Quien fuera llamado “padre
de la educación popular” –Sarmiento- durante un siglo, sostenía que se trataba de una
“lucha impotente” entre la inteligencia y la materia, entre la civilización europea y la barbarie
indígena, que da lugar a escenas ajenas al “círculo de ideas en que se ha educado el
espíritu europeo”.
No vale la pena educar para el trabajo a infelices como el peón, el rastreador, el baquiano o
el cantor. Pues para el escritor de Facundo, la “cultura de la inteligencia (...) es no solo
descuidada, sino imposible” (p.33). Esa profecía cayó varias veces no solo sobre la
Argentina, sino sobre América Latina, afectando la educación de su pueblo.
Debe aclararse que, de acuerdo con la Constitución de 1853 y sus sucesivas modificatorias,
la educación no es una de las funciones delegadas por las provincias a la Nación, de modo
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que el alcance de las leyes votadas por el Congreso de la Nación que afectan la educación
provincial ha sido repetidamente materia de debate.
Esa negación es coherente con la utopía de los dirigentes liberales conservadores que
fundaron nuestras instituciones suponiendo que podían hacerlo de manera inédita, sin
contener elementos del pasado colonial, ni de las formaciones semirurales o modernizantes
provinciales. Creyeron que era posible trasladar aquí el modelo europeo o norteamericano.
Pero copiar no es tan fácil. Incorporar elementos de la organización política, social y
educacional de otros países y culturas puede enriquecer la educación solo si se tiene en
cuenta lo propio, los lenguajes, tradiciones y experiencias locales como la sustancia
fundamental.
Debe dejarse constancia, sin embargo, de otras visiones del sujeto de la educación de la
época. Es una tradición escolar establecer similitudes, sin duda existentes, entre Facundo y
Mis Montañas de Joaquín V. González. Pero la valoración del pueblo difiere en esos textos.
Al contrario de Sarmiento, cuyo rechazo a las culturas de su región natal es orgánico,
cerrado, casi siempre coherente, González está cruzado por una contradicción que estimula
su interés antropológico y sociológico y lo motiva a analizar las articulaciones entre la vieja
cultura quechua-incaica, el cristianismo y las instituciones de la República. La obra Mis
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Hay quienes vivieron una permanente contradicción entre sus cargos burocráticos como
inspectores del Consejo Nacional de Educación, el impacto que les producía la situación
social de la infancia y sus propias ideas, que recorrían el espectro que abarcaba desde el
liberalismo radicalizado hasta el anarquismo. Los casos más virulentos fueron los de
Vergara y Barcos, quienes estuvieron en permanente conflicto con sus superiores
jerárquicos por sus continuas diatribas, escritos y acciones concretas destinadas a llevar la
educación hasta los más pobres y a experimentar modalidades democráticas de enseñanza
aprendizaje.
Durante la primera mitad del siglo XX, las alternativas nunca abandonaron el campo de la
escolarización. En varios países de América Latina –en especial en México- las luchas por
llevar la escuela al pueblo se cargaron de contenidos de las luchas sociales y culturales.
El gobernador del Estado de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto, entre 1922 y 1924, hizo de la
educación popular y las ideas de la escuela racionalista, articuladas con la cultura y la
lengua maya, el eje de su programa de gobierno. Sólo en el primer año de su gestión fundó
417 escuelas públicas y tradujo la Constitución de 1917 al maya, además de legalizar la
participación política de las mujeres, el divorcio, la reforma agraria y otras medidas de corte
socialista. Pero especialmente fue durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, entre 1934 y
1940, cuando la educación del pueblo se extendió en toda la Nación mexicana y fue un
ejemplo que intentaron seguir –con menos éxito– otros movimientos latinoamericanos.
38
Excepcionales fueron las experiencias motivadas por la escuela racionalista del pedagogo
catalán Francisco Ferrer i Guardia, pero la mayor parte de los educadores que eran críticos
del tradicional normalismo, optaron por el escolanovismo francés, alemán, italiano y, en
menor medida, por la lectura de John Dewey. En cuanto a las reformas nacionalistas
populares, o bien rechazaban frontalmente el pensamiento liberal (y en consecuencia no les
cabía rescatar a Rodríguez), o simplemente desconocían su alcance más allá de las
fronteras de la Gran Colombia.
avance del campo democrático y del socialismo, de formación de nuevos sujetos político-
educacionales. El movimiento freireano fue volviéndose complejo con el correr de los años;
su mayor riqueza y causa de su larga vida fue su capacidad de articular una multiplicidad de
actores constituyendo un nuevo sujeto.
