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Obras Completas 1

HOMENAJE

En el bicentenario de su nacimiento,
mi homenaje a La Patria, que lleva el nombre
de una poesía: ARGENTINA

Héctor David Gatica

Completas
O B R A S

Tomo I
2 Héctor David Gatica

Diseño
Carlos Paigés

© Copyright 2010. Héctor David Gatica

IMPRESO EN ARGENTINA
Obras Completas 3

Obras Completas

MEMORIA DE LOS LLANOS


EDICION Nº 14

LOS DIAS DEL AMOR


EDICION Nº 5

HIMNOS FARISAICOS
EDICION Nº 5

PAIS DESVELADO
EDICION Nº 5

LOS DIAS INSOLITOS


EDICION Nº 5

CANTATA RIOJANA
EDICION Nº 7

LOS FUNDADORES DEL OLVIDO


EDICION Nº 5
4 Héctor David Gatica
Obras Completas 5

A Noelia, mi esposa, con quien vamos


fundando los sueños del hogar desde hace
cuatro décadas.

A nuestros hijos David Gabriel y Pablo


Esteban, que han decidido también
transitar los derroteros de las letras.

A nuestra hija María Macarena, que nos


regala su compañía y sus travesuras desde
hace siete años.

A Villa Nidia, donde me encontraron mis


padres, que al no figurar en los mapas
riojanos, intenta que la ubiquen en el
mapa de las letras argentinas.

A la Rioja, mi amada provincia.


6 Héctor David Gatica

MEDIO SIGLO Y UN CAMINO

(Prólogo a la primera edición de


Obras Completas en 2003)

¿Cuándo comienza la vida de un poema o de un


libro? En el momento de escribirlo? Y el tiempo de ges-
tación?
Igual pasa con cuántos pueblos que nacieron mu-
cho antes de la fecha que se les asigna, como si necesi-
táramos de esa fecha para sostenernos, para marcar hi-
tos.
Recuerdo haber escrito mis primeros borradores
bajo la denominación de VERSOS DE MIS DIECISIE-
TE AÑOS, que en una «tirada» de dos copias, tuvo
como única lectora a mi madre. Seguramente el germen
ya estaba en el niño en estado latente, y su evidencia se
manifestó puntual a los diecisiete.
Desde entonces, tengo clara conciencia de no haber
parado más -con las variantes propias entre siembra y
cosecha, meditación y activismo, creación y bloqueo-.
Como he cumplido 67 años (27-11-02) estoy di-
ciendo que he alcanzado los cincuenta abrazado a estos
afanes y siguiendo un camino, el de la Palabra, con una
Obras Completas 7

veintena de libros publicados, además, varios que, in-


éditos, esperan turno, la creación de cuatro revistas y
más de doscientos recitales.
Me pareció, pues, que la mejor manera de cele-
brarlo era reuniendo en un volumen algunas de mis obras
completas.

Este tomo presenta siete títulos, de los cuales cua-


tro tienen que ver con la tierra de origen -Villa Nidia-:

MEMORIA DE LOS LLANOS, que apareció en


tres libros -El Cantor, Memoria de los Llanos y Hay un
Mundo- parta continuar, desde ahí, como uno solo y
con el único título de Memoria de los Llanos, hasta
alcanzar diez ediciones -ésta sería la once- traducido al
italiano, al francés y distribuido, bilingüe, en las univer-
sidades y centros culturales de Francia.
Memoria de los Llanos canta a la flora y a la fauna
del sur riojano, a caballos y perros, sequías y lluvias, al
viento y los caminos, a la siembra y la cosecha; la guita-
rra, los juegos infantiles. Al paisaje humano compuesto
de arrieros, alambradores, conductores de carros,
quemadores de carbón, hacheros, cavadores de pozos
de balde.
8 Héctor David Gatica

LOS FUNDADORES DEL OLVIDO, hermano de


Memoria de los Llanos por su temática. Unas veces
apareció el poema primero y después el cuento, otras,
el cuento y a continuación el poema. Ha obtenido cua-
tro primeros premios nacionales.

LOS DIAS DEL AMOR, de felices vivencias, que


me condujeron hasta la familia que hoy, enorgullece y
da sentido a mi vida.

HIMNOS FARISAICOS o el canto de las manos,


que, según algún criterio, sería el de mi más alto registro
poético.

PAIS DESVELADO. Trasladado a la ciudad por


exigencias de trabajo, ya en otro escenario y ante un
panorama provincial y nacional que comienza a convul-
sionarse, nace País Desvelado.

LOS DIAS INSOLITOS. En poco tiempo más des-


embocamos, lamentable e inexorablemente, en Los Días
Insólitos, desnudo testimonio del denominado Proce-
so.

CANTATA RIOJANA -con música de Ramón Na-


varro- intenta contar a través del canto, la historia de
Obras Completas 9

siglos del pueblo riojano, similar al de otros tantos pue-


blos americanos.

Quedan fuera de esta selección, seis antologías,


dos diarios, media docena de libros inéditos, crónicas
de viajes por América, etc., que cubren unas cinco mil
páginas.

Esta es la ofrenda que a lo largo de cincuenta años


de caminar por el país de las letras, puedo hacerle a mi
amada provincia.

Héctor David Gatica


La Rioja, 2003
10 Héctor David Gatica

Libros no incluídos en este


tomo de las Obras Completas

DIARIOS DESDE VILLA


NIDIA. Diario primero para mi
gente, 1963. Diario para Noelia,
1964. Segundo diario para Noelia,
1968. Diario para una hermana,
Nydia, 1977. Diario para
Atahualpa Yupanqui, 1983. Diario
para Mario y Ursula, 1988.

VIAJES POR AMERICA. País charrúa -URUGUAY-, Sangre


araucana -CHILE-, Herencia guaraní -PARAGUAY-, Dolor Colla -
BOLIVIA-, Silencio quechua -PERÚ-. Crónicas de viajes por esos
paises en búsqueda de material para la revista «Poesía Amiga».
Obras Completas 11

UNA VOZ PARA MI TIERRA.


Historial de las ediciones en Villa
Nidia de las revistas «Alborada» y
«Poesía Amiga». Edit. Canguro,
175 pág., 1997.

EL LIBRO DE LA CANTATA
RIOJANA. Que cuenta de su
creación, grabación, interpretacio-
nes, giras, música, poesía, etc. 205
pág., 2001.
En la presente versión de esta
Cantata sólo aparece el canto y las
glosas.

Hay un par de libros (no figuran


en este listado) que fueron edita-
dos, pero no difundidos.
12 Héctor David Gatica

Seis Antologías

MAPA DE LA POESIA
RIOJANA. Estudio de los cuatro
siglos de las letras riojanas en 17
capítulos y 300 págs. Edit.
Cisandina, 1989, Bs. As.

EL LIBRO DE LOS POETAS


JOVENES. En colaboración con
Pancho Cabral, 20 poetas, 150
págs., Edit. Amaru, 1991, Bs. As.
Obras Completas 13

ESTE CANTO ES AMERICA.


Dos tomos. Ediciones Culturales
Argentina (ECA), 840 págs., 1993,
Bs. As.
Primer tomo: Uruguay, Chile, Pa-
raguay, Bolivia, Perú y Argentina
(NOA).
Segundo Tomo: Cuyo -San Luis,
San Juan, Mendoza-, Litoral, NEA
-Misiones, Formosa, Chaco,
Corrientes,Santa Fé, Entre Ríos-,
Centro -Córdoba-, Región
pampeana -Buenos Aires, La Pam-
pa-, Patagonia -Río Negro,
Neuquén, Chubut, Santa Cruz, Tie-
rra del Fuego, Atlántico Sur-.
Brasil, Ecuador, Venezuela, Colombia.
América Central: Guatemala, El Salvador, Cuba, Guayana Francesa,
Haytí, Puerto Rico, Jamaica, República Dominicana, Costa Rica, Pa-
namá, Nicragua, Honduras, México, Pequeñas Antillas.
Y España.

ANTOLOGIA POETICA RIOJANA.


Con la poesía de setenta y siete autores,
315 págs., Edit. Canguro, 1988, La Rioja.
14 Héctor David Gatica

INTEGRACION CULTURAL RIOJANA. Dos mil páginas de la


cultura riojana en tres tomos.
Primer tomo: Dptos. Lamadrid, Sanagasta y Capital, año 2001, 680 págs.
Segundo tomo: Dptos. Independencia, Chamical, Belgrano, Ocampo,
Angel Vicente Peñaloza, Juan Facundo Quiroga, Rosario Vera Peñaloza
y San Martín, año 2002, 570 págs.
Tercer tomo: Vinchina, Felipe Varela, Chilecito, Famatina, CAstro Ba-
rros, San Blas, Arauco. En preparación para aparecer en 2003.
En 2003 y 2004 aparecen tercer y cuarto tomo, 2640 págs.
CUENTOS Y RELATOS DE
LA RIOJA. Nuestra rica narrati-
Héctor David Gatica va con más de 400 páginas. En
imprenta en la UNLAR. 54 auto-
res.
CUENTOS Y RELATOS
DE LA RIOJA
Obras Completas 15

Cuatro revistas culturales


- Fundadas y dirigidas -

ALBORADA. Conjuntamente con


Omar N. Gatica. Cuarenta y cinco
ediciones, durante once años (1954-
1965).

POESIA AMIGA. Revista interna-


cional de poesía, cinco años, trece
ediciones. Con viajes por Uruguay,
Chile, Paraguay, Bolivia, Perú, dedi-
cándole un núimero a cada país.
(1961-1965).
16 Héctor David Gatica

JUNTOS EN LA CULTURA.
Boletín cultural de la Dir. Gral. de
Cultura de La Rioja. (1987-1988).

INTEGRACION CULTU-
RAL. Revista que, departamento
por departamento, cubrió toda la
provincia de La Rioja, durante
doce años, trece ediciones. (1989-
2001).
Obras Completas 17

Grabaciones

CANTATA RIOJANA. Emi Odeón, Bs. As., 1985. Y en disco com-


pacto en 1993, con música de Ramón Navarro.

MEMORIA DE LOS LLANOS. Primera y segunda parte del libro,


grabado en «La Galera», La Rioja, 1994, con música de Ramón Nava-
rro (h).

RIOJA ESCONDIDA. Chaya, grabada por «Arraigo», con música


de Ramón Navarro.

TU GRITO. Grabado en «La Galera», con música de Ramón Nava-


rro. (Pertenece a la grabación «En Familia»).

GATICA POR GATICA. DVD de la obra del autor, por Martín Ptasik.

Recitales y Conferencias

Acompañado por diversos artistas, más de doscientos recitales con


poesías de su autoría, de poetas riojanos, de otras provincias argentinas
y de poetas de otras naciones americanas.
Igualmente, charlas, conferencias, presentaciopnes de libros y asisten-
cia a numerosos congresos y encuentros de poetas.
18 Héctor David Gatica

Seis libros inéditos

LA CARPETA VACIA. Con prólogo de Exequiel Ander Egg. Expe-


riencias como docente de adultos en una villa miseria de Mendoza. (Se
editó en 2006).

AUSENCIAS PRESENTES. Despedida a: Humberto Pereyra, Car-


los Navarro, Ariel Ferraro, Venancio Leyes, Carlos Alberto Lanzillotto,
etc.

EL CANTO DEL CANARIO. Cuento. (Se editó en 2007).

EL LIBRO DE LAS JORNADAS. Poesía. (Editado como El Viaje


en 2009).

AQUELLOS DIAS. A partir de 1956, vivencias -no memorias- tipo


diario, comenzadas cuando su autor había cumplido 20 años. Tras cua-
renta y seis años hasta el 2001, mil quinientas páginas. Y continúa.
(Actualmente, 2009, 53 años, 1800 páginas).

LA CIGÚEÑA. Relacionado con una misión en el norte de Santa Fe.


(Difundido solamente en copias mimiográficas).
Obras Completas 19

MEMORIA
DE LOS LLANOS

- Edición Nº 14 -
20 Héctor David Gatica
Obras Completas 21

BREVE CONSIDERACION

Este libro fue creciendo tras sus distintas ediciones, nunca iguales
una a otra, corregidas y aumentadas, bajo las nominaciones de "El
Cantor·", "Memoria de los Llanos" y "Hay Un Mundo".
Las correcciones han ido surgiendo de los recitales que fui dando
por el país, los cuales me permitieron vivirlo nuevamente y retocar lo
que encontraba perfectible.
Y no sólo en los auditorios de la ciudad; cuántas veces lo hice
también en los campos de Villa Nidia, para las sendas, los pastos, los
montes; para los pájaros, el silencio, el viento, la soledad.
A partir de la presente, las anteriores nominaciones cesan para
quedar solamente con la de MEMORIA DE LOS LLANOS.
Cuando hice la impresión de 1983 - gracias al premio obtenido
con el cuento "Las muertes de Pedro Berón" - estaba convencido de
que ésa sería la última entrega que en vida podría hacer de esta obra.
Felizmente me equivoqué.
Ni bien tuve entre mis manos la edición aquella, corrí hacia mi
tierra para ir entregando un libro en cada casa de los distintos puestos
que conforman Villa Nidia.
Se trataba de una deuda moral y debía saldarla; ellos eran los
inspiradores, los padres de MEMORIA DE LOS LLANOS, y así se
los dije aquella noche de 1990, cuando mi pueblo me regaló un cálido
homenaje, con la presencia de más de seiscientas personas reunidas
bajo la luna de octubre, llegadas del sur riojano, del norte puntano, de
la ciudad de La Rioja, Córdoba, Bs. As., etc.
22 Héctor David Gatica

Al fallecer Berna Miranda - quien figura en la poesía "Campe-


ro" - a mí me dio mucha pena; mas fue grande mi emoción al enterar-
me que en los últimos días de su postración, lo acompañó permanen-
temente en su lecho Memoria de los Llanos, que leía diariamente has-
ta quedar dormido. Un hombre que apenas alcanzó tercer grado, que
después en el resto de su vida sabe Dios si sus empeños rurales de
hombre bueno, le dieron tiempo siquiera para leer una carta, enterar-
me que llegó al momento de su muerte en compañía de mi libro, es el
más grande homenaje y la mejor crítica que pueda reicibir.
Eso, y saber que hacheros, carreros, gente muy humilde en fin,
leen estas memorias y las reclaman si no las tienen, sobrepasa para mí
cualquier ponderación. Y más aún, sintiendo que esto, trasladado a la
ciudad, es recibido de igual manera.
El escritor del interior permanece, muchas veces, con la mayo-
ría de sus obras inéditas, y es feliz si alcanza a publicar una vez tan si
quiera, alguna o algunas de ellas. Rara es la oportunidad en que se
alcanza el "lujo" de una reimpresión.
De manera que, ahora, después de aparecida la primera edi-
ción, 1961, poder entregar como caso único en la historia de las le-
tras riojanas - de autor vivo - una obra editada por once veces - y
más siendo poética - es para mí todo un halago.(1)

H. D. G.

1- Año 2010, va en la edición Nº 14.


Obras Completas 23

RECONOCIMIENTO

A la memoria de mis padres Celso Gatica y Delia Durán, fun-


dadores de Villa Nidia.
A mis hermanos:
Nydia del Valle, a quien debo el contacto con los primeros
libros, cuando en mi niñez la escuchaba, desde algún rincón de las
tardes campestres sosegadas, leerles novelas a mis padres. A ella,
además, se debe el nombre de Villa Nidia. Partió en 1991.
Edgardo Benjamín, que colaboró con la difusión de la revista
Alborada en Siempre Verde y Ulapes, en tanto ejerció la docencia en
dichos lugares.
Celso Joaquín (QEPD); amaba las artesanías lugareñas y las
gentes humildes. A los 20 años lo apuró la brucelosis.
Alonso Darío, con quién salí tantas noches a cazar vizcachas y
a quien, en los atardeceres, acompañaba a poner las trampas a los
zorros.
María Elsa, que trajo "El Santo Rosario" a nuestra unión de las
noches villanidenses, y que nos acompañó en las ediciones de Albo-
rada y en una total entrega por Villa Nidia mientras ejerció la direc-
ción de la Escuela 112.
Omar Nicolás -que ha escritos varios cuentos-, por ser el
cofundador de la revista Alborada y co-director,acompañándome du-
rante los cuarenta y cinco números de la edición de la revista, como
asimismo en las luchas por este rincón llanero, día tras día, año tras
año, tirando parejo, sin apuro y sin pausa, como dos bueyes. Hoy
edita la Revista CAMINANDO.
24 Héctor David Gatica

Noemí del Carmen -la menor- que también puso su hombro


por Villa Nidia en tanto fue maestra en la Escuela 112.
(En esta escuela rural fuimos todos alumnos y después docen-
tes, la mayoría. Y tuvimos como maestros a nuestros propios pa-
dres).
Al grupo de docentes que colaboró puntual y animosamente en
las ediciones de Alborada y en las instituciones de la Escuela 112;
Humberto Vidal Soria, Alodia Ortiz, Elva Balmaceda, y maestros su-
plentes que estuvieron de paso.
A Venancio y Alfredo Leyes, que tanto hicieron por este de-
partamento de la Sierra de Las Minas y de La Merced de la Travesía.
A "Bocha" Ludueña y Arturo Leyes, recuerdo de tres guitarras.
A los sostenedores de la Asociación "El Despertar Riojano" y
sus cien socios, con quienes hicimos teatro vocacional largos años
oficiando de autores y actores, fundando a su vez una biblioteca pú-
blica con edificio propio entre algarrobos y pichanas y creando el
pèriódico Alborada, ayudando además a levantar la sala de primeros
auxilios y una capilla, siempre en unión con ese vecindario tan afano-
so.
A la memoria de Felipe Celestino Cabáñez, hachero, que per-
maneció a mi lado hasta sus últimos momentos en todas las ediciones
de Alborada y Poesía Amiga y que tantas veces, mientras el campo
permanecía en total mutismo, sólo sorprendido por el grito de un tero
o una lechuza, dábamos vueltas y más vueltas al mimeógrafo durante
todo el día y hasta que la noche volvía a soltar sus sombras y su
silencio sobre el campo...
Extensivo también este agradecimiento a Ramón Gregorio
Cabañez.
A aquellos con quienes sostuvimos el club deportivo, perdien-
do partidos pero haciéndole goles a la amistad.-
A carboneros y hacheros de esta bendita tierra, que constitu-
Obras Completas 25

yen la raíz de mis cantos y por quienes y para quienes escribí estas
memorias.
Y a todo el desparramado vecindario de Villa Nidia por tres
leguas a la redonda, que yo conservo impreso muy adentro de mi
corazón, formado por los Arabel, Cabáñez, Velázquez, Pereyra, Flo-
res, Gauna, Fernández, Avila, Altamirano, Miranda, Tello, Guardia,
Soria, Maldonado, Llanos, Morán, Montivero, Albelo, Quintero,
Palma, Arce, Torres y otros.
A Mozart Schettini y su compañero Mario Lemos, románticos
de la sanidad, que poblaron de botiquines los llanos de La Rioja.
Al presbítero Angel Ramón Nardillo, sembrador del Evangelio
por llanos y sierras.
A Don Humberto Pereyra, pionero del periodismo en estos
lares con su periódico Aspiración allá por 1937.
Y por último, a todos aquellos que desde cerca o desde lejos,
desde los pueblos vecinos riojanos y puntanos, como así de América
y desde allende el mar apoyaron nuestra obra.
Y a quienes, actualmente, siguen luchando con ánimo admira-
ble porque Villa Nidia no muera.

H. D. G.
26 Héctor David Gatica

TESTIMONIOS

Esas toponimias, Chepes, Nueva Esperanza, me trajeron unas memorias


de largas andanzas en mula que hice hace muchos años por esos bíblicos
paisajes de La Rioja al sur.
Montes de algarrobo, pozos de balde, majadas y una ancha amistad
que se me brindaba a mí, viajero desconocido, cada vez que hacía pie por esa
comarca antigua y viril. Sus poemas me trajeron de nuevo el aroma de obrajes
y corrales. No haber estado en el velatorio de Agustín Aldeco! No haber podi-
do tirar una flor de duraznillo en la "profunda tumba de Berón".
Gracias por tantas hermosas evocaciones. Le mando un abrazo apreta-
do y colorido como una cubrecama llanista. Felix Luna, Buenos Aires.

Ninguna paloma mensajera sabe darme datos ciertos de vos. Saqué tu


dirección del padrón de la SADE.
Desde el encuentro en Monteros te he perdido el rumbo, pero el en-
cuentro con tu poesía ha sido para mí inolvidable y afirmo sin ningún tapujo
que tu voz es una de las más potentes, lúcidas y bellas de mi país interior y de
mi Rioja querida. No sé si te lo dije cuando estuvimos juntos, pero nuestros
amigos comunes son testigos de mi admiración por tu obra, de la que nada sé
desde entonces. Y quiero noticias. Armando Tejado Gómez, Buenos Aires.

Gracias por regalarme su "Memoria de los Llanos", cuyos poemas he


leído uno por uno, morosamente, tal como debe ser leída la poesía, la verdade-
ra, la auténtica. Marco Denevi, Buenos Aires.

Me sensibiliza su lenguaje directo, que a cada instante resplandece con


un hallazgo de buen cuño.
Usted se define formidablemente del acecho inquietante y angustioso
Obras Completas 27

del universo-mundo con poemas que lo sitúan en una dimensión profunda,


donde los días que fueron suyos pueden ser míos y de mucha gente también,
gracias al vigor de su comunicatividad. Hay Un Mundo no me permite señali-
zaciones antológicas. Resulta un solo poema dividido por algunos títulos, una
lírica cantata hacia la estremecida raíz de los recuerdos, con la fuente de la
infancia latiendo en forma persistente. Ya le dije que sus versos estaban en mí.
Ahora le agradezco que me haya enviado la breve colección que apenas co-
mento, imposibilitado de decir las cosas que experimento con palabras diferen-
tes a sus formulaciones.
Gracias, también, por El Cantor-Memorias de los Llanos.
Me acordé imborrablemente de cómo funcionaron sus poemas en aque-
lla tenida con asado y vino, momento incongruente para el lirismo, que Ud.
venció en nuestro ánimo con el recio perfil de sus evocaciones, donde la tierra
que ama se nos imponía y devoraba nuestra atención, dándole un sentido al
paisaje y a sus hombres que sabe traer en sus versos con pericia de salvador
de náufragos. Ulises Petit de Murat, Buenos Aires.

Por lo mismo que soy muy adicto a mi "pajueraneidad", simpatizo a


fondo con los que "inventaron la forma de quedarse".
Y desde esta panpa medanosa, me congratulo de que usted persista en
los llanos para dar esos alaridos patéticos que son Tropero, Hachero, Carbo-
nero, Carrero y Pocero Pedro Berón.
Sólo estando varado en un yermo son posibles versos tan hondos y
bellos como "Bellaqueos de lunas en la Sierra de Ulapes/Ensillar de luceros
hacia el alba de Chepes"; "nos íbamos a cosechar el sol en bolsas"; "Doña
Berta murió después de encerrar las cabras"; "que salga olor a ese pan de mis
palabras".
Afectuosamente. Juan Filloy, Rio Cuarto, Córdoba.

Los que tenemos el privilegio de conocer casi toda su obra, durante


largos y ásperos años lo vimos elaborar su enamorado testimonio, recrear sus
llanos amados, resucitar sus muertos, fundar para siempre el nombre total de
Delia Durán, su madre. Y ese privilegio nos ha dado muchas claves de su
escritura.
"Memoria de los Llanos" es, creemos, la más extañable y la más bella
28 Héctor David Gatica

poesía que se ha publicado ultimamente y lo creemos asó porque, además de


su profundo amor por los seres y las cosas que trasunta, muestra una actitud
seria e inconfundible frente a un hecho tan grave como es el arte. Eloy López,
Diario "El Independiente", La Rioja.

He gozado con tus poemas, son muy frescos, muy lindos y muy perso-
nales. Me traes un sabor limpio y temprano, sabor y recuerdo de lo que no
conozco y ya conozco.
¿Cuándo vendrás por estas tierras? Otra vez te felicito, te agradezco, te
deseo todo éxito literario. Un cordial abrazo de tu invariable amiga. Yolanda
Bedregal, LA PAZ, BOLIVIA.

Querido David:

Me encontré con tus poemas y tus cuentos al regreso de mi viaje a La


Rioja. Por diversas razones, postergué su lectura hasta hace un par de días,
cuando la Nena de Ariel me pasó la nueva edición de El Cantor, Memoria y Hay
un mundo. No te imaginas la gozada que fue releer tus viejos poemas, a sea
estar otra vez en La Rioja pero hasta la médula. Cuando fuí a La Rioja en abril
pasado, no estuve verdaderamente, no ví su paisaje, apenas le pasé los ojos
por encima. En La Rioja estuve ahora, releyendo tus poemas y sobre todo,
leyendo tus cuentos, donde el paisaje se desborda por las palabras, aunque tu
propósito no sea describirlo, y esto es algo que sólo consiguen los narradores
muy pero muy buenos. "La herencia de las hachas" y "El rastro del guanaco"
valen por muchos años de experiencia narrativa y quedarán como trementdos
testimonios de nuestra realidad...
Fue, te repito, una verdadera fiesta, a cada rato me iba a la cocina donde
Irma estaba preparando la comida, "escuchá este poema de David" (...)
Daniel Moyano, MADRID, ESPAÑA.

Incluyo un ejemplar de la Revista Azor, en el que aparece una nota que


he hecho sobre su magnífico libro El Cantor, Memoria de los Llanos, nota que
aunque breve, por no disponer de más espacio, refleja, exactamente, la impre-
sión que me ha prducido la lectura de su libro. Hay en su obra, reciedumbre,
Obras Completas 29

fuerza y hondura; su voz es sincera, y se destaca muy por encima de tanta y


tanta seudo-poesía como recibimos de ahí. Enhorabena. José Jurado Mora-
les, ESPAÑA.

A Héctor David Gatica, poeta argentino, ya tuve ocasión de referirme en


esta página con motivo de la aparición de su libro. El Cantor. Hablé entonces de
las singulares circunstancias en que vive y escribe este poeta habitante en la
llanura de la imnensa provincia de La Rioja, alejado de todo centro de civiliza-
ción, y pese a ello, demostrando ser poeta de vocación innegable, animador de
una obra - una revista - lírica que, no obstante nacer en tan apartadas soleda-
des, es ya conocida en casi toda Hispanoamérica y en la propia España.
El nombre de esta revista poética es Poesía Amiga y, de acuerdo con él,
el poeta que la dirige realiza una bella empresa que, trascendiendo lo puramen-
te poético, logra intensificar - o crear, cuando no existen - fraternales lazos de
amistad entre los escritores y poetas de las repúblicas hispanoamericanas y
entre ellos y los españoles.
Pero, aunque bastaría esto último para ser memorable la personalidad
de Héctor David Gatica, quiero insistir que se trata de un poeta vocacional, es
decir, entero y verdadero poeta. En demostración de este acervo, tengo ante mí
la última obra -Memoria de los Llanos-, que, como acaecía en la primera, sigue
cantando los motivos y figuras que le son particularmente conocidos porque
son, precisamente los que geográfica o históricamente, han configurado aque-
lla vasta región argentina en que le ha tocado nacer y vivir.
Gatica, como nuestro Miguel Hernaádez, ha vivido en un medio telúrico,
y humano con el que se siente identificado, del que es, como las típicas figuras
que lo pueblan, prolongación humana y al que, siendo poeta, siente, por tanto,
la necesidad de cantar, de interpretarlo, lo que, en definitiva, equivale a
interpretarse y dfinirse a sí mismo. (...) Francisco Lucio (Página literaria,
Tarrasa Información), ESPAÑA.

De la poética sombría de Novalis estamos idealmente unidos al área de


angustia de Paul Eluard. Más, la variedad de este panorama, poética del cual
Verborama, con la precisa terminología, es intérprete, prosigue su constante
amplitud de interés y de experiencia.
Se tiene entonces el movimiento del hombre, la carrera del caballo lanza-
30 Héctor David Gatica

do y el torbellino del domador (cavaliere saetante) sobre la vastedad de la


llanura y también la detención, el relámpago que enceguece, el rayo que des-
truye, el abrazo de la tierra.
Pero la nota fundamental del poeta Gatica, no se extingue en esta área
de sombras, de viento y de destino. Su lenguaje poético es consumado y
eficcaz, aun para una visión mental (cerebral) de las cosas que a veces hace
contrastar, a veces armoniza con las intensas xilografías de Pedro Molina,
donde las figuras de los peones se alternan con algunas formas animales o, a
través del idioma de lo objetivo, surreal.
Las cosas por consiguiente hablan un lirismo complejo y una pintura
elaborada y aun ansiosa de verdad, con los candelabros y con la ausencia
sedienta (poemas "Hachero" y "La sequía").
Rápidamente, con este motivo y tónica del quehacer de los hombres y
de los animales sobre su comarca y bajo la amplitud del cielo, se apodera de
improviso el poeta y refunde largos temas de su arte - a simple vista popular,
ingenuo, objetivamente - con su subjetivismo concentrado, absorbido y una
linea típicamente surrealista.
Cuando habla al carrero, el poeta Gatica transita realismo, dureza y por
un final se deriva una pintura monocorde, mientras por el otro reverbera con
los horizontes.
El realismo, más que el pesimismo, le da pureza al sentido de la participa-
ción intensa del hombre y del animal en la misma oscuridad de su destino
"Carrero", "Chúcaro".
Cantar, exprimir y vivir. Esto nos obliga a decir finalmente, el lirismo por
la guitarra del poeta. En tal realidad fugitiva pero persuasiva, de continua
renovación, todas las cosas recobran un significado para nosotros y por sí
mismo la certeza de ser. Prof. Carlos Gentile, ITALIA.

Embajada de la República Argentina


Don Héctor David Gatica

Estimado amigo:
Me es grato dirigirme a usted con el fin de acercarle algunos ejemplares
de su libro incluído en la colección NADIR que el Servicio Cultural de la Emba-
jada Argentina en Francia publica.
Creo que usted es un poeta de una calidad infinita que representa fiel-
Obras Completas 31

mente nuestro interior del país, estamos orgullosos de haber podido concluir
esta empresa de edición de su libro que no ha sido nada fácil.
El mismo, sin valor comercial, será distribuído por todas las Universida-
des y diversas Instituciones de Francia.
Sin otro particular y siempre a sus órdenes lo saludo atentamente.
París, 4 de Agosto de 1992. Leopoldo Torres Agüero, FRANCIA.
Minis. Relac. Culturales y de Coordinación.

Gracias, Don Rioja, por sus generosas palabras al Canto del Viento.
Don Rioja, así llamo a los seres cuando se me aparecen como hombre-paisaje.
Claro, mi Tata los llamaba: Paisanos, y sabía decir: Paisano no es aquel que
nació en el mismo pago, sino el que sabe llevar su paisaje adentro. Después,
considerando las generales del asunto, explicaba que hay muchísima gente
nacida en el mismo pago de uno, pero que para nada representa, ni ostenta ni
honra la tierra de uno.
Bueno, ya algo sabía de usted por comentarios de algunos amigos.
Hizo bien arrimarme el poema suyo escrito para Leyes. Es un trabajo pensado
con el corazón, tierno, expresador de una linda firmeza interior.
Estoy seguro de que eso mismo, burilado con entendimiento poético, le
hubiera resultado quizás más breve, y algunos rumbos más definidos como
concepto o como símbolo, aún a costa de sacrificar detalles. Pero es buen
asunto así, como usted lo ha sentido y escrito. Y amén.
Me permito acercarle algo sobre la Guitarra, ya que ella es nuestro
confesionario de los crepúsculos a lo largo del tiempo.
En verdad, don Gatica, amo su país riojano, algo lo he caminado y
mucho lo he pensado. A menudo lo evoco porque me hace bien recordarlo,
porque en algo se parece el destino de mi existencia, tan llena de largos otoños
y primaveras cortitas
Le acerco también los apuntes de «Aires indios», resumen de charlas y
glosas realizadas hace más de cuarenta años en Liceos y Colegios de todas las
provincias, mientras la mano interrogaba a la guitarra.
Alguna vez amigo, saludaremos a la luna en Cochangasta. Mientras
tanto, le digo hasta siempre, don Rioja. Atahualpa Yupanqui.- PARÍS, julio de
1983.
32 Héctor David Gatica

PRIMERA PARTE
- El Cantor -

Héctor David Gatica es un poeta que vive en La Rioja, la natu-


raleza le comunicó el don del canto. Su lectura nos regocija porque
rescata a la poesía de tantas líneas hechas versos a que estamos acos-
tumbrados, vorágine ésta que ya nos asfixia.
Y esta voz viene así, auténtica, sin aspavientos, hondamente.
Este escritor ha evidenciado ser propietario de las herramien-
tas necesarias para construir una obra de valor.
Pero ¿qué secreto tiene este hombre para escribir tan claro y
preciso? Ninguno. Otra vez cito a Rilke: sabe con él que "los versos
no son sentimientos, sino experiencias".

Francisco Colombo, Córdoba.


Del prólogo a la segunda edición de "El Cantor".
Obras Completas 33

ANIMAL, PLANTA Y TIERRA

Animal
como son los de los campos de El Aromo
cavo cuevas en mi sombra
y es esa mi guarida entre churcales.

Y en épocas de otoño
cuando cae la sombra de las tuscas
yo vuelvo a mis raices

Tupidos pastizales son mis sueños


y en las sendas perdidas de los días
entre zampas y talas
deja el rastro
la salvaje carrera de mi vida.
34 Héctor David Gatica

TROPERO

Bellaqueo de lunas en la Sierra de Ulapes.


Ensillar de luceros hacia el alba de Chepes.
Siento el pecho extenderse como un campo
y sonar el cencerro de una tropa.

Si pudiera juntar las noches sueltas


que se han ido perdiendo entre los años
ensillar los caminos
ser arriero del viento y del olvido.

¡Aquí voy
con el grito sobre el tiempo
imitando el relincho de los llanos
crin de pasto en el cuello de la tierra.

Aquí estoy
enterrando las espuelas
en el cuerpo cansado de los días.

Cuando caiga la bestia de mi aliento


moriré sobre el canto!
Obras Completas 35

CANCION DE AGOSTO
(Al cumplirse las bodas de oro de la Escuela Nº 112 de Villa Nidia)

Y cuentan los abuelos desde el simple


recinto de sus barbas y su apero
que éste fue un pastizal de altura intacta
donde andaban sin rumbo los arrrieros.

Están aquí y aún pueden decirlo


estos hombres de memorias postergadas
que no habia posadas ni caminos
tan solo un chañaral y alguna aguada.

Después el algarrobo alzó los pájaros


el retamal cuajó la voz del viento
y en la jarilla se asomó el verano
verde y sediento.

Y vinieron los carros con sus llantas


consiguiendo una huella para el sueño.
Así se despertaron los caminos
en sudoroso empeño

El corazón del día fue quemado


por algún carbonero
36 Héctor David Gatica

quizás en este mismo sitio


donde un lento país se hizo obrajero.

Y los árboles, tiezos y sin gloria,


rota su altura por el hacha maderera
viajaron en los carros cachacientos
tras una larga muerte fogonera.

II

Un día una campana


voló sobre este reino de pichana
y encaramada al trono del hornero
nos llamó esa mañana.

Era la escuela
en el país del puma y de la cabra:
Corral de Isaac, Bajo Hondo, Tello,
Nueva Esperanza, San Isidro, El Abra(1).

Una maestra abría su palabra


sobre el viento y las leguas
y hubo niños letreando aquel agosto
junto a una tierra igual, recia y sin tregua.

1- En todos estos lugares las escuelas cumplieron sus bodas de oro


el mismo año.
Obras Completas 37

Dibujo de Leopoldo Torres Agüero


38 Héctor David Gatica

La siesta en asnos lentos


regresaba quemando los sombreros
o en las mañanas tiezas la alpargata
le rastreaba la helada a los potreros.

Maíz tostado, torta y algarroba


y un silbido en el anca de la vida.
Así se fue formando, entre caronas,
esta escuela rural de Villa Nidia.

Ah cancha de bolitas carrascales


donde encontrar un sitio para el niño
lejanos compañeros del tejo y la tapada
de la honda y los nidos.

Mas cuantos de esos niños


egresados de la temprana edad
urgidos por los tímidos jornales
buscaron la ciudad.

Los otros, arraigados hasta el llanto,


inventaron la forma de quedarse
dieron con su mujer, trajeron hijos
y esta manera algarrobal de amarse.

Y esa maestra que hace medio siglo


fue una joven promesa de veinte años
Obras Completas 39

nos cubre ahora con sus canas


y las setenta arrugas de sus manos.

Y hoy estamos aquí, canción de agosto,


cincuenta años después de la campana
para abrazarnos y escuchar de nuevo
aquel son tan lejano que aún nos llama.
40 Héctor David Gatica

BURRO

Lento trote
que monta garrotazos por leguas en la nuca.

Enancados los niños que vienen de La Estrella;


de Santa Rosa; de la Media Luna
a todo sol
le pondrán la paciencia de plantón al asno
y ahí se quedará por horas y horas
atado a la mañana.
Ni un recreo de sombra.

II

Cuando toque salida la campana en Villa Nidia


sintiéndose ensillado por la siesta
volverá levantando ese rescoldo
que del polvo hace el sol cuando calienta.

III

La cadena a la cincha
le atarán al regreso y por las sendas
Obras Completas 41

yéndose con un tranco apaleado


dejará la pobreza de sus rastros.

IV

Ni bien cruja la tarde leñatera


en su rama de luz rajada arriba allá en Balde Ultimo
y de sombras la noche rastras ate,
tirando su sed, su hambre, su cansancio
volverá nuestro burro tranqueando con la leña.
Recién entonces le bajarán sudor y lonas.
Ya suelto
revolcando el esqueleto
sentirá que la tierra lo acaricia...

En el polvo tal vez quede una lágrima.

La luna trotará campos de cielo.


Al mirarla
en los ojos el jumento
retendrá su luz mansa
y alzando las orejas paralelas
en la página sola del silencio
dejará entre comillas un rebuzno.
42 Héctor David Gatica

CABALLO(1)

Tiempos briosos
Leguas zainas que hallaron una forma
y un tropel y una vida es mi caballo.
¡Qué son todas las leguas de los llanos
si no un potro sediento y desbocado!

Silla briosa de patas enojadas.


Un relincho tuzado alza los cascos
al llevarme sentado sobre el polvo.

Tiene olor a sudores de distancia


tu galope
y nada nos detiene cuando vamos los dos.

La vejez
Solo el tiempo te ha ganado la carrera
y has venido a pararte junto al rancho.
Te tirita en el lomo la amistad...
Obras Completas 43

Ya no puedes serme útil.

No hace falta bozal. Ya no hay cosquillas.


Con un lazo te tiro los cansancios
y los llevo a manearlos junto al cerco.
Voy a voltear la silla que domé.
Tu cuero ha de servirme por los menos.

Mi puñal te despide por la nuca.


Haré un noque con el relincho de tu adiós.

1- En aquella época, cuando un caballo llegaba a viejo y ya no servía,


se lo tusaba y se le pelaba la cola -para utilizar la cerda-, después se
lo mataba clavándole un cuchillo en la nuca, utilizando el cuero para
hacer el noque conque sacar agua del pozo balde.
Cuando el perro envejecía se lo ahorcaba.
De estos dos fieles amigos del hombre, la diferencia que había entre
ellos estaba dada en su juventud: la del caballo, con un tiempo brioso,
la del perro, con un tiempo bravo.
44 Héctor David Gatica

PERRO

Tiempos bravos La vejez


Cariño hablando en el rabo. Te está arrastrando las patas
Fidelidad con colmillos. el servicio de los años.
Pelo de rabias ladradas Ya no sirves para nada
y de humildades lamidas. y estorbas y sueltas sarnas.

Noches mordidas velando El amo te invita al campo.


el caro sueño del amo. Te restriegas en sus piernas
y le haces fiestas al lazo
Bajas mudo la cabeza que te ha puesto en el ladrido.
cuando en la casa te gritan.
Una agonía trenzada
Cazador de castañetas, tirada por sobre un gajo
tienen perdón infantil te está por alzar del suelo.
tus olvidos asesados. ¡Abres la boca y no puedes
morder la muerte colgada!
Tu hambre se rompe en un
hueso; Cómo has soltado las patas...
no te ofende comer sobras.
Obras Completas 45

SOMBRAS(1)

Luz del alba rumiando en los chiqueros


que mi comadre ordeña.
Sus manos sustanciosas amasan quesos
o golpean la tela el día entero
tejiendo peleros y jergones.

Mientras tanto los brazos de su hombre el hachero


rebotan en el monte
o se abren como leños
para abrazar los árboles tumbados.

Cuando al caer la tarde el horizonte


parta al sol de un hachazo
y llegue la sombra con sombrero al rancho
dos manos rozarán sus asperezas
al pasarle ella un mate junto al fuego
y temblando cansancio entre los puños
sin decirse palabra
dos sombras sabrán que se han hablado.

1- Las manos del hachero tanto como las del alambrador, tienen la
dureza de la corteza de un quebracho.
46 Héctor David Gatica

ALAMBRADOR

Tiene un canto en las virutas que le saca a la madera


el gusano de acero del taladro.

Tenazas callosas
las manos de los Flores
tiranteando las cuerdas del potrero
hasta darle el sonido de una larga guitarra
con trastes de varillas, medias trabas
y recios rodrigones...
Un destino de músico y peón.

II

Encerrando distancias por la Merced de Amaya


desde la Sierra de las Minas
hasta dar con los guadales de La Médula
desenrollas tu vida, alambrador,
y la entierras como un poste de retamo.
Y en las manos
cuando quieres posarlas sobre tu hijo
se te vuelven corteza las caricias.
Obras Completas 47

Fotografía de Ramón Argentino Avila

Don Manuel Flores, alambrador

Tenazas callosas
las manos de los Flores
48 Héctor David Gatica

EL CAMPO DE LA ESTRELLA(1)
A Pepe Vega (2)

No me queda más jornal que el olvido


ni más fiesta que el pasado.

Yo que encendía las primeras estrellas


y apagaba las últimas
para que nunca más me alcanzara la noche
sin completar el día.

Que saqué agua debajo de la tierra


para poder contar una majada,
hice casa de adobes
y la traje a la Helina,
corral para los toros
y si es poco una represa.

Yo que cerqué mis madrugadas


con la rama de la tusca
para sembrar angolas y maíz.

Que alambré campo afuera


hice un puesto (3)
Obras Completas 49

y le puse por hermoso nombre...La Estrella.

Yo, Don Salvador Tello,


que sembré mis hijos
ahí donde planté los postes
encerrando el canto de las chuñas
y les até la infancia al bramadero
para que nunca dejaran esta tierra!
Les cuento:
El hijo mayor es chofer de taxi en Buenos Aires,
el que le sigue
empleado administrativo en Venado Tuerto
y en cuanto a las niñas
van a la academia
y ayudan en casas de familia...

Bien sé que felizmente han encontrado


y a mí me han convencido...
comprador para el campo de La Estrella.

¡Como arrastra la Helina su vida de alpargatas


para poder llegar al último corral!

Venga, Señor Comprador,


usted tiene dinero suficiente
50 Héctor David Gatica

como para comprar el campo de La Estrella


y toda mi tristeza.
Venga a oler el poleo que perfuma la tarde,
si aprende a amar ese olor
le voy a perdonar el negocio con los hijos.

No enciendas el farol a querosén, Helina, esta noche.


Esta noche ni nunca.
Un farol a querosén estorba en el pueblo.
... Y nosotros también.

Me hubiera gustado salir al patio


a contemplar como aparecen las estrellas
pero esta luz de las ciudades
no deja ver el cielo.

1- Esta triste experiencia de emplear toda la vida en fundar un puesto,


para que a la vejez vengan los hijos de la ciudad a venderlo, está
contado en el cuento «Los Fundadores del Olvido».
2- La dedicatoria a Pepe Vega se debe a que él le puso el nombre de
«La Estrella» a un puesto suyo, por este poema.
3- Le llaman puesto a un campito alambrado con su correspondiente
«casco»: casa, represa, pozo balde, corrales.
Obras Completas 51

HOMBRE Y PAJARO Y FLOR

He querido quedarme entre lo mío


desgarrado en el reino de la espina
donde se halla el silencio con raíces
y se tiene el espacio de los pájaros.

Ya sabrán las auroras entenderse


para darme el mensaje de los vientos.

Corazón de malezas
en mi vida cruzada por las ramas;
hombre y pájaro y flor
entre lo mío.

PARIS, 25.II.93. Querido amigo Héctor David Gatica: Qué casualidad,


aquí encontré al común amigo Torres Agüero y charlamos unos 30 mi-
nutos. Qué alegría al leer su libro (traducido al francés (1)) y desde ya
comencé a componer una obra sinfónico coral sobre el texto de página
Nº 40 (2). Espero estrenarla para fin de este 1993. Espero que sea de su
gusto que haya elegido éste. Quizás algo será «PARLATO» (hablado).
Yo aquí en mi mundo de trabajo y contratado para dirigir en agosto 94
en el Festival de Wissen BURG (frontera casi del sur de Francia con
Alemania). Añoro mi querida La Rioja.
52 Héctor David Gatica

MADRID, 8-III-93. Mi querido amigo: En los momentos libres sigo con su


Obra. Veré como ir unos días a La Rioja y decirle algo de su labor sobre
su texto. Estuve lejos de París, aquí y luego Huelva, Sevilla y ayer Toledo.
Llego a Bs. As. a más tardar el 14 y ya veremos como encontrarnos. Un
fraterno abrazo. Fauré (3).

1 - Se trata de Memoria de los Llanos traducido al francés por Eduardo


Carballido y que integra la colección NADIR, donde están incluídos Leopoldo
MARECHAL, Juan L. ORTIZ, Conrado Nalé ROXLO, Oliverio GIRONDO,
Manuel J. CASTILLA, Alejandra PISARNIK, Ricardo E. MOLINARI, Alberto
GIRRI, E. Martínez ESTRADA, Fernández MORENO, Raúl G. AGUIRRE, etc.
2 - Es el poema Hombre y Pájaro y Flor y que en francés aparece con el título
HOMNE ET OISEAU ET FLEUR.
3 - El maestro Rodríguez Fauré viajaba permanentemente por el mundo diri-
giendo las orquestas más famosas. El encuentro en La Rioja no se dio pues
falleció unos días antes y la obra sinfónico coral se perdió.
Obras Completas 53

RIOJA ESCONDIDA(1)

Rioja,
escondida en el pecho de la piedra famatina,
déjame que te explote con mis versos
para encontrar tu corazón minero.

Rioja,
blanco ajuar en los naranjos florecidos,
déjame descender a tus entrañas
que en el alba pulposa de los valles
quiero entrar a morir como semilla
por subir al perfume del azahar.

Rioja,
luna norte de aceite allá en Arauco,
déjame que te beba
el canto del arroyo
y me bañe en sus aguas aceitunas
hasta darme el color de los olivos.

Rioja,
canto tinto de un racimo cortado en Vichigasta,
54 Héctor David Gatica

déjame en los borrachos viñatales


ensayar la locura de los ebrios
y quitarle a la boca de las uvas
el beso enamorado de la tierra.

Rioja,
espinuda en los dedos de tu suelo quebrachero,
no me arrees esclavo a los asfaltos;
déjame aquí, salvaje, entre los árboles y el viento
con los ojos perdidos en el cielo.
Quiero verme clavado en tus dolores,
en la sed empacada de los llanos
y asomar en el cactus de mi canto espinudo
con la blanca sonrisa de la flor del cardón.

1- Tiene música con ritmo de chaya de Ramón Navarro.


Obras Completas 55

JUAN FACUNDO QUIROGA

Fue general de noches En cuadrúpedas astas


de ejércitos de noches quería izar su pueblo;
armadas con su nombre a una driza de sangre
galopando se le ataron las manos.
cinchadas al sobaco
de un corazón rebelde. Tuvo un día redondo
con llantas al acecho
Tuvo vainas de luna que lo llevó rodando
para un coraje arisco barrancas de la ausencia.
y al cinto de la tierra
le colgó armas de cascos. Bajo un techo de fama
y a las puertas del mando
Vistió ponchos de arena un miedo gatillado
que le fue urdiendo el viento. le partió el pensamiento.

Para salvar malos entendidos recuerdo nuevamente aquí -ya lo hice en


«Mapa de la Poesía Riojana»- que mi poema «Juan Facundo Quiroga»
equivocadamente se encuentra en el libro póstumo de Julián Amatte, en
lo cual este poeta nada tuvo que ver.
Dicho poema aparece por primera vez en mi libro «El Cantor», Colección
«Humapailita», 1961, del Consejo Editorial del Estado; en cambio la de
Amatte es de 1987, o sea, 26 años después. -H.D.G.-
Este poema, impreso sobre granito, se encuentra desde 2009 en Ba-
rranca Yaco, donde fuera asesinado el caudillo riojano, descubriendo la
placa los gobernadores de Córdoba y La Rioja.
56 Héctor David Gatica

SEGUNDA PARTE
- Memoria de Los Llanos -

Héctor David Gatica es una voz inevitable. Nadie puede refe-


rirse a la actualidad legendaria y agreste de los llanos de La Rioja, sin
mencionar a este oculto pero siempre visible poeta cuya palabra vi-
gía, elegida, alta y sustanciosa se revela desde un heroico cráter de
ramas y guadales, como aquellos encendidos pájaros que los
argonautas veían emerger deslumbrados, más allá de los fabulosos y
cambiantes horizontes del Tamais.
Se trata de un hombre que canta lo que vive y vive lo que
canta.
El es el testigo intransferible, el decidor más lúcido de una
singularísima comarca habitada por arrieros, pastores y hachadores,
en un paraje donde la redondez regional de la tierra se debate cerra-
da y pequeñamente en la posibilidad de los más ásperos olvidos, y el
tiempo ha dejado de cumplir sus años.
Alli, este vendimiador genuino del vocable ha recogido sus mo-
tivaciones carnales, integrando una geografía genital de nombres y
sucesos en cuya circunstancia ha esculpido con acierto de orfebre, la
armazón entrañable de estas vivas y místicas memorias.

Ariel Ferraro, La Rioja.


Del prólogo a la primera edición de
"Memoria de los llanos".
Obras Completas 57

Dibujo de Leopoldo Torres Agüero

Pedro Berón, pocero


Y fue sentir un golpe húmedo a trueno
en la profunda tumba de Berón.
58 Héctor David Gatica

LA TUMBA DE PEDRO BERON

A mediodía, hora en que el sol ilumina mejor el fondo de un


pozo balde, Pedro Berón dispuso dar la última cava de agua a un pozo por él
trabajado.
Habría descendido unos tres metros, cuando la soga se cortó, dejando
que el pesado cuerpo callera y se estrellara contra el fondo, con escasa agua
aún, y de una profundidad de más de treinta metros.
Los echadores corrieron al brocal, para solo escuchar palabras
inteligibles. Un pocero que estaba de paso fue llamado inmediatamente, y
haciendo uso de la misma soga descendió presuroso. Lo encontró sentado, las
mandíbulas sueltas, un talón rajado mostrando el hueso y la otra pierna con la
tibia y los tobillos salidos.
Lo levantaron a la superficie envuelto en un poncho y una colcha.
Años anteriores su esposa, que se hallaba recibiendo agua, se sintió
enferma, se retiró al rancho y dio a luz una niñita, falleciendo en el acto.
La criatura sobrevivió y en el 59, a la edad de seis años, mientras jugaba,
cayó también en uno de estos pozos falleciendo de inmediato.
El pocero es hombre muy servicial, que no pregunta si hace frío o calor
para entrarse a un pozo, a pelear con las víboras, si es verano, o estarse varias
horas en el agua en invierno, recibiendo en el cuerpo el barro que cae mientras
sube el noque cargado con lo que el pocero va sacando en cada cava de agua;
tierra, tosca, barro. El reumatismo entra al fin en estos cuerpos.
Los poceros veteranos de nuestra zona han sido Pedro Berón y Nativi-
dad Maldonado, ambos en un tiempo postrados gravemente de brucelosis -
más conocida como fiebre malta-, mal que ataca con crudeza los huesos y que
tantas víctimas ha hecho en el sud riojano.
Nos queda Natividad Maldonado.
Pedro se fue, tal vez a cavar otros pozos con agua de estrellas.
Sus restos quebrados tuvieron sepultura en el cementerio de Villa Nidia,
el 14 de julio de 1961. (Revista Alborada, Año VI, Nº 32. Noviembre de 1961)
Obras Completas 59

Alborada, revista fundada y dirigida por H. D. Gatica y su hermano


Omar Nicolás, en colaboración con maestros de la Escuela Nº 112 de Villa Nidia
-1956 - 1966 -.
Cuarenta y seis ediciones. Impresa en el campo. A mimeógrafo, con
tirajes de cuatrocientos ejemplares. Una década distribuyéndola por ranchos
de los llanos riojanos, entre carboneros y hacheros, ganaderos mayores y
criadores de cabras.
Paralelamente se editaba también, dirigida por el autor de este libro, la
revista literaria Poesía Amiga -61 - 65 -; trece ediciones que saliendo a lomo de
caballo desde Villa Nidia, era llevada hasta la estafeta de Nueva Esperanza,
distante 15 km., difundiéndose desde ahí por América del Sur, Central y Norte,
Europa y norte de Africa, con la colaboración de los más destacados poetas de
numerosas naciones.

En el libro LOS FUNDADORES DEL OLVIDO hay un cuento (Las muer-


tes de Pedro Berón) que narra su vida. Ver final de estas Obras Completas
Tomo I.

Lo esperarán "de vicio" los boliches


en las botellas lánguidas y rotas.
Le cargará su muerte a cada taba.
Le apostará su ausencia a cada sota.

Vendrá a correr relinchos un lobuno


sin que le frene nadie las partidas.
A cada cancha faltará esa fusta
que se cayó del lomo de la vida.

II
Trajo unos postes, puso la roldana;
60 Héctor David Gatica

pidió una pala, un noque y una soga


y fue cavando, entrándose en la tierra
donde la tosca es golpe que se ahoga.

Vivió en los pozos, buzo de la arcilla,


buscando el agua de hondas napas frías
y fue poniendo marcos de cansancio
en los costados lerdos de los días.

Le dio a la tierra muda bocas frescas


y le arrancó palabras de agua, breves
para el valido largo de las cabras
que ardientes beben.

Tantas sequías! Cuántos que lo ataron


para que baje y busque la corriente
y así aumentar la sed del reumatismo
que en cada hueso duele una vertiente.

El, y sólo él, su tumba iba a cavarse


con esa hondura propia del pocero.
Se fue enterrando en todas las paladas.
Le llovió tosca el noque, roto el cuero.

La tierra habló con húmeda insistencia


y Pedro vio su llanto de ojos fríos.
Bebió su boca amarga de terrones
Obras Completas 61

y sintió el agua entrarle como un río.

Salió a cuadrar un tiempo de piletas


y cuando estuvo, dijo que lo echaran
con una sola soga. Descuidado
lazo del aire largo en que lo ataran.

¡Crujió la muerte justo bajo el nudo,


los echadores dieron un tirón
y fue sentir un golpe húmedo a trueno
en la profunda tumba de Berón!

La tumba de Pedro Berón, cerámica de M. Aciar


62 Héctor David Gatica

AGUSTIN ALDECO

En horas de la mañana rezábamos la novena a la Virgen del


Valle en un día de Diciembre ppdo. Una tormenta sin miedos dejó caer
un agua mansa, sin otro ruido que el de las gotas sobre el techo de zinc.
De repente un estruendo, como el de una bomba, pareció caer-
nos encima.
Terminado el culto y al salir, vimos a una veintena de metros de
la casa, debajo de un algarrobo frondoso, el cuerpo de un hombre tendi-
do de bruces; en una mano sostenía el sombrero, en la otra, el reben-
que, tal cual lo alcanzara la centella cuando cayó sobre el monte y su
cabeza.
Sus cabellos lacios, desparramados y quemados, aparentaban una
rama seca. Su boca, abierta, besaba el suelo. Al darlo vuelta, impresio-
nó su rostro amoratado, carbonizado por el golpe eléctrico.
Se trataba de Agustín Aldeco, joven de 17 años. A unos cien
metros de él, hacia el este, se encontraba su caballo, medio atontado.
Al anochecer, entre sollozos contenidos, su tutor vino desde Nueva
Esperanza buscando el lienzo para la mortaja.
Sus padres habían llegado desde el otro lado de la sierra dos días
antes para llevárselo con ellos ya que desde tiempo atrás, se encontra-
ban separados. Y lo llevaron; pero no como ellos hubiesen querido. Lo
llevaron en un cajón para bajarlo a la tumba.
Sabemos que el caballo quedó enfermo y que se lo vio echado
varios días, hasta que al fin murió.
El algarrobo también se fue secando. Al cavarlo, con el tiempo,
se comprobó que sus raíces, en muchas partes, tenían la misma apa-
riencia del carbón. - Alborada, Año VI, Nº 34. Agosto de 1962.-

Un galope de auroras le despegó la frente


para abrirle en los ojos el último camino
Obras Completas 63

y midió la distancia del bozal a las manos


para saber el largo de la luz al destino.

El sintió que las nubes le apuraban el rostro


pero no pensó nunca que eran gotas de sombra.
Fue por eso golpeando con el látigo el tiempo
hasta llegar al sitio donde la cruz nos nombra.

Preguntó en el trayecto: ¿Villa Nidia, ésta lejos?


Cuando hirió con su peso la edad de los estribos
y bebió en un galope de apurado aquel trecho
ya los pies le dolían, quemado el equilibrio.

Una lluvia callada comenzaba a caer.


Para evitar mojarse buscó un árbol de altura.
Desmontó del caballo y aguardó el chaparrón.
El ataúd del tronco calculó su estatura.

¡Todo el plomo del cielo se descargó en un rayo


quemando las pestañas del árbol asombrado
y bajó por la antena vertical de la vida
insultando la carne con un grito morado!

Las astillas rezaron desde un aire quemado


y cayó en las raíces, largo, el peso de Aldeco
que besó, boca abierta, la tierra de su encuentro
copiando en los cabellos un algarrobo seco.
64 Héctor David Gatica

HACHERO
Salía de la terminal de ómnibus por la calle que me honra llevando
mi nombre, cuando alguien que controlaba los vehículos me salu-
daba pronunciando mi nombre.
- Y de dónde me conoce Ud.?
- Nos sabía contar mamá que Ud. nos nombra en un libro suyo,
yo soy de los Machuca que pasaron por Villa Nydia y Corras de
Issac buscando monte para hachar.

I
Andan buscando trabajo Los Morán y Los Llanos.
Se está acabando el monte
y hay que llevar las ollas a otra parte.
Brillarán sus cinturas en un charco de sal
cuando la piel entregue los sudores
al golpe de la siesta que voltearán sus brazos.
De Córdoba han llegado los Machuca y los Vera
traen niños y perros
y cuentas que pagar.
Por la corteza herida del quebracho
se adelgaza la tarde en Pozo de Piedra
para pintar de acero los insectos del pecho.
Alfredo Palma crece
cuando derriba un monte de diez metros de leña.
En las ramas más altas
se cimbra su potencia.
Obras Completas 65

Con sus dieciocho hijos


va don Félix Mercado rumbo a Corral de Isaac.
Se está acabando el monte.

II
Les quebró los pulmones la insistencia del obraje
a Rosario Quintero y sus hermanos.
Aguaceros de soles recogieron en la espalda.
Cuando debieron parar porque el hacha los volteó
también a ellos
no tenían ni un árbol guardado en los bolsillos.
Y cortando un acceso de vómito y de tos
fue hasta la vida el golpe
tumbando la plegaria del alma de un hachero.

Xilografía de Pedro Molina

1- Al final de estas Obras Completas Tomo I, en Los Fundadores del Olvido,


se cuenta la vida de Alfredo Palma en «La herencia de las hachas».
66 Héctor David Gatica

CARBONERO
En sus últimos días, fui a visitar a Don Luis Fernández, que vivía
en medio del campo, en un ranchito, que no era suyo. A él no le
quedaba nada más que su risa -nunca tuvo más a pesar que vivió
trabajando-. Me vio a la distancia, salió al patio, pegó una risota-
da y me gritó:
- Ya sé que Ud. me ha sacado en sus libros como carbonero.

Un horno està encendido:


-dieciocho toneladas de sudor-.
Otro horno está tapado:
-ciento noventa metros cubicados
de algarrobo y quebracho-.
Y otro horno por armar.
Las chatas rodeadoras
amontonan un bosque por cada horno.

Recogiendo los meses


con la horquilla de los dedos
don Luis Fernández, carbonero,
quema un dolor doblado en los riñones.

Embolsado el sudor de cada día


con tizones de sol sobre la nuca
tienen cielos de humo
sus pesos negros.
Obras Completas 67

II

Paladas de este pena reseca


-jarilla y tierra-
con que tapan los trozos.
Caliente sepultura vegetal.

Desvelos con el humo en la almohada.


La frente de estos hombres
se supone que es humana.
¡Bestia de olor que acecha llamaradas
cuidando por las noches que no se incendie el
horno!
Mientras más lento el fuego
más pesado el carbón.

Que le saquen la mortaja al bosque


pronto y con siesta.
Lloran ángeles negros en las bolsas
por un infierno más para las manos.

Jornales de saliva tiznada


para nombrar los sueños carboneros.
68 Héctor David Gatica

III

Ha quemado en El Retamo
-como ocho mil hectáreas de quebracho-
en La Gloria, en San Pedro, en todas partes.
Le queda solamente carbonilla
y cisco
hasta en el alma
y unas ganas ardientes y encimadas
de abrazar más mujer y menos leños.

Vuelve don Luis Fernández quemador


vuelve por doña Juana
sobre la curva de los días apilados en el monte.

Un beso de sabor oscuro


le enciende una mujer de leña.

Al final de estas Obras Completas Tomo I, en el libro Los Fundadores


del Olvido, ver la vida del carbonero en el cuento «La risa oscura del
carbón».
Obras Completas 69

CARRERO

Arabel, Cabáñez, Velázquez; lindos apellidos


para escribir la historia de las huellas.

Don Venancio Soria está bien:


Tiene dos carros.

El carro es el padre de la casa.

II

Traquetea el bostezo del camino largo


con barandas de polvo
sed callada y guadalosa
que se bebe la voz.

Rompe la quietud un tropel de mulas


que salpican de rastros y que tiran
dos ruedas tardas
que se caen sin tiempo del tabaco.

Sombrero de estar como pegado


empantanado hasta las orejas.
70 Héctor David Gatica

Xilografía de Pedro Molina


El carro es el padre de la casa
Obras Completas 71

La punta del sudor cubre un pañuelo bataraz


y la boca
aperada de callos de silencio
le descarga a las barbas un silbido.
Una faja más larga que la pena
y negra como el fondo de la vida
le cuida los riñones al carrero.

Tres toneladas de carbón


lleva en el carro a los Cerrillos
distante treinta leguas.
Tres toneladas pesa el sol
el tranco de las bestias
y el silencio del desierto.

Seis pesos cobrará por tonelada


sin contar el descuento que le hará el basculero
y hay que pagar el agua y la encerrada
y hacer gasto en cantina.
Envolverá el dinero en el pañuelo
bien atado
pero a veces
después de siete días de hondas huellas
volverá con las arrugas del pañuelo solamente
y un tufo a vino largo y a sudor.
72 Héctor David Gatica

III

La paciencia carrera cincha siglos


y se enllanta en la fragua de los médanos.

Media tarde pesada traquetea


del Pimpollo al Caldén
atada por cadenas a seis mulas
con pisadas que abren leguas al guadal
desde un eje de azotes que desangran.

A mitad de camino
vitrola a cuerda
tonada y vals
el amor de la niña de la aguada
entre sábanas de lienzo sueña huellas.

IV

Don Facundo Velázquez


lo he nombrado
cogollo de poleo y atamisqui.
Desate que ha llegado la oración.
¡Mire el cuartero con un ojo volcado!
---A lo mejor la punta del rebenque...---
Obras Completas 73

Y el recado
le ha reventado el lomo a la sillera.
---Tengo aceite quemado "pa" curarla.---
Al último el varero, siempre al último
recién después le toca a usted.
Desate don Facundo su ilusión:
"Cadenero de mano" es su querer.

El fogón. Y la pava. Y la sombra


del carrero mateando soledades.

La marucha reparte su cencerro


por el campo y las pencas.

Cuando la noche oculte totalmente los caminos


se revuelque con las mulas y rebuzne
y beba y coma pasto
dormirá sus cansancios en el hombre más solo
con almohada de aperos y yuguillos
en un lecho de lonas y de estrellas.

Ver en Los Fundadores del Olvido, el cuento «Camino de carros».


(Obras Completas, Tomo I).
74 Héctor David Gatica

CAMPERO
- Manda decir Doña Vicenta
que le busque las cabras.
- Habrá que colgar los días
de los rastros.

Hacia la madrugada
majadas de vigilias
cuidarán los pastores por los
campos lejanos. Berna Miranda
apenas si habrá
cursado el segundo
- Los ijares de mi sed y mi caballo o tercer grado de la
voltean alambrados a la siesta.. escuela rural prima-
ria.
Los últimos días de
Mi destino es andar mordiendo soles su vida, en su lecho
o bajando pellones a la luna. de enfermo, leía
diariamente Memoria
- Dónde estarán sus gritos atajados de Los Llanos, y
guardaba el libro
Berna Miranda bajo la almohada.
rumiándose el silencio de este pasto
que me crece en la boca.

Sigue corriendo el norte.


- Ya llevo una semana punta a punta
sin sacarle el freno al viento.

Se han perdido las cabras de Los Altamirano


tras ellas
anda un león rondando.
Obras Completas 75

CHUCARO

Azotes, espuelas y caricias


le frenan la potencia encabritada.

Una ilusión de pérdida lo invade


desde el lomo hacia el suelo sobre churquis
donde se acabaría Alfonso Ibáñez
y todos los que doman
desde esta tierra al norte.

Pero el tiempo es dolor que al fin se aprende.

Doblando sus luciérnagas de espanto


ha de inclinar la sangre en el maíz
baba caída en días de equilibrio.

Y se atará el poniente entre las crines


con claveles de estrellas sangrantes al costado
por la música de las espuelas.

Por último
bajo el rocío de los dedos de Alfonso el domador
todo vendrá a rendirse por las lonjas y el morral
que amansarán el miedo de las grupas.
76 Héctor David Gatica

GUITARRA

Tarde afinada en manos de algarrobo


con una letra azul en los estambres.

Hay todavía pájaros redondos


en tu boca juglar resucitada.

Cómo levanta el agua de los labios


la raíz escondida de tu música.

¿Qué novia ausente me besó los dedos


para crear la luna en una zamba?

Tal vez te abarque el brazo de la espera


donde encender la fe de los suspiros
y habrá una luz de cuerdas
en todos tus sonidos.

Mi voz es polen en tu son


donde se cuaja el ritmo de la tierra,
la sangre, la madera y el amor.
Obras Completas 77

Xilografìa de Pedro Molina

Hay todavía pájaros redondos


en tu boca juglar resucitada
78 Héctor David Gatica

LA SEQUIA

Una crisis nacional se extiende sobre la Argentina. Y en nuestros lla-


nos, ésta se acentúa más.
Primero la aftosa en el vacuno, que pasa luego a los chiqueros, pere-
ciendo más del cincuenta por ciento de las cabras. Y aquellas que han quedado
en pie, mal paren. O los cabritos, principal fuente de recursos económicos, se
aniquilan y mueren por falta de leche.
Es muy común ver por los campos cabras desorientadas que andan
dando vueltas los montes, secándose y muriéndose.

Cada día, al encerrar su majada, la mujer ve que se va apocando. Ayer


faltó la mora, hoy la azuleja y la tramojera; mañana vaya a saber cuales. No hay
para qué ir a buscarlas; los cueros mortecinos no valen nada.
Nuestro llanero, ante la pérdida de sus humildes bienes, no dice nada,
ni se queja. Y si habla de la mortandad de los animales, lo hace por ser tema
común, el del momento, como lo es la sequía, el viento, el calor. No hay lloro en
sus palabras, cree que ha nacido para ser pobre y lo asume sencillamente.
No hay agua. Las represas están agotadas, como una mujer sin llanto.
También los pozos se agotan y exigen nuevas cavas.
Los pastos se resecan y se acaban. Las vacas, hambrientas y sin fuer-
zas, mueren al parir, o al ser mamadas por los terneros en ese estado, se van
debilitando hasta caer.
Llegó la epidemia y hay que cuerear todos los días.
Algunos pobladores de la Sierra de las Minas o cercanos a ella, tienen
que andar leguas con los tarros a cuestas, en procura del agua para la comida
y para que beban las personas.
Las explotaciones de bosques se han paralizado en su casi totalidad,
ya por falta de agua, o porque en los pueblos no hay dinero para pagar el
carbón. Y los hacheros galopan de un lado para otro, sin encontrar trabajo.
Es un poco lúgubre la despedida que la revista Alborada hace al año
62; pero es que no puede ser de otra manera, llevando como llevamos el dolor
angustiante y silencioso de quienes nos rodean. (Alborada. Año VII. Nº 35,
Noviembre de 1962.)
Obras Completas 79

Viento que sopla el polvo suelto


y el mugido flaco de las vacas.

Pasa el incendio largo del verano


quemando un desafío de sombreros
y un ave más se muere cada noche
porque el hombre
sin descubrir ni el ala de una nube
se acuesta cara al cielo.

Si el llanisto se aburre de ver morir las vacas


y no llegar la lluvia
ha de tirar su sombra en La Cañada
en San Miguel o más allá en Bajo Hondo
junto a los cueros de las bestias muertas.
Y así es como han de irse
Los Avila, Los Fernández, Los Soria;
se los verá dejar los ranchos solitarios,
subir a esos enormes camiones como buitres
que se llevan la hacienda regalada
y adoptar en la ciudad una historia sin chiqueros.

II

Cansancio de siestas yeguarizas


que amontonan su sed en los corrales.
80 Héctor David Gatica

Sobre la sed del viento martirizando arenas


por una lluvia lerda que nunca llega
postergada limosna
hincando las rodillas de un sol excomulgado
casi a cincuenta grados.

La tierra se abre heridas que ya no se desangran


y un instinto sin pasto muestra lunas de huesos
blanqueando en todas partes.

Cuando se canse el viento de alzar látigos


y de ofender la boca de los días
ha de venir el sur mojando iguanas.
Obras Completas 81

LA LLUVIA
Larga sequía
que fue apurando un parto de callos en las manos
sacando agua del pozo
noque a noque
día a día
vuelta y silbido largo
roldana y soga.
¡Lluvia!
¡Luvia!
¡Lluvia! (1)
Al fin llegó la lluvia a Villa Nidia...
Y el hombre de la tierra que yo canto
quedó mirando el agua rescatada
para el panal de soles de su puño
decidor de lagartos y tranqueras
sombra algarrobal.
Saltó la verde risa
masticando su elástico de espera..
¡Cómo se pone nueva la distancia
cuando respira el suelo por las breas!
- Hoy no tendrás que abrir la boca al pozo balde
para que venga el día desde abajo.
1- En oportunidad de inaugurar el salón del Concejo Deliberante de
Aimogasta, decía yo este poema y justo cuando invocaba ¡Lluvia! ¡Lluvia!
¡Lluvia! se descolgó un semejante aguacero, lloviéndose por todos lados
el techo del flamante edificio.
82 Héctor David Gatica

CUATRO AUSENCIAS
PRIMERA AUSENCIA
ADIOS A MI MADRE
(1971)

Destituída madre de toda una comarca


ya conoce el traspaso hacia el silencio
la hora terminal de las achiras.

Nada es más cierto que su ausencia ahora


nada más cruel también.
Sin embargo nos sigue llamando a cada instante
desde todos los rincones
regresando en las cosas que su mano tocaba.

Y se presenta así con sus canas amadas


en todo aquello que la va prolongando;
ángel septuagenario que cuidaba la casa.

Contemplo esta ancha cama


en ella descansaba su espalda de begonia.
Quiero cruzar la galería
y veo a mi padre que se pasea triste.
Obras Completas 83

Ahí rezaba su último rosario,


acá nos sonreía, allá callaba.

Nuestras miradas se pierden en la cabecera de la mesa


que hasta ayer presidia,
hermosas horas, madre,
cuando nos repartía su bondad.

Todo lo hizo bien


incluso hasta el instante de morir.

Hoy sus hijos


la recuperamos en las madreselvas
y en cada laurel.

El vecindario se ha quedado con su nombre


dulce nombre Delia Durán
y acompaña su partida.
¡Ha muerto la madre de los pobres!
decia una mujer llorando a gritos.

No veo ya que se riegue el jardín como en sus tardes.


Nadie saldrá a recibir las viejecitas que tanto quería
regalándolas con mate y pan.
84 Héctor David Gatica

No habrá un remiendo para la tarde usada


ni aquella flor bordada por sus manos.

¿Quien cuidará la hora de las aves


cuando buscan sus nidos
si el árbol de su alma se ha caído?

Papá estará solo ante las brasas


roto el diálogo
y el invierno descompuesto fuera tendido sobre el campo.
Ya no tendremos su mirada dulce
con la que tantas veces
construímos las horas más dichosas.

Roto el cristal
nos queda su perfume.

Madreselva y laurel
.
Obras Completas 85

SEGUNDA AUSENCIA
ELEGIA A MI PADRE
(1973)

Veinte lunas desatando los


últimos caminos
y poniendo en su cerebro agonizante
cencerros extraviados.
Primero fue el delirio
entrando en un pasado de caballos y de nombres.
Después... todo silencio sobre grandes miradas.

Su corazón seguía golpeándonos los labios


y por las altas noches se nos caía el sueño.

Ya aparecen las estrellas


dijo la última vez
y su mano se quedó apretada a nuestro tiempo.

Yo no lloré su muerte a las dos de la mañana


cuando el último suspiro le clausuraba el pecho.
-- rezábamos en torno los hijos reunidos
y fuimos cada uno dando un beso en su frente --;
86 Héctor David Gatica

lloré, sí, al aclarar. Esta mañana lloro


mirando tras la casa donde hoy no va a sentarse
a tomar aire fresco y cantos del molino
porque su cuerpo, inútil, se ensaya en un velorio.

Ah las lluvias que uested esperaba


mirando aquellas nubes que al alba le nacían
o los vientos
revolcando los potreros
y todo aquello que su mano fue creando en torno
desde el aljibe hasta la dicha nuestra.

Padre nuestro
padre de Villa Nidia.

Seguiremos sus hijos por el mundo


cuidando aquellas cosas que nos dictó su amor.

Y quedará su gesto sobre estas soledades:


la casa
-- con una galería tan grande como toda su
ausencia --
las chacras
-- cubriéndose de tuscas --
el corral
la represa
Obras Completas 87

la roldana
-- rechinante canción del pozo balde --
el pluviómetro
-- para medir la lluvia de días sin su nombre --
el amado patio que le dio a nuestra infrancia
estos aguaribayes
y aquellos tamarindos
que a pesar de las largas sequías y calores
usted plantaba en nuestros corazones.

