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Nota sobre la crisis y la reforma del Poder Judicial: a propósito de la enseñanza de un

juez peruano valiente.

Fort Ninamancco Córdova.

Con Lima tomada por la violencia militar chilena, comandada por Cornelio Saavedra y
Patricio Lynch, un grupo de jueces no se amilanó ante ello y, al contrario, plantó cara a la
peligrosa amenaza exterior en defensa de su independencia. Eran los jueces de nuestra
Corte Suprema, encabezados por Juan Antonio Ribeyro. Con las armas de la razón y el
Derecho, no dudaron en enfrentarse a la milicia chilena para recordarle, varias veces, que
la independencia jurisdiccional era una institución republicana que ni siquiera una guerra
podía destruir.

En la crisis actual, manifestar nuestra indignación está sobradamente justificado. Es una


pena, una tragedia, que aquello por lo cual Ribeyro daba la vida, valga tan poco para
algunos hoy. Pero indignarse está demasiado lejos de ser suficiente. No podemos perder de
vista que las soluciones deben ser el centro de nuestra atención. Si queremos independencia
para nuestros jueces, eso requiere mecanismos de selección de magistrados que sean
independientes también, que sean impermeables no solo frente a los sobornos, sino
también frente a la "argolla" o el "tarjetazo".

En estos días, se han venido formulando una infinidad de propuestas para reformar el
servicio de administración de justicia. ¿Desterrar la provisionalidad? Interesante, pero un
momento: ¿los implicados en la crisis no eran acaso magistrados titulares? La titularidad en
el cargo es una garantía insuficiente. ¿Elecciones universales para elegir a los presidentes de
cortes? Sin embargo, ¿cómo fueron elegidos César Álvarez y Roberto Torres? Aumentar la
“base electoral” judicial no creo que sea de gran ayuda.

Creo que debemos mirar a otros aspectos del problema. Insisto en que es fundamental
meditar críticamente sobre la forma como se eligen a nuestros jueces y fiscales. Yo me
atrevería a decir que las "entrevistas personales" para los aspirantes a magistrados deberían
desaparecer o debieran ser realizadas por un grupo de personas elegidas al azar y mantenidas
en aislamiento (tal como un jurado en USA). Lo mismo para los profesores encargados de
hacer las preguntas para los exámenes escritos. Estoy convencido de que necesitamos
evaluaciones de corte más objetivo, pues dar amplio espacio a elementos subjetivos, en este
país, lamentablemente implica dar armas a los cultores del soborno o a los promotores de
la “argolla”. Ergo, no sólo se trata de personas, también de los procedimientos. El tema es
muy complejo, pero no podemos olvidar que situaciones extremas, requieren medidas
extremas.

Con respecto al proceso civil, hay que destacar la necesidad imperiosa de establecer su
oralidad. Pero, como bien ha destacado la destacada magistrada y profesora limeña Emilia
BUSTAMANTE OYAGUE, debe tratarse de una oralidad bien entendida, no de una mera
apariencia, no de un mero fantoche que es simplemente limitarse a repetir o reproducir
cosas que ya están por escrito. La oralidad, comprendida de forma cabal, debe entenderse
como un mecanismo para depurar la información que recibe el juez, de manera que toda
información inútil o irrelevante quede expectorada del análisis central para resolver el caso.
Así, el debate oral, como bien señala BUSTAMANTE, bien puede servir para “desenmascarar”
todo tipo de manipulación o mal empleo de las pruebas. La oralidad, en consecuencia,
debe servir, entre otras cosas, para acortar notablemente la duración de los procesos,
justamente porque todo material o información inútil puede dejarse de lado con suma
facilidad, con una activa intervención de las partes y del juez. Una reforma sobre oralidad
que no tenga en cuenta esto, que pretenda instaurar solo una “aparente” oralidad,
ciertamente estará destinada al fracaso y a generar mayor desazón y frustración en la
ciudadanía. Si se va a plantear una oralidad “fantoche”, mejor dejemos las cosas como
están.

Por otra parte, hace unos años, la Corte Suprema me nombró como Amicus Curiae de uno
de sus Plenos Casatorios Civiles, desde ese entonces estoy convencido de que la promoción
de la predictibilidad judicial es un factor de mejora del servicio de administración de
justicia. La predictibilidad favorece, por ejemplo, la disminución de la carga procesal, que
es una gran tara que soporta nuestro sistema judicial, en todos sus niveles. Si hay
predictibilidad, los ciudadanos pueden proyectar, con un grado de certeza importante, el
resultado de sus juicios, de manera que tendrán incentivos suficientes para llegar a un
arreglo. Esto, obviamente, no sucederá siempre, pero sí puede ocurrir con alguna frecuencia
importante, lo que ya de por sí es una mejora. ¿Cómo hacer que esta mejora tenga el mayor
alcance posible? Pues muy fácil, estableciendo políticas que impulsen a las Cortes
Superiores, y a los respectivos Distritos Fiscales, a establecer directrices lo más claras y
precisas posibles para las materias más contenciosas. Es decir, los temas que generan más
litigios, deben ser materia de Plenos Jurisdiccionales en los distintos niveles, conforme lo
tiene previsto el artículo 116 de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Es de la máxima
importancia, en consecuencia, revalorar la función legal que estos plenos tienen:
“concordar” la jurisprudencia nacional. Un pleno que no unifica la jurisprudencia, que no
la concuerda, no cumple la función que por ley orgánica tiene. Ergo, se tiene que considerar
que estos plenos tienen una fuerza vinculante para los jueces. Sólo así podremos utilizar
todo el potencial de esta valiosa herramienta para generar mayor predictibilidad.

Bien ha hecho el jusfilósofo Jorge Malem Seña en destacar la relación que existe entre la
inseguridad jurídica y la corrupción. A decir verdad, habría que estar bastante desorientado
para no darse cuenta de que la falta de predictibilidad juega bastante a favor de los malos
operadores jurídicos. Es más, el propio Ribeyro se habría dado cuenta de ello, por eso
impulsó con fuerza la publicación de los Anales judiciales, para hacer posible, por vez
primera, el debate público sobre los criterios jurisprudenciales peruanos. Así que mientras
los grandes cambios se van sucediendo (si es que empiezan a suceder), tratemos de cultivar
esa predictibilidad de la mejor manera que nos sea posible.

Y no seamos pesimistas: hace unos meses dicté una conferencia en mi amada San Marcos,
en la que hablé sobre una interesante y muy reciente sentencia en casación que hace
respetar una regla vinculante del IV Pleno Casatorio Civil, ante su violación flagrante en
una Corte Superior, la Cas. N° 4069-2016-Ventanilla. Una sentencia que favorece la
predictibilidad y que nos muestra que existen jueces que hacen un trabajo valioso en pos
de cultivarla. Personas que, como todos nosotros, tienen defectos y virtudes (de hecho, el
propio Ribeyro ha sido criticado en su labor como ministro), que pueden equivocarse, pero
que tienen una gran vocación de servicio.

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