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LOS POSIBLES FINALES DE MI TÍO EL JAGUARETÉ

ÉDISON DUVÁN ÁVALOS FLOREZ1


duvanflo@yahoo.com

¿
Cómo finaliza la novela Mi tío el jaguareté, escrita por João Guimarães Rosa?
¿La persona que ha contado la historia, el narrador, mata a quien ha estado
escuchándole, es decir, al oyente o narratario? ¿O, al contrario, es el oyente
quien mata al narrador?

A primera vista, no caben dudas de que es el oyente quien mata con su revólver
al narrador. La razón es que al final, en la última línea, el narrador dice lo siguiente:
He… Aar-rrá… Aaah… Usté me arahoou… Remuací… Reiucaanacé… Araaa…
Uhm… Huy… Huy… Uh… Uh… eeee… ee…

De acuerdo al glosario de la lengua tupí que la traductora agrega al final de la


novela a manera de anexo, lo que el narrador ha dicho en esa línea tiene el siguiente
significado: ‘Aar-rrá’ quiere decir ‘caigo’; ‘arrhooó’, que equivaldría a ‘arahoou’, significa
‘me hizo un agujero, me hirió’; ‘Remuací’ equivale a ‘por qué, si tú eres mi pariente del
lado de mi madre’; y ‘Reincaanacé’, que aparece como ‘Reiucaanacé’¸ significa ‘por qué
me matas, no sé por qué’.

De manera que en esa línea final se encuentra una fuerte evidencia textual que
demuestra que el narrador ha sido herido por el oyente. No caben dudas: el narrador se
queja, dice que está cayendo, afirma que ha sido herido, le pregunta al oyente por qué
ha hecho eso, por qué lo está matando. Su locución tiene por objeto evidenciar ante el
lector el momento y el modo de su muerte, pues el registro en que ha sido contada la
historia no admite la aparición de otra voz que desde una posición omnisciente relate ese
hecho.

Además de ese elemento textual, existe otro factor que también evidencia que el
oyente mató al narrador.

Desde el inicio de la novela, el narrador empieza a destacar y a resaltar


constantemente que el oyente a quien le está contando su historia posee un revólver.
Esa arma, además de generar una distribución del poder ubicando al oyente como
dominador y al narrador como dominado, cobra poco a poco tal importancia que deja de
ser un elemento simbólico que gira aisladamente en la trama, para transformarse en
núcleo temático que concentra la producción del discurso novelístico. En términos
cinematográficos, sería como si el revólver dejara de ser parte del decorado

1 Estudiante de literatura.
escenográfico para ir ganando un espacio cada vez más importante en el encuadre hasta
quedar en primer plano.
Hum, ¿por qué está usté buscando con la mano el revólver? Hum-hum… Aa,
arma buena ¿será? Ha-ha, revólver bueno. ¡Eré! Usté déjeme agarrarlo con mi
mano para verlo bien… A-ña, ¿no me deja, no me deja? ¿No le gusta que lo
agarre? No tenga miedo. Mi mano no lo deja caipora. A quien no dejo tocar las
armas es a la mujer, mujer no dejo; no dejo ni ver, no debe. La deja panema,
caipora… Hum, hum. No señor. Sí. Sí. Hum, hum. Usté sabrá…

Hum. Hum. Sí. No es. Eh, n’t, n’t… Achi… Sí. No señor, no sé… Hum-hum. No
señor, no toy ofendido, el revólver es suyo, usté es el dueño. Yo taba pidiendo
nada más por ver, arma buena, bonita, revólver… Pero mi mano no la deja
caipora, ¡pa! – No soy mujer. Yo no soy panema, yo – marupiara. Usté no
quiere dejarme, usté no cree. No digo mentiras… Ta bueno, me tomo un trago
más. ¡Usté también bebé! No toy ofendido. Apé. Cachaza buena de bueno…

De manera que el lector proyecta en su imaginario la posibilidad de que ese


revólver, tarde o temprano, jugará un papel decisivo en el desenvolvimiento de las
acciones. El efecto narrativo es muy parecido al que aplicó Gustave Flaubert en Madame
Bovary, cuando concentró la atención del discurso novelístico en el frasco de veneno que
Monsieu Homais ubica en su estantería, el cual luego será ingerido por Madame Bovary
para quitarse la vida.