Su gesto padre nuestro


padre de Villa Nidia
que aquí
y desde este momento
comienza a cultivarnos de su día final.
88 Héctor David Gatica

TERCERA AUSENCIA
LA VIEJA GUITARRA
(1981)

Este poema fue escrito para don Alfredo


Leyes a fines de octubre de 1981. Iba a ser envia-
do por correo cuando me llegó telegrama comuni-
cándome su fallecimiento. Viajé entonces toda la
noche para leérselo en su tumba en el cementerio
de Villa Nidia.

«Bueno, ya algo sabía de usted por comentario de algunos amigos.


Hizo bien arrimarme el poema suyo escrito para Leyes. Es un trabajo pensado
con el corazón, tierno, expresador de una linda firmeza interior».
ATAHUALPA YUPANQUI, Paris, Julio de 1983.

Sus manos me enseñaron a quererla


a ponerle los dedos de tal forma amorosa
que soltara su canto
manos temblonas de tirantear alambre por los campos
dedos callosos enredándose junto al puente
de la vieja guitarra
madera con cicatrices
una por cada boliche donde el trago
rasguñaba a los hombres su larga mansedumbre
y claro
se despertaba en tajos.
Usted don Alfredo Leyes me enseñó ¿se recuerda?
a caminar por los bellos diapasones
Obras Completas 89

con esas manos suyas grandes como la sombra


de algunos algarrobos
espesas y pesadas.
Venían de sostener la mancera en las aradas
y le tapaban la boca redonda a la guitarra vieja
más vieja por las cosas lejanas que le sacaba a ratos.

Usted mi amigo don Alfredo Leyes


que acababa de trenzar un lazo
andaba luego con los dedos poderosos por sobre
aquellos
trastes acerados
y entonces
le nacían milongas a sus callos
¡pucha digo!

Yo le pedía me enseñara a tocarla


porque sí por eso nada más
o a lo mejor por no olvidarlo nunca
y cuántas veces se bajó de ir arreando a guardamontes
un toro
y empezó por dar vuelta a las clavijas
sólo porque sonara como la voz del viento en los
retamos.

Yo le pedía don Alfredo Leyes ¿se recuerda?


que me diera a aprender la caricia de la música
y sus manos que alzaron cuando mozo
90 Héctor David Gatica

el rebenque pesado del carrero


un rebenque capaz de echar al suelo a un hombre
esas manos poderosas andaban livianitas por las cuerdas
buscándoles el tono del crespín en las breas.

La abrazaba con miedo de romperle la cintura


porque sus músculos sólo sabían luchar con las
sequías
desafiándolas a noque y a roldana
y ella, la guitarra vieja,
se le quedaba mansa y atendiéndolo
para que usted le diera ese sonido
que andaba con estribos y al galope por su pecho.

Nunca le di las gracias.


En su sombrero algo me lo decía:
la copa, acaso el ala; la cinta desflecada por los montes.

Jamás le dije que le estaba agradecido


por enseñarme a caminar cerca del canto
despacito y sin ruido como el tranco cazador de un
puma.
Por eso este poema
para decirle lo que nunca le dije.
Habrá que ver qué pasa ahora cuando usted lo rastree
en la vieja guitarra
con sombrero
y a solas.
Obras Completas 91

CUARTA AUSENCIA
DESPUES PARTAMOS
(1984)

Tengo que confesártelo, Arturo Leyes: (1)


Anda siguiéndome el fantasma de tu nombre
y no estaremos en paz seguramente
mientras no arriesgue un canto a tu memoria.

Cada vez que me acerco a una salina


viene tu compañía y me sacude,
me hace sentir que te estoy debiendo estas palabras
que ya no las aguanto pues me arde su sal.
¿Será porque en la pampa
dejamos nuestros rastros blancos?
Tu asombro sin límites andaba de laguna en laguna
y era un flamenco rosado tu mirada en el agua.

Qué regalo hubiera sido


continuar con tus bromas y tu risa
seguirte sorprendiendo abrazado a una guitarra
trayéndole a sus ramas la calandria del canto.

1- Hijo de Alfredo Leyes.


92 Héctor David Gatica

Quién podría negarnos las tardes que anduvimos


poniendo con los pies el uno a uno de los sábados:
¡Cómo pasaban por el arco de las tardes
los gritos de aquella muchachada!

Si en este instante
tuviéramos que subir a un escenario como ayer
esta vez para representar la voz de la amistad
yo haría el papel de un hombre que está solo y en
silencio
y vos el de un silencio que habla y habla.

¿Recuerdas la lomada
aquella donde íbamos en búsqueda de piedra
hasta ponerle de templo el corazón a Dios?

Quien lo iba a creer, Arturo Leyes,


con ese tu andar que no fue andar por lo tan manso
-era como un gran algarrobo con las ramas al viento
que se movía pero estaba ahí-
quién lo iba a creer que siendo así
fueras capaz de hacerle pared y techo a tanto sueño
humilde
y ganarle en caminos al guadal.

Ah, las veces que anduvimos


Obras Completas 93

acompañados por el Bocha Ludueña


juntos los tres y junto
a todas estas cosas que voy enumerando
dichas en un tono que no puedo bajar por lo dolido.

A qué buscar la tarde y los caballos hoy


para cruzar la Sierra de las Minas
si tu corazón te volteó esta madrugada.

Es de noche
el viento arrastra miedo
y por entre las ramas de un quebracho
puede verse... una estrella.
Aquí es donde nuestros nombres se van a separar
uno al sur
al norte el otro
y el tercero hacia esa estrella
que vemos por entre las ramas del quebracho.

Afinemos las guitarras


éstas con las que tantas alegrías alumbramos
y pongamos el canto donde Dios lo olvidó.

Después partamos.
94 Héctor David Gatica

TERCERA PARTE
- HAY UN MUNDO -

- De la infancia -

"Y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no de-


jaran llegar a sus sentidos ninguno de los rumores del mundo ¿no
seguiría teniendo siempre su infancia esa riqueza preciosa, regia, el
tesoro de los recuerdos?.

Reiner María Rilke


(De CARTAS A UN JOVEN POETA)
Obras Completas 95

LIMITES Y PUNTOS CARDINALES


DE MI INFANCIA EN VILLA NIDIA

Nos ubiquemos primero en el lugar: Un patio de tierra -el de


los primeros pasos- y los juegos infantiles -propios de un niño de
campo-. Todo, rodeado por la casa paterna y el aljibe.
A continuación, los puntos cardinales:
Por el lado de la primavera, el canto de las chuñas, el silbido de
las perdices, la flor amarilla de la pichana, la aparición de los lagartos
y las primeras lluvias.
Hacia el punto cardinal del verano, la llegada del piquillín, los
coyuyos y la algarroba.
Mirando al otoño, el balido de las cabras a la hora de la ence-
rrada y las caídas de las tardes sobre la Sierra de las Minas.
Y orientándonos para el costado del invierno, las heladas gran-
des y los ventarrones de agosto.

Y ahora, si, los límites de mi infancia en Villa Nidia, que se me


fueron agrandando a medida que fui creciendo:
NORTE: A cinco metros de la casa, el camino por donde llega-
ban y pasaban jinetes, sulkys y carros con leña, carbón y sal.
Esos límites se me alejaron unos metros, cuando a los cinco
años juntaba esuqeletos de vacunos y equinos, imaginando trenes,
camiones, vacas, perros.
Luego se fueron hasta el bordo de la represa, desde donde
miraba el agua turbia que depositaba la acequia después de la tor-
menta, oyendo el canto de los sapos.
Se corrieron más lejos aún hacia el grito de un campero, desde
96 Héctor David Gatica

donde venía el balido del toro tostado y el furor del viento norte

SUR: Primero la cocina donde la Pancha Soria cocinaba los


guisos y el puchero.
Horas más allá, el canto de los gallos al alba.
Más lejos aún, en el potrerillo, los montes tupidos con la leña
que acarreábamos todos los días.
Por la noche, los gritos de las vizcachas. A la madrugada, las
tormentas que venían tronando desde el sudoeste.
Y en los atardeceres, las sendas por donde poníamos las tram-
pas a los zorros con mi hermano Darío.

ESTE: Las basuras que con su escoba de jarilla juntaba nues-


tra hermana mayor, Nydia, barriendo patios y que nosotros levantá-
bamos, rezongando, en una carretilla.
A los cien metros, las risotadas de doña María Ibáñez y las
tonadas que cantaba Antonio Miranda, acompañándose con un tarro
de lata y una damajuana con vino para el cogollo.
Los trompos que nos hacía don Pedro Miranda antes de que lo
apretara el rancho en una noche de tormenta.
La calle larga por donde llegaban los parientes y por la cual se
iba, alguna vez, nuestro padre en el viejo Ford a la ciudad lejana y
desconocida.
Años después, por donde salía cada atardecer acompañado
por los perros, una linterna y un lápiz, a cazar poemas -estos mismos
que hoy forman parte de "Memoria de los Llanos".
Los gritos de los teros y las lechuzas en las chacras.
Y la aradas y aquel maíz que de niño, con una bolsita sembra-
dora, tiraba en el surco.
Obras Completas 97

OESTE: A los cincuenta metros y a los seis años, el molino. A


la cuadra, la Escuela 112, la de los juegos al tejo, las bolitas, la man-
cha, la tapada y la de las primeras poesías recitadas en las fiestas
patrias.
Estos límites se alejaron luego a los quinientos pasos con las
costuras que llevábamos a doña Jacinta para que nos hiciera los pan-
talones cortos.
Después, quince galopes largos al poniente, la Estafeta Nueva
Esperanza, adonde íbamos a buscar a caballo la correspondencia
para la escuela y el vecindario y por donde después, volarían hacia el
resto de América y hacia Europa nuestras revistas mimeografiadas
"Alborada" y "Poesía Amiga"
Por último, pasando la Sierra de Las Minas, el lugar en el cual
encontraría a Noelia, la madre de mis hijos, en quinenes prolongaría
mi infancia.

Con todos estos datos, le será muy fácil ubicar y llegarse hasta
la Villa Nidia de mi infancia.
Ah, me olvidaba: No la busque en el mapa, los cartógrafos se
olvidaron. Un pequeño descuido.
Si algún día alguien hace el mapa de la poesía, tal vez ahí consi-
gamos que le den un lugarcito a Villa Nidia.
98 Héctor David Gatica

Del prólogo a la primera edición


de «Hay Un Mundo». Buenos Aires.
Edit. Cardinal, 1967.

Es cierto que «Hay Un Mundo» en la hondura llanista y riojana al que


solo ascendemos y penetramos mediante su poesía vital y decisiva.
Un sitio donde la voluntad del tiempo se transparenta en el devenir
del hombre sostenido sobre la verticalidad de las raíces áridas de la
tierra. Las voces naufragan en la inmensidad del cielo cuya luna des-
cuelga, redonda y enamorada, en la luz de los mitológicos paisajes y
seres que avecindan la claridad cristiana y solitaria de Villa Nidia.
A la búsqueda de los elementos que convienen al canto rural, tu
poesía enciende las fogatas verdes y polvorosas para concentrar la
magia musical de la palabra. Y el vínculo que hace a la intensidad
expresiva bien atiende a la realidad circundante, como un anillo de
sangre que liga la versión primitiva a la columna rugosa y desgajada
del algarrobo antiguo.
Es entonces cuando el mundo delicioso de las personas, los pája-
ros, las vidalas y los árboles construyen ese otro mundo posesivo de
la poesía donde habita con singular fruición, con fervoroso éxtasis
contemplativo, con ardiente gesto creador. De ese universo habla tu
poemario con acento puro, estilo identificado y proyección total.
Mundo, universo, mapa donde la verdad rige la voz enaltecida por
los nudos sedientos de los días que hollan el camino telúrico de la
grandiosidad del llano.
Celebro este canto tuyo, de íntimo eco, digno de alcanzar la per-
manencia y el halago de la relectura en vigilia por la autenticidad de la
sustancia y la calidad de los símbolos.

Luis Ricardo Furlan


Obras Completas 99

ESE MUNDO

Hay un mundo que es de leñas nostálgicas


y de caminos en reposo.

Reconstruir ese tiempo


sería descargar una angarilla de años.

Un mundo
y penetrar en ese espacio
que habita entre la raíz y más allá de las hojas
lindando con el fuego.

Hay un mundo que yo sé que existe


no recuerdo en qué tiempo desterrado
cerca de las cenizas
más acá de los hombres y del miedo
trepando por mi infancia feliz
a un gran árbol seco.
100 Héctor David Gatica

Dibujo de Nicanor Pavón Villareal


Obras Completas 101

LA COSECHA

Nos íbamos a cosechar el sol en bolsas.


Aturdíamos la algarroba.
Sus vainas largas se parecían a la risa de mis hermanos.

De la algarroba extraíamos la aloja.


La aloja tiene gusto a Dios.

Tiempo del tiempo de las cigarras:


El canto de una cigarra es mi mayor virtud.

Nos desalojan el suelo.


Lo dejan sin algarrobos.
Nosotros pasamos a ser la tierra desolada
con un coro sepultado
ése de los coyuyos distantes
que nos castigan la cara
como si los árboles rebotaran en nuestras venas
temerosos de secársenos, también, en el corazón.
102 Héctor David Gatica

LOS TROMPOS

Pueden preguntárselo a don Pedro Miranda;


él los hacía de sus arrugas.
Justamente porque lo apretó la casa
cambiándolo de rastro en estrella
es que lo recuerda mejor.

Los trompos nos ponían de música


daba espirales el corazón
bailaba la vida.

Al fin se nos partieron


apretándonos la infancia sus astillas
así como lo apretaron los horcones a don Pedro
Miranda.
Obras Completas 103

LA ABUELA

Mi abuelita Antonia no fue una mujer


fue una trenza
colocándome palabras desconocidas.

Tal vez si hubiese escuchado sus rezos


tendría más pasado.

Lo más lejano en mí
no es aquella casa encantada de Santa Ana
si no el modo de sus trenzas
formadas de nacimientos y despedidas.

Los caminos me llevaban hasta sus días anteriores


con un peso luminoso para mis alegrías
que se iban de paseo
y de zapatos dolorosos
con pantalones que no se podían ensuciar.

Tengo una confusión de lunas, árboles y desplayados


y de otras cosas tan fantásticas como borrosas
aunque no menos dichosas
104 Héctor David Gatica

que el estallido de esas noches enormes.

Mis primos me apuntaban con sus carreras


que venían a estrellarse contra mis pantalones cortos.

Un día vi a mi madre
viajar sin mí a Santa Ana
volver y acostarse.
De esa cama ya se levantó con la cabeza blanca
y el paso de luto.

Dios viste a sus criaturas


y que yo recuerde
mi punto de partida fue aquella incuestionable trenza.
Obras Completas 105

CAZANDO

Lo más emocionante era la noche


tocándonos apenas la punta de los pies.
Yo alumbraba su puntería con una linterna
y él baleaba los gritos de las vizcachas.

Años después
a mi hermano lo llevó su ingeniero a la ciudad,
ése que ya le apuntaba en los tobillos
y que le dio un rostro de dos pisos.

Todo para nosotros fue un acontecer de senderos y


de cuevas
entre iguanas y lampalaguas.

Mi hermano tenía la siesta en los cabellos.


Una vez me dijo que él era la siesta
y le creí
pues yo sentía el tiempo al lado de su sombra.

Aquellos atardeceres y su silbido me eran similares


y lo recuerdo tanto así en cuclillas al anochecer
106 Héctor David Gatica

tanto
como a la tierra fina que echaba sobre las trampas.

Una piel de zorro es tan hermosa para mí


que volvería a ser niño por solo una piel de zorro.
Obras Completas 107

CAYETANO(1)
«Solo estando varado en un yermo son posibles versos tan hon-
dos y bellos como ´nos íbamos a cosechar el sol en bolsas´;
´Doña Berta murió después de encerrar las cabras´; ´que salga
olor a ese pan de mis palabras´. - Juan Filloy, Rio Cuarto, Córdo-
ba.

Caneta
--Cayetano Pimpignano--
era alto
casi tan alto como el saludo de doña Berta
--aquella buena mujer que lo amparó en su casa--
con una espalda de espiga desgranada.

Vino desde Buenos Aires


o sabe Dios si llegaba de algún lugar de mí mismo.

Se quedó en La Rioja
se quedó en la leña que acarreaba por las tardes
se quedó en el rancho de don Sinencio y doña Berta

Las noches
las de aquel invierno
nos unieron el campo
y su alto y mi bajo se igualaron de andar juntos.
108 Héctor David Gatica

Los perros que ladraban y corrían


estiraban nuestros oídos
hasta terminar en un zorrino
o en un quirquincho.

Tarde
muy tarde
prendíamos el fuego casi al fondo del campo;
su calor junto a las estrellas se me quedó en la manta.
Me hablaba de Buenos Aires
de la televisión
de los subterráneos.
Todo alargaba mi nariz de pasto
y las llamas le pegaban en el rostro lejano
el rostro sin caricias de Caneta.

Cuando callábamos
atendíamos la noche
mirábamos el monte oscuro
los perros.
El cielo echaba helada sobre nuestras cabezas.

A deshoras volvíamos
él a sus lonas
yo a mis pensamientos.
Obras Completas 109

Mi amigo Caneta
tan muchacho y tan alto.

Le quería la boina.

A don Sinencio lo mató Antonio Miranda bebiendo


vino.
Doña Berta murió después de encerrar las cabras.

¿Y Caneta?
--Cayetano Pimpignano--...
otros dijeron que no
que estaba vivo.

No sé.
Nunca más supe de su espalda sin pasado.

1- Si alguien tiene noticias de Cayetano Pimpignano, por favor


hacérmelo saber: Maipú 1335, La Rioja. 03822-425548.
110 Héctor David Gatica

JUGANDO

Con un patio para jugar


viene a ser algo así como tener el cielo consigo.
Poderle agregar un pañuelo a la luna,
la mayor de las dichas.

La tierra de una ronda infantil no es lo mismo


que ese polvo molesto que se sacuden las visitas.

-¿Vieron la estrella que se corrió?

A Ventura poco le importa no saber como se llama


su padre
le interesan más
las alpargatas nuevas que le compró doña Felinda.

- Jugamos junto al aljibe?


Una raya en el suelo no se ve con la luz de la luna;
con un chorro de agua podemos marcarla mejor.
Vos me comprás yo te vendo.

- La mamá Felinda tiene billetes de bonitos!


- Mi papá tiene más bonitos y más muchos, claro,
Obras Completas 111

porque tu mamá le trabaja a mi papá.

- ¡Dice la señora que pasen a cenar!

A Ventura no lo mandan que se lave las manos!


¿Por qué no nos darán permiso para comer en la
cocina
y poner el plato en las rodillas como lo hace Ventura?

- No es cierto papá que usted tiene más plata


que doña Felinda?
- Coma callado!
Cierre la boca para comer!

Hace poco me lo encontré a Ventura viviendo en Nueva Esperanza, ya


abuelo. Al verme me comentó: «Yo he leído tu libro donde contás que
jugábamos y que yo comía en la cocina»..
Creo que me puse colorado, pues nunca imaginé que algún día Ventura
me leyera, y menos en esto.
Y como si nada continuó:
- Te acordás a qué jugábamos?
- Y a tantas cosas...
- Nos mandaban a la leña, la traíamos en los brazos, dejándola a un
costado de la senda para jugar a quien se orinaba la nariz...
Y agregó Ventura:
- Mirá lo que son las cosas, pensar que ahora lo único que podemos
miarnos son las patas...
112 Héctor David Gatica

MI MADRE

Delia Durán.
Su nombre me resulta total.
La mano bondadosa que me ayudó a crecer
los pilares de la tarde
la oración de las cenizas del fogón
las visitas de los parientes
el mesón del comedor
en especial eso
el mesón su cabecera
o la cotorrita verde-manso
que una vez
saltó de su hombro dormido
al fuego desvelado de los gatos.

Los leños encendidos junto a la ternura de las noches


la espesura de sus pies cargados con el tiempo de
los hijos
la ventana hacia el oeste
el yerbiado el pan
la aguja remendona
y las flores para la Virgen.

Y hasta esta nariz mía


porque ella me decía que era fina
es mi madre.
Obras Completas 113

LA PANCHA

Llevo conmigo senderos adorables


quitados al tiempo
por el recuerdo de mis hermanos.

Este por ejemplo que mide la historia de la cocina


quebraba las tardes
y las cargaba por estatura.

Todos los días nos mandaban a la leña


que después de juntar en el campo
traíamos en nuestros brazos.

A nosotros nos faltaba cuerpo


para alzar tanta tarde.
Pesaba la leña
se nos caía de los pantalones cortos
nos pegaba en la risa.

A la Pancha Soria en cambio


le sobraba mujer
por eso la sopa
tenía sabor a sus brazos de algarrobo
y a su frente de fuego.
114 Héctor David Gatica

LOS CABALLOS

El tordillo viejo está caído, ni un relincho soltó para que le fueran


a ver en su agonía mora, patalea callado como queriéndole pegar a su
mismo destino caballuno. ¿Dónde están todos los que de él se
sirvieron?
Llevó mensajes; trajo correspondencia en sus viajes oestes al
pie de la sierra de Ulapes; recorrió los campos asegurándose del
pasto para la hacienda. Un año de mucha seca se fue arriando vacunos
muy al sud, hasta Alto Tabira, con hombres como él de aguantadores.
Las aradas lo tuvieron tirando la rastra de hierro, la única rastra
de hierro de la zona porque las otras eran de ramas, igualando los
surcos. Cuando los machos y las mulas –el cuyuco, la rosa, el tordo,
el macho-chivato- iban a comer la ración de pasto enfardado, él se
quedaba dando vueltas con la rastra hasta cerrar la amelga antes que
el sol quemante le quitara la humedad al grano de maíz.
Las «sacadas de agua», todas, lo tuvieron cinchando la cadena
y el noque hasta que el pozo balde se negaba a dar más agua.
Muchos se sirvieron de su lomo, a muchos fue útil. Y ninguno
está presente a su muerte, cuando él los necesita a todos aunque más
no sea para que lo miren y le tengan compasión.
Se ha caído en la chacra de sus muchos sudores, el viento amigo
le quita un poco el peso del sol, también amigo, que se echa con dolor
sobre su pelo. La tierra ya lo tiene entre sus brazos.
Se le han hundido y secado los cuadriles y los huesos hacen
punta en el cuero, las costillas le tiemblan desgrasadas, el lomo es una
cuchilla.
Obras Completas 115

Tenía habilidad para correr las cabras. Yo lo uno a muchos


recuerdos míos, con él, niño iba a traer las notas que la inspección de
escuelas mandaba a mi madre y que «Don Pancho» dejaba el «El
Puesto»; una tristeza galopada sabíanme dar aquellos largos caminos,
que se extendían por entre las orejas pequeñas del tordillo.
El sol me caldeaba la cabeza cuando sentado sobre su lomo
«ramiaba» los días más pesados, llevando en sus ancas a horcajadas
la siesta húmeda y caliente.
A Doña Vicenta la llevé una tarde en su grupa; Doña Vicenta
me regaló 2 pollas. De regreso una tormenta nochera me golpeó con
la piedra, mi padre me esperaba en la puerta, corrió a desensillarme
el tordillo y yo disparé a guarecerme.
¡Pobre matungo viejo! Hasta la semana pasada estuvo tirando
agua ¡Quién lo diría! Una sola maña lo acompañó siempre, era
mezquino de oreja y hocico para enfrenarlo. Aún así caído tiene alientos
de quitar la cabeza como si Almafuerte le gritara:

«No te des por vencido ni aun vencido;


no te sientas esclavo ni aun esclavo…»

«¡Qué apóstrofe, que muerda, vengadora,


ya rodando en el polvo, tu cabeza!»

Su manía confirma los palos que recibió de amos y jinetes.


Va el moro a despedirse de la vida, del pasto y el trabajo. De
seguro a juntarse con el tostado –que solía retroceder cuando se
empacaba-, con el pangaré de Nito –arisco y mañero como el solo
para no dejarse tomar en el campo-, con el pasuco de la Nidia –buen
sillero-, con el colorado de Chicho -»rico» para galopar, de cogote
en arco y donosos escarceos, lo tumbó el moquillo –con el lucero-,
que las moscas y los jotes lo vuelteaban antes de que cayera-; todos
116 Héctor David Gatica

ellos caballos guapos, mansos en el andar. En sus lomos está sentada


la historia de mi casa, padres, hermanos y peones. Con todos ellos ha
de ir a juntarse el tordillo y acaso también con la mula liebre, tan
servicial como mañera.
Está solo el moro tendido sobre sus mismos sudores de ayer.
¡Qué valiente es el caballo! –y esto hay que anotarlo por ser condición
natural suya-, trabaja y anda hasta que enteramente no puede más,
entonces –si antes no le clavaron un puñal en la nuca para sacarle el
cuero y hacerlo noque-, solo entonces cae. Y cuando un caballo está
caído, es porque ya no ha de levantarse mas.
Aquellos días, 1962
Jueves 20 de setiembre.

El pasuco, qué silla.


Qué pingos el colorado y el picazo.
Aquel moro bailador de José.
El lucero
esa maldita maña de mirar las estrellas.
El tostado, tan noble;
le pelaron la cola y lo soltaron
que se fuera a morir al campo.
El pangaré de nuestro hermano Nito;
se fue con él.
Mi zaino de carrera;
si lo habrá atropellado Santos Cura
por un par de cervezas.
Y el tordillo
Obras Completas 117

mañoso de cabeza y en el lomo una niña.

Esto es nombrar mi infancia yeguariza.

Los caballos son más fieles que mi memoria


y que las horas estrechas
que hoy van pasando sin caminos
ellos, los caballos,
constituyen la raíz de mis días
y este afán de perforar el polvo.

Una tarde casi me muero por no tener caballo;


me faltaba distancia.

Lo de sentirme con leguas en la voz


tiene mucho de madrugadas galopando.

Había que ponerle rastros al canto.

Crecer sin caballos tendrá que ser muy triste.

Ellos reventaron nutriéndonos;


nos dieron agua, leña, surcos
y hasta otros pagos.

Casi se me quedan en el alma.


Se quedaron en sus huesos.
118 Héctor David Gatica

DON DIEGO

Un verano el maíz
me vistió de madrugadas.

Entre las patadas de los mulos


se oían todavía mis últimos juegos.

Aparecía el sol
y me golpeaba sobre los hombros.
Pero la comida era más sabrosa al mediodía
porque en mis pasos
se iba nutriendo de sudor el puchero.
Lo que antes quería por antojo
supe que era sed
que me empezaba a doler
en los azotes que le pegaba don Diego a su tabaco.

Las siestas me daban duro


y aprendí a querer un sombrero
así como la quería a mi madre.

Decir arado, surco, amelga


es nombrar un tiempo de tordos y torcazas.
Obras Completas 119

Antonio Miranda,
Sinencio Fernández,
Natividad Maldonado:
Duchos aradores
pacientes del cencerro, la mancera y el morral.

Nos llevaban el matecodido


dulce, igualito al piolín y al trompo (1)
y bebíamos por caceroladas
la sombra de los animales
sentados sobre la tierra arada.
Ellos nos cubrían el descanso
y los cuarenta grados que cobraba por día don
Diego Ibáñez.

Riendas y pecheros al fin


caían junto al crepúsculo.
Recién entonces
mi alegría sin cadenas ni balancines
podía revolcarse repartida entre los grillos y la luna.(2)

1- Era muy niño y aún estaba apegado a los juegos infantiles.


2- Cuando al anochecer los aradores desataban la tropa, los mulares se
revolcaban, como dándose un baño de tierra que los descansaba. Y yo
tiraba la bolsita sembradora y corria a bañarme a la represa.
120 Héctor David Gatica

RETORNO

Medían mis pies un número húmedo


como aquella noche que tronaba hacia el niño
desvelo norte.
Tenían un tamaño de leña
de sendas diarias
un tamaño de calandrias y de piquillín.

Todo mi tiempo lo he dedicado a ser árbol.


Conozco al tacto las creencias del viento.

Un día me llevaron a la ciudad


para enseñarme el nombre de muchas calles.
Yo les dije desde un principio
que el sol y una trayectoria de lagartijas
de cuevas y palomas
enumeraban mi vida.

No sé porque
las calles me tiraron con motores y zapatos.
Tal vez porque yo venía de la espina.

Y volví a la hora del tordo


y me descalcé de ciudades.
Obras Completas 121

VIENTO

Eso es
llegando agosto todos los años
justo para la época del viento.
Quién es más puntual
¿agosto?
No.
El viento.

El norte aparece con un sonido distinto


y distante
señal de música ramificada
atacando los retamos
el jarillal
y este diminuto frío que ha sido mi nombre salvaje.

Ser árbol es casi una soledad.


Ser árbol y viento es ya la nota completa
del alto de un niño asombrado
de este niño de ayer
que fue árbol y viento.
122 Héctor David Gatica

II

Comprendo que esta manera de llegar


así crecido
con el peso adulto
tronchando
quebrando
debe de ser un poco por sentirme viento todavia.
Obras Completas 123

LA CASA

La casa se poblaba de misticismo y tarde


tras lejanos silbidos de perdices y monte
de allá venía mi alma
mis días infantiles.

Sentada en un sillón
en aquella galería del verano
mi hermana leía entre pilares.

¡Ay! Lejanas historias...


Ahí anduve viviendo esos rincones
en un mundo de perros centinelas del viento
relinchos amansados
y olor a madreselvas.

Cada día, madre, regaba sus helechos y laureles


o tapada la cabeza con la toalla
le daba chancuas a la siesta
--hora de andar hondeando resolana--
Cada galería, mi hermana, nos traías el asombro
y era la casa y la tarde un salmo
124 Héctor David Gatica
Obras Completas 125

y era mi casa "La isla del tesoro".

"Amalia", "María", "Juana Eyre"...


La bautizaron Nydia
barría los patios
y leía novelas a mis padres.
"Genobeba de Bravante"...
"Flor de durazno"...
lecturas enredadas entre bramar de toros encendidos
y retozar de chuñas.

A la entrada del sol


poníamos las trampas a los zorros
y las tapábamos con el silencio del crepúsculo.
A veces se entrampó la soledad...

Vuelvo a mi madre regando las vegonias


regando las achiras.

A esos hombres de estancia vuelvo


arreando su silbido a la represa
o haciéndome pasar por las tranqueras
contándome de aguadas y rodeos
y cuentos de Pedro "Ordimán" o de Quevedo.

Y al llegarnos la noche por el portón abierto


126 Héctor David Gatica

todos reunidos
mis padres mis siete hermanos
rezábamos a ese Dios de campo afuera.
Después
llenábamos el patio de espaldares
para dormir bajo la Vía Láctea.

Y muy cerca del aljibe el mesón


sin más luz que la luna cenando con nosotros.

Cada viento
el agua del molino subía a los duraznos
se enredaba en la parra.
Todo se nos secaba
mas mi padre volvía sobre los mismos hoyos
renovando su fe de agua y estaca
pasión de aguaribay y tamarindo
padre siembra de frutales y maíz
padre flor del paraíso
que colocó un racimo azul a mis memorias
tras un lejano ventanal de avispas.

Y llegaban los primos y los tíos


venían del cariño y los caminos medanosos
¡ay! madre, su bondad...
hacía pan
Obras Completas 127

y el olor de ese pan


que cuántas veces lo amasamos juntos
pan caliente y dorado sacándolo recien del horno
se ha instalado en mis cantos
y hoy me ufana pensar
que salga olor a ese pan de mis palabras.

También el odio estaba


--si es que estaba--
odiábamos a la hemana mayor al ordenarnos
alzar esas basuras como casas
juntadas por su escoba de jarilla.
La odiábamos a la mañana
y la amábamos por las tardes si leía en voz alta.

Atento a los mensajes de las nubes


y al olor del jarillal anunciador de lluvias
nuestro padre nos hacía levantar
que abrierámos acequias al canto de los sapos
y al terrón de las chacras.
O bien
calentada al rojo la marca en el estiércol
nos arengaba en los corrales
donde enlazábamos terneros y fuertes ventarrones.
128 Héctor David Gatica

Ahora
si hay que dar algún nombre para el tiempo de
entonces
Maldonado me llaman
Natividad Maldonado digo
arriero del aroma y el rocío
pocero y gran peón.

A la antigua "vitrola" de los tangos, el bolero y el vals


que de tarde en tarde
poblaba de música la quietud del aire
para qué recordar si se me escapa el alma.

Aquí terminan entonces mis memorias


diciendo que mi madre
mi madre hablaba con la vida
la generosa vida de sus manos
sirviendo a las mujeres campesinas mate y pan
de esa harina amasada por los años.
Si todavía siento sus manos milagrosas
amasándome el alma.

Y que los pasos de mi padre


me riegan desde entonces estos cantos.
Obras Completas 129

Y en cuanto a la hermana que bautizaron Nydia


la sigo sorprendiendo aún
barriendo aquellos patios infinitos
y soltándome palomas en su voz.

Nydia, Chicho, Darío, María Elsa, David, Omar, Noemí


(falta Nito). Papá y mamá.
130 Héctor David Gatica
Obras Completas 131

LOS DIAS DEL AMOR


- En cinco etapas -

Sexta Edición
132 Héctor David Gatica
Obras Completas 133
PRIMERA ETAPA
- Vida en el campo -

SOBREVIVIENTE
-Mientras más seca la región, es como si las plantas reempla-
zaran las hojas por las espinas- Vegetación xerófila.

Ellos miraban el abandono de la tierra


y se veían en el empeño del arbusto.
Siglos que ponen del color del tiempo
donde ya no es tan fácil cambiarse la fachada.

Aquí a las plantas las despojaron de sus hojas


y hay una participación de espinas
que mucho se parece al espíritu de los cuchillos
defensores de la vida y amigos de la muerte.

La falta de agua estaba en su destinos.


En esa heredad te conocí.

¿Desde dónde venías?


De algún rito quizás.

Te encontré en la costra de la sal


y en el aguacero petrificado de las tortugas.
Te encontré
en el país de las lejías.
134 Héctor David Gatica

CANTO AGRESTE
En el lejano y desolado rastro
que atraviesa los dominos de la iguana
tu piel felina se cubre de espesuras
y oculta entre quebrachos
cazas la soledad.

Sabes disimular tu paso entre chaguares


y quien se animaría a seguirte con el pasto hasta los
muslos.

Podrían rastrear el vuelo de un halcón


mas no el sigilo tuyo.

A veces te alejas del solar de la perdiz


y subes a la sierra;
en las quebradas acechas salmos caprinos.

No ha sido posible acercársete;


tienes las costumbres de la distancia.

Yo fui andador del suelo donde maúlla el puma


por eso te pude ver una tarde
aquella tarde que limitabas con los vientos.
Apenas si alcancé a divisar tu pelo cauteloso.
Obras Completas 135

SIEMPRE

Cazadora de mis rumbos,


rastreadora del sur cuando amenaza el tiempo.
Lo saben las tuscas y el verano.

Vuelve en el toque fértil de las lluvias.

Se estropean los árboles con las tormentas


y las caídas de sol con los ladridos de los perros.
Solo la vida del camino permanece;
ella florece en tu andar.
136 Héctor David Gatica

TU PAIS

Ah los días que seguí tu andar sin tregua


en un país de astilla que solo yo nombré.

Tengo un siglo de leguas clausuradas


de caminos llegando a tus guaridas
asaltos vegetales
imponiéndome el jume y la paloma.

Cuando veo pasar esos arrieros venidos de la piedra


te sorprendo en sus potentes cabalgatas.

Me llegan los carreros de la pampa


traen sal en la cintura
el sombrero les dobla las palabras
y yo te veo en sus camisas castigadas por la arena
como un desierto de soles
padeciente hasta el final.
Obras Completas 137

AMOR SALVAJE

Te fui nombrando por todos los caminos.


Fugaz cintura construida de ramas.

Fueron caricias de arena y luna las nuestras


besos de viento y sol.
Por un lado nos crecía el amor
y por el otro el pasto.

Ese pelo tuyo de fronda cubría todo temor.

Los árboles se reunían en alguna parte de tu risa


y yo escuchaba el canto de los pájaros
poniéndote el oído en el cuello.

Ahora comprendo que el campo está en ti


andándote por la piel.
Si me abrazas
sé que es una planta
o alguna senda que me ama
o acaso una leona enamorada.
138 Héctor David Gatica

ENTONCES

Has viajado a la ciudad.


¡Qué más puedo decir!

Al menos quedarán estos cantos


aunque en mí se destruya la existencia.

Cuando estés de regreso de los ruidos luminosos


de las aulas magnas
cuando estés aquí
donde te espero desde el remolino
con este llano
con esta tierra madura de soledad
entre tordos y calandrias
y gentes de madera y de sal
entonces
cuando estés aquí y pasemos cruzando el retamal
juntaremos la luna en tu cintura.
Obras Completas 139

ORIGENES

Este lento y descuidado modo de caminar


me acerca a los árboles
al aire
a un poste esquinero.

El campo.
Las tres Marías.
El canto del molino que golpea las sombras.
El viento siempre.
Y también esta arena donde me he sentado.

Aquí sí que toda noche es grande


y el silencio ausencia de cuanto es falso.
Puedo pensar sin que nadie me destroce la mirada
y alcanzar con el mentón el alba.

Sé que esta noche viajas


que vuelves a la antigua comarca del halcón.

Una brisa bastará para reunirnos


la rama más simple
aquí donde el nombre más leve
tiene el tamaño de lo eterno.
140 Héctor David Gatica

ENCONTRADA
- Una maestra rural leía este libro con sus alumnos y uno de ellos
comentó: «Parece que este poeta andaba muy enamorado de las
jarillas»...

No te podía hallar
oculta como un ave entre la fronda.

Sentía el horizonte como buscándome;


algo también a mí no me encontraba.

Sería esa llovizna que en otoño...?


Los potreros olorosos a monte...?
Las tardes perfumadas de poleo bebiendo en la represa...?

Era tu amor
con todas esas formas.

Ya no me interesa saber nada más


salvo el tiempo justo en que aparece la flor de la
pichana.
Obras Completas 141

CONTIGO

Desde la ciudad donde estás estudiando


vinistes a visitarme
¿Qué más puedo decir?
Que entrábamos a una capilla.
Yo buscaba tu frente;
la encontré en mis labios.

Los muertos amados


también nos solicitaron desde el cementerio:
- Venid a visitarnos
para que vayáis aprendiendo nuestro oficio.

Con tus manos restantes


abriste la tarde
y como si leyeras La Biblia
tenemos que completar el sufrimiento
que le faltó al amor dijiste
luego lloraste un poco
después dormías.

Por la mañana caminábamos


costeando esa chacra que cuidan las lechuzas.
142 Héctor David Gatica

Recíbeme este brazo te pedí


ciñendo tu silueta
mira que si no
se lo doy al vuelo de ese pájaro;
él tiene en su garganta
la misma canción de tu cintura.

¿Ves aquellos árboles? Ya te conocen;


yo los he instruído de ti.

Ya es hora de que viajes.


Ya es hora de quedarme muy solo por la senda.

Llévate al menos
la mirada de Dios desde las aves.
Obras Completas 143
SEGUNDA ETAPA
- Traslado a la ciudad -

ESQUINAS
-Chilecito-

También yo he debido dejar el campo.

No sé dónde estoy.

Recuerdo que allá


me ponía las calandrias y los algarrobos
en cambio aquí me atropellan las casas
y no sé contestarles.

Todos los días a las once


paso por una plaza frente a la cual se está demoliendo
al sol

saludo a los escaparates


y le hablo al asfalto. Pero él no me oye,
como me oían las sendas de allá.

Mas he descubierto que hay una salvación


una sola
los cerros -casi en mi hombro-.
144 Héctor David Gatica

CARTA A TU NOMBRE:
NOELIA

Hace ya algunas horas que no recibo carta tuya.


Te cuento que me siento solo.
Anoche me puse a pensar si será verdad la vida
no es tan fácil saberlo
lo más difícil es calzarse las calles
y comenzar el día.

Por la mañana me senté a leer el Antiguo Testamento:


Salomón me dice que ponga tu nombre
como un collar de perlas en mi garganta.

A la tarde la dediqué a juntar saludos


-el domingo es un punto de apoyo-
le puse la dirección a tus labios
y le abroché la boca al mundo.

Ahora he salido a caminar por los alrededores


como si fuera cierto que estoy en lo que me rodea.
Las acequias bulliciosas me acompañan.
Obras Completas 145

TU VINCHA

Vienes y existen las cosas


se desocupa la distancia
y entran tus labios tibios en mis ademanes.

Tal vez el Famatina destaparía un río de soledad


si calentáramos su nieve más alta.

Somos una misma ladera


te ayudaré a subir
-separarnos es limitarnos-
dame tu risa
que hoy hemos aprendido cómo se asciende a la mañana.

Hace algunos días pensaba en un regreso


algo así como empezar en una caricia
vienes y existo
ya estamos en el valle de Samay Huasi
admiremos esta pausa de árboles
-para nosotros todo es recuperación-
esta entrada parecida a los antiguos tiempos
ese señor con nostalgia de museo
146 Héctor David Gatica

el ala embalsamada de lo que dijiste al último


lo escrito por el hombre para sobreponerse a sus
bigotes
el ansioso minuto de un retrato
este clima místico y dos palomas menos
-toda pajarera es una resta-

Vienes y esto es tan cierto


y tan falso también
pues ya estamos junto a otro adiós.

¿Dónde está la ciudad?


Trasladaron la risa? El alba? La montaña?
Tal vez yo no exista. O será que me falta tu vincha.
Obras Completas 147

SOLO

Pasa todo lo que puede pasar por una calle


y hay todo lo que se necesita para no estar solo
y sin embargo qué solo estoy.

Me destroza este tiempo


la tarde más reciente aún
tú allá yo aquí...

Necesito verte
y sigo aquí inventando partidas.

Ahora estarás creciendo en alguna cantidad


quizás la de los rostros que nunca llegan.
148 Héctor David Gatica

UN PETALO PARA TI

He llegado hasta la primavera;


advertida estarás en todo lo que vuelve
en todo menos en ese beso que no brota.

Las glorietas se cubren de jazmines


y los tilos aroman el aire de la plaza.

No recuerdo si quien o si el amor


me dio esas fresas que ahí te mando:
Huelen a modo de palabra enamorada.
Guarda sus pétalos y ayúdalos.
Obras Completas 149

VIAJANDO
-Córdoba-

Hemos andado juntos por caminos de ayer


cháguar y brea
detuvimos la tarde para preguntarle de los retamos
y escuchamos el suspiro del aire en sus agujas verdes.

Al alba viajábamos después


aquel pueblo aquel amigo
Pampa de Achala
y tu sueño lacio sobre mi hombro
un puñado de tibieza en la mirada
y la piedra enorme, arrítmica
trascendiendo en cada espiral
en el ascenso de las águilas.

La noche se hizo de puentes colgantes


de fábulas sinuosas
luego la ciudad mediterránea
de tantos amigos y viajes.

Nunca antes el amor nos había unido tanto


pero al final como siempre
desde antes estuvimos yéndonos
casi hasta el límite del propio olvido
viajeros sin retorno.
150 Héctor David Gatica

OROGENIA
-Mendoza-

Eso es normal
y ocurre sin más trámite la caída de un recuerdo.

Bien sé que esto no es cierto


que todo está más cerca.
Lejanos debemos de estar mi tiempo y yo
por algún desencuentro.

Porque eres flor tienes la edad en primavera


andando por tu piel en colmenar.
Mas lejano está el fruto
aunque ya su dulzura te viaja por los labios.

Dirígeme tus cartas a la altura del buen sol


no lo olvides porque es importante.
Esta ciudad adonde me he mudado
es una vid muy distinguida.
El Aconcagua también
y sin embargo conocen la orogenia de la soledad.

Yo sé que la distancia es eso ahora entre nosotros.


Obras Completas 151

TERCERA ETAPA
- El casamiento -

EL COMPROMISO
-Villa Nidia-

El corazón del patio de mi casa paterna


cabe esta noche en una copa
con la alegría de los hermanos
y de nuestros padres levantando sus edades
para brindar por nuestro compromiso.

Anticipada música redonda


ceñido perfume
para informarme de tu nombre
para estar en los ademanes de tu mano
y desde tu saludo de novia
aparecer en el brillo de cada caricia tuya.

Un anillo es también una ronda.


Y aquí juega el amor.
152 Héctor David Gatica

LA BODA

Me ha levantado un templo
dijo el Señor.

Yo también te he levantado un templo


para este acto
asistido por tanta gente humilde
que ayudó con su pobreza
dio sus cabras
y con los mansos balidos
levantó esta oración.

Te hice un templo aquí en los llanos


y en su altar hoy nos hemos dado el SI
como el aire con el ave
como la senda con el monte
como la vida y el amor.
Obras Completas 153

CUARTA ETAPA
- Llegada de David y Pablo -

CARTA AL HIJO
-Desde Villa Nidia-

Estás creciendo dentro suyo


en la casa húmeda de su vientre
cruzan el mismo instante
y juntos se preparan
para el vuelo del parto.

Ella está en la ciudad


allá te escribo.
Yo aquí en el campo
con mi vocación repartida
y este grupo de veinticinco niños
a quiénes inicio en su alfabeto de a caballo.

Esta carta es para ti


te la leerá mamá.
Ella es la única que puede hablarte
en tan altos establos.
154 Héctor David Gatica

DESDE UN SILBIDO

Una mañana tan parecida a ésta


la misma cantidad de cielo
la misma cantidad de otoño
caminábamos con tu madre.
Ya se le notaba tu vida en sus ojos
y eras casi una caricia en su andar.

Una mañana tan parecida a ésta


la misma cantidad de sendas
la misma cantidad de árboles
deshojábamos una brisa con tu madre
tembló una rama en su voz
y por llamarme dijo tu nombre.

Hoy no está ella aquí


y es campo y es otoño
una perdiz sale volando al costado del camino
eso me hace recordar cuando aquella viejecita de
vestido largo
doña Luisa Cabáñez
me contaba cada vez que venía a nuestra casa
Obras Completas 155

y me encontraba jugando:
-Yo lo encontré a usted
en un nido de perdiz.

Y hoy quiero decir tu nombre, hijo


y tu nombre se me escapa volando.

Vienes desde un silbido de perdiz no lo dudes


a romper el cascarón del próximo verano
para que asome un pichón de sol por tu mirada.
156 Héctor David Gatica

LLEGADA DEL HIJO


Y así es que estás acá -David Gabriel-
tu nombre es conocido ya igual que tu cabello cobre
acaso tan hermoso como un día de campo.

Ahora nos pones corcovos en los brazos


corcovos en el sueño
tu carcajada estalla
y entonces nosotros creemos en la felicidad con
rostro tuyo
en la paz de los días con tu llanto y tu risa
en los desvelos que nos consagran padres.

A veces puede ser que estemos alejados


sin embargo
nos convoca tu horario sin palabras
comprendemos entonces que en ti todo se apoya
y nos sentimos débiles
llamados al amor por tu ternura.

Ahora claro está


si queremos llegarnos a tu mundo
tiramos el saco
el entrecejo
rompiéndonos la edad en tu país.
Obras Completas 157

CANTO DESOLADO

Y nos pasamos días muy tristes


junto a tu sueño largo
noche a noche velándote sin pausa
creyendo en todo menos en tu quietud.

Creíamos en el suero que le colocaban a tu llanto


en tu mundo pequeño traspasado de agujas.
Creíamos en los amigos que nos acompañaban
en el miedo al alba
en la enfermera comprensiva
en los sollozos contenidos de tu madre.
Pero en lo que no creíamos
era en tu lecho doloroso
en esa cama para enfermos grandes
con tu cuerpo tan pequeño
una casi gota del tiempo
más bien una risa que se duerme.

Creíamos en el médico
en los remedios
que no obstante se abolían en tu cuerpecito
158 Héctor David Gatica

en el abandono de nuestra casa y del trabajo


en la desesperación de las tías
tocadas por la repetición de tu gravedad.

Pero cómo creer en tu aventura sin juguetes


con esa preciosa frente pálida
y los párpados caídos
ocultándonos tus hermosos ojos.

Era como si Dios


nos hubiera clausurado la alegría.
Obras Completas 159

MEDIAS PALABRAS

Nada es mejor que corretear los días


con tus pies inseguros.

Dices oto, bum bum, esconé, queshi con ushe.


Con todo lo pequeño que hay en ti
se completa la casa
y en tus juguetes
les das cuerda a nuestra infancia rota.

De repente
cae una risa tuya en mi camisa
y un jinete de amor me sube hasta los hombros.

Y si lloras tu llanto
anula todo lo demás.
160 Héctor David Gatica

JUNTANDO CARACOLES
-Llegada de Pablo-

Y es así no más que tu tiempo se agranda


pronto habrá que abrirle otra ventana al cariño nuestro.

Los traspiés de la vida


hicieron guardar demasiado silencio a tu padre
y toda la frescura de tu ángel
se fue quedando en las cosas
en días exigentes que preguntaban del pan
de la casa o del trabajo
en alguna muerte muy sentida incluso
y hasta en aquella lluvia que no llegó a mojarle el alma.

Sus antenas sólo recibían ruidos


por ahí alguna palabra
entonces se estremecía
y se apresuraba a postergarla.

A lo sumo
te hacía mirar una estrella
contemplar un atardecer
o juntaba caracoles contigo.
Obras Completas 161

Ahora vas a tener que compartir las estrellas


y los caracoles
y decirle a tu hermanito Pablo que ya son dos en el
mundo
para romperle los vidrios a la siesta
desde el mejor escondite.
Y convenir con tu padre
que sí que el trabajo es imprescindible
pero que también es bueno para un padre y su hijo
juntar caracoles y mirar estrellas
162 Héctor David Gatica

SOLOS

-Papá,
cuando salió el sol
nosotros abrimos los ojos para llorar.

-¿Y por qué, hijo?


-Porque nos habían dejado solos.

Ay, mi David Gabriel, pequeño niño


qué podría agregar a tus palabras de sumo bíblico
que no fuera pobre comparado con tu acusación
y con el poema que salió de tu boca triste
a la manera de los salmos.

Es cierto que los hemos abandonado


tu madre porque anda enferma
y ha debido irse lejos y llorosa en busca de médico;
justamente por no dejarlos solos es que los ha dejado
solos.

Y en cuanto a mí
los he abandonado desde el canto
Obras Completas 163

ya no los nombro.
Estoy viviendo tan aturdidamente...
Y te encargas vos de volverme a la poesía
que es volver a la vida y al amor.

Cuéntale a Pablo Esteban mientras juegan en su cuna


que otra vez los he recordado
y que procuraré estar con ustedes
como lo está intentando mamá
porque yo también debo de estar enfermo
si no, no los hubiera dejado solos seguramente
abriendo los ojos para llorar.
164 Héctor David Gatica

EL COLOR AMARILLO

-Papá,
¿qué color es ése de la biblioteca?
-Verde mar, hijo.
-A mí me gusta el amarillo y el azul.
-¿Por qué el amarillo?
-Porque es el color de la manteca.

Una sonrisa parte de mis labios


mientras mido el pensamiento de mi niño.
A Van Gogh también le gustaba el amarillo
mas mi niño lo descubre no por la luz de los pinceles;
su amarillo es rectangular y con proteínas.

-¿Y el azul?
Qué comida azul te gusta, hijo?
-Me gusta el azul porque es el color del cielo
de ese cielo
que vemos los dos por la ventana cuando miramos las
estrellas.

Siento como si, alzado a una montaña,


Obras Completas 165

un aire fresco me invadiera la sangre.


Y esa sonrisa que me despertó el color amarillo
el de la manteca
ahora se me agranda y se me vuelve infinita
mientras va penetrando en mi corazón el color azul
porque es el color del cielo que juntos con mi hijo
miramos por la ventana.
166 Héctor David Gatica

EL CHICO DE JERO
La siesta se desploma sobre el Velasco
¿Quien aguanta cuarenta y ocho grados?
Solamente el Velasco
solamente los hijos del Velasco.

Mi hijo David ha quedado en el living


con la promesa del silencio.

Los ruidos rompen los sillones del sueño.


Una carcajada infantil a la siesta
no es música para el oído de un adulto.

Habrá que correr la gente menor, juguetona, molesta


ésta que se acercó esta tarde a tus ganas de ser niño.

-¿Quiénes vinieron a la siesta


a portarse tan bien?
-Fernando y el Chico de Jero;
como jugaban conmigo cuando vivíamos en la otra casa
parece que hoy se acordaron de mí
y vinieron a verme.

Siento que algo se me desgarra


algo que a estas horas se arrastra por la tierra caliente
-¿Será mi corazón caído?-
y que lo toma a Fernando por los pies descalzos
y al Chico de Jero.
Obras Completas 167

UN CUENTO

-Papá, contame un cuento...


-Tendría que haberte contado un cuento
el de Caperucita por ejemplo o Blanca Nieve;
pero hoy debo corregir las pruebas de mis alumnos.
Otro día ¿sabes?

-Papá, contame un cuento...


-Ahora no pues me voy a la universidad a rendir.
En esta semana ha de ser.
Te contaré La Lámpara de Aladino.

-Papá, contame un cuento...


-Sí. Sí, mañana, te lo prometo. Palabra.

Tendría que haberte contado un cuento


fabricado un avioncito de papel o un barco.
Tendría que haberte arreglado el triciclo.

En fin
que una tarde un niño puede no viajar en un barco de
papel
168 Héctor David Gatica

y que una noche un niño puede dormirse sin un cuento.

Necesito llevarte a las columpias


darte un paseo por mi corazón
asomarme a tus lágrimas
y jugar contigo a ser tu padre.

A lo mejor mañana
a lo mejor
cuando ya mi niño seas un hombre
y el barco tenga que hacérselo a mi soledad
y el cuento no tenga a quién contárselo.
Obras Completas 169

QUINTA ETAPA
- Llegada de María Macarena -

En el año 2002 llega Macarena, y su hermano Pablo


escribe para ella un poema,
que es el que se agrega en esta parte
170 Héctor David Gatica

MAQUI

Macarena es ese duendecito


que vino a quedarse disfrazada de hermanita
con una panzita tan gorda como su alma,
con su soledad de duende que no entiende
el mundo lúgubre y tedioso
de los adultos que no creen en duendes ni hadas.

Macarena, mas que una nena


es una risita
que nos echa de esa casa agobiante
a donde uno regresa de trabajar
para recibirnos en la mansión que ella construye
en donde todos los pasillos son laberintos
Obras Completas 171

diseñados arquitectónicamente para que la tisteza


se extravíe.
Y nos entrega el mapa del laberinto a nosotros
para que en la mansión encontremos
al propio duendecito que alguna vez fuimos todos.

Macarena y su risita como angelitos aplaudiendo,


se ríe también de un pasado que no pudo derrotarla,
cuando al pasar hambre, ya sabía como sazonaría
nuestros almuerzos con sus bromitas.
Cuando al ser golpeada, ya soñaba
que tendría una familia de ositos
que sólo la golpearían con caricias de felpa.

Maqui también es enojo y capricho y desobediencia


pero no para disgustarnos a nosotros
sino para disgustar al universo y su realidad
172 Héctor David Gatica

estructurada
que ella como un pequeño dios,
quiere volver a crear cada domingo
para que el mundo sea un paraíso terrenal de juegos
y no el purgatorio de limitaciones
que los adultos nos imponemos unos a otros
por que sabe que los humanos adultos somos tan niños
que vivimos para recriminarnos en las calles
y sólo los niños de cuatro años tienen la suficiente
adultez
para no reprender nunca.

Por eso cuando te castigamos por desobediente


nos castigamos a nosotros mismos
a esa libertad que nunca tendremos
y que vos, Maqui, guardas para nosotros
entre tus muñecas y tus trenzas
Obras Completas 173

y la cuidas celosamente.
por que sos nuestro bastión de libertades.

Macarena junta moneditas en los bolsillos


y con ellas quiso esta mañana ayudar
a una mujer que mendigaba con sus hijos en brazos
por que en tu corazón de duende
fabricas monedas de ternura todos los días
para un día regalar a todos los mendigos del mundo
para que sean millonarios de inocencia como vos.

Macarena es el duendecito que le devolvió


la sonrisa perdida a mamá
su varita mágica convirtió a los hombres de la casa
en tres padres, tres tíos y tres hermanos
simunltáneamente
pero también tiene cuatro hijos
174 Héctor David Gatica

que cuando están tristes saben


que mamá y papá se funden y se convierten en nena
para acunarnos.

Pablo E. Gatica
23/12/2002
Obras Completas 175
176 Héctor David Gatica
HIMNOS FARISAICOS
Obras Completas 177
-
- El canto de las manos -

Quinta Edición
178 Héctor David Gatica

CARTA PROLOGO

Leí -mi querido amigo y colega Héctor David Gatica- sus ve-
hementes y dolorosos poemas. Tienen fuerza aún cuando estén siem-
pre dentro de esas situaciones extremas donde -precisamente- la fuerza
suele restar lirismo al poema. No importa eso demasiado si no se
elude la emoción, si ella está omnipresente como sucede en Himnos
Farisaicos, su breve y estremecido poemario. Lo abrazo como poe-
ta, a pesar de que nuestros caminos sean distintos y, a veces, hasta
opuestos.
Le devuelvo sus originales y le doy las gracias por haberme
permitido penetrar en el conocimiento de un mundo desesperado pero,
secretamente, tierno y buscador de las claves misteriosas de lo huma-
no y su universo.

ULISES PETIT DE MURAT


Buenos Aires

CANTO HUMANO

«El canto de las manos». Respetuosamente creo que sólo ese


debería ser el título, pero naturalmente esas son cosas personales (1).
En 1960, el poeta José Isacsan fundó el «neo-humanismo, un movi-
miento que tendría a la humanización del hombre y de sus actos en la
tierra. Es cierto que el mundo ha ido a contramano y, hoy, los hom-
Obras Completas 179

bres carecemos de esos atributos primordiales. Pero la poesía era


sede de estas cosas e insiste pregonando su verdad;: quien quiera
recogerla, que lo haga, es gratis. Tu poesía se inscribe en esa corrien-
te. Si bien toda la primera parte se apoya en versículos de la Escritu-
ra, el canto humano surge espontáneo señalando los «errores» del
humano: recordemos que filosóficamente el «error» nace con el hom-
bre, se inserta en su destino y el devenir es un intento de sucesivas
«correcciones». El canto humano se eleva y busca sostén en los tex-
tos bíblicos. Tu modo de cantar es llano y personal, muchas veces
directo. Creo que eso le hace bien a tu poesía, porque evita distorsiones
metafóricas. Tu preocupación es el destino del hombre en la tierra,
sobre todo su proceder en ella, y eso está logrado plenamente.
Los poemas de «La casa» no se apartan de ese clima interno ni
de la intención. Sólo que en la «La casa» se respira la alegría de la
«creación». El hombre crea de la nada, es a imagen y semejanza de
Dios, y al hacerlo se justifica. Encuentra justificación en su cuerpo
cansado, en sus manos agrietadas y callosas, en el gozo de la misión
cumplida. Diría que las dos partes se enlazan porque si en la primera
aparece el «error» del hombre, en la segunda aparece su intento de
«corrección». Las manos son ejecutoras de la intención y finalmente
responsables de la degradación o el jubileo del hombre. Conmove-
dor sustrato de una poesía que pretende esa otra «creación» en el
espíritu del hombre: el goce de ser útil a los hombres. Te envío un
fuerte abrazo.

Antonio Aliberti
San Antonio de Padua 5-3-98

1- Primero se lo llamó «Himnos Farisaicos». Después se le agregó como


subtítulo «o EL Canto de las Manos».
180 Héctor David Gatica

A manera de Introducción

Luego de «Memoria de Los Llanos» la poesía seguíame siendo


tan vital como la raíz al árbol. El elemento nuevo fue la presencia de
La Biblia.
Se da además una especie de simbiosis; Experiencia y poesía;
poesía y experiencia.
Fue para aquel entonces cuando con uno de mis hermanos -
Omar Nicolás- ensillamos los caballos y fuimos puesto por puesto,
rancho por rancho conversando con la gente -en su mayor parte
hacheros y carboneros. Luego, en carros tirados por seis mulas y en
chatas rodeadoras de dos ruedas, hicimos con ellos el acarreo de la
arena y de la piedra. La arena, de antiguos caminos barranqueados
por las crecientes, en campos de «La Porfía»; la piedra, de una lomada
vecina a la Sierra de las Minas. Quedando al fin levantado un templo
a Dios.
La otra parte está relacionada con la muerte de una madre
soltera que deja solos a cuatro niños. Había que levantarles un techo.
Lo hicimos pegando los ladrillos con barro -en vez de cal- y mucho
amor, tanto como para poder vencer el desafío del hielo de aquellas
mañanas traspasadas por el viento, meses en que el agua se nos vol-
vía escarcha.

H. D. G.
Obras Completas 181

PRIMERA PARTE
Desde la Biblia hasta el Templo
182 Héctor David Gatica

Evangelio según San Juan

Y hay también hombres cuyos dientes son espadas, y sus muelas cuchillos,
para devorar a los pobres de la tierra y a los desvalidos de entre los hom-
bres.
(Prov. 30. 14)

Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos reunieron un consejo y dijeron


¿Que hacemos? Porque este hombre hace muchos milagros. Si le dejamos
continuar, todo el mundo va creer en El y los romanos vendrán y destruirán
nuestro lugar (santo) y también nuestro pueblo. Pero uno de ellos, Caifás,
que era Sumo Sacerdote en aquel año, les dijo: Vosotros no entendéis nada y
no discurrís que os es preferible que un solo hombre muera por todo el
pueblo, antes que todo el pueblo perezca. Esto, no lo dijo por sí mismo, sino
que, siendo Sumo Sacerdote en aquel año, profetizó que Jesús había de
morir por la nación, y no por la nación solamente, sino también para congre-
gar en uno a todos los hijos de Dios dispersos. Desde aquel día tomaron la
resolución de hacerlo morir.
(Juan 11, 45-53)

Hay que arrancar el ala a las palomas Besemos al Amor; hay que matarlo
que no quede un arrullo; antes que las palomas vuelen
apretar el pecho de las madres y que las madres paran.
hasta estrujar las últimas luciérnagas
y castrar a los pobres y a los cojos Pontífice del verbo fariseo
no sea que el Amor los una. en mis labios de oráculo os crucifico
y en este mismo instante
¡Oh!... ¡No! Caifás se me cae de la boca.
Vosotros no sabéis.
¡Que muera el Amor, que es uno solo!
Obras Completas 183
184 Héctor David Gatica

Versículo de la Negación

Un poco después, acercándose los que estaban allí de pie, dijeron a Pedro:
¡Ciertamente tú también eres de ellos, pues tu habla te denuncia! Entonces
se puso a echar imprecaciones y a jurar: Yo no conozco a ese hombre. Y
enseguida cantó un gallo, y Pedro se acordó de la palabra de Jesús: Antes
que el gallo cante, me negarás tres veces.
Y saliendo afuera, lloró amargamente.
(Mt. 26 73-75)

Llueve frío
sobre el esqueleto deshojado de la humanidad.

Un viejo va a taparse con estrellas


¿Mi padre?
No lo reconozco.

Epístola del alba


fe de rocío y árbol
y esta armazón humana torturada.

Mis manos van despertando


un hontanar de gallos.

Pedro llora en mis manos.


Obras Completas 185
186 Héctor David Gatica

Epístola a Dios

Saulo que todavía respiraba amenaza y muerte contra los discípulos del
Señor, fue al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para Damasco, a las sinago-
gas, con el fin de traer presos a Jerusalén a cuantos hallase de esta religión,
hombres y mujeres, y yendo por el camino, ya cerca de Damasco, de repente
una luz del cielo resplandeció a su rededor; y caído en tierra oyó una voz
que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? y respondió el: ¿Quien
eres, Señor? Díjole Este: Yo soy Jesús a quien tú persigues. Mas levántate,
entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer. (Hech. 9. 1-6)

Y a fin de que por la grandeza de las revelaciones, no me levante sobre lo


que soy, me ha sido clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás que
me abofetee, para que no me engríe. Tres veces rogué sobre esto al Señor
para que se apartase de mí. Mas El me dijo: Mi gracia te basta, pues en la
flaqueza se perfecciona la fuerza. Por tanto con sumo gusto, me gloriaré de
preferencia en mis flaquezas, para que la fuerza de Cristo habite en mí.
Por Cristo, pues, me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las
necesidades, en las persecuciones, en las angustias, porque cuando soy
débil, entonces soy fuerte. (2 Cor. 12-7-10)

San Pablo
le debe el santo a la persecución de Saulo camino de Damasco.

Y yo siento
contemplando estas ciudades calientes de mi carne
que llevo vida a borbotones en la sangre
para llegar a Dios y sacudirlo.

¡Nada que sea tibio quema a nadie!.


Obras Completas 187

Saulo tiene una carta en mis entrañas


¡ay! me tiemblan las manos;
tengo miedo de abrirla
no sea que aparezca el rostro deslumbrante de Dios.
188 Héctor David Gatica

La Cena del Señor

Entonces dirá también a los de la izquierda: Alejaos de Mí, malditos, al fuego


eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me
disteis de comer, tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me
acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no
me visitasteis. Entonces responderán ellos también: Señor ¿cuando te vimos
hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te
asistimos? Y El responderá: En verdad, os digo, en cuanto habéis dejado de
hacerlo a uno de éstos, los más pequeños, tampoco a Mí lo hicisteis. (Mt.
25- 41-45)

Partieron y encontraron todo como El les había dicho, y prepararon la


pascua. Y cuando llegó la hora, se puso a la mesa, y los apóstoles con El.
Díjoles entonces: De todo corazón he deseado comer esta pascua con
vosotros antes de sufrir. (...)
Sin embargo, ved: La mano del que me entrega está conmigo a la mesa;
Porque el Hijo del Hombre se va, según lo decretado; pero ¡ay del hombre
por quien es entregado!. (LC. 22. 13-15; 21, 22)

Vino a decirme su pesar entre los puños


como quien adora a Dios.

Agrandé la rotura del hueco de sus manos


la tarde que no quise estrecharlas.

Lo vi alejarse arrancándose mi nombre


tras el trigo negado que le granó en el llanto
cuando uno de sus hijos
besándole la mesa desierta de la frente
le preguntó si esa noche tampoco iban a cenar.
Obras Completas 189
190 Héctor David Gatica

Salterío del Adiós

El pago que ustedes no les dieron a los hombres que trabajaron en su


cosecha, está reclamando contra ustedes; y el Señor de los ejércitos ha oído
la reclamación de esos trabajadores. Aquí en la tierra ustedes han hecho una
vida de lujo y de placeres, engordando como ganado;
y ya llega el día de la matanza.
Ustedes han condenado y matado a los inocentes,
sin que ellos se resistieran. (Stg. 5. 4-6)

¡Cómo se te aleja el corazón de los brazos!


Tanto y tan cierto
que no puedes alzar el hambre a tu mujer.

No le digas ni por lástima «te quiero»


que te saldrán sin sangre las palabras.

¡Ah!... ¡Cuánto pesa al fin


el tiempo que a pedradas derribabas!

Y ahora
cómo ponerle aliento a tu mirada sin pulso,
darle a tu mujer una palabra tuya
y a tus hijos, contarles otra historia?
Obras Completas 191
192 Héctor David Gatica

Apocalipsis de la Amistad

Conozco tus obras: no eres ni frío ni hirviente.


¡Ojalá fueras frío o hirviente! Así, porque eres tibio, y ni hirviente ni frío, voy
a vomitarte de mi boca. (Apoc. 3. 15.16)

No hay cosa más inicua que el que codicia el dinero: porque


el tal a su alma misma pone en venta; y aun viviendo
se arranca sus propias entrañas. (Ecli. 10.10)

Me sembraste tus manos aquellos días


al punto de quedarnos los dedos oliendo a chacra.

Quise darles raíces


levantarlas hasta la altura del amor.
Fue inútil.

Te ceñí con todo mi cariño


y no maduraste.
Tus manos
no tenían fuerzas para crecer
en otros territorios que no fueran los del tintineo
abundaban en ademanes
y hasta en una manera dulce de saludar;
mas en su biografía
no encontramos ninguna noticia acerca de tu corazón.
Obras Completas 193
194 Héctor David Gatica

Salmo a vuestros nombres mártires

Nada hay comparable, con el amigo fiel.


(Ecli. 6. 15)

Cuando un amigo va a dejarnos


tenemos que ponernos el corazón en la derecha
que es el lado largo de la amistad
para apretarlo con la fuerza sangrante del adiós.

¿Ven cómo estoy triste?


Me alegro de mi tristeza
pues ella es la obra consumada
de lo que antes no era más que un poco de fe compartida
cuando apenas si creíamos en este abrazo final.

Podemos pensar que nos apreciamos y es sólo un saludo.


El aprecio no es un pensamiento
sino el largo de un camino compartido.

Y yo pensaba
pensaba que decir Dios era una manera de salvarse
y que decir Felipe Cabañez o Rosario Quinteros
era una forma de amarlos.
Obras Completas 195

Qué equivocado estuve amigos míos obrajeros


mártires del hacha y el carbón.
Ahora que ya no los nombro
creo mucho más en ustedes.
196 Héctor David Gatica

Proverbio del Silencio

El amigo ama en todo tiempo; es un hermano


para el día de la desventura.
(Prov. 17. 17)

No podría convocar la palabra


sin haberla andado antes
pie por pie
porque abrir la boca al viento
par decir cosas
cuando un amigo nos pide con sus puños rotos
que le hagamos silencio
es blasfemia el hablar.

Compartiré esta hora del dolor tuyo


hasta sentir mi corazón levantándose en gajos desde tu herida.

Y recién entonces,
con los dedos machucados,
me haré presente en la PALABRA.
Obras Completas 197
198 Héctor David Gatica

Edificación del templo

Y díjole Yabvé: He oído tu oración y tu súplica que has proferido delante de


Mí. He santificado esta casa que has edificado, para poner allí mi Nombre
para siempre, y mis ojos y mi corazón estarán allí en todo tiempo.
(III Reyes. 9.3)

Esta arena
que rompen nuestros pasos y los pasos de estas mulas
adivina un amanecer que ya la está nombrando
como si oliera en sus lechos permeables
el sostén a nivel que ha de formarla.
Sonido separado del agua
arena
como de un coro
como de un armonio.
En la cara que te rompo a paladas
tienes retratado un Cristo de sudor fino
y de palabras pesadas.
Estás limpia.
No me ensucias la camisa pegada a la siesta.
Estás limpia
como para entrar en el reino de los cielos.
Quiero que me ayuden a llenar el carro hasta el sol
y asistir después al culto del descanso
reconstruidos de pan.
¿No ves?
Si ya tu cuerpo va tomando altura.
Obras Completas 199

Ahora arena,
no caminas por los declives del sur
mojada de lunas.
Además
se te cayó el viento de los hombros.
Una raíz de cal te ha construido el alma
y lo tienes a Dios por habitante.
Arena de la acequia
arena
te suena el corazón como una campana
llamándonos a orar.

Así pues, Salomón edificó la Casa y la acabó.


(III Reyes, 6. 14)
200 Héctor David Gatica

SEGUNDA PARTE
La Casa
Obras Completas 201

Presencia del callo

Estos callos
que me florecen en el saludo que inventaron los amigos
nacieron en oblícuas jornadas de azadón, amasando barro.

Mirarlos detenidamente
es descubrir el encanto de una lágrima,
tocarlos en su dureza
es sentir las tardes colgadas de mi mano
haciendo peso desde un balde de albañil.

Sucede que se me puso molesto el corazón


porque vio que entraba una luna muy fría
por un sueño sin techo y sin amor.

No me quedó otra solución que conseguirme estos callos;


Los encontré en el cabo de una azada.
202 Héctor David Gatica

Cimientos madurados

La mañana es este hilo que se estira


para medirle la estatura al aire.

Una estaca se hunde en el corazón de mi herida


y la sangre es un terrón
cayéndome por las ropas.

Qué dulce es la dureza filuda de la pala


entrando en la esperanza de un cimiento.

¡Mira mi equilibrio pisándote los labios de acero!

Y la tierra se abre
para una siembra de ladrillos
que han de crecer por mis manos
hasta madurar en techo.

¿En qué oportunidad


antes de esta mañana helada
el agua
habrá tenido tanto gusto de volverse barro así pegando ladrillos?

Como cuando iluminó al primer hombre.


Obras Completas 203

Alumbramiento desde el barro

Siento los pies congelados.


El viento sopla afilando la mañana.
Aquí sucede
que hay que quebrar el agua para poder amarla.

Observa mis manos


partidas por la música del barro.

Mira como, goteando,


me salen murallas por la punta de los dedos.
204 Héctor David Gatica

Compromiso edificado

Estaban en la mesa de festejos


una historia de barro
la pared -pura forma de invitada íntima-
el agua para el pelo de los sábados
y la dicha compartida
de humear en el plato de un amigo.
Obras Completas 205

La Casa

Alzo mis manos


que beberán en un cáliz rectangular
la plegaria bermeja de este día.

Lo sé
con muchas horas
he pagado este instante;
sin todo ese tiempo reunido
no habría colocado una sola de mis yemas
en los picaportes del viento.

Desde hoy
¡cómo quiero a los ladrillos!
Para quererlos de esta forma
debí acariciarlos mañana tras mañana,
ladrillo por ladrillo.
Ahora ellos me devuelven el aprecio
permaneciendo a plomada
uno
sobre
otro
hasta reunir el calor de cuatro niños
que pueden incluso amar la noche
porque el padre techo
Les tapa ahora el frío
que llega con la luna en el canto de los gallos.
206 Héctor David Gatica
Obras Completas 207

QUINTA EDICION

Ilustradores:
Luis Blanchard - Nicolás Bustos - Miguel Angel Guzmán
Nicandro Pavón Villarreal - Pedro Molina - Hugo Albarracín
Patricia Aballay - Jorge Ponce
208 Héctor David Gatica

DOLOR COLLA

Quisiera abrir la piedra andina


descubrir un gran río pasando bajo el alba de Bolivia
ascender al Illimani
navegar el Titicaca rumbo a Puno
y beber en totumas el silencio del colla.

Aquellas ediciones de palomas


que cruzaban mi cielo
son las mismas que encuentro cayendo sobre Oruro.

Y hay un frío tan grande metido en los aguayos


que cuesta quedar solo.

Déjenme al desvelo del estaño


componer de trenzas y sombreros de fieltro
un trópico de soles
y pedirle venía al altiplano
y al indio compañía.

(La Paz, Bolivia, 1965)


Obras Completas 209

Dibujo de Luis Blanchard


210 Héctor David Gatica

SILENCIO QUECHUA

Un día el brujo dijo que todo había terminado


que fue cuando las vicuñas entregaron sus mantas al viento
para no dejárselas a los conquistadores del maíz.

Y cuando el último inca moría


el Oceáno Pacífico se puso a parir cañones
que vomitaron sobre oasis y yungas.

Desde entonces
destronado el kipus
que reinaba en el Cuzco
cada mañana cae fusilada en el Callao.

(Lima, Perú, 1965)


Obras Completas 211

Dibujo de Nicolás Bustos


212 Héctor David Gatica

PAIS DESVELADO

Crecer con una decisión:


Destrozar los candados.