Freire mantuvo una conflictiva relación con la izquierda dogmática, que rechazó sus aportes
hasta avanzados los años 80 por considerarlos plagados de categorías populistas, entre las
cuales destacaban el uso del término “pueblo” en lugar de “clase social”. La opción por una
pedagogía bajo el modelo soviético cumplió su función en las primeras décadas de la
revolución. Hoy, los educadores cubanos se encuentran frente al reto de sostener el único
sistema educativo latinoamericano que ha sido capaz de cubrir con una educación de
calidad al conjunto de la población durante tres generaciones, en el marco del proceso de
conexión del país con el mercado, con los medios de comunicación y con la tecnología
capitalista.
Los maestros, una de las principales fuerzas que llenaban la plaza apoyando al presidente
electo, fueron echados por Illich, quien les aconsejó que abandonaran la escuela, vieja,
gorda y solo destinada a garantizar el orden existente. En otros trabajos siguió desmontando
el aparato escolar, así como el sistema público de salud y promoviendo la sustitución de los
profesionales en educación por activistas culturales que se desplegaran en un campo
pedagógico informal.
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Por el contrario, Paulo Freire aportó la crítica que más rédito ha dejado en vistas a producir
alternativas no solamente para la educación no formal, como se ha sugerido algunas veces,
sino con impacto en el sistema escolar latinoamericano e incluso de países de otros
continentes.
Debe anotarse que Freire nunca atacó a la escuela, sino que dirigió su crítica a la relación
pedagógica entre educadores y educandos de una manera más general, es decir, con
categorías aplicables no solamente a los docentes y los alumnos escolares sino a todos los
sujetos sociales vinculados por la educación.
Podría decirse que la trayectoria de Paulo Freire es un producto tanto de las luchas políticas
como del enfrentamiento entre modelos pedagógico comunicacionales que se han
desarrollado en el interior del campo progresista latinoamericano durante los últimos treinta
años. Su obra está compuesta por elementos que provienen de tendencias teóricas y
políticas muy distintas, pero se articulan para solucionar el problema de la educación-
comunicación entre el educador, proveniente de la “cultura dominante” y el educando
despojado de esa cultura, pero portador de la propia.
Freire no tiene ninguna pretensión empirista, no refiere las teorías a la experiencia pura. No
cae en las posiciones simplificadoras de muchos educadores populares, no califica las
teorías de acuerdo con un concepto fundamentalista de “realidad”. La referencia del autor
son los problemas, esto es, un espeso tejido político cultural de incierta esencia y de
impredecible futuro, una materia en tránsito, una serie de coincidencias efímeras entre
distintos registros de lo social.
Cuando Freire escribió su primer libro, transitar hacia la modernización era una necesidad
profunda de la sociedad brasileña, aunque no todos los sectores la propiciaran y pese a que
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cuando Freire escribió La educación como práctica de la libertad estaba en el exilio, saliendo
de prisión. Los militares habían derrocado al presidente Joao Goulart, quien impulsaba un
proceso de modernización basado en alguna participación popular y en el ensanchamiento
de las libertades democráticas.
Atiende muy especialmente los procesos de constitución de los sujetos político culturales, a
los que considera determinantes de las posibilidades prospectivas de la sociedad. En los
últimos años, lejos de acomodarse en el prestigio de su propia palabra, decidió probar
suerte con el Partido Trabahlista como Secretario de Educación de la Municipalidad de San
Pablo. Para entonces, el hombre que había comenzado su carrera política como Director del
Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de Recife a comienzos de los años
60 había obtenido los máximos honores de las universidades y los organismos
internacionales más importantes del mundo.
“Esperanza” fue la última palabra que Freire ligó a su discurso pedagógico comunicacional.
Esperanza, como elemento constitutivo de los sujetos y como meta. Alcanzar la esperanza
en un mundo desesperanzado. Había tejido Freire mucha tela desde la cual abrir un manto
de esperanza. Su herencia se componía de cuatro ideas principales:
La clásica división de educación formal, no formal e informal suele tener la ventaja de ser la
más difundida y aceptada por las administraciones educativas. Pero más allá de las
múltiples actividades que se encuadran dentro de esta clasificación, nos parece que debe
atenderse –para la reflexión pedagógica– la existencia de una serie de contenidos, prácticas
o experiencias educativas que no se encuadran dentro de los parámetros de la formalidad
escolar; algunas de ellas son captadas por las instituciones educativas en la periferia de sus
acciones, pero por su potencial educador son reconocidas y reciben recursos para ser
prestadas.