Y en efecto, así pareciera quedar confirmado en los párrafos finales de la novela


de Guimarâes Rosa, cuando el oyente sorprende al narrador al apuntarle de manera
amenazante con el revólver:
Ei, ei, ¿qué está usté haciendo?

¡Retire ese revólver! No juegue, retire el revólver para el otro lado… No me


muevo, toy quieto, quieto… Mire: ¿usté quiere matarme, huy? ¡Eche, eche el
revólver para allá! Usté ta enfermo, ta desvariando… ¿Vino a llevarme preso?

Entonces, después de analizar lo que en lengua tupí quieren decir las palabras
finales del narrador y después de analizar la estrategia narrativa creada en torno del
revólver, pareciera que no hay dudas de que el narrador muere a manos del oyente,
quien le dispara luego de haber escuchado todo el relato de sus vivencias.

Existe, sin embargo, la posibilidad de interpretar el final de la novela de un modo


contrario: el narrador se transforma en jaguar y mata al oyente. Esta interpretación se
fundamenta en dos pistas, una de carácter textual, otra enfocada en el punto de vista del
lector.

La pista textual consiste en que al final de la obra, cuando el oyente saca su


revólver de manera amenazante, el narrador dice lo siguiente:
Mire: si pongo la mano en el suelo es sin motivo, sin razón… Vea el frío… ¡¿Usté
está loco?! ¡Atié! ¡Sálgase, la choza es mía, xo! ¡Atimbora! Usté me mata, el
compañero viene, se lo lleva preso… El jaguar viene, María-María se lo come…
El jaguar es mi pariente…
Esas palabras, anuncian, sin lugar a dudas, que el narrador está a punto de
convertirse en jaguar sin dejar de ser él mismo. ¿Por qué? Porque en otras ocasiones
anteriores, cuando el narrador menciona que pone sus manos en el suelo, o cuando
invoca la presencia del jaguar María-María, es porque definitivamente está
manifestándose su Yo-jaguar.

La segunda pista consiste en realizar una interpretación de la línea final del libro,
ya no desde la lengua tupí, sino desde la otra lengua que maneja el narrador, la lengua
occidental. De este modo, entonces, el narrador no está diciendo que cae, ni quejándose
de que muere, sino que se encuentra haciendo sonidos guturales o gruñidos que indican
que ya ha asumido completamente su transformación, o sea, que ya se encuentra
plenamente establecido en su Yo-Jaguar:
He… Aar-rrá… Aaah… Usté me arahoou… Remuací… Reiucaanacé… Araaa…
Uhm… Huy… Huy… Uh… Uh… eeee… ee…

La validez de este punto de vista se fundamente en que el autor de la novela no


fue quien agregó el glosario al final de la novela sino que lo hizo la traductora. Es decir,
dentro del horizonte de expectativas que trazó el autor se encontraba la posibilidad de
que esa línea final fuera leída como los gruñidos del narrador en su Yo-jaguar. En realidad,
la lectura de esas líneas como un mensaje en lengua tupí es una alternativa que ofrece la
traductora.

Ahora bien, ¿cuál de los dos finales es el más acertado? ¿Qué es lo que dice el
texto en última instancia: que muere el narrador a manos del oyente, o que muere el
oyente a manos del narrador?

Lo que se puede decir con certeza es que el final de Mi tío el jaguareté no es


abierto. Esto quiere decir que la narración se resuelve, bien sea a favor del narrador o
bien sea a favor del oyente, pero el final queda resuelto. ¿A favor de quién?

Es posible que João Guimarães Rosa, con su maestría técnica, haya querido que
el final de su obra dependiera del punto de vista del lector. Así, un lector conocedor de
la lengua tupí, a saber, un indígena, entendería que quien muere es el narrador. Pero un
lector que desconozca la lengua tupí, un lector occidental, creerá que quien muere es el
oyente.

Esto ejemplifica, de manera magistral, el concepto de ‘perspectivismo’ expuesto


por Eduardo Viveiros de Castro en su obra Metafísicas caníbales, el cual sostiene que las
propiedades de un grupo social no son propiedades inherentes a ese grupo, sino
resultado del modo o punto de vista desde el cual ese grupo social ha sido observado y
analizado. De este modo, al cambiar el punto de vista, la ‘perspectiva’, las propiedades
del grupo social cambian.

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