Rescatar el maíz desposeído


por lo que tiene de nuestro y de esta tierra.

Pertenecer al sol de Capricornio


donde un hombre de estaño muere por Bolivia.

Mostrarse heroico en esta latitud chilona del cobre mutilado


o junto al Golfo de Darién
rescatar por lo menos un pan cada mañana.

Preguntarle al país por su esqueleto


o por el ganado ilustre de las pampas.

Hay días en que todo se sostiene


porque uno acaba con el hambre justa
y no quedan ni ganas de silbar.

La carga que una llama alza en Socompa


es la misma que pesa en nuestro abuelo.
Obras Completas 213

Apenas si uno sabe que es hijo de estos chacos


porque nota la ausencia de ser dueño.

Alzando el corazón, que aún nos queda sano,


quizás reconozcamos
nuestra sangre.

Dibujo de Miguel Angel Guzmán

Foto «Pais desvelado» (Premio NOA del poema ilustrado, VIII Salón
de poema ilustrado. Tucumán, 1970)
214 Héctor David Gatica

AMERICA DESDE AQUI


...«Y termino. Para mí el Barrio San Martín ha sido el
ventanal a través del cual he descubierto la marcha del
pueblo y de la iglesia latinoamericana hacia la
liberación plena».

OPCION FUERA DE LA LEY - José M. Llorens S.J.

Este poema fue escrito tras haber vivido un año en una villa
miseria de Mendoza, para ser, expresamente y por pedido del
autor, agregado como prólogo en el libro «Opción fuera de la
ley» del padre J. M. Llorens, libro que lleva ya cinco ediciones.
H.D.G.

Con un poco de barro y una semilla


se puede inaugurar una flor.
Con un basural
y unas gotas de sudor
se puede parir un pueblo.
En un gran pedregal del otro lado del parque San Martín
donde la bella ciudad tiraba sus vergüenzas
hombres huraños asomaban desde unas cuevas
-olía el aire a cosa prohibida-
miraban y miraban
nadie los veía
-la inmundicia es cosa despreciable-
Ahí comenzó todo
-una vez enarbolado el miedo es ya distinto-
la tierra inútil aparecía amada
levantaron el techo simple y cálido
prohibido
la noche anduvo con ellos
Obras Completas 215

-cavadora de estrellas... y de zanjas-


por eso pudieron robar el agua
descolgar por alambres clandestinos el pecado de la luz
y desvelarse entre perros
escarbando en la basura su palabra
hasta ponerla en cada boca
pronunciando en voz alta
el silencio del valle de los huarpes.
Ahora
el basural es un pájaro
que está empollando el corazón de América.

(Bº San Martín, Mza., 1969)

Dibujo de Nicanor Pavón Villareal


216 Héctor David Gatica

PUEBLO RAMON
«Con una expresión de entusiasmo y calor popular
como no recordaba La Rioja, fue recibida la delegación gremial
que el martes último se había trasladado a Bs. As.. Más de
3.000 personas se concentraron en el aeropuerto... Una
vibrante multitud aclamó la aparición en la escalerilla de Ramón
Torres, al que siguieron Reinaldo Gudiño, Benjamín
Heredia, Jesús Noriega y el jefe del CELPA, comodoro Luchesi, los
que fueron levantados en andas trasladándolos así hasta las
dependencias del aeródromo, mientras se coreaban sus nombres».

El Independiente, La Rioja, 26 de Nov. de 1970.

Lo que ocurrió quince años después nada tiene que ver con los
motivos que dieron nacimiento a esta poesía. -H.D.G..-

El pueblo está acá


su puntería tiene una invasión de miradas y vocablos.
El pueblo atesta calles y golpea bombos
y hasta ha subido al palco
pues empiezan a quedársele los meses en la libreta.
Te ha determinado el olvido
Ramón Pueblo
te ha hecho duro y adulto tanto silencio y espera
por eso duele la esquina de un peón barriendo las miradas
y hasta alguien es capaz de decir
que la telefonista también muere.
Hombres y mujeres han salido a las calles del mundo
aunque hoy se tome como mundo a La Rioja
una provincia argentina
Obras Completas 217

y han decretado paro total a esta sociedad ilustre


por el alto costo de tres o cuatro dioses
y el bajo precio del corazón de miles de ramones.

(La Rioja, 1970)

Dibujo de Pedro Molina


218 Héctor David Gatica

TU GRITO
El gobierno a través del I.M.T.I. (Instituto del Minifundio y Tierras Indivisas),
saneó títulos iniciando el ordenamiento legal de las viejas mercedes indivisas
y a la vez encaró los seculares pleitos productos del minifundio. A tal fin el
procedimiento empleado fue la creación de unidades económicas rentables,
metodología que si bien contribuyó a ordenar la producción regional, aceleró
el éxodo en la provicnia. La Merced de La Hediondita por ejemplo, que alberga-
ba a 140 familias quedó solo en manos de 26 propietarios. Con el agravante que
más de la mitad de los reducidos nuevos propietarios, nunca antes había vivi-
do en esa zona rural. (1)

«Drama para 5.000 familias. El gobierno interventor de La Rioja ha esta-


blecido la unidad económica en parcelas de 2.550 hectáreas, o sea, que
solamente podrán radicarse 580 familias, y las restantes deberán aban-
donar la zona. El plan del I.M.T.I. es redistribuir la tierra de acuerdo con
un puntaje que deben acumular los ocupantes, indemnizar a los despla-
zados y asistir técnica y financieramente a los que quedan. Roque Zárate,
desplazado de la Merced de la Hediondita, expresó: Nadie quería tantas
hectáreas. A Palacios y a Ocampo los obligaron a aceptar 8.000 hectá-
reas y ellos querían solamente 5.000. El Banco les da el préstamo. Tiene
que ser gente de recursos. Yo no tengo recursos y tuve que irme. Esto
es para el que tiene plata. Lo que buscan es correr a todos los pobres
para poner gentes de recursos. Ahora no se donde me iré con mi mujer
y mis hijos». Diario Clarín, Bs. As. 7 de enero de 1971. Nota de Daniel
Moyano.

1- Estos datos y otros de singular relevancia sobre la experiencia de la


Merced de la Hediondita se encuentran en un trabajo de tesis presenta-
do en la escuela de Servicio Social por Selva de Martinez. Elena Caba-
llero y Martha Peña bajo la dirección del profesor Francisco Delich que
fuera cesanteado por Iribarren. (De los Rostros de la Ciudad Golpeada
de Ricardo Mercado Luna).

Este poema lo dije por primera vez en Chamical, dentro de la pastoral convoca-
da por Mons. Angelelli. Volví a decirlo años después en el mismo Chamical
Obras Completas 219

cuando los sacerdotes Miguel La Civita y Amiratti me invitaron a presentar su


libro, que trata acerca de la vida y asesinato de Angelelli que al parecer, entre
otras cosas, molestaba porque aconsejaba a los propietarios de la Merced de la
Chimenea, de cincuenta mil hectáreas, que no se dejaran quitar su tierra. -
H.D.G.-

Te han quitado la tierra


a voz que eras raíz hundida en la sequía
consagrado en el viento y en los soles más fuertes.

Te pagarán muy bien por lo alambrado


por el corral
por la represa
por cualquier adelanto en fin que hubiera en tu sudor.

Te pagarán la compañía del vecino


la mano del amigo.

Te pagarán los huesos de tu madre


sepultados en esta tierra amada que te expropian.

Te pagarán la alegría de los niños cabalgando por el monte


y la leche ordeñada por tu mujer al aclarar.

Te pagarán muy bien, peso por peso, el balido de las cabras


y el canto de los pájaros al alba.

Deja esa tierra chúcara


puestero de Olpas y el Tudcum.

Tu grito estaba acostumbrado a sembrar ecos en el campo.


220 Héctor David Gatica

Guarda silencio en la ciudad ahora


porque en los tribunales
están saneando los títulos de tu desalojo
y entonces para ellos, los que se quedaron con su tierra,
será Ley
y será Justicia.

(Llanos riojanos, 1971)

Dibujo de Hugo Albarracín


Obras Completas 221

MUJER VIOLADA

La noche caía húmeda y pesada


sobre el valle y los lapachos.

En aquella ciudad que se halla entre cañaverales y naranjos


por donde caminábamos admirando sus tarcos
comenzaste a contarme tu penuria.

Era una manada de países


clamando por tu boca.
Era ese barco venido por el lado del Caribe
a quitarle el algodón al maya
tu luna desflorada.

Suplicio del tanino, del aceite y la zafra


dejándonos un niño muerto
caído en las fronteras del amor
al lado de cien mil niños destruidos por el vientre
bajo el peso brutal del imperio del hambre.

Veo al intruso llegarse por cien ríos dolientes


buscando el calendario caliente de tu cuerpo
y abrir un surco en tu penumbra prohibida
para después llevarse el trigo y lo demás.
222 Héctor David Gatica

Y lloras porque el día


desnuda los abortos de la coca
dejándote el amor sin dios.

Acaso la misma noche de tu entrega


también mi corazón se desnudaba
junto a un país violado como vos.

Dibujo de Pedro Molina


Obras Completas 223

SIMPLE DESALOJO

Esto de andar sin techo no es tan bueno sin dudas


pienso en el hijo
en mi mujer
la veo trajinar bajo la lluvia
ayudándome a desparramar por los vecinos
la cama, la mesa, el silencio
y lo demás que hace al amor.

Pienso también en todos los que esta noche


dormirán bajo los puentes de su alma.
La lluvia aumenta parece.

Mi niño es feliz
jugando en esta casa cada vez más desocupada
con más espacio para ensayar sus diecisiete meses.
Y todo esto es tan simple como nuestras vidas
tan natural como la llovizna que moja nuestro desalojo.
Desalojado está también
el calor de los que no creen en ningún techo.
Ya no es lo mismo mi corazón no está tranquilo
bajo el peso creciente de la lluvia.

Voy a salir por las calles


a preguntar si se debe alquilar el descontento de un país
si el silencio húmedo de niños y mujeres
224 Héctor David Gatica

Dibujo de Patricia Aballay


Obras Completas 225

puede seguirse acallando con un poco de buena voluntad


bajo pena de rebelarse
contra el amor de los que dicen forjar la grandeza de los pueblos.

Seguirá lloviendo sin dudas esta tarde y otras tardes


muchos niños crecerán bajo la lluvia
y gotearán agua como las plantas
con toda naturalidad.

Mientras tanto un poderoso rayo ha sido secuestrado.


La prensa ha hecho consternar una nación;
hay lágrimas como lluvia en la prensa argentina.

Y yo sigo preguntando si no habrá una casa


donde salvarse del fusil de la lluvia.

(Barrio Shincal, La Rioja, 1973)


226 Héctor David Gatica

CUANDO LA VIÑA SEA TUYA(1)

Fue demasiado el tiempo que mutiló estas cepas


cauce cantarino del agua
llevándose los músculos del hombre.

Cuando algún día la viña sea tuya


y cultives tu sudor y te dé frutos
cuando habilites tu cansancio
habrá luz en tu cuarto
y en tu canto
desbrotarás el aire
atarás con cariño los vástagos del día
y de entre el vivero de penas donde creces
pasarás a la viña, las uvas y el buen vino.

Y ya de noche
sembrador de paisajes
con las manos perfumadas de tierra todavía
decidirás con los del surco
que al regador se lo provea de estrellas
que no se vaya en el viento el amor
que descanse la mujer encinta y tengo un hijo entero
decidirán en fin
que a la mañana muy temprano sacarán la azada
para abrirle los soles a la parra.
Obras Completas 227

Dibujo de Jorge Ponce


228 Héctor David Gatica

Pero ¡ay!
que están cerradas las compuertas de tus sueños
el agua se destroza en los canteros
en las carnes podridas del silencio
donde tiembla la palabra sin decir de tu mujer
que creyera también en una viña
además de la viña de los hijos.

Lo que más duele es el amor sin tierra


el minifundio de tus manos
tu dicha contratada.

Comprendo:
Hay esperas que crecen lentamente
en las acequias del corazón del hombre
todavía
y una especie de dolor arremangado
en las tobillos del país.

(Prov. de La Rioja, 1974)

1- Este poema fue escrito cuando se formó la cooperativa CODETRAL,


que trabajaría con el latifundio de Assalini, en Aminga. Vendría luego la
traición de los políticos que simularon tomarlo como bandera, y los «Cru-
zados de la Fe», expulsándolo con piedras a Angelelli y con bombas a
las monjas. Los obreros terminaron en las cárceles del Proceso y hoy el
latifundio sigue igual o peor que entonces.
Obras Completas 229

CANTO TOTAL (1)

Ah... si pudiera dar con el cauce de tu lengua


y decir las cosas tan sencillamente y con tanta fuerza
así como empujan desde tu sombrero
goteando la sal del cansancio
ese que cada jornada
va formando las salinas de tu rostro universal.

Es así como nombro la piedra de Olta


para anunciar en lajas tu músculo
pájaros planos
picos, socavones y olorosas dinamitas
apilados en básculas mezquinas.

Es así como nombro el surco de Aminga


para lavar mi voz en las vertientes del pueblo
donde los latifundios del verano
hacen malparir la tierra.

Es así, como nombro a los ríos del deshielo de Famatina


a las palas y a los brazos
que se ocupaban de abrir canales a las nueces.

Y es así como digo algarrobales de Los Llanos


donde ha sido expropiada la guarida del puma
desalojados antiguos desvelos de puesteros
y parcelado el corazón perseguido del viento.
230 Héctor David Gatica

Dibujo de Pedro Molina


Obras Completas 231

Mientras tanto
el mineral
la piedra
la siembra
la tierra
el agua
aquí se han convocado
y en olla con porotos, maíz y ají
donde se mezclan el locro y tu silencio
los hijos del sudor
alimentan al sol de sur a norte
un enorme peón continental.

(América, 1975)

1- Posterior a «País desvelado» llegaron «Los Días Insólitos».


232 Héctor David Gatica
Obras Completas 233

Faja de Honor de SADE, Bs. As., 1989

QUINTA EDICION
234 Héctor David Gatica

LOS DIAS
INSOLITOS

En cincuenta
insignificantes capítulos
Obras Completas 235

Sólo una carta

Querido David:

Te vuelvo a ver en tu Rioja, me voy de ella y pienso, cuánto


cariño intacto, cuánta desinteresada amistad inauguramos en aquellos
años del 60.
Eramos tan jóvenes..., pero tan iguales a hoy si nos referimos a
nuestra apuesta diaria, nuestra diaria necesidad de la Poesía...
Estoy verdaderamente conmovido, y en ese sentimiento se
entrecruza la idea de permanencia de nuestro cielo y un tremendismo;
la gravedad de tu libro, «Los Días Insólitos», cuyos originales tan
cariñosamente me pasaste. Y digo gravedad en su múltiple rostro: el
imán de la tierra, el dolor, los pesares...
Leo el libro y presiento que estoy ante un entretejido donde
hay un artista sosteniendo a un artesano, porque es un artesano quien
va acumulando los materiales de los días (Construyendo una dióce-
sis, una particular jurisdicción de la informática) en una especie de
sacrificio lineal, inmoral como los sucesos.
Y el poeta parecería tácitamente decir: La imaginación está
vedada en el país del desencanto, descanto entonces el día, lo notifi-
co.
Releo el libro y descubro en su marcha que el Angel de la Poe-
sía va reconstruyendo su aliento infinito. Escucho entonces cristalizar
el agua de las piedras de un informe terrible, escucho la voz del crea-
dor desamparando el infierno, haciéndolo visible, sin alma, sin siquie-
ra la voluntad de vida del reptil o la piedra.
¿Pero cuál es la urdimbre de este entretejido? Por un lado el
236 Héctor David Gatica

informe, los datos sucediéndose como gemidos de moribundos y ron-


quidos de sombras de amigos desfilando por un túnel. Por otro lado,
la presencia de un narrador con la brasa en la lengua, una delicada
presencia inadvertida por los artífices de la cofradía del silencio y la
penumbra. Es que había una voz tatuando los bajos relieves del pai-
saje, había una mancha de blanco en la tinta negra y vacía.
Y en el transcurrir del texto late la Poesía, el don de informar,
escribir versos o narrar desde el sitial de la solidaridad y la esperanza,
la dolida voz de un poeta entre comensales de la muerte, los amigos
ausentes, los difuntos.
Solitaria estirpe la tuya, querido David, esgrimiendo papeles
entre deudos, incendiarios y enmascarados. Solitaria estirpe de un
poeta sosteniendo la esperanza, poesía en tiempo de asesinos.
Seguramente es el blanco, tu blanco auscultando la inocencia,
el blanco sobre el negro como impronta de los infinitos deseos de la
vida sobre una piedra detenida en el telón de sus teatros.
¿Pero qué me dice tu canto? ¿Qué me dice el poeta en su
mirada? Me dice que el canto de los días se impone al insólito enmas-
carado, y eclipsa las garras de sus bestias, lo deja a merced del des-
amor y la antipoesía. Y me dice que el juicio será eterno.

Roberto Sánchez
Buenos Aires, setiembre 1985.
Obras Completas 237

Apenas unos testimonios

Transcurrirán varias generaciones de argentinos para que «Los días


Insólitos», dejen de estremecer a sus lectores. Permanecer indiferentes al tema
es no ser consanguíneo con David Gatica, en la tierra llamada Argentina.
De todas las masacres nos sentimos testigos por su voz narradora sin
limitaciones formales ni temáticas, inmanentes en el campo de la muerte, de
cuyo extenso territorio nos ha tocado conocer por experiencia. Un pueblo
invalidado, una nación violada, va apareciendo página tras página (...). Todo
está documentado. Su voz, llanamente dolida, es para siempre, y es para todos
los pueblos mancillados por la barbarie. (Pregón, Bs. As).

Y me has dado en «Los días Insólitos» y en tu «País Desvelado» otra


nueva flor, que gracias a Dios impedirá que muera el heroísmo de tanta vida
agotada y de tanto heroísmo, que hubiera quedado oculto sin que un corazón
de poeta le diera la forma bella que significa la semilla plantada con tanta
sangre que dará luz y esperanza a «lo Nuevo» que ha tenido que nacer así, con
sangre, para embellecer la historia de nuestro continente en el ocaso de este
siglo XX que estamos terminando.
Creo que lo tuyo es un primer paso de este embellecimiento poético de
nuestra historia. (...)
Con muchas ganas de verlos y participar de sus anhelos y de sus
búsquedas.
En el Señor Jesús. (José María Llorens (Macuca)- Mendoza).

Al leer tu poema sobre la nieve que empezó a caer, también ella insólita-
mente el 4 de setiembre de 1976, sentí de nuevo la tremenda angustia de ese día.
Sentía el frío que la estufa y la cocina atemperaban y pensaba en lo que estarían
pasando nuestros amigos en el Penal.
Y muy hondamente me calaba el dolor de saber que a Eduardo lo habían
tomado un 16 de agosto cuando había hecho calor y estaría totalmente
238 Héctor David Gatica

desprotegido contra el frío. ¡Que ingenua! Para entonces mi hijo ya no sentía ni


frío ni calor. Ni tenía ilusiones, ni luchas, ni miedos.. ni horrores. (...) Amalia de
Manghesi. Buenos Aires.

Cuando leí en el verano último el libro «Los Días Insólitos» que me


prestara Ursula en los días de estadía en ésta por supuesto que me produjo
más que nada, una honda emoción. En ese entonces pensé que Ud. tiene un
coraje como pocos, que es, por sobre todo, profundamente solidario y autén-
tico.
Ahora, al leer la noticia de la distinción otorgada por la SADE nos
hemos alegrado hondamente, pero especialmente nos hemos sentido agrade-
cidos de Usted.
Por eso queremos decirle: ¡Gracias David por su libro!
Gracias, porque adentro de esta maraña que es la justicia de los hom-
bres, usted sencillamente ha hecho justicia con todo lo que sus poemas
trasuntan, que fue dolorosamente real e incuestionable.
El libro es una sentencia que caerá con todo su peso en la historia de
una época que muchos tratan de soslayar. (Jenny Robles - Campanas, La
Rioja).

Te hago estas líneas hoy «20 de Mayo de su Majestad», como dice la


hermosa Cantata, que escuché para estar presente de algún modo en mi tierra
dolida y esperanzada. Como ves, estoy lleno de nostalgia, sobre todo en esta
carta para el amigo de «Villa Nidia», que saltó «el charco» de los llanos y se
acomodó en la «Ciudad de todos los azahares».
... Regalé un ejemplar de «Los Días Insólitos» a dos nuevos amigos que
tengo aquí; él es de Córdoba y vino exiliado como tantos otros y se quedó por
estos lares; su compañera es alemana (...) El libro los hizo llorar y no dejan de
dar gracias por haberles hecho este regalo.
Ya vez, como la literatura auténtica llega a lo profundo del corazón.
Con esta amiga alemana, que habla perfecto castellano, vamos a inten-
tar traducirlo y darlo a conocer a gente latinoamericana y alemanes interesados
en el tema; si esto se hace, voy a mandarte copia. (...)
Hasta cualquier poema, hasta cualquier vino, hasta cualquier recuerdo.
Un gran abrazo. (PANO NAVASO, Berlín, Alemania, 20/5/87).
Obras Completas 239

23 de setiembre de 1986. Acabo de leer «Los días Insólitos» de un solo


nudo de garganta, y me pongo a escribirte a ver si le da por deshacerse. Es
increíble cómo has convertido la verdad cotidiana en poesía, en este caso una
verdad terrible, que asistida por tu poesía maravillosa, por tu manera de contar
como una ley de seguridad entra en el corazón de un niño, produce ese nudo
de garganta que me dura todavía. Leerlo ha sido como haberme quedado allá,
me has devuelto La Rioja que perdí, y he podido comprender más a fondo lo
terrible del exilio interno.
... Otra cosa que me sucedió con tu libro fue las ganas de volver, como
las que ha traído Mario ahora, esas ganas que uno con los años va tapando
con barniz pero siempre quedan abajo. Pero, como dice tu libro, está el proble-
ma de los hijos que se acostumbraron a Europa.
También quiero volver para hacer lo que no pude cuando fui por el
asunto de la película: estar con los amigos, vagar, cantar, beber. Yo entonces
andaba mal, no era el de siempre, estaba muy aturdido. El viaje me hizo bien y
por fin pude recuperarme después de tantos años.
Y ahora quiero llevar allá el Daniel recuperado, y lo haré en cuanto
pueda, sin periodistas ni películas ni nada. Ir hasta Córdoba, alquilar una renoleta,
nosotros cuatro, y cruzar los llanos como lo hicimos tantas veces.
Eso me reconectará con La Rioja y me curaría de la nostalgia. Y lo haré
en cuanto pueda.
Hace un par de días terminé una novela, la estoy pasando en limpio. Se
desarrolla en Jagüé, aunque no se dice, he preferido que suceda en cualquier
pueblo andino de América Latina. Surgió de una vieja idea del Facundo que
quería escribir, y muy transformada se ha convertido en un libro de 400 pági-
nas. (1)
20 de febrero de 1987. Esta mañana, haciendo limpieza general, apareció
en la habitación de María Inés la carta que te escribí en setiembre. (...)
Dentro de unos días me voy a Cádiz, en cuya universidad dictaré un
curso de tres meses sobre literatura rioplatense. Dedicaré el último mes a la
Argentina que aquí se desconoce, o sea la del interior, y estudiaremos tu obra
entre otras, y escucharemos La Cantata.
Un escritor español de quien publicaste cosas en «Poesía Amiga», creo
que Pere Ginferrer, es ahora académico y famoso. Lo comentábamos los otros
días con Carlos Mamonde. (...) (Daniel Moyano - Madrid).

(1) Se trata de «Tres golpes de timbal».


240 Héctor David Gatica

Sigo impresionado por la lectura de «Los días Insólitos». Sigo sin en-
tender cómo la naturaleza del hombre se puede perturbar hasta esos extremos.
Los nombres que se suceden a lo largo de tu documento poético estuvieron
ligados a mí en jornadas inolvidables.
Pienso en Ariel Ferraro, del cual fui amigo y compañero de episodios
culturales; en Angelelli con el cual pensamos en la fundación de una biblioteca
en la Catedral; en Mario Aciar, en el cual descubrí a un artista plástico formida-
ble; en toda aquella gente cordialísima que recibió a la delegación de la Funda-
ción Argentina para la Poesía, que encabezábamos con Raúl González Tuñón,
allá por el año 1966.
Volviendo a tu libro, necesario, en el que lo poético es avasallado por la
anécdota dolorosa, se advierte de continuo el poeta contenido, el poeta que se
tangencia para dar lugar al testimonio.
Ojalá que nunca más se vuelva a ese terror y que nunca más nos obli-
guemos a decir: «Realmente en este país uno no sabe ya cuántas muertes le
quedan de vida».
Un gran abrazo desde esta tristeza. Tu amigo. (Carlos Alberto Débola-
Buenos Aires)..

Estamos abocados a la difusión de tu libro. Te diré que hasta ahora la


gente que lo ha leído quedó muy entusiasmada, tu libro gusta a rabiar aquí en
esta húmeda Buenos Aires. («Amaru»).

Te envío fotocopia del comentario que salió muy interesante porque


eran tres las personas que hablaron -entre ellas Agustín Tavitián- y él agregó
palabras porque también lo había leído. Se habló casi todo el tiempo que duró
el programa sobre «Los días Insólitos»:
Expresa Héctor David Gatica: «Estos escritos se salvaron bajo tierra en
un lugar de los llanos de cuyo nombre no quiero acordarme».
Los desgarradores episodios que relata el poeta en su último libro «Los
días Insólitos» hace meditar y reflexionar, no sin vergüenza, y hasta arriesgar
una hipótesis: En el lugar donde él lo escondió bajo tierra, un quirquincho hizo
su cueva, no obstante el escrito se salvó de la destrucción. Ningún animal, ni
el más rastrero y depredador sería capaz de cometer contra sus congéneres la
ignominia y crueldad de la que el hombre fue capaz en ese período funesto que
Obras Completas 241

cuenta Gatica. El quirquincho dejó intacto el escrito. ¿Una lección?


Gatica ha cambiado en este libro su poetizar, es demasiado grave su
acusación, se percibe que está escrito en el momento de los acontecimientos y
no regatea a una sola expresión que haya lacerado hondamente su espíritu.
Ha permanecido de pie ante los atropellos atroces, entonces no hay
metáforas en sus poemas, casi no existe el vuelo poético porque el dolor sobre-
pasa los sentidos.
... Gatica pasa lista a sus amigos poetas, artistas. Los menciona sólo por
sus nombres de pila, quizá debió agregar el apellido. Cuando dice Ariel, algu-
nos saben que se refiere a Ariel Ferraro, pero quizá, desde la valentía del libro,
la fuerza de su acusación y la condena hubiese sido importante incluir el nom-
bre completo, tal como lo hicieron en su momento García Lorca, Miguel
Hernández y el mismo Neruda. (...)
... Nada escapa al denunciador libro del poeta riojano Héctor David
Gatica, extracto de noticias, documentos. Un libro duro, real, sin fantasía, seve-
ro, sin cortapisa y muy doloroso».
Espero tus noticias. Afectos de Pedro Capdevila. Siempre tu amiga.
(Lidia Balkenende - Buenos Aires).
242 Héctor David Gatica

CAPITULO 0

Bajo Tierra

Estos escritos se salvaron bajo tierra en un lugar de los llanos


«de cuyo nombre no quiero acordarme».
Parecido al mes de los fogones de San Juan, era el tiempo de
las fogatas de quiénes preferían quemar sus libros antes que su vida.
Mas no todos tenían alma para esto, optando muchos por enterrar-
los, como lo hace un león con su presa.
A medida que los iba escribiendo los escondía, a veces entre
libros o revistas, o en el bolsillo de la funda de mi guitarra. En fin, que
en ningún lugar me parecían estar seguros; tampoco lo estábamos
nosotros. Por eso viaje, tomé una pala y los sepulté a la sombra de un
quebracho.
Para ese verano, como pocas veces, llovió mucho.
Al volver a resucitar los apuntes, me encontré con que un quir-
quincho había hecho una cueva que llegaba hasta los papeles, posibi-
litando la entrada del agua.
A medida que paleaba me golpeaba el corazón. Cuando llegué
a la envoltura -el cuerpo del delito NN- la saqué nervioso y compro-
bé... que se habían salvado (no sé si para bien o para mal), gracias a
la última bolsa de polietileno que los cubría.
Más de una vez pensé si no se merecían hacerlos desaparecer
definitivamente; luego meditaba: La mala memoria no siempre es la
que mejor aconseja. Porque con el pretexto de que eso fue muy feo y
que es menester olvidarlo, venga entonces otro tiempo similar, total,
por feo, trataremos de ocultarlo nuevamente, como esos pecados de
Obras Completas 243

juventud que llevan a negar al hijo natural.


Además no fueron unos días, fue un montón de años de atro-
pello y horror. Fue un tiempo histórico, nuestro tiempo.
A la verdad, ¿hay que ocultarla? ¿Existen más posibilidades de
paz y justicia sin ella?
No ha sido mi intención escribir para publicar. Si lo hice, fue porque
lo vivía y porque sentía la necesidad de expresarlo. Me dolía.
Pensaba además que cada uno debe ser el testimonio de su
época, cualquiera sea el arte de su expresión.

H.D.G.

Bajo la custodia de este quebracho en Llanos de La Rioja, estuvieron


sepultados, como si fuera una tumba NN, los originales de dos libros:
«La Carpeta Vacía» y «Los Días Insólitos».
244 Héctor David Gatica

CAPITULO I

No podemos estarnos
acordando de una sola muerte
* Tucumán, la provincia jardín, vuela despedida por las
dinamitas, jirones de carne humana cubren el país del
azúcar.

* Entre Ríos, la de las cuchillas y el caudaloso Paraná, mata


al Jefe de la Policía Federal.

* Y Córdoba, la docta Córdoba, asesina a nueve universita-


rios.

* Cuarenta personas desaparecieron la semana pasada.

* En este día solamente ya son doce las muertes.

Lo contado no es noticia
los diarios ya no sirven
vienen siempre de atrás
la radio es el medio más ágil
solamente ella tiene la velocidad de las carabinas.
Uno no puede estarse acordando de una sola muerte,
es inútil y ocioso
retroceder a los lejanos cadáveres de ayer
que ya nadie comenta ni recuerda.
Una muerte es borrada por otra muerte
no por la vida
y se da noticias de asesinatos como pasar avisos comerciales:
Obras Completas 245

* L.V. 14 Radio Joaquín V. González en la primicia informati-


va: Asesinaron a un profesor universitario, se asistía de los
golpeas que le dieron al resistirse, los delincuentes pene-
traron en el hospital y lo ultimaron a balazos.

* Radio El Mundo informa: Un joven fue tomado en la puerta


de su casa y a veinte metros bajo un árbol lo ultimaron,
después volvieron, encerraron a la familia en el baño y
prendieron fuego a la casa. Tres paredes quedaron en pie.

* L.V. 10 en la noticia: Dieciséis cadáveres fueron sacados


del lago de Mendoza, se hallaban parados bajo el agua, los
pies en baldes con cemento.
246 Héctor David Gatica

CAPITULO II

De como uno no sabe cuantas


muertes le quedan de vida

La incineración humana en altos hornos


también está al día.
¿Qué horror no lo está?

Mujeres de quince a veinte años


ven clausurados sus senos
violada su risa.

Se mata curas militares policías obreros empresarios


ancianos jóvenes políticos estudiantes gremialistas
madres padres hermanos niños profesionales delincuentes
inocentes
se mata se mata se mata.

Es tarde ya
me voy a dormir y entre sueños
cuando alargue mi mano para apagar el receptor
quizás alcance a oír la última muerte del día.

Realmente
en este país
uno no sabe ya cuántas muertes le quedan de vida.
Obras Completas 247

CAPITULO III

(1976)
La noche en que ese golpe llegue
a mi puerta

Llegó
eso tan común en la América nuestra
llegó el golpe.
Ya no hay poder legislativo ni judicial
cinco partidos fueron proscriptos
quedan en disponibilidad los empleados públicos
deja de tener vigencia el Estatuto del Docente
los programas educativos serán revisados de manera que
respondan a la formación del ser nacional.
Brigadieres almirantes generales coroneles tenientes
comodoros
mayores capitanes sargentos cabos
adquieren en este acto capacidad para gobernar.

Nuestro gobernador ha sido detenido


despojado de todos sus derechos como ciudadano.

El F.M.I. nos ha prestado millones de dólares.


¡Cómo no falta en este mundo generoso
alguien solidario capaz de tendernos una mano...!
248 Héctor David Gatica

No será favorecido ni atacado ningún sector;


se lucha sólo contra la subversión, contra los corruptos
y contra la delincuencia económica.

Los grandes titulares cubren un gran mutismo


es el mismo que ha puesto rejas a la voz de mis amigos
mis amigos que han sido llevados en el sigilo de la noche
visito a sus hijos y mujeres
tampoco saben nada
nada más que los llevaron y se quedaron solas
sin otra explicación que los fusiles.
Ya no se espera el golpe en la puerta
como el dulce anuncio de una mano amiga
se abre a soldados apuntando hacia el miedo
y uno está preparado para ese golpe en la puerta
día y noche
días y noches
listo para abandonar a su familia.
Obras Completas 249

CAPITULO IV

Que trata del orín de la


Ley de Seguridad

No sé, hijo, cómo decírtelo


para que alcances a comprenderlo
una forma de entendimiento
que no te detenga los juguetes.

Recuerdo que a los cinco años


jugaba yo en el campo con huesos de esqueletos vacunos
y eran trenes para mi fantasía
camiones caballos vacas perros
a los cinco años
juntaba cuncunas de las pichanas en el monte
las echaba a un pozo y después las orinaba
y eran peces en un mar de meadas amarillas
sin que nadie intentara castrar aquellos días.

Y hoy ¡oh ironía! debo romper ese mundo de mi hijo.


Podría demorar las palabras
pero no los hechos.

Tu madre fue dejada cesante


un capitán vino a normalizar la Universidad
y le aplico la Ley de Seguridad
250 Héctor David Gatica

todo por su dedicación exclusiva al trabajo y al hogar.


Lágrimas amargas corrieron por su rostro joven y
hermoso.

Me miras en silencio hijo y no me dices nada


mientras la Ley de Seguridad penetra en tu corazón
a los cinco años
el orín de la Ley de Seguridad.
Obras Completas 251

CAPITULO V

Sólo silencios

Cuánto silencio hay en los diarios


páginas y páginas de silencio
la información no informa nada
los que informan ahora son los avisos:

Niñera
se ofrece para trabajar por hora.
De acuerdo a la dirección se trata de una maestra.

Modista
se ofrece para arreglar ropa a domicilio. Otra maestra.

Familia
desea comprar un piano.
Teléfono tanto...

No hace falta agregar nada más.


Ah sí, le cabe algo todavía
lo que dos señoras comentaban esta mañana:
Al fin tendremos sirvientas.
252 Héctor David Gatica

CAPITULO VI

En este país lo único que se


puede editar es el miedo

Un libro de investigación literaria me iba a ser editado. Tras el


golpe, gracias que alcancé a salvar los originales.
Otro libro, éste de poesía, se aprestaban a largar las ediciones
«Burnichón». Las pruebas de galera ya estaban corregidas.

El barba Burnichón
«no lo nombres que se te aparece»
recorredor empedernido de las ciudades argentinas
caminante de sus «burnichetas»
lo mataron lo dinamitaron
lo tiraron a un aljibe le volaron la casa.

En este país
lo único que se puede editar es el miedo
bajo el sello de las ametralladoras.
Obras Completas 253

CAPITULO VII

Los geranios de La Ursula

A Mario Aciar
eximio plástico riojano
que debió irse al exterior con Ursula su mujer en un
pasado golpe
y que volvió dejando un tiempo la pintura
como dejar la vida
para dedicarse a trabajar por la gente de la Quebrada
le allanaron la casa revisándole hasta el hígado
no se salvó ni el diario íntimo de la más pequeña de las hijas
algo así como violar la inocencia del vuelo de un colibrí.

Lo llevaron preso
a él y a una estola que le regaló un sacerdote cuñado suyo.

La luna brillaba luminosa sobre los cerros


sobre la cabeza medio calva de Mario
sobre el coche de la policía
sobre los geranios de La Ursula.
254 Héctor David Gatica

CAPITULO VIII

Tiene derecho a elegir:


¿Cariño o pan?

Están allanando al diario El Independiente


varios de sus periodistas y fotógrafos son detenidos.

También allanan a una mujer desamparada. La Chacha Schaller.


Bramó el camión con gran despliegue de soldados y armas
corriendo y saltando por sobre tapias y techos
poniéndole color verde al miedo.
No estaban más que los dos hijos menores
ella llegó de cuidar otros niños
que no eran suyos
pues había que decidirse entre el cariño o el pan.
La encañonaron
temblaba su débil cuerpo
mientras en los fondos de la casa
otros soldados cavaban buscando... el fantasma de Canterville...
Obras Completas 255

CAPITULO IX

Otro amigo que se va

Estoy despidiendo a otro amigo


Julio Kloster deja a su mujer y a su niño de meses
los llevará cuando se pueda
lo que más me duele es irme como si fuera un delincuente
otro amigo que se va
al final de los días no quedan más que adioses
cárceles allanamientos cesantías
al final de los días
siento que nos quedamos mudos ausentes presos
incomunicados
desocupados
solos
solos
al final de los días.
256 Héctor David Gatica

CAPITULO X

Nos han quitado el presente

Cacho Paoletti, periodista y cuentista.


Recibió felicitaciones del jurado
Vargas Llosa, García Márquez, Rulfo
estaba contento... ¡Vaya!
Eso fue la noche anterior a su detención.

Alberto Viñals a quien en breve abrazaré en un andén


como a los amigos que despedí esta tarde
me cuenta que recibió carta de Cacho
sé que estás sufriendo mucho le dice
pero debes sobreponerte
la vida está sostenida en un par de pilares
lo restante es relleno
seguramente este es uno de esos pilares
nos han quitado el presente
pero no podrán ni el pasado ni el futuro.

Vuelvo a mi casa pensando en la carta


pensando en que hay celdas sin ventanas
y con poetas adentro.

También tengo pensamientos para la mujer de otro preso


nadie quiere darle trabajo
ni como niñera ni como costurera nada
Obras Completas 257

en esta pequeña ciudad


es como haberla tirado a un leprosario
donde se le van cayendo a pedazos las semanas.
«Lo di todo
hasta mi dolor
ahora -me vendo a mí misma-
cómpreme naranjas
señora
quizá vendiéndome
me tenga». -Agostino Neto, Angola-
258 Héctor David Gatica

CAPITULO XI

Sólo hay tiempo pero mucho

«En los campos de la muerte hay mucho tiempo. Sólo hay


tiempo, pero mucho tiempo de sobra para pasar y repasar la pro-
pia vida con meticulosidad de orfebre, capturando las más remo-
tas anécdotas, pequeñeces archivadas en el último huequito de la
memoria; el dibujo de las cejas de Alicia, cierta astilladura del
trampolín de la pileta del Club, los colores mal combinados de un
retrato de Laprida en el Billiken.
La memoria era a veces una catarata y otras veces un lago,
pero siempre acuática. Y cuando los recuerdos cesaban, porque
la mente se negaba a seguir segregando esa parte preciosa, las
últimas imágenes quedaban flotando en medio de la celda como
pompas de colores, ingrávidas y gentiles o como un arco iris que
se exalta más que nunca un momento antes de apagarse. Time is
money». Cacho
Obras Completas 259

CAPITULO XII

Los llevaron a todos

Carlos Mamonde llegó a mi casa


pensé que a leerme su último poema
vamos me dijo a visitarlo a Ariel Ferraro que le han llevado la mujer.
En casa de él encontramos a otro poeta, Eloy López.
Al día siguiente voy por la casa de Eloy López
también ya lo han detenido
según le dijeron los soldados a su esposa
porque es más peligroso tener ideas que poner bombas.
Paso a contárselo a Daniel Moyano ¡eh! que macana!
le dices a Ariel que mañana mismo iré a visitarlo.
No puede cumplir con su promesa el novelista.
Enterado hablo a casa de Carlos para contarle que a Daniel
lo han llevado esta mañana
mas tampoco está Carlos
me contestan lo vinieron a buscar hace media hora.
260 Héctor David Gatica

CAPITULO XIII

Celda 22 no caben los amigos

Esta noche me llego hasta la casa de Toto Guzmán


luego de hacerme ver sus últimas pinturas
me muestra una carta de Carlos Mamonde
en ella le dice que
«no puedo contar cosas nuevas
porque aquí uno queda como desnudo de experiencias».
Al final de la carta hay un poema:
«De norte a sur dos metros
no caben mis amigos en sitio tan pequeño
debajo de las camas la voz muere de frío».

Carlos Hugo, Celda 22


Obras Completas 261

CAPITULO XIV

Sólo salgo de visita

Estaba rompiendo papeles cuando lo vi


se lo hace casi sin mirar me dijo
porque si no duele mucho
me recuerda a Fernández Moreno
«media vida me pasé juntando papeles
y la otra mitad rompiéndolos».

Lo sigo visitando casi diariamente


de su huerta arranca y me da unas plantas
cada vez que las riegue lo recordaré.

Plomero albañil carpintero


músico poeta periodista cuentista novelista.

Completa dos grandes baúles y otros cajones


donde va embalando su laboratorio fotográfico
cañas de pescar soldador
- Puedo ganarme la vida haciendo notas
escribiendo ensayos enseñando música
trabajando como fotógrafo o plomero
- ¿Por qué me miras así, Irma?
¡Qué poca confianza que me tienes, mujer!
habla y sigue embalando
libros ropas ropas libros
embalando veinte años de haber vivido en La Rioja.
262 Héctor David Gatica

Lo que más cuesta es salir


después desde el barco el mar nos abrirá otro horizonte.

Artistas de variedades La lombriz Una luz muy lejana


El fuego interrumpido El oscuro El trino del diablo
El estuche del cocodrilo.

De tarde pasé por su casa


me llamó la atención ver tantos bultos descargados
entré sin llamar
era la casa de un amigo
rostros desconocidos me frenaron.

Lo fui a encontrar en lo del poeta Paredes


como te va poeta subdesarrollado de los llanos
me dijo y agregó
perdoname estoy en pedo.
Y en inglés alemán francés castellano italiano (idiomas que dominaba)
hace suyos estos versos tan simples como desgarrantes para la
ocasión
«no me pregunten donde voy
solo salgo de visita».

Ya en la terminal nos juntamos unos pocos amigos


no quería que lo despidieran
- Comprendo tu dolor Daniel Moyano
mas no he podido no verte partir
antes era tan fácil
con caminar unas pocas cuadras bastaba
ahora habría que tragarse el Océano Atlántico y algo más.
Obras Completas 263

- Me despedí de Ariel Ferraro


él me trajo a La Rioja hace veinte años
le dejé un abrazo a la Nena Lanzillotto
con ella compartí la cárcel.
Este pedacito de montaña que se ve desde aquí
y aquella luna
alcanzaba a ver en puntas de pie
por una hendija de la celda.

Todos sufrimos a la hora del adiós


al verla lagrimear a Irma
llorar a su hijo Ricardito
despedirse contenta a la pequeña María Inés
ciñéndonos el cuello con sus bracitos
abrazarse fuertemente a nosotros y sollozar a Daniel.
Subió al colectivo
llevaba el violín enfundado.

Desde la ventanilla nos gritó:


El tiempo no es más que algo chiquito así
la distancia también
Madrid está apenas a doce horas de la Argentina
y a dos mil dólares... Esos sí son muchos.

Sonreímos.

No
no le pregunten a Daniel Moyano
no le pregunten al gran novelista adónde va
solo sale de visita
... y para siempre.
264 Héctor David Gatica

CAPITULO XV

El olor a la vida

Cuántas cosas hermosas solías decirme hijo


entonces tenías tres años
- ¿Papá que ve en mis ojos?
- No entiendo hijo.
- Los padres se ven en los ojos de sus hijos.
Cómo caen las hojas sobre nosotros este otoño papá
parece un carnaval de hojas.
¿Por qué la gente que camina tiene que morir?

No he sabido sobreponerme a los reveses


seguir atento a tus conversaciones.
Lo que ahora te digo no lo entenderás
mañana sí siempre que hayas logrado crecer
mantener un testimonio tiene su precio
y debemos pagarlo
hay herencias y herencias hijo
algunas de grandes fortunas
y otras de caminos solamente
donde ha ido quedando el olor a la vida.
Obras Completas 265

CAPITULO XVI

La Universidad de la calle

En la universidad
vi truncárseme la carrera de ciencias de la educación
más se me abrió la de la calle
ella me enseñó
¡cómo me enseñó!.

CAPITULO XVII

Cosas para la venta

Estas cosas están para la venta


son de un periodista que debe abandonar el país- (1)
una bicicleta de mujer
una estufa a querosene
una cama matrimonial
un canasto para ropa
una mesa
dos sillas de madera
algunos libros.

1- Mario Zótola
266 Héctor David Gatica

CAPITULO XVIII

A estas horas

A estas horas posiblemente


Daniel Moyano va pasando por el Estrecho de Gibraltar.

Mario Aciar también habría estado contemplando


la primavera de Las Baleares
si una celda no le prohibiera la luz.

A estas horas
conducen a México el cadáver de Juan José Torres
presidente derrocado en el golpe de Vancer;
fue asesinado en la Argentina.

A estas horas
un amigo Juan Alberto Viñals
me dice que venderá su casa sus cosas todo
para irse también:
«hoy me dispongo a zarpar una vez más
y como tantas veces,
miro mi entorno,
procuro reconocer mi costa,
inventarío mis pocas pertenencias:
tengo mujer,
tres hijos
y unos pocos poemas. También unos amigos a quiénes
no anuncié mi partida
de modo que no aguardarán por mi regreso».

Juan Alberto Viñals


Obras Completas 267

CAPITULO XIX

Por algo ha de ser

Allanamientos detenciones rastrillajes secuestros


el corazón da un salto cuando suena el timbre
cuando golpean la puerta
tras ese golpe la visita que se espera
no es una visita querida
tras ese golpe se presume la separación
un uniforme un arma muchos uniformes muchas armas
la cárcel la incomunicación la tortura
la enfermedad la muerte
día y noche pesa este temor
este miedo que se lo va construyendo minuto a minuto
calle a calle casa a casa habitación a habitación
y todos andamos con la angustia en la boca y en el pecho
en la mirada y en las manos
quemamos libros o los enterramos cuando
se acerca cada nuevo rastrillaje
por adivinanza
qué puede o que no puede ser subversivo
se esquiva a los parientes de los presos
o a los que fueron cesanteados
por algo ha de ser se dice
entre nosotros nos damos la mano para destruirnos
es garantía personal pertenecer a los medios de
información
y hay sumo cuidado en no hablar mal
de lo que no se puede hablar bien.
268 Héctor David Gatica

CAPITULO XX

El día del escritor entre cerrojos

Como nunca el diario dedica una página entera


a la recordación de un poeta
lástima que el homenaje no sea a su creación
sino a su apellido
tras este homenaje
se esconde un nuevo gran silencio
un silencio de una página entera.

Hoy debía hablar sobre poesía


y en homenaje al día del escritor
el profesor Carlos Alberto Lanzillotto
pero el poeta de «Silencio con niños»
ya está entre rejas
entre los silencios por supuesto.

Voy a rendir mi propio homenaje entonces


y lo hago ante el gran ausente
el escritor argentino
mencionando tres autores riojanos
Ricardo Mercado Luna Arturo Ortíz Sosa Carlos Alberto
Lanzillotto
que en esta semana fueron encarcelados.

El día del escritor está entre cerrojos


detenido e incomunicado.
Obras Completas 269

CAPITULO XXI

Una madre que no aguantó

Esta madre no resistió. Adiós doña Brígida de Lanzillotto.


Desfiló mucha gente por el velatorio
haciendo frente al miedo de ser delatado
le dieron permiso al hijo para que la despidiera
a él iban primeramente los abrazos y las lágrimas
allí estaban también las esposas de los escritores
y de los pintores
con solo verlas
hacía crecer en uno la tristeza y la soledad de sus
corazones.

CAPITULO XXII

Un padre que no aguantó

Un padre ha caído en la calle


no pudo aguantarse el peso de la ausencia del hijo
pasaba frente al sanatorio cuando lo vi
tendido en el piso de una camioneta.

Ya no caminará la ciudad don José De Leonardi


de sombrero
270 Héctor David Gatica

con sus publicaciones bajo el saco


y repartiendo los poemas de su hijo
«algunos
aquí dentro
los más en la extensa geografía.
Este camastro, esta mesa y
las cartas que hoy escribo
toman el aire
y lo respiran
afuera se respira.
El aire espeso buscará abrirse camino
y lo encontrará en las calles.
No pasará mucho tiempo.

-Algún lugar de La Rioja- Kelo.

CAPITULO XXIII

Una ciudad desconocida

Voy por las veredas y siento


como si caminara por una ciudad desconocida
despojada de todos mis amigos
ando como si fuera un fantasma
que deambula solo sostenido por los antiguos sitios
desalojados. Vacíos.
Obras Completas 271

CAPITULO XXIV

Los sepultaron en el silencio


de diarios y radios

Provincia de San Nicolás y el Niño Alcalde


que en agosto se vuelca a «Las Padercitas»
rindiendo tributo al violín de San Francisco
y que en enero asiste religiosa al Tinkunaco con
sus alféreces y allis
casi a cincuenta grados
«Año Nuevo pacari
Niño Jesús Canchari
Inti tapa llallerchi»
provincia la de las siestas densas y desiertas
de estarse en las veredas de la noche
esperando que el calor afloje
con un pueblo poeta y artesano
que moldea la greda canta villancicos
huele el perfume de los azahares
y viste sus pesebres
provincia chayera
que le cuelga su alegría al pujllay
hospitalaria y devota de los buenos vinos
de la aloja y el patay
hoy acaba de asistir, muda,
al asesinato de dos sacerdotes: Gabriel
Longueville y Carlos de Dios Murias
Los secuestraron en Chamical
los torturaron y mataron en Chañar
y los sepultaron en el silencio de los diarios y las radios.
272 Héctor David Gatica

CAPITULO XXV

Pregunte en la morgue

Han sido secuestrados tres hombres jóvenes.


La esposa de uno de ellos
recorre diariamente la policía la cárcel el batallón
mendigando una noticia
por ahí han de estar corriendo la misma suerte que los curas de
Chamical
le contesta el de la provincial
y a mí qué me viene a preguntar
le recrimina el segundo del batallón
vaya pregunte en la morgue.
Ella se retira llorando
dentro suyo una criatura a punto de nacer
le patea el llanto.
Obras Completas 273

CAPITULO XXVI

Se llevan a la luna

Siempre venía a mi casa o iba yo a la suya


hicimos un techo de cañas
cada vez que miro ese techo vuelvo a su nombre.
Distintas lecturas eran motivo de conversaciones
intercambiábamos libros
últimamente le había prestado El Viejo y el Mar
una antología de antigua poesía china y Pedro Páramo.
El me prestó Treinta cuentos americanos.
Recuerdo que hablábamos del cine de Prelorán:

«Tengo un hermano que se llama Dionisio Caltruz. Traba-


ja con lo poco que tiene: tiene una yuntita de buey, un cariño,
una puntita de oveja... Y así va.. Y también siembra... algunas
veces se le va bien, pero siempre anda haciendo el empeño, el
trabajito. Hasta acá con eso va luchando y no pasa tanta mise-
ria... ya tiene algo que comer. Y después que el hombre tampoco
se ha dejado dormir. La familia Calfinahul pasa muy triste, pa-
san por completamente mal, por la pobreza que hay.
Muy, muy triste esa gente. Me da pena. Damasio Caltruz le
da pena porque no está bien. Esa situación nosotros acá. Y no
podemos adelantar y no vamos a adelantar tampoco porque es-
tamos en el plan de la cordillera. ¿Vivimos sabe por qué? Porque
somos raza, porque somos todos de esta tierra. Gracias a Dios,
por eso salvamos la vida».
274 Héctor David Gatica

Mi amigo era un investigador


lo dejaron cesante en el Instituto de Antropología
se ocupó en una tienda.
llegó a invitarme hace dos noches
a compartir un sancochado hecho por él
y que llevase la guitarra
comimos pues el guiso y bebimos algo de vino
era el vino de la amistad y al mismo tiempo de la
despedida.
Cuando la luna comenzaba a levantarse
la observamos un momento, enorme, llena.
Luego nos despedimos.
Media hora después
entraban tres desconocidos con las armas desenfundadas
y se lo llevaban
a él y a la luna de esa noche.
Obras Completas 275

CAPITULO XXVII

Desnucado está Dios


(Cantata Riojana)

Dirán que andas por un camino equivocado


si andas por tu camino.
Antonio Porchia

A pocos kilómetros de Punta de los Llanos quedó


sobre la tarde
con los brazos en cruz
de cara al cielo.
Comenzaron a llegar desde los barrios a La Catedral
así como estaban cuando los sorprendió la terrible noticia.
Por las puertas laterales
ellos intentaron entrar portando carabinas.
Doña Angelita los atajó desenfundando sus setenta años
-¡Nadie va a venir a sacarme de la casa de mi padre!
-les gritó- y se sentó
los demás hicimos lo mismo
atajaron entonces la puerta de calle
por eso la gente que llegó después fue ganando la plaza.

Lo trajeron a la morgue y no lo entregaron hasta la madrugada


una duda atroz flotaba en la noche de oración y horror.
Dos días desfiló La Rioja ante sus féretro.
276 Héctor David Gatica

En el atrio estaban
el cardenal primado de la Argentina
ocho obispos
ochenta sacerdotes y otras tantas religiosas.
Y en la calle y en la plaza
un pueblo acongojado.

La policía abrió camino a empujones entre los fieles


para que pasaran sin ser molestados
el señor Gobernador Interventor
el Jefe del Batallón
el Jefe del CELPA
las esposas de los jefes. Las autoridades en fin.
Ahí nos apretujamos para que pasaran ellos.

Habla el Obispo de La Rioja


Habla Monseñor Angelelli:
- Que no me vengan a ver estos que hoy mandan
portadores de armas y de poder
dejen que los sin voz vengan a mí
quiero seguir estando entre los pobres
como lo hice en vida
yo Enrique Angelelli
el Pelado
obispo y además difunto suyos.
Que vengan todos esos que ustedes dejaron sin trabajo
o que llevaron a las cárceles.

La Rioja no esconde lágrimas.


Habla un sacerdote:
Obras Completas 277

«Su corazón abierto abrazó a todos; pero tuvo debilidad


por los pobres, por aquellos que no le podían dar dinero ni
poder ni armas, nada».
Habla Monseñor Zaspe:
«Las mismas voces interesadas que lo calumniaron a
Cristo, también lo tocaron a Angelelli».

Nuestro pastor va a ser retirado a su panteón.


Angelelli va a ser depositado
en la basílica menor del corazón de los pobres.

El gentío llora y lo saluda levantando pañuelos


desconsoladamente lloramos
no hay miedo que detenga ni oculte estas lágrimas
en especial las de los más humildes
los que ya no tienen nada que perder.

Y si tienes algo todavía, no has perdido todo; te falta


perder algo todavía.
Antonio Porchia
278 Héctor David Gatica

CAPITULO XXVII

No me reclame niño si me demoro

De la provincial a la federal.
De la federal a la cárcel.
De la cárcel al batallón.
Del batallón a la cárcel a la federal...
El día del niño hizo un alto la mujer del preso
salió a un costado del camino
y dio una criatura al amanecer
le puso Soledad Díaz.

No puedo menos que recordar dos de las canciones que cantó su


padre la última noche que estuvimos juntos:

«No me reclame niño si me demoro


la peleo a la vida por usted tesoro».

Y se demoró no más:

«Dónde está mi corazón


que se fue tras la esperanza.
Tengo miedo que la noche
me deje también sin alma».

Y lo dejó sin alma la despiadada noche.


Obras Completas 279

CAPITULO XXIX

No tengo con quien compartir mi vino

No abras esa botella de Cepas Riojanas


me dice mi esposa
guárdala para cuando vengan a visitarte tus amigos
mis amigos están presos o en el exilio
y los pocos que me quedan los visito en su casa
nadie viene ya a vernos
déjame abrir estas cepas
las beberé sin ellos
no espero a nadie
no tengo con quien compartir mi vino
lo beberé callado y solo
a este vino que según el salmista
alegra el corazón del hombre.
280 Héctor David Gatica

CAPITULO XXX

Ahí no llega la voz por el teléfono

Casi nunca sucede


está nevando
voy a comunicárselo a algún amigo que aún no lo sepa
recién comienza
a algún amigo
¿pero a quien?
Allá no llega la voz por el teléfono
ni ellos podrán salir a mirar la belleza de la nieve.

Nevó toda la noche y sigue nevando


la mañana presenta casas y árboles y cerros distintos
techos blancos ramajes blancos calles blancas.
Leo La Cabaña del Tío Tom
y la nieve se me va para adentro ahora
con el dolor de la esclavitud de los negros.

Es lunes y sigue nevando


ya van tres días.
Cuánto hielo debe de haber penetrado en las cárceles
Ajenos a este espectáculo blanco
a ellos sólo les llega el frío descarnado
de la leve
nieve.
Obras Completas 281

CAPITULO XXXI

De todo eso y de nada más

Hoy llega el Presidente de la República


las veredas de la municipalidad se estorban de niños
el director que no haya traído a sus maestros
lo recordará en su legajo.
Son tan pocos los momentos históricos en esta villa...

En la Escuela Normal y el Colegio Nacional


han quedado cesantes diecinueve profesores
algunos con veintiocho años de servicio.

Todo el país docente se prepara para festejar su día


habrá poesías dichas por los niños
palabras dulces para la segunda mamá.

El Ministro de Cultura habla desde Corrientes


las nuevas pautas
las ideologías extrañas que se han infiltrado en las universidades
en la enseñanza secundaria
y hasta en la escuela primaria
se han desvirtuado los valores morales
el ser nacional
de todo eso habla el señor Ministro.
De todo eso y de nada más.
282 Héctor David Gatica

CAPITULO XXXII

El encuentro de las
Democracias en Bolivia
Un ómnibus atropelló y derribó el olivo donde
impartía sus enseñanzas Sócrates.
Mundo Insólito, Portales - Chile

Nosotros tenemos un olivo cuatricentenario, en Arauco.

En España se cumple la primera huelga


obrera en cuarenta años.
UPI, Madrid.

Se da trascendental importancia al encuentro


de los Generales Videla- Váncer ¡Viva la Democracia!.
Bolivia

Mientras tanto continua en el país la alta cuota


diaria de muertes y de subversión.

subversión económica subversión ideológica subversión educativa


subversión política subversión religiosa subversión cultural
subversión moral subversión subversión

Nuevas cesantías nuevos allanamientos nuevos rastrillajes


nuevos informantes.
Obras Completas 283

Esta ciudad de amigos de parientes de vecinos


se ha convertido en una ciudad de desconocidos
verde
uniformadamente verde

Verde que te quiero


verde.

García Lorca
284 Héctor David Gatica

CAPITULO XXXIII

Pájaros en libertad
Un hombre vendía pájaros en la calle
le obligaron ponerlos en libertad
qué hermoso gesto de amor a la libertad.

De vez en cuando llegan noticias de la cárcel de Sierra Chica


en cambio de los que están presos acá no se sabe nada.

Los pájaros liberados andarán sembrando en el aire


cantos y colores.

El historiador riojano tiene número ya en Sierra Chica


le corresponde el 933
así que ya no hará falta identificarlo con un nombre tan largo
como Dr. Ricardo Mercado Luna, autor del libro «Los Coroneles
de Mitre», libro que le costó la carcel,
desde hoy bastará con llamarlo el Novecientos Treinta y Tres.

¡Miren allá!
Ahí van los pájaros
tirándole cantos y colores a la libertad!

Dibujo de Luis Blanchard


Obras Completas 285

CAPITULO XXXIV

Los almuerzos nuestros de cada día


Los almuerzos están de moda:
El lunes los tres Comandantes;
de lunes a viernes almorzando con Mirtha Legrand;
los sábados almorzando con el Jefe del Batallón.

«Prosiguiendo con los almuerzos que las autorida-


des militares de la provincia vienen realizando con
distintos sectores de la comunidad riojana en el Ca-
sino de Oficiales, hoy asisten los arquitectos. Ya han
estado los odontólogos y de tribunales».

Qué interesante este acercamiento con nuestra comunidad.


En una de esas el próximo sábado le toca a un barrio, al de San
Vicente por ejemplo, ahí debe de haber gente que no almuerza, que
no le vendría mal sentarse en el Casino de Oficiales, comer, tomarse
unos vinos y conversar en vivo y en directo, porque éste, Héctor
Pérez Bataglia, es un Coronel que ama mucho a los riojanos, posible-
mente más que los coroneles de Mitre que mataron con tanto cariño
a los montoneros del Chacho.
286 Héctor David Gatica

CAPITULO XXXV

El hombre que olvidó las estrellas

Angel María Vargas, el hombre que olvidó las estrellas, ha muerto.

-Una voz. Nada más. Conténtate con eso


pues sólo ella es lo que perdura,
ella la que aleja el cementerio
y hace crecer tu estatura, eternizar tus días,
la voz que corre por el mundo sin años
y sin leguas y sin nada que sujete el tobillo
pero antes hay que ser carne y dolor
y esperar».
-A. M. V.-
Obras Completas 287

CAPITULO XXXVI

Ese rezo que por las noches

Tu tío Paco escribe cartas muy tristes.


La alegría jamás entró a una cárcel.

Me decía el plástico Pavón Villarreal mientras mirábamos


un grabado suyo
un chico de mi clase lloraba sin consuelo
deseaba ver a su progenitor
se lo llamamos
¿sabe qué pasa profesor?
a un compañerito suyo le han llevado su padre
y ahora él teme por mí.

Conversando con la esposa de otro amigo me comentaba


no sé que actitud tomar ante mis hijos
el mayorcito ya comienza a demostrar rebeldía
yo le pido que perdone como le recomienda papá
y en cuanto a las nenas
una me ha dicho que si hasta pasado mañana él
no regresa de ese viaje tan largo
se mata.
Lo que más me duele es ese rezo por las noches
ese murmullo bajo y monótono
pidiendo por la vuelta del padre.
288 Héctor David Gatica

CAPITULO XXXVII

La bomba me desmoronó el alma

Hoy al mirar la casa de mi amigo después de la bomba sentí


que se me desmoronaba el alma.

« -Soy yo, don Pedro -dijo Damiana- ¿No quiere que le traiga
el almuerzo?
Pedro Páramo respondió:
-Voy para allá. Ya voy.
Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de
caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por
dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco
contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un mon-
tón de piedras».
Juan Rulfo
Obras Completas 289

CAPITULO XXXVIII

Me están por matar y


no tengo a quien contárselo
El contralmirante, Ministro de Relaciones Exteriores, sos-
tuvo que la subversión y el terrorismo de derecha no son tales, ya
que el cuerpo social del país está contaminado con una enferme-
dad que corroe sus entrañas, y que forma anticuerpos, los que no
pueden ser considerados de la misma manera que se considera el
microbio.
-Bs. As., 3, NA.-

Mi compadre Toto Torres


a quien el cáncer le llevó a su esposa este año
una santa mujer que le pidió
no te aferres a mí porque yo tengo que partir
rehacé tu vida y enseñá a los niños que sean generosos
y llamá a mi madre para avisarle que voy a morir
ya veo que ustedes no se animan
quiero además dar las últimas instrucciones
a los de Cáritas San Francisco.

Vino a visitarme mi compadre


a mostrarme un ultimátum por escrito
se lo ha hecho llegar un tal «Comando Libertadores de América»
le dan plazo hasta el veinte para que abandone el país.
-¿Y qué piensas hacer compadre?
-¿Adónde ir con los niños y con mis diabetes a cuesta?
Enfrentaré lo que sea, aquí, en La Rioja.
290 Héctor David Gatica

¿A quien quejarme? ¿A quien pedir vigilancia? ¿A qué justicia?


¿A qué amigo confiarle estas cosas?
Estamos solos compadre
basta caminar por las calles para darnos cuenta
basta querer comunicarnos con alguien
basta sentir la necesidad de decirle a alguien
me están por matar
y no tener a quién contárselo.
Obras Completas 291

CAPITULO XXXIX

Agradezca que le
devolvemos el cadáver
Alrededor de setenta prisioneros fueron llevados en un avión
militar. La mayoría de los familiares se enteraron recién al día siguien-
te. Desfilando ante el Batallón, averiguaban si su marido o su hijo
figuraba en la lista de los presos trasladados.
Hacia más de un mes que se hallaban incomunicados, desde
aquel día de la muerte del soldado. Agradezca don que le devolve-
mos el cadáver.
En dos ómnibus fuertemente custodiados y tapadas las venta-
nillas, los condujeron hasta el aeropuerto. Luego en un avión de car-
ga, tendidos y engrillados, fueron trasladados sin comunicárseles el
destino.
Les entregan distintas pertenencias: ropa, reloj, anillo, libreta
de enrolamiento.
Ni una palabra los diarios. Ni una palabra la radio. En cuanto
supieron el destino, algunos viajaron. El director de la nueva cárcel
les hizo saber que la primera medida fue curar la espalda de los reclusos.
Leyéndome una carta no de coma a coma si no de sollozo a
sollozo, donde él se despide de la familia deseándoles a los hijos
hombría de bien, ella pone las manos sobre las letras como acaricián-
dolas y dice, yo hubiera preferido que lo mataran de un solo tiro y no
que me lo vayan matando así, de poco a poco.
292 Héctor David Gatica

CAPITULO XL

El derecho a estar bien informado

47,5º marcó el termómetro a la sombra hoy en La Rioja. 12.12.


El derecho de estar bien informado señaló el Comandante en Jefe.
14. NA.
Atentado terrorista contra la Subsecretaría de Planeamiento del Mi-
nisterio de Educación. Catorce víctimas. 15. NA.
Esta madrugada una bomba ha profanado y destruido la cruz levanta-
da en el lugar donde fueron asesinados los sacerdotes Gabriel
Longueville y Carlos de Dios Murías. «El Independiente, 16.12.
Anunció Bardi: Se creará un cuerpo de vigilancia juvenil. 18. NA.
El Segundo Cuerpo informa que siete extremistas fueron abatidos en
Rosario. 19. NA.
Colegio San Miguel. Confirman la detención de cuatro sacerdotes.
20. NA.
Medallas al honor militar y al reconocimiento serán entregadas. Bs.
As. NA.
A continuación un cuadro de remuneraciones proporcionado por el
Ministerio e Economía de la Nación:
Categoría Noviembre Enero Aumento
Remuneración Remuneración %
1 $ 12.400 $ 15.197 22,6
14 $ 62.240 $ 168.000 92,6
Obras Completas 293

CAPITULO XLI

Sierra Chica en el Siglo II al III

Lo insólito
ver desfilar hombres y mujeres hacia la cárcel.

No fue por mucho tiempo


pronto volvió la incomunicación y así no más quedó.

Después sucedió lo de Sierra Chica


la gente entonces empezó a viajar.
Algunas mujeres se fueron a vivir cerca de sus maridos.

-¿Por qué los hombres han de venir a morir?


Por qué contra su voluntad han de levantar la Gran Muralla?

En las fronteras los fuertes son muchos y los hombres pocos


en las familias quedaron muchas viudas.

Escribo a mi mujer una carta,


le digo que se case, que no me espere en vano.
Que quiera mucho a sus nuevos padres,
pero, de cuando en cuando, piense en mí, su primer marido.

Su respuesta me llegó en las tierras fronterizas:


Lo que me dices ahora es indigno de ti.
Aunque los tormentos y las penas me martiricen
¿cómo puedo refugiarme en el hogar de otro?
294 Héctor David Gatica

¿Es que solo tú has visto bajo la Gran Muralla


amontonarse los esqueletos de los muertos?
Anudaré mis cabellos y escondiéndome, iré a servirte,
tan angustiada y triste está mi alma.

¡Oh, ya sé que la tierra de la frontera es cruel!


pero ¿cómo podría pensar únicamente en mí?

Tchen Lin, Siglo II al III

«Aprieto contra mí mis pobres niños Hunos/ bañándoles


las ropas con mis lágrimas. / Debíamos para siempre permanecer
unidos/ y he aquí que nos separamos para siempre.

Ts´al Yen, II al III.


Obras Completas 295

CAPITULO XLII

La serenata y la chaya

Hay que agregar dos muertes


muertes naturales éstas
muertes colectivas
pues en ellas muere un poco todo un pueblo.

Decir que don Julio Florencio Chazarreta se ha ido


es decir que el trovero
no llevará más su serenata a los balcones amanecidos
«la del coche, la guitarra y el malvón».
Mantuvo su audición más de veinte años
que ya nadie podrá reeditar.

Avisar que don José Jesús Oyola


no vive más en Challa Huasi
es anunciar la partida del más grande chayero.
Debió irse para que su canto al son de huancara
permanezca para siempre en el valle del Yacampis.

«Las coplitas que yo canto / no son de casualidá


me las enseñan mi tierra/ yo soy mensaje nomás».
296 Héctor David Gatica

CAPITULO XLIII

Mary, vuelve que te


extrañan las higueras
«Sepultadme en la taberna bajo la mirada cariñosa
de las botellas».
Omar Khaiame.

Dos abogados más dos periodistas dos maestras un arquitecto.


Sepúltennos en la celda
bajo la mirada cariñosa de los guardias.

Vuelve, Mary Gnovato


tu marido y tus hijas te lloran
cuando la tarde les devuelve la pena de no tenerte.
Te extrañan las higueras.
Obras Completas 297

CAPITULO XLIV

Chichí, te aguardan los manzanos

Nos encontramos por la mañana con Chichí Zamora


y me contó que sentía una gran angustia.

Pocas horas después te llevaron


a vos y a todo el amor que le diste a tu gente.
Te aguardan tu esposo y tus hijos.
Tu madre, no. Se durmió.
En tu pueblo, en Campanas
te esperan los manzanos y los ciruelos.

«Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra


para ver como crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos
también».

-Walt Whitman-
298 Héctor David Gatica

CAPITULO XLV

El regreso de tu nombre

Como se necesitan el crepúsculo y alguien que lo contemple


Dios y alguien a quien amar
la planta y un ave que se pose y le cante
así nos necesitamos los amigos.
Bien lo sabes
o lo sabías
cuando cantábamos canciones de la tierra
acompañándonos de un tiempo oloroso de azahares
todo esto antes de aquella luna.
A veces vuelvo a todas las guitarras
pero solo
y canto
pero solo
sin tu canto
con tu ausencia.
Desde la noche en que vinieron a llevarte
tu mujer sigue alimentándose de imposibles regresos
y la inocente criatura
para quien dejaste el ser todavía en el vientre de su madre
ya aprendió a caminar
habla también
pero no te nombra.
Mas aquel con quien hiciste la enramada de cañas
que te vio llorar cuando tuviste que matar de tres tiros
a tu perro el Clodomiro
Obras Completas 299

que te acompañó y se alegró cuando te casaste


que te visitó y se apenó cuando te echaron del trabajo
y que rozó el silbido de la noche
cuando ya los tigres arañaban tu pelo ensortijado
ése
aquí deja tu nombre:
Roberto Díaz.
300 Héctor David Gatica

CAPITULO XLVI

Aquel cristo negro que


ayer sacaron de tu celda

Conversábamos contigo Toto Guzmán de tu reciente prisión


cuando una de tus hijas te avisó que te buscaban.
Yo me quedé mirando tu café sin probar.
Volviste y alzando los cigarros y la campera
agachándote me susurraste no te muevas
han venido a llevarme.

Tu mujer trata de convencer a las criaturas que volverás


salen a jugar
y recién entonces ella iza las banderas del llanto.
Yo sigo mirando tu café
negro, amargo
y enfriándose como algo que acaba de morir.

Supe que los primeros días estuviste muy mal


que te declaraban con los ojos vendados
las palabras atadas
y la ametralladora contra los pinceles.
Cuando te devolvieron las manos
con diarios dentífrico fósforos fideos
y pedazos de tu imaginación engrillada
comenzaste a despertar criaturas
como ese cristo negro de papel higiénico quemado
que ayer sacaron de tu celda.
Obras Completas 301

Tus hijas se acuestan cada noche sobre el miedo


tu mujer inventa cartas todos los días.
La anciana madre en cambio reza y calla.
Rodeados de estos cuadros que vos pintaste defensores de
tu olvido
qué larga se hace esta ausencia.

Vuelve aunque más no sea por este café


amargo y solo
que hace cinco años cuido.
302 Héctor David Gatica

CAPITULO XLVII

Conversando con tu amigo David (1)

Estuve conversando con tu amigo


él siempre nos visita y se interesa por tu salud
le comenté lo que hablamos en Sierra Chica
cuando me decías que
ya habrá encontrado David otro amigo a quien leerle sus poemas
todos al fin
se irán acostumbrando a vivir sin mí
y un día nadie me necesitará.
Cuán equivocado está Ricardo Mercado Luna me contestó David
Gatica
desde que él se fue
ni diarios ni revistas ni emisoras radiales
saben si vivo o muero
alguien visitaba de tarde en tarde
la oculta tierra que yo siembro
era Ricardo
pero a él se lo llevaron
esto me cuenta tu amigo
le pusieron cerrojos a nuestro diálogo
ahí donde sólo la amistad podía llegar
nosotros nos acercábamos al lado del poema
nos quedábamos con él
y Ricardo le prestaba su calidez humana.
Y sigue hablando David
Los amigos no nacen ni crecen solos y sin cuidados
Obras Completas 303

como las flores del Velasco


necesitan de ese tiempo compartido que nosotros le dábamos
tampoco se reemplazan como una pieza rota
la ausencia de un amigo es ausencia para siempre
mientras él no regrese.
Comprendo que en la celda Ricardo se debe sentir solo
y triste y abandonado
tampoco yo me siento acompañado agrega
cuando camino por las calles de mi alma
por donde deambulan las sombras de lejanos amigos
que habitan el exilio
pero nuestras soledades en algún lugar se juntan
y dialogan y se abrazan.
Qué equivocado está Ricardo vuelve a repetirme
la voz del corazón de un amigo siempre sigue sonando
es como el sol después de cada noche
es como el viento en los llanos antes de cada primavera
es... bueno como es Ricardo
ni después de la noche ni antes de la primavera
si no siempre
andando por los faldeos de la libertad
o quieto tras una puerta con candado.
Yo espero su regreso termina diciéndome tu amigo esperanzado
él volverá y entonces
nos sentaremos a compartir el poema de su llegada
algún vino también
y a convencernos mutuamente
de que nos necesitamos como nunca.

1- Como a la cárcel no podían llegar cartas de amigos, inventé ésta


para que su esposa la escribiera como de ella y con letra suya.
304 Héctor David Gatica

CAPITULO XLVIII

Los esperó ocho años

Don Humberto Pereyra


Tenía el corazón siempre en las manos
y lo ofrecía a todo el mundo.
Lo vivía repartiendo.

Fue maestro rural mientras permaneció en Corral de Isaac


y cuando se vino a la ciudad
embajador del cariño.