Parece verificarse que no todos los saberes y conocimientos pueden ser integrados a la
práctica escolarizada formal. El problema es que al tratar lo educativo siempre resulta
inabordable un resto que acontece a nivel intrasubjetivo (la ligazón con las experiencias
individuales) o intersubjetivo (lo particular de las relaciones entre los individuos), con lo cual
los efectos de las acciones educativas y los aprendizajes que producen, son impredecibles
en un alto grado.
Lo educativo tiene este efecto: ligar y desligar, reunir y analizar, es decir, todo tipo de
operaciones que propicien poner en conjunción experiencias, evocadas y actualizadas en el
acto educativo con la finalidad de procurar nuevas aperturas y por lo tanto mejoras en el
desempeño social.
A partir de lo planteado a lo largo del curso nos vamos a detener en un caso particular de
actividad educativa que es la que se practica entre adultos y que compromete a educadores
y educandos en situaciones de enseñanza y aprendizaje. Si, como dijimos, lo educativo
discurre en el campo de lo interpersonal, reúne experiencias y resulta en el intercambio de
conocimientos, se puede afirmar que es posible la educación entre adultos.
Quizás, al contrario de la educación infantil, los alcances sean distintos debido a que las
experiencias sobre las que se asienta este tipo de acciones son necesariamente diferentes
en términos de su consolidación y sedimentación entre ellas. Pero el carácter de apertura y
nuevas ligazones no hay que darlo por concluido en las personas adultas.
Hay por los menos tres ámbitos que desde la acción educativa son claramente identificables
y que pueden producir conclusiones pedagógicas específicas para cada uno de ellos: el del
trabajo, el de la política y el de la cultura.
Educación y trabajo
La vinculación entre educación y trabajo fue problemática. no proponemos una mirada que
tome a la educación como un instrumento para la formación de recursos humanos o que
procura como finalidad la formación para el empleo, o que solo lee lo educativo como una
relación proceso-producto en procura de brindar una salida laboral. Más bien, nos ubicamos
en una perspectiva que ubica la actividad laboral, o el trabajo, como actividad propiamente
humana, inescindible de la formación y de la vida social. Es decir, entendemos que la
actividad del hombre en procura del sostenimiento de la sociedad y de la reproducción de la
misma requiere necesariamente del trabajo.
Otro de los aspectos vinculados con la educación de los adultos que debería comprometer
una pedagogía que la incluya es el referido a la formación política como campo constituido
por saberes específicos y acciones determinadas.
Surge la cuestión sobre el ejercicio del poder en la sociedad como aquella acción que
genera influencia sobre los individuos miembros de la misma para orientar conductas y
acciones. Si bien plantear el problema del poder suele sonar a un concepto difuso e
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intangible, no se puede negar que la materialidad del poder consiste en esa capacidad para
posibilitar y limitar las acciones de los individuos.
Este aspecto se refiere a lo propio de la formación del sujeto como ciudadano y partícipe de
la organización política de la sociedad. En concreto, cuáles son los ámbitos de derechos y
deberes que conforman la configuración social, etc.
Educación y cultura
Pero es importante señalar que, para la educación, este aspecto debe estar relacionado con
una reflexión sobre las repercusiones intrasubjetivas con efectos sobre la cognición, entre
otros. Además, se debe reconocer que los individuos, en tanto sujetos culturales, no solo se
orientan como consumidores de objetos culturales sino como productores de cultura. La
contribución de la actividad educativa en ese sentido consiste en reparar de manera crítica
en las pautas de consumo cultural impulsadas por las empresas culturales –en particular las
inducidas por los medios de comunicación–, y en generar las condiciones y valorar las
producciones culturales en sus diferentes manifestaciones.
A fines de los años 80 y principios de los 90, el concepto de educación popular empezó a
difundirse desde América Latina hacia muchos países del mundo. El caso paradigmático es
el de Guinea-Bisau, a cuya política educativa popular aportó directamente Paulo Freire. Al
mismo tiempo, la discusión sobre el concepto de educación popular se extendió con fuertes
consecuencias de orden político educativo.