Su hijo Ariel Ferraro debió irse del país con toda su familia.
Ocho años estuvo esperando el regreso
que no es poco tiempo ya para un octogenario.
Prolongó su vida nada más que para verlos antes de morir.

Al fin llegó el nieto, el Arielito


se fue siendo un niño
volvió hecho un hombre.
Cuando el nieto regresó
hacía una semana que había muerto el abuelo.

Los esperó ocho años.


Obras Completas 305

CAPITULO XLIX

Ariel recibe el mensaje de su padre


de no dejar los huesos en Europa
¡Cómo los llora La Rioja!

Julio Florencio Chazarreta


José Jesús Oyola
Angel María Vargas
Reinerio Fallabrino
Ariel Ferraro:

Serenata de greda La Rioja innominada La música


secreta Las aventuras congénitas
El rabdomante Antepasados del Insomnio Ceremonial
para arqueólogos ebrios.

El suicida de las constelaciones La espiga hacia la niebla


Los alfareros de la sangre.

Zamba de Ulapes De Chepes al sur El cercador Elegía a


la Victoria Romero El arganero.

Antes de alejarse
don Humberto te dejó un mensaje Ariel Ferraro
que no importaba que él se hubiera ido
debías regresar lo mismo
y ya que no pudiste hacerlo aquí
que pasarás a verlo allá arriba
306 Héctor David Gatica

te daba un año
como para que no dejaras los huesos en Europa.

«Y el Famatina Crece...
Por el revés del tiempo yo regreso a la fruta.
En tu orilla de piedra quiero sembrar mis huesos.
... Y amanecer en polen
Cuando toque el olvido».

Ariel Ferraro
Obras Completas 307

CAPITULO L

Perdón

Según se dice:
Uno de nuestros interventores comodoro firmó él solo la cesantía de
tres mil quinientos empleados públicos.
A los campesinos de los llanos les quitaron miles de hectáreas a tra-
vés de expropiaciones, con parcelas que formaron de hasta cinco u
ocho mil hectáreas. Ellos, en su mayoría, no podían volver a comprar
sus propias tierras.
Cerca de tres mil riojanos conocieron o la cárcel o el exilio.
De entre quienes quedaron con vida, los más castigados fueron los
que debieron exiliarse llevándose los hijos niños. Muchos de estos
chicos se acostumbraron a Europa y no quieren volver. Entonces si
los padres regresan, deben hacerlos sin sus hijos, cargando para siem-
pre el desgarro de esa separación. Y si en cambio se quedan para
continuar al lado de ellos, tendrán para siempre la nostalgia de la
patria.

Perdón, por escribir este libro. Decía un canto popular: «No es mía
la culpa si no traigo flores».

Pasada ya la noche del horror el pueblo en democracia sigue cons


308 Héctor David Gatica
Obras Completas 309
310 Héctor David Gatica
Obras Completas 311

Datos Breves

En 1985 aparece el disco de la Cantata Riojana, y el 24 de Mayo del


mismo año se la estrena en el Teatro «Susex», con un lleno total,
quedando fuera, sin verla ni escucharla, numerosas personas.
Vienen después las giras, completando los 18 departamentos de la
Provincia de La Rioja y 12 provincias más.
Asimismo participó del Festival Folclórico de Cosquín y se hizo pre-
sente en los teatros más importantes de Bs. As.: Colón, Cervantes y
San Martín, totalizando más de cuarenta presentaciones.
En el año 2000 un grupo de artistas jóvenes la vuelve a rpresentar,
esta vez en el Teatro «Víctor María Cáceres», en la Plaza 25 de Mayo
-más de 2000 personas- y en Chilecito, con mayor asistencia de pú-
blico aún, en lo que se denominó «Cantata Joven».
En el 2001 se edita «El libro de la Cantata Riojana» -parte de él
extraemos aquí-.
Y en el 2005 se cumplen los veinte años de la aparición de esta can-
tata, que coincidente con la remodelación del ahora denominado
Nuevo Teatro «Víctor María Cáceres», se presenta nuevamente a su
público y como aquella primera vez del 24 de Mayo de 1985, vuelve
312 Héctor David Gatica

a llenarse la sala, quedando numerosas personas sin conseguir entra-


da y estremeciéndose, tambien nuevamente, hasta las lágrimas, y el
fervoroso aplauso de pie, siendo además trasmitida por Canal 9 a
toda la provincia.
Como se la ha empezado a solicitar desde los establecimientos edu-
cacionales es que hacemos la presente edición con la letra, música,
glosas, algunas de las numerosas notas periodísticas aparecidas y datos
que serán de utilidad para ampliar el conocimiento de nuestra cultura.

Año 2006

AÑO 2009
Los derechos de la grabación primera y única de la Cantata Riojana
fueron comprados a EMI ODEON por el Gobierno de la Provincia
de La Rioja, pasando a ser parte de su patrimonio cultural.
En el año 2009 se lanza su reedición.
Obras Completas 313
- CAPITULO I -

CANTATA RIOJANA

Poema: Héctor David Gatica


Música: Ramón Navarro
Glosas: Ariel Ferraro

El nacimiento
Un pueblo cargado de heroísmo, mártires, caudillos federales, dota-
do de una fe singular, que modeló en arcilla su espíritu aborigen y dejó
un mensaje para la humanidad en petroglifos hoy milenarios (¿Acaso
presentían que ese mensaje de los tiempos más remotos un día, des-
de la majestuosidad del Talampaya, sería declarado “Patrimonio cul-
tural de la humanidad”?)
Un pueblo de músicos y cantores -parte de cuya inspiración recogie-
ra hace medio siglo Isabel Aretz como la música más bella del país-,
y de vidalas y coplas -cosechadas en tres volúmenes por Juan Alfon-
so Carrizo-.
314 Héctor David Gatica

Un pueblo de escritores y poetas que nos han dejado obras perdura-


bles, las cuales hoy conforman prestigiosas colecciones.
Un pueblo que fue capaz de enarbolar su sangre en defensa de un
país interior avasallado, procurando la unidad latinoamericana, nece-
sidad que se hace sentir cada día más, ante el riesgo de terminar
siendo un rebaño de paises arreados hacia un destino de esclavitud,
cuando lo tiene todo para edificar su libertad.
Un pueblo así estaba exigiendo un canto capaz de sintetizar la magni-
tud de su historia y el perfil de su destino.
En ese punto exacto se dan la mano música y poesía para expresar en
la magia del arte, lo que la vida de una comarca vino tallando en el
rostro de los siglos.
Un pueblo que aromaba sus romances con la flor del azahar y cada
año, en diciembre, recibía al niño Dios en mil pesebres.
Un pueblo de mujeres, que al lado de sus hombres fueron tan heroi-
cas e ilustres como ellos, capaces de manejar de igual a igual la bra-
vura de las lanzas y la sabiduría de la palabra, volcada ella en páginas
sublimes.
Todo esto vino a dar nacimiento obligado e impostergable a la CAN-
TATA RIOJANA.
Además, libros como «La ciudad de los naranjos» de Ricardo Mer-
cado Luna, «La Rioja heroica» de Dardo de la Vega Díaz, «Las
divinidades diaguitas» de Zacarías Agüero Vera prestaron su
invalorable aporte.
Obras Completas 315

Tres libros Fundamentales


Divinidades diaguitas
“Sacrifico adrede el método escueto y la sistematización de los sabios, porque
quiero presentar a los dioses en su medio natural, que conozco, he estudiado
y sentido con cariño, infundiéndoles una vida que no se trasunta del esbozo
de sus figuras, ni de la fotografía de sus ceremonias, ni de la copia de los
himnos, sino que ésta, antes que nada y por sobre todo ello, en la naturaleza
misma, de la que son su expresión espiritualizada. Más que formular la clasifi-
cación de un grave escaparate de museo, aspiro a dar vida trashumante a estas
toscas piedras y a estas ingenuas creencias de las remotas épocas de Améri-
ca”. J. Z. Agüero Vera

La Rioja heroica
“La Rioja es tierra de leyenda y sugestión. Tierra desolada, silenciosa y dura,
pero de misteriosas adherencias.
La Rioja se adhiere a las ropas del caminante con el amarillo polvo de sus largos
caminos, y se adhiere también al corazón con el embeleso de sus lunas esplen-
dentes y el turbión de sangre y oro de sus mañanitas claras.
La Rioja es tierra de coraje y de bravura donde los hombres endurecer sus
carnes con la lucha diaria de su vida angustiosa, y purifican el alma con el
constante desvanecimiento de sus caras ilusiones.
La Rioja es tambien tierra de recuerdos. Pero ella no vive de recuerdos. Ilustra
sus recuerdos con el “Albear” de sus pastores y el solar de sus labriegos: que
en la amargura del páramo poemiza la esperanza cuando acude a sus recuerdos
y le cuenta su pasado”. Dardo de la Vega Díaz

La ciudad de los naranjos


“Acallada la algarabía de los triunfadores, la ciudad, temblorosa aún,
contemplóse a sí misma en el silencio de sus calles heridas, en el dolor y
humillación de sus viviendas violadas. Entonces, muy lentamente, transfor-
mando en infinita ternura la angustia que la devoraba, la ciudad comenzó a
aquietar el polverío, a limpiar la cara sucia de sus modestas viviendas, y, uno a
uno, fue apaciguando a sus moradores, pero no se atrevió a decirles que esa
batalla perdida, la transformaba en un latido fuera del corazón de un país que la
rechazaba”. Ricardo Mercado Luna
316 Héctor David Gatica

Glosario
por Ariel Ferraro

Cantata y cantar de gesta

Esta cantata resume y sintetiza la elementalidad más entrañable de


nuestra circunstancia provinciana.
Para consolidar con justeza su cometido, ella comienza a concretarse
en el raigón más elemental de su antigüedad. Se proyecta explorando
el esplendor y el tallo de su etnia aborigen o mestiza y trepa después
por los altibajos de su inflorescencia más codiciada y hasta sopesa la
posibilidad de sus frutos, sean ellos apetitosos o malogrados, para
expresar, finalmente, que es lo que se puede cantar y adjurar en ese
árbol histórico y geográfico que simbólicamente nos identifica.
Como en las antiquísimas cantatas de la Grecia heroica, música y
poema se amalgaman aquí con equilibrada dignidad para extraer los
más caros y genitivos aspectos de nuestra identidad, que va desde los
días primigenios del riojanismo en barbecho - ya posea forma racial,
aborigen o mestiza - hasta forjar o determinar, al cabo de tiempos, los
elementos singulares de la territorialidad del riojano de hoy. Todo
esto, aflora nítida y resaltadamente, en este contexto que asoma en la
fabulosa y codiciosa gesta de la conquista, va pormenorizando las
etapas evolutivas del pueblo en crecimiento, los héroes que surgen
en su entorno y los aconteceres excepcionales que surgen, día tras
día, hasta culminar en las circunstancias de esa enlutecida actualidad
que nos tocó vivir durante los tiempos más recientes. Pero a pesar de
todo, la obra consigna, por las cosas que fielmente documenta, una
Obras Completas 317

clara apertura de esperanza.


Ramón Navarro y Héctor David Gatica, han plasmado una obra de
quilates, en donde nada sobra, pero tampoco nada falta. Su hermo-
sura tiene el peso específico de la obsidiana que fascina por la gravi-
tación de su sencillez cautivante.
Cada fragmento de esta Cantata Riojana, ha sido plasmado mediante
un enjundioso ajuste cardíaco y siguiendo un molde sencillo que tiene
como base, nuestras expresiones musicales más genuinas. Por ello
mismo, su consolidación parece salirse del molde tradicional y con-
vertirse sin más - y sin menos - en uno de nuestros cantares de gesta
al que podemos augurarle una auténtica y notable perdurabilidad.
318 Héctor David Gatica

Canto Fundacional de La Rioja

A la inversa de lo que sucedió con otras provincias, la tierra Riojana ya era


conocida y recorrida en gran parte de su territorio por otros expedicionarios de
la corona española. Más aún: había empresas de la conquista que tenían tem-
pranamente pactado el proyecto fundacional de esa “tierra de diaguitas”. Sin
embargo, el único que pudo conquistar ese deseo, fue don Juan Ramírez de
Velasco, quien contó con el respaldo económico de otro español dispuesto y
aguerrido:don Blas Ponce.
Tal vez, siguiendo la primera narración jurídica de la tarea fundacional, que
trata de diez días antes del acontecimiento, ya que la capital de nuestra provin-
cia, nace el 20 de mayo del año 1591 y que pertenece a Luis de Hoyos, escriba-
no de la expedición, el texto de la presente cantata, va enhebrando ciertas
circunstancias que se van dando sorpresiva y amablemente, en el emplaza-
miento del Valle del Yacampis, epicentro de la fundación.
La cantata explora la leyenda y la historia, hasta que, al final de este canto
inicial, el poeta Gatica entra a caracterizar la tierra nativa con un sello originalísimo
y distinto cuando dice:

“Y te fundo
ciudad de todos los azahares
cuyo Alcalde Mayor
será el aroma”.

Ariel Ferraro

Esto de la Fundación es sólo a medias, pues mucho antes de que llegara el


conquistador las acequias trazadas por el indio ya cantaban a la vida en estas
tierras de diaguitas, capayanes y olongastas. Se han consignado más de 50
nombres de tribus aborígenes que dieron lugar a topónimos de otros tantos
pueblos, muchos de ellos lamentablemente cambiados por nominaciones pos-
teriores, cuando no desaparecidos.
Obras Completas 319

Años después un sacerdote, fray Antonio Vásquez de Espinosa, comparaba


estas tierras con el paraíso terrenal: “esta entrada de la ciudad, desde la
distancia de dos leguas, forma una alegre y encantadora vista, con los árboles
cubiertos de fruta todo el año y la gran frescura y verdura; pero lo que ayuda
a hacer el lugar semejante al paraíso terrenal o pedazo de cielo, es la fragan-
cia, la dulzura y el perfume de los azahares”.
N. del A.

CANTO FUNDACIONAL DE LA RIOJA

Veinte de Mayo de su Majestad


tomo en su nombre posesión de la mañana
del diaguita sin risa
del poleo perfumado.

Arranco el viento
para que siempre sea calmo
el valle del Yacampis y su gente.

Bebo la desolada confianza de la tierra.

Reparto el sol y el indio


entre los que han venido.
320 Héctor David Gatica

Siembro al voleo
estos sesenta heroicos apellidos: (1)
Ellos serán los nombres permanentes del pueblo.

Y te fundo
Ciudad de Todos los Azahares
y te concedo el mando
puesto de norte a sur
como esos cerros
con todo el poder
de los futuros naranjales
cuyo Alcalde Mayor
será el aroma.

Te dejo aquí una plaza


que ya está siendo vieja;
abertura en el centro del otoño
hacia un cuento de la historia.
Podrán mirarme diariamente por ella,
ver al alférez general de los guanacos
y a mí: Ramírez de Velasco
Primer Adelantado de estas leguas hurañas.
Y a Blas Ponce
con catorce carretas
que cargan la custodia de su nombre.

Y a este Rojas de Oquendo


que atravesó las sales del Atlántico
solamente
para escribir un canto;
con él han de regarte las acequias.
Obras Completas 321

Y te fundo
Ciudad de Todos los Azahares
cuyo Alcalde Mayor
será el aroma.

Será el aroma.

1- Nómina de apellidos de los fundadores de La Rioja:


Abreu de Figueroa - Alcaraz - Alvarez - Arcea - Artaza - Arroyo -
Barrionuevo - Bazán - Cabello - Carrión - Contreras - Dávalos - Dávila -
Baltazar - Díaz Barroso - Duarte de Meneses - Fernández - García -
Garzón - Guevara de Castro - Gutiérrez - Hernández de Palma - Hermo-
so Granero - Herrezuelo - Hoyos - López Centeno - Maldonado de
Saavedra - Maydana - Medina - Muñoz - Navarro Baltazar (sacerdote) -
Nieto - Nuñez - Marín - Medina - Oliva - Orduña - Otaso - Palomares -
Pedraza - Pereyra - Pérez - Ponce (Blas) - Quinteros - Ramírez de
Velasco (fundador) - Retamoso - Robledo - Mateo Rojas de Oquendo
(poeta) - Ruiz - Saconeta - Sejas - Sequesa - Soria - Tejera - Tello de
Sotomayor - Tula - Vega. (Ver Integración Cultural Riojana Nº 1, pág.
364).
Algunos de estos apellidos han desaparecido; muchos continúan vigen-
te tras el paso de más de cuatro siglos. -N. del A.-

Música:

Sobre la parte musical, consultar en la edición año 2006 de la Cantata


Riojana.
322 Héctor David Gatica

La maloca
Los Reyes de España Isabel y Fernando, que tutelaron con humana preocupa-
ción la gesta del descubrimiento y la conquista, impartieron a sus súbditos una
serie de normas llamadas a ajustar su conducta dentro de las tierras anexadas.
Ambos soberanos, que estaban plenamente orgullosos de las expediciones
peninsulares a tierras del Nuevo Continente, les preocupaba por sobre todas
las cosas, que los indígenas se fueran integrando paulatinamente a la corona,
más allá de las obligaciones que las armas habían logrado imponerles por la
fuerza. Dicho de otra manera, se quería y se pretendía que los indios de Améri-
ca tuviesen estímulos materiales y espirituales para identificarse con la hispa-
nidad. La reina Isabel era la más insistente en este alto propósito.
Sin embargo, aquí en América, los propios colonizadores se encargaron de
alterar el rumbo de estas posibilidades. Y tal gravitó en ellos el demonio de la
codicia y la insobornable insinuación de la riqueza, la cual venía,
tentadoramente, a quebrantar los anhelos más loables.
Y un caso típico de esta designación fue el de la maloca.
Maloquear, significaba elegir indios aptos para ser utilizados en las faenas más
rudas y productivas en beneficio del señor conquistador.
Esa leva de brazos seleccionados, a los que un nativo no podía negarse. El
conquistador, imponía su voluntad de cualquier forma y sirvió, casi todas las
veces para enriquecer al español y para degradar de todas formas al nativo.
El maloquear, era una elección para trabajos pesados o insalubres que en mu-
cho se parecía a la esclavitud. Centenares de hombres sacados de sus domi-
nios, pagados con poquísima retribución y el peor alimento para engrandecer
el patrimonio del explotador que vino del otro lado del océano.
Enfrentando de algún modo a esa práctica servil y sometedora del maloqueo,
fue que se produjo lo que se llama «El gran alzamiento», guerra que levantó en
armas a los indios, desde La Rioja hasta La Quiaca, por el norte, y desde la
capital de nuestra provincia hasta Mendoza. Cabeza de esta rebelión, fue el
cacique Coronilla, un indio famoso por su inteligencia, quien al ser capturado,
fue condenado a morir descuartizado en Antinaco, cincuenta años antes de
Tupac Amaru.
Ariel Ferraro
Obras Completas 323

«Maloquear era incendiar los ranchos, apresar a los hombres y mujeres, los
más jóvenes, llamados piezas, como en la caza. Maloquear era matar a lanzadas
la protesta de los viejos y cortar con la muerte el dolor de los niños. Con estas
piezas maloqueadas los vecinos de La Rioja edificaron sus casas, levantaron
sus templos y labraron sus tierras.
Dardo de la Vega Díaz

LA MALOCA

Brazos para mi señor el rey


almas para Dios.
- Capitanes y soldados
a maloquear que en esta cacería
buena pieza es el salvaje.
A quemar las tolderías
para que venga el indio a levantar los templos.

A quitarles la tierra;
ellos deben cultivar nuestros huertos.

- Señor encomendero
¿dónde están sus oídos?

- En el sumiso suelo
que vamos conquistando
y en esa gran montaña
que suena como plata.

- Señor encomendero
¿no oye ese gran clamor
que llega hasta La Quiaca?
324 Héctor David Gatica

Y no ve esas hogueras
que en las cumbres de la noche
llaman a rebelión?

¡Llaman a rebelión!

- El castigo es el bien
que ha de calmarlos
la muerte general
por todo el norte y cuyo.

Y entonces marca un alarido en La Rioja


esta rebelión que le ha nacido a América.

Cacique Coronilla
prepara la insolencia de tus crenchas,
ya cuatro potros
te arrastran por el Valle de Antinaco
ya cuatro potros
se dividen los puntos cardinales de tus miembros
y componen con ellos
la rosa salvaje de los vientos.

Cacique Coronilla
por el valle de Antinaco
tu muerte va formando
la rosa de los vientos.

LA
ROSA DE LOS
VIENTOS
Obras Completas 325

Un santo de madera de naranjo

San Francisco Solano, oriundo de Andalucía, llegó a tierras norteñas allá por
los primeros años de la conquista. Dotado de un extraordinario poder
carismático, se convirtió, con el andar del tiempo, en el más grande propagador
del evangelio entre los naturales. Dueño de una comprensión excepcional,
supo ganar las simpatías, hasta de parte de las tribus más discolas. Y alguna
vez hubo de apelar a cierto tipo de artilugios no religiosos para disuadir a los
nativos, como sucedió aquella vez que vistió a un niño blanco con las ropas de
alcalde para que creyeran «que era el hijo de Dios y que todos los pobladores
riojanos habían aceptado de común acuerdo».
Claro está que San Francisco, apeló a esta parodia, para salvar a la ciudad de
una destrucción que ya estaba sentenciada y cantada, por miles de aborígenes
levantados en armas, a quienes además persuadió con las notas de su violín
inseparable.
Ariel Ferraro

UN SANTO DE MADERA DE NARANJO

Veinte mil indios braman por el Huaco


avanza el río
con un cauce de flechas
en la puerta del agua
para abrirle canales
de sangre a la venganza.

Los abusos y el miedo que asoló a las tinajas


326 Héctor David Gatica

han fermentado;
a danzar va la muerte
en la Quebrada.
Que se haga centro
en el corazón de agosto.

- San Francisco Solano


o nos salvas de la chusma
o La Rioja fue... un cuento.

Instrumento del más alto registro


comparable tan sólo con el trino del ave
ha sonado el violín.

- ¿Tan bruto es el indio


que sólo se lo puede detener... con la música?

Se apacigua el alzamiento,
crece un santo de madera de naranjo
y un Niño Alcalde indio
la provee de Dios Bis
a la ciudad del rey.
Obras Completas 327

Invocación a las divinidades diaguitas

La religiosidad es seguramente tan antigua como la aparición del hombre; un


sentimiento de pequeñez y debilidad lo llevó siempre a buscar amparo y com-
pañía.
El indio no sólo se quedó sin tierra y sin libertad, también fue despojado de sus
dioses.
N. del A.

INVOCACIÓN A LAS DIVINIDADES DIAGUITAS

Divinidades del diaguita


que encontró Zacarías Agüero Vera
muchos años después
por las altas memorias de la montaña solitaria
huyendo de la llanura profanada:

La fecunda Pachamama de la lengua kakana


la madre de la tierra.

La Zapam Zucum que orienta con el humo,


protectora de los algarrobos.
Ella cuida en Vichigasta los niños de las cosecheras.

La juguetona y risueña Yacurmana,


de Chuquis y la costa del medio,
madre del agua.
328 Héctor David Gatica

El veloz Yastay
hijo de la montaña,
dios de las manadas y las aves del campo.

La tormentosa Huayrapuca
madre de los vientos; guiadora del Zonda.

El Cachirú que arrebata los ojos,


numen maligno
presente a la hora de la muerte.

La útil Saramama, cuidadora de langostas y cuncunas;


diosa patrona del maíz y las conanas.

El esquivo Mikilo con rastro de gallo


robador de niños;
genio del mal
que duerme la siesta bajo las higueras.

El poderoso Chiqui cuyo templo es el tacu centenario,


numen terrible de la atmósfera.

Y el Pujllay
alborotador de jóvenes y viejos,
divinidad de la alegría
que preside la chaya.
Obras Completas 329

Las madres aborígenes

Dulces y fecundas como la tierra de su origen, estas mujeres integras y cordia-


les atraparon al mundo de los conquistadores.
Ellas trabajaron de sol a sol, cuidando el ganado del sustento, tejiendo caute-
losa y minuciosamente en el telar de pala, u ordenando el terrón de sus plantíos
a fin de que las cosecheras poseyeran los beneficios más aprovechables.
Cuando los españoles se posesionaron de esta tierra prometida se sintieron
decididamente atraídos por sus mujeres, las sedujeron o las violaron con la
prepotencia que era en algunos casos común a sus actitudes habituales. Lue-
go se marcharon como si nada. Mientras aquí quedaba en gestación una semi-
lla verdaderamente irremediable.
Sin embargo, las madres aborígenes que alumbraron posteriormente esas cria-
turas de paternidad inubicable y desamorada, aceptaron sin vacilaciones las
consecuencias de los aconteceres.
Y los hijos concebidos, carentes de amor, y de lecho natural de caricias, nacie-
ron y fueron paradójicamente educados con un fuerte amor al predio de sus
orígenes.
A este respecto, un avezado cronista ha subrayado: “pareciera que esos niños
en cada chupada del seno alimenticio subsionaran o aclimataran los propios
elementos de lo mejor de la geografía vernácula. Y de esa manera consiguieron
templar un carácter extraordinario. Se llegaba a dotar a esos infantes de una
personalidad muy distinta, entre el rigor del ámbito y la clara orientación que
imprimía su progenitora”.
El secreto máximo y mínimo de esta crianza, consistía en un hecho singularísimo:
las madres indias no reprimieron jamás a sus hijos. Detalle que por otra parte
fue un auténtico orgullo de la primera estirpe sudamericana.

Ariel Ferraro
330 Héctor David Gatica

LAS MADRES ABORÍGENES

Las tribus aborígenes


dueñas primeras de la tierra
fueron nuestras madres.

Los que vinieron a caballo dijeron


estas tierras pasan a ser nuestras
y comenzaron a violarlas.

Hombres con nombre y apellido


y codicia
los nuevos dueños.

Mujeres sin nombre ni apellido


ni caricias
nuestras madres
madres indias.

Las madres indias


madres salvajes
solas empezaron a enseñarnos el amor.
Por eso amamos salvajemente la tierra.
¡La tierra!

Somos la montonera.
¡Somos la montonera!
Obras Completas 331

El reparto del agua

Desde la época más remota de la riojanidad, el “derecho del agua”, era en


nuestra tierra, algo verdaderamente correlativo al poderío económico o político
del hombre. Si el señor era un terrateniente poderoso disponía, por esa prepon-
derante condición, de mayor cantidad de marcos de agua, que le correspon-
dían dentro del reparto de la comunidad provinciana, puesto que millares de
desposeídos debían conformarse con la mínima expresión.
Cuántas veces estos, vieron pasar por casa del vecino rico el torrente anegador
de las acequias inundando innecesariamente plantíos y bañados o, de que
forma se desbordaban aquellos predios ociosos que el patrón se había adjudi-
cado para su buen futuro. Y todo ello, mientras los conciudadanos más
carecidos, clamaban por la mejor equidad con respecto al líquido elemento.
Y eso fue así durante siglos. La mayor cantidad de marcos de agua equivalía a
dominio y poder. Y seguramente, en algunas latitudes de la provincia esto se
sigue tomando muy en cuenta. Y todo ello porque el señorío del agua es un
sinónimo de autoridad.
Debe ser por eso que alguna vez le oímos sentenciar a un labriego de Sanagasta,
en una noche de francachela:

“Delen marcos de agua al rico,


que riega, vende o empeña.
Y el pobre con un jarrito
puede hacer brotar las peñas”.
Ariel Ferraro

Desde lejanísimos tiempos ser dueño de gran cantidad de agua fue sinónimo
de poderío económico y político; pueblos enteros carecían de ella porque se
encontraban en predios de un solo señor feudal. Hasta se llega a matar por
ella, como ocurrió en un enfrentamiento entre pobladores de Chañarmuyo y
Pituil.
332 Héctor David Gatica

También la retención del poder se ha dado de igual manera en esta provincia,


que ha sido gobernada durante años por tres o cuatro familias. Un ejemplo: D.
Manuel Vicente Bustos habría llegado a ser gobernador de La Rioja en seis
oportunidades y su hermano Francisco, en tres.
N. del A.

EL REPARTO DEL AGUA

Como contestó un chuqueño


- ¿Está de turno, don?
- Turno nomás, porque agua no hay.

Así era el gobierno


de esta amada ciudad
unos pocos con el agua del mando
el resto
con el turno no más.

Y es que gobernar
no es cosa para todos;
hay que tener
un apellido
un naranjal
y además estar de turno
y con el agua
y el manantial.

No puede gobernar
quien no consulte largas horas de riego
o quien no presente al bien del pueblo
feudos que lleguen hasta Los Nevados.
Obras Completas 333

Para usted
don Manuel Vicente Bustos
habrá seis turnos; la vida no alcanza para más.
Su hermano Francisco
confórmese con tres riegos.
También hay que abrirles las compuertas
a los feudos que llegan hasta Los Nevados.
Y a estas tres familias más
de nobles... naranjales.
¡Es justicia!

Aquí se acaba el agua


el resto del pueblo
con el turno no más
con el turno no más
con el turno no más.

¡Con el turno no más!


334 Héctor David Gatica

El canto popular

Los pueblos que poseen canto propio, son los únicos capaces de sobreponer-
se al destino más adverso.
Desde un principio, La Rioja, por sus múltiples conjuntos de atractivos natura-
les, notabiliza el acento de juglares y poetas. Prueba de ello es que, en esta
tierra, se gestó uno de los primeros poemas que singularizaron al nuevo conti-
nente o mejor, que aparecieron en tierra nueva como se dice. Nos referimos al
“Canto al Famatina”, para algunos la primera oda de gracia y de alabanza
surgida en este país. Su autor fue Mateo Rojas de Oquendo, un ilustre colabo-
rador jurídico y acompañante insustituible de Ramírez de Velasco.
Las ingentes riquezas de oro y de plata famatinense, que Rojas de Oquendo
cree de tanta o de mayor importancia que los yacimientos de Potosí, sirven al
poeta para plasmar la inspiración de un canto mayor, en donde campea la mejor
inspiración de esos vates que dieron universalidad y jerarquía a los maestros
del denominado Siglo de Oro. La obra habría sido leída en reuniones y veladas
a las que concurrían algunos notables compañeros de la conquista y adquirió
cierta notoriedad por transmisión oral. Como era usual en ese entonces, su
autor remitió una carta a su Majestad el Rey pidiéndole autorización para publi-
car el mencionado trabajo, junto a la cual se remitía el texto original. Pero parece
ser que ambos envios se extraviaron irremediablemente a raíz del naufragio del
barco que los transportaba. Y el autor, según Alfonso Reyes, que posterior-
mente viajó a México y a Sevilla, fue solamente recordado por unos pocos
cronistas e investigadores quienes retuvieron celosamente algunos fragmen-
tos del extraviado poemario.
Al cabo de los siglos un gran investigador argentino, Juan Alfonso Carrizo,
vendría a corroborar la afirmación de que el cancionero popular de La Rioja es
uno de los más notables y fecundos de cuantos se dieron en el transcurso de
la inspiración del país.
Ariel Ferraro
Obras Completas 335

La poesía no comienza en forma escrita en los pueblos primitivos. En La Rioja


y en las otras provincias del noroeste argentino se hubiesen perdido trescien-
tos años de riquísimo coplería si un quijotesco y romántico catamarqueño,
don Juan Alfonso Carrizo, no anduviera pueblo por pueblo recogiendo de boca
de abuelos y de niños los miles y miles de coplas que formaron su cancionero
popular y que él reunió en numerosos tomos.
A La Rioja solamente le dedicó tres volúmenes, con un total de más de mil
páginas y no menos de diez mil coplas.
N. del A.

EL CANTO POPULAR

Han pasado tres centurias


y el mentado “Canto al Famatina”
se ha perdido.

Pero aquella poesía oral


que la transmite el pueblo
saltó de un siglo a otro
de abuelo a abuelo:

“Pobrecita mi provincia
lástima le estoy teniendo
al ver sus terrenos secos
y en otras partes lloviendo”.

Así el viejo romancero español


que cantaban los juglares
enriquecido por los aires de aquí
anda a caballo.
336 Héctor David Gatica

Y en Vinchina
se aquerenció la copla:

«Mi sombrero me ha cobrado


el tiempo que me ha servido;
yo también le hi de hacer cargo
el sudor que me ha bebido».

Hasta allá fue a buscarla


Juan Alfonso Carrizo
y la encontró en la boca de los viejos vidaleros
que es la memoria del canto popular
agazapada en las chirleras de la caja
dispuesta a no morir:

«Si coplas faltan, señores,


por coplas no estén llorando;
en mi casa tengo un árbol;
con coplas se está ladiando».
Obras Completas 337

Oda a los caudillos

La Rioja es una tierra sencilla y por eso mismo, sumamente difícil de ser gober-
nada.
Tempranamente, Buenos Aires, dueña de una hegemónica superioridad que le
confería junto a su desahogo conductivo, trataba a todas luces, de imponer su
centralismo que a veces rayaba en lo despótico.
Las provincias, que muchas veces fueron protagonistas de hechos fundamen-
tales en la consolidación de la nacionalidad, se sintieron en ocasiones impedi-
das o reprimidas. No podían, de ninguna manera, tolerar esta afrenta nacional,
puesto que también eran protagonistas y destinatarias de la organización. Y
así, se entabló en el país, ese serio enfrentamiento ideológico que determinó el
advenimiento de los caudillos.
Estos hombres de lucha y de carisma, no poseían otra meta que la reivindica-
ción de la justicia y la marginación de la proverbial soberanía portuaria.
De este modo nacieron los jefes de tierra adentro. Hombres como el Chacho,
Facundo, Varela y muchos otros, se constituyeron en líderes y supieron jugar-
se hasta las últimas consecuencias por la razón suprema que los alentaba y
animaba. A veces ganaron y a veces perdieron. Pero a la postre, simbolizaron
eso: el sístole y el diástole de ese pueblo auténtico, por el cual pelearon hasta
la muerte.
Ariel Ferraro

Quién puede negar que el país federal que nos cobija se fue haciendo a caballo
y que tuvo por bandera los nombres de nuestros caudillos. En el caso de La
Rioja aparecen como mayores Quiroga, Peñaloza y Varela.
El general Juan Facundo Quiroga llegó a tener bajo su tutela nueve provin-
cias. Triunfos y derrotas anduvieron al galope con él, temible por su hombría,
hasta ser mito su caballo moro y los “capiangos”.
338 Héctor David Gatica

Rivadavia sintió tronchar su sueño de oro tan codiciado por los ingleses cuan-
do aquella bandera de “Religión o Muerte” se le interpuso entre el puerto y el
Famatina.
El liderazgo del general Ángel Vicente Peñaloza no fue mediante el miedo. El
pueblo riojano lo amó hasta el martirio.
Las plumas mayores del país se inspiraron en la “barbarie” de Quiroga y
Peñaloza: Sarmiento, José Hernández, Borges.
El coronel Felipe Varela, nacido en Catamarca, vivió desde niño en Guandacol,
La Rioja. Luchó por la unidad americana. Fue derrotado en Pozo de Vargas y
murió en el exilio. El cementerio donde descansaban sus restos en Tierra
Amarilla, Chile, fue arrasado en gran parte por una correntada, ignorándose
si esa suerte les tocó a sus huesos.
Además estaban los que -según Roberto Rojo en su libro “Héroes y cobardes
en el ocaso federal”- integraban una especie de Estado Mayor: “Carlos Angel,
Ramón Angel, Severo Chumbita, Carlos Álvarez, Francisco Álvarez, Aurelio
Zalazar, Berna Carrizo, Lucas Llanos, Juan Gregorio Pueblas, Santos
Guayama, Dolores Díaz y muchos otros que representaban los cuatro vientos
en el remolino de la montonera”.
N del A.

ODA A LOS CAUDILLOS

Y otra vez el alzamiento del coraje


remolinos de a caballo
los llamaron caudillos
será porque andaban con el pueblo
y el poder en las montas
nunca quietos
siempre en pie de guerra
desalojados de la paz.
Obras Completas 339

Sólo en algún campamento de su sueño


los sorprendió el amor.

Nueve provincias son suyas


mi General
diga si el pueblo no quiere
ser Federal.

El caudillo llanisto Juan Facundo Quiroga


viene montando un moro.
No es cierto;
monta en su nombre
un nombre que inventaron los riojanos.

Quiroga se llama a los pastores y labriegos


esa gente que de nada es dueña
y que hoy se une en un nombre
por tener juntas sus nadas.

Juan Facundo Quiroga


general de los miedos
parte desde los llanos rumbo a las boleadoras.
Leguas apasionadas pisa el potro
por comarcas feudales que temen sus patillas.

Hombre macho ese Quiroga


que lo parió
se viene solo y parece
viene un montón.
340 Héctor David Gatica

Don Facundo
si usted quiere
le cambiamos La Tablada por sus vientos federales.

Don Tigre de Los Llanos


acá tiene una bala
se la manda la historia.
Repártala en su gente.

La Rioja por todas partes


lo acompañó
Barranca Yaco ha pasado
y usted quedó
La Rioja por todas partes
lo acompañó.

*****

El viento ya sacude un nuevo nombre


se lo buscó en los Llanos
y lo lleva repartiendo a la marchanta;
Ángel Vicente Peñaloza anda ahí.
Ese caudillo no anda
ni desanda
está por todas partes y no está en ninguna
juega a estar y a no estar.

El Chacho puso en el viento


su corazón
y el remolino del monte
sube su voz.
Obras Completas 341

Cuidado pos don Chacho


vienen los coroneles por los Llanos
prendiendo fuego al sueño
y a veces se equivocan
y nos queman el rancho.

No se ande con esas travesuras


de enlazarle las jinetas al odio
ni devolverles prisioneros
que sueltan a volar su nombre.
Ellos sólo le entregarán silencios.

Doña Victoria si quiere


cabalgaremos
y si nos ponen cañones
los toparemos.

Ochenta años de vida montonera


defendiendo a La Rioja
es más que suficiente
para quedarse en las vidalas.

Cuando quiera el degúello


diga nomás compadre.

Dicen que El Chacho esta vivo


tengan cuidau
no se anden montando en pelo
por ese lau.
Dicen que El Chacho está vivo
tengan cuidau.
342 Héctor David Gatica

*****

¡Otro caudillo!
Ejército y proclama:
Es Felipe Varela
con voz de ley y afán americano.

Nadie queda sin rienda


se hace coscoja el valle.

Todo muy bien planeado


menos la falta de agua
menos el sol riojano.

¡A terminar con ellos


en el Pozo de Vargas!

¡No ha´y ser así!


¡Mientras haya riojanos
habrá caudillos!

Y cuando América avance


por la unidad
no habrá más Pozo de Vargas
que lamentar.
¡ No habrá quien tape este grito
de libertad!
Obras Completas 343

Vidala del éxodo

Pocos individuos aman tanto a su tierra como los riojanos. Sin embargo, en el
andar y desandar de su existencia, el sufrido poblador de nuestra tierra se ha
visto muchas veces compelido a dejar los lares de su origen y de su
aquerenciamiento.
Esto viene sucediendo desde siempre. Y se repite, más que todo, en el hombre
rural. Ese hombre que cuando dejó su machete y su banderola de las guerras
intestinas, tuvo que resignar el sitio de sus amores, para buscar otro lugar
donde pudiesen ubicarse los vencidos y porque no los marginados.
Sitial más adecuado para emplazar su nueva residencia, era sin duda la ciudad,
la cual lo acogió pobre y desposeído y que, en cierto modo no le perdonaba su
condición de perdedor. Y aunque sabía perfectamente que la hermosa ciudad
nunca sería suya, por más que viviera o mal viviera en ella, seguiría mascullando
esa vidala que siempre marca compases en la caja del corazón, aunque se
tratara de exiliados dentro de su propia tierra.
Ariel Ferraro

Los pocos soldados que aún estaban con vida fueron regresando a sus hogares
deshechos. Los ranchos habían quedado, en gran parte, sólo habitados por
viudas y niños huérfanos de padre. Los que así regresaron comenzaron nue-
vamente a querer cultivar la tierra, criar cabras, arrear hacienda de otros y
hachar el monte, pobres siempre, marchándose al pueblo por último.
N. del A.

VIDALA DEL ÉXODO

Los valientes soldados de la guerra


ahora vencidos
ocupan sus caballos de combate
344 Héctor David Gatica

en arrear hacienda ajena


y han cambiado las lanzas
que empleaban en el enemigo
por el hacha
que voltea los árboles amigos
quedándose más pobres que nunca.

Los carros
antes guapos cobradores de huellas
dejan llanta y vara en las manos del herrero
para que rompa a golpes de martillo
la ilusión del carrero.

Sin leña los fogones


sin monte los hacheros
y con la negra mentira del carbón en la mirada
en el triste momento de partir
a la hermosa ciudad
que los quiere recibir en... sus orillas.
Obras Completas 345

Vidalita de los Creadores

Como quien desastilla el viejo árbol del pueblo y levanta la corteza de los
aconteceres, encuentra uno de los elementos más nobles que hacen a la histo-
ria de nuestra provincianía. Nos referimos al conjunto de sus creadores.
De esta forma, Navarro y Gatica inician este inventario cantable nominando la
presencia literaria de Joaquín Víctor González, maestro de leyes e insigne con-
ductor de altas casas de estudio, pero por sobre todo y antes que nada, un
riojanos hasta los tuétanos cuando ahonda en el descubrimiento de la tierra
madre. Detalle que se plasma, imperecederamente, a través de sus libros y
escritos periodísticos.
Algo similar sucede con el que fuera su discípulo más allegado: Arturo Maraso,
quien vivió alternando la sabía convocatoria de la lección del claustro con la
descripción de un paisaje nativo de Antinaco o del Famatina, con esa cualidad
que le confirieron a sus escritos un esplendor realmente incomparable.
La cantata, toca en su enumeración a estas cumbres de las letras de la provin-
cia, pero a veces transita por senderos más accesibles como cuando consigna
la dilatada labor de ese notorio poeta del pueblo que fuera Gabino Coria Peñaloza,
autor de múltiples canciones dispersas por el mundo y ampliamente conocido
a raíz de su tango “Caminito”.
A ello se suma la presencia de otro vate chileciteño que alcanzó justa notorie-
dad por sus libros evocando el génesis y el alma de nuestra raza: Alberto
Ocampo. Se invoca a la ves la figura amistosa y tutelar de Julián Amatte, docen-
te de predicamento extraordinario e insobornable defensor de los valores que
hacen al universo lugareño.
Los autores subrayan la obra incomparable de Rosario Vera Peñaloza, esa
profesora que transformó los sistemas de la pedagogía nacional y que marginó
los métodos represivos dentro del ámbito de nuestras escuelas.
Se menciona a la vez, destacadamente al escritor Ángel María Vargas, autor de
“El hombre que olvidó las estrellas”, una obra señera para la historia de la
actual narrativa del país.
346 Héctor David Gatica

De la misma manera, se canta a Víctor María Cáceres, comediante y cuentista


que supo escrutar con justa mirada, en el terreno de nuestras costumbres más
convivenciales, con las que elaboró verdaderas joyas traducidas en sus obras,
las cuales, en su hora, alcanzaron un valor incuestionable.
Los autores de la cantata, nos hablan también del Grupo Calibar: comunidad
artística para las letras, la plástica, la música, etc., nominada con el nombre de
ese rastreador de proezas incomparable, que acompañaba a Facundo y al cual,
el mismo Sarmiento se encarga de mencionar calificándolo “como a un gaucho
capaz de rastrear hasta por entre las piedras”.
Podría admititirse que esta reseña quedaría incompleta, si no se nombrara a
Estanislao Guzmán Loza, el gran pintor de Ambil, hoy representado en impor-
tantes pinacotecas y colecciones de todo el mundo.
Tampoco, por ser el primer proyectista del atlas caminero del país, se puede
dejar de mencionar a Timoteo Gordillo; y a fray Bernardino Gómez, arqueólogo
por intuición y maestro por vocación. Nombres estos de extraordinaria rele-
vancia como el de Vicente Almandos Almonacid aviador de nuestra provincia
que se consagró por sus hazañas nada menos que en dos continentes. A ellos
se suma la presencia evocada del más grande de nuestros historiadores: Dardo
de la Vega Díaz, autor de más de una docena de volúmenes de suma trascen-
dencia, entre los que sobresale un libro primordial: La Rioja Heroica.
Ariel Ferraro

Nuestra literatura impresa en libros surge al finalizar el siglo XIX con la


obra del nonogasteño Joaquín Víctor González, editada en 25 tomos por el
Congreso de la Nación y clasificada en jurídica, política, educativa y literaria.
Máxima figura intelectual riojana y argentina y miembro de diversas acade-
mias internacionales. Joaquín Víctor González recibió numerosas distincio-
nes. En Chilecito se encuentra Samay Huasi, la casa de descanso del inmortal
autor de «Mis montañas». Continuadores suyos en esa ciudad fueron Arturo
Marasso, poeta de notable erudición con más de 30 obras. Gabino Coria
Peñaloza, autor de algunos libros pero más conocido por sus canciones
(Caminito, EL Pañuelito, La llorona). Alberto Ocampo y Julián Amate perte-
necen también a esta enumeración de poetas conspicuos de la Perla del Oeste,
como se llama a Chilecito. Algunos cronistas y periodistas: Severo Villanueva,
Obras Completas 347

Guillermo Dávila Gordillo - escribió sobre la expedición auxiliar a Copiapó,


1870 -, Vicente Almandos Almonacid, padre del célebre aviador homónimo -
dejó una crónica sobre Varela, 1867 -, Domingo Dávila - cuenta la anécdota de
los mineros aragoneses Lahita, Chavarría y French llegados a La Rioja en
1807 -, Guillermo Dávila San Román - trata acerca de la historia de los pue-
blos -, Adolfo E. Dávila - periodista, director del diario «La Prensa», Buenos
Aires, desde 1877 -, Roque Lanús - autor de «La provincia de La Rioja en la
campaña de Los Andes», 1946 - Rosa Río - autora de «Piquillín» -, Carlos
Enrique Larrosa - director de la revista internacional ALA -, Greta Dávila,
etc.. Y como más recientes se sumarán Efraín de la Fuente, Lucía Carmona -
Faja de Honor de SADE -, entre muchos autores más.
Yéndonos a los llanos, de esta primera época de principios de siglo, Olta
cuenta con Artemio Moreno como su máximo poeta. En Malanzán, J. Z. Agüe-
ro Vera nos dejó una treintena de libros, casi todos inéditos - editados «El
cuento popular» y «Divinidades diaguitas» -. Nicandro Vera, cuatro o cinco
libros, el más conocido «Ornamentación diaguita».
Nuestra cuentística alcanza su máxima expresión en Ángel María Vargas,
periodista y también poeta, con «El hombre que olvidó las estrellas». El rico
género del cuento y el relato riojanos se hallan en una antología titulada
«Cuentos y Relatos de La Rioja», 424 pág., 2002, H.D.G.
En teatro, el exponente mayor, Víctor María Cáceres, con obras como «Don
Fabián», «Lloverá», «De vuelta al nido».
En novelística, César Carrizo escribió como 16 novelas. Las de Rosa Bazán
de Cámara serían cuatro, entre ellas «El pozo de balde». Como el novelista
más importante, ya que ocupa un lugar entre los más destacados de América,
tenemos a Daniel Moyano. En historia y ensayo, Carmelo B. Valdés, Francis-
co Baigorrí, Marcelino Reyes, Fermín Anzalaz, Joaquín Neyra, Manuel
Gregorio Mercado, Dardo de la Vega Díaz, el de mayor predicamento. Actual-
mente, Ricardo Mercado Luna, Miguel Bravo Tedín (académico), Hugo Orlando
Quevedo, Roberto Rojo, Victor Robledo. Y por estar tan ligados a nuestra
historia de la que se han ocupado largamente: Raúl Bazán y Félix Luna.
Entre otros muchos investigadores podemos nombrar a Julián Cáceres Freyre,
Mario Desio de la Vega y Enrique Vera Barros.
Han hecho importantes aportes al folklore Perfecto Bustamante, con «Girón
348 Héctor David Gatica

de Historia», Nicolás González Iramain, con «El Solar Nativo» y Teófilo Celindo
Mercado con «Historia del folklore» - don Celindo dejó una treintena o más de
libros inéditos -.
Estudiosos del periodismo riojano fueron Salvador de la Colina, Luis Fernandez
Zárate, Roberto Rojo. Nuestra provincia ha tenido una historia muy rica en
revistas y periódicos docentes, políticos, culturales y religiosos. De entre los
más destacados, por su trayectoria, debemos destacar, «La Rioja» de Ángel
María Vargas; «El Zonda», dirigido por Gaudio de Leone; la revista «Láinez»,
de Estargidio de la Fuente, y tantos más.
El primer diario aparece en 1952. “Nueva Rioja”, seguido por Gaceta Riojana”.
En 1953 se publica “Rioja Libre” y en 1959 “El Independiente”, dirigido por
Alipio Paoletti, y que transformado después en cooperativa persiste hasta
nuestros días. En 1972 salió “El Sol” y en 1988 “Gaceta Riojana”. Más
reciente: “Nueva Rioja”.
La educación levanta muy alto el nombre de Rosario Vera Peñaloza más cono-
cida como “Rosarito, la maestra de la patria”.
Además de los institutos de enseñanza primaria, secundaria y terciaria dis-
tribuidos por toda la provincia, La Rioja cuenta con una Universidad Nacional,
una Tecnológica y otra de Medicina.
Las artesanías riojanas nos hablan de Dionisio Díaz, con muchas obras en el
exterior; Marino Córdoba, que llevó a la cerámica la salamanca y las
divinidades diaguitas; Miguel Ángel Zárate; Jorge Jabif; Juan Carlos
Tagliarini; Artemio Ortiz, que trabajó la cerda; Ramona Frescura; Graciela
Carreño; Pedro Fontéñez, platero, igual que Patrocinio Ortiz y sus hijos. Y
muchos más.
En 1926 Fray Bernardino Gómez fundo el Museo Arqueológico Regional Inca
Huasi, contando, según una publicación de 1947, “... con un acervo Arqueoló-
gico de más de 8000 piezas de cerámica, piedra, metal, hueso, madera y tam-
bién tejidos finísmos...”.
Haciendo justicia a este canto, “ Vidalita de los creadores”, digamos que la
plástica Riojana tiene como primer exponente al pionero Octavio de la Colina
- un museo lleva su nombre -, seguido de Domingo Nieto, Vicente Vargas,
retratista de la galería de gobernadores; Lidoro Barrionuevo; Osmán Páez y,
como más notable, Estanislao Guzmán Loza, “que fue quien mejor ha sabido
Obras Completas 349

expresar la sutileza candorosa del alma provincial”.


En la década del ´50 al ´60 nace el Grupo Calibar, que cuenta con plásticos de
renombre internacional, algunos fundadores, otros adherentes. Así encon-
tramos a Edgardo Mario Aciar, Ramón A. Soria, Zalazar Johnson, Carlos
Cáceres, Reinerio Fallabrino, Miguel Dávila, Leopoldo Torres Agüero, Pe-
dro Molina, Miguel Ángel Guzmán, Alfio Grifasi, Nicanor Pavón Villareal. Y
luego los plásticos más recientes ( quien necesite más datos, consultar “Inte-
gración Cultural”, 1 al 13).
El motor del grupo fue Ariel Ferraro, poeta que ha llevado nuestra poesía a su
máxima expresión. Crítico de arte, periodista, autor teatral, escribió una de-
cena de libros de poesía y cientos de notas periodísticas y culturales.
También pertenecieron a Calibar los poetas Carlos Alberto Lanzillotto, José
Paredes, Carlos Mario Lanzillotto, Eloy López, Pedro Herrera y María
Argüello. Todos ellos figuran en un sitial muy alto de las letras riojanas.
Más información acerca de la poesía en “Mapa de la Poesía Riojana” y “An-
tología Poética Riojana” (más de 70 autores), “Este canto es América”, “El
libro de los Poetas jóvenes”, “Nuevo Mapa de la Poesía Riojana”, 376 pags.,
2005, H.D.G.
La escultura nos ha dado creadores como Roberto Trasobares, Carlos Zárate,
Marta Cortés Álvarez, Jorge Cisterna, Nestor Vildoza (un catamarqueño
residente entre nosotros).
Imposible consignar más nombres - se nos quedan tantos... - quizás no menos
señeros que los citados.
N. del A.

VIDALITA DE LOS CREADORES

Don Joaquín
«Mis Montañas»
le regalan un valle.
Si usted quiere
llámele... Samay Huasi.
350 Héctor David Gatica

«La mirada en el tiempo»


se le va don Arturo Marasso
se le va por los cerros Colorados.

Don Gabino Coria Peñaloza


si yo quiero seguir su «Caminito»
usted dirá... «Y que el tiempo nos mate a los dos»
Alberto Ocampo, Julián Amatte, Nicolás Dávila
devotamente Chilecito los custodia.

Rosarito de Atiles
los delantales blancos de su Patria
le piden un jardín de amor.

Hay un Ángel riojano


“que olvidó las estrellas”.

No he dicho aún Víctor María Cáceres


que en el telón de su partida
quedó un grito al despojo de la tierra
y un llamado por “la vuelta al nido”.

Honrando la memoria de los ilustres plásticos riojanos


digo su nombre Guzmán Loza.

Nombro Calíbar
y estoy llamando a un rastreador.
Vuelvo a decir Calíbar
y entonces los poetas más ilustres cantan
junto a pintores del mejor pincel.
Obras Completas 351

Convoco el alma de los telares


el rostro alfarero de la raza
y concurren las manos milagrosas
de los grandes artesanos de mi tierra.

Fray Bernardino Gómez


gracias por el Museo Inca Huasi
y Las Padercitas.

Los caminos del suelo argentino


nos acercan su nombre Timoteo Gordillo
y los altos caminos del cielo sobre El Ande
no olvidaron sus alas Vicente Almonacid.

Y te saludo finalmente
historia de aquí y de allá y de todo un continente
bastándome decir para tan poco
y para tanto
ésta es... “La Rioja Heroica”.
352 Héctor David Gatica

Serenata a la ciudad de los azahares

En este tramo de la Cantata se habla de esos tiempos de paz y de tranquilidad


que fueron antes el sello proverbial de nuestra provincianía.
Se describe La Rioja con sus templos y sus lugares más venerados y se rememora
el doble encuentro anual entre San Nicolás y el Niño Alcalde.
El recuerdo, anda a veces en coche de caballo por aquellas arterias memoriosas,
habla de carnavales perfumados de albahaca o inundados de agua y de jolgo-
rio, y muchas veces matizado con una chuma solidaria o sea una fiesta etílica,
que viene de las viejas celebraciones donde se solidifica el fundamento frater-
nal de todos los concurrentes.
Este canto que invoca nostalgioso a los que ya no están, es propiciatorio para
los que siguen y los que vendrán.
En nombre de esa Rioja que crece empeñosamente, la Cantata arroja una perfu-
mada flor de azahar sobre los viejos nombres, como para que su evocación siga
vigente.
Ariel Ferraro

Una provincia agitada por tantos años de lucha también sabe gozar de la ale-
gría en las fiestas populares religiosas y paganas y manifestar su fe. Algunas
calles de la capital riojana llevan los nombres de próceres provinciales: Ortiz
de Ocampo, primer general de la Nación, jefe de la expedición auxiliar del Alto
Perú; Castro Barros, presbítero que nos representó en distintas asambleas y
en el Congreso de Tucumán; Pelagio B. Luna, que en su carrera política llegó
a vicepresidente de la Nación; Abel Bazán y Bustos, obispo de Paraná, autor de
varios libros, nacido en Tama.
Habría que agregar, si no están ya, a los nombres de nuestras calles de la
ciudad de La Rioja, los de Nicolás Dávila y Zelada Dávila, que nos recuerdan la
toma de Copiapó.
Obras Completas 353

Por todas estas calles y por muchas más pasaban los mateos - coches de plaza
- llevando serenatas, o pasaba el Pujllay en un jumento seguido por comparsas
entre harina, agua y albahaca.
Aquel sacerdote que en el siglo XVII apaciguó a los indios evitando la destruc-
ción de la ciudad es ahora el santo San Francisco Solano, trasladado anual-
mente en el mes de agosto en andas hasta Las Padercitas, lugar del hecho
histórico y al finalizar cada año y comenzar el nuevo toda la provincia de La
Rioja se siente convocada al Tinkunaco - el encuentro de San Nicolás y el
Niño Alcalde -. Y diciembre y enero se pueblan de pacotas cantando villancicos
y vistiendo pesebres.
Abrazados con el vino y la alegría los cantores alcanzan las estrellas del alba
luciéndose en las chayas. Aquí aparecen los poetas de la chaya, denominados
así por el folklorista Juan Carlos Soria en un extenso estudio, que tiene sus
principales exponentes en los cantautores José Jesús Oyola, llamado “el
padre o patriarca de la chaya”; Ramón Navarro, creador de la música de la
Cantata Riojana y de numerosas piezas interpretadas por los conjuntos de
mayor renombre; Pancho Cabral, que ha paseado su arte por América y Euro-
pa. Y cuántos autores populares más...
N. del A.

SERENATA A LA CIUDAD DE LOS AZAHARES

Y volvió la ciudad
a sus plazas tranquilas
hospedando el saludo
en los días apacibles
religiosa y profana.

San Francisco era ahora


una imagen de santo
en andas hacia agosto.
354 Héctor David Gatica

San Nicolás y el Niño Alcalde


con sus alféreses y allis de fin de año
un Tinkunaco del calor y la fe.

Se vio a los mansos cocheros de plaza


llevando a la ciudad
por calles que ilustran nuestras glorias de ayer:
Ortiz de Ocampo,
Castro Barros,
Pelagio B. Luna,
Bazán y Bustos,
Zelada y Dávila.

Y al llegar el Pujllay vistiendo el carnaval


de albahaca, harina, un balde de agua y una chuma
no se salvó ni Dios.

Cuando los primeros calores parían a diciembre


lo sabían los riojanos
porque todo era pesebres
y pacotas de changos cantando villancicos
en sus noches de aloja.

¿Qué zaguán no esperó las serenatas


de don Julio Florencio Chazarreta
Del ciego Roberto Paz, Enrique Cárbel
y Nicolás Agüero (“El Nogal”)?

Quién no recuerda a los Peralta Dávila,


al bandoneón de Nicolás Córdoba,
al conjunto Llajta Sumaj
Obras Completas 355

y “esas manos color tierra” de Velardes,


Los Vicentinos,
La Virgen India de Ñoñolo Albarracín,
la riojanísima voz de Antonio Benítez.

¿Quién no cantó una chaya


de José Oyola alguna vez?

Y levante la mano
el que en La Rioja su amor
no sintió perfumado
por la flor del azahar.

Por la flor del azahar.


Por la flor del azahar.
Por la flor del azahar...
356 Héctor David Gatica

Chaya final

La primera parte es una breve información de la variante paisajística de la


provincia.
Ella se consolida en la fiel identidad geográfica. Es como decir, a través de la
canción, lo que nuestra provincianía posee de preponderante. Todo ello ha
servido para labrar un canto sencillo pero también logrado a punta de corazón.
Y al final va concretándose en una culminación equilibrada de alabanzas y
elegía.
Diríase que esto es así porque desde siempre quedaron muchos golpes del
pasado sacudiendo y conmoviendo el presente.
La narración cantada, se detiene necesariamente en detalles porque sus con-
notaciones han dejado heridas que aún siguen abiertas.
Queda dicho que la riojanidad es para nuestros coterráneos una larga tragedia.
Pero los riojanos siguen de pie. Porque como dice lo medular del canto, todavía
hay espacio para la esperanza.
Ariel Ferraro

La Rioja, con un marco de cerros tan altos como el Velasco y el Famatina,


nieve, oro y plata, tierra de nogales, viñedos y olivares, de ganado y algarrobales,
pampas de salinas, diques y lagunas, con cuestas tan bellas como la de Miran-
da, la Troya, el parque Talampaya, Ichigualasto o Valle de la Luna -que fue
nuestro y nos lo quitaron-, el balneario de Andolucas, Laguna Brava, y cien
lugares más.
Esta Rioja que desde los comienzos se sintió signada por la fe, la poesía, la
música y el martirio recibe en el presente siglo un nuevo gran sacudón:
Hombres de la cultura y el trabajo, la docencia y la política saben de las
cárceles, de la tortura, del exilio y de la muerte, por la dictadura militar que
oprimió al país entre 1976 y 1983.
Obras Completas 357

La Iglesia no fue menos y padeció el asesinato de su obispo, monseñor Enrique


Angelelli y de los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longeville. (ver “Los
días insólitos” - H.D.G.)
Pasada ya la noche del horror el pueblo en democracia sigue construyendo su
futuro de luz. Un movimiento de excelentes músicos y conjuntos musicales,
han posibilitado que en poco tiempo dos compañías grabadoras hayan efectua-
do más de un centenar de grabaciones.
Hay que señalar el valioso aporte de la escuela Polivalente de Arte, fundada en
1974, y del Instituto del Profesorado de Artes de La Rioja, en 1985, ambos
creados por el profesor Alberto Crulcih. Aporte que también se debe al maes-
tro Francisco Frega, autor de numerosas canciones y forjador de eximios
concertistas de guitarra; a Arsenio Aguirre, quien creara la Asociación
Guitarrística Riojana; a Ramón Navarro (h); a Luis Chazarreta, Camilo Matta;
y aquella labor de recopilación de Isabel Aretz llamada «Música tradicional de
La Rioja», de más de 600 páginas.
Rendimos homenaje a Adolfo E. Luna, Edgar Pierángeli Vera y Delfina Luna
Torres. Y a cuantos más por su invalorable aporte.
Recordando al pionero don Luciano Testori, debemos decir que una editorial
creada recientemente, Canguro, editó en poco tiempo cerca de un centenar de
libros. Esta actividad de nuestros creadores va siendo reconocida en vida, en
personajes e instituciones, con el Famatina de Plata lleva ya entregadas 127
distinciones.
Vendrán después la leyes del libro, de difusión y del disco que han posibilitado
numerosas ediciones y grabaciones de autores riojanos.
N. del A.

CHAYA FINAL

Famatina es el nombre
de la nieve y el oro
y el Velasco la cumbre
de la piedra mayor.
358 Héctor David Gatica

De viñedo y nogal
el oeste.

De aceite el norte.

Al sur
dispara el viento
recorriendo los llanos
montando algarrobal y quebrachal;
ganado y pasto.

Espejos de dique y salitral


desierto
y cardonal.

Talampaya,
el Ande
y los camélidos.

Este es el marco
de una historia
heroica y larga
que afianza su dolor.

*****

Un atropello más
nos regaló este siglo.
Ni flechas ni alaridos,
tampoco lanzas ni caballos:
Obras Completas 359

Cultura y religión plantan enganche:


los poetas se han alzado en canto;
los plásticos arriesgan sus pinturas
más allá de la flor y el colibrí;
escritores, periodistas
enarbolan la palabra al tope de la denuncia;
la Iglesia toca campanas en el corazón de los pobres
y como si esto no bastara
en la frente cansada de los trabajadores
le nacen sindicatos al sudor.

Por eso
el que nos mandaron esta vez
ordena a las noches
allanar y encarcelar a “la ciudad de los naranjos”.

Como El Chacho hacia Chile,


como Varela al Paraguay
algunos cabalgan las aguas del Atlántico
en busca de la madre
que nos dio Ramírez de Velasco.

Y los otros
los porfiados en quedarse
o los lerdos en huir
- sea docente, religioso o político,
obrero o artista -
pagan su pecado
con ocho años sin sol
o con la muerte.
360 Héctor David Gatica

Y - cuando no - en los llanos


a cientos de puesteros
los obligan a entregar su tierra. (1)

Y en Chamical
y en Punta de los Llanos
¡desnucado está Dios!

*****

Y aquella ciudad de todos los azahares


entona ahora un canto fabril con ritmo al este,
tiene varios naranjales menos
y hay unos cuantos edificios más.

Y una esperanza
por así decir.

No traicionemos el pasado:
Fue de lucha;
mas también fue de amor.

He aquí el vino:
Bebamos, que lo dan nuestros lagares.
Y he aquí el canto. Nuestro canto.
Cantemos:

Este es el rostro
de una historia
heroica y larga
que afianza su dolor.
Obras Completas 361

Rostro de un pueblo
de muchos pueblos
que en toda América
levantan su canción.

¡Que en toda América


levantan su canción!

1- Ver «El rastro del guerrero» (Los Fundadores del Olvido, H.D.G.).
362 Héctor David Gatica
- CAPITULO II -

NOTAS PERIODISTICAS

Cantata Riojana en Teatro Cervantes Teatro Colón

Y te fundó “Coraje del Arte”


y levante el pueblo para siempre su canción

El viernes por la noche, frente a cientos de rostros presentes y miles que pese
a estar ausentes la siguieron por radio, la canción fue creciendo, como crece la
historia de un pueblo.

Temprano, señor
Esa fue la respuesta dada por cualquiera que sospechara la gran expectativa
despertada por el estreno de la Cantata, ante la pregunta: ¿a qué hora voy? Y
las ganas por ver crecer la canción fueron tantas, que casi dos horas antes del
inicio del espectáculo, que comenzó a las 21:50, ya había frente a la sala de
estreno, una larga fila de gente inquieta.
Por supuesto, la sala fue absolutamente rebasada en su capacidad y ante esto,
el gobierno provincial, se anunció por los parlantes, decidió que se pusiera
nuevamente en escena mañana. (No se pudo).
No importó si se estaba de pie, sentado en el piso, en butaca reservada o no
reservada. Importó escuchar (y en esto todo el público respondió plenamente).
En ese marco de pueblo la canción fue creciendo. Como lo esperaban los
artistas. Como lo esperaban todos.
Obras Completas 363

Estreno de LA CANTATA RIOJANA.

La fuerza de la historia
A las 21:50, la historia de la Rioja comenzó a caminar por la música, la poesía y
la imagen. Como un todo pleno de arte que poco a poco fue entrando por las
venas y estalló en un final de ovación.
Las imágenes de Ricardo Acebal acompañadas de la voz de Juan Carlos Soria
relatando textos de Ariel Ferraro que explican aspectos de los poemas, fueron
intercalándose con las canciones y recitados, lo que constituyó una excelente
idea. Entre esas imágenes y ya en la “Chaya final”, hubo una que arrancó el
espontáneo aplauso: la de Monseñor Enrique Angelelli.
Si la historia riojana es de fuerza, coraje y lucha pero también de aromas, senti-
mientos y esperanzas, también hubo ello en los artistas. Antes, durante y
después de la puesta en escena.
El antes muchos lo saben y muchos lo ignoran. Igual pasa con lo que vendrá,
pero el durante, fue apoteótico.
Arreglada por Ramoncito Navarro y Luisito Chazarreta, la puesta en vivo per-
mitió una constante y variada participación de músicos y cantores. Y fue una
participación vivida hasta los tuétanos, como si se hubiese obedecido con el
talento, a la simplemente inigualable fuerza de los versos de Gatica.
Inigualable fue también lo de Ramón Navarro, con la hermosa voz de su canto
364 Héctor David Gatica

y asombroso en los recitales. La ironía de injustos repartos, el coraje imparable


de los caudillos, La alegría pueblera y sabia de las coplas, La valentía ante el
dolor de los atropellos.
En cada recitado Navarro esculpió cada uno de los versos, cada uno de los
hechos.
Excelente fueron también los recitados de Chito Zaballos, Las guitarras de
Luisito Chazarreta y Colacho Brizuela, la magia de los instrumentos en las
manos o en la boca de Ramoncito Navarro, La cálida voz de Pancho Cabral, los
coros y canciones del Rioja Trío.

Que todos levanten su canción


Tanta fuerza, empeño, calidad, paciencia: tanta historia y tanto, tantísimo ARTE,
no podían sino concluir con una ovación. Porque pareció que los aplausos al
final de cada uno de los doce cantos no bastaba, que el sonido del agradeci-
miento debía prolongarse, que la canción era de todos y como tal, había que
abrazarla. Abrazos, lágrimas, bravos, aplausos y ovación.
Todos levantaron su canción. Todos agradecieron al ARTE. En todos quedó
fijo el “rostro de un pueblo / de muchos pueblos / que en toda América /
levantan su canción”. Ojalá que sea por siempre.
Arturo Ortiz Sosa (h)

Desgranando el racimo
Desde el “Canto Fundacional”, luciente y bonito como una fotografía panorá-
mica en colores, pasando por “La Maloca”, recia y dolorida con su sabor de
historia trágica, nos encontramos en el ritmo de canción contemplativa de “Un
Santo de madera de Naranjo”, con el Niño Alcalde Indio que llega para redimir
la sangre del cacique Coronillas. (Genial esa “clarinada” de “Rioja Trio”, en
homenaje al mártir de la raza diaguita...).
Mientras tanto, silenciosa y vital como un hilo de agua que repta entre las
breñas anda por allí campeando la primera matriz de la humilde y corajuda mujer
riojana: la madre-india, símbolo de un pueblo en proyectos que nos dio a
Obras Completas 365

mamar el amor de la tierra: “madres sin nombre ni apellido, nuestras madres, las
madres indias”. Homenaje sin rubores, signo de honor viril, que se escribe
quizás por primera vez en la literatura riojana...
Avanzando en el tiempo, pero quizás desde el génesis, nos encontramos con el
problema social riojano: “unos pocos con el agua del mando. El resto del
pueblo, con el “turno” nomás”... Y quizás también por ello, por que el pueblo es
tozudamente optimista y fuerte contra la tentación del fatalismo, se refugia en
la copla del “Canto Popular”, lamento estridente y montañés que brilla en las
voces de “Rioja Trío”, y que eclosiona en ese oportuno “grito chayero” final,
sonando a voluntad, una voluntad que no se rinde...
Las oquedades depresivas de “La Maloca” y el desandar amargo y vidalero del
“Exodo” se mezclan con brochazos de grandeza:” hombre macho ese Quiroga”.
“En Punta de los Llanos” desnucado está Dios”... para transformarse en cánti-
co dulcísimo de amor en “Serenata a la Ciudad de los Naranjos”, que luce en la
voz de Pancho Cabral y en la armonía “affiatada” de Rioja Trío...
Aquellos que en la noche del pasado 24 de mayo pudimos asistir y “compartir”
(sí, era necesario entrar dentro del clima...) la puesta en espectáculo de la
“Cantata”, pudimos entrever algo de aquello del sabio pensador Guillermo
Hegel. Allí estuvo presente, en la apretada síntesis lírico-poético, la “larga
historia”, la pequeña historia de este rincón apellidado “Rioja”, la Ciudad de
Todos los Santos, la Ciudad de los Naranjos. Un rincón circundado de largo y
ancho que, como Macondo, pudo ser cualquier rincón de este largo y ancho
continente, América Latina. Un punto vivo de la América mestiza, la del con-
quistador y del indio, La de las gestas de la Emancipación y de las bregas por
el agua, la de la dignificación del hombre y de la larga y dolorosa esperanza.
Una “Cantata”, pieza musical compuesta de canto coral, solistas y música
instrumental, de tono sobradamente lírico, ya que en ella brilla lo romántico-
afectivo, con sabor de épica, en sus valores narrativo-histórico y proclamativo.
Apareció al público que vibró en un solo aplauso cálido y cerrado, como una
expresión eminente de la “cultura riojana”, grito vibrante de las vivencias pro-
fundas de un pueblo que estaba esperando esta página hace años.
Pbro. Martín Horacio Gómez
366 Héctor David Gatica

El disco de los “sentidores de la vida”


Parafraseando a Ariel Ferraro decimos: como quien desastilla el viejo árbol del
pueblo y levanta la corteza de los aconteceres, encontramos uno de los ele-
mentos más nobles que hacen al presente de nuestra provincianía. Nos referi-
mos al conjunto de estos creadores. Estos creadores que con esa generosidad
que sólo da una inmensa necesidad de expresión y un amor extremo por lo que
se hace, nos entregan hoy, para nuestro juicio y fruición, esta placa: la Cantata
Riojana.
En ella Gatica, la poesía, ese lúdico manejo del idioma que no agota las posibi-
lidades de significado en cada una de las innumerables lecturas que soporta,
viven momentos de fiesta y lujo dentro de un marco de simplicidad agobiante.
Debe haberse sentido intrínsecamente comprometido en cuerpo y alma Ramón
Navarro con los versos para poder llevar adelante un desafío de ambiciosas
dimensiones, cuál es musicalizar el verso libre, darle curso al río de nombres
propios y situaciones concretas, y todavía darse el lujo de crear lo propio, lo de
todos.
Eso de todos que gracias a la posterior identificación con lo presentado en
primera instancia, sintieron probablemente también Ramón Navarro hijo y Luisito
Chazarreta, al arreglar y combinar voces e instrumentos a efectos de que final-
mente la obra tenga ese carácter de totalidad y unicidad, requisitos indispensa-
bles para una vida autónoma que ahora es de todos, pero de todos los que la
comprendan.
Y así como en el disco se desgrana la historia nosotros haremos lo propio con
los temas.
Con muchísima ternura el canto fundamental logra su cometido a través de la
excelente profundidad en la voz de Navarro, que cuando declara “y te fundo...
ciudad de todos los azahares...” lo hace desde lo más hondo e intimisa un acto
que se repite día a día, cuando cada uno de nosotros fundamos el ambiente
mientras, cotidianamente, lo vivimos. Como vivimos esa exaltación del cacique
Coronillas, que favorablemente el Rioja Trío resuelve, en su lucha contra una
falsificación que deviene en esclavitud.
Elementos combinados a lo largo de la obra con pertinencia, como si natural-
Obras Completas 367

mente debieran estar allí, tales como cuando se retoma esa forma ancestral del
canto en el diálogo entre las partes (La Maloca); La dulce tristeza que emana de
la voz de Ramón en la evocación de un Santo de Madera de Naranjo; el charango,
remedando la fuerza de la tierra en Madres Aborígenes y el Rioja Trío cuando
con su voz saca de las raíces esa hermosa e inmerecidamente olvidada forma de
cantar que es común a la gente sentida y unida por historia y circunstancia a la
tierra. Ese canto popular que más que canto es un lamento íntimo, personal,
similar a aquel canto primigenio de los negros esclavos del norte, el blues,
aseveraría Leda Valladares.
Capítulo aparte merece la fina sátira, molesta por actual, del Reparto del Agua,
con ese aire centroamericano que le da la músicalización con maracas y mandolín
y la decidida ironía de Ramón en sus declaraciones de justicia, ese concepto de
justicia que tratarán de variar los caudillos, en la otra cara del disco, acompaña-
dos de un largo y enérgico andar musical por los llanos. Y la Vidala del Exodo,
cuyo protagonista es el arreglo, ese irse por atrás del poema que abarca toda la
dramatización y el dolor personal y comunitario de todos los éxodos, más allá
que el propio del canto.
Y así como los versos que nombran y renombran a Calibar pasan a primer plano
en Los Creadores, la Serenata a la ciudad de los Azahares se dulcifica en un
ensueño en la voz de Pancho Cabral, redescubriendo el paisaje al redescubrir-
nos en cada nota y palabra del canto, mientras en la utilización ilustrativa de los
sones retrospectivos que se describen (serenata, chaya) nos ayudan a cons-
truir la imagen de lo dicho aún si no lo hemos presenciado.
Finalmente, toda la fuerza de Chito Zeballos cabalga por el territorio para sufrir
con un pasado reciente lamentablemente trágico y goza de la manifestación de
la fe en el futuro común. El excelente trabajo instrumental (presencia funda-
mental de Colacho Brizuela) que lo acompaña al recitar, logra darle profundidad
a los versos y cala hondo en aquel que lo escucha, tan hondo como para arribar
al origen de las lágrimas.
Partiendo de que ésta es sólo una interpretación posible de la historia, así
como el presente, es sólo un comentario, el de esperar que al juzgar la obra los
riojanos, todos, hallamos madurado lo suficiente como para comprender que lo
importante de mirar hacia atrás es encontrar el sentido del pasado y no disfra-
zar la historia de innumerables fechas y nombres que con el tiempo se olvidan
irremediablemente.
María Rosa Di Santo
368 Héctor David Gatica

Una historia dentro de otra historia


La historia de un pueblo que se proyecta a miles de historias de un continente
a través de la poesía y la música, será cantada mañana en un legendario recinto
de la cultura del país: el Teatro Nacional Cervantes.
En un hecho inédito según los propios organizadores, la Dirección Nacional
del Teatro eligió para festejar el día del Teatro Nacional «una expresión del
interior del país con la que ratificamos nuestro espíritu federalista»: la Cantata
Riojana.
En esa sala de más de 1000 butacas, un grupo de riojanos cuyo arte se nutre de
la provincia pero camina hace mucho tiempo por el país, pondrán a considera-
ción de toda la colonia artística, agregados culturales de las embajadas, repre-
sentantes de las casas provinciales ubicadas en la Capital Federal, legisladores
nacionales y por supuesto, de los residentes riojanos en Buenos Aires, una
obra del talento, crecida en el cariño y el sacrificio de sus hacedores. Allí
estarán los tres Navarro (Ramón padre e hijo y Lucio), Chito Zeballos, Rioja
Trío, Pancho Cabral, Luisito Chazarreta, y Colacho Brizuela.

Un acto federalista
El festejo del «día del Teatro Nacional» estará dividido en dos partes. La prime-
ra, en la que se leerán mensajes alusivos a la fecha y se verán escenas de la
obra «Mi Buenos Aires de entonces», en la que actúan Juan Carlos Torry, Irma
Córdoba, Tania y otros, dirigidos por Julio Vacaro.
En la segunda, la Cantata Riojana, con el audiovisual de Ricardo Acebal y los
textos de Ariel Ferraro dichos por Juan Carlos Soria.
La apertura del acto estará a cargo del Director Nacional de Teatro, Osvaldo
Bonet.
Obras Completas 369

La “Cantata” en el Cervantes,
una emocionada fiesta del arte
11 - 12 - 85

“La celebración de Día del Teatro Nacional tuvo este año una característica
diferente”, señalaba ayer entusiasmado Omar Tiberti, coordinador para el inte-
rior de la Dirección Nacional de Teatro, en una charla telefónica con EL INDE-
PENDIENTE. “Habíamos conseguido integrar artísticamente al Interior con la
Capital en el Teatro Nacional Cervantes”, agregó con su característico entu-
siasmo Tiberti.
Es que podía adivinársele aún en la voz la emoción de la madrugada cuando un
público que superó en más de 300 personas la capacidad de la tradicional sala
teatral había prolongado en ovaciones los ecos de la Cantata Riojana, y luego
apretando la emoción en los abrazos seguía sin querer terminar la fiesta grande
del arte. Durante la presentación de la Cantata había personas en el hall, otras
sentadas en el suelo, en los pasillos, cada piso superado en más de cien espec-
tadores su capacidad máxima, por momentos hacía temer por la seguridad pero
todo fue una fiesta.
La colonia artística se hizo presente a través, entre otros de Marcos Aguini,
Guillermo Bataglia, Ben Molar, Hamlet Lima Quintana, Suna Rocha, Julia Elena
Dávalos, Jaime Torres, Perla Argentina, Cecilia Maresca, Luis Agostini, Eugenio
Filipelli, Ariel Ramírez, Ulises DUmont, Santos Barbero, toda la gente de la
Dirección Nacional de Teatro encabezada por Osvaldo Bonet, los activos e
infatigables coordinadores para el Interior Omar Tiberti y Carlos Kiodo, Miryam
Strat, Osvaldo Kalatayud y tantos otros.
Vino luego, la segunda parte, en la que la Dirección Nacional de Teatro rindió
homenaje al poeta riojano recientemente fallecido, Ariel Ferraro, cuyo nombre
fue impuesto al reciente Encuentro Regional de Teatro del NOA, celebrado
aquí. Osvaldo Miranda fue el encargado de prestar su voz a este emotivo
homenaje. Luego el canto federal,” América toda en la Cantata Riojana”, de
Ramón Navarro y David Gatica. Osvaldo Bonet acompañó a Gatica desde el
palco que ocupaba hasta el escenario donde Ramón Navarro lo presentó al
público que le tributó su homenaje, su reconocimiento por la calidad de su obra
con una sostenida ovación.
El Independiente
370 Héctor David Gatica

La Cantata Riojana en el Teatro Cervantes. (Bs. As.)

En la Argentina actual, tanto los músicos con décadas de trayectoria, como los
que no hace mucho iniciaron su camino, evidenciando una permanente pre-
ocupación por reflejar una identidad - al menos, regional - que no ha tenido
oportunidad de fraguarse. En la línea más ambiciosa de esta búsqueda se
inscriben varias obras integrales que comenzaron a encontrarse con sus desti-
natarios a partir del año pasado, concebidas y estrenadas en las provincias
antes que en Buenos Aires.
Concebida con el mismo criterio federalista de las restantes, la Cantata Riojana,
compuesta por Ramón Navarro sobre un poema de Héctor David Gatica y
presentada el lunes en la Capital, apunta a resumir cronológicamente las etapas
fundamentales de la historia de la provincia desde su fundación hasta nues-
tros días. Se trata - como lo expresa Ariel Ferraro en los comentarios previos a
cada una de las partes -, de una “alabanza y elegía”, que no descuida el perfil
esencial de los protagonistas - el conquistador, el indígena, el evangelizador, el
campesino, el caudillo, el cantor popular, el creador -, enfocado con un tono
crítico.
Obras Completas 371

El equilibrio argumental se correspon-


de con una instrumentación sencilla,
apoyada prioritariamente sobre las
voces (el propio Ramón Navarro, el
Rioja Trío, Chito Zeballos y Pancho
Cabral, parte de un elenco casi ínte-
gramente riojano), con el apoyo de los
aerófonos de Ramón Navarro (h), de
las guitarras de Luis Chazarreta y Lalo
Homer, y de percusión. Chito Zeballos, Ramón Navarro,
David Gatica y el
Aunque dinámico y fresco, el arreglo Ing. Nicolás González Iramain,
vocal podría ganar en riqueza en tan- al presentar la «Cantata Riojana»
to descartara unísonos y en el Teatro Cervantes.
armonizaciones por terceras para el
Trío, y combinara lo histórico con sus
resultados, como en “El canto popular”, uno de los mejores momentos de la
obra. Encarnada en la vigorosa al tiempo que dulce voz de Navarro, apuntalada
por los convincentes parlamentos que alterna con Chito Zeballos, la Cantata
Riojana contiene partes en las que están mejor combinadas las posibilidades
tímbricas, como la “Serenata a la ciudad de los azahares” - sostenida por la
hermosa voz de Pancho Cabral -, y la profunda “Chaya final”.
Rota durante tres lustros la tradición de las obras integrales construidas sobre
nuestra música popular, no es ésta la oportunidad de ahondar públicamente en
lo perfectible, en tanto el sustento ideológico esté bien encaminado y en tanto
su interpretación constituya un trabajo en equipo (en este caso, complementa-
do por las diapositivas de Ricardo Acebal, ajustada interpretación de las pala-
bras de Gatica). El propio poeta alerta, hacia el final, a “no traicionar nuestro
pasado”, una sana advertencia que merece ser tenida en cuenta más allá del
escenario y en todo lo que concierne a las manifestaciones populares.

Sibila Camps
CLARIN, Bs. As., 11-12-85
372 Héctor David Gatica

05 - 07 - 89
La gaceta riojana
Músicos populares de La Rioja
y la Cantata, en el San Martín
La Cantata Riojana no solamente se presentará el 8 de Julio en la función de
gala del Teatro Colón de Buenos Aires, sino que al día siguiente, será interpre-
tada nuevamente en el Teatro General San Martín de la Capital Federal, en un
concierto que llenará de orgullo a los riojanos, ya que participarán los músicos
de esta provincia, para dejar en claro sus valores frente al público porteño.
A consecuencia de tramitaciones que se realizaron en los últimos días, se ha
logrado la organización de un concierto especial en el Teatro San Martín, la
noche del 9 de julio, con la participación de artistas riojanos.
La programación incluirá, en esa noche de gala de la música popular de nuestra
provincia, los recitales de: Rioja Trío, Pancho Cabral y Ramón Navarro, en
forma individual, y como gran cierre, la unión de todos los mencionados para
interpretar la Cantata riojana.
Este programa especial constituirá un acontecimiento artístico de primera mag-
nitud, y la publicidad cierta para los músicos riojanos de abrir una puerta
grande que los haga entrar en el público porteño, el cual muchas veces desco-
noce la jerarquía de los músicos del interior.
La Gaceta Riojana cubrirá en forma exclusiva, y desde el interior mismo de los
dos conciertos, en el Colón y en el San Martín, todos los entretelones de estas
presentaciones. Y hacemos llegar nuestras felicitaciones y total apoyo, a los
músicos participantes en esta “patriada”, y en especial a Pancho Cabral com-
pañero de trabajo en la redacción de este matutino.

La Rioja, lunes 10 de julio de 1989


La cantata riojana en el Colón
LA CANTATA RIOJANA, obra de David Gatica y Ramón Navarro, fue presen-
tada en la función de gala del Teatro Colón como parte de los actos de asun-
Obras Completas 373

ción del mando presidencial por parte del riojano Carlos Menem. La tonada
riojana se instaló en el máximo escenario del país y en el sitial de honor de la
platea. Un hecho que puede ser auspicioso, pero que hasta el momento tiene el
valor que los riojanos sabrán darle.

De Villa Nidia y Chuquis al Teatro Colón


Quizás jamás imaginó el pueblo de La Rioja que esta obra, representativa de su
paisaje e historia, pudiera pisar las tablas del Colón.
Si estuviera con nosotros uno de los mentores del proyecto, el siempre recor-
dado Julio César Rearte, «Chacho», seguramente alguna de sus antológicas y
finas ironías estaría ya echando a andar en el sentimiento del pueblo. Y así
como Chacho Rearte tituló a su último libro «No te detengas, corazón», quere-
mos robarle un poco la idea y decir: «No te detengas, Cantata Riojana», porque
los riojanos estamos orgullosos por el camino recorrido y por el que falta
recorrer.
(...) Cantata, no te detengas nunca. Porque llevas adentro el dolor de un pue-
blo, y su corazón, que dio Varela, Quiroga y Peñaloza. Y en la noche de gala del
Colón, vos no estarás de «gala», no te hace falta, tu ropaje es la sencillez de sus
autores, la humildad de Los Llanos y el paisaje de La Costa, el agua de las
acequias rurales, La vidala anónima y la chaya madura.
Cantata, nunca dejes de cantarnos, porque después del Colón, te espera una
copla en la Quebrada.
Pancho Cabral, La Gaceta

Folklore, tango y
música en la velada del Colón
A continuación se escucharon dos fragmentos de la «Cantata Riojana», con
música de Ramón Navarro y poemas de Héctor David Gatica.
374 Héctor David Gatica

Esta cantata - verdadero acierto como obra que intentar rescatar esencias
folklóricas - incluye doce canciones que resume la historia y la geografía de la
provincia, desde los primitivos habitantes hasta el hombre de hoy, recorriendo
llanos, quebradas y montañas. Comprende el «Canto fundacional de La Rioja»
y la «Oda a los caudillos», dos partes en las que brilla particularmente La
excelente música de Ramón Navarro y la muy interesante utilización de instru-
mentos aerófonos de origen quechua.
Diario LA NACION, Bs. As., 10 de julio de 1989
Obras Completas 375

LA CANTATA JOVEN

Más de 2.000 riojanos


revivieron su historia
El independiente - La Rioja, 31 de diciembre de 2000
Cantata riojana

En medio de un silencio expectante el viernes por la noche unas dos mil perso-
nas despidieron el año con un espectáculo significativo que reanima los 409
años de nuestra Rioja: la representación en vivo de la Cantata Riojana, en la
plaza 25 de Mayo
La iniciativa de la Agencia de Cultura de despedir el fin de siglo con la presen-
tación en vivo de la obra, tenía como objetivo principal homenajear a los crea-
dores e intérpretes originales de la Cantata.
Entre las imágenes que se proyectaban a través de las dos pantallas gigantes
montadas, Nicolás Carrión recordó con sus relatos los primeros tiempos de la
Cantata, una serie de anécdotas que emocionaron al público. Carrión se espe-
ranzó en que la juventud de los nuevos intérpretes haga recorrer la magnífica
obra “por América”.
Posteriormente y con la imponente presencia de Ramón Navarro, Héctor David
Gatica, el Rioja Trío, Pancho Cabral, Nicolás Brizuela, Luis Chazarreta, Hugo
Casas, Ramón Navarro (h) y Juan Carlos Soria, se hizo entrega por parte del
gobernador, Ángel Eduardo Maza, el vicepresidente de la Cámara de Diputa-
dos Rolando Rocier Bustos y la presidente de la Agencia de Cultura, Gabriela
Pedrali, la reproducción en forma de cuadro, de la portada original de la Cantata
Riojana.
Además entregaron una copia de la ley provincial del Disco, y la minuta de
comunicación de la Cámara de Diputados, que sugiere a la función Ejecutiva la
reedición discográfica de la Cantata.
376 Héctor David Gatica

La Cantata Riojana, más joven que nunca.

Un espectáculo lleno de sentimientos


El espectáculo se abrió en medio del silencio del público que esperaba atento
el inicio de nuestro canto.
El escenario dispuesto para el evento presentaba una escenografía en lienzo
con figuras representativas de la historia que cuenta la obra.
Así los jóvenes y nuevos intérpretes de la obra realizaron una impecable repre-
sentación de la Cantata Riojana.
Las glosas estuvieron a cargo de Aurelio Ortiz, el narrador fue Carlos Ferreyra.
También participaron como solistas Martín Molina Torres y Daniel Romero. Y
el agregado singular de la nueva interpretación estuvo a cargo de las voces
femeninas de María de los Ángeles Salguero y Gloria de la Vega.
En tanto Luis Chazarreta, Nelson Scalisi, Carlos Chazarreta (Trío la Cuerda),
Mario Alejandro Oliveira, Malena Cabral, Álvaro Canavesi, Duilio Maldonado
y Fernando Gramajo fue la banda musical que acompañó la Cantata.
El otro aditamentos fue el coro de la Asociación Riojana de Directores de Coro.
Los artistas “fueron elegidos por sus cualidades musicales, su compromiso
Obras Completas 377

con la obra, y por ser reconocidos por el público”, dijo Camilo Matta, quien
junto a Luis Chazarreta tuvieron la responsabilidad de realizar los arreglos
musicales y dirigir la obra.
El espectáculo fue transmitido en vivo por Canal 9 y culminó con un show de
fuegos artificiales y el abrazo entre todos los artistas que participaron y tam-
bién entre el público que estaba presente.

Los autores de la Cantata, 15 años después.


378 Héctor David Gatica
Obras Completas 379
- CAPITULO III -

LA CANTATA POR
LOS DEPARTAMENTOS
- De «Aquellos días» -

Cantata Riojana en Talampaya Cantata Riojana en Andolucas

- 1986 -

Lunes 13 de octubre
En el oeste

Departamento LAMADRID:
A las 14:30 horas salimos desde La Rioja rumbo al interior de nuestra
provincia, en esta especie de malón cultural, pues pretendemos reco-
rrer todo en menos de un mes; cosa que hicimos en un año con la
primera etapa de “Juntos en la Cultura”.
Nos juntamos con Salud, Chagas Mazza, dirección que combate un
mal endémico de la provincia. Nos acompaña el diario “El Indepen-
diente” y nos apoya el CCI, Radio Nacional, Canal 9.
380 Héctor David Gatica

Integrantes: Pancho Cabral, Luis Chazarreta, Ramón Navarro, su


esposa Nélida Piedra, Ramón Navarro (h), Rioja Trío, el chofer de
Chagas, don Alberto Argañaraz, el que suscribe y el sonidista Loren-
zo Peñaloza. Nos prestó su automóvil, en un gesto muy generoso,
Nacho Chazarreta.
Entramos a Talampaya. El guía nos informa acerca de los petroglifos.
También nos cuenta: Sabían Uds. que un cóndor tiene un solo huevo
por vez ,el cual empolla en doce meses?
Y llegamos a Villa Castelli, donde se encuentra ya el director de
Chagas, Dr. Carlos Santander.
Están presentes el intendente, el diputado y numeroso público, que
supera todo cálculo, pues hoy es lunes. Asisten como 500 personas
en un pueblo de no más de mil.
Después se realiza la actuación de los artistas locales.

Martes 14

Nos reunimos con el intendente y el diputado, quienes piden un jura-


do para la música del himno de su pueblo. Aceptan Ramón Navarro
(h) y Luis Chazarreta.

Departamento VINCHINA:
Nos recibe el intendente. Por la tarde vamos a ver las “estrellas” y
contemplamos esa maravilla que es el nevado del Famatina y el colo-
rido de los cerros de la precordillera.
La actuación se cumple en un club al aire libre, con total silencio del
público.
Obras Completas 381

Miércoles 16

Llegamos hasta Jagüé, a mirar a


la distancia al “Bonete” y conver-
sar largamente con don Juan Mi-
randa.
Hay una picardía permanente en
lo que dice; rompiendo toda so-
lemnidad de eso que él ha reali-
zado, hasta con una distinción
papal; comentando lo suyo y a la
En la iglesia de Jagüé. vez riéndose de su propia obra,
hecho no con limosnas sino con
sus muñecos, con su circo.
En Vinchina nos comentan que
todavía no salen del asombro de
lo vivido la noche anterior.
El intendente se llama Humberto
Cerezo y a mí, con dos más, nos
toca parar en casa de la Negrita
Alvarez (Flia. Herrera).
Don Juan Miranda e integrantes de
la Cantata en Jagüé.

Departamento FELIPE VARELA:


Villa Unión. A las 14, llenos de polvo y cansancio, aunque todavía
con la magia de la Quebrada de Troya y del río Bermejo, llegamos a
Villa Unión.
382 Héctor David Gatica

Se nos atiende muy bien. Aquí el


acto estará a cargo de la delega-
ción de la Universidad.
El público es también numeroso,
colma el salón y somos recibidos
con fuertes aplausos.
Entre otros, vienen a saludarnos
Martha Fierro, una santafesina
que quiere que vamos a su pro-
vincia y una rionegrina que dice Con Ramón Navarro (h) en el río
que vamos a Viedma. También se Bermejo, Quebrada de La Troya,
acerca muy conmovido Felipe rumbo a Jagüé, cuando recorrimos
Dávila, un maestro que trabaja en toda la provincia con la Cantata
El Zapallar, una escuelita metida Riojana.
en la cordillera; estuvo varios
años en la cárcel en tiempo del
proceso.
Qué bien se respira el aire de Vi-
lla Unión.

Jueves 17
En el norte

Departamento FAMATINA:
Cruzamos la Cuesta de Miranda, los muchachos embelezados. En
Sañogasta llegamos a casa de mi hermana Noemí, pues se nos enfer-
ma Luis Chazarreta.
Hemos dejado el oeste de la provincia y ahora estamos yendo hacia
el norte, con otro paisaje por delante.
Obras Completas 383

Vamos andando por el valle de Antinaco.


Pituil. Llegamos con un viento muy fuerte y frío, pero con la calidez de
la gente que nos recibe en sus casas y en su corazón.
Con Luis y Ramón nos toca pernoctar en casa del Sr. César Carrizo.
El edificio para el acto es muy lindo. Completo totalmente el salón y el
ala lateral, a pesar de lo desapacible de la noche. Los aplausos son
decidores y los silencios intermedios conmovedores.
Y al final, una nutrida participación de números locales, donde por
cierto no están ausentes los acordeones de Pituil.

Viernes 18

Departamento SAN BLAS DE LOS SAUCES:


A la hora del desayuno y acompañados con una grapa pituilense, nos
cuentan como se codeaban cuando hicimos “El reparto del agua”,
pues hace cien años hubo un enfrentamiento entre Pituil y Chañarmuyo
por el agua, muriendo dos personas por las balas.
Asimismo nos contaron que en Pituil son muy unidos y que si a veces
se pelean, siempre se salva algo que es sagrado: la grapa; jamás se
denuncian por esto - pues está prohibido hacer grapa; pero en casi
todas las casas hay un alambique -. Que una vez uno que llegó a vivir
amenazó con que iba a denunciar que ahí hacían grapa, por lo cual le
hicieron saber que al día siguiente iba a tener que dejar el pueblo .
Nos vamos a despedir de las maestras, donde es directora Pocha
Juárez. Nos acompañan hasta la puerta haciendo palmas y cantando
“les damos las muchas gracias”.
Los Sauces. Nos esperan en Shaqui, en la escuela que cumple cien
384 Héctor David Gatica

años.
Luego de saludar a los maestros y almorzar, nos vamos a conocer la
quebrada de Andolucas; nos guía el profesor de la Colina.
Está lloviendo, lo mismo nos introducimos en esa increíble belleza de
vegetación, aguas caudalosas y murmurantes, piedras lisas profundas
en la “olla”.
Aumenta el hechizo una niña que allá sobre las piedras altas, llama a
Juan y acaso también busca una majada, para que en la quebrada no
se le queden cuando llegue la noche lluviosa y fría. Los muchachos
quieren sacarle una foto a la distancia, ella se cubre. Seguimos bajan-
do, porque ya regresamos, y ella sigue allá arriba, en la alta piedra,
llamando a su Juan bajo la lluvia. Que extraño es todo esto, como una
leyenda puesta en vivo, de toda esta maravilla de piedra, verdor, agua
y esa niña, que si no fuera por nosotros, en mitad de la tarde hubiese
ascendido solita hasta esas soledades con llovizna a buscar a su Juan,

Quebrada de Andolucas.
Obras Completas 385

a quererse encontrar con él, y a esa majadita miedosa y tiritona.


Una nueva noche de éxito cosecha la Cantata, tan vibrante como las
anteriores.
También está candente el tema del agua. Y nos habla Carlos Meré,
donde paramos con Ramoncito y Luis, de todas las tomas que a lo
largo del cauce ya tenían los aborígenes.
Aquí hubo hasta el 68 seis mil personas nos dice, y ahora no llegan a
tres mil; les facilita el éxodo a todos estos pueblos esos ómnibus a
todo confort que pasan por acá, cubriendo Tinogasta con Caleta Oli-
va, en la Patagonia.

Sábado 19

Se nos enferma Ramón Navarro (h) y tenemos que buscar un médi-


co. Cuando mejora nos vamos a Suriyaco, también exuberante; no
podemos llegar a la casita donde estuvo viviendo el Hno. Arturo Paoli.
Según cuentan vino un belga, hizo el oratorio y luego de terminar
estuvo diez días orando y ayunando. Además que aquí se mataron a
más de 20, entre curas y laicos de distintos paises en tiempos del
Proceso.
Y nos despedimos de estos pueblos: Suriyaco, Andolucas, Cuipán,
Lorohuasi, Shaqui, Los Robles, San Blas, Alpacinche, que pertene-
cen al denominado Valle Vicioso.

Departamento ARAUCO:
Aimogasta. Nos traiciona el sonido, mejor dicho el tinglado del club,
la cantidad de público es menor. Están presentes el cura y el inten-
dente. Pernoctamos en la hostería.
386 Héctor David Gatica

Departamento CASTRO BARROS:


Visitamos Santa Vera Cruz invitados por un matrimonio Vera, hermo-
so pueblito a continuación de San Pedro - donde hay una iglesia toda
de piedra y casas también de piedra; aquí se hace el Festival de la
piedra - ya bien alto en la sierra. Nos llegamos hasta esa casa de
arquitectura extrañísima, hecha por quien está viviendo en ella, D.
Dionisio Aiscorbe; nos dicen que es de largas barbas, extraño; no lo
alcanzamos a conocer pues en ese momento ha salido. Toda de pie-
dra. A su costado pasa un canal.
La familia Vera nos convida alfajores de turrón y vino añejo.
Al mediodía llegamos a Chuquis, el pueblo de Ramón Navarro, un
pueblo que se volcó entero para decir a su hijo que lo admira y lo
quiere. Es vibrante la noche en el corazón de los chuqueños, mi abra-
zo con Ramón, el abrazo de Ramón con su hijo, el recuerdo de Car-
los Navarro, la entrega de los artistas a lo largo del canto. El público
de pie. Hay muchas lágrimas

Terminamos de cumplir con los


departamentos del oeste y el nor-
te, dominio de los capayanes y
los caciques Coronilla y Chalimín
en tiempos de “El Gran Alzamien-
to”. Aquel era el alzamiento de las
lanzas aborígenes contra el des-
pojo conquistador. Este es el al-
zamiento del canto recordando la
epopeya.
Casa de Dionisio Aiscorbe, en Permanecemos un par de días en
Santa Vera Cruz. La Rioja, como para sacudirnos
Obras Completas 387

la tierra de tanto camino, y continuamos hacia el sur, escenario de


nuestros valientes caudillos y también de inspirados poetas.

Martes 22
En los Llanos

Departamento ÁNGEL VICENTE PEÑALOZA:


Luego de haber descansado en La Rioja, donde quien nos veía nos
interrogaba acerca de la gira, continuamos viaje hacia la ruta de los
caudillos.
Tama. Nos recibe una chica que es de la Comisión de Cultura, Laura
Sánchez, dulce, inquieta, curiosa de la historia y la cultura. Nos habla
de una criada del Chacho, Rosa Minero nos dice, de las veces que
Victoria Romero se vistió de generala. Quería saber más del obispo
Abel Bazán y Bustos, nacido aquí. Ella ha encontrado cosas en un
libro histórico de Punta de Los Llanos, donde figuran los recuerdos
de un correo que iba desde La Rioja hasta Ulapes.
Cenamos en una familia Quinteros y algunos descansamos en casa de
una familia Aguirre, los otros en el motel.
El espectáculo se hace en el patio de la escuela a beneficio de los
alumnos del profesorado, en medio del viento que comienza a correr
- la «Huayrapuca» de seguro... - al momento de iniciar el acto. Hay
dificultades; lo mismo el mensaje llega. Se halla presente la intenden-
te.
El viento travieso arrebata los papeles de los atriles cuando se la nom-
bra a la Victoria Romero.
Tama le inspiró una zamba a Ramón Navarro -La Tameña-, como
antes otros de los lugares visitados a Pancho Cabral.
388 Héctor David Gatica

Miércoles 23

Departamento JUAN FACUNDO QUIROGA:


Llegamos al mediodía a Malanzán, este hermoso pueblo. En cada
lugar, porque así se convino, nos esperan con almuerzo, siesta, cena y
donde dormir por la noche, - a s c d -, por lo que siempre al llegar los
muchachos me preguntan: ¿Cuántas letras hay aquí?
Paramos en distintas casas. Con Ramón y Luisito nos toca en una
familia Gramajo - aquí hay muchos Gramajo -. El acto se hace bajo
un tinglado sin paredes laterales y se hallan presentes el intendente,
docentes, el director de Chagas y más de 300 personas. No es fácil
el acto dado que hay muchos chicos, y grandes que se cruzan con
sillas y mesas a causa de que van llegando tarde porque recién están
pagando en la municipalidad.
A esta altura de nuestro recorrido bueno es aclarar que contamos con
el apoyo del Superior Gobierno de la Provincia, la Dirección General
de Cultura, Dirección Provincial de Chagas Mazza, CCI, Radio, dia-
rio, televisión, municipios y artistas que acompañan. Hemos, de algu-
na manera, movilizado a toda la provincia, primera vez quizas que en
la historia cultural de un pueblo, las intendentecias municipales se unen
para apoyar y posibilitar un evento cultural.
Si bien es cierto, no les ocasionamos gastos; es más: además del
hecho artístico, en sí único, también les queda un buen beneficio eco-
nómico a las instituciones patrocinantes.
Al salir del acto, vemos con Ramón Navarro un burrito atado a un
monte, muy bien aperado y con alforjas, nos acercamos y alguien sale
desde un boliche. Era un jovencito que había venido desde Loma
Larga, cuatro horas de cabalgata por la sierra para escuchar la Can-
tata. Una luna grandota nos sonreía desde el lomo del cerro “El ele-
Obras Completas 389

fante”.

Jueves 24

Por la mañana, en Malanzán, vamos caminando hasta Anajuacio, fin-


ca que fue de Facundo Quiroga. Le quitamos un sapo a una víbora,
se lo estaba tragando vivo. A la víbora logramos matarla y el sapo
quedó mojado entero. Seguro se moriría.
Pasamos por Portezuelo, donde unos pescadores tienen gran canti-
dad de pejerrey pescados con redes; lo hacen un par de veces al año
para disminuir el pez grande y a eso lo reparten en el pueblo.

Departamento ROSARIO VERA PEÑALOZA:


Chepes. Llegamos al mediodía. Con dos más nos toca parar en casa
de Humberto Soria. Aquí cada grupo duerme y come en la casa que
lo hospeda.
Por la tarde nos vamos a Chepes Viejo juntamente con la familia
donde paramos; disfrutamos del parque tan bonito, entramos a la
vieja iglesia ya derrumbándose, a la nueva y asimismo en la “Casa
Maldita”.
Ya es la actuación. Tenemos un público como de 700 personas y es
quizás una de las mejores actuaciones de la gira.
La organización estuvo a cargo y a beneficio de la Iglesia.
En la Cantata hablamos de un rostro y de un marco de la historia.
Ese marco, su geografía, es ésta que estamos recorriendo por toda la
provincia - que algunos de los artistas no conocían - y el rostro de la
historia es el que vamos reconociendo en la gente de estos pueblos.
390 Héctor David Gatica

Viernes 25

Departamento SAN MARTÍN:


Villa Nidia. Aquí llegamos a las 14, para almorzar en lo de Arturo
Leyes. La pregunta obligada de los muchachos es cuantas letras co-
rresponden a este lugar. Todas, respondo.
Quieren ver la escuela vieja, el pozo balde, la represa, el molino, el
tronco del algarrobo donde un rayo lo mató a Agustín Aldeco. Quie-
ren ver en fin la “Memoria de los llanos” en vivo.
También llega mi familia conducido el automóvil por Pimpe González.
Al anochecer arriban desde Córdoba el poeta Oscar Guiñazú Álvarez
con su esposa y Jorge Nagle.
La apertura del acto se realiza con un discurso de Elida de Cabánez y
antes de la Cantata los muchachos nos llaman a Noelia y a mí, para
que ella me haga una entrega simbólica, una rama de pichanilla. Des-
de luego, esto lo tenían preparado en secreto, cantan “La tumba de
Pedro Berón”, con música de Pancho Cabral. Nunca imaginé pero
nunca, ni en sueños, que un día llegaría a Villa Nidia con este grupo de
artistas excepcionales, trayendo una obra poético musical para rega-
lársela a mi gente; una obra llevada al disco y paseada por tantos
escenarios.
Chuquis y Villa Nidia sintieron que sus hijos volvían felices, trayendo
el regalo de la obra de su espíritu, cristalizada en canto.
Obras Completas 391

Domingo 27

Departamento GENERAL OCAMPO:


Milagro. Como siempre, llegando muy tarde para el almuerzo, cator-
ce horas, con bastante polvo y calor encima. Nos hospedan en el
motel. Almorzaamos en el quincho; nos acompaña el intendente Brahim.
El público es numeroso, alrededor de 500 personas. Hay alumnos
del profesorado que se acercan a hacer una serie de preguntas.

Lunes 28

Departamento GENERAL BELGRANO:


Olta. Llegamos al lugar donde fue asesinado Ángel Vicente Peñaloza.
Nos han reservado hospedaje en la hostería. El pintoresco pueblo
encanta a todos. Visitamos su plaza, entramos a la Iglesia, nos llega-
mos hasta el dique.
A pesar de ser un día no recomendable para actos, hay abundante
público y es muy buena la respuesta.
Olta. Quizás como en ningún otro lado se sintió la “Oda a los caudi-
llos”. Así como en Vinchina “El canto popular” y en Chepes y en
Milagro cuando hacíamos referencia a “la negra mentira del carbón”.
Chilecito con la “Vidalita de los creadores”. La Rioja, con “Serenata
a la ciudad de los azahares”. Villa Unión se quedaría preguntando que
era aquello de “los feudos hasta los Nevados” y Aimogasta se sentiría
más tocado cuando se dijo de “aceite el norte”. Y Punta de los Llanos
con la “Chaya final”.
392 Héctor David Gatica

Ramón Navarro (h) decidió venirse a vivir a La Rioja después de esta


gira.

Viernes 31

Departamentos SANAGASTA e INDEPENDENCIA:


El martes actuamos en Sanagasta; fue brillante. El miércoles estuvi-
mos en Patquía; mala organización y poca gente.

Departamento CAPITAL:
A pesar de que es la cuarta vez que la Cantata se presenta en la
ciudad de La Rioja, asisten casi 800 personas y escuchan con devo-
ción desde el principio hasta el fin.
Aquí rendimos especial homenaje a Chacho Rearte; en Chepes lo
hicimos con Ariel Ferraro. El acto es en beneficio de los ciegos, que
llegan hasta el escenario a saludarnos y a manifestarnos su agradeci-
miento y a decirnos que nos están viendo con los ojos del corazón.
Es así como ponemos punto final y broche de oro a una gira de 17
actuaciones, que nos llevó por la provincia, cumpliendo con un hecho
sin precedentes en la historia de la cultura de una provincia, La Rioja.
Obras Completas 393

En la tumba de Angelelli

Este viernes vamos a la tumba de Angelelli, donde con el flamante


padre Pocho Brizuela, rezamos una oración a monseñor y le canta-
mos la “Chaya final”. Nos conmovemos hasta los tuétanos y un hilito
frío nos baja por la columna vertebral. Se nos eriza la piel.

Orando con el padre “Pocho” y luego cantando la “Chaya final” ante la


tumba de Mons. Enrique Angelelli, tras recorrer con la Cantata la
provincia de La Rioja.
394 Héctor David Gatica
- CAPITULO IV -

VEINTE AÑOS DESPUES

David Gatica. Ramón Navarro.

La Rioja - Año 3 - Nº 1002, Sábado 24 de Diciembre de 2005

NUEVA RIOJA
Reinauguración del «Víctor María Cáceres»

El Teatro vibró con


La Cantata Riojana
- A veinte años del estreno de la obra máxima del folclore local,
los integrantes originales de la Cantata ofrecieron un espectácu-
lo de altísima calidad en el Nuevo Teatro Provincial.
- Ramón y Ramoncito Navarro, Pancho Cabral, Colacho Brizuela,
Rioja Trio, Williams Córdoba, Andrés Cejas, Nelson Scalissi y
Héctor David Gatica recibieron el agradecimiento y la emoción
del público.
Obras Completas 395

LA CANTATA CONFIRMO SU VIGENCIA


E IDENTIFICACION CON EL PUEBLO
Escribe: Paulina Carreño
Redacción: Nueva Rioja

Con Ramón Navarro y David Gatica y la mayoría de los artistas que


estuvieron en su estreno hace dos décadas, el flamante Teatro Pro-
vincial brilló en la noche del jueves. Custodiados por las imágenes de
los caudillos y el Cacique Coronillas, la poesía, el canto y la música
renovaron sus denuncias por las injusticias y el irregular reparto del
agua y de la tierra.

La reinauguración del Teatro Provincial «Víctor María Cáceres» con


la presentación de La Cantata, conmovió tanto a sus creadores e
intérpretes como al público que disfrutó desde el primero al último
tema.
Luego de 20 años de su estreno en el Cine Teatro Sussex en mayo de
1985, para celebrar el 394º aniversario de la Fundación de La Rioja,
la propuesta artística del jueves comenzó con la entonación del Him-
no Nacional y el Himno de La Rioja a través de una conmovedora
interpretación de Carlos Ferreira con el acompañamiento musical de
Cecilia Reinoso (piano), Mariana Alcaraz (violonchelo) y Facundo
Flores (flauta traversa).
Con posterioridad, Juan Carlos «El Pelado» Soria realizó una emotiva
intervención y recordó que el poeta Ariel Ferraro fue quien bautizó la
creación de Ramón Navarro y David Gatica como Cantata Riojana,
Luego Gatica felicitó al gobernador por la reinauguración del Teatro y
señaló que «todo el dinero que se invierta en la Cultura está bien
empleado».
Respecto a La Cantata, Gatica resaltó la trascendencia que esta obra
tiene para toda Lationoamérica y manifestó sus deseos de que des-
396 Héctor David Gatica

pués de haber recorrido el interior de La Rioja y el país -como lo


hicieron por varios años- puedan llevarla a otros paises.
Entre los artistas que el jueves volvieron a evocar la noche de 1985,
se encuentran el reconocido Colacho Brizuela (guitarrista), Ramón
Navarro (h) (vientos y arreglos), el grupo Rioja Trio que integraban
Nicolás Carrión (voz), Jorge Santillán (voz y guitarra) y Hugo «Copito»
Molina Torres (voz). También estuvo Williams Córdoba (violín), Pan-
cho Cabral (voz) y el entrañable Chito Zeballos, que sus compañeros
hicieron descender del cielo por medio de una guitarra que ocupaba
un lugar privilegiado del escenario y que la luz se encargó de resaltar
en una parte del recitado de la «Chaya final».
También estuvo el talentoso Nelson Scalissi, en reemplazo del maes-
tro Luis Chazarreta. Finalmente completa este increíble plantel el jo-
ven percusionista Andrés Cejas.

Fuerza y profundidad

La interpretación, fuerza y calidez de Ramón Navarro merece un ca-


pítulo aparte. Es que su sola presencia y estampa en el escenario
demuestran el gran magnetismo que el cantor, músico y poeta, posee.
Dulce y tierno, pero a la vez firme y seguro, Navarro canta y recita
con una voz profunda y convincente. Los 20 años que han pasado
desde aquella noche gloriosa no afectaron su talento ni su compromi-
so con los problemas de su tierra, que trasmite por medio de las
chayas, vidalas, coplas y serenatas que conforman esta «opereta crio-
lla».
No hay duda de que la letra de Gatica y la música de Navarro logran
una fusión que penetra los oídos, el alma y la razón. La obra, si se la
escucha atentamente, es una invitación a pensar y rebelarse. Es que la
ampliación de la gráfica del disco decorando el escenario con los
rostros del Cacique Coronillas y los caudillos Felipe Varela, Chacho
Obras Completas 397

Peñaloza y Facundo Quiroga -diseñados originalmente por Toto


Guzmán y Pedro Molina- parecían interrogar al público con una mi-
rada cansada y profunda.

De turno no más

Los 12 temas de La Cantata se extendieron por 50 minutos. Quienes


la escucharon por primera vez se emocionaron tanto como los que
revivieron su estreno.
Como suele pasar sólo con las grandes y trascendendentales obras,
todas las temáticas que La Cantata aborda, siguen teniendo la misma
vigencia y logrando una clara identificación con el público.
La terrible y desesperante falta de agua en esta provincia y sobre
todo en el verano fue revivida en el escenario con «El reparto del
agua».
La descripción que La Cantata hace de La Rioja desde su fundación
hasta la recuperación de la democracia en 1983 contituye un docu-
mento más que histórico. De hecho, varios docentes han decidido
abordarla en clases de música e historia y el Ministerio de Educación
está estudiando la posibilidad de incorporarla en la curricula de las
escuelas.

Un lujito personal

Como si tanta emoción no fuera suficiente, Navarro logró llevar a su


madre Delia «Ñata» Nieto Ortiz (96) al Teatro y le dedicó el último
tema. No hay duda que la infancia en Chuquis junto a «Ñata» y sus
hermanos son los grandes inspiradores de sus creaciones musicales y
poéticas que las nuevas generaciones de artistas interpretan inevita-
blemente. Sin discurso de ningún tipo y antes de finalizar la actuación,
Navarro expresó con austeras y sentidas palabras sus emociones:
398 Héctor David Gatica

DOÑA ÑATA le hace el último regalo a su hijo Ramón al asistir al Teatro


para escuchar la Cantata a los 96 años. Poco días después falleció y en
el cementerio de Chuquis su pueblo la despidió cantándole «Mi pueblo
azul» y el «Vals del Ruiseñor», acompañados por el charango de Lucio,
otro de sus hijos músicos.

«Nos sentimos felices y orgullosos de estar en el marco de la


reinauguración del Teatro y que después de 20 años esta obra no sea
de los autores e intérpretes sino de ustedes, del pueblo».

Luego de que mucha gente se quedara con las ganas


Los creadores de La Cantata se comprometieron a reponerla

La cantidad de gente que se quedó con ganas de escuchar en vivo a


La Cantata tendrá otra oportunidad, expresaron sus autores.
Obras Completas 399

Al finalizar la actuación del jueves en el acto de reapertura del Teatro


Provincial Víctor María Cáceres, Ramón Navarro señaló que tienen
la intención de realizar una nueva presentación dentro de poco y así
responder a tantos riojanos que no tuvieron la posibilidad de apreciar
esta gran obra.

Reedición del disco

Entre las novedades que trajo la nueva presentación de La Cantata, a


20 años de haberse estrenado, es que el gobierno de la provincia, por
intermedio de la Agencia de Cultura, se encuentra negociando con la
discográfica EMI ODEON, que posee los derechos de edición, para
que la empresa le venda estos derechos al Estado riojano y así reedi-
tar los CD de La Cantata que están agotados desde hace varios años.
400 Héctor David Gatica

IMAGENES «CAZADAS»
POR
ISMAEL FUENTES

NUEVO TEATRO VICTOR MARIA CACERES


22/12/2005
Obras Completas 401

JUAN CARLOS SORIA rinde homenaje al poeta Ariel Ferraro.

DAVID GATICA refiriéndose a los veinte años de la Cantata.


402 Héctor David Gatica

WILLIAMS CORDOBITA representando el violín de San Francisco Solano.

CHITO ZEBALLOS se hace presente en esta guitarra.


Obras Completas 403

PANCHO CABRAL dándole una serenata a la Ciudad de los Azahares.

COLACHO BRIZUELA y su guitarra viajera.


404 Héctor David Gatica

NELSON SCALISSI y ANDRES CEJAS, guitarra y percusión.

RIOJA TRIO vuelve con la Cantata.


Obras Completas 405

NUEVO TEATRO VICTOR MARIA CACERES


y los intérpretes de la Cantata Riojana.
406 Héctor David Gatica

RAMON NAVARRO, padre e hijo.


Obras Completas 407
408 Héctor David Gatica

4 PREMIOS NACIONALES

Régimen de Fomento a la Producción Literaria Nacional


Premio Fondo Nacional de las Artes, año 1988.
Con la recomendación de los asesores Isidoro Blaisten, Jorge
Riestra e Ignacio Xurxo.

1er. Premio Nacional «R. J. Payró», 1982, Bs. As.


1er. Premio Nacional F.N.A., 1988, Bs. As.
Faja de Honor SADE, 1990, Bs. As.
Faja de Honor ADEA, 1994, Mza.

Dibujos: Miguel Angel Guzmán


Xilografías: Pedro Molina
Fotografías: Ramón Argentino Avila

QUINTA EDICION
Obras Completas 409

TESTIMONIOS

HÉCTOR TIZÓN, Yala, Jujuy.


He recibido -o me han entregado ayer «Los Fundadores del Olvido»,
que he comenzado a leer con gusto.
Por cierto que ya conocía de Ud. algunos excelentes poemas que al-
guien me había traído.
También yo espero conocerlo personalmente, será seguramente un
placer.
Muchas gracias por su envío.
Un abrazo cordial de Héctor Tizón. Yala - Jujuy - 1989

MARCO DENEVI, Buenos Aires.


He leído uno por uno, sin apuro, sus relatos de «Los Fundadores del
Olvido».
Hasta cuando seguiremos ignorando a escritores como usted y batién-
dole el parche a tanto arribista, o a tanto intelectualoide promocionado por
alguna ideología política más anacrónica que un compadrito de Borges, o a
tanto puerco que sólo sabe describir el chiquero donde vive.
Entre las muchas desgracias que padecemos, no es la menor esta invi-
sible muralla china que parte al país en dos: de un lado, la falsa cultura
bochinchera que arrasa con todos los privilegios, y del otro lado la cultura
silenciosa que siembra y siembra y siembra y nunca recoge nada.
Desde la soledad en la que vivo, apartado de todos los barullos
mundanales, le hago llegar mi simpatía y mi aprecio. Marco Denevi. Bs. As.
1990.

ANDRÉS FIDALGO, Jujuy.


... En cuanto a la presentación de Moyano, suficiente en su brevedad.
Creo que Ud. se puede considerar satisfecho con haber llegado (con trabajo y
pasión, pero sin alborotos), a este libro. Sensibilidad pero también oficio de-
trás del cual sabemos hay muchos años de tarea, para completar este homena-
je a los héroes anónimos que a fuerza de trabajo honesto han ido fundando
(por aquí y en muchos lugares más) antes el olvido que las celebraciones
410 Héctor David Gatica

afectuosas; más los silencios respetuosos que los desfiles «con bandera y
banda»...
Algo así es lo que Ud. dice, a través de paisanos y de un lenguaje que
no tienen nada de «literario» o tienen lo indispensable; a partir de sus vidas.
Los tipos que se describen (mejor, que se incorporan naturalmente a los rela-
tos), los elementos que se mencionan, los ambientes o medios, los diálogos,
todo, no hubiera podido ser manejado sino por alguien que (como Ud.) hubie-
ra compartido tales vivencias. Quedo realmente entusiasmado con este libro
que, entre tanta charamusca, reivindica a manifestaciones de literatura regio-
nal o del interior provinciano. Andrés Fidalgo. Jujuy 1991.

MARÍA GRANATA, Buenos Aires.


Amigo mío, esta carta hace meses que debió ser escrita. En realidad, la
había escrito dentro de mí no bien terminé de leer «Los Fundadores del Olvi-
do» un libro bellísimo que releí ya que se hace imperioso volver a sus páginas.
Un libro en carne viva, denso de humanidad. Cuanto conocimiento del hom-
bre, cuánta piedad transparentan sus cuentos. Inolvidable la mula liebre de
«Camino de Carros». No hay página en «Los Fundadores del olvido» que no
sea antológica. Todo en este libro me impresionó: los temas, el lenguaje, los
hallazgos del ingenio, esa autenticidad que te singulariza, desollada, azotante.
Al leer tus cuentos se tiene la inmediata certeza de que se está ante algo
perdurable. En tu literatura tienes la virtud de establecer en el acto vínculos
profundos. Es que sabes ofrendar la verdad como pocos, en una integridad
sobrecogedora.
Sé que volveré a «Los Fundadores del olvido» una y otra vez; sé que
serán muchas.
Con todo mi afecto. María Granata. Buenos Aires, 1995.

ROBERTO VACCA, Buenos Aires


Leí con una demora digna de un político, tu excelente libro «Los funda-
dores del olvido», que me hicieras llegar tres años atrás. Me siento honrado
por él, por la descripción de una realidad que me duele tan de cerca, por la
existencia de una suerte de «literatura secreta» que, una vez más, pone en
evidencia la existencia de tantas argentinas ocultas y silenciosas.
Comparto además el sentido ideológico del prólogo, donde se puede
advertir la soberbia, en distintas presentaciones en el exterior de escritores
Obras Completas 411

«plazamayistas» que se definen como argentinos.


Te envío un ejemplar de la revista y, junto a ella, esta idea ¿Tendrías
inconveniente que reproduzca un cuento tuyo en ella? Podría ser una separa-
ta como las que usualmente intercalamos. La revista se lee mucho en las
escuelas. Y podría ser una puntita de lanza para que algo de lo nuestro avance
hacia los niños. Para ello, sólo necesito una autorización tuya por escrito.
Felicidades y hasta tu respuesta. Roberto Vacca. Bs. As. 1996.

IBRAHIM HIDALGO, Cuba


Varias cartas le he hecho en la mente, y ninguna había llegado antes al
papel, pues no quería escribirle entre la barahúnda de las ocupaciones, más
burocráticas que académicas, que me consumían el tiempo hasta hace poco.
Ahora, cuando puedo tener el placer, no ya de la lectura, sino de la
remembranza de lo leído, deseo reiterarle mi agradecimiento por haberme ob-
sequiado su Los Fundadores del olvido. Han sido una revelación esos perso-
najes y ese lenguaje.
De más está decirle que hay mucho léxico desconocido para mí, pero es
tal la fuerza expresiva y la poesía de las imágenes que no creo que se me haya
escapado el sentido de ninguno de los relatos.
Impresiona atisbar de pronto, en un recodo de este o aquel cuento,
personajes que se encuentran también en nuestros campos y pueblos, y por
ello en nuestra buena literatura. Las diferencias de geografía e historia no
pueden contra la identidad humana. Le confieso que en sólo dos visitas a su
país, he quedado fascinado con la expresión de los sentimientos de tantas
personas que he tratado. Aquí en el trópico somos extrovertidos, en sentido
general, y es común la versión sobre el carácter poco comunicativo de los
pueblos del Cono Sur. Es probable que haya algo de cierto en ello, pero sólo
en lo formal, en el modo de proyectar lo que los mueve dentro. Mi experiencia
niega lo atinente a la falta de expresión, pues recibí muestras de todo lo con-
trario. Y su libro me da un mundo de pasiones y tristezas, de gozos y frustra-
ciones, de olvidos y remembranzas, digno de conocerse.
Quizás algún día pueda volver a Argentina.
Mi deseo, que sea pronto, aunque por el momento no tengo la más
mínima posibilidad de realizarlo. Pero cuando sea, tendré que ir a La Rioja, a
encontrarme con la gente y sus palabras, con la naturaleza fabulosa y con
usted, creador de belleza.
Reciba un abrazo fraterno de Ibrahim Hidalgo. La Habana - Cuba/
1996.
412 Héctor David Gatica

FRANCISCO COLOMBO, Córdoba


Historias de otro llano americano

Los fundadores del olvido. Héctor David Gatica. 136 páginas. Legasa.
Buenos Aires. 1988.
El autor es uno de los nombres destacados de la actual poesía riojana;
también una de las más importantes voces de la poesía argentina. Tiene en su
haber una intensa labor literaria como a su vez, una profícua acción cultural,
iniciada en su adolescencia, allá en los llanos riojanos. Es un fiel testigo de la
realidad de su comarca y, como los escritores clásicos, une el tema aparente-
mente simple a los conflictos más difíciles y su arte, su idoneidad estilística,
corre pareja a su inexorable solidaridad con sus semejantes, los hombres que
habitan ese paisaje que ahora en muchas latitudes se los conoce gracias a su
labor.
Hace unos años la narrativa ganó su entusiasmo y empezó a entregar
sus primeros relatos, trabajos que reiteran sus temas y personajes que viven
en sus poemas, porque son elementos indivisibles de su mirada atenta y fiel.
Gatica se manifiesta como autor de claro y rico estilo, como a la vez,
profundo conocedor de los temas que trata, detalle fundamental en toda crea-
ción artística. Por eso, sus hombres y mujeres, las situaciones festivas o
trágicas, se erigen en un mural vivo, trascendente y admonitorio. Son páginas
que respiran, que traducen una verdad que no podemos dejar de conocer. Los
personajes tienen sus nombres reales y reales también son los parajes y pue-
blecitos perdidos en la soledad, donde la vida nace del carbón, las cabras,
algunas vacas. Utiliza un lenguaje real, el que se habla todos los días en esos
sitios y nadie se sonroja por una palabra, porque todas las palabras nacieron
para servir a los que tenemos el privilegio del verbo. Este procedimiento
puede llamar la atención, porque es costumbre entre nosotros utilizar eufemis-
mos: y así ocurre: nos acostumbramos a ocultar lo que debemos decir y empe-
zamos a mentir en el lenguaje y terminamos mintiendo en todo.
En este libro se reúnen siete narraciones; transcribimos sus títulos
porque ellos crean un especial ambiente geográfico: Los fundadores del olvi-
do, Los troperos del Portezuelo de Arce, Camino de carros, La herencia de las
hachas, El tío Enrique, El rastro del guanaco y Las muertes de Pedro Berón. Es
admirable la técnica del autor en presentar a sus protagonistas de improviso,
como lo hace en Los troperos del Portezuelo de Arce o bien el manejar una
síntesis que aglutina lo que se puede decir en el triple de espacio, embelleci-
Obras Completas 413

das por sugerencias vivenciales y un diálogo cotidiano.


Esta cosmovisión que plantea un conflicto campesino vigente, no sólo
queda en la exposición de los hechos, sino que como todo talentoso creador
va al fondo de la memoria colectiva y extrae un material valioso, como son los
mitos o los símbolos. Es demostrativo el pasaje cuando la mujer moribunda,
dueña de un pedazo de tierra, les dice a sus hijos: «-En Tama, en Solca, en
Nacate hay piegras con rastros de guanaco y avestruz; ese rastro lo tenemos
nosotros mesmito en el corazón y ya no se borrará nunca. Lo dibujaron los
diaguitas porque la tierra fue de ellos. Por eso nos pertenece».
Otro rasgo de este autor es el dominio de la técnica auditiva. Reprodu-
ce de este modo el anochecer cuando dos troperos después de pulsar la
guitarra se disponen a dormir en medio del camino: «Solo a ratos llegaba
desde la chacra el ruido de las chalas que pisaban los novillos».
El título del libro se refiere a esos ignorados pioneros criollos que,
contra sol y sed, soledad y hambre, levantaron un rancho a golpes de años, de
sudor y esperanza, criaron sus hijos, los que luego se fueron a las grandes
ciudades y el paisaje que fundaron siendo jóvenes y fuertes, pasa de golpe a
manos de extraños que con dinero y escrituras en mano, ayudan a esas manos
toscas y vencidas, a ejecutar sus propias vidas. Esta obra concisa, vital,
valiente, nos advierte que existe una patria profunda, la América irredenta
cuyos hijos -todos nosotros- tenemos en nuestras almas, como lo afirma la
madre moribunda, los dibujos o pictografías indígenas como sello digital y
signo de compromiso. Está expuesta aquí en una realidad que resiste ser
ignorada y busca en la palabra de un poeta cierto para adquirir dimensión,
porque quiere resucitar su felicidad, sin resentimientos ni venganza. Un libro
excelente, que sin lugar a dudas es parte de esa vasta y nutricia literatura
regional argentina, franja esta que sostiene a través de sus muchas vertientes
regionales argentinas, franja nuestra, imagen ante el mundo. Se acompaña de
un prólogo esclarecedor de nuestro compatriota Daniel Moyano, actualmente
en España. (FC)
Francisco Colombo. La Voz del Interior (Cba.) 1990.

BETTY AGUILERA, Chilecito, La Rioja.


Tu libro me impactó desde el título. Es que el olvido necesita ser funda-
do tan dolorosamente sobre la osamenta de los hombres, la mirada trágica de
las bestias y el destino irremediable de las cosas?. Es el olvido tan despiadado
414 Héctor David Gatica

que procura borrar de los mapas, las gentes y los nombres que van dibujando
la geografía?
O es que solamente los poetas pueden hacer resucitar de entre los
muertos los tajos de la vida para tejer con ellos los tientos del recuerdo?
Por qué nosotros no pensamos en la tierra y en el nombre con la ternu-
ra y el dolor que tu vas dejando en cada línea del libro.
Leo y releo cada página y siento punzadas de remordimiento por haber
sepultado -yo también- nombres cargados de días y guadales y por no haber
expresado -o a tiempo- tantas gratitudes que me pesan en el alma ahora que no
tengo balanzas para medir mis hipotecas.
Por otra parte, tu libro me devuelve a la infancia, a la alegría, a las
noches con fogones y a los días de aprendizajes precoces e inauditos; esos
que sólo son posibles lejos del asfalto, donde la vida enseña sin escuchar y te
llega hasta las vísceras su lenguaje de símbolos y gestos.
Qué lindo es leer tu libro. Hay páginas en que las letras se desdibujan
porque los ojos se llenan de neblina. En otras, las palabras resaltan como
estrellas cuando la sonrisa hace morisquetas en la boca, temiendo ser irreve-
rente si brota en carcajadas.
A veces, el alma se detiene a contemplar la belleza de una metáfora
apretada entre palabras que luego se transforman en duendes o gigantes de
un mundo trágicamente real.
Qué síntesis perfecta de vida y muerte, de soles y de noches, de silen-
cios y de voces!
Cada capítulo es como un puñado de recuerdos y que al abrirse le
brotan alas para que esos hombres peregrinen por cielos nuevos, donde -tal
vez- descansen en pozos desbarrados, en carros livianitos, sobre mulas y
caballos sin aperos y con perros durmiendo bajo los árboles sin hachas.
El capítulo «Camino de Carros» es, quizás, una de las páginas más
dolorosamente bellas que haya leído. Además de este manejo increíble que
haces de los sentimientos y las emociones de la gente, además de la pintura
inigualable de esos paisajes sin colores a pesar de la luz; además del amor por
la tierra que te brota en cada línea y que aquí no solo es palpable sino también,
salobre y visible, además, digo, de todo esto, este capítulo me lleva hacia mi
abuelo, don Manuel Aguilera y me ata a Santa Rosa, donde nací- Mi abuelo
solía trabajar en un obraje y en El Tembleque, hachaba tintitaco para cargar los
vagones del ferrocarril. Todo lo que esto entraña, me lo hiciste revivir leyendo
tu libro.
Obras Completas 415

No puedo dejar de mencionar el lenguaje de tu obra.


Cuántos vocablos que ya no uso ni escucho aparecen allí, en la carga
vivencial de sus significados: el noque, el pañuelo bataraz, los burros
«hechores»; con sus onomatopeyas intactas: chala, tintitaco, chirle, guadal,
con la propiedad lingüística del mestizaje: gaveta, horcones, alforjas, jergón...
Realmente, si como tú dices «hay un lugar donde las huellas no se
borran nunca» ya estás andando por esos senderos enancado en un bayo,
con Los Fundadores del Olvido. Betti Aguilera. Chilecito -L.R..

NACHO CHAZARRETA, La Rioja.


Y creo aún más: que Los Fundadores del Olvido es un libro dos veces
libro. Uno, el que lo constituyen sus cuentos magistralmente concebidos y el
otro, el que subyace en la significación que emerge de cada relato, como si
fuera de los pozos de Pedro Berón, en fuentes para abrevar el derecho al
sueño y al canto latinoamericano.
Gatica, de fino y atento oído, escucha lo que tantos no perciben, firme-
mente convencido del destino del hombre y de su tierra.
Se me ocurre una figura: Un horno arde potente para vomitar el carbón
que luego volverá a ser lumbre, brasa y calor, para cumplir finalmente su
destino de disiparse en cenizas...
Los Fundadores del Olvido es un horno también que elabora brasas.
Pero no con destino de cenizas.
Y no serán nunca cenizas en la medida que cada uno reciba su mensaje
y se convierta a su modo y ¡en este tiempo! en los hacheros, poceros, arrieros,
alambradores marcados en el alma con «rastro del guanaco» descripto en uno
de los cuentos.
Digo por último que como García Márquez desde su Macondo, Héctor
David Gatica desde su Villa Nidia, genera un movimiento a través de sus
obras. Un movimiento que persigue nada más y nada menos que la reivindica-
ción del hombre de nuestra amada Latinoamérica.
Que así sea. Nacho Chazarreta. La Rioja
416 Héctor David Gatica

HORACIO RAUL CAMPOS


Destierro y realismo rural de Gatica
La violencia (del Estado, de conquistas, de grupos sociales armados,
etc.) es un tema que informa a buena parte de la literatura argentina y
latinoamericana. Se puede rastrear la violencia en muchas obras. Entre ellas,
«El Matadero» de Esteban Echeverría, en «La Argentina» de Ruiz Díaz de
Guzmán, , en «Y retiemblen los centros de la tierra» (Gonzalo Celorio, México),
«Las cartas que no llegaron» (Mauricio Rosencof, Uruguay), «La virgen de
los sicarios» (Fernando Vallejo, Colombia) y «Glosa» (Juan José Sáer,
Argentina), entre tanta otras.
Esa violencia puede ser externa a la obra, y otra veces, es la obra en sí
misma violenta. Por ejemplo: el «Facundo» (Sarmiento) o «La fiesta del
monstruo» (Borges), que son piezas totalmente violentas y difamatorias contra
un sector de la sociedad argentina.
Pero la violencia en el caso de la Argentina no es un simple recurso de
la ficción. Ella tiene plena conexión, como en otros países o regiones, con la
experiencia del mundo real. Una buena parte de la sociedad argentina es
perversamente violenta, lo que es una práctica fundacional que nos acompaña
desde el fondo de nuestra historia.
El destierro, el despojo y la tortura están presentes en la historia, el
ensayo y en el informe social: «El Informe» de Juan Bialet Massé y «Los
coroneles de Mitre» de Ricardo Mercado Luna, entre innumerables
manifestaciones artísticas, son ejemplo de ello.

FUNDACIONES PERDIDAS
El destierro es uno de los temas que informa a «Los fundadores del
olvido», un cuento que da título al libro de Héctor David Gatica. Ya desde el
título nos adelanta el despojo. Fundar el olvido, es fundar algo para que
después quede en el olvido por medio del enajenamiento o del simple abandono
forzoso.
Uno olvida cosas cuando se va a otro lado porque hace suyas otras
expresiones culturales; va, de a poco, olvidando lenguajes, los sabores de las
comidas, el perfume de las flores y la gente. Esto ocurre en ese cuento porque
hay personajes que se van para no volver. El destierro pierde el sentido de la
ubicación geográfica de las cosas que lo acompañaban: la represa, el corral de
las cabras, el tunal, o simplemente donde estaba tal o cual planta, tal o cual
algarrobo, que, luego de unos años, no están más.
Obras Completas 417

Y cuando vuelve a su ciudad se siente forastero y no conoce a nadie y


nadie lo conoce a él. Nadie sabe qué hace y nadie sabe dónde vive porque
simplemente es un desconocido, un turista. Los otros, a su vez, son
desconocidos para el desterrado.
El forastero saluda a todos aquellos que lo saludan aunque no distingue
quiénes son los que le levantan la mano o lo miran perplejo porque él los
ignora porque no está muy seguro de quienes son. A veces recorre el centro
del pueblo con alegría, pero también con angustia.
El desterrado que vuelve a su ciudad o a su puesto donde nació, lo
hace porque aún mantiene lazos familiares, culturales o sociales. Y lo hace
porque quizá cree que en algún momento volverá para quedarse definitivamente
o tal vez lo hace porque cree que nunca va a poder volver.

LUCES Y ALAMBRES
Daniel Moyano escribe (en el prólogo a ese libro de Gatica, Buenos
Aires, 1989, Legasa), que «verdad y ficción se convierten así en una misma
sustancia» y que a raíz de esa amalgama «convencen y conmueven». Por eso
es justo traducir «verdad y ficción» en Gatica, como «destierro y realismo
rural», a pesar de los cuantiosos problemas que acarrea el concepto «realismo».
También se destaca con nitidez en ese relato el eje «civilización y
barbarie», pero al revés de lo que plantean Joaquín V. González y Sarmiento.
Los «fundadores» de puestos llevan la impronta de la «civilización» y los
foráneos que se quedan con el puesto los podemos colocar en el terreno de la
«barbarie».
El personaje fundador le pone al lugar «La Estrella», que es como si
dijéramos la luz o las luces, sinónimos cabales de civilización. El personaje
encargado de la fundación no le pone «La Estrella» porque sí, sino por un
motivo fundamental: mirando a las estrellas piensa y encuentra un nombre.
Pensar es otro sinónimo de civilización.
Además, alambra el puesto, que es otro fuerte símbolo del progreso y
la civilización. Aquí los elementos de la «civilización» en la lógica sarmientina
están invertidos y son reordenados para ponerlos del lado de un fundador de
un puesto.
Los fundadores del puesto además (esposo/mujer, en ese orden, según
el relato) contradicen otro aspecto fundamental de la visión sarmientina: el
desierto y la campaña son los espacio privilegiados de la barbarie para el
sanjuanino. En el relato de Gatica, el espacio rural es donde se funda un lugar
418 Héctor David Gatica

con todas las marcas de la civilización: alambran, construyen, pueblan,


siembran, elaboran derivados de la leche y los hijos son mandados a la escuela.

DEGRADACION Y PERDIDA
La excelsa prosa de Gatica pinta con admirables pinceles a la fundación
y la potencia labradora de los personajes centrales del relato. También con
igual destreza narra el lento declive de Rosas Tello y Elina, el matrimonio
protagonista del cuento: «A él se le comenzaron a aflojar la caderas, como a
perro viejo. Ella empezó por arrastrar las alpargatas».
Se registra por lo tanto una degradación física de los fundadores, que
corre paralela al debilitamiento material del puesto, que van a dar lugar al
enajenamiento y olvido. Fundación, degradación, pérdida y destierro, son los
ejes fundamentales sobre los que se desliza la historia básica de cuento.
Los personajes son los fundadores del olvido porque quedan al margen
de la historia escrita y ya no basta con que sólo se hable de ellos. El personaje
central está preocupado por esta cuestión.
El análisis de este riquísimo cuento no se agota aquí porque quedan
varias cuestiones por examinar. Entre ellas, lo que está dicho y también lo
elidido: la degradación, las fundaciones truchas de otros pueblos, los signos
de mal presagio, la pérdida de voz de Rosas Tello (equivalente a su muerte),
los árboles secos, las estrellas sin luz, el papel de la mujer, el alambrado roto,
entre otros. El cuento puede ser leído como un programa de fundación y
progreso, que desemboca en la decadencia. ¿Una metáfora de La Rioja?
Obras Completas 419

LOS PEDRO BERON DE GATICA

En un congreso sobre literatura argentina celebrado hace unos meses


en la Universidad Católica de Eichstatt, de Alemania Federal, muchos de los
escritores argentinos allí presentes decidieron que a la realidad mejor ni men-
cionarla, la literatura llamada testimonial era una calamidad cultural, aunque
reconocían que obras como El matadero, Facundo y Martín Fierro eran testi-
moniales. Al mismo tiempo, ellos revelaron su desconocimiento o indiferencia
por la literatura que se produce en el interior del país. Ni siquiera debíamos
permitirnos, según tales maestros, el uso de la alegoría para mentar la abomi-
nable realidad, por cuanto eso ya lo había hecho Borges.
Los escritores que hemos venido intentando incorporar nuestra reali-
dad del interior a la literatura nacional, quedábamos automáticamente desca-
lificados. Y Gatica entre ellos, claro.
Los alemanes se quedaron como petrificados ante lo rotundo de esas
afirmaciones. Yo intentaba esconderme bajo el pupitre, me sentía medio indio,
desubicado, que sé yo, alguien con poncho y boleadoras.
Menos mal que estaban presentes el tucumano David Lagmanovich y
el riojano Jaime Alazraki, que recordaron a sus colegas que en el interior del
país también se había hecho algo, y explicaron a los alemanes la existencia de
dos Argentinas simultáneas, la de Buenos Aires y la otra.
La Rioja, que siempre ha vivido un poco a contrapelo del país, indife-
rente u oponiéndose a las constantes dictadas por Buenos Aires, ha sido, por
su historia, su situación geográfica y su etnia, una franja latinoamericana con
todas sus peculiaridades culturales inherentes. Por algo Sarmiento, que se
sentía porteño y europeo, la utilizó como escenario de la barbarie. Y por algo
los diaguitas eran músicos y alfareros mientras sus contemporáneos
rioplatenses se comían a su «descubridor».
Y bueno, Borges habrá hecho maravillosas alegorías, habrá menciona-
do el universo entero, pero nunca habló de los Llanos de La Rioja, Gatica, sí.
Héctor David Gatica ha sido testigo y cronista de ese destino latino-
americano de La Rioja. Los trabajos reunidos en Los fundadores del Olvido
responden plenamente a esa premisa.
420 Héctor David Gatica

Las particulares de su «crónica» son ese ojo que escudriña poética-


mente en los hechos, esto es, que los ve en profundidad, y un lenguaje que se
adapta a esa visión utilizando ese castellano singular que ha quedado en
nuestros campos.
Los hechos que cuenta Gatica participan a la vez de la verdad de la
realidad y de la que surge de la ficción.
Verdad y ficción se convierten así en la misma sustancia, por eso con-
vencen y conmueven. Le basta nombrar una cosa para ficcionalizarla. Nom-
brarla, claro, desde su mirada, desde eso que hace que él sea el poeta que es.
Pedro Berón, por ejemplo, no se sabe si es hombre o poema. Y lo mismo pasa
con los personajes de sus relatos. No se sabe si son hombres o palabras, de
esas que todavía subsisten en boca de los viejos y en algún rincón del diccio-
nario.
Gatica ha convertido en palabra andadora a los muchos Pedro Berón
que conoció en su larga práctica y plática de los Llanos latinoamericanos. Y
este hecho, me parece, supera esas erróneas clasificaciones de literatura tes-
timonial e imaginativa, para ser simplemente literatura. En este caso, de la otra
Argentina.
Daniel Moyano - Madrid, 1988.
Obras Completas 421

LOS FUNDADORES DEL OLVIDO


Este cuento se lo dedico al Ñato Pavani, fundador de «Los Tatas», que
aprendió a leer en la mirada de los animales.

Compró aquel campo y sin dudas debía «echarle obra», mu-


cha obra. Los cercos se hallaban aportillados, recorriéndolos, lo ata-
jó la noche y dispuso quedarse ahí. Saliendo a un desplayado le bajó
el apero al zaino y lo soltó maneado.
Tendido sobre las caronas se puso a pensar en el nombre que
le pondría a su puesto. Una estrella grandota, muy azul, temblorosa-
mente azul, lo distrajo y se puso a mirarla largamente, como si le
mandara luz para adentro. Ya sé, dijo: le pondré La Estrella. Y yo seré
su fundador.
Al dormirse soñó que tenía un cielo dentro suyo y que en él se
dedicaba a fundar estrellas infinitamente pequeñas. Llegó un momen-
to en que no aguantó más esa tarea de Dios y quiso ser hombre otra
vez, fundador de puestos con nombres de estrellas solamente, por
eso lo estuvo peleando al sueño hasta que pudo despertar. Esto lo
consiguió al alba, cuando ya el lucero brillaba como un Dios.
Decidió que ahí donde pasó la noche formaría el casco de su
puesto. Días después regresó para empezar con lo que había que
empezar: el agua.
Y al agua hubo que buscarla en sus nacimientos, bajo tierra.
Asistido por un ayudante, se fue perdiendo en el suelo bayo, igual a
un quirquincho. Día tras día un poco más; primero por metros, des-
pués por centímetros. Al fin dio con ella, que de sabrosa y dulce le
hizo cosquillas a treinta y cinco metros adentro del corazón.
422 Héctor David Gatica

De puro gusto llenó una botella forrada con lona, ensilló y de


un galope se fue hasta la casa de los suegros, para que probaran esa
lindura.
Hacía poco que se habían casado. Más que agua, a ella le
parecía estar bebiendo por tragos la misma gloria. Y su hombre la
había ido a buscar hondamente bajo tierra para brindársela como una
flor.
Ahora le tocaba el turno al rancho. Hizo una gran torta de ba-
rro, le tiró pasto encima y la comenzó a pisar con el caballo.
Cuando estuvo a punto, bien amasado el barro, se puso a fa-
bricar adobes, hileras de adobes, hileras de días puestos a secarse al
sol.
Plantó los horcones, levantó las paredes y le puso techo de
jarilla y barro. Acto seguido hizo lo que hay que hacer después de
levantar un rancho: ponerle el alma adentro, o sea la mujer, para que
lo conserve limpio, barra el patio y le haga un altar a la vida.
Lo primero que ella le pidió fue un empalizado para cultivar su
jardín, amaba los claveles. Además, rancho en donde había una mu-
jer no podía faltar la albahaca. Si la amistad tuviera olor, ese olor
tendría que ser el de la albahaca. Y es la tierra quien la brinda. Y es la
mujer quien la corta y la regala.
Ese año Rosas Tello debió irse al sur, a la cosecha del maíz.
Días y días a caballo con otros vecinos: Domingo Llanos de
Santa Rosa, Ramón Guardia de la Media Luna. Eran leguas a desta-
jo, a veces bajo porfiados temporales de los que los defendía el pon-
cho.
Las enormes distancias en busca de la espiga, los cardos y el
chamico.
A su regreso florecían los claveles y las albahacas despedían
perfume regadas por la espera de la Elina.
Apenas llegó, luego de darle un abrazo, corrió ella al jardín,
Obras Completas 423

cortó un gajito verde y se lo puso en el bolsillo; después trajo un


clavel y se lo colocó en la cinta del sombrero. Ahí estaban una alba-
haca y un clavel despidiendo amor.
¿Cómo creó Dios el mundo? La Biblia dice algo pero no dice
mucho. Sí, en cambio, sabemos cómo Rosas Tello la fue haciendo a
La Estrella.
Luego de un descanso breve y bien ganado, Rosas hachó ra-
mas de lata y tusca, dio forma al chiquero y le echó unas cabras y un
chivato, poblando el puesto de balidos.
-¡Quien tuviera la suerte del chivo hediondo dueño de tantas
hembras! -bromeaba el Rosas.
-Por algo -le contestaba la Elina- debe ser que Dios le dio
bolas tan grandes...
El primer hijo llegó cuando él estaba para San Juan con un gran
arreo de novillos de don Jacinto Navarro.
A su regreso compró unos rollos de alambre, hachó buena can-
tidad de postes y varillas y se dispuso a alambrar.
Cada día al volver del trabajo, lo hablaba al Antonio y casi no
se animaba a tocarlo, por miedo a rasguñarle la piel con sus manos de
madera. Se le parecía tanto a él y a la mujer que no se explicaba
como alguien puede parecerse de esa manera, y a la vez, a dos per-
sonas distintas. Ella tampoco lo sabía, contentándose con mirarlo en
silencio, al niño y a él.
-Y si se parece a vos y se parece a mi -decía al fin la madre-
será nomás porque los dos nos parecemos a él.
-Cuando ando por el campo cortando rodrigones no hago más
que pensar y pensar.
-A mí me pasa lo mismo en el chiquero cada vez que acerco los
cabritos a «los ubres» calientes de las cabras.
-Tan chiquito y pensar que un día él va a ser el dueño y segui-
dor de todo lo que hacemos hoy nosotros.
424 Héctor David Gatica

-El -retrucó la mujer- y los doce que van a venir después.