En esta última priman los programas focalizados, de aplicación puntual, para todo el
espectro de la educación popular, expresando el inmediatismo, una de las posturas más
preocupantes que instaló la cultura neoliberal. El inmediatismo, esa visión de la vida social
que se circunscribe a un absoluto presente, favorece una operación de reducción del sujeto
de la educación popular que se vino llevando a cabo exitosamente desde décadas atrás.
Pariente cercano de las teorías de corte positivista y del pragmatismo más conservador, el
inmediatismo es un rasgo típico del funcionalismo norteamericano y es un elemento
importante de la teoría sociológica que reduce al hombre, su trabajo y su creatividad al
capital que pueda producir (la teoría del capital humano) y la teoría psicológica conductista,
cuyo fundamento político represor es ampliamente conocido.
La teoría del capital humano, el conductismo y la teoría del fin de la historia han producido
una concepción de la educación que incluye un recetario político y didáctico. Entre los
instrumentos principales de esa “pedagogía neoliberal” se encuentran dispositivos para la
evaluación que, lejos de permitir la necesaria reflexión social sobre la práctica educativa y su
mejoramiento, están destinados a producir jerarquías socioeducativas entre los sujetos, las
instituciones, las naciones y las regiones.
América Latina está siempre por abajo en las tablas de medición de organismos como la
Organización Mundial del Comercio. Entre otras causas, en la mayoría de nuestros sistemas
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educativos aún están levantándose las restricciones a las cuales fuimos sometidos durante
los años 90.
El concepto de individuo como ser humano, emancipado de las ataduras feudales, difiere de
la intención de romper los lazos sociales existentes en las sociedades para aislarlo y ponerlo
a merced de las fuerzas del mercado. La libertad personal, la que debe predominar en los
pueblos civilizados, según el liberalismo pedagógico decimonónico, se subordina al bien
general, pero la libertad del neoliberalismo deja al sujeto a merced de las leyes de la oferta y
la demanda.
52
Pero son varios los gobiernos que se oponen, sosteniendo políticas que nos instalan como
sujetos sociales autónomos de naciones soberanas. Al respecto, son muchas las
dimensiones en las cuales interviene la educación. Se trata, sin duda, de educar ciudadanos
conscientes, críticos y responsables de sus países.
Saberes socialmente productivos son aquellos en los que, usando una frase de John
Dewey, “la razón deja de ser una facultad remota e ideal y significa todos los recursos por
los cuales se hace a la actividad fecunda en significado”. Se trata de una categoría más
abarcativa que saberes técnicos, prácticos o útiles, aunque los incluye, y no tiene
vinculaciones de causa-efecto simples con la conducta de las personas.
Se ha producido un cambio notable en las políticas destinadas a los sectores populares. Los
programas estatales, impactados por las demandas de nuevos sujetos y exigidos por las
propias políticas económico-sociales, vinculan fuertemente la educación de jóvenes y
adultos con la capacitación laboral y el reconocimiento de saberes populares. Pero el
neoliberalismo pedagógico capturó gran parte de las políticas educativas, los políticos de la
educación, los educadores y la opinión pública latinoamericana. Hoy suenan con naturalidad
convicciones antidemocráticas que a mediados del siglo pasado parecían superadas.
Sigue siendo necesario multiplicar las propuestas que fortalezcan la educación popular,
erradicando definitivamente las estrategias segmentadoras y asistencialistas en la
educación popular, así como inscribir las políticas educativas en la tradición popular
latinoamericana, que se simboliza en la figura de Simón Rodríguez.
Los vínculos que pretendemos establecer entre Simón Rodríguez, la escuela activa, el
nacionalismo popular del siglo XX y las experiencias actuales tiene fundamento en la
coincidencia sobre el papel democratizador que adjudicaban a la educación y la centralidad
que le otorgan al sujeto popular.
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Hemos dicho que en estos tiempos reina la inmediatez y se ha difundido una fantasiosa
representación de la cultura, que supone que su producción es posible sin dar cuenta de
legado alguno. Pero no es así. Ninguno de nosotros puede escapar ni a su historia
biográfica, ni a la historia de su sociedad. Entonces, ustedes, destinatarios de este texto,
tienen una herencia de la cual es necesario que se apropien. Apropiarse significa elegir,
distinguir, separar lo que aún tiene vigencia de aquello que ya cobra su sentido solamente
en la escritura historiográfica.