Se rio el Rosas. Se rio de gusto. Y alzando la pala se alejó. Fue
cavando hoyo tras hoyo. Esa tarea la aprendió de pichón alambrando
para otros junto a su tata y más de una vez con farol y a media no-
che...
El viento de agosto, furioso y frío, lo halló desparramando pa-
los, caminar y caminar hombreando postes y tirándolos cerca de los
hoyos, enterrarlos después, dar vueltas y más vueltas el gusano del
taladro produciendo infinitos agujeros en la madera labrada, pasar las
hebras por ellos, grampear, colocar torniquetas y no saber al último,
cuáles eran los dedos y cuáles las tenazas. Tan tirante quedaba el
alambrado, como si fueran las cuerdas de una guitarra; era un gusto
darles un pellizcón y acercarles el oído a las hebras de alambre para
sentirles las vibraciones hasta que dejaban de sonar o se confundían
con la música del viento.
Al menos, esta vez, iba alambrando algo suyo, y de la Elina, y
del hijo que tenían, y de los otros que vendrían pues su mujer ya
andaba desgrampando suspiros.
No fue tarea fácil encerrar todo el campo. Pero un día, como el
pozo de balde, como la casa, como el chiquero de las cabras también
estuvo terminado.
Más de una vez debió interrumpir la tarea para alcanzar unos
pesos. Por ahí conseguía un carro y realizaba largos viajes llevando
quesos. O compraba un vacuno, lo carneaba y vendía la carne.
Formar un puesto es tarea para toda la vida.
Los hijos seguían llegando. El hombre rozó un pedazo de tie-
rra, se puso a cercarlo y lo aró echándole maíz y frutales.
Después se dedicó a quemar parte del bosque haciendo algu-
nos hornos de carbón. El mismo hachaba, rodeaba la leña, armaba y
tapaba el horno, lo encendía y velaba el fuego lento que despedía
humo y olor de las troneras.
Obras Completas 425

Sentíase con fuerza casi animal, no lo volteaba el cansancio, las


ganas de progresar eran más fuertes.
Al arreciar los vientos, las cabras se le quedaban muy seguido.
En una de esas campeadas llegó hasta La Porfía, que así como él
fundara La Estrella, a La Porfía la fundó don Albino Arabel, a quien
encontró aquella mañana más endemoniada que el ventarrón; la cau-
sa era muy simple: dos hijas suyas andaban noviando con unos Ibáñez
de Corral de Isaac, iban a casarse las dos al otro día pero esa noche
vinieron dos turcos ambulantes y se las llevaron.
Muy lejos hacia el norte, a los tres días, encontró las cabras, se
las tenían atajadas en La Conana.
Aprovechó el viento, los caminos y la campeada para ir despa-
rramando la noticia de las novias robadas por los turcos.
Consiguió un rastrón y comenzó por cavar la represa. El hijo
mayor, Antonio, en algo le ayudaba; montaba los mulares en tanto él
clavaba la gran pala y allá iba, con esa especie de carretilla gigante sin
ruedas, hasta la orilla donde amontonaba la tierra, levantando un bor-
de circundante en forma de herradura que guardaría las lluvias preci-
pitadas en los campos de La Estrella. Meses sacando y amontonan-
do tierra. Una vez terminada, en los primeros tiempos se abrían buracos
que se tragaban el agua en una semana. Poco a poco, con el trillar de
los animales fue tomando piso.
Finalmente bastaba que lloviera los tres primeros meses para
que ya «saliera al año».
Por el color de los rayos al ponerse el sol; por el olor del jarillal;
por la forma en que «se hacía» la luna; observando el comportamien-
to de algunos animales; consultando los vientos, Rosas Tello conocía
cuando estaba por llover y se preparaba. A la madrugada va a estar
llegando, decía; y era así. La tormenta se descargaba primero con
unas gotas que sonaban como pedradas en la panza de la tierra. Las
primeras oleadas de los remolinos corrían perfumando el alba de olor
426 Héctor David Gatica

a tierra mojada y luego el aguacero se descolgaba a baldazos. Des-


pués venían las crecientes deslizándose como lampalaguas pardas en
las acequias, o a los saltos en las barrancas, para ir reuniéndose agi-
tadas y luego quedar mansas y espumosas en la represa, donde un
coro de sapos y el bordo en herradura las atajaban.
La vida en cualquier parte del mundo es alegría a ratos, a ratos
tristeza. Nunca una sola cosa.
Así entonces después de la alegría que el agua trajo, que si la
pudiera medir, se lo hiciera en milímetros de dicha, vino la pena por la
enfermedad del tercero de los niños, ya de cinco años. Tiene que ser
muy grave una enfermedad para que se recurra al médico, distante
dos días de galope. Hubo velatorio de angelito en La Estrella, con
flores y alas blancas de papel y el llanto fuerte de la madre para ha-
cerlo oír a Dios y así poder entregarle al hijo.
Los años siguieron naciendo y muriendo. Para todo, al menos
sobre esta tierra, hay un primero de enero y un treinta y uno de di-
ciembre.
Era el tiempo de lo fogones de San Pedro y San Pablo.
Rosas estaba haciendo corral, todo de palos, y una puerta muy
pesada. Años de buenas pasturas y lluvias copiosas le habían aumen-
tado el ganado.
Para distintos lados, algunos muy lejanos, se veían levantarse
las llamaradas. Sin dudas era junio, porque era el mes de los fogones.
Para un niño de campo, fogón es motivo de regocijo y de los fogones
lejanos vislumbre de magia. Era junio y toda la familia se reunió alre-
dedor del montón de ramas. Encendido el fuego, volaron los pajari-
tos, chillaron los cuices, explotaron como tiros las cháncaras que tira-
ron al fuego y vivaron, hasta quedar sin voz, a los santos que cuidan
las puertas del cielo: «¡Viva San Pedro y San Paaaaaaablo!».
Al día siguiente nuevamente la tarea del corral. Cuando éste
estuvo terminado, los niños comenzaron a travesear con el lazo. Ha-
Obras Completas 427

bía que verlos cuando un ternero los tumbaba arrastrándolos de pan-


za. El padre los hacía participar de las tareas de campo ansioso de
que aprendieran a amarlas; amontonaba bosta seca de vaca, le pren-
día fuego y ahí ponía la marca al rojo; ese olor a pelo quemado de los
animales marcados quería que se les metiera por la nariz y les llegara
hasta el alma. En ausencia suya, sabía que los muchachos se iban a
domar terneros en el médano del corral, ensuciándose con las tortas
chirles que despedían las vacas, volviendo a la casa con la cabeza y
las ropas verdes, olorosas a estiércol fresco.
La madre sentía el orgullo de verlo al Antonio cada día más
hombrecito. Soñaban con que algunos de los hijos continuara cuidan-
do y mejorando el puesto de sus desvelos una vez imposibilitados
ellos.
Por eso fue que con una venta de terneros aprovechó para
comprar dos prendas codiciadas: una montura de cuero de chancho
para el Antonio y unos bastos para él, además de un mandil, un pelero
y caronillas. Pronto el muchacho entraría a «inquetarse» y se luciría
con un buen ensillado. El, por su parte, quería darse corte en alguna
fiesta; ya no estaba tan tirado y eso había que hacerlo ver en una
buena monta.
En el almacén de ramos generales de don Jacinto Navarro,
afincado en El Balde de Arce, supo que don Cantalicio Tello estaba
por tener fiesta en La Media Luna y se dispuso a estrenar los bastos.
Lo supo porque don Cantalicio mandó pedir un barril de vino y don
Jacinto le mandó dos, que cuatro hombres llevaron rodando por so-
bre médanos y troncos con doscientos litros cada uno. Más de un
criollo se iba enterando y tras comprar los «vicios» y bastimentos, se
invitaba a sí mismo para La Media Luna. Y allá quedaban, sobre los
recados, las alforjas con azúcar, yerba, harina y que a las mujeres y a
los niños se los llevara el diablo. Hasta que no terminaban la vaca
volteada y las dos bordalesas, la «joda» no concluía. Estas farras de
428 Héctor David Gatica

semanas enteras empobrecieron a un hombre rico como fue don


Cantalicio Tello, dueño de La Media Luna.
Rosas no era hombre para estas farras y sólo aguantó un par
de días, suficiente para divertirse un rato y lucir los bastos. La segun-
da noche, en momentos de armarse una de a cuchillos cerca del fuego
donde las mujeres freían enormes empanadas y orejudos pasteles,
campantemente don Cantalicio se acercó a las llamas y les tiró un
puñado de balas. Volaron las ollas, saltaron desorejados los pasteles,
destripadas las empanadas; dispararon las mujeres perseguidas por
los tizones y de los hombres, quedó sólo el remolinear de ponchos.
Desde atrás de unos horcones salían a los saltos las carcajadas de
don Cantalicio.
Entre el bullicio, quedaban una veintena de hombres en curda,
abundante vino tinto, grandes costillares colgados de la enramada,
piernas de carne oreadas al aire libre, metros de longanizas y una
docena de perros de distintos dueños que de rato en rato armaban
sus grescas.
Al pasar de los años La Media Luna habría de quedar reduci-
da a un rancho tapera, donde viviría una mujer en la pobreza suma,
una tal Chucha Flores. La Media Luna de don Cantalicio Tello, con
tantas vacas mugiendo en el pastizal como litros de vino rodando en
los barriles, tendría su 31 de diciembre.
La Elina no sólo lo ayudaba dándole hijos y cuidando de la
casa: era un gusto verla a la hora de «la entrega», casi corriendo antes
de que la tapara el crepúsculo, cuando la majada regresaba, con un
cabrito en cada brazo acercándolos a las ubres cargadas de leche. O
en las mañanas, al alba, colgar el resto de sueño al lucero para poner-
se a ordeñar; baldadas de espuma tibia reunidas en el noque. Luego
agregarle el cuajo y a media mañana amasar la leche cuajada. Cuan-
do el sol se levantaba por sobre el bramido de los toros, ella ya tenía
el queso pisado en el aro, esperando ser llevado al zarzo. Después
Obras Completas 429

repartía en bateas de madera de brea el suero para los perros y los


cerdos y guardaba cuajada, que al mediodía le servía a los niños con
arrope de tunas hecho por ella misma, pues tenían un lindo pencal. Y
si le restaba tiempo se le prendía al telar.
Más de una legua les quedaba la escuela. Ella llenaba los bolsi-
llos de las criaturas con maíz tostado y torta al rescoldo, o destapaba
alguna troje echándoles algarroba en las guadamicas, junto con el
cuaderno y el lápiz.
El siguió trabajando por La Estrella y encariñándose cada vez
más con ella. La veía crecer y crecían también sus hijos. Pero los
bríos ya no eran los mismos; él notaba que a cada árbol que secaban
las gallinas había en ellos, en los dos, un cambio. Cosa extraña lo que
ocurría en esos árboles a los cuales las aves domésticas elegían para
dormir, no sé si por el calor de sus pechugas, si por el abono fuerte
lloviéndoles todas las noches, o si por casualidad no más, el caso es
que esos árboles terminaban secándose. Así también les sucedía a
ellos, secados poco a poco por la presencia fatídica de no sé qué
extraños pájaros.
¡Cómo costaba formar un puesto! Así como quedan motas de
lana al paso de las ovejas por un alambre de púa, así iban quedando
tiras de vida en cada cosa que hacían: el pozo de balde. La casa. Los
alambrados. El corral. La represa. El chiquero. Las chacras... Todo
el casco del puesto, en fin.
Al paso de los años Rosas Tello fue agrandando y mejorando
la casa, reabrió acequias, desyuyó las chacras y en el verano les largó
hasta tres yuntas tirando sendos arados. Y hasta desmontó buen tre-
cho el camino que llegaba a su casa. Mas la vida ya andaba intentan-
do ponerle una manea.
Para entonces, la gente joven había comenzado por marcharse
a las ciudades. Así, luego del servicio militar, el Antonio salió engan-
chándose en la Policía Federal de Buenos Aires. Después, una familia
430 Héctor David Gatica

de Sampacho le pidió prestada la hija mayor; que allá se la tendrían


bien cuidada, le asignarían un sueldito, la ayudarían con ropas casi
nuevas y se la mandarían a la academia para que aprendiera costura.
Muy de tarde en tarde llegaba alguna carta y cada dos o tres
años les daban una vuelta de unos pocos días. Presentían que con los
otros iba a pasarles lo mismo. No se explicaban como es que no
extrañaban el olor a poleo de la represa, o el aire fresco y perfumado
de las tardecitas galopando por ahí. Esas cosas comenzaron por
entristecerlos y debilitarlos.
Raro que no les diera por recordar el olor a caballo sudado,
que es el olor de las distancias.
Raro que no echaran de menos el olor a chiquero de cabras,
que es el olor a la infancia.
Raro que no vinieran más seguido a oír el balido y el relincho,
que son como los cencerros de los años felices.
Las golondrinas venían, se iban y volvían otra vez.
Los hijos ya no. Solo se iban.
En los días de invierno, a la nochecita, la Elina traía brasas de la
cocina y las echaba en un gran brasero, un fuentón empotrado en un
cajón. Ahí se los veía las horas conversando o simplemente viendo
cómo el silencio de las noches frías de julio les apagaba las brasas.
Cuando sólo quedaban las cenizas, se iban a dormir.
A él se le comenzaron a aflojar las caderas, como a un perro
viejo. Ella empezó por arrastrar las alpargatas.
Donde se abría una gotera se limitaba a tirarle tierra. Si afloja-
ba una vara sólo la ayudaba con un soporte.
Y ahí estaban los dos, envejeciendo, sin más compañía que un
criadito que les decía «tata», «mama» como tirarles una limosna.
Hasta ayer no más eran jóvenes y no los paraba ni la escarcha
ni la resolana. Se les vino la vejez de golpe, no se dieron cuenta cuan-
do llegó, arrebatándoles los hijos y un poco las ganas de vivir.
Obras Completas 431

El día en que muriera uno de ellos morirían los dos. La perfec-


ción del amor no se forma en una tormenta; la serenidad del cre-
púsculo es su medida.
Rosas Tello anduvo aquella tarde dando una vuelta por el co-
rral; el sol de mayo comenzaba a debilitarse y temblaba amarillento
pálido como una hoja que amenaza caerse. Ahí hacían falta algunos
palos y no sabía cuando los iba a buscar.
Se acerca la mejor época para cortarlos -se dijo- Y no dijo
más.
Acercándose al pozo afirmó una mano en el travesaño que sos-
tenía la roldana y miró largamente hacia el fondo oscuro y profundo,
tan profundo como su soledad otoñal.
Convidó luego el tranco lento hacia la represa, el polear aún se
mantenía verde y oloroso. Corrió la mano áspera por sus ramas cor-
tando un montoncito de hojas, que se llevó a la nariz; el agradable
olor le traía el recuerdo de su Antonio, un recuerdo que ahora le
dolía. ¡Qué olores estaría amando su hijo mayor!
Subió al bordo y desde ahí se puso a contemplar el agua, tan
mansa y parda como la mirada de la Elina.
Las veces que los niños la bebieron a través de un cogollito que
tiraban sobre ella, hincados en el barro.
Bajó hasta la orilla del agua y se sacó el sombrero, como quien
se descubre ante un ser de mucho respeto; comprobó entonces, mi-
rándose en ella, que el agua tenía el pelo tordillo.
La represa estaba embancada y necesitaba una cava; pero a él
no le alcanzaban las fuerzas para aguantarse un rastrón.
Bajó hacia las chacras; tuscas, chañares, cardos y chamicos
amenazaban con quitárselas. Sintió como si esas malezas hubieran
echado raíces en su alma.
Llegaba la oración descargando carradas de quietud y silencio
cuando un zorro desparramó su grito por el aire, siendo contestado
432 Héctor David Gatica

por numerosas carcajadas a la redonda, como en una gran fiesta que


tenía por escenario todo el campo y los actores los zorros, ebrios de
infinito. ¡Las veces que el Antonio les puso las trampas, haciendo
luego una senda con una bolsa cargada de arena, tirándoles de trecho
en trecho un chicharrón o una vaina de algarroba! ¡Qué trampas lo
acecharían ahora a él en las grandes ciudades!
Llegó hasta el patio de la casa, tan amplia como solitaria, y se
afirmó en un caballete. Desde el fondo del campo, donde aún queda-
ba un ramoneo, le llegó el bramido del toro pampa; conocía ese bra-
mido como si fuera la voz de un hermano.
Estuvo mirando la casa: grande, silenciosa, sola; habitada por
dos viejos; una criatura y muchas ausencias.
El había ido a la escuela hasta cuarto, en su tiempo la primaria
terminaba allí, no había más grados para los niños del campo. Le
gustaba la historia, aquella que contaba de los hombres que venían
fundando pueblos, pueblos que después se hacían ciudades, ciuda-
des que no olvidarían nunca el nombre de sus fundadores. Alguna
calle principal con su nombre, una plaza, un monumento seguro los
recordaría. ¡Y por qué nunca se enseñaba en las escuelas rurales el
nombre de los que fundaron los puestos vecinos! ¿No había historia
para ellos?
Le hubiera gustado que alguien se ocupase de ellos, un criollo
de ahí para que le pusiera amor a las palabras, alguien que al pisar
bosta chirle de vaca, sintiera el gusto a «apoyo» en su boca babeante
y espumosa de leche tibia. Que las escribiera un hijo de esos parajes
de modo que cuando pasara cabalgando cerca de un chiquero, abriera
«las narices» como hornallas para que por ellas entrara a cornazos el
olor a chivato, como un perfume de evocación. Unas pocas páginas
escritas por un baqueano de esos puestos, de modo que al oír el
quejido de la roldana, fuera capaz de volcar por sus palabras un noque
lleno hasta el aro con historias de esos campos. Que contara por
Obras Completas 433

ejemplo que a la estancia La Analía la fundó don Galo, don Galo a


secas, no hacía falta el apellido porque don Galo, como ése, había
uno solo en todo el mundo. Que a Villa Nidia la fundó don Celso. Y
agregarles algo más, muy poco, además del nombre, como eso de
que a La Cañada la fundó don Silvestre Guardia y que su casa, una
vez al año, era iglesia donde oficiaba un tal cura Salor y donde la
gente empeñaba la semana; tiraba la taba, se pelaba en cuadreras o al
juego del monte, bailaba y además iba a misa, aunque fuera en pedo
pero iba. Que don Antonio Guardia fundó Nueva Esperanza, cavan-
do una represa más grande que un dique, de que era un gusto verlo
pasar en aquel «brek» tirado por tres caballos haciendo temblar los
caminos. Alguien que escribiera unas pocas páginas diciendo cosas
del Chañaral de los Loros, adonde llegó don Bautista Leyes y fundó
La Envidia, criando tres hijos que fueron el ejemplo de la unión de los
hermanos por muchas leguas a la redonda, de ellos tres Josefina los
cuidaba con gran cariño, Alfredo criaba vacas y tocaba la guitarra de
modo que nadie le pisaba el poncho y Venancio se dedicaba a la
docencia y a la política. Alguien que dijera... Pero no: si ellos sólo
eran los fundadores del olvido.
Rosas Tello pensaba en todo esto sin darse cuenta que el oto-
ño le estaba sacando el calor del cuerpo. Así lo encontró la mujer y le
costó llevarlo dentro; se le habían entumecido las piernas y la lengua.
Se les avisó a los hijos, Antonio, el mayor, llegó a la semana
con el turco Abraham, que según dijo se había comedido traerlo des-
de el pueblo más cercano.
Cuando vio al turco y lo oyó hablar así como hablan los turcos
en la lengua criolla, sintió como si una estrella se apagara en el firma-
mento de su lecho.
Después de las emociones del primer momento con lágrimas
incluidas, los hombres callaron; no era fácil la conversación. A él casi
no se le entendía, la única que lograba adivinarle era ella, que a cada
434 Héctor David Gatica

rato le estaba limpiando la saliva con un pedazo de sábana. Se quedó


callado mirándolos y le respetaron su silencio, un poco molestos por
aquella mirada.
Entrecerró los ojos y se puso a pensar en el común destino de
alguno de los puestos, donde sus fundadores dejaron sus vidas. Pen-
só en La Amalia, con una casas tan lindas, aquel molino y el agua
llegando hasta el patio por un caño; que corrales, que alambrados,
que represa. Ahora era de alguien a quien no le conocían ni el nom-
bre, pues había puesto un encargado. Ni las casas viejas quedaban
para conservar el recuerdo de don Honorio Arabel en «La Porfía»,
las voltearon para que no dieran mal aspecto. Nueva Esperanza; en
esas galerías tan amplias donde solía sentarse doña Tránsito ya viuda;
la última vez que pasó por ahí vio debajo de ellas una majada de
cabras, que unos vecinos pobres miraban desde sus ranchos. El Bal-
de de Arce, donde don Jacinto Navarro llegó a tener un almacén
abastecido por cinco carros que traían constantemente mercadería
desde San Juan, cuando murió dejó mil vacunos, ni señas de las casas
quedaban, ni de los pozos que hicieron cavar en busca del agua aque-
llas cinco niñas de don Santiago Amaya, dueño de la Merced de la
Travesía, aquellas cinco Marías tan mentadas: María Lucrecia, María
del Rosario, María Juana, Juana María y María Dionisia.
Habló algo y no le entendieron; debió traducirles ella:
-Pregunta que: ¿así que al señor le gusta mucho el campo?
-Le gusta más que a nosotros que hemos nacido en él -contes-
tó Antonio.
Entre babas volvió a hablar y su compañera le limpió la boca,
el cuello y el pecho.
-¿Qué dijo mamá?
La madre miró primero al futuro dueño del campo, luego a su
hijo. Después habló:
-Que le diga a m´hijo que si al señor le gusta tanto el campo
Obras Completas 435

como dice, lo lleve a la represa pa´que se vaya acostumbrando al


olor del poleo.
Y eso no más dijo porque un aluvión de babas espumosas le
inundó la voz, quedando cortado y sin resistencia como si fuera un
alambrado roto.
436 Héctor David Gatica

LOS TROPEROS DEL


PORTEZUELO DE ARCE
A mi querido suegro don Angel Carrizo, que compartió numerosos arreos
con los troperos que nombro en este cuento.
Además animadas conversaciones con él de obrajes, de carros de los que
fue conductor por largos y medanosos caminos, enriquecieron aún más mis
vivencias en ese mágico mundo.

Natividad Maldonado. Hombre de los siete oficios, como mu-


cha gente criada en el campo y hecha para vivir al servicio de otros.
De entre tantas habilidades destacamos dos o tres.
Reconocido en toda la región como pocero, él y un tal Pedro
Berón sobresalieron en eso de cavar y desbarrar pozos.
Su otro rebusque fue el de arriero. A este amor suyo nos va-
mos a referir especialmente más adelante.
Fiel peón de estancia, de la Estancia La Amalia, perteneciente
a don Galo Ortíz y a doña Edrulfina, guapo él, inteligente ella y por
quien todo se movía en La Amalia... Los peones cumplían sus man-
datos al pie de la orden, la respetaban y la querían recta así como era,
sabedores de que nunca les iba a faltar, sea por un par de pesos o
porque no estarían solos en cualquier imprevisto dentro de sus esca-
sas necesidades. Un hombre como ellos, es muy poco lo que necesita
de la vida.
Cada día, al regresar de sus faenas, luego de dar de beber a la
monta y de bañarla, sabían que en el galpón o en la cocina estaba la
pava rezongando en un brasero, esperándolos las gavetas de made-
ra, el mate de porongo y un buen pedazo de pan con queso, pan
amasado por las propias manos de doña Edrulfina con grasa de chan-
Obras Completas 437

cho, todo eso hasta que llegara el almuerzo.


En esos lugares, La Amalia era una de las dos estancias que
contaban con molino, un cuadrito con cebada y el lujo de poseer una
pieza con piso de baldosa para recibir las visitas.
Hermosos tiempos de campear, de enlazar y marcar, de cuerear
y churrasquear. Y de contar con una buena silla de montar.
El dueño de la estancia, don Galo, hombre sabedor de anti-
guos cuentos, era famoso en leguas a la redonda. Además su hija
Amalia era una flor.
Mas los años lindos se van pronto, y eso sucedió con la estan-
cia aquella. Doña Edrulfina, que nunca cayó a la cama ni para dormir
la siesta, se enfermó justo cuando se hallaba en aquella gran matanza
de vizcachas a puro «sulfuro».
En la casa había una capillita donde estaba entronizada Nues-
tra Señora de las Libranzas, allí pasó ella en cama los últimos días de
su postración. Llamó a los peones y les indicó:
-En el potrero del «paraiso», casi al fondo, les quedan todavía
algunas vizcacheras, terminen esta semana con eso.
Luego se dirigió a su marido y poco menos que le ordenó.
-Negro, viaje solamente cuando usted sepa que me están por
enterrar, que no pasará de esta semana, para que me acompañe al
cementerio.
Ninguno de los rudos hombres vio una lágrima en su rostro
firme; posiblemente, en cambio, sí la vio alguna planta de peje, cami-
no de Quines.
Natividad Maldonado no quiso seguir en La Amalia, no estan-
do ya la mano guiadora y generosa de ella. Ensilló su caballo y sin
decir adiós se fue. Cuando lo llamaron para pagarle la mensualidad
ya no estaba. Desde entonces se dedicó más a tropear y a su oficio
de pocero.
Aquí lo dejamos para verlo luego formando parte de un arreo,
438 Héctor David Gatica

cuyo lugar de partida también diremos luego.


Pedro Montivero. En Balde de los To-
rres tenía asentados sus reales. Conocedor de
todos los caminos y de todas las vueltas de la
vida, tropero de su propia hacienda, que en
viajes de días y días, jornada tras jornada acer-
caba a San Juan y hacia otras ferias muy leja-
nas. Dicharachero como no había dos, rara
vez se veía una risa grande en su boca. La pi-
cardía le asomaba a los ojos, que se achica-
ban y tenían un brillo especial cuando soltaba
una de las suyas, casi siempre bien cargaditas,
que a más de uno, o una, hicieron poner rojo;
sus decires tenían ese sabor picante de cierto
ají silvestre fácil de confundir con el piquillín y
que llaman «puta parió». Mentado era cuando
viajaba a la ciudad con arreos o quesos; en
cuantito se enteraban los profesionales del lu- Don Pedro Montivero
gar, iban a hacerle rueda para escucharle la
chispeante picardía de su sabiduría criolla. Su
esposa, doña María, siempre lo estaba sujetando. -Pero Pedro, no
digás esas cosas delante de la gente. Dejá de hablar guarangadas
Pedro. Pero ya estás hablando zonceras. Y él reconocía que no podía
comer en mesas decentes, «pues no se me cae la mierda de la boca
oh».
Montaba una mula grandota, capaz de llevarlo en su marcha
sostenida hasta el fin del mundo, nunca se cansaban ninguno de los
dos. Pasaba un día junto a un cerco y se la mordió una cascabel
muriendo ahí mismo. Juntó tanta bronca que se las ingenió para atra-
parla viva, hizo fuego y ahí la entraba y la sacaba, para que se fuera
quemando de a poquito.
Obras Completas 439

Otra vez en un baile de Santa Rosa, una


niña del pago le tiró una relación medio desco-
medida en una cueca, entonces le contestó con
otra que si aquí no escribo es porque nos pa-
saría lo que a la niña de la cueca, que de tanta
vergüenza se la tragó la tierra.
Más adelante sabremos algo más de él.
Carmen Ibáñez Luna. Alto, fornido, de
cien kilos y algo más, con unas manotas cuyas
caricias hacían temblar al mejor pintado. A pe-
sar de tamaña osamenta, nadie podría pensar
que en momentos de emoción, unas lágrimas
como las primeras gotas de lluvia de verano
caían de sus ojos. Sin exagerar, diríase que vi-
vió, comió y durmió sobre el caballo. Era la
imagen viva del centauro. En cuantito nació,
antes de que comenzara a gatear, lo pusieron
Don Cármen Ibáñez sobre un potrillo y le echaron la mamadera a
Luna las alforjas. A los cinco años era capaz de cru-
zar, de día o de noche, arriesgadas travesías,
atrevidas distancias. Para dormir, su sombra se metía bajo el caballo
sin sacarse el sombrero.
A medida que crecía se le hicieron familiares las provincias de
Córdoba, La Rioja, San Luis, San Juan y Mendoza cuyas capitales
unía a caballo. Sus dominios se extendieron por la Cañada Verde, en
el Portezuelo de Arce, allá al sur de la Sierra de las Minas.
Cuando llegaba a una casa los zarzos comenzaban a temblar,
pues era capaz de despacharse medio queso.
Si había un cabrito en las brasas, el pedía disculpas y sacando
el cuchillo de la vaina cortaba la mitad y se retiraba, «para no estarse
arrimando». Y cuando las mujeres comenzaban a cansarse de servirle
440 Héctor David Gatica

mate, le cebaban por la bombilla, única forma de que dijera gracias


pues iba quemando como tizón.
Se presentaba como «el as de la verdad». Una vez le llevó un
cencerro al gobernador, asegurándole que había pertenecido a la tro-
pa de Facundo Quiroga. Según mentas, solo perteneció a su burra
mora, todo por desprestigiarlo, sabiendo que él era el as de la ver-
dad.
También había picardía en sus decires, que mezclaba con fre-
cuencia en su conversación.
Y hasta acá lo que en principio teníamos preparado para
decir de él.
La historia registra famosos encuentros entre colosos, no figura
en cambio el de tres grandes troperos, aunque esto de hablar de
grande dentro de lo que aparentemente es pequeño parezca absurdo.
Podemos dar el nombre de muchos doctores, de muchos generales,
de artistas, algunos célebres, otros no tanto ¿pero quien puede dar el
nombre de un tropero? Su única virtud fue arrear hacienda, hacer la
patria cuando nada estaba hecho. Y eso no necesita nombre. Al me-
nos para recordarse.
Aquí sí que hubiera querido venir bajando desde Huaco don
Buenaventura Luna, como buscando el encuentro de todos los troperos
de América: «Quise armar un fogón allá en la sierra/ en mis lejanos
pagos jachalleros/ que llamara cordial a los arrieros/ de todas las dis-
tancias de mi tierra». Hasta acá sí que hubiera querido llegarse
Atahualpa Yupanqui -don Ata-, trayendo la guitarra con que rastrea
las raíces del canto y la leyenda del viento.
Apareció primero don Carmen Ibáñez Luna golpeando los
guardamontes y mandándoles chiflidos a su arreo. Seguro un toro no
tenía su corpulencia. Llegó a cierto lugar y comenzó a dar vueltas
alrededor de los animales hasta que logró que se echaran. Sin des-
montar, ahí esperó, armando un cigarro, rienda en mano.
Obras Completas 441

Rato después vinieron del este con su arreo los otros dos
troperos; llegaron, juntaron haciendas y se bajaron por turno para
cinchar mejor, don Natividad primero, don Pedro después.
Natividad Maldonado era alto, algo encorvado por los años y
el duro oficio de pocero. Lucía la prenda que siempre lo distinguió de
todo ser humano viviente, orgullo de la soltería, un ancho cinto de
cuero con bolsillos a la vuelta. Verlo a él era representárselo al Inge-
nioso Hidalgo Don Quijote, el de la triste figura; delgado, rostro flaco
y enamorado de una Dulcinea que le decían la Honorilda, a quien
quiso toda su vida y que le tenía dicho a cuenta de ese amor:
-Yo soy pobre, así que lo que tengo para ofrecerle es mi cora-
zón y un buen pión pa su hacienda, de modo que cuando nos necesite
diga.
Don Pedro por su parte mostraba una estatura media. De los
tres, quizás el de mejor posición económica, pues poseía hacienda y
campo. Siempre usaba botas y llevaba consigo, colgado a la cincha,
un calzador que tenía la forma de una iguanita y que de alguna manera
lo distinguía -como a Maldonado el cinto ancho con bolsillos- Había
conseguido una mula sillera tan grandota y guapa como la anterior. A
esta su mula nadie podía ni acercársele que ya estaba soplando bufi-
dos, pero que él, y más teniendo un par de tragos dentro, era capaz
de abrazarle las patas; la bestia temblaba mas no se movía ni menos
lo pateaba.
Y si le pegaba un chirlo en el anca juntaba las cuatro y ahí se
quedaba tiritando.
Ahora queda dicho: el lugar del memorable aunque ignorado
encuentro fue en El Portezuelo de Arce, al sur de la Sierra de las
Minas, desde donde partieron hacia el lejano Caucete.
En el Balde de la Viuda consiguieron encierre, ahí echaron la
novillada a una chacra con chala sin cayeschar y se fueron a desensi-
llar a unos cien metros de las casas.
442 Héctor David Gatica

Andaban los pájaros escondiendo el día en sus nidos cuando


encendieron el fuego. Eran tres personalidades, dignas de ser escu-
chadas noches enteras.
Don Natividad sabía inventar y narrar largas historias y entre-
tenidas aventuras en las cuáles siempre tomaba parte como uno de
sus personajes. Las andanzas le habían enriquecido aún más su ima-
ginación de novelista oral.
De don Pedro, la conversación era chispeante. La de don Car-
men, entretenida, trayendo a menudo lejanísimas memorias.
Si bien su vida de troperos era dura, ellos la hacían festiva con
ese espíritu superior con que la condimentaban, donde se respiraba la
libertad del viento y de los caminos largos...
«Qué alegría tendrá el viento
que va por los polvorientos
caminos
levantando remolinos».
Qué alegría tendrán los troperos que van arreando distancias y
silbándole al paisaje.
Comenzó la ronda del mate y de la conversación también; lo
mejor será escucharlos:
-¿Cuántos hijos tenés Carmen? -preguntó don Pedro.
-Déjame contar en los dedos... cuatro... siete... ocho legítimos
con el Alfonso, y seis naturales, sin contar las que se me han ido
baliadas...
-Me acuerdo -dijo don Pedro sonriendo, lo que significaba
que la salida del Carmen merecía una risotada- una vuelta que llevaba
un arreo y alcancé a ver una chinita que iba por entre el monte con un
cabrito en los brazos, dejé los novillos, al diablo que embromar, le
hice una cortada con la mula y la atajé, primero la chinita no quería
aunque quería, entre balido y balido al fin llegamos a un arreglo, la
joda era que hacía con el cabrito, le dije que lo tuviera de una pata, el
Obras Completas 443

caso fue que cuando estábamos en lo mejor abrió las manos y el


cabrito se disparó al diantre.
-Una vuelta -así comenzó don Natividad, hundiendo los pó-
mulos descarnados y haciendo gritar el mate en una chupada vento-
sa- me hallaba de paso en don Edrulfo, resulta que el viejo andaba
loco por enseñarle a castrar a la hija para que le fuera tomando las
riendas a la estancia. En esos días había venido de la ciudad a pasear
un viejito pariente de don Edrulfo, reumático el hombrecito. Me pidió
que le enlazara y le voltiara un burro hechor que mordía mucho a las
yeguas, una vez que lo tuve en el suelo le ordenó a la niña que empu-
ñara el cuchillo y que agarrara el güevo.
El viejito que estaba pasiando se acercó también a las
renguiadas. ¡Agarre el güevo mija! ¡Agarre el güevo, no le tenga mie-
do! ¡Cape mija! ¡Agarre el güevo! ¡Meta el tajo! Así ordenaba don
Edrulfo a grito pelado y la niña, colorada como una sandía, se aga-
chó, agarró las «escéteras» con una mano y con la otra mandó el tajo
y al burro se le cayó un pedo, entonces el viejito entumido dio un salto
pa atrás y don Edrulfo largando una carcajada le dijo: pucha, a esta
edá y sin saber que el pedo de burro había sido tan bueno pal reuma-
tismo.
Don Carmen acompañó una carcajada con un chirlo en la ca-
becera del recado, de un chupetón despachó el mate y empezó a
tallar él teniendo el mazo de las palabras en su poder.
— Una vez en San Juan desmonto, llego a un boliche y me
encuentro con cuatro doctores que estaban calaveriando, me reco-
nocieron y en el acto me llamaron.
— Venga don Carmen que aquí estamos en una discusión con
los colegas, unos dicen que una vaca sólo puede tener un ternero por
vez, otros que dos. Usted que sabe tanto del campo ¿qué nos puede
decir?
— Y hasta cinco también señores.
444 Héctor David Gatica

— ¡Eh!... no don Carmen, ¡como puede llegar a esa degenera-


ción! Además la vaca sólo tiene cuatro tetas.
¿Dónde va a mamar el otro?
— Se va a quedar de zonzo mirando, así como estoy yo mien-
tras ustedes chupan.
Se preparaba don Pedro para contar algo que le sucedió antes
de llegar a Marayes en una oportunidad en que viajaba con una carrada
de quesos, de los cuales había hecho abuso comiendo más de la cuen-
ta, cuando un trotecito los hizo callar; era el hombre de los alimentos,
llevaba una mula a tiro donde cargaba el charqui y demás menesteres
para el largo viaje. Le ayudaron a bajar las cosas y retiraron brasas
del fuego. Justino se llamaba el mozo, unos le decían el mancero,
otros, el boyero.
Enterados de la presencia de don Carmen, llegaron unos hom-
bres trayendo una guitarra, la miró un rato desde el clavijero hasta el
puente, hizo sonar las bordonas, estiró y aflojó ante los ojos y los
oídos ansiosos de todos, acostumbrados solo a oír las cuerdas del
silencio en las noches apagadas del Balde de la Viuda. Los gruesos
dedos comenzaron a correr sobre los trastes mientras la otra manota
tapaba la boca de la guitarra.
Todos menos el guitarrero oyeron que el campo dejaba esca-
par un suspiro.
Y don Carmen Ibáñez Luna desenfrenó el canto.
Primero fue un estilo, «El Poncho Castaño»:
«Sos bandera de mi patria
que no sabe de congojas
tienes unas manchar rojas
como flores estampadas...»
Después la milonga:
«Uno tenía el pico blanco/ otro las manos vendadas/ otro una
estrella en la frente/ como manchau de esperanza».
Obras Completas 445

Otro con un lunarejo/ mesmo en el medio del anca/ como lle-


vando pa siempre/ enancada una luz mala...»
Luego vinieron las coplas, don Carmen era tropero de coplas,
se las oyó a Domingo Arias -un payador del pago-, las había apren-
dido de la vida en los caminos, venían del fondo de los tiempos y él
las iba tropeando. Algunas llegaron un día de la antigua España, des-
bandándose aquí por la boca de los payadores, tal como lo hicieron
los juglares desde las gestas homéricas. Coplas que salían del canto
de don Carmen pudieran haberse originado en Góngora, en Quevedo,
recreadas por él. ¿O acaso no se han encontrado más de 300 versio-
nes de un mismo cuento popular anterior a Cristo? ¿No andan ro-
mances por América con más de 100 versiones? Y esto era tan sim-
ple como escuchar a un arriero iletrado, y tan profundo como beber
la sabiduría fundida del cancionero español, de himnos religiosos in-
dígenas y de la boca a veces epopéyica, a veces romántica de nues-
tro abuelo el gaucho. Otras llegaron de Bolivia; llevaban mulas y traían
coplas.
Y don Carmen aparecía en la noche, a la luz del fogón, tan
corpulento y cierto como el algarrobo en el cual se había afirmado y
tan increíble como el misterio de su canto.
Cuando el cantor y la guitarra se callaron, vino el silencio y se
acostó en el camino.
Solo a ratos llegaba desde la chacra el ruido de las chalas que
pisaban los novillos.
Cuando pasaron por «la Represa» con la novillada, comenza-
ba a verse que los seguía la aurora, los alcanzaría un rato más allá.
En el verano, por lo común preferían viajar de noche para que
la hacienda sufriera menos; poco y casi nada dormían los arrieros, lo
hacían de ratitos y de a caballo a veces si no tenían cómo encerrar.
El sol les alumbró la copa del sombrero cuando entraban en las
salinas, haciendo brillar las astas de los toros, unas astas como manu-
446 Héctor David Gatica

brio. Pisaban la sal blanca, costrosa; a medida que avanzaban más


los encandilaba ese reflejo que le sacaba el sol a la sal, casi hasta
lastimarles las pupilas.
A mitad de la pampa de las salinas se hallaban Las Lagunas,
una especie de represas con agua salada y flamencos rosados.
Al comienzo los animales, llenos con la chala, se movían pesa-
dos; pero fueron pasando las horas y las leguas, adelgazándolos, vol-
viéndolos ariscos, desconfiados.
Ni en Los Cajones ni en Guayaguá habían podido alimentarlos.
A cada rato intentaba dispararse alguno. ¡Ten! ¡Ten! Ten repetían los
hombres para apaciguarlos, haciendo sonar de rato en rato los
guardamontes.
— Como estos animales sigan así -gritó don Pedro- a alguno
de nosotros nos va a sonar el culo en el suelo como atado de cucha-
ras.
— Por estos lugares -dijo don Carmen- si habrá galopiado la
Martina Chapanay. Eramos grandes amigos.
— Ya estás mintiendo pos Carmen.
— Como pa mentir Pedro si soy el as de la verdá.
Don Natividad, que se había adelantado para atajar un arisco y
que andaba un poco lerdo de oído le comentaba a su gateado:
— Cuando pasemos por Vallecito, vamos a llegar a dejarle una
botella de agua a la Difunta Correa, esa manda la debo de cuando era
mozo.
Ya llevaban tres días de viaje sin que los animales comieran;
pasaban horas por un lugar desértico donde lo único que se veía era
arena, médanos y alguna zampa raquítica.
Dispusieron hacer un alto en el Pinchagual, ya los tapaba la
noche, que les cayó no sé de donde con unos gigantescos cuernos de
estrellas.
Los hombres tenían callosas las nalgas, duras como pezuña de
Obras Completas 447

toro. No había luna; entre las sombras de la noche hambrienta las


pelambres se movían nerviosas, asustándose.
Los arrieros sentían necesidad de desentumecer las piernas y
de morder algo. Dispusieron que uno se bajaría y que los otros harían
una ronda hasta que los novillos se echaran.
Uno se bajó, encendió el fuego con algunas chamarascas y
esperó la llegada del mancero. Los otros dos permanecieron rondan-
do, repitiendo su ten, ten. No querían echarse, al fin lo hizo uno, des-
pués otro; tardó para que lo hicieran todos. Aun así, siguieron la ron-
da, el ambiente se hallaba tenso y uno que otro mugido hacían temer
una avalancha vacuna en cualquier momento.
Una arena siniestra era hollada por los cascos de la descon-
fianza. Pensaban reemplazarse a lo largo de toda la noche.
Los novillos comenzaron a rumiar una ración de tranquilidad.
Aprovechando la momentánea calma se apeó un segundo jine-
te y le aflojó el pegual a su monta para acomodar mejor el apero y
ajustar la cincha. En eso estaba cuando sintió como un rumor que
pareció salir de cerca suyo y se fue extendiendo por toda la
novillada...ummmmmmmmmmmm. Conocedor de esta música
mugidora trágica, supo que el alto había terminado, parecía que a
todos los habían alzado al mismo tiempo.
Saltó como pudo sobre el apero a medio cinchar, la tromba se
le venía encima estrepitosamente, ciegamente. Disparó, disparó, siem-
pre adelante del tropel gritando su ten ten. Pero el apero se ladeó y el
arriero rodó por las arenas pasándole todos los novillos por encima.
Un buen rato se sintió aquel tropel atropellando la noche, ha-
ciendo temblar la quietud ancha y larga del desierto. Y se alejaban, y
se alejaban hasta que todo volvió a quedar inmóvil y solo.
Uno de los arrieros empujó un grito largo, parecido a una ago-
nía, un grito conteniendo su propia respuesta. Nadie le contestó, con-
testó su mismo grito que llevaba ya la respuesta del silencio. Volvió a
448 Héctor David Gatica

llamar levantando más el grito, sintió que le contestaban, lejos, lejísimo.


Galoparon entonces los dos gritos hasta encontrarse. Un encuentro
de dos. Faltaba el otro.
¿Qué había pasado con él? ¿Iría aún delante de la vacada?
¿Habría podido sacarle el cuerpo? ¿Ocurrió lo peor?
Lejano se sintió un trote hacia el este, sin dudas el mancero.
Toda la noche se estuvieron moviendo y llamando sin encon-
trar nada ni obtener respuestas. A ratos se paraban y escuchaban. El
silencio era tal en esos páramos que se les volvía inaguantable. Y
además había un algo subyacente trágico que casi les metía miedo en
los pellones, a ellos, capaces de enfrentarse con todos los asustos.
Pero aquella noche... Ni pensarlo.
Las sombras se andaban amontonando como queriendo ocul-
tar algo, que no era precisamente la vida, se arrastraban y parecían
gemir desde algún sitio que no acertaban en dar. Alguien arreaba sil-
bidos como si fueran almas en pena sueltas por el Pinchagual.
Nunca esos troperos tuvieron una noche más larga y más pe-
nosa.
Al fin llegó el alba y fueron apareciendo los rastros, al menos
fue lo primero que descubrieron sus ojos trasnochados, porque eso
es lo que andaban buscando.
El día les mostró la verdad, había caído y los novillos le pasa-
ron por encima llevándose cada uno un pedacito de su ser en las
pezuñas. Una gota de sangre en un rastro fue lo único que hallaron.
Arrieros de semejante talla no podían tener una muerte menor. Se
había ido por todos los rumbos. A partir de ahora, en cada rastro de
toro estaría él.
A la par que buscaban la novillada lo buscaban y lo encontra-
ban a él, rastreándolo por cerros y llanos, como quien busca la iden-
tidad de un país. Eso hacían los otros dos troperos. El boyero regre-
só. Regresó como se regresa de la muerte.
Obras Completas 449

¿Quién de los tres fue? Por lo que la gente cuenta de lo que


cree que es la realidad, dicen que don Pedro Montivero murió en
Quines años después de quedar ciego, sin conseguir la ceguera qui-
tarle la pimienta que le daba sabor a su existencia. Que su mujer, la
María, habría de vivir más de un siglo para recordarlo, la María de los
no hablés zonceras Pedro.
Sigue diciendo la gente que don Carmen Ibáñez Luna murió de
cáncer a la garganta ya en el alero de los cien años, nada menos él,
que en toda su vida por único remedio tomó «un té de joselino», una
vez que se alzó un empacho. Que murió dos meses antes que José, su
hermano mayor; pero que el cáncer no logró enfermarle el canto.
Y por último la gente dice que don Natividad Maldonado, peón
de estancia, de la estancia La Amalia, pocero y arriero aún vive, aun-
que ya nadie logra hacerle oír ni una palabra; eso si, todavía contando
historias y siempre enamorado de la Honorilda, su Dulcinea del Puer-
to Alegre.
Todo eso es falso; la gente se engaña para conformarse. Lo
cierto es que uno de ellos se quedó allá y ahora anda desparramado
en los rastros de todos los toros que braman en El Pinchagual.
Si usted alguna vez acierta pasar por ahí una noche ventosa de
viento Zonda, sentirá una de entre tres de estas alucinaciones: o que
el alma se le acongoja porque entre las oleadas del viento caliente
alguien le está contando una historia trágica; o que el corazón se le
anima retozón porque el viento le tira arena en remolinos como si
anduviera arreando una picardía; o que usted se detiene y escucha
porque alguien canta una copla, como que naciera de la tierra y se la
llevara el zonda.
Y verá pasar dos troperos con un arreo de sombras.
450 Héctor David Gatica

CAMINO DE CARROS
Mi agradecimiento a Reynaldo Soria, carrero de mis
pagos cuando existían los obrajes, con quien mantuve largas
charlas antes de escribir este cuento.

Comenzó de marucho y terminó en carrero

«Que triste y solo has quedado Nada vale lo que fuiste


caminito de los carros... nada vale tu pasado
El tiempo te fue borrando y ahora tras de las lomas
se secaron tus chañares vas muriendo avergonzado».
los tordos y las calandrias -Arancibia Laborda-
alegran otros lugares.

Fotografía de Ramón Argentino Avila

Facundo Velazquez, carrero


Obras Completas 451

-¡Mulaaaaa!
Y el grito cayó sobre la mañana luminosa estorbándose con el
vuelo de un carancho y el temblor de veinticuatro patas llevando las
llantas por sobre troncos y malezas.
Abiertas las compuertas, los cargadores fueron apilando las
bolsas con carbón hasta pasar casi un metro las barandas.
Era un carro hermoso, grande sobre todo, llevaba escritas con
letras rengas estas palabras: el sin rumbo; así le había puesto su dueño
como reflejo del horizonte de su alma.
Qué orgullo machazo poderle cargar cuatro toneladas, sentirlo
crujiente como si se fuera a partir y ver tironear las bestias llevándose
el corazón quemado de esos campos.
Entró a las picadas y anduvo un rato por ellas hasta salir al
carril.
En los médanos grandes donde las huellas se hacían más hon-
das, el eje escapaba de tocar el guadal y la marcha se hacía lenta casi
hasta detenerse, entonces el pesado látigo recubierto de corriones,
con una cola estrepitosa, caía en las ancas que flaqueaban reconfor-
tándolas, o a veces abriéndoles cardenales rojos a flor de pelo.
Los ventarrones nortes en un par de días volvían a tapar las
huellas, por más profundas que fueran, y las ruedas al venir abriendo
semejantes medanales duplicaban los esfuerzos de los mulares.
A comienzos de siglo el había sido marucho. Marucho de ca-
rros. Marucho de heladas blancas como harina volcada sobre los
montes. Marucho de soles y de vientos, de soles infernales, de vien-
tos polvorosos. Marucho de invernales lluvias silenciosas.
Con un pantaloncito a media pierna sujeto por tiradores, había
viajado hasta San Juan en jornadas de 22 días, con la misma ropa y
los mismos mocos floreciendo en las mangas de la tricota; con las
mismas alpargatas y los mismos calzoncillos amarillos como flor de
tusca, marrón oscuro al final de los tiempos del regreso. Con las mis-
452 Héctor David Gatica

mas estrellas y con el mismo silbido.


El montaba la yegua madrina, cumplía los mandados, se ade-
lantaba para hacer las compras de proveedurías, ponía el agua al
fuego y en las empantanadas tenía que cuartear.
En aquel tiempo se llevaba quesos a San Juan acomodados en
magollos de jarilla y se traía higos, aguardiente, vino. O bien se viaja-
ba a las provincias de Córdoba y San Luis llevando sal desde la pam-
pa de las salinas, que se vendía por almudes, trayendo a veces de
regreso dulcísimas y afamadas naranjas lujaneras y exquisitos uñigales.
¡Ay... aquellos campeones de la sal!... Don Isidoro Echenique, alto,
rostro seco, pómulos salientes, cejudo, ojos hundidos, pelo hirsuto,
descendiente de indio; o don Dionisio Ibáñez -don Yungue que dedi-
có toda su vida a juntar terrones de sal, por eso la pampa de las
salinas se le fue metiendo en la saliva y en los ojos hasta que al final se
los dejó blancos, con una costra de tiempo salado que puso noche a
su país de zampa y jume.
Montado en estos recuerdos, a la entrada del sol llegó a Villa
Nidia y desató entonces los recuerdos y la tropa; antes soltó de la
armella el «muchacho» trasero para evitar que el carro se culatiara,
después el delantero.
Los primeros fueron el cadenero de vuelta y el cuartero; uno un
macho todavía medio chúcaro que él bautizara el cuyucho y el otro
un tostado manso, grandote, llamado el tordo -tan tierno por otra
parte que daba pena dejarle caer el rebenque en el lomo-.
En el acto se tiraron al suelo y comenzaron a revolcarse para
desprenderse del sudor y del cansancio, un renovador baño de tierra.
Después le bajó los pecheros a la cadenera de mano -una mula
gateada de avanzada edad llamada la liebre- y le sacó el recado a la
sillera, una rosilla joven, grandota como el carro.
Por fin soltó los ganchos al cadenero del medio -macho pardo
de nombre chivato- y le tiró las abajeras a la varera -la golondrina-,
Obras Completas 453

última en salir y revolcarse. Después los arreó al bebedero, todos


siguiendo la yegua madrina.
Era febrero, y se pasaba una sequía muy grande, al entrarse el
sol, como que la tierra suelta recién se levantara, nubes de polvo se
paseaban sobre los montes y se extendían a lo largo del camino.
Muchas yeguas, caballos, burros bajaban al bebedero, los
rebuznos de los porfiados «hechores» que seguían a las burras alza-
das y a las yeguas parecían no sentir los mordiscos ni las estruendosas
patadas, entre ese amor bárbaro y desbocado de las bestias, la vida
les saltaba a chorros, como en un poema de Walt Whitman.
En el almacén de don Celso compró los vicios, yerba y tabaco,
después pidió permiso para soltar esa noche las mulas en el campo;
en algunos lugares le daban permiso gratis, en otros, le cobraban el
agua y la encerrada.
Encendió el fuego, puso la pava y ahí se quedó, sentado sobre
el apero, abriéndole huellas a los recuerdos. Miró por un momento el
carro; era como si llevara una carrada de crepúsculos.

Dibujo de M. A. Guzmán
454 Héctor David Gatica

La luna iluminó profusamente el campo, entreverándose con el


polvo suspendido sobre los jarillales.
Había un silencio que silbaba en los oídos, musicalizado por el
rezongo del agua caliente en la pava, un silencio herido a ratos por el
cencerro de bronce de la yegua madrina alejándose hacia el norte.
El mate y el cigarrillo eran sus únicos compañeros en esas
aplastantes soledades y a ellos se prendió.
Bajó del carro unas colchas viejas y unas lonas, puso la montu-
ra de cabecera y se acostó tapándose con el cielo.

La mula «liebre» vuela hacia la sierra

Con el canto de los gallos Facundo Velázquez salió del sueño y


enderezó sus carnes magras, avivó el fuego, puso un tarrito con agua
en él y se fue al campo según se lo indicaba la yegua madrina, juntó la
tropa, la ató, bebió un jarro de yerbiado y continuó la marcha hacia el
este. Aclaraba recién cuando el carro comenzó a moverse con un
traqueteo que de tanto oírlo ya no lo oía, pasó a formar parte de su
andar y de su forma de ser y de pensar, esa filosofía de la lentitud y de
la paciencia, de la indiferencia por el tiempo y la distancia, con los
ojos lejanos de tanto mirar huellas largas, aquellos caminos blancos,
la boca cargada de semanas sin palabras, sin más compañía que esos
mulares a los cuales había puesto nombre, y esa tabaquera fabricada
por las manos de su mujer, como para darse corte de no andar solo.
La primera tironeada la tuvo pasando La Cañada, en el bien
llamado «bordo hediondo», formado por un guadal de más de qui-
nientos metros. Primero las azuzó con palabras, que sólo de la boca
de un carrero pueden caer; el carro ya se quedaba.
En tiempos pantanosos más de una vez hubo que bajar toda la
carga y luego hombrear bolsa tras bolsa.
Obras Completas 455

La cola del látigo estalló en el aire tirante; ni se movía «el sin


rumbo». El látigo cayó feroz sobre el cuyucho haciéndole brotar del
anca una hilerita roja; luego le tocó a la liebre y el rebenque al rebotar
pasó entre las orejas y le cerró un ojo al tordo. Cuando el látigo cruzó
el lomo del chivato, recién entonces se volvió a poner en marcha el
carro crujiéndole el cajón, resonando los bujes, rezongando la maza,
las llantas aplastando el médano.
Pasado el bordo con tal agitación de mulas y hombre, volvió la
monotonía, tan pesada como las cuatro toneladas de carbón, como
las toneladas de sol que empezaban a caer sobre el sombrero de
trapo y el pañuelo bataraz volteado hacia la espalda.
El traqueteo largo y sin pausa seguía metiéndose en la vida
suya y ahora el corazón también le traqueteaba, también tenía bujes
chirriadores y su rodar se hacía lento como si lo tirara la mula golon-
drina.
Echó una mirada sobre la liebre.- ¡Pobre mula vieja! Será el
último viaje que le voy a pedir; quedará después para que los niños
tiren ramas y vayan a la escuela.
Lento y sudoroso era el andar de la tropa, llevando de las va-
ras su destino de bestias amansadas.
El hombre trabajador dependiendo del hombre especulador. Y
a la vez los animales dándole su fuerza y vida, y las plantas su madera.
Hizo alto en El Pimpollo cuando el sol caía a fuego sobre las
saitillas, comenzando a bajarle las monturas a diciembre.
Los primeros en quedar libres fueron los cadeneros, cuando
quiso sacar las chasquillas al tordo, tan manso y grandote, vio que un
ojo del cuartero lagrimeaba; la punta del rebenque al rebotar había
dado en su pupila serena volcándole la mirada para siempre. Sintió
remordimiento, lástima; quería mucho a su tropa, con ella se ganaba
la vida; pegarles en ciertas ocasiones para que tiraran parejo no signi-
ficaba falta de cariño.
456 Héctor David Gatica

Prepararía un poco de salmuera y en cuanto llegara a Caldén


pediría aceite quemado de auto para ponerle en las mataduras a la
sillera.
Bebieron las mulas, les puso la ración y él comió un pedazo de
queso y torta asada al rescoldo, esas tortas podían aguantar semanas
sin volverse piedra laja.
Después se tendió bajo un algarrobo desenganchando ronqui-
dos de rueda sin engrasar; sobre el rostro tenía puesto el chambergo,
y todos los soles, y todas las huellas, las profundas huellas.
Sacudió su blusa de brin desteñida de tanto exponerla a la in-
temperie, las bombachas de pretina desatada, colocándose las alpar-
gatas y el sombrero para continuar viaje hacia La Médula.
Los rayos de madera continuaron circulando lentamente, des-
doblando la pereza del camino. Nuevas tironeadas por ratos, a medi-
da que las ruedas iban abriendo las huellas emparejadas por los
ventarrones; en tramos muy largos había una sola huella y no se podía
salir de ella ni para dar paso al viento. De vez en cuando se veían
cruces de carreros que cayeron borrachos bajo las ruedas.
El carro es algo muy grande decían, es el padre de la casa pues
permite alimentar toda la familia. Allá por el 37 un carro arnesado
costaba quinientos pesos y una tonelada de carbón se vendía a seis.
El carro de Facundo Velázquez a más de grande era rodado alto y
varas largas, por eso se lo podía cargar tanto, tanto por vez como la
vida de un bosque entero. En estos carros y por estas huellas se fue,
dejando un desierto de espinillos, la riqueza forestal de tantos bos-
ques.
Por estos carros cachacientos se alejaba el pulmón quemado
de nuestros bosques, el propio hombre hijo de esta tierra fue, poco a
poco, transportando la riqueza de su mundo.
Nuevos médanos, nuevos azotes igualando la tropa, las pala-
bras descolgándose como picotazos. Y otra vez la monotonía, el si-
Obras Completas 457

lencio largo en una boca enhebrada por las horas que no pasan nun-
ca, apretada sobre el pucho, ese callado compañero de las leguas.
Facundo Velázquez sintió que él y el carro no se diferenciaban
y que formaban una sola alma y una sola madera andantes, sus brazos
eran varas extendidas siempre hacia las riendas y el látigo, hacia las
bolsas y los palos, hacia el tabaco y el vino. Y en el cajón sin com-
puertas de su pecho duro, un corazón que a ratos se volvía sin vida,
como los tizos embolsados, como la leña seca.
Miró largamente los arneses: firmes yuguillos que abrazaban
los pecheros del tordo y de la liebre, las cadenas que ataban al carro
al cuyucho así como a él lo ataban los caminos, las monturas que lucía
su tropa.
Como la recia sillera, la mula rosa, los carreros tenían puesto
un bozal que manejaban los hombres fuertes que les compraban la
mercadería o les pagaban el flete, a cambio de la ración del vino y el
tabaco. Miró la encimera y la barriguera de la golondrina, dejando
caer gotas de sudor sobre su tranca la varera. Después se puso a
mirar el paisaje muerto, hacia afuera y hacia adentro.
Las jornadas se cumplían sucesivamente: El Pimpollo, El Cadi-
llo, La Médula, La Aguada y finalmente Los Cerrillos.
Después de La Aguada fue la cosa.
Empezó a notar que la liebre mañeriaba, le sacaba el cuerpo a
la cinchada y tuvo que recordarle su obligación de tirar parejo ha-
ciéndole amores con el beso del rebenque, entonces se paró dete-
niendo toda la tropa y no hubo látigo que le sacudiera las ganas. La
vio colgada de los arneses, con la cabeza entre las patas.
Al desatarla cayó sobre la huella... ¡La liebre estaba reventa-
da! Tendida en el guadal, la mula liebre caía en su ley. Mas la vida de
un carrero es demasiado dura como para entrar en sentimentalismos.
Imposible moverla él solo, tampoco podía dejarla ahí con vida, que
se fuera muriendo de hambre y sed...
458 Héctor David Gatica

Entonces de su cintura resbaló el cuchillo y degolló a la liebre


clavándole el puñal en la nuca.
A los matungos cuando están cerca de morir o se les pela la
cola y se los larga al campo que vayan a morirse lejos de las casas, o
se los mata y se les saca el cuero, que servirá para corriones o noque.
A su mula ni le iba a pelar la cola ni tampoco sacarle el cuero; el
guadal sediento se fue tragando su sangre. La mansa bestia pegó su
última patada, se la pegó a la tarde calurosa y seca echada también en
esos médanos, se la pegó al destino de vivir para qué, de haber naci-
do híbrida, hija de una yegua y de un burro hechor, de haber nacida
mula y no tener amores nunca, menos hijos, nada más que trabajo y
nada más.
Limpió el cuchillo en la tuza y volvió a montar, procurando sa-
car el carro hacia un costado; pero los montes no le permitieron ma-
niobrar lo suficiente y una de las ruedas, al pasar encima, le quebró
una pata a la liebre, esa con la cual había dado la última patada a su
destino cruel.
Y Facundo Velázquez siguió su camino, con una mula menos y
una pena más. Como si hubiese sido escrita para él aquella tonada
que dice: «Vos te quedaste en la huella/ y a mi me tocó penar».
El tiempo es largo, pensó, tan largo como este camino que me
lleva a los Cerrillos; a qué entonces apurarse de vicio, mejor atender-
le el consejo a la copla y «ponerlo al corazón al tranco».
Y llegó al fin a Los Cerrillos, pueblo cordobés de las muchas
planchadas y las montañas de carbón y leña junto a las vías del ferro-
carril. Ese día llegaban cuatrocientos carros, cuatrocientos carreros y
dos mil cuatrocientas mulas levantando semejante polvareda, que iba
a depositarse en las casas, en sus muebles, en la nariz y los ojos de
sus pobladores.
Cuatro o cinco básculas pesaban y ahí era el descontar pesaje
por carbonilla, por tizos, por cisco, por llovido; siempre tenía que
Obras Completas 459

haber una razón que favoreciera la pesa del basculero. Y no era para
volverse con el carbón después de tan largo como lento viaje.
A él le tocó desocuparse cerca de las once, con un sol más
pesado que todo el carbón que había depositado en los planchones
de Los Cerrillos. Manubens Calvet en persona le extendió el vale,
aún era pobre.
Qué orgullo para él haber estado cerca del que un día, con el
andar del tiempo y de los carros, sería el rey del carbón, una de las
fortunas más poderosas del país.
Una historia cuyo primer capítulo comenzaba con la vida de
hacheros, carboneros y carreros y su último apéndice sería escrito
por los abogados y los jueces más renombrados, en un escándalo tan
grande como su herencia.
Con el vale se fue hasta la cantina, ahí había que hacer gasto;
cuatro toneladas de carbón importaban veinticuatro pesos. Compró
harina, maíz, azúcar y otras proveedurías y con el vuelto hizo un nudo
en el pañuelo y lo metió en el bolsillo.
Por todos lados se veían pañuelos bataraces y chambergos de
brin de conductores hombreando bolsas, cajones con mercaderías
más o menos similares, al hombro el rebenque macho, tirando risota-
das y bromas gruesas sacudidas por el alegrón del vino y el olor de
las alpargatas y los sobacos sudados.
A pesar del poderoso calor, entre un estorbarse de carros y
mulas, Facundo Velázquez no esperó que pasara la siesta para pegar
la vuelta.
Luego de un par de horas de caminar, divisó y se fue acercan-
do a lo que el día anterior era la mula liebre. La mula andaba en el aire
con un olor fuerte y espeso. Corrida hacia un costado del camino se
la disputaban los jotes y los perros; un jote cargaba a picotazos sobre
un ojo, lo arrancaba y se lo devoraba, que era como devorar una
huella, todas las huellas que vio la liebre los treinta años que anduvo
460 Héctor David Gatica

tirando carros, otro jote le metía el pico corvo de carnívoro y las


garras en ese lugar adonde nunca le llegó el amor ni por donde nunca
vino una cría, y arrancaba y se atragantaba con tiras de esterilidad.
Cinco jotes tan negros como voraces se peleaban por la len-
gua, en tanto un perro garrapatiento se le metía en la panza persi-
guiendo los bofes y los hígados y otros tres se tarasqueaban por las
verijas.
Qué misteriosos y fúnebres esos animales negros, esos enor-
mes pájaros de la muerte que venían sabe quien de dónde, que revo-
loteaban grandes alturas traídos por su olfato sobrenatural cuando un
animal se muere, escudriñando con ojo telescópico, para largarse en
picada con una velocidad de flecha.
Los ojos de la mula liebre volarían a las sierras lejanas, de don-
de quizás venían esos jotes, y sus achuras trotarían por los campos
cordobeses en la barriga de esos perros vagabundos.
Sólo sus huesos quedarían ahí, junto al camino donde vivió y
cayó, para custodiar el paso del carrero solitario.
Cientos de veces había visto cuadros similares; esta vez no lo
aguantó, sentía que algo o alguien le sacaba a picotazos las entrañas,
por eso apuró la tropa antes de que se le fuera la vida en el buche
fatídico de las aves negras.
Cerrada la oración llegó a La Aguada, con muchas ganas de
buscarse un desquite.
A cada mular que fue soltando lo llamó por su nombre y le dio
un chirlo cariñoso en el anca: chivato, tordo, rosa, cuyucho, golondri-
na... y le sobró un chirlo porque le faltó un anca. Se lo pegó a las
varas y unas astillas gateadas se rompieron en los callos de sus manos
duras.
Caminó hasta el bebedero donde se lavó la cara tapada de
tierra, las manos con olor a riendas y a sudor de abajeras, secándose
con el pañuelo bataraz que defendía su espalda del sol y que en estos
Obras Completas 461

casos hacía las veces de toalla. Se ajustó mejor la negra y larga faja
que le cubría los riñones y ya donosón se fue para el boliche.
Se hizo servir un medio litro que sacaron de una bordalesa; en
el mostrador había una bocha de mortadela perdiendo grasa por efec-
tos del excesivo calor aún a esa hora. En los estantes se veían latas de
conserva, tiras de cohetes, botellas con licores fuertes, del techo col-
gaban unos chorizos y en el suelo había una bolsa de tabaco.
Don Casimiro encendió un mechero y le preguntó si no anduvo
con otros carreros. Entre los dos estuvieron comentando que habían
subido las alpargatas y bajado los cueros y la cerda, que había subido
la grasa pero que las vacas y los quesos de ellos no valían nada.
-Deme don Casimiro una sardina grande y cuarto de galletas.
-¿La querés con cebolla?
-Y mucha. Ponga también otro medio.
Llegó la hija del cantinero con un farol y don Casimiro se fue
llevando el mechero; Facundo sintió como si una lluvia fresca cayera
en los medanales de su corazón. Se animó a pedirle música.
-¿Qué me puede poner un clavo niña?
-¿Cuál don?
-El que sea de su gusto.
Ramona Nieves abrió la vitrola, una RCA Víctor de pesada
membrana, le cambió la púa, le dio cuerda y comenzó a sonar El
viejito del acordeón; la polca le hizo brincar la sangre. Después los
valses Tu olvido y Mi vieja ventana, aunque ya muy rayados, lo lleva-
ron por un mundo de sonidos extraños y suaves porque no eran soni-
dos de traqueteo, sintiendo unas ganas desconocidas de llorar, de
amar, de que una mujer le tirara una caricia o le regalara un clavel.
Miró de reojo a la Ramona Nieves y casi se le caen las cebo-
llas de la boca; el pelo largo recién destrenzado hasta la cintura, esos
labios atrevidos de la bolichera donde cabía el beso de un carrero; su
cuerpo y sus movimientos tenían la hermosura briosa de una potran-
462 Héctor David Gatica

ca.
La ranchera Bajo el parral lo hizo ponerse de pie, más de in-
mediato se volvió a sentar cayéndosele el rebenque; estuvo tentado
de invitarla y al final no se animó, de zonzo que era sí ella estaba para
eso, para atender bien y con empeño a los carreros que llegaban de
vuelta y con plata, capaces de dejar toda su carga por un engaño.
Desató el pañuelo, sacó dinero y pidió más música y que le
sirvieran otro medio. Vinieron entonces los discos de don Buenaven-
tura Luna... Qué ganas de largar un grito y así soltarles las cadenas al
pecho. El vino tinto caliente y las canciones de don Buena amagaban
desatarle la boca; el vino todopoderoso, ayudado por la música, hizo
el milagro pero a la vez se le enganchó la lengua y entonces se quedó
con la boca abierta y sin soltar palabra.
Comenzaron a mezclársele las letras de las canciones -la vitrola
ya no funcionaba, lo cual no era necesario porque él la seguía oyendo
lo mismo-, sumiéndolo en un mundo surrealista... vengo al pie de tu
vieja ventana mi bien... han brotado otra vez los rosales... como palo-
mita buscando el nido... sombra del fuerte abuelo que ya se fue... no
los ves allá van galopando los últimos gauchos... andar y andar los
caminos sin nada que lo entretenga... bordar un rojo clavel con la
palabra te adoro... otro una estrella en la frente como manchau de
esperanza... penas del quinto cuartel... puentecito del río que pasa...
quema esas cartas donde yo he grabado... alma si tanto te han heri-
do... es en vano llorar... amémonos mi bien... que es condición del
varón el sufrir... mano a mano hemos quedado...
Cómo le gustaba cuando cantaba La Tropilla de Huachi Pam-
pa, o Tormo solo, o Gardel.
Desató otra vez el pañuelo, ya ni sabía lo que desenvolvía solo
vio la mano de ella retirando el billete y medio la rozó con los labios al
irse sobre la mesa; seguro que un poco de saliva tinta le puso porque
la vio limpiarse en la pollera. Y otra vez la cuerda de la vitrola movida
Obras Completas 463

por el billete posiblemente de un peso que era como decir la cuarta


parte de la tonelada de carbón. La voz de Hilario Cuadros salió patentita
desnudando cuecas y tonadas. La música cuyana tenía gran influencia
en el sur de La Rioja y en todas estas gentes que para aliviar la vida
dura de los obrajes se trasladaban anualmente a Mendoza y San Juan
a las cosechas; con el tiempo, muchos terminaban quedándose allá...
pongalé por las hileras sin dejar ningún racimo... quiero elevar mi can-
to como un lamento de tradición... dos puntas tiene el camino y en las
dos alguien me aguarda... pobre mi negra donde andará... quiero a la
china más linda... la flor del quinto cuartel... cochero cuanto me co-
bra... los tiempos nunca han podido... tomá esta rosa encarnada... si
sientes doblar campanas no preguntes quien murió... Y ahí ya no pudo
más y un grito como nunca antes dio en su vida traspuso la puerta ya
sin llave de su curda y sacando el cuchillo le hizo saltar un pedazo de
madera a la mesa. Después se apaciguó y se puso a mirar como un
zonzo a la Ramona Nieves, sus cabellos se parecían al pelo de la
liebre, la mula liebre que lo acompañó treinta años, la mula liebre que

Dibujo de M. A. Guzmán

La mula «liebre» vuela hacia la tierra


464 Héctor David Gatica

se le cayó en el camino, la mula liebre que él degolló por la nuca y que


tenía la sangre del color de ese vino, vino que él tomaba como el
medanal a la sangre degollada, la mula liebre que se quedó sola y
abandonada en la huella con una pata quebrada y la sangre volcada;
él la degolló, la mula liebre que no era un animal sino un camino, el
camino de Santa Teresa a Los Cerrillos, el camino que va desde el
hachero hasta Manobens Calvet, la mula liebre que salía trotando en
la panza de los perros hambrientos, la mula liebre que se quedaba sin
ojos y sin lengua y que salía volando, buscando los cielos más altos,
en el buche de los jotes y los caranchos. Ya no sabía si era la mula
liebre o la Ramona Nieves la que estaba ahí hurgándole los bolsillos,
la tomó del cabello -o de la tusa- y le plantó un beso empantanándose
hasta las babas, justo en el momento que cantaban los gallos anun-
ciando el amanecer, le pareció que la mula liebre le pegaba una pata-
da en la cabeza o que la Ramona Nieves lo revolcaba de un sopapo
cayendo no sé si bajo la mesa o bajo el carro y ahí ya no supo más
porque comenzó a roncar.
Se despertó a media mañana, el sol le había madurado más el
vino y aún seguía escuchando las canciones cuyanas, La Monjita,
Jarillero, Claveles mendocinos, Jardín de mi madre, La flor de
Guaymallén, Virgen de la Carrodilla... Tocó algo bajo los pellones,
algo duro que le hacía doler, era una botella de vino blanco, la ende-
rezó hacia el guarguero y la dejó vomitar alcohol caliente casi hasta
enterar el cuarto, sentía fiebre y sed; después se quedó mirando con-
tra la luz solar el color rubio del licor y no pudo negarse a acercárselo
a la cara, nunca había acercado su cara a una rubia, ni en sueños; su
mujer tenía los cabellos más negros que un jote, más duros que una
pichanilla.
Acomodó a la amada botella rubia y se sorprendió al no ver la
liebre en su puesto de cadenera de mano, pensó que se había vuelto
invisible y como le pareció que la tropa flojeaba, en el lugar de la
Obras Completas 465

ausencia hizo resonar de un rebencazo el anca del espacio vacío.


Siguió un trecho más entre cabeceada y cabeceada y al levantar de
un repente la vista le pareció ver que en lo alto, muy en lo alto volaba
la liebre rumbo a la sierra distante. Y claro, así como el crespín es un
ser humano convertido en pájaro, también un animal podía transfor-
marse.
Volvió a mirar con dificultad haciendo visera con las manos y
achicando los ojos, ahora le parecían muchas mulas liebres las que
volaban aunque de ratos también parecían pájaros. O la mula se con-
vertía por momentos en jotes o los jotes se convertían en la mula.
Adentro suyo sintió como si el vino le relinchara.

Se despedía sacándole la lengua

No supo cuando pasó por La Médula, el trayecto lo hizo de un


tirón, viajando día y noche. En alguna parte, posiblemente cerca de El
Caldén, sintió que lo nombraban. Acercándose a Villa Nidia alguien
le gritaba: -Señor, se le va el caballo; por la voz lo reconoció a Pedro
Berón, ver, no lo vio. En alguna parte llegó a cambiar la botella, no
tenía con qué pagar, de eso no estaba seguro porque vino llevaba,
para asegurarse de ello embozaló un trago ligero. Por la noche, una
noche de luna en cuarto creciente volcado -por eso no llovía- cuando
pasaba a la par de los árboles más grandes que hacían sombras oscu-
ras como jotes, le parecía que la liebre formaba otra vez parte de la
tropa, pero al salir de las sombras ya no estaba.
Doña Sara y los niños sintieron el traqueteo y se juntaron en el
patio del rancho para ver llegar el carro. Las mulas se detuvieron, el
cuerpo del hombre no. La mujer y los niños lo sacaron de entre las
patas del cadenero del medio a la rastra poniéndolo sobre un catre de
tientos.
466 Héctor David Gatica

Como el pañuelo le salía del bolsillo, doña Sara lo retiró y al


abrirlo, solo encontró arrugas sucias ahí donde antes habían anidado
los billetes, lo tiró a una batea y se fue con los hijos a desatar. Todos
se apenaron al no ver la mula vieja y el más chico le pegó al ojo hasta
que doña Sara lo hizo callar de un guantón.
Bajaron los comestibles, alpargatas para todos y un generito
para ella; ya iba a estrenar para las fiestas de La Candelaria el próxi-
mo 2 de febrero. Por mirar la tela florida casi cae al tropezar con el
tocón, ese perro además de sordo estaba muy viejo y únicamente
servía para estorbo; le erró una patada cuando se metía bajo el carro.
El interior del rancho se transformó en ronquidos y en tufo a
vino y a otros olores que emanaban del carrero borracho.
El día amaneció sereno, una serenidad enrarecida, la aurora
roció con luz rosada los ojos del perro tocón, que brillaron al sentirse
tocados por la luz.
Ultimamente se había puesto muy sordo, comenzó a disparar
para el lado opuesto desde donde lo llamaban, después ya no oía ni
los truenos. A veces le ladraba al silencio.
De ahí entonces que era insulto corriente entre los hijos de
Velázquez decirse «sordo como el tocón».
Comenzaron por flaquearle las caderas, se había vuelto flaco y
soltaba sarnas adonde se echaba. Estaba tan viejo y tan inútil que ya
no quedaba más remedio que ahorcarlo.
En su reinado canino no hubo perro que le igualara pelea.
Alguna vez también se pegó al carro de su amo y lo acompañó
hasta Los Cerrillos. ¿Y las veces que volvió a la casa con un mataco
bola?
Ninguno que no fuese de la familia podía entrar de noche a la
casa; pero ahora ya no oía los pasos de nadie y le costaba trabajo
levantarse, le gruñía al viento de echado. Dormía lo más y se lo veía
de mal humor, ladrando por si acaso, o porque las sarnas le picaban
Obras Completas 467

el sueño. A ratos le asaltaban las pesadillas y hacía un gritito como si


ya fuese a alcanzar un animal, acaso a la muerte que ya la iba
tarasqueando. Pobre tocón.
El perro vio al amo con el lazo y por el movimiento de los
dedos advirtió las castañetas; les respondió moviendo el rabo y logró
enderezarse procurando hacerle fiestas.
No estaba lejano el día que debió ahorcar al topo el otro perro
bravo, porque se había cebado en una matanza de cabras, costumbre
que sólo termina con la horca.
Hombre y perro se alejaron juntos por la senda internándose
en el chañaral, juntos, como dos viejos amigos que en realidad lo
fueron. El perro restregaba sus sarnas en las piernas del hombre y le
lamía las manos y el lazo.
Llegaron las primeras ráfagas de un viento que prometía, hacia
la sierra vecina comenzaba a sentirse un bramido sordo y continuo.
De elegirle ese momento un color a la brisa sería el amarillo,
porque luego de sentirla pegada a su rostro sin querer desprenderse,
Facundo la vio irse moviendo las ramas de las breas y las zampas
florecidas de flores amarillas.
El tocón también tenía un color que se aproximaba al amarillo
aunque era más apagado. El de las flores silvestres era el color de la
vida, el del tocón, la muerte.
A unos doscientos metros del rancho monte adentro llegaron a
un algarrobo de tronco recio, ramas poderosas y copa desparrama-
da. Empezaba a madurar la algarroba; el canto de los coyuyos no
llegaba ya a los oídos apagados del can.
El amo le puso el lazo en el cogote; ninguna resistencia, antes,
pensando en una muestra de cariño movió la cola y quiso lamerle las
manos. Unos tiros de lazo fracasaron por entre las ramas. Todo lo
miraba el animal atentamente. Una ráfaga de viento norte pasó ba-
rriendo bajo el árbol del cadalso, llevándose consigo el último ladrido
468 Héctor David Gatica

del tocón, casi un aullido -como el de aquellas noches de otros aulli-


dos distantes de perras «alzadas», escuchado sólo por su finísimo
oído-; el ladrido se fue alejando por entre las pichanas y las tuscas,
ambas de flores amarillas, que en ese momento representaba el color
de la vida balanceándose en las ramas, y era a la vez el color de la
muerte en unos pelos sarnosos, pronta a balancearse en un lazo. Bajo
ese árbol tan grande se lo podía ahorcar al viento si jodía mucho.
Comenzó a trepar el hombre llevando el lazo tomado del ca-
bestro, lo pasó por entre la rama porfiada y descendió. Hubiera de-
seado librarlo al viejo amigo de este mal momento, que un día no
volviera del campo y encontrarlo después comido por los gusanos.
Fue tan fiel y tan útil, le prestó tantos servicios, tantos; pero ya estaba
en la edad en que se debe ahorcar a un perro.
El lazo se fue poniendo tenso, cuando sintió esa tirantez ame-
nazando con levantarlo gruñó y quiso disparar; algo lo sujetaba de
arriba y no sólo que lo sujetaba si no que lo alzaba de las patas delan-
teras, dejándolas inútiles en el aire sin poder rasguñar tierra. Le tiró un
tarascón al aire y procuró morder el lazo, las patas traseras se le
estiraron al máximo, como en aquellos tiempos que corría sacha ca-
bras. Se encontró en el aire, las cuatro patas clausuradas. En el vai-
vén y el retorcerse alcanzó a ver de reojo, en un relámpago de ironía,
las manos queridas del amo tirando y sosteniendo firme la cuerda que
lo alzaba e intentó moverle el rabo por última vez. Primero salieron
gotitas de orina, después chorros que llegaron hasta el sombrero de
su dueño; se le atajaba en la garganta el aire del campo con olor a
flores y yuyos.
Cuando lo vio con la lengua afuera volcada hacia un costado
porque ya no podía respirar, ató el lazo al tronco con varios nudos,
pues no quería que le pasara lo que otras veces, en que más de un
ahorcado volvió a la casa porque lo bajaron antes de tiempo. Ni que
lo hubiera colgado del viento, porque cuando éste se detuviera, re-
Obras Completas 469

Dibujo de M. A. Guzmán

Se despedía sacándole la lengua


470 Héctor David Gatica

cién entonces lo descendería.


Facundo Velásquez se alejó ya solo por la senda, sin el perro,
sin el lazo, con un silbido bajo colgando de los labios.
Quebrachos y algarrobos, de flores también amarillas, miraban
a quien tantas veces pasó bajo sus sombras persiguiendo conejos,
balancearse empujado por el ventarrón que ahora corría desbocado.
El tocón parecía sacarle la lengua a las flores, forma de decir
adiós de un ahorcado, rito horroroso de burla hacia la vida.
Al atardecer se enteraron los niños, cuando el padre los mandó
que fueran a descolgarlo. Como ocurrió con la mula liebre, otra vez el
más chico soltó el llanto contra el empalizado del patio y otra vez
también, la mama Sara le cortó el moco a sopapos.
Dios, con el último rayo del sol, ahorcaba la tarde.
El viento cansado de tanto correr, acezando entre las ramas, se
había echado a descansar, acurrucado junto al tronco del gran árbol
como un perro; ahí lo sorprendieron los niños cuando fueron a bajar
al tocón, huyendo miedoso en cuanto los sintió a su lado.
El tocón quedó tirado bajo el árbol, con las patas tiesas y la
lengua contra el suelo cual si estuviera lamiendo un rastro, posible-
mente el rastro de la muerte, que al alcanzarla, ahí se entregaba a
merced de las moscas y sus queresas.
Ya de vuelta, los niños llenaron una bolsa de palitos, huesos y
cuanto trapo y tarro viejo encontraron a mano. El que reía de puro
gusto era el más chico.
Entre todos llevaron a la bolsa bajo un tala, que con tener una
sombra tan espesa, no podía no obstante ocultar bajo su copa la
claridad de una luna tan grandota y amarilla, igual a todas las flores
silvestres de esas tierras. Y ahí se pusieron a jugar a las ahorcadas:
ahorcaron la bolsa con huesos y con trapos, ahorcaron la sombra del
tala, ahorcaron a la luna que hace aullar a los perros, ahorcaron en fin,
sin darse cuenta, sus risas y sus juegos, sus juegos de niños campesi-
Obras Completas 471

nos.

Hay un lugar donde las huellas no se borran nunca

Facundo Velázquez seguía con su destino atado al carro; los


obrajes de Pozo de Piedra, de Nueva Esperanza, mejor, todos los
obrajes de Ulapes al sur lo vieron cargando el sin rumbo. Decir Fa-
cundo Velázquez o decir el sin rumbo era nombrar la misma persona,
o el mismo carro, o la misma cosa. Ahí viene el sin rumbo y ya se lo
imaginaban a Facundo Velázquez con sombrero, pañuelo bataraz,
rebenque al hombro. Ahí viene Facundo Velázquez, y ya asomaba a
sus mentes el sin rumbo, cargado más arriba de las barandas y con su
nombre escrito con minúscula y desparejamente, hasta sentían el tra-
queteo del carro con sólo oír el nombre de Facundo.
Cierto día comenzaron a gruñir unos camiones muy grandes y
poderosos que se hacían abrir picadas y llegaban al pie de los mismos
hornos, los carros entonces se volvieron más perezosos, cada vez
más lentos comparados con esos motores veloces, hasta sentirse es-
torbos. Además con sus llantas de hierro estropeaban los caminos.
Como todo lo viejo, se dijeron, entramos a ser estorbo y a molestar.
Ya nadie los utilizaba para los viajes largos, hasta llegar al momento
en que hubo de parárselos del todo. Y ahí se quedaron, cansados,
como con vergüenza bajo un algarrobo, ellos los padres del camino.
Las tropas fueron largadas a pastar, tirar alguna vez el arado,
sacar nocadas de agua cuando se ausentaban las lluvias.
Estas tropas habían quedado como esas familias que despa-
rraman los hijos conchabándolos para que se vayan a ganar la vida,
tal las mulas separadas del carro, ahora gobernadas por distintos amos,
a cual más generoso en sus azotes.
Vinieron después grandes sequías y calores y entró a morirse la
hacienda, agobiados los hombres de andar levantando vacas de la
472 Héctor David Gatica

cola o tropezando con osamentas.


Llegaron entonces nuevos camiones, más grandes todavía, ce-
rrados como jaulas, de inmensos acoplados, con capacidad para lle-
varse un arreo por vez sin necesidad de arrieros, camiones que asus-
taban, verdaderos jotes rodantes, llegaban en ese tiempo en que los
hombres sentíanse morir en todas sus esperanzas rurales, cuereando
que daba pena. A las vacas se las llevaban casi regaladas hacia las
praderas de las provincias más llovedoras. El olor a bosta que otrora
perfumaba los senderos, ahora era reemplazado por el tufo a nafta.
Años después les tocó a los equinos, los bretes cambiaron ba-
lidos por relinchos, rebenques por picanas. Igual que los abejorros
que entran y salen zumbando de las casas abandonadas donde fabri-
can sus huancoiros, así llegaban y se iban bramando estos camiones.
Cómo había cambiado todo en tan poco tiempo; los que antes
tiraban y llevaban, ahora iban arriba y eran llevados y ya no volverían.
Yeguas, potros, caballos, asnos, mulas; ese noble animal sobre cuyo
lomo nació y había ido creciendo el país.
Ya en otros tiempos solían andar comprando mulas nuevas y se
decía que era para llevarlas a Bolivia a trabajar en las minas, donde
en pocos años las volvían inútiles. Famoso por su invención de aven-
turas fue un comprador llamado Abraham Glellel. Entonces las que-
rían nuevitas, ahora las preferían viejas.
Facundo Velázquez había jurado no desprenderse nunca de su
amada tropa, pero la pobreza comenzó por patearle los estribos y
tuvo que ir largándolas de una en una.
No es que todos los poceros terminaran como Pedro Berón en
el fondo de un pozo; ni que todos los hacheros, en un rancho; ni que
todos los carreros sin tener que montar. Algunos consiguieron un
campito y empezaron a crecer, los desempató la inteligencia o la suerte,
no sé; cambiaron el carro por la camioneta, o el sulky por el auto, o
las mulas por vacas. Otros se largaron a changar por las ciudades o
Obras Completas 473

las fincas y a lo mejor a algunos tampoco les fue mal, lo cierto es que
los que se iban ya no volvían y si volvían era porque habían vendido
hasta los jergones.
Dentro de la cabeza de Facundo quedaba el recuerdo de tan-
tos hacheros, carboneros y carreros que se criaron con él o que ya no
estaban... Le hubiera gustado verlos otra vez, acordarse de cosas de
carreros.
Qué lindo hubiera sido, porque al fin y al cabo uno se da cuenta
que fue feliz con lo que le tocó ser.
El macho tordo -que lo ató al carro por primera vez cuando
tenía apenas año y medio, madrugando juntos desde entonces, ahora
a los 35 años con la vida ya escapándosele-, fue el primero de la
tropa en viajar al país de los frigoríficos. Volvería posiblemente resu-
citado en exquisitas mortadelas para venderse en el boliche de don
Casimiro y luego caer en rebanadas grandotas y redondas, como una
rueda de carro, sobre su plato enlozado.
Otro viaje le tocó al cuyucho, de sus viejas mataduras saldrían
otras tantas sabrosas y oscuras bochas de mortadela.
En cuanto al chivato digamos que lo ataron a las varas en la
infancia, si tal puede decirse en tiempo mular, así como a Facundo
Velázquez de niño lo pusieron en el recado del marucho, y así fue
toda su vida de punta a punta hasta que no anduvo más el sin rumbo,
la cincha suya ayudó a mantener la familia del carrero una tonelada de
tiempo sin mezquinarle verijas a un solo viaje. Yeguas, caballos, bu-
rros, mulas le hacían compañía en aquel viaje, dejando el último tribu-
to a la familia de su dueño en un billete verde de cincuenta pesos que
era el precio de su vejez.
Como la sillera murió mordida por una víbora de cascabel, la
última en venderse fue la golondrina, que hubiera transmigrado la
musicalidad de su relincho a la exquisitez de la mortadela, a no ser
por don Alfredo Leyes que la compró para arar en La Envidia.
474 Héctor David Gatica

A él le quedaba el burro blanco para monta. Ya casi no había


caballos en la zona y cuando las cabras se perdían los muchachos
salían a campearlas en bicicleta.
Al menos conservaba el carro para consuelo, compañía y me-
moria de su vida de carrero, de ése sí que tenía pensado no despren-
derse nunca.
¿Adónde estaban ellos si ya no se los oía traquetear por las
antiguas y abandonadas huellas? Salvo alguna excepción, tampoco
se los veía ya inmóviles bajo un árbol junto al rancho. Pensar que en
el 34 figuraban patentados en el municipio de Ulapes ochenta y cua-
tro carros. ¡No quedaba ni uno!
Se sabía de lugares donde un herrero los compraba y desar-
mada y de sus rayos de señor de los caminos, hacían rayos menores
de chata rodeadora y de sus varas anchas y firmes, resistentes a las
toneladas, varas delgadas de sulkys capaces de sostener dos perso-
nas y un pescante. El hierro era lo más codiciado. Verdaderos ce-
menterios de carros -por no decir osarios- tenían estos herreros; rue-
das por un lado, costales por otros, varas acá, rayos allá y algunos
todavía enteros a la espera de su destrucción.
Se tenía conocimiento por mentas que en San Juan los gitanos
los quemaban; una forma más rápida de obtener el hierro incinerando
la madera, total, para que necesitaban madera los gitanos cuya casa
es el mundo.
Facundo Velázquez amaba a su carro, viejo amigo de huellas
ya borradas por el tiempo y por el viento, por las crecientes y el
olvido. También amaba a su familia. Y cuando la miseria es grande,
los recuerdos también tienen precio y se venden.
La primera vez que los gitanos llegaron hasta su casa propo-
niéndole la compra los corrió. A la segunda, hasta se dejó adivinar la
suerte; la gitana le dijo que muy pronto se le iba a quemar lo más
querido que él tenía, ella lo veía en el agua del vaso; algo grande del
Obras Completas 475

tamaño de un carro ardía en un brasero.


Y como dicen que la tercera es la vencida y alguna es la última;
la última fue. Su mujer no se lo hubiera perdonado si dejaba escapar
esa oportunidad.
Vio como lo sacaban de abajo del algarrobo donde hacía tiem-
po permanecía inmóvil; unos gitanos tiraban, otros empujaban, lo sa-
caban casi a la rastra como si se negara y pasaron por el patio vol-
teando palos del empalizado, llevándose a su amigo. En un arranque
de arrepentimiento intentó devolverles el dinero pero los gitanos, que
sólo entienden de comprar y vender, se rieron sin dejar de arrastrarlo,
lo alzaron en un camión grande a grandes voces y después se fueron
rumbo adonde se pone el sol.
Quedó contemplando ese camino por donde tantas veces pa-
sara con su carro rumbo a Los Cerrillos y se dijo con enorme pena
vecina al llanto... «Que triste y sólo has quedado caminito de los ca-
rros...»
Volvió al patio del rancho donde brillaban las huellas del sin
rumbo, que había salido como reculando por no marcharse, como
oponiéndose a dejar a su amigo de caminos en tanta soledad. Por eso
tuvieron que sacarlo medio a la fuerza, por eso le había dejado esas
huellas del adiós, que por cierto se borrarían ni bien pasara la escoba
de jarilla la Sara. Pero había un lugar donde las huellas del «sin rum-
bo» no se borrarían nunca, de eso estaba seguro.
La Sara había traído el brasero y lo asentó en el patio, yéndose
en procura de la pava y las gavetas para servir unos mates. Las bra-
sas encendidas le golpearon las ganas, metió la mano al bolsillo y
sacando el fajo lo tiró al fuego para que se purificaran sus ganas de
llorar, como en un purgatorio de vergüenzas. Su mujer alcanzó a ver-
lo, arrojó la tetera con agua caliente, las gavetas rodaron mezclando
azúcar y yerba con tierra y se tiró sobre las brasas, quemándose las
manos, en procura de salvar aquellos pocos pesos.
476 Héctor David Gatica

Soplándose todavía los dedos, la mujer se enderezó dispuesta


a enfrentarse con su hombre y las palabras se le quemaron en la boca:
Facundo Velázquez habíase afirmado en el tronco del árbol, donde
ya no estaba el sin rumbo y su mirada lamía las huellas frescas del
carro, con la misma ternura con que el tocón le lamiera las manos
antes de ahorcarlo.

Dibujo de M. A. Guzmán
Obras Completas 477

LA HERENCIA DE LAS HACHAS

-Quiero que me raspes más cerca del gavilán; no debo fallarte


en un solo golpe si has de vértelas con semejante algarrobo; tiene
nidos de todos los pájaros que le cantaron a esta comarca y no sos-
tiene menos de doscientos años.
-Se me ha ido la mañana refregándote la cara a piedra y lima.
-Quiero quedar como para sacarle punta a un lápiz.
-Si me pudieras tantear los músculos verías que somos dos
aceros fabricados para la misma tarea; dos herramientas que se ayu-
dan para destruirse.
Apenas comienza el alba a despertar los pájaros y estos la
saludan uno a uno primero y luego en un coro que se contagia al
campo entero, Alfredo Palma sale de su sueño echándose el hacha al
hombro.
El algarrobo no le oyó los pasos pues se hallaba visitado por
centenares de cantores; sentía alegría dentro de su corazón endulza-
do por un colmenar añoso. Había serenidad en la fortaleza de su
tronco cascarudo, tan ancho como el paso de una yunta. Sabíase el
señor de esas regiones. Solo se dio cuenta de la presencia del hache-
ro cuando éste, colocándose bajo su amparo, se acomodó el som-
brero y empuñó el hacha, un hacha marca «Collins», capaz de cortar
la brisa mañanera con su filo.
-Ya verás como vas a tener gusto, sintiendo que en cada golpe
poderoso tuyo me hundo con ganas y hago saltar astillas más grandes
que tus alpargatas.
478 Héctor David Gatica

Fotografía de Ramón Argentino Avila

Alfredo Palma, hachero


Obras Completas 479

No hubo diálogo entre el árbol y el hombre, se miraron simple-


mente y en silencio como dos amigos que se encuentran para ayudar-
se a morir.
Y comenzó el hacha a repetir sus golpes contra el enorme tron-
co del gigante y todo el bosque reemplazó el canto de las aves por el
golpe seco del hierro.
Hubo temblor de nidos y un cuchicheo de pichones de zorza-
les. En distintas direcciones volaron diucas, calandrias, tijeretas,
pitojuanes y cholopes. El enorme algarrobo se estaba despidiendo de
sus amigos los pájaros y de los vientos lejanos, aquellos que escucha-
ba a largas distancias cuando se le acercaban bramando desde el
norte. Los palpitantes puntos cardinales miraron con pena semejante
estampa herida de muerte.
Un gran corte se fue ahondando en la madera centenaria por
los cuatro costados, en tanto las astillas salían volando como palomas
blancas.
El sudor empezó a mojar la camisa de «grafa» de Alfredo Pal-
ma, quien toda la mañana estuvo repitiendo aquellos golpes isócronos.
Tenía que despedirse también de ese sol padre y lo hizo desde
las ramas más altas, las primeras en saludarlo cada mañana, y de esa
sombra colosal que proyectaba, donde vinieron por años a pasar la
siesta miedosos liebrones, conejos de los palos y vacunos ariscos de
la sierra.
Alfredo Palma bebió un litro de agua de una sola sentada y se
escupió las manos para que el roce con el cabo no se las escaldara, a
pesar de que los callos no eran menos duros que el mismo palo de
chañar.
Cuatro cortes de veinte centímetros de ancho fueron hundién-
dose y juntándose hacia el corazón marrón de la madera. Y aquí hubo
un quejido, casi humano, un gemido agonizante de una vida vegetal
maravillosa, que se escapaba por el tronco de aquel poderoso llama-
480 Héctor David Gatica

dor de nubes y de pájaros. Cayó sobre sus ramas corpulentas en un


golpe que se esparció hasta la sierra.
Los pedazos de una casita de horneros rodaron sobre el pasto,
mezclándose con huevos de torcazas y pichones de canario boquean-
do.
Alfredo Palma se afirmó en el hacha y miró por un instante la
obra fantástica de sus brazos fuertes y sintió orgullo por ellos. Pensar
que algún día él también caería bajo el peso de esa hacha sobre la
cual se afirmaba y que por ahora le daba la subsistencia. Alzó la da-
majuana y dejó pasar por su garganta medio litro de agua más, prosi-
guiendo su tarea.
-Siento la alegría de haberle cortado el corazón al monte.
No terminará mi acero hasta que no haya derribado totalmente
el bosque.
-Para entonces, serás solo un ojo de hacha tirado en la basura
de mi rancho.
-Siento que la misión mía es acabar con los habitantes de estas
tierras. Caerán todos los montes que hacen sombra en Pozo de Pie-
dra, no tendrán dónde anidar las aves ni quedará rama parada donde
se guarezcan ni sombreen los caballos y los toros.
-Y tampoco habrá vida para nosotros los hombres hacheros.
Quedaron un momento en silencio, entonces pudieron escu-
char la canción seca de cientos de hachas volteándole los hijos al
suelo. En ese mismo momento además, en la provincia vecina de
Córdoba, en los departamentos de Río Seco, Río Primero, Río Se-
gundo y Río Tercero, Pocho y San Javier se hallaban en funciona-
miento ciento cincuenta obrajes, ciento cincuenta establecimientos
madereros derribando el mejor monte.
Al declinar el sol, Alfredo Palma había bebido ya diez litros de
agua. Cataratas de sudor le empapaban las ropas, se podía estrujar
su camisa. Era como un radiador que si no tiene agua funde el motor;
Obras Completas 481

había que seguir bebiendo aunque sintiera náuseas de tanto lavaje de


intestinos.
Cerca de entrarse el sol volvió a su rancho «torito» de poco
más de un metro de alto sostenido por cuatro horcones.
El aguatero había pasado llenándole los tarros y sobre sus hue-
llas, vio los rastros de un león que se acercó venteando el líquido.
Se puso a matear, acompañado por un perro, las estrellas y las
vizcachas.
Al aclarar del siguiente día continuó con el mismo algarrobo en
la tarea, ahora de trocearlo. Un gigante parecido había derribado en
la provincia de San Luis, sacándole ¡sesenta varillas y treinta y siete
postes!.
A media mañana un hachazo seguro destapó los ríos rubios de
una colmena; era como si el árbol le pagara la muerte con la miel que
había dentro de su tronco.
Se agachó para saciarse de ella -manjar de hacheros. Alguna
vez la vida también es dulce, se dijo.
Sacaba pedazos de cera y chupaba su sabor almibarado, a
veces mezclado con el agriecito de la flor. Alguna vez la vida también
es dulce, se repitió; no todo es revolear el hacha y tirar árboles al
suelo.
Resto de la miel la guardó en un bote forrado con lona, que
tapó con cera para llevársela de regalo al patrón; él también tenía
niños pero prefería guardársela para los hijos del contratista.
Cerca suyo, en otro árbol aún de pie, un picahueso taladraba
su casa.
-Ya verán todos los carpinteros como no les dejaré una planta
en pie donde cavar sus nidos. Dijo el hacha con dureza.
-Hasta entonces, habrás echado unos pocos pesos a mi bolsi-
llo; y a mi cintura, este dolor que ya comienza a asomarme en los
riñones. Le contestó el hombre.
482 Héctor David Gatica

-Los árboles que derribamos, más vos, mi hachero, más yo, tu


hacha; todos, todos terminaremos. El único que saldrá ganando no
está acá.
Rayando el segundo día terminó con el enorme algarrobo.
Un árbol chico podía dar medio metro de leña, un mediano,
dos, un quebracho bien grande, hasta ocho. Este algarrobo le había
dado ¡veintidós metros!
Oscurecía ya cuando encendió el fuego. Una olla y un tarro
ennegrecido con un trozo de alambre por manija, se hallaban colga-
dos a un árbol para hacer compañía a la soledad del hombre. Le
vinieron arcadas. Las llamas azules, amarillas y coloradas, que juga-
ban subiendo y bajando y lamiendo los leños, dieron brillo a un vómi-
to de agua y sangre. Se oyó chistar a una lechuza.
Estación de Flores, Ferrocarril Oeste, La Porteña; todo está
referido a un punto de partida allá por 1854, un puntapié inicial que
veintisiete años después pasaría a una compañía inglesa, la cual en los
años 1915-18 «obtuvo ganancias superiores a las del mismo Tesoro
Público Nacional».
Estos rieles, con esas bestias de hierro encima, reemplazantes
de la carreta, la demoníaca locomotora -como la denominara Carlos
Dickens en «El Señalero»- metiéndose en la Argentina, devorándole
las entrañas, comiéndole los bosques desde la Forestal Chaqueña, o
en el ramal que en el 85 se extendió desde Córdoba hacia La Rioja
creando pueblos fantasmas que pronto morirían, y en todos los de-
más ramales que fueron cubriendo las distancias de durmientes y es-
taciones, de cambistas y señaleros, de pasoniveles y vagones.
La década del cuarenta encontró a muchos de nuestros hom-
bres alejándose de sus oficios, habilidades y hogares para sumarse a
la picada que se abría desde los Cerrillos, en la Provincia de Córdo-
ba, hasta los poblados y los campos del norte de San Luis, por donde
poco a poco partiría un mundo de altamisas y lechiguanas.
Obras Completas 483

Para entonces, era niño Alfredo Palma, su padre lo sacó de


segundo grado y lo llevó con él, por eso llegó a conocer tanto de los
obrajes, del encargado, el contratista, los hacheros, el rodeador, del
carbonero y los carreros y los fletadores de leña y carbón.
Noches de candil asistidos por la sabiduría de viejas que cura-
ban una pulmonía, un intenso dolor de riñón o estómago, calenturas,
tortícolis o mordeduras de víboras, donde salían a relucir yuyos como
la manzanilla, el ajenjo, la doradilla, el palo azul, la grasa de iguana, la
grasa de león y la infundia.
Cuántas veces sintieron a la medianoche el misterioso llanto de
un niño, cueros arrastrándose por detrás del rancho, comentarios es-
peluznantes de la viuda que se les sentaba en las ancas a los jinetes
solitarios que iban con trago, o bien hablaban de quejidos, de luces
malas y de aparecidos.
El sabía de entretenidos velorios de angelitos, de rifas y tabeadas
por cabezas de chancho, y de las carreras, donde los hombres alivia-
ban el revoleo del hacha.
Algunas noches vio jugar a la pandorga y a la viscambra por
pan. Y aprendió a «gatiar» cuando se pudo, pues las familias golon-
drinas dormían amontonadas; era peligroso entonces pisar a un her-
mano o a un cuñado, equivocarse de cama o encontrarla ocupada
por otro.
En los días de pago, grandes sumas hacía el cantinero mientras
los hombres tomaban. Hojas y hojas se llenaban con anotaciones de
las proveedurías.
A esa larga mano del cantinero se le buscaba desquite con las
«jaulas» que por ahí podían hacer en las apiladas para que diera más
metraje la leña.
Desde chico ayudó a rodear y apilar, todavía se orinaba en la
cama. A los catorce años volteaba madera como su padre y no pasó
tanto tiempo para alcanzar los diez metros, cúspide a la cual puede
484 Héctor David Gatica

aspirar el más aventajado de los hacheros.


A medida que pasaban los meses, los años, sentíase una bestia
derribando el monte, como si esas fuerzas estallantes en sus múscu-
los, bajo la firme camisa manga larga, no se fueran a terminar nunca.
Es un animal, decían, viéndolo derribar algarrobos.
Aquellos días, dispuesto a llegar a los doce metros, hacía fuego
al alba cerca del monte para yapar la luz.
Y eran doce metros limpitos, sin «conejos» ni «jaulas».
Parecía un fantasma moviendo los brazos ante un árbol solo
existente en la penumbra de las visiones más disparatadas, revoleando
la sombra de un hacha que se acercaba y se alejaba, se achicaba y
agrandaba según su revoleo y el trasfondo más débil o más fuerte, la
proyección más pequeña o más grande de llamas de aquel fuego in-
sólito. Y a medida que se acercaba el día aquello se iba pareciendo a
un hacha y a un hombre.
Los tiempos que siguieron a la entrada del riel hasta los mismos
bosques, fueron quitándole los oficios al hombre porque el hacha daba
más que todo. Comentaban que se iban a la «impresa».
Los obrajes se extendieron después al sur de la provincia de
La Rioja.
Por la noche mientras dormían los hacheros soñaban con ár-
boles que se les venían encima y que se partían en postes, rodrigones
y varillas.
Los Quintero, que eran varios hermanos, volteaban tres días y
luego troceaban. Cuando uno de ellos llamado Jorge se fue a Mendoza,
dejó cortados sesenta quebrachos, sesenta gigantes caídos en el sue-
lo pardo, aptos para figurar en un capítulo del Quijote. Su hermano
Pedro pronto anduvo mal y quedó incapacitado para esa tarea. Más
pronto todavía su hermano Rosario, que cayó temprano a tierra por-
que el hacha le cortó el follaje del pulmón. Y en cuanto a su hermano
Herminio, quedó ciego. Fueron hacheros de menta, que empezaban
Obras Completas 485

golpeando a la luz del fuego por ellos encendido, poco después de la


salida del lucero, cerca del monte, para que el día de trabajo se les
hiciera más largo.
Anónimas e intrascendentes historias de obrajes y de hacheros.
No sólo pues, caían los quebrachos, también caían los hom-
bres.
Cuando Alfredo Palma fue atacado por los primeros síntomas
de su enfermedad obligándolo al reposo, se dedicó a fabricar algunos
utensilios: bateas, morteros, rústicos banquitos, catres de tientos y
estribos chancheros.
A veces se iba a cazar lampalaguas, que las había hasta de
cinco metros. Al atardecer ponía las trampas a los zorros y por las
noches salía con los perros a buscar zorrinos y quirquinchos.
Cuando se sintió mejor volvió a pedir una «lucha» retornando
al monte, a los soles calcinantes, al fastidio de los insectos y la pelea
con el monte. Y ese cuerpo musculoso cayendo cada noche sobre los
peleros, como un árbol hachado.
Pero ya su tarea no duró mucho, pues ahí donde reinaron por
cientos y miles de hectáreas maderas tan nobles y fuertes como la del
algarrobo, el quebracho, el retamo y el tintitaco, sólo empezaron a
quedar los achaparrados jarillales, los quiscos, el chaguar y el gara-
bato.
Volví a los años al asiento de aquellos obrajes, semillero de
hombres de jornadas duras y corazón generoso, donde tantas veces
deposité mi amistad en medio de sus pobrezas y de una sinceridad
rara vez encontrada en las ciudades.
Alfredo Palma salió al ladrido furioso de los perros; en la oscu-
ridad lo llamé por el sobrenombre y reconoció mi voz.
Bajé del caballo y nos dimos un apretón de manos, hacía frío y
corría un poco de viento sur. Estaba solo. Entramos a la cocina de
quincha y nos sentamos junto al fogón. Desde su rostro tostado y sin
486 Héctor David Gatica

afeitar, sus ojos marrones de cargadas cejas y una boca con algunos
dientes menos me largó una sonrisa. Todavía vestía bombachas an-
chas y alpargatas negras.
El viento había aumentado y de ratos entraba por las rendijas
de la quincha haciéndome estremecer; entonces Alfredo Palma acer-
caba tizones al fuego. De repente posé la mirada en un papel que
descubrí clavado a un horcón.
-¿Y eso?
-Unos parientes que tenemos en Córdoba nos mandaron una
encomienda envuelta con un diario, me puse a mirarlo y descubrí eso
que dice de mi patrón, mejor dicho de todos nosotros porque quien
no hachó alguna vez o quemó para Manubens Calvet, cuando tenía
planchada en los Cerrillos.
-Bien que me acuerdo porque he visto años enteros pasar dia-
riamente de dos, de tres y hasta de cinco carros por vuelta, le dije.
-Había días que entraban hasta cuatrocientos carros a los
Cerrillos, me retrucó Alfredo.
Tomé un mechero y me acerqué a leer, cosa que hice a duras
penas porque el hollín había ennegrecido el papel. Decía así:
«BATALLA JUDICIAL POR LA POSESION DE UNA HERENCIA. N.A.
La cuantiosa herencia dejada por Juan Feliciano Manubens Calvet, amenaza
desatar una batalla judicial entre quiénes se disputan la fortuna ante la falta de
herederos directos del extinto. Los apoderados de los muchos que demandan
una parte de esa herencia, estimada en alrededor de 200 millones de dólares,
han determinado con su férrea oposición que sea apartado el caso del tercer
juez.
El extinto no tenía esposa legítima ni hijos reconocidos y sus cinco
hermanos han muerto. Ante la falta de sucesores directos, su concubina Mar-
garita Eodhouse; una presunta hija natural a la que nadie conoce y buen
número de sobrinos intentan hacer valer sus derechos y heredar parte de sus
bienes.
Según pudo estimarse, ese patrimonio está compuesto por 386.000
hectáreas, 11 viviendas y 11 automotores entre otros bienes.
Obras Completas 487

La supuesta hija natural nacida en Isla Ombú, Paraguay, nunca ha sido


vista en tribunales. La representan sus letrados, el ex ministro del Interior del
gobierno del general Onganía, Guillermo Borda y un hijo de éste.
La justicia deberá determinar quien tiene la razón. En este escándalo se
vería involucrado y removido por el Papa el anciano obispo de Venado Tuer-
to».
Esa suma fabulosa es la gran herencia de las hachas, murmuré.
Esta otra es también herencia de las hachas, añadí, mirándolo a Alfredo
Palma; pero él no me entendió. O se hizo el que no me entendió.
Me restregué los ojos ahumados, dejé el candil y seguimos
conversando. Le pregunté de algunos hacheros.
-Los viejos hacheros ya no están, me dijo; así como no están
los árboles viejos. En cuanto a los Sorias, los Avilas, los Quinteros,
los Fernández se fueron a Mendoza no lejos de Rivadavia; viven al-
gunos en cuevas a la orilla de un río seco.
El otro día cedió el techo de tierra y cayó una mula sobre uno
de ellos que estaba acostado.
De las familias errabundas que iban de obraje en obraje casi
nada sabía. Machuca, Vera, Fernández, Ceballos, así como llegaron
de lugares desconocidos, posiblemente de la provincia de Córdoba a
la cual llamaban «La Provincia», llenando con sus apellidos extraños,
los distintos obrajes, hasta volverlos familiares y como símbolos de
esa tarea bruta, así también se fueron alejando de obraje en obraje,
hasta perderse en otros montes y no tener más noticias de ellos.
Le pregunté de Don Félix Mercado, de quien sabía que estuvo
en Corral de Isaac con dieciocho hijos.
-Sé que se fue al norte, para el lado de la ciudad de La Rioja,
donde todavía queda monte; me dijeron que lo han visto por sobre la
ruta en un ranchito más allá del Portezuelo, algunas hijas preñadas,
otras paridas, otras ocupadas de sirvienta y él y los muchachos siem-
pre haciéndole al hacha. Por mi parte -continuó- sigo viviendo en este
campo de los Leyes, ellos son muy buenos, nunca me pidieron el
488 Héctor David Gatica

rancho, además me permiten tener el caballo; hasta pude hacerle una


casita a la Difunta Correa.
Me contó que a don Sinencio Fernández lo mataron una noche
de vino de una sola puñalada, y que otra noche, también de vino, al
salir de un baile de Pozo de Piedra, a Nicolás Arce le cortaron una
vena del brazo, no siendo posible atajarle la sangre que saltaba a
chorritos reflejando las estrellas. Cosas del vino y del cuchillo. -Aho-
ra dicen que el finadito es muy milagroso; dejándole unas monedas y
alumbrándolo, hace encontrar las cabras.
-¿Y qué pasa ahora que ya no hay hachadas?
-Un tiempo mataba zorros pero hubo gente que los persiguió
con veneno y casi los terminaron, por eso hay tantas liebres, conejos
y pumas. Este año me dediqué a cazar iguanas; también ya se van
acabando porque es mejor negocio que criar cabritos.
Cuando salí, se había nublado, no me veía las manos ni ponién-
dolas sobre los ojos. El viento se estaba aquietando.
Alfredo Palma me alumbró con el mechero hasta que monté,
agachándome para estrecharle la mano callosa y temblona, áspera
como la corteza de un quebracho. No me preocupaba la huella, sabía
que el caballo me llevaría sin tener que conducirlo. Anduve un rato y
seguía sin ver nada, ni siquiera el caballo sobre el cual cabalgaba.
Húmedo estaba, casi a punto de llover. El silencio hachaba la noche.
A tal hora y en esos campos, no sé por qué se me dio por
silbar.
A pocos meses de aquella entrevista, me llegaron noticias de
que mi amigo había vuelto a los bosques.
Su hermano Pancho moría en un hospital, regresando a su tie-
rra dentro de un cajón. Días antes, en una visita que le hice, me pedía
por favor que lo sacara y lo llevase.
Y otro hermano suyo, Ignacio, sintiéndose mal mientras hachaba,
posiblemente por la picadura de una araña, fue a morir a los tres días
Obras Completas 489

en el hospital de Chepes. A su hermano Manuel lo mordió una víbora


allá por Las Palomas. Falleció en el hospital de Villa Dolores.
Aquella tarde, una palomita creada por el hacha de Alfredo -
una astilla feroz- voló desde el algarrobo herido yéndose a posar en
uno de sus ojos, cerrándole medio paisaje para siempre. Había que-
dado tuerto.
Pero ahí no terminaría todo, también el otro ojo estaba senten-
ciado, y muy pronto, Alfredo Palma, el campeón del hacha, sería un
hachero ciego si no lograban curarlo.
La fortuna más fabulosa, los doscientos veinte millones de dó-
lares de la herencia de las hachas, con ser tantos, no alcanzarían para
devolverle la estampa verde de un sólo árbol, ni el vuelo de una sola
mirada.
Aguantándose ese dolor tan grande que le partía la cabeza,
golpeando con la misma herramienta el suelo reseco, a la sombra de
aquel árbol que no alcanzó a derribar, cavó como pudo una zanja
angosta y de no más de un metro de largo, y ahí, santiguándose, se-
pultó el hacha.
490 Héctor David Gatica

EL TIO ENRIQUE

-Pierden tiempo, les dije, regándolo con veneno ahí donde


mordió. Yo le voy a salar la cabeza con cianuro y ya van a ver.
Esto me comentaba, como si fueran momentos antes, sesenta
años después el Tío Enrique.
-Cuando el otro día vi que había triturado la cabeza comiéndo-
le hasta los sesos, me di cuenta que no volvería más; entonces empe-
zamos a seguirlo. Al poco trecho descubrimos que comenzaba por
abrir las manos y hundir las uñas.
Quedó un momento pensativo, como viéndolo al felino rasgu-
ñar la tierra y continuó:
-Le previne al Goyo Yubel: mirá, ya empieza a sentir los efec-
tos.
Me miró entre sonriente e inquisidor. Su pelo lacio y claro no
dejaba ver canas casi.
-Vimos después la orina fresquita antes de meterse a lo tupido
de un chañaral.
Se mantenía sentado en la rama baja de un retamo del patio
con los pies colgantes y los pantalones a media pierna; acababa de
bajarse de un matungo en el que había andado arreando unos terne-
ros.
-Mirá Goyo, ése no ha andado ni quince metros en el bajo. Se
agachó el Goyo por meterse y lo tomé del forro de los pantalones.
No te metás que todavía está vivo y un rasguño que te haga te mata,
porque está envenenado hasta las uñas. En ese momento pegó el
Obras Completas 491

Dibujo de M. A. Guzmán
492 Héctor David Gatica

grito uno de los perros, alcanzó a salir del monte y ahí quedó.
Al Tío Enrique había que dejarlo hablar, solo se lo podía inte-
rrumpir a los gritos y casi montándole la oreja. Estaba sordo. Ochen-
ta y cinco años había oído el canto de la naturaleza en la rama de los
algarrobos, en la represa musicalizada por los sapos y los pájaros
acuáticos, en los corrales y los chiqueros cercados de balidos.
Mientras los demás hablaban él cerraba los ojos y se quedaba
como dormido o marchito; pero a cualquier demostración de seguir
escuchándolo, abría los párpados pareciendo que toda la vitalidad
del monte en el verano le renacía de golpe, como esos musgos que
apenas pasa la llovizna ya están verdeando bajo los atamisquis y las
pichanas. Y no es para menos sabiendo que dentro suyo rugen cua-
trocientas fieras.
Yo también soy bueno que decía el Goyo Yubel por los veci-
nos; pero al único que le reconozco ventaja es a don Enrique; cuando
yo no puedo cazar un mañoso le mandó pedir idea.
Esto me cuenta mientras saca y me regala un cuero de león de
hermoso pelaje cazado el último invierno, mientras su esposa
Laurentina Durán, mayor dos años que él, lo contempla con esa dul-
zura que sólo puede darla medio siglo de alegrías y tristezas compar-
tidas.
Y ya te digo, si no te animás ponerle que son cuatrocientos,
sacale cien; pero yo te aseguro que contando los de La Estrella, La
Media Luna, El Balde Ultimo y Balde de los Torres, Santa Ana y El
Chañar, son más de cuatrocientos los leones que llevo entrampados.
Cuando allá por los años de la década del cuarenta al cincuen-
ta se abría una picada desde Los Cerrillos -provincia de Córdoba-
hacia el suroeste y se extendía el riel trocha ancha de «El Pacífico» en
dos ramales, uno hasta El Chañar y el otro hacia Luján -provincia de
San Luis- las hachas comenzaron a golpear la tranquilidad del norte
puntano, derribándole los árboles a los espesos bosques, para ali-
Obras Completas 493

mentar con leña el monstruo acezante de las locomotoras, la caldera


infernal de la máquina del tren.
Fue entonces cuando los leones abandonaron sus antiguas gua-
ridas, desparramándose hacia lugares menos sacudidos y las maja-
das comenzaron a diezmarse.
Aquí aparecen las andanzas del Tío Enrique, fogueado en la
caza de centenares de zorros.
Desde Balde de los Torres hasta Nueva Esperanza, un solo
león había comido doscientas cabras y no le podían dar caza ni cer-
cándole las aguadas. Los chiqueros temblaban de solo oír sus
maullidos nocturnos.
Cuando corría viento sur y las cabras comenzaban a caminar
contra él como buscándole los orígenes, hasta perderse atravesando
campos y campos, el felino las seguía y saltaba sobre ellas dejando el
tendal degolladas o destripadas. Mayor era el daño si se trataba de
ovejas, que tienen la costumbre de disparar y luego volverse a zapa-
tearle a la fiera.
Aquel otoño se hizo sentir por ciertas ráfagas frescas salpica-
das de hojas secas color de pelo de león y por algunas nubes cres-
pas.
Un amanecer mientras el Tío Enrique cabalgaba por la Media
Luna alzó el ala del sombrero y vio que el cielo estaba encrespado.
Ha muerto un angelito, se dijo.
Poco más allá el caballo dio un resoplido y paró las orejas;
bajó a unos barrancos y de ahí pudo espiar: esta vez la presa no era
una cabra sino un ternero destetado, ya lo había muerto y apretándo-
le las poderosas fauces en el testuz lo levantó, y empujándolo con sus
paletas, lo trasladó como cincuenta metros -era de no creer- y se
puso a comer vorazmente sus bocados favoritos, la verija y el pecho.
Después enterró el resto, le tiró unas matas de pasto encima y se fue.
-Este no me jode.
494 Héctor David Gatica

Y de un galope partió a buscar las trampas. No las puso junto


a la presa, las colocó a unos veinte metros de ésta por donde intuyó
que volvería.
-Estos animales que cazan de día son los más difíciles.
Mañana antes de las doce cae.
El era el único que podía atrapar a ese azote de las majadas de
Los Nieva, de Balde Viejo, de los Olivera y del Moyar al sur.
A la mañana siguiente, por la sombra redonda de las plantas
supo que ya era el mediodía pasado y se fue con los hijos y los pe-
rros, llevando como única arma su palo leonero, un palo de tintitaco.
No le gustaba llevar escopeta; le fascinaba esa lucha cuerpo a cuer-
po, dándole derecho a la defensa y con riesgo para ambos, despre-
ciaba la ley de la ventaja cómoda y segura, respetaba al enemigo, un
respeto lindante con el cariño, casi como que amaba a su enemigo.
Entre él y un león se daba aquello que ocurre entre el pescador y el
pez, en el libro «El Viejo y el mar» de Ernest Hemingway.
Cuando el puma posó sigiloso su planta blanda sobre la
planchuela oculta bajo tierra y las fauces de hierro estallaron cerrán-
dose en su puño, rugió y voló en un salto descomunal, en cien saltos,
se tiró al suelo, mordió la trampa, la arañó en un intento ciego y feroz
por desprenderse de ella y disparó atropellando montes en procura
de perderla. Pero era una trampa del Tío Enrique. Todo el campo se
sacudía con aquella maraña de golpes, saltos, mordiscos y rugidos.
Ese puma era capaz de arañarle las verijas al mismo diablo y llevaba
más furia que una creciente derribando montes. Sus bufidos eran vol-
canes.
En cuanto sintió los perros quiso ganar un zampal pero no tuvo
tiempo, tirándose al suelo para comenzar la pelea. Un león busca
siempre cubrirse de atrás con el monte tupido y si éste no está cerca
se tira de espinazo al suelo.
Ladridos y zarpazos, un perro gritó despedazado por las ga-
Obras Completas 495

rras, momento que aprovechó para alcanzar el monte de tres saltos.


-Tengan cuidado con la perra negra, no me la vayan a dejar
matar.
Esto le dijo al capataz, que también se sumó a la caza, momen-
tos en que el león se le sentaba encima comenzando a destrozarla,
entonces el palo suyo se alzó por el aire y cayó con todas las ganas
primero sobre la nariz y luego sobre la sien, únicos lugares vulnera-
bles, y una enorme mancha color canario se desplomó a tierra, siendo
arremetida por la jauría hasta quitarle la vida.

La tala del bosque se había extendido a todas partes y los leo-


nes, ya familiarizados, llegaban a beber de los mismos tachos de los
hacheros cuando estos hachaban o dormían.
Cuando el Tío Enrique miraba el suelo, era como si leyera en
los rastros. Vaya si conocía esa escritura trazada por la garra de cua-
trocientos pumas sobre el suelo del norte puntano.
Al parecer, cada león tenía su dominio, eso ocurrió también
con «el serrano», llamado así porque había bajado de la sierra, se lo
conocía por la pisada gigantesca y brillante a causa de su talón liso de
andar sobre la piedra. Cuando cachorro le gustaba bajar al llano y
corretear iguanas y quirquinchos, y para divertirse no más asustaba
animales mayores. Cada vez más sentía que los elásticos de sus mús-
culos se volvían poderosos y que por debajo de su piel anaranjada le
comenzaban a rugir las ganas. Quería un dominio de muchas leguas
donde todo tiritara bajo su paso felino y donde sus mandíbulas terri-
bles pudieran triturar al miedo.
Cuando sintió llegado el momento, dejó la sierra y se constitu-
yó en el dueño de una gran comarca desde los alrededores del pue-
blo de Quines hasta la estancia La Amalia, pasando por Santa Ana. El
no era un león conejero ni de majadas, se trataba de un potrillero; un
solo zarpazo suyo sobraba para matar.
496 Héctor David Gatica

No había trampa ni veneno que le hiciera daño porque él mata-


ba, comía hasta hartarse y no enterraba como los otros, pues no vol-
vía más, continuaba su recorrido y donde sentía hambre volvía a ma-
tar.
-Ese caballero no sabe que el dueño de Santa Ana soy yo y no
él; pero ya lo va a saber. Yo no voy a andar semanas enteras siguién-
dolo; que lo hagan los zorros por si les deja presa. Conozco el mo-
mento justo, cuando le descubra el estercolero o cuando entre en
celos.
Esto lo decía en voz baja el Tío Enrique mientras se preparaba
a degollar una oveja.
-Siempre me impresionó degollar este animal, porque al cla-
varle el cuchillo no bala, penetra toda la hoja; salta el chorro de san-
gre y ella se queda callada.
Colgó de un retamo y llamó a que alguien viniera a recibir los
«menudos».
-Se va a acabar el serrano potrillero.
Y lo peor era que había comenzado a matar mulas.
-Lo último sería que se afanara en matar gente.
Esto lo decía porque recordaba cuando en la primaria la maes-
tra les contó de Facundo Quiroga y el tigre cebado siguiéndolo por la
travesía camino de San Luis a San Juan.
Una tarde calurosa vino Goyo Yubel a contarle que había sen-
tido maullar al serrano.
-Que el capataz y los muchachos vayan a cercar el único pozo
que ha quedado con agua y que le dejen una sola pasada, sin ponerle
ninguna trampa.
El amor del serrano era violento como el sol de esos días, como
los vientos de ese mes, como la sequía de ese verano.
Las caricias de sus garras descascaraban los árboles y le saca-
ban pelos a una leona joven enteramente feroz. Amores de leones,
Obras Completas 497

amores rugientes donde la fiereza humilla a la dulzura. Un león tiene


que ser siempre un león, hasta en el amor, y su felicidad, sanguinaria.
El serrano al menos lo sentía así.
Tuvo sed, venteó el agua y allá se fue. No quiso entrar por un
paso libre; dio vuelta hasta encontrar una parte baja y por ahí saltó.
Cuando el Tío Enrique descubrió la pasada, colocó una de las
trampas bajo el cerco atada a una rama muy pesada. Por otra parte,
en el pequeño charco que aún quedaba en el centro del pozo le hizo
un cercado en forma de horqueta y adentro le colocó la trampa.
Estos carnívoros, desconfiados por naturaleza, nunca entran
directo, lo hacen por la orilla y en forma cruzada. Ahí cayó la leona
transitando del amor a la muerte.
Al pasar vista al cerco no encontraron la otra trampa ni señas
de haberse arrastrado rama alguna. Es que había volado en un salto
de diez metros, llevándose trampa, gajo y todo.
Lo encontraron muy lejos en un bajo, haciendo un círculo a
puros mordiscos y tirándose sobre las plantas por deshacerse de la
trampa.- Se pasaba de un lugar tupido a otro, así anduvieron el resto
de la mañana y hasta después de la siesta. En una de esas disparadas
-el león no saca la mirada al hombre- el Tío Enrique estuvo a punto
de caer bajo la embestida si no fuera que los perros lograron sacárse-
lo de encima.
Ladridos, bufidos, gritos se mezclaban con la polvareda, cho-
rros de sangre y pelos de distintos colores.
Mordiscos y desgarros se sucedían y el sudor bañaba a los
hombres. Cada rugido les hacía parar los pelos. Temblaba el campo.
Todo esto hasta que pudo darse el enfrentamiento de tres cam-
peones dispuestos a decidir uno de los tres su última pelea. El impla-
cable serrano, el perro chirino -que era como decir el mejor perro
leonero que existió- y el Tío Enrique con su temible palo de tintitaco,
ganador de todas las batallas.
498 Héctor David Gatica

El chirino amagó el salto y el serrano largó el zarpazo. Así an-


duvieron como dos boxeadores, amagando uno y tirando el otro, y la
cola castigando los flancos de la furia.
Un amago, un zarpazo, un amago, un zarpazo. Un medio ama-
go y un zarpazo y ahí perdió el león, porque el perro tras su ardid
aprovechó para saltar como un proyectil hacia la garganta del rival,
prendiéndose de ella con el hocico ñato de bulldog y pegándose al
cuerpo de manera que no lo alcanzara con las garras.
Ahí mismo estuvo el golpe fatal del palo de tintitaco, rebotando
sobre la nariz en tres oportunidades.
Fue brutal la caída del serrano, del león potrillero arrastrando
al perro chirino pegado a su garganta.
Luego el Tío Enrique hizo retirar a los canes y a los hombres -
sus hijos, el capataz y el Goyo Yubel- y quedó mirando largamente.
Se le ocurrió que esos tres garrotazos los había descargado
sobre su propia vida, y que ese león sería el último que trampearía.
Además, después de matar al serrano no tenía sentido para él matar
un puma más.
Era el final de su existencia entre leones.
Se le acercó el chirino meneándole la cola esperando el premio
a semejante hazaña; pero esta vez el amo no le acarició la cabeza ni le
dirigió palabra, simplemente se limitó a mirarlo y a no mover los la-
bios.
Observó la trampa aferrada todavía al puño inmóvil y sangran-
te. Alguien diría mucho después con orgullo, sacándola de entre otros
trastos: Esta trampa es una de las trampas que perteneció al Tío En-
rique.
El palo de tintitaco le pesaba enormemente, ya no lo podía
sostener.

Meses después en una feria artesanal de la ciudad de La Rioja,


Obras Completas 499

en la Plaza 25 de Mayo exponían un enorme león embalsamado al


que los chicos, aunque estaba prohibido, animábanse a tocarlo.
Santa Ana había sido vendida a un señor muy adinerado, capaz
de comprar el campo, los corrales, la casa, los yeguarizos y vacunos
y los recuerdos de las andanzas del más grande cazador de pumas de
la provincia de San Luis.
Y allá, al sur de Mendoza, en la progresista ciudad de General
Alvear, un viejo leonero de ochenta y pico de años, sentado casi todo
el día, miraba sin oír hacia la calle.

El tio Enrique con su esposa, Laurentina, y sus hijos.


Ambos pasaron los 90 años, él sordo, ella ciega.
500 Héctor David Gatica

EL RASTRO DEL GUANACO

La muerte de la abuela

Se acordó de los tiempos en los cuales aguardaba a su difunto


esposo, después de interminables días y hasta meses, en el cruce de
la Cordillera de los Andes llevando hacienda a Chile por el paso de
Come Caballos. A su regreso, le contaba de lugares como Guandacol,
donde fuera fundado el Convento de las Clarisas allá por el 1600 y
donde ejercían mayorazgo los Brizuela y Doria desde hacía 300 años.
Allí fundó su hogar el caudillo catamarqueño Felipe Varela. Le conta-
ba de El Zapallar, de las Salinas del Leoncito y un poco más arriba,
casi a tres mil metros de un refugio que hiciera construir Sarmiento en
Pastos Amarillos. O bien le comentaba que, viajando por el otro ca-
mino, en Jagüé tenían que herrar las vacas. Y que pasando Laguna
Brava hay un lugar que se llama El Veinticinco, porque ahí murieron
25 arrieros con todos sus animales, encontrándolos después del tem-
poral de a pie, aún congelados, teniendo de la brida a sus mulares, y
que esto había sucedido un 25 de Mayo.
En una de esas noches frías y de viento, junto al fogón, él le
había dicho, un poco en serio, un poco en joda:
-Cuando Juan se sienta capaz de hacerse cargo del puesto, en
alguno de esos arreos a Copiapó, en cuantito empiecen a faltarme
agallas pa cercar el potrero y cumplir con vos, me voy a largar pande
una guanacada.
Y así nomás debió de ser porque los otros arrieros, al volver
de su último viaje, le contaron como se había despeñado corriendo
Obras Completas 501

un toro a orillas del Río de los Nacimientos.


«Posiblemente juera cierto, pero por voluntar suya, pa volver-
se relincho». Ella, le había tejido una manta con más de media docena
de cueros de guanaco que él le trajo de la alta cordillera, con una lana
hermosa de hasta treinta centímetros. Su marido los cazó con permi-
so del Yastay, ofrendándole maíz y chicha en una apacheta cerca de
Piedras Negras.
De seguro esa manta que ella le tejió con inmenso amor y em-
peño se volvió en él, al desbarrancarse, su cuero y su pelambre.
Estaba en cama. Las mujeres de su fortaleza nunca guardaban
cama y cuando lo hacían era ya para no levantarse. Hasta esa siesta
anduvo guapeando aquel día, barrió el patio, sacó leche, pisó un que-
so de cuatro kilos y hasta pegó unos golpes de pala en el telar.
De un tirón se le vinieron los años sobre el pañuelo negro y ahí
cayó en el catre de tientos, ese que les venía como herencia desde su
tatarabuelo y donde alguna vez descansara El Tigre de los Llanos de
paso para San Antonio.
Su hijo le estaba colocando al tordillo unas caronas tejidas por
ella, cuando lo mandó llamar con uno de los nietos.
-No gaste recao m´hijo; yo no paso de esta noche.
-¡Pero mama!
Y no pudo seguir, no sólo porque se le cruzó la palabra, ella se
la atajó además con un ademán, indicándole el banquito de cuero de
yegua para que se sentara.
-Quiero que tu mujer y mis nietos vengan a pedirme la bendi-
ción.
Y los fue besando a todos; un beso que tenía el poder del vien-
to norte.
-Ande vayan, siempre tendrán olor a monte, les dijo.
Un lagrimón de la Pancha cayó en los jergones.
-Dispongo de un mandato, que ha venido pasándose entre los
502 Héctor David Gatica

Pereyra.
Refregó la mano áspera contra un pelero bordado con su nom-
bre, «Rosaura» que le cubría los pies, y continuó:
-Esta tierra es nuestra desde que la dejaron los indios.
Hizo señas que prendieran una vela; las arrugas se le volvieron
sombras hondas en el rostro.
-En Tama, en Solca, en Nacate hay unas piegras con rastros
de guanaco y avestruz, ese rastro lo tenemos nosotros mesmito en el
corazón y ya no se borrará nunca. Lo dibujaron los diaguitas porque
la tierra fue de ellos. Por eso nos pertenece.
Se calló un momento como haciendo un minuto de silencio por
su raza.
-Lo que es por el lado de tu padre, cuando llegan los españoles
al Yacampis ya nuembran un tal Gerónimo Pereyra y otros apellidos
que llevan puesteros de estos lados, como Alcaraz, Díaz, Fernández,
López, Maldonado, Oliva, Pérez, Ramírez, Romero, Soria, Tello. Así
que por esa rama la tierra que cuidamos es nuestra de hace cuatro-
cientos años, según comentaba tu tata.
Hizo silencio otra vez, parecía que nadie respiraba.
La llamita parpadeante de la vela peleaba con las sombras de
la inmensa y oscura noche de los llanos sumida en silencios milenarios.
-Me lo bajan a San Nicolás.
La Pancha se apresuró a sacarlo de su altarcito adornado con
flores de pichana.
-El mandato es cuidar este suelo y no abandonarlo nunca, que
siempre siga siendo un Pereyra su dueño. Yo voy a entregarle mis
huesos. Prometa m´hijo ante este santo patrono San Nicolás que nunca
se irá diacá.
-Se lo prometo mama -dijo Juan santiguándose.
Dejó de existir al otro día a media tarde. Llegó gente de todos
los puestos a hacerle compañía al dolor del vecino, hasta de cinco
Obras Completas 503

leguas. Al atardecer se levantó un poco de viento.


Lo notable fue ese arreo de animales vacunos que se llegaron
hasta cerca del patio y comenzaron a cavar con sus pezuñas y a mu-
gir. Nadie se animó a correrlos.
A lo largo de la noche doña Paula dirigió los rezos agregando y
quitando a los Ave Marías según su gastada memoria.
Se contaban cuentos y se tomaba mate. De ratos, llegaba una
olada de viento, se detenía haciendo parpadear las velas y pasaba.
El entierro se llevó a cabo al día siguiente, la subieron en un
sulky y los acompañantes la siguieron a caballo. Al pasar junto a una
loma, en una piedra grande, Juan Pereyra vio de reojo unos petroglifos
de rastros ungulados con dos dedos muy separados calzando fuertes
uñas y pensó, recordando las últimas palabras de su madre: ese ras-
tro lo tengo también en mi corazón.
El cementerio se hallaba dentro del mismo campo de los
Pereyra. En las tablas que conformaban las cruces se podía leer bo-
rrosamente el nombre de muchos vecinos, tan apreciados en vida.
La fosa ya estaba abierta. Cuando el cajón de la abuela des-
cendió sujetado por dos torzales que desprendieron ahí mismo de
sendos bozales, el primer puñado de tierra que cayó sobre la anciana
fue el de Juan, y se estremeció, porque sintió tantito en sus oídos la
voz de ella... Esta tierra es nuestra y mis huesos serán su mejor escri-
tura.
Se miró las manos... Estaban sangrando tierra.

El último rezo

En aquellos días anduvo poniendo algunos palos que le falta-


ban al corral, engrasó los ejes del carro y los bujes del sulky, le ajustó
unas tuercas a la chata rodeadora, arregló cabezales y pecheros, hizo
504 Héctor David Gatica

recorridas al alambrado del potrero y le alcanzó el lazo nuevo a un


vecino de la Ciénaga Grande que estaba por carnear, para que lo
metiera en la bosta caliente.
Le acercaron noticias de gente que empezó a llegar de la ciu-
dad haciendo mediciones y poniendo precio a campos y cosas, des-
de ese día no pudo sosegar el corazón, algo como un terrón suelto
comenzó a romperse dentro suyo.
La tierra se hallaba dividida en mercedes indivisas, regalías de
grandes extensiones hechas a ciertos personajes por servicios pres-
tados a la corona de España o a las montoneras de Quiroga.
Ahora el Instituto de Minifundio y de las Tierras Indivisas iba a
sanear los títulos de propiedad, por eso el parcelamiento desde el
encuentro de los vientos al sur.
Cada parcela sería de cuatro mil hectareas, completadas con
numerosos puestos.
El Gobernador Interventor les había prometido «que en vez de
dueños pasarían a ser felices empleados, con beneficios sociales, co-
sas con las que antes ni soñaban».
El corazón de Juan Pereyra pegó una reculada pensando en su
puesto. No sé porque cada vez que se mencionaba «puesto» era
como sentirlo nombrar a su tata. Siempre había un animal para vol-
tear, un novillo, un capón, una vaca horra. Y esa leche blanca y espu-
mosa recién ordeñada por La Pancha, su mujer.
Las trojes trenzadas con chorizos de jarilla llenitas de algarro-
ba seca y esa chacra que anualmente paría por carradas dulces cala-
bazas y sabrosas angolas.
Las indemnizaciones no pagaban ni el alambrado. Una parcela
como la de puesto «El Río» con cuatro pozos baldes calzados con
mampostería, una represa, dos corrales con brete y manga, tres vi-
viendas y una superficie de cinco mil hectáreas fue tasada en cuarenta
millones de pesos ley. Los pozos solamente valían la mitad. ¿Y la
Obras Completas 505

represa? ¿Y los corrales? ¿Y el alambrado? y ¿Y las cinco mil hectá-


reas de tierra?.
Si estas parcelas, con la leña seca solamente, se podían pagar
dos, tres veces y más también.
La indignación de Juan creció cuando supo de la manera como
se adjudicaban estas tierras.
Entró al campo santo sombrero en mano, viéndose rodeado
de cruces que le recordaban la desaparición de la vida.

Dibujo de M. A. Guzmán

...ése sería el último rezo de su vida


506 Héctor David Gatica

Frente a una cruz de madera todavía nueva, con letras mal


caladas que decían ROSAURA DE PEREYRA, se hincó y dejó que
sus lágrimas, al caer sobre la tumba, le voltearan la hombría. El lo
sintió así.
Tenía tanto que contarle a su mama que de solo ser tanto y no
saber por dónde comenzar, se encontró sin palabras y hasta sin pen-
samientos. Cargó entonces con el silencio del cementerio y ahí se
quedó, de rodillas, acompañado por las tumbas, hasta que el crepús-
culo llegó posándose de una en otra cruz como un enorme pájaro
oscuro, entonces le pareció que había vuelto en sí y comenzó a
campear un Ave María, lo único que se acordaba en rezos, y tuvo, en
esa cáscara de tiempo, la certeza de que ese sería el último rezo de su
vida.
Al cerrar el portón del cementerio este crujió; era el dolor de
Juan -de muchos Juanes- y como no sabía quejarse, lo hacía por él
ese portón herrumbriento que se quedaba ahí, ex-propiado, lo mismo
que los huesos de su madre
Al pasar por el cerrito no pudo ver por la oscuridad el rastro
del guanaco; pero lo sintió adentro y volvió a recordar lo que le dijera
su madre, que el rastro del guanaco estaba en su corazón. Insaciable
trepador del viento y la montaña, caminador de la libertad, él sabía
que un guanaco es capaz de tirarse a los precipicios de la muerte
antes que verse presa de su enemigo.
Juan solía llegar casi siempre al galope a su casa.
Esa noche, hora en que los niños dormían ya, la Pancha lo
desconoció. De no ser por ese oído fino suyo capaz de sentir la caída
del rocío, no habría advertido su llegada. Pero sí, la sintió -la presin-
tió- y de muy lejos, al tranco lento de nunca llegar de su tordillo,
también desconocido esta vez.
Obras Completas 507

El ternero agusanado

Como de costumbre, le tendieron en el patio.


Pidió que lo hicieran en el suelo, sobre un cuero de león, como
si quisiera estar más cerca de su tierra, abrazado a ella, con las sienes
rozando el polvo.
Miró un rato Las Tres Marías y otras estrellas de las más bri-
llantes cuando, al darse vuelta, vio como una vislumbre del lado del
cementerio, que se acercaba y se acercaba y ya no era vislumbre.
Mas no se escuchaba ningún motor. Era una luz posándose de alga-
rrobo en algarrobo, de quebracho en quebracho hasta bajarse cerca
de la chacra y venirse por la barda, dar un rodeo a los corrales, pasar
la tranquera del potrero y entrar por una empalizada al patio, hasta
llegar a los pies suyos. Esta no era una luz mala, venía desde los
orígenes a transmitirle un nuevo mandato, esta vez sin palabras. Supo
que su tierra no quedaría abandonada a los halcones, su madre sal-
dría cada noche desde los huesos sepultados y andaría en luz reco-
rriendo los campos del despojo.
La luz dio una vuelta completa a la cama y se alejó por donde
había venido.
Juan se levantó al alba. Esa madrugada la Pancha no sacó bal-
dadas de leche ni llenó ningún noque para hacer quesos; se limitó a
completar una cacerolada espumosa y tibia y la dejó sobre el fogón
para que tomaran los niños al levantarse. Se la veía trajinar muy lloro-
sa. Con unos pellones rozó el mortero y este cayó volteando chancuas
molidas el día anterior, los pollos y una gallina clueca se amontonaron.
Bajo un algarrobo de enorme sombra estaba el carro sosteni-
do de adelante y de atrás por «muchachos» de madera de retamo;
sobre las varas encontrábanse los pecheros y una de las monturas se
había caído al suelo. Por primera vez Juan no la levantó limitándose a
mirarla y pasó.
508 Héctor David Gatica

Bajo la enramada se hallaba el sulky con los arneses sobre el


pescante. Y detrás de la casa, afirmada en la culata y con las varas
levantadas apuntando hacia el sol, la chata rodeadora.
Al mediodía la Pancha fue a llamar a los niños; la chacra paría
por todas partes: Zapallos, sandías, calabazas, melones y un maizal
que era una fiesta por el tamaño de los choclos, de granos blancos y
amarillos y de pelo rubio.
Luego del infaltable tincazo sobre la cáscara verde de las san-
días alargadas o redondas, los niños se entretenían en partirlas de un
solo golpe y con ambas manos sacaban a puñados su corazón rojo,
lo comían y tiraban lo demás.
Fue abierta palo por palo la puerta del chiquero de los chan-
chos, que enderezaron gruñendo y rezongando hacia las chacras.
Después, de una jaula soltaron dos canarios, un cardenal y una
reinamora.
El loro en cambio no quiso salir, limitándose a llamarla a doña
Rosaura.
¿Qué estaba por hacer Juan Pereyra? Había tres opciones:
Comprar su propio campo más los campos de algunos vecinos. Esa
no era una opción para quien nunca codició lo ajeno.
Quedaban entonces dos: Volverse peón de lo que antes fue
dueño o irse a la ciudad a comprar los cimientos de una casa, en
cambio de su puesto y esta miseria de vivir entre las cabras compar-
tiendo los días con el sol y con Dios. ¿Cual de ellas iba a elegir?
Porque había que elegir. Ninguna. Decidiría por su propia opción. O
en todo caso por la de sus ancestros.
Había visto a las familias de tantos vecinos y compadres des-
pedirse llorando, que dispuso no compartir su dolor, por eso eligió la
siesta, una siesta de cuarenta y cinco grados, una siesta de lagartos
solamente. Ni de lagartos.
Cualquiera que leyó a Anton Chejov y que contempló este éxo-
Obras Completas 509

do anónimo de centenares de puesteros y su reemplazo por media


docena de terratenientes, habría coincidido con él en que «la felicidad
de un hombre no solo depende de la infelicidad de los otros nueve,
sino sobre todo de su silencio, de que no reaccionen».
La Pancha entró a la casa. Quedaban frazadas bordadas,
jergones tejidos a pala, ollas de hierro de tres patas, el catre de tien-
tos de la abuela Rosaura, los santos, arrinconados -les prendió una
vela-, baúles con chafalonías, rastras de plata y... no pudo mirar más
porque los ojos se le enturbiaron de tristeza.
Ya estaban afuera. Quedaban varios quesos en los zarzos y
media res colgada del techo.
Había un trompo tirado en el patio, Juancito, el menor de los
hijos, lo alzó y se lo metió en el bolsillo.
-Te vas a romper el pantalón con la púa- le gritó la madre.
Entonces el niño lo sacó y le puso en el otro bolsillo dando un
brinquito. Ella sonrió. Parecía un tequerito haciendo cabriolas.
Iban a partir cuando Juan vio un ternero que balaba sangrando
por el pupo, entró entonces a un cuarto con frenos, bozales, maneas,
recados y otras pilchas de montar sacando un lazo muy fuerte de
cuero de guanaco trenzado por su tata, indicándole al hijo mayor que
trajera la «criolina». Una vez volteado el animal buscó un curampín, le
echó el fluído en la herida, esperó un momento y comenzó a hurgarle
la embichadura.- Son tantos los gusanos que salen -dijo el mucha-
cho- que se parecen a los hijos de doña Emilia. El padre se río de la
ocurrencia, volvió a tumbarle el tarrito triangular donde se leía
Manchester y le tapó luego el pupo con bosta seca de yeguarizo,
soltándolo después y colgando el lazo del embramador, como si fue-
se un trofeo perdido.
-El ternero ya no es nuestro -les dijo- pero el dolor del ternero
sí.
El hijo mayor subió en el tordillo y en la yegua negra la madre
510 Héctor David Gatica

con el otro hijo. El prefirió seguirles de a pie.


La siesta aplastaba los yuyales al llegar la resolana, hora del
canto de los crespines que con su trino triste, desde las higueras,
hacen madurar las brevas.
Pasaron junto a la represa que al desaguarse en el último agua-
cero había retrocedido hasta las barrancas, en su espejo nadaban
patos silvestres y a su orilla asomaban la cabeza las gallaretas.
Al internarse en el monte los aturdieron los coyuyos cantándole
a la algarroba chocla, que colgaba sus racimos pintones desde todas
las ramas.
A mitad del potrero a la sombra de un tala estaba su majada
mostrando la señal en la oreja, orqueta y además zarcillo. De entre las
cabras el pastor les ladró primero, luego al reconocerlos les movió la
cola.
Callados siguieron el viaje, pensando en el progreso, el despe-
gue de la provincia, aunque fuese con gente de afuera, de más recur-
sos, lo importante era el avance, no el costo humano del avance.
Pronto los títulos de su campo serían saneados, aunque ya no le per-
tenecían, no importa, iban a ser mejorados legalmente, porque así
como venían en forma de derechos no valían. Ser derechosos desde
tiempos inmemoriales era un delito y había que pagarlo con el éxodo.
Tener poco o tener los suficiente no corría. Tener cinco mil o
quince mil hectáreas, o trescientas cincuenta mil como el dueño del
departamento «General Ocampo», don Cecilio Senares, era sí el jus-
to pago al talentoso.
No vio en la llanura ninguna manada de guanacos. Sentía gran
admiración y atracción por esos relinchos que cuidaban las abras fér-
tiles y aquellas tropillas, en la parte más alta, solos como un dios,
erguido el cuello y las patas inquietas, recibiendo los mensajes lejanos
del valle y la montaña, conocedores de todos los olores y de todos
los ruidos diurnos y nocturnos.
Obras Completas 511

Venteador de aromas y peligros, los ojos del relincho clavan el


movimiento en el horizonte. Y cuando el peligro llega a sus sentidos
prodigiosos, levanta el hocico, suelta el alerta macho, da un brinco
descomunal y sale corriendo a los saltos con su manada detrás. La
agilidad y la velocidad son sus armas defensivas, no hay furia animal
que lo supere, sube y baja laderas despeñando perros. Y si las balas
lo agujerean continúa corriendo hasta quedar sin tripas adentro, enre-
dadas estas en sus patas endiabladas o colgando como tiras de algún
churqui espinudo.
Para Juan no era el cóndor el señor de la montaña sino el
guanaco. Y en la llanura, el refugio del guanaco es el horizonte y una
carrera de horas en silenciosa e infatigable velocidad.
¿Por qué no había soltado él su relincho puesto que llevaba el
rastro en el corazón? ¿Por qué no lo hicieron los demás puesteros
cuando los pumas humanos se lanzaron sobre sus rediles y sus cam-
pos, despojándolos de la paz de sus dominios?
Es que aquí no había nobleza de contrario, como ocurre entre
los guanacos donde si uno de ellos aspiraba a ser jefe, desafiaba al
guanaco relincho y apartándose ambos de la tropilla arriesgaban la
primera embestida, donde el encuentro de sus pechos recios retum-
baba en el valle. Después, la pelea era brutal, pero limpia y franca.
Tomó camino hacia el norte: Punta de los Llanos, Talamuyuna,
esquivó la ciudad de Todos los Santos, esta donde ahora se estaba
saneando su pasado y legalizando su futuro de paria, y se detuvo en
Arauco a soñar siquiera un rato con la paz del olivo cuatricentenario.
Andando por desiertos llegó hasta Bañado de los Pantanos y
al ver su gente sencilla, de andar en burro todavía sin vergüenza, le
dieron deseos de quedarse.
Se enteró de sus cosechas de comino, de la fabricación casera
del patay, de que todos los años en una especie de minga, hacían
éxodo al acercarse el calor para largarle el río a sus sembradíos.
512 Héctor David Gatica

Dejó la familia en casa de Nicolás Cabrera -los pobres no tie-


nen problema en compartir sus pobrezas, los ricos en cambio, sí, sus
riquezas-, y se largó hasta la ciudad perdida, horas y horas caminan-
do por esos médanos de «upa», única vegetación, negada de som-
bra, con alguno que otro algarrobo gigante pero ya tumbado y seco.
Encontró después de horas y horas de calor y soledad, las
ruinas de una iglesia, un mortero grande de piedra con su mano y
restos de tinajas. Se quedó ahí, le habían prevenido que podía desco-
nocerlo el viento, no ocurrió. Toda la noche estuvo despierto, solo,
metido hasta los huesos del silencio, tratando de encontrarse con el
«Tabor», el espíritu del último cacique, pues necesitaba una luz que le
guiara los pasos.
Y regresó para continuar con su familia por el «valle vicioso»:
Alpasinche, Shaqui, Lorohuasi, Cuipán, Andolucas, Suriyaco.
La noche que estuvo en Pituil se emborrachó hasta las alparga-
tas con grapa, bebida fabricada en alambiques secretos, prohibidos,
clandestinos, casi sagrados para ese pueblo. El alcohol lo hizo creer-
se dueño de su tierra, por esa sola noche.
Otra mañana fresca de Angulos y Campanas sus niños proba-
ron las manzanas más ricas y las ciruelas más dulces, encontrando el
cielo más puro y transparente.
Por el faldeo del cerro mayor se llegó hasta las tamberías ya
depredadas y al dar con el camino real, el camino del inca, estuvo
tentado de alejarse por él hasta perderse en la Cordillera.
Bajó por el valle de Antinaco Los Colorados, que se abre in-
menso al oeste del Velasco, caminando y caminando como un relincho
con su tropa. Al llegar a la cueva del Chacho Peñaloza, se detuvo un
momento pensando en Peñaloza y dijo: -Este también llevaba el ras-
tro del guanaco en el corazón.
Atrás quedaba el Vilgo y el perfume de la flor del aire, un per-
fume no expropiado como ahora sus amados llanos.
Obras Completas 513

Siguiendo al sur, caminó hasta ese pueblo del encuentro de los


vientos, Patquía, y desvió hacia Amaná, tierra de atardeceres mine-
ros, pasando después por el Valle de la Luna y Talampaya, lugar
donde estuvo varios días contemplando las piedras grabadas por los
aborígenes, como queriendo arrancarles el secreto milenario que bus-
caba.
Y prosiguió hacia el oeste, hacia el valle de los capallanes, des-
cubriendo la decadencia de un Vinchina otrora pujante cuando su tata
pasaba con aquellos arreos desde los llanos hacia Chile, por campos
verdeantes de alfalfa y familias que lucían las mejores platerías.
Al otro lado del pueblo, se detuvo a contemplar largamente
aquellas misteriosas estrellas formadas con piedras sobre el suelo.
¿Qué mensaje de siglos encerraban?
Y bordeando el río Bermejo ascendió por la cuesta de la Troya,
peleándole cada tramo al viento Zonda.
El calor sofocante, el ambiente llevado al máximo de sequedad
y una sed delirante estuvo a punto de terminar con todos ellos.
En Jagüé, pueblo de una sola calle que es además río y que se
va ahondando hasta mostrar las casas en lo alto del barranco, cono-
ció a don Juan Miranda y sus cien años, había traído desde Chile la
Virgen de Andacollo y ahí se le echó el burro y no siguió más, dispo-
niendo hacerle una iglesia en el lugar, valiéndose para juntar los mate-
riales no de limosnas sino de su tarea de cirquero, del cual era payaso
y llevando cada bolsa de cemento en burro, cruzando por aquella
cuesta entonces sin caminos. Sesenta años entregado a esa tarea.
Decir Jagüé o Jaguel ya era lo mismo que decir Juan Miranda, último
pueblito riojano ya en las estribaciones precordilleranas.
Allí se enteró Juan Pereyra que al obispo riojano, en la única
fiesta del año de Jagüé, la fiesta religiosa, le gustaba participar del
baile de los chinos en honor a la Virgen de Andacollo.
-¿Por qué te largaste Juan a andar así con tu familia, como si
514 Héctor David Gatica

fueras un pailero?.
-Me quitaron la tierra, obligándome a recibir el pago de una
miseria por ella.
-¿Y por qué no te quedaste a pelearla?
-Me sentía muy solo. Donde mete mano gente del gobierno se
hace muy difícil. Con personas bien intencionadas de la ciudad tuvi-
mos una reunión en Olpas; pero después no pasó nada. El diario local
largó muchas notas y los poderosos diarios de Buenos Aires también,
pero solo lograron parar la cosa por un tiempito.
-¿Y vos no podías comprar tu propia tierra?
-Hacían falta préstamos que sólo les daban a los ricos, la ma-
yoría gente de afuera, profesionales muchos, aunque de trabajar la
tierra no supieran ni la «a». Una tal Sociedad Riojana, donde se decía
que estaba metido hasta el hijo del interventor, se apoderaron de tres
parcelas, o sea como quince mil hectáreas. Por dar uno de tantos
ejemplos.
-La cosa es más grave todavía en este momento Juan, porque
una sola persona, de la provincia de Córdoba, está a punto de adue-
ñarse de una merced de cincuenta mil hectáreas.
-La merced de La Chimenea tiene esa extensión; dijo Juan sin-
tiendo que la bronca le encendía la sangre.
-Pero para consuelo tuyo te cuento que hemos sabido por algo
que un día se le escapó al obispo ante un amigo de aquí, que él y dos
sacerdotes de Chamical andan hablando con la gente moviéndolos a
que defiendan sus derechos.
Y aquí se terminó la conversación pues de inmediato dispuso
regresar, no sin antes pasar por la iglesia y estarse un rato hincado, sin
hablar, ante la Virgen de Andacollo.
Volvió por Villa Castelli, por Villa Unión, cruzando la bella
Cuesta de Miranda, dispuesto a dejar su familia en un pueblito del
oeste.
Obras Completas 515

En Los Tambillos lo enteraron de que dos sacerdotes y el obis-


po habían sido asesinados -Carlos de Dios Murias, Gabriel
Longueville, Enrique Angelelli-. Sus vidas tuvieron un precio, el de
cincuenta mil hectáreas, y un nombre. La Chimenea. Y el de una Pas-
toral: la de los pobres.
Las primeras luces de la mañana lo descubrieron en una finca
de Sañogasta, bajo la frescura de sus nogales, contemplando el ama-
necer que daba un tinte rosado a las nieves de la Mejicana, cuando
una bandada de plomos se le posó en el pecho, en momentos en que
un motor partía perdiéndose en las sinuosidades de la calle larga del
pueblo.
Cayó, ni sin antes sentir que desde su corazón, donde llevaba
el rastro del guanaco, partía un relincho que hacía temblar las nieves
eternas, en ese momento rosadas, del Famatina, y a ese tiempo que
separaba al descuartizado cacique Coronilla del desnucado obispo
de Punta de los Llanos.
Lentamente se tumbó, viendo cómo su sangre pintaba las pri-
meras nueces que esa noche habían caído al suelo. Y se murió pen-
sando que pronto comenzaría la cosecha de la nuez.
516 Héctor David Gatica

LAS MUERTES DE PEDRO BERON


Obras Completas 517

La tabeada y la carrera

-Señor, ¡se le va el caballo!


-¡El Pedro! Vos siempre con las tuyas. Rio Vicente Llanos.
Y era así nomás. Pedro Berón vivía acuñando sus decires de
boliche en boliche, por eso, asomándose nuevamente a la puerta re-
pitió: -Señor, ¡se le va el caballo! Bien sabía él que muy pronto ese
dicho sería una especie de moneda que chicos y grandes la harían
circular, porque su palabra acumulaba magia y se iba transmitiendo
de boca en boca y de pago en pago.
-¡Qué sudado que está tu pingo, Pedro!
-También, cinco leguas sin tirarle las riendas.
-¿Dónde has andado? -preguntó Vicente alcanzándole la taba-
quera.
-Anduve por Bajo Hondo cavando un pozo balde.
Vicente lo invitó a que fuesen a tomar una vuelta.
Villa Nidia estaba de fiesta aquella tarde. Un calor rajante le
pegaba al campo y a los setecientos lagartos que arrastraban sus co-
las sobre la tierra encendida.
Por más que se hallaba enterrada en arena y tapada con bolsas
arpilleras mojadas, la cerveza más bien parecía caldo envasado. Pero
para sus bocas acostumbradas a las aguas calientes y espesas de las
represas en agote, era trago flor.
La gente iba apeándose. Se veían varios caballos con la cincha
floja atados por distintas partes. Los primeros en llegar fueron los
Llanos y los Morán de Santa Rosa y la Estrella, los Ruarte de la
Media Luna y don Mamerto Fernández con doña Sofía, don Mamer-
to que sabía tocar la guitarra y cantar cuando se encopaba: «y eran
dos que se querían, Mamerto con la Sofía».
-Señor, se le va el caballo; dijo Pedro Mirando de reojo los
ciento diez kilos de doña Juana Flores que se hallaba en cuclillas
518 Héctor David Gatica

fritando empanadas.
Nada se salvaba de esos ojos felinos. Daba gusto verlo jugar al
truco a la débil luz de un farol kerosenero, la boina volcada sobre las
cejas al acecho de una seña. Además parecía que atravesaba las car-
tas con su mirada punteaguda.
A una niña de la Reserva se le voló la pollera al saltar de las
ancas del caballo de Ramón Gauna.
Se acercaron a la cancha. Una botella de vino circulaba de
boca en boca, cosa que a Vicente no lo disgustó. Tiraban la taba al
rayo del sol; ahí llegó Ramón Gauna, se escupió las manos, las restre-
gó contra el suelo y alzó el hueso calzado.
Levantando una polvareda pegajosa pasaron algunos hombres
de La Gloria, ataron sus caballos a una tusca y les aflojaron el pegual.
Las bestias estaban bañadas en un sudor espeso que les corría por
las paletas y las verijas.
Don Oscar, un hombre menudo de dientes grandes, fue el últi-
mo en apearse.
-Cien pesos a la espera gritó Vicente cuando vio que Pedro se
colocó en la otra punta de la cancha.
-¡Pago esa bulla! -respondió don Oscar mostrando los dien-
tes-.
Gauna dejó de revolearla y tiró, acompañando el movimiento
con el brazo en alto y ésta picó y comenzó a rodar. La pisada de una
alpargata cayó firme sobre la taba -antes de que la ganara otro- y una
voz gritó ¡culo! Era Pedro.
Se cruzaron varias jugadas. Algunos hombres, sacándose el
sombrero, se pasaron el pañuelo por la frente y el cuello, el sudor
brillaba en los rostros oscuros, parecía que Dios quería fritarlos esa
tarde, igual que doña Juana a sus pasteles orejudos.
Pedro no le dio más soga al asunto -como en todo lo suyo-,
tiró de vuelta y media y esperó seguro. La taba quedó muda en el
Obras Completas 519

queso de barro.
-Va a tener que buscar una pala para desenterrarla -le gritó a
don Oscar, que era el que esperaba y se vio claramente que al
hombrecito de los dientes grandes y amarillos no le gustó la broma.
Ahora llegaba gente de la Cañada -los Albelo, los Guardia, los
Soria- y la tabeada se fue encendiendo cada vez más. Nada podía
ser tibio a esta hora. Todo estaba como el tufo de doña Juana Flores
junto al fuego, que en ese momento levantaba el delantal y se lo pasa-
ba por el cuello.
-¡Echate pa degollate! -dijo Pedro y se acercó a cobrarle un
tiro a don Oscar, pero éste había comenzado a jugar «de arbolito»,
por eso dejó escapar aquello de vos sos un atrevido y un tramposo y
yo te voy a enseñar a respetar. Y ya andaba su cuchillo abriéndole
tajos a la tarde y cortando pedazos de sol.
Ramón Gauna, Vicente Llanos, Berna Miranda y otros forma-
ron una especie de cerco. Pedro esperó sin moverse desde donde
reclamó el pago de su tiro.
La taba en tanto permanecía fija testimoniando su puño certe-
ro. Lo único que hizo fue echarse la boina un poco para atrás -nunca
lo vi a Pedro con sombrero- dejando toda entera al descubierto su
enorme frente, tenía el cuchillo empuñado y se mostraba tan sereno
como si fuese a probar un tiro de taba.
Don Oscar daba saltos poderosos hundiéndole el cuchillo al
aire quemante y quieto. Su mujer entraba a la rueda a trancos pesa-
dos haciendo trastabillar a dos hombres del cerco. Y ahí anduvo de
un lado para otro procurando atrapar a su marido.
Pedro, que sabía como se maneja un cuchillo en las buenas y
en las malas, empezó a sentirse molesto, por eso fue que sin mayores
miramientos le dejó caer un planazo en la frente, con tan poca suerte
que lo echó encima de su mujer haciendo rodar a ambos por la tierra
caliente.
520 Héctor David Gatica

A ella no le costó poco trabajo enderezar su voluminosa es-


tampa, miró primero el cuchillo de Berón y luego la frente de su ma-
rido donde comenzaba a asomar un chichón. Lo dio vuelta de un
manotazo, alzó el sombrero, se lo puso en la nuca y se fue a hacerle
compañía a los pasteles de doña Juana.
-Echate pa degollate -volvió a decir Pedro mirando a los pre-
sentes y poniéndose otra vez la boina sobre la frente.
La taba en las manos del pocero siguió echando clavadas de
vuelta y media.
Y cuando todos se trasladaron a la cancha de los caballos, ahí
se quedó don Oscar fritando ronquidos en el aire de fuego y tirando
piedritas con «las narices», como iguana que está echada en un are-
nal.
Ya los corredores se habían pesado y en ese momento saca-
ban los caballos de la pesebrera. Corría un zaino de Pablo Guardia
con un canario de La Porfia.
Los jinetes saltaron sobre sus montas y cada uno por su lado
dio un galope a todo el largo de la cancha.
Las primeras apuestas se cruzaron.
Colocaron los rayeros, y el juez hizo flamear un pañuelo.
Hubo una primera partida y las apuestas aumentaron.
Los corredores se tenían respeto y ninguno quería dar ventaja.
Ya iban doce partidas y era evidente que no deseaban igualar.
Era juez don Atalivar Zalazar, maestro y dueño de El Abra,
gran conocedor del Reglamento de Carreras de La Rioja, que en su
artículo 3º decía: «La primera función de los árbitros será el nombramiento
de un tercero, y si no se avinieran en este nombramiento, él será hecho por el
Intendente Municipal de la Capital y por el Teniente de Policía en los distri-
tos...»
Don Zalazar les llamó seriamente la atención y amenazó con
acortarles las partidas y hasta con largarlos de sobreparado.
Obras Completas 521

El artículo decía: «El convite para largar la carrera se hará y se acep-


tará con la voz «vamos» y el azote, lo que no se entenderá suplido con ningu-
na otra señal, debiendo en caso de aceptación contestarse en el acto de la
misma manera».
-¡Tengo quinientos pesos al zaino y la doy puesta ganada al
cuadril!
-Mal pálpito che Vicente; si gana, será cuando más a las pale-
tas.
Uno de los caballos se desbocó y casi pisa a las mujeres.
-Señor, ¡se le va el caballo! -le gritó Pedro a Clemente Albelo,
corredor del zaino.
Un solo árbol había cerca y ahí se amontonaban las damas,
alegría en el colorido de las faldas para los ojos machos de aquella
comarca. El sudor se mezclaba con la tierra que levantaban bestias y
hombres, apostadores de un tiempo de hachadas y cabríos.
Los caballos tascaban los frenos de ganas de correr, el más
mañero era Clemente Albelo, que tenía orden de no largar.
Contaba con que su caballo sería de más aguante; pero al pa-
recer se desengañó y su dueño le hizo señas que largara.
-Carajo, dijo Gauna; no dan lugar a que les bajemos los cueros
a otros matungos.
Los caballos venían esta vez «en buena proporción» y don
Atalivar Zalazar les bajó la bandera.
-¡Se vinieron! Fue la voz que corrió de una a la otra punta de la
cancha. Las espuelas se hundieron sin asco y brotaron cardenalitos.
Las fustas también cayeron sin compasión sobre las ancas sudorosas,
sacándole pelos a los últimos rayos del sol.
-Qué paliza, gritó Vicente; parece una manga de piedra.
Los jinetes, en pelo, regresaron al tranco hasta cerca de la raya.
No se podía desmontar pues se pierde la carrera. Las partes intere-
sadas también se hicieron presentes.
522 Héctor David Gatica

-Ganó el zaino al fiador- fue la sentencia.


El revuelo vino en el acto. Guachas, taleros, pellones comenza-
ron a sacudirse. Unos montaban, otros se desmontaban o caían. Al
comisario le hicieron volar el revólver de un talerazo.
Hasta que al fin se aquietó la fiesta de rebencazos, aunque las
palabras grandes seguían cayendo y mezclándose en el polvo. La
causa: la gente perdedora no estaba conforme con el fallo. Uno de los
más garroteados fue Vicente, por zonzo, según le dijo Pedro.
-Hay que saber ralearse amigo y esperar solo y no quedarse
amontonado como bosta de cojudo.
Los ánimos se fueron calmando y el crepúsculo vino a todo
galope a rayar en los portones de Villa Nidia.

El baile y doña Delia

Comenzaron a llegar sulkys con mujeres muy bien puestas para


el baile. A lo largo de la calle había numerosos caballos atados a los
postes del alambrado.
No se podía negar que Villa Nidia se hallaba de fiesta.
El baile era en la escuela a beneficio de la cooperadora, lo cual
estaba terminantemente prohibido por el Consejo de Educación; pero
que, de todos modos, se hacía igual en las escuelas de campaña,
único lugar donde podía albergarse a más gente, contando con la
comodidad de los bancos como asiento, de los escritorios para mos-
trador del bar y de los tablones para comedor.
Los bancos se veían puestos en un gran círculo y todo el patio
regado de la escuela hacia de pista; un aula servía de cocina y las
otras dos de comedor, donde se podía pedir un cabrito entero, un
lechón, una gallina, un pavo, un pato. Y de postre flan de huevos
Obras Completas 523

caseros o algún dulce, también casero.


La gente venía de leguas y traía enancada hambre, sed y ganas
de amar.
Era la fiesta del año. Las otras que se realizaban muy seguido
en los ranchos del vecindario juntaban muy poca concurrencia y ser-
vían para rifar alguna cabeza de lechón, unas cabezadas, dar «vuelta
al horcón», echar unos tragos, un par de peleas y oír en una vitrola
antigua, discos muy rayados.
No había pues en el resto del año ocasión para conversar a
gusto con las mujeres, con los amigos. A causa de esta falta de con-
tacto, las noches oscuras ocultaban el amor entre los pichanales y
más de una hija regalona aparecía con premio -o bien se la llevaban
en ancas- y a la hora de los gallos ocurrían cosas que el padre ni la
madre no se explicaban y que sólo se convencían cuando aquellos
cantos de gallos parían llantos de nietos a la débil luz de una vela.
Era la fiesta del año, por eso aquella noche los muchachos fu-
maban y reían mientras las damas iban tomando asiento a la redonda.
La Dominga estaba toda amarilla como flor de pichana. No era
menos la Justa con los aritos y esa peineta azul. No había pago que
no estuviera representado esa noche por muchas leguas al contorno.
A los hombres se los veía trajeados y con zapatos, ese traje y
esos zapatos que se ponían una o dos veces al año. Los menos, como
don Honorio Arabel, don Angel Garay y otros pocos, de bombacha,
rastra y botas. Muchos armados, con revólver o cuchillo.
La victrola -RCA Víctor- comenzó a funcionar y se oyeron los
primeros valses: Lágrimas y sonrisas, Ciudad de Córdoba, El aero-
plano; algunas rancheras: La mentirosa, Debajo del parral; Afilador,
tangos que hacían cosquillitas en el corazón: El choclo, Mano a mano,
Nueve de Julio, pasodobles y milongas.
Ninguno se animaba a romper el miedo. Fue Vicente Llanos el
corajudo, que salió a bailar con su mujer, la Ignacia.
524 Héctor David Gatica

La cosa después ya fue más fácil y la pista -o el patio de la


escuela- se llenó de parejas. Si hasta el compadre Félix Maldonado
salió a sacudir las alpargatas en una ranchera repiqueteada a puro
talón. Como la gozaba bailando con doña Juana, entusiasmo y abran
cancha.
Sentada cerca de la música y de una bolsita a lunares hasta la
boca con bolillas, se hallaba la directora de la escuela, doña Delia,
que cerca de medio siglo había estado al frente de aquella casa, mu-
chos años con doble turno, directora y maestra a la vez, y que seguía
al lado de la juventud -ex alumnos- y de los nuevos niños que se irían
sumando. Todos se sentían hijos suyos y la querían y respetaban casi
con devoción. Habían sido alumnos los primeros, después los hijos y
los nietos continuaron bajo su tutela. Pedro la vio y fue a saludarla,
con la boina en la mano, era la única persona en el mundo ante quien
se descubría. El recordaba que en su tiempo asistían muchachos
grandes, casi hombres, y que una vez a él le había quitado un cuchillo
y tirado de las orejas, pues su juegos favoritos eran las «vistiadas».
La pista se hallaba iluminada con faroles y no menos de 300
personas habían ido a saludar a doña Delia esa noche.
Se vendía bastante cerveza y naranjada, pastillas para quitar el
tufo y convidar a las niñas, caramelos y cigarrillos. Las mujeres no
fumaban.
Don Oscar, ya recuperado del planazo y la curda, se paró a un
costado mirando atentamente el baile.
Vaya si habrá para comentar, porque después que pasaba la
fiesta, por muchos días se la seguía comentando, las peleas en primer
término, como estuvieron atendidos, si sobró o faltó comida, si co-
braron caro, las nuevas parejas de novios que se vieron y como algu-
na vieja arisca le echó tierra a las más jóvenes en una cueca.
A Pedro Berón le hubiese gustado ponerse a jugar al monte y
apostar la noche a las cuarenta; taparía la sota con la mitad de un
Obras Completas 525

pozo balde por lo menos; mas en la escuela estaban prohibidas las


jugadas, por eso lo invitó a Vicente que fueran al comedor y pidió un
chivo con chanfaina.
Las niñas más buenas mozas y dispuestas andaban ofreciendo
los últimos números de la rifa que aún no se había completado.
La Dominga entró y Pedro la convidó con una costilla de ca-
brito, le compró un par de números y no resistió a la tentación de
tocarle la pierna.
-Lo que se ha hecho pa tocar no hay que andarlo mezquinando,
dijo, y se le cuadró nuevamente a una paleta.
Afuera, el disco terminó y se golpearon las manos las parejas
para que fuera repetido. Así se hizo, después pararon la música y
comenzó el sorteo. La camisa al primer número, la cacerola a los
cien, la plancha a los trescientos, a los quinientos los zapatos y al
último un sombrero marca Flexil. Seguro que cuando ya faltaran unas
pocas bolillas se iban a asociar los finalistas. Daba gusto escuchar
cada nombre cantado, ahí también estaban representados todos los
puestos y pueblos más cercanos.
Vicente había mandado tanto cabrito y vino por el esófago que
se durmió en la silla. Por cierto que se alcanzó a enterar que Gauna
sacó la camisa, que era el primer premio. Los restantes se hallaban a
demasiados ronquidos de distancia.
Cuando Berna Miranda, que hacía de mozo, vino a recoger los
huesos y a traer la cuenta, Pedro amasaba un montón de billetes hasta
estrujarlos y hacía crujir los dientes, esos dientes que tenían potencia
hasta para romper una piedra y que tantas veces, masticaron la tosca
en el fondo de los pozobaldes cuando ya las cuñas de acero se le
caían de las manos sin poder llegar al agua.
Berna Miranda desdobló los billetes y se cobró la cuenta.
Las manos callosas y firmes de Pedro tomaron lo restante y lo
volvieron a amasar como si quisieran hacer tortilla toda la ganancia de
526 Héctor David Gatica

su trabajo.
Apretó un rato más su dinero y lo echó luego al bolsillo sin
ningún cuidado; era el pago de setenta días de cavarle el ombligo a la
tierra para arrancarle el agua.
Dejó a Vicente roncando bajo la mesa y acercándose a la puerta
miró hacia la galería, doña Delia ya no estaba, se alegró, le hubiera
dado vergüenza pasar borracho delante suyo; pero por otra parte le
hubiera gustado ir a pedirle disculpas, seguro que con una sonrisa le
iba a decir que ya no tomara más y que se fuera a cuidar a la Petrona,
su mujer, y a la Teresita, su hija. Sintió entonces un poco de pena.
Aún quedaban muchas personas y sin dudas seguirían bailando
hasta que aclarara, saliera el sol y se volviera a entrar.
Cruzó por entre las parejas, se acercó a la calle y se puso a
orinar en un poste de retamo al compás del tango. La Cumparcita,
orinó mucho rato al punto de parecerle que el agua de todos los po-
zos que el cavó, la estaba volcando sobre aquel poste y hasta se
preocupó pensando en una inundación de orines suyos, que ya em-
pezaba a llegarle a los pies pues los sintió mojados. Sin dudas su vida
debía de ser un pozo muy profundo de cuyas aguas habían bebido
todos los que en ese momento estaban bailando.
Acomodó las caronas a su caballo, le ajustó bien la cincha y
salió al tranco, muy silenciosamente. En ese momento tocaban el vals
Desde el Alma.
Habría andado unos cien metros cuando descargó todos los
pulmones en un poderoso grito, nada más que un grito de borracho,
de un pobre infeliz que no sabe como divertirse decentemente en una
reunión.
Y le colgó las riendas al animal perdiéndose al galope en la
fiesta de la noche.
Obras Completas 527

El pozo balde y la Petrona

Había tirado de las riendas a su caballo y ahora iba al tranco.


Pronto comenzaría a aclarar.
No sé por qué la madrugada le empezó a poner recuerdos
sobre el apero, a lo mejor el camino tan familiar por donde otro ano-
checer llevó en ancas a la Petrona. El le había dicho dejate robar, tu
tata no va a querer que nos casemos, además no hay registro civil ni
cura, ese galope de buscar la bendición de Dios tan lejos lo ahorra-
mos en mi rancho. Y en cuanto al acta de casamiento, qué mejor
documento que vivir juntos cinchando parejo y haciendo venir los
hijos.
-¡Y qué va a decir la gente!
-Pal año ya no se van ni acordar.
-La mama me va maldecir.
-Pal tiempo nos va querer más que a los otros.
Con miedo y todo la Petrona le dijo que la buscara un sábado
por la noche, un 20 de agosto en que la luna iba a salir muy tarde, ella
estaría aguardándolo en el alambrado que hace esquina con el campo
de Las Latas.
Se acordó que esa noche traía con ella un atadito, subió en las
ancas -entonces tenía un pangaré- y salieron al tranco hasta alejarse
un poco. Al tiempo se enteró que el padre echó de menos a la hija y
salió a buscarla con los muchachos. En cuanto comenzaba a levantar-
se la luna siguieron los rastros hasta cierto punto, ahí desaparecían las
pisadas de ella, justo donde el alambrado hace esquina con el potrero
de Las Latas. Seguían las pisadas de un caballo herrado y el único
que por esos lados herraba era él, que había subido a La Sierra de las
Minas. Eso lo sabían los Tello. Enfrenaron entonces unos balderos
que tenían en el corral y en pelo lo siguieron por la calle arenosa y
larga, era fácil seguirlo porque en ningún momento trató de ocultar las
528 Héctor David Gatica

huellas.
Junto a un algarrobo grande se detuvieron, comprobando que
el pangaré había trillado alrededor de una brea dejando orines y bos-
tas amontonadas.
Nada dijeron, dieron la vuelta callados y regresaron pensando
en las bostas del pangaré.
En esos recuerdos se hallaba cuando vio aparecer el rancho,
los perros lo reconocieron a la distancia y salieron a encontrarlo, sal-
tando por morderle los estribos.
Ya había fuego en la cocina. El vientre abultado de su mujer
hacía sombra contra el quinchado, de seguro un varón que lo reem-
plazaría cuando sus manos ya no pudieran tocarle el corazón a la
tierra.
-Según parece se llenó el noque.
-Y por cierto que no hay ser porque el viento se me ganó bajo
la pollera.
-¿Y la Teresita?
-Está durmiendo
-¿Todavía le dura el agua a la represa?
-Hace más de mes que estamos baldiando.
-Tengo un sueño...
-Vamos a aprovechar de sacar agua temprano así el sol no te
amodorra. Tomá unos mates mientras yo traigo el baldero.
Y secate esas alpargatas; ni que te las hubieras miado.
Fue a ver a la hija, estaba dormidita en un rincón sobre un
cuero de vaca y envuelta en un jergón. La miró un momento, tomó
unos mates y salió a ponerle el recado al animal.
Luego se fue hasta la tirada colocando el gancho en la argolla
de la cincha mientras su mujer descolgaba el noque.
Cuando él estuvo montado ella echó el cuero al pozo tirando
de la soga con una mano y con la otra afirmándose en los palos que
Obras Completas 529

sostenían la roldana.
Pedro se fue acercando por la tirada, llegó bien contra el cerco
que separaba del brocal y ella movió la soga para que el noque se
hundiera en el agua y saliera bien lleno. El animal dio media vuelta y
empezó a caminar. Cuando iba llegando a la punta de la tirada un
silbido de la mujer le anunció que el noque había salido y que debía
dar la vuelta aflojando la soga, ella lo tomó y apoyando el aro de
hierro en el borde de la pileta dejó caer la panzada de agua que traía
el cuero.
Era para no creer, parecía mentira que habiendo tanta sequía
acostada sobre los montes pudiera salir esa agua limpia y fresca de
una tierra reseca y mortecina. El miró desde el otro extremo y capujó
el pensamiento de su mujer, esa mujer oscura y fea tenía la misma
hermosura y frescura por dentro, tierra donde él había cavado el amor
que ahora refrescaba su vida, si hasta la barriga de ella se parecía en
ese momento al noque, que de aquí a dos meses se iba a llenar y a
desocupar, era como tirar una soga de nueve meses y tendrían otro
hijo. Siempre que la soga no se cortara antes de que el noque saliera
del pozo; este último pensamiento, no sé por qué, lo hizo estremecer-
se.
Ya habían baldeado más de dos horas cuando ella tuvo la sen-
sación de que ese cambio de aire que se producía al entrar y salir el
noque no le estaba haciendo bien, sintió como si el hijo se moviera
pateándole el cuero tirante del ombligo. Se lo dijo a él y no quiso
recibir más agua, dejó el noque a un costado y se fue a la casa.
Pedro desenganchó la soga, ató con pedazos de corriones y
terrones de tosca algunos agujeros que se le habían abierto al cuero y
lo colocó en la punta de un palo como un gran sombrero, dio de
beber al baldero, lo desensilló y se fue luego para el rancho.
La Petrona no había alcanzado a llegar al catre, caída de espal-
das echaba espuma por la boca, mientras el vientre hinchado le tirita-
530 Héctor David Gatica

ba lo mismo que a una yegua que la han hecho correr preñada.


La alzó al catre, le puso un poncho encima y miró hacia el
rincón. La Teresita ya no estaba ahí.
Ensilló rápido y salió al galope, dos leguas quedaban hasta Vi-
lla Nidia, único lugar donde podía conseguir algún remedio. Pensar
en médico, imposible, el pueblo más cercano donde había hospital
era Chepes y estaba a más de cien kilómetros. De paso, le dejó dicho
a don Martín, su suegro, que se acarreara hasta su rancho.
A las dos horas estaba de vuelta. El rostro de la Petrona se
había oscurecido aún más y su vientre parecía que iba a partirse, pero
ya no tiritaba. No hizo falta que le explicaran nada, salió en silencio y

Xilografía de Pedro Molina

Hoy no tendrás que abrir la boca al pozo balde para que


venga el día desde abajo. (De Memoria de Los Llanos)
Obras Completas 531

se afirmó en un poste, ahí se quedó inmóvil mientras el sol le atravesa-


ba los sesos. Ahí estuvo toda la tarde.
Había que ir nuevamente a Villa Nidia, a lo de don Celso, esta
vez a buscar un par de botellas de aguardiente y un poco de tablas,
clavos, velas y lienzo para la mortaja. Y dos metros de tela negra para
el vestido de luto de la Teresita.
Don Oscar -el del planazo- se encargó de eso. También ya
habían llegado Vicente, Berna, Gauna, Clemente Albelo. Todo el ve-
cindario iría sin dudas a pasar la noche junto a la muerta, haciéndole
compañía al dolor de Pedro.
Fue Vicente Llanos quien lo sacó de junto a aquel poste donde
se había quedado afirmado la tarde entera, tan tieso como el mismo
palo. En ese momento tomó el martillo un hombre muy servicial lla-
mado Felipe Cabañez, que comenzó a clavar las tablas. Pedro le
pidió que fabricara un cajón más alto que largo, de manera que pu-
diera estar bien cómodo el vientre de su mujer y el hijo querido que
tenía adentro.
La cruz la hizo Gauna con las mejores tablas que trajo don
Oscar.
Mientras clavaban el cajón, estuvo pensando en esa mañana,
cuando sacaban agua.
Esta vez se había cortado la soga antes de que el noque saliera
del pozo.

La ternera y el viento

Me lo dijo a mí y yo me quedé mostrando una sonrisa de


incredulidad que se me endureció en los labios por la tierra flotante, y
como él no agregara nada más debí preguntárselo.
En esos meses de agosto en adelante y así hasta fin de año, el
532 Héctor David Gatica

viento se enloquece en los llanos de La Rioja. Comienza poco des-


pués de la salida del sol y a eso de las once es una polvareda que de
ratos no deja ver ni a medio metro. Nubes de tierra pegando con
piedritas y metiendo el médano por todas partes, hasta que al atarde-
cer comienza a detenerse para regalar un crepúsculo calmo, de un
color blanquecino pardo, que es hermoso porque da una sensación
de convalescencia. Al otro día seguirá corriendo y así por semanas.
Lo vi cuando estuvo casi sobre mi, más que verlo lo sentí por-
que pegó un golpe fenomenal en los guardamontes de cuero
frenándome el caballo en la nariz.
-¡Lindo día, amigo! -me había gritado para que pudiera sentir-
lo.
-¿Y lindo día para qué? -le repliqué.
-Para borrar los rastros -dijo y dando una risotada espoleó el
caballo y siguió al galope.
Quedé pensando en su picardía y al volver mis ojos sobre el
camino vi que el viento ya había tapado los rastros del caballo des-
alojando toda posibilidad de rastreo.
Lo vio venir a Vicente y lo esquivó, debía de andar buscando
las cabras.
Pasó por detrás de la casa de Gauna. En la cocina de quincha
el viento se estiraba y pasaba por entre las ramas secas, para terminar
jugando con las enaguas de brin de la Felipa, que se hallaba soplando
el fuego.
Un poco más allá vio a los niños de Berna tirados de panza en
una senda jugando sobre la arena.
Salió del camino y tomó hacia el norte rompiendo unos cercos.
Las pichanas se movían y rascaban el suelo con sus ramas más bajas.
Todo el campo se movía sacudido por el viento norte.
Se apeó junto a una tusca y le ajustó bien la cincha al caballo,
por las dudas hubiera que sacarlo a la rastra al viento de abajo de los
Obras Completas 533

algarrobos.
Volvió a montar y desató el trenzado abriéndolo en una gran
armada; sabía que en ese bajo, oculta entre los montes, pastaba una
ternera. Se colocó del lado del viento y pegó un fuerte golpe con la
guacha sobre los guardamontes y largó un grito que hizo ladear las
jarillas, dando un rodeo a todo galope. No tenía necesidad de corra-
les ni de atajos para enlazar un arisco, lo demostró una vez más cuan-
do su lazo ciñó el pescuezo colorado del viento de ese día. El caballo
resistió bien el tirón y un montón de pelos y balidos rodaron por el
suelo.
Sonrió al ver la marca. También a él le habían puesto la marca
muchas veces, lo marcaron cada vez que le pagaron su trabajo; cuan-
do pidió plata adelantada para comprarle las alpargatas a la Teresita.
Hasta cuando le dieron tablas para que pudiera enterrarla como la
gente a su mujer. Si antes de que lo parieran ya lo habían marcado a
ser hijo del viento, de este viento que él conocía como a su único
padre y que ahora le borraría los rastros para que nadie se enterara
de su pecado.
¿Y si lo descubrían? Total si la única libertad que el hombre
puede tener la había sepultado cavando la tierra como las vizcachas a
lo largo de toda su vida.
De un solo golpe de cuchillo desapareció la señal de su ternera,
echó lo que pudo en una bolsa y cortó por entre el monte cuidando
que nadie pudiera verlo.
El viento quebraba ramas y tiraba médano igualando altos y
bajos, tapando con gran ternura todo lo que podía, en especial los
rastros del caballo de Pedro.
Lindo día, pensó otra vez.
534 Héctor David Gatica

La Teresita y el pozo balde

La Teresita estaba jugando a su lado mientras él trenzaba unos


lazos, una soga para reemplazar a la otra que ya se volvía peligrosa.
Estuvo pensando si la vida era una trenza a la cual estábamos
atados y si uno mismo la iba alargando o acortando, si de esa trenza
se encargaba uno de elegir y cortar el cuero, sobarlo, hacer el trenza-
do, o si ya venía lista para que nada más nos mantuviéramos sujetos a
ella mientras descendíamos al pozo que cada cual debía cavar. De ser
esto último, si había que tomarse sin más ni más a esa soga, o si la
podría cortar de un solo tajo de cuchillo.
A veces le parecía que la libreta del cantinero no era más que
un corrión de esas sogas, que el trabajo suyo de pozos tan hondos y
pagas tan pandas era otro corrión de la misma soga; que los dueños
de todos esos campos donde él enteraba días al galope para cruzar-
los, se le antojaba, eran otro corrión más largo todavía. El testuz de
los novillos que enlazó en toda su vida y el curampín con el cual les
sacó los gusanos de las embichaduras, o las marcas con las que había
quemado tantos terneros y que no fueron ciertamente suyos, le pare-
cía que daban más cuero como para otro corrión.
En cambio cuando se alzaba un pedo de esos que le hacían
crujir los dientes, se le ocurría que se ponía a morder esa trenza y que
hasta en algo la jodía; por eso los hacía crujir con más ganas.
La Teresita le atajó la filosofía mientras trenzaba y se la atajó
de un solo golpe, la hizo polvo contra el suelo porque tirando con
bronca un pedazo de torta dura se fue sin protestar, a trancos cortos,
a la casa del abuelo Martín.
Pedro dejó el lazo, alzó el hacha y se fue a cercar portillos.
Todo oficio campero sintió alguna vez la dureza de la mano
suya, pues cuando había que cercar, hachar, domar, arar, alambrar,
arrear, carnear, a nada le sacaba el bulto.
Obras Completas 535

Desde el mediodía que el hacha empezó a caer sobre el silen-


cio del campo volteando montes y raleando sombras. Y las ramas
espinudas y flexibles rebotaban y se adherían a medida que eran cas-
tigadas fuertemente contra el cerco, haciendo de los portillos una
muralla vegetal, trenzado que no permitiría paso ni al viento.
Un galope le detuvo el aliento, levantó la boina volcada sobre
la frente y se quedó esperando. Por una picada asomaba en ese mo-
mento su suegro a todo galope y no paró hasta echarle encima el
mancarrón.
-¡Malas noticias, Pedro!
-¿Qué pasa don Martín?
-¡La Teresita!
-¿Qué le ocurrió a la Teresita?
-¡Acaba de caerse al pozo balde!
Una cosa nunca venida antes sacudió las carnes del pocero y el
corazón se le cayó a los pies, igualito que cuando a un noque lleno se
le corta la soga al llegar al brocal. Quizás había palidecido por prime-
ra vez, se notó como en el aire.
-Andaba jugando y en un descuido se desbarrancó, la alcanzó
a ver la Josefa que en ese momento estaba entregando en el chiquero.
Y cuando juimos...
Las palabras asustadas de don Martín lo volvieron en sí, se
agachó como para alzar el corazón que se le había caído al polvo y de
un salto estuvo en las ancas, saliendo a todo lo que el baldero daba.
Al acercarse vieron que doña Josefa maniobraba un espejo,
aprovechando el sol inclinado, para iluminar el fondo negro del pozo.
Pedro arrancó, de un zarpazo, un garrote del cerco y de un
tirón se sacó el cinto y lo ató sobre el arco del noque para que le
sirviera de asiento.
Don Martín, sin bajarse, se fue a todo trote hasta la punta de la
tirada, ajustó fuerte la cincha y enganchó la soga. Al lado estaba su
536 Héctor David Gatica

mujer para prenderse ella también. El pocero se hallaba ya sentado


sobre el noque y comenzó el descenso. A mitad de la tirada el soguero
y doña Josefa apuraron el paso llevados por el peso en aumento del
pocero a medida que bajaba más el noque, doña Josefa casi se arras-
traba. En tanto, Pedro apretó los dientes y sonaron como cuando se
tomaba de más. El último tramo lo hicieron casi al trote.
El pocero se afirmó en un hueco del costado y esperó un mo-
mento; las manos de su suegra se volvieron luz reflejando con el es-
pejo los rayos del sol de julio. Las aguas estaban quietas y había algo
rojo sobre de ellas. Miró hacia arriba y vio en los costados, de trecho
en trecho, brillando marcas frescas de sangre, la Teresita había baja-
do rebotando de costado a costado, despedazándose en el descen-
so.
Entró su cuerpo en el agua con mucho cuidado, se habría hun-
dido hasta la cintura cuando sus pies tocaron algo blando, luego algo
más duro que se le ocurrió era la cabecita de ella, trató de pisar a un
costado y lo consiguió. Agachándose hundió sus manos y su rostro en
busca de la hija, tanteó unos cabellos flotantes y se agachó aún más
perdiéndose en el agua ensangrentada. Al palpar un temblor tibio se
hundió más todavía, metiendo las manos bajo una columna vertebral
sin consistencia y, enderezándose, sacó a flor de agua el cuerpo me-
nudo.
Le pareció que la pequeña había abierto la boca emitiendo un
quejido muy leve, casi como una brisa.
Pedazos de ropa y de carne faltaban de muchas partes. Pedro
quedó un momento quieto y en silencio mientras arriba, a doña Josefa
y a don Martín se les hacía nudo la espera. Alzando los ojos les gritó
que levantaran la soga y alcanzaran el jergón y el poncho. Y en tanto
esperaba el regreso del noque se llevó a la Teresita contra el pecho y
se afirmó en un costado del pozo. Le costaba mantenerse en pie,
nunca había sentido tan flojas las piernas, como si no aguantaran el
Obras Completas 537

peso de la hija muerta. Hubiera preferido quedarse toda la vida ahí,


pudriéndose en alma y huesos. Pero el cuero ya estaba de vuelta,
envolvió el cuerpecito en el jergón y luego en el poncho y lo echó al
noque gritándoles que lo levantaran con mucho cuidado. Sintió como
si la hija se alejara de él, lentamente, dejándolo abandonado en el
pozo; lloró. En el fondo de aquel socavón sólo Pedro Berón podía
consolar a Pedro Berón.
Al fin retiraron el cuerpo, hubo un momento de silencio y luego
el llanto sin ataduras de doña Josefa que llegó hasta él, rebotando de
costado en costado, tal cual había caído la Teresita. Y mientras ella se
lo llevaba al rancho, con su suegro emplearon el resto de la tarde en
agotar el pozo para que no quedara ni un pedazo de oreja, ni un
pedazo de nariz, ni un pedazo de nalga. Ni un cabello.
La última carne desgarrada en salir fue la del propio Pedro.
Sintió frío fuera, se había entrado el sol y comenzaba a helar.
Estaba totalmente empapado y así, goteando agua y dolor, se
fue hasta la cocina a secarse junto al fogón.
Don Martín salió a avisar a algunos vecinos y se llegó hasta
Villa Nidia a comprar clavos, tablas, velas, papel creep para las alas
del angelito y alguna bebida.
Fue llegando gente, las mujeres hicieron flores de papel. Cien
veces se había comentado ya la caída del angelito y la desgracia del
padre.
La luna se puso bien sobre el techo del rancho; desde aquel
cielo claro parecía el espejo de doña Josefa alumbrando un pozo muy
profundo y del ancho de todo el mundo.
Pedro estaba borracho, con una botella de aguardiente entre
las piernas. Sentado detrás de la casa apretaba fuertemente un peda-
zo de tosca, que él mismo le quitó alguna vez a las entrañas de la
tierra; sus manos se veían blancas, pero no blancas de ser blancas si
no blancas de gastadas, de luyirse, de encallecerse, de estar tanto
538 Héctor David Gatica

tiempo en contacto con la tosca.


Esas manos eran ya un pedazo de tosca que terminaba en de-
dos machucados y cabezones como martillos.
La helada, también blanca, enharinaba la noche. El agua de los
tarros comenzaba a congelarse. Nadie se animaba hacer compañía al
pocero, su terrible silencio alejaba. Su soledad de tosca era un recha-
zo blanco.
Estaba mudo, más mudo que la tierra, apretando los dientes y
haciéndolos crujir, mascando su destino.
Adentro, mientras tanto, con alitas y coronas, velaban la se-
gunda muerta suya.

La fiebre malta

Y Pedro cayó en desgracia, si es que desgracia no fue su pro-


pio nacimiento. El verano último había llovido poco y el invierno se
hacía muy largo y mezquino, una tierra como lana tizada flotaba sobre
los montes, en especial cerca de los caminos, notándose más al entrarse
el sol. Un solo animal que pasara levantaba más tierra que un tren,
que ese tren en el cual viajó alguna vez cuando probó suerte en las
cosechas de maíz en Santa Fe.
Salvo la represa de Nueva Esperanza, que casi siempre salía al
año, todas las demás se agotaron. Para peor no salió pasto y la ha-
cienda se moría por todas partes. Los campos blanqueaban sembra-
dos de esqueletos y habían comenzado a entrar unos camiones enor-
mes que se llevaban la hacienda, poco menos que regalada, a provin-
cias más ricas como Córdoba y La Pampa.
Pedro tuvo tanto trabajo como nunca y eso fue lo que lo perju-
dicó; las aguas bajaban cada vez más y había que desbarrar muchos
Obras Completas 539

pozos, hacerles nuevas cavas. Se envolvía el rabo con una bolsa arpi-
llera y descendía al fondo, ahí comenzaba a llenar noques y más noques
y éste, traído desde fuera, ascendía cargado y desde que salía hasta
que llegaba a flor de tierra, treinta, cuarenta, cincuenta metros, iba
largando barro que caía sobre el pocero, sobre su cabeza, en los
brazos, en los hombros, en el espinazo, en las piernas, en el cuello, en
la cara, en los oídos, en la boca, en la nariz y así todo el día y todos
los días. Si porque la sequía arrancaba mugidos a los vacunos y bali-
dos largos a las cabras.
La comida al mediodía se la mandaban por el noque; era peli-
groso salir, los vientos continuos lo podían flechar con una pulmonía.
Sólo subía al terminar la fajina diaria, en cuanto estaba fuera lo envol-
vían con un poncho y así se iba hasta la casa a sacarse un poco el
barro recibido en toda la jornada y a ponerse ropa seca.
Hasta los pensamientos se le habían embarrado. Cuando al-
guien hablaba de Dios él se lo representaba como un cuero pelado y
en forma de bolsa, largando barro sobre sus pestañas, o como un
gran pozo, el mismo Dios que había cerrado con muerte los ojos de
su mujer y de su hija. Alguna vez se acercó a la iglesia para las fiestas
patronales de la Virgen de la Candelaria, en un pueblito del norte de
San Luis, pero no entendía nada cuando el cura hablaba del pecado,
de ser honrado, de hacer la caridad, de amar a Dios, de no tomar
tanto vino ni trabajar en día domingo; si el vino era lo único que le
quitaba un poco el gusto a barro. Y eso de rezarle al barro que él
mismo sacaba y se echaba sobre los ojos no le parecía bien. ¿Y que
harían las cabras si un domingo dejaba de cavarles agua? Menos
entendía aún cuando hablaba del pecado. Posiblemente los únicos
que no cometían eso que llamaban pecado eran los que tenían buena
casa, buena cama, buena comida, buena ropa, hijos limpios, educa-
dos y bien alimentados, buena crianza y un Dios que seguramente no
era ni de barro ni de tosca.
540 Héctor David Gatica

El estar tanto metido en el agua, a veces hasta los tobillos, a


veces hasta las pantorrillas, a veces hasta la cintura, doblado sobre su
trabajo, le fue metiendo una soga de reumatismo en los huesos, el
dolor lo iba cavando cada vez más. Asimismo los riñones y la cintura
lo atacaban terriblemente por las noches. Para peor se le enancó la
fiebre malta, que de hacía algunos años, se iba ganando en los huesos
de la mayoría de los pobladores del sur de los llanos de La Rioja. No
tenía remedios, ni quien se los comprara. Estaba hecho un arco, los
calambres lo atacaban a cada momento y lo hacían gritar, y esa fie-
bre, y ese malestar.
Se encontraba abandonado y la única que se llegaba hasta el
rincón donde permanecía tirado, para alcanzarle un plato de guiso,
era su cuñada. Si la Petrona viviera... Si al menos la Teresita... El
último lazo que lo ataba a este mundo era la soga con que solía bajar
al fondo de la tierra, que de tenerla a mano y poder moverse se la
hubiera echado al cuello para que nadie los pudiera separar.
Ya nada en él tenía agua porque se estaba secando por todos
lados, él, que tantas veces dio de beber, ahora comenzaba a sentirse
tierra seca, noque arrugado y lleno de agujeros por donde se le esca-
paba la vida, pozo oscuro y abandonado poblado de víboras que le
culebreaban por las carnes flacas mordiéndolo y envenenándolo. Y
se le antojaba que su corazón era una roldana vieja a punto de rajar-
se.
Seis meses llevaba ya y le parecía que no se levantaría nunca
más, cuando unos vecinos comedidos, los Leyes, le consiguieron los
remedios que lo aliviarían. Poco a poco se fue recuperando y hasta
supo ser agradecido con la cuñadita regalándole un hijo -que segura-
mente sería pocero-. Cuando ella le contó lo que estaba pasando se
dio cuenta que había llegado al agua y que seguía con su oficio de
cavador hasta en la postración.
No bien se volvió a sentir hombre recomenzó su tarea. Debía
Obras Completas 541

cavarle un pozo a Saúl Quinteros y otra vez enterró la pala internán-


dose poco a poco. Se sintió con fuerza suficiente para hacerle un
hueco más a la tierra.
Nunca había sentido lo que esta vez a medida que paleaba
tirando los cascotes por sobre el hombro. El sudor se le volvía barro
en todo el cuerpo. Cuando ya no pudo sacar la tierra por sus propios
brazos porque el pozo se le hacía muy hondo, comenzó a utilizar el
noque.
A los cuatro metros encontró napa de arena muy corrediza y
tuvo que ponerse a enmarcar, no fuera que algún desmoronamiento le
sepultara los días; utilizó madera de retamo.
Trabajaba con gran esmero, era como si estuviera enmarcando
su propia alma. Miró con el recuerdo hacia atrás y le pareció que
todos los días suyos estaban calzados por aquellos palos.
Siguió enmarcando y cavando, hasta que comenzó la tosca;
ahora entraba a funcionar el pico. Con cada golpe los músculos se
cimbraban casi hasta vibrar, el noque entraba y salía con más lentitud
levantando los profundos y pesados pensamientos de Pedro, pensa-
mientos que tenían la dureza de la tosca.
Ahora el pico ya no respondía y hubo que echar mano a la
pesada maza y las barretas; las cuñas de acero se quebraban en aque-
llas piedras, era como si estuviera rompiéndole la cabeza a la muerte.
Ese día apenas si avanzó unos centímetros.
Por las noches mientras dormía le temblaba el cuerpo. Qué
torpe y trémulo se notaba, tanto que al querer orinar se orinó los
dedos y no pudo menos que putiarse.
Sus manos continuaron rebotando por varios días y haciéndo-
se cada vez más parecidas a la tosca. La cintura le dolía mucho, po-
siblemente los riñones se le habían vuelto de tosca también. Escupió;
entre su saliva y esa tosca seca y gris no había diferencia. Le saltó de
esa tosca a los ojos y ni siquiera pestañeó, sus pupilas tenían la misma
542 Héctor David Gatica

dureza, la misma aspereza. Y de tosca era ese corazón que le golpea-


ba dentro rompiéndole silencios y sequedades, donde habitaba una
profunda soledad endurecida que ni a fuerza de barretas podrían abrír-
sela, porque estaba sellada con dos muertes. Soledad que la sentía
tan dura, que acaso se acercaba a una tercera. Tuvo la sensación de
estarse cavando su propia tumba.
El panorama comenzó a cambiar una tarde, la conformación en
el fondo del pozo era distinta. Una sonrisa rompió el endurecimiento
de la boca reseca humedeciéndolo por dentro.
Esa noche soñó que bajaba hacia un mundo húmedo y blanco,
que su existencia ya no era un pozo oscuro, profundo, quieto, falto de
aire sino un horizonte poblado de vientos, de vida, de ganas, había
tirado el taparrabos y tenía puesto un pantalón nuevecito y una cami-
sa blanca, sin una mancha de tierra ni de tosca ni de barro. Hasta
Dios era otro.
Por la mañana volvió a bajar al pozo. Saúl Quintero y toda su
familia estaban ahí, esperando que ese día les naciera agua a sus de-
seos.
Puso mayor empeño en la tarea, hasta le pareció que lo estaba
haciendo con cariño, como si forjara algo eterno para él, exclusiva-
mente para él, personal de él, lo primero que en toda su vida hacia
para sí y ese pensamiento lo hizo feliz. Cuánto tiempo que no experi-
mentaba ese gozo de sentirse algo, aunque más no fuera sentirse due-
ño de ese pozo.
Masticó un terrón de tosca, era cada vez más húmeda y ahora
comenzaba a mezclarse con arena. Ay la arena, esa delicia capaz de
hacer alegrar al más terco, era arena parecida a la risa de la Teresita
y a los cantos religiosos de las mujeres en las procesiones de Villa
Nidia:
«Oh María, madre mía
oh consuelo del mortal
Obras Completas 543

amparadme y guiadme
a la Patria Celestial».
De puro gusto no más la tomó y se la pasó por la cara; su
caricia húmeda y fresca, le hizo mimos. La tiró luego y se miró un
momento los callos; cuántos pozos cabían en ellos hechos golpe en-
durecido. Bajó un poco más la vista y vio el primer lloradero comen-
zando a filtrar. Sintió como si una vertiente se le hubiese abierto en los
callos para dar agua milagrosamente sin necesidad de cavar más po-
zos. Nunca más.
Un grito que lo sacó de las raíces del pecho se levantó hacia la
superficie estallando en los oídos sedientos de los Quintero... ¡Agua!
Un chorro de agua clara y fresca saltó desde la arena y abrazó
los pies del pocero que se hincó ante ese altar cristalino. Abrió la
boca lo más que pudo inclinando la cabeza con entera devoción y
comenzó a beber ruidosamente. Era como si se le hubiera cortado
una arteria a la tierra. Un río pasó por su garganta medanosa regando
el desierto que llevaba por dentro.
Pedro acababa de darle una boca más de agua a los llanos,
que subiría por los noques para ahuyentar al balido sediento de las
cabras y hasta para colorear algún pequeño jardín de margaritas, cla-
veles y albahaca.
Se hizo sacar y estuvo una semana fuera preparando la pileta y
el bebedero. Fue poco después del mediodía cuando se dispuso en-
trar a darle la última cava y dejar en funcionamiento el pozo. En ese
momento no había ninguna bestia mansa como para atarla, pero si
varios hombres.
Corría un poco de viento, que se llegó hasta Pedro como quien
se acerca a un hijo.
Estaba tan seguro y confiado que no permitió que agregaran
otro lazo a la soga para preveer cualquier riesgo.
Echándose la boina un poco hacia atrás les pegó un chiflido a
544 Héctor David Gatica

los echadores como para darles más ánimo y les gritó:


-¡Señor, se le va el caballo!
Cinco hombres se prendieron firme y Pedro fue desaparecien-
do lentamente; primero las piernas, luego el taparrabos de lona, la
cintura, el pecho fornido, los hombros, el cuello, la boca agrietada, la
nariz fina, los ojos agudos, la enorme frente, la boina, los brazos ex-
tendidas con músculos tirantes cual esos alambrados que él supo ha-
cer en potreros ajenos. Y por último las manos desnudas de toda
cosa que las pudiera atar a este mundo, tomadas sólo de esa soga
que le sostenía el cuerpo en el aire ante la boca abierta y oscura de la
tierra.
Los hombres aflojaban lentamente. Habrían andado un par de
metros cuando en el otro extremo se sintió como un tiro cayendo
amontonados los cinco y mezclándose con el polvo suelto de la tira-
da, mientras la soga saltaba por los aires formando una gran armada
que vino a cerrarse en el pescuezo azul del cielo.
Obras Completas 545

LA RISA OSCURA DEL CARBON


Este cuento le quedó faltando a LOS FUNDADORES DEL OLVIDO, de
manera que recién figura a partir de la tercera edición.

I
Don Luis, doña Juana y Eudé

Don Luis Fernández comenzó a poner los rieles de palo sobre


el suelo desmalezado mientras Eudé Cabáñez descargaba en la can-
cha chatadas y chatadas de leña, hasta cerrar la cuenta de cien vuel-
tas acarreando algarrobos trozados.
Doña Juana Flores, a esas mismas horas, mecía su humanidad
en el patio de la Escuela 112 de Villa Nidia, levantando y bajando el
cucharón que trasladaba el locro desde la olla a los platos, lo sé, lo
digo y lo sostengo porque yo mismo era uno de los niños haciendo
fila, esperando el alimento de maíz con carne de cabra que se sirve a
los alumnos en el último recreo.
Eudé Cabáñez completaba el acarreo de leña calculando que
las cien chatadas ya rodeadas alcanzarían para unas setecientas bol-
sas.
Y ahora comenzaba con la jarilla, se necesitaban unas cinco
chatadas.
Colocados los rieles a 80 cms. uno de otro puso leña fina, el
pie digamos, y le fue dando forma al horno. Sabido es por todo hom-
bre del oficio que cuando la tierra es brava el horno debe ser largo y
no muy ancho, porque si no se ventila demasiado y toma mayor fuer-
za el fuego.
546 Héctor David Gatica

La cooperadora le pagaba unos pocos pesos y ella yapaba


llenando la ollita suya, que llevaba consigo siempre atenta al locro, al
guiso, a la sopa, en fin que no le hacía asco a nada la regalona. Des-
pués se colocaba, cucharón en mano, tras de la olla grande.
Se podía terminar hasta con diez rieles en un horno de ocho
metros de largo y dos de alto. Ahora estaba poniendo la leña parada
mientras iba dejando lugar para la «vizcachera».
No se perdía tras la olla, la veíamos muy bien pues su cuerpo
era doble ancho y algo más alto, que es lo mismo que decir cien kilos.
En cambio a él podía confundírselo con un palo de atamisqui, de
pocas carnes, menudo, será que esta vez Dios se confundió y la cos-
tilla se la sacó a la mujer para intentar un medio hombre.
Champa tras champa fue tirando tierra sobre la jarilla, paladas
de sangre bombeándole el corazón, ese horno de tronera roja adon-
de había quemado sus años trozados como el monte. Abrió luego
don Luis los tres primeros «humeritos», uno arriba del horno, los otros
al costado y cada dos metros tres humeritos más de modo que, cada
cucharón de locro sobre el plato enlozado le devolvía un alegrón a
doña Juana al ver iluminarse la sonrisa de un niño más, hijo del pocero
Pedro Berón, del alambrador Manuel Flores y así, hasta completar el
centenar de guardapolvos color tierra que no tiza y la mula, pidiéndo-
le descanso al Eudé y el morral con maíz, como para juntar ganas y
poder seguir acarreando rebuznos.
El horno, con dos días de armado, se parecía a un enorme toro
echado rumiando, masticando miles de algarrobos cortados por la
boca hambrienta del hacha.
Aprovechó que no corría viento para encenderle fuego. Cómo
le hubiera gustado en ese momento apagarle el incendio a la Juana y
no estarle prendiendo fuego a la leña. Pero doña Juana se hallaba ya
dirigiendo sus pasos hacia la escuela. Dejó el horno tirando hilitos de
humo y se fue a preparar un guiso.
Obras Completas 547

Al anochecer llegué al obraje cuando él, tras despachar su


menguada cena limpiaba el plato junto al fuego con un cogollo de
jarilla, lo limpiaba y lo perfumaba con las hojas yodadas de la planta.
Le hice una broma y en el acto me contestó «así me limpio y me
perfumo el culo». Tras lo cual dejó escapar su risotada. De dónde
sacaba fuerzas para reírse tan fuerte aquel hombre tan chiquito?.

II
El fuego, las morcillas y la chata

Iban ya cuatro días y cinco metros de fuego. En un horno, lo


primero que se quema es lo de arriba. Los humeritos dejaron de fun-
cionar y comenzó el tiraje, por lo que se subió al lomo dónde aún no
llegaba el fuego -esta operación traicionó a más de un carbonero con
algún hundimiento sorpresivo, asándole la pierna-. Si metiendo un
palo llegaba hasta el piso, era señal de que no había ya leña cruda. El
horno iba quedando chato ahí donde ya estaba listo el carbón. Hizo
un hueco, colocó la pala en su empeine y ésta se humedeció, porque
aquí hay palos sin quemar todavía, pensó, sus pensamientos se ha-
bían tornado tan solo en eso, pensamientos de carbón, que única-
mente se le encendían cuando por las noches la tocaba a la Juana,
qué ganas sentía entonces de abrirle un humerito para que pudiera
respirar el amor y para que en vez de olor a leña quemada se llenara
el aire de la pieza, de la casa, de todo el campo del olor a la Juana,
para que así su existencia no fuera tan negra como el carbón ni tan
dura como el palo. Meses quemando algarrobos, quebrachos,
tintitacos, retamos y cuando ella se le encendía en ganas no estaba él
para apagarle el fuego, corriendo el peligro de que se ladeara igualito
a lo que le ocurrió más de una vez con los hornos, entonces había que
548 Héctor David Gatica

correr a clausurar humeros dándoles una palmadita con la pala. Pero


como echarle palmaditas a la Juana si estaba tan lejos. A esta altura
de sus pensamientos sintió celos y desconfió de que otro en su larga
ausencia pudiera enderezarle el fuego a su mujer, tapar ese humerito
que era de su propiedad, su único bien. Qué tentación de tirar ahí
mismo la pala al diablo y correr hasta el rancho, pero, cruel ley de su
oficio oscuro, la leña estaba primero, siempre primero.
El viento fuerte que comenzó a correr le llevó los pensamien-
tos, pues había que cerrar las vizcacheras.
Esa noche don Luis Fernández sintió el cansancio de un día de
vigilancia, atento a lo que pasaba debajo de la champa que pudiera
ser peligroso, no tuvo fuerzas para encender un fueguito en medio de
aquella soledad de campo, sombras, zorrinos y colcones como para
calentar la comida, conformándose con un pedazo de torta al rescol-
do y queso criollo que desgarró así nomás con las manos negras de
carbón, pues no le había quedado agua ni para beber.
Como hacía calor y además por las víboras y las arañas «polli-
to» se acostó en un desplayado sobre un lío de bolsas arpilleras y se
puso a mirar las estrellas, le parecieron brasas en un inmenso horno
que en vez de tierra estaba tapado de cielo. El mundo es un horno
muy grande, se dijo para sí, Dios es su carbonero y las estrellas son
carbones encendidos.
Cuando las tres Marías se colocaron brillantes sobre su cabe-
za, debió levantarse para dar una vuelta al horno, no había que des-
cuidarse ni de día ni de noche, pues el sudor de meses podía volverse
cenizas en un instante.
Eudé Cabáñez llegó muy temprano en su chata, comenzaba a
rodear leña para otra cancha.
-Como va el fuego don Luis?
-Está en la mitad, ya tengo que retirarle champa para refres-
carlo, dentro de un ratito voy a sacarle los tizos y darle vuelta la tierra
Obras Completas 549

al pie.
-Cuando va a empezar a sacar el carbón?
-Dentro de tres días, ¿por qué?
-Ayer lo vi a Facundo Velázquez y me preguntó para venir con
el carro.
-¿No la has visto a la Juana y a los niños?
-Aprovechando el fin de semana la llamaron de la Porfía que
fuera a preparar unas morcillas.
Acá se terminó la conversación y Eudé se fue echando la chata
por sobre zampas y pichanas.
Don Luis hizo los cálculos de que este horno le daría veinte
toneladas, que necesitaba un mes de fuego, fuego lento por supuesto,
porque así sale más pesado el carbón; eran morcillas negras y morci-
llas blancas -nadie las hacía como ella por eso era tan buscada- las
blancas se diferenciaban de las negras porque llevaban harina y vina-
gre, ya tres semanas sin verlo al hombre ni olfatearlo; pensar que esa
chata que iba atropellando y quebrando montes manejada por él y
tirada por esa mula tan mansa y aguantadora, le daba cada día la
comida para sus ocho niños ¡mula de mierda! y tras el insulto el azote.

III
La risa negra del carbón

Desató el primer lío de lonas, iba a comenzar la embolsada, él


se sabía capaz de llenar cien bolsas por día, eso significaba trabajar
con siesta y todo, y así nomás fue.
Alargué el brazo y sobre mi plato cayó el puchero más grande,
claro, pensé, porque yo soy el hijo de la directora y del maestro de
cuarto, sin caer en la cuenta, infeliz de mí, que a doña Juana le intere-
550 Héctor David Gatica

saba más el hijo del carrero. Cien niños le pusieron el plato esa maña-
na al cucharón y aunque nuestra niñez pase -no estamos en edad de
pensar eso- y ya no concurramos más a la escuela- si nunca vamos a
dejar de concurrir a la escuela - y ella hubiera muerto -para un niño
no existe la muerte- lo mismo seguirán alargándose cien brazos po-
niendo otros tantos platos al cucharón de doña Juana Flores, esa
mujer gorda que de vez en cuando seca el sudor de su frente con el
delantal, igual le seguiremos pidiendo la «tumba» más grande -«A mí
me llaman el tonto/ porque me falta un sentido/ le falta una tumba a la
olla/ el tonto se la ha comido»- y ya ese cucharón no será con locro,
vendrá cargado chorreándose con los más bellos recuerdos de la
niñez.
Sus músculos iban adquiriendo la dureza de la madera tanto
alzar rollizos y tirarlos sobre los días en cuanto obraje se presentó
para darle tarea, a él, a su mula y a su chata.
Mientras medio horno continuaba quemándose, en la otra mi-
tad refrescada ya se podía comenzar a sacar la mercadería, lo de
refrescada era más bien una ilusión.
En tanto clasificaba el carbón el calor asfixiante que salía de las
entrañas aún abrazadas de aquel horno, se sumaba a la de arriba que
venía del fuego del sol del verano a la siesta, asándole el cuerpo y el
alma al carbonero. Todo adquiría la negrura de una vida quemada en
medio del campo. Se pasó la mano por la frente chorreando sudor y
se le volvió también negra la mirada al entrarle carbón en los ojos,
tintos los labios escupió y la saliva cayó negra sobre la tierra ardiente.
Sus pensamientos ese momento salían oscuros, tanto que no le deja-
ban mirar dentro suyo, seguramente ni su sangre era roja sino negra y
el corazón debía estar bombeando carbonilla, cinco mil glóbulos ne-
gros, ninguno blanco. Y por esa costumbre suya de reírse con ganas
hasta de las miserias, hizo el intento y esta vez la risa se le quemó,
dejando sobre la página de la siesta la risotada negra del carbón.
Obras Completas 551

IV
El era el más importante y no habría
de quemarse en el olvido.

Declinaba la tarde calurosa cuando empuñó la horquilla y co-


menzó a embolsar. Cuántos de sus años fueron quemados y embol-
sados así y mal pesados en las básculas de Juan Feliciano Manubens
Calvet en Los Cerrillos, contribuyendo con los doscientos, o más,
millones de dólares de semejante fortuna y agrandando su pobreza -
con el perdón de la palabra agrandar-. Pero Manubens Calvet no
tenía descendientes a quiénes dejarle su plata, en cambio él tenía hijos
y mujer a quiénes hacerles parte de su cariño, aunque fuera de pobre.
Las primeras sombras de la noche las echó a la última bolsa -
por eso si hay noches que aparecen más claras que otras, se debe a
que parte de sus sombras se quedaron embolsadas-.
Y se fue a descansar. No había diferencia entre la noche y su
rostro, sus manos y la ropa, o sí, porque la noche destapaba las pri-
meras estrellas brillantes que se iban multiplicando a medida que au-
mentaba su negrura, en él en cambio nada brillaba. Mas él tenía pen-
samientos y las sombras no y esos sí se le volvieron luminosos al
pensar en la Juana y en los niños, para quienes él quemaba y embol-
saba su amor.
Se tiró sobre un lío de bolsas y siguió sacando del horno de su
cabeza los mejores pensamientos. A quién nombraban cuando había
que hablar de poceros? A Pedro Berón o a Natividad Maldonado. A
quiénes llamaban en Villa Nidia cuando comenzaban las lluvias y lle-
gaba el tiempo de la siembra? A los aradores Diego Ibáñez y Pedro
Miranda. Si de hacheros se trataba, sabido es que saltaba el nombre
de los Quintero y los Palma. Nómbrese un carrero y volaba el nom-
bre de Facundo Velázquez revoleado como un azote. Si grandes arrie-
ros, don Carmen Ibáñez Luna, don Natividad Maldonado. Los me-
552 Héctor David Gatica

Dibujo de Hugo Albarracín

Alargué el brazo y sobre mi plato


cayó el puchero más grande.
Obras Completas 553

jores alambradores, los Flores. El leonero más famoso de San Luis


don Enrique Gatica -el tío Enrique- Y si preguntaban por un carbone-
ro tanto en el norte puntano como en el sur riojano, se encendía un
nombre, un solo nombre, don Luis Fernández. Le hizo ponerse bien
ese pensamiento, saberse lo más importante en algo, así sea en el más
humilde de los oficios. Su nombre no se apagaría como la brasa del
carbón. Jamás habría de quemarse ya en las llamas del olvido.

V
El horno se incendia

El se sabía pobre, muy pobre para los pesos pero rico para el
carbón, Pedro Berón, siendo pobre, que hombre rico para los pozos.
Alfredo Palma, pobre también, de rico para el hacha...
Manubens Calvet en cambio rico para los pesos, muy rico, como
pobre para los hijos, ni uno.
Y se durmió con estos pensamientos, se durmió sobre las bol-
sas. Tenía un horno mitad enfriándose, mitad quemándose y hubo
como un bufido, luego otro y otro -los volcanes debían de ser así-,
saltaron palos encendidos, se fue desprendiendo la champa y no ha-
bía nadie cerca que lo auxiliara, andaba con la pala de aquí para allá
como un endemoniado tratando de tapar el fuego, todo se le conver-
tía en llama y se le volvía ceniza a causa de un viento que llegó cruza-
do. Al fin terminó tirando la pala y así como estaba se fue a su rancho
llevando las manos peladas, sin un peso, el viento continuaba corrien-
do y el olor a humo lo había seguido hasta su casa, iba a contarle a su
mujer que tras un mes de ausencia regresaba con las manos vacías, se
dio cuenta que no podía hablar, que le reventaba el llanto como un
horno incendiado, pues el Arturito y la Belarmina corrieron a pedirle
caramelos, instante en que salió de la pesadilla.
554 Héctor David Gatica

La luna se estaba levantando, corría viento del sur oeste y le


llegaba suave el humo de la leña, miró sus manos y vio que las tenía
sucias, limpiamente sucias, bellamente negras de carbón, entonces
estalló de una risotada, todo había sido un mal sueño, pues ahí esta-
ban sus manos ennegrecidas gritando que no eran cenizas sino car-
bón lo que sus dedos clasificaron la tarde anterior, benditos dedos
sucios porque era la muestra de que había estado embolsando.
Por las dudas se llegó hasta el horno espantando vizcachas y
lechuzas, los humeritos trabajaban lenta y silenciosamente mientras el
humo era llevado hacia el noroeste por el viento cruzado perfumando
el rocío de la noche.

VI
El séquito de don Luis Fernández

Pasaron años, Eudé siguió descargando en este mundo leña y


niños, los mayores se habían ido a trabajar a las fábricas de San Luis,
otros seguían con él.
Doña Juana hizo ese viaje largo del cual solo se vuelve en el
recuerdo, seguramente andará sirviéndoles cucharonadas de locro a
los ángeles, porque aunque los ángeles, dicen, no tienen necesidades
físicas, si el locro lo prepara doña Juana mejor será que lo coman.
En cuanto a don Luis, se fue corriendo de obraje en obraje
hasta no saberse donde andaba quemando, que otra cosa podría ha-
cer si ésa era su misión en la tierra.
Un día me enteré que se hallaba de regreso, fui hasta el campo
donde se apagaba su ancianidad, campo que por cierto no era suyo,
lo encontré en un rancho, que tampoco era suyo, viviendo con su hijo
el Arturito, apenas me vio me gritó ya sé que me ha puesto en un libro
Obras Completas 555

de poesías como el carbonero, y soltó una carcajada que sacudió el


campo, había terminado todo en él, menos su carcajada. Estaba por
decir que había perdido todo, mas como iba a perder todo si nunca
tuvo nada. Si había perdido, perdió su mujer, sus años, su trabajo
pues ya no quedaban árboles para quemar. El sí que no tenía donde
caerse muerto. Pero, ay, esa carcajada que ni el fuego de mil hornos
se la pudo quemar. Por esa risa estruendosa podían ofrecerle las ri-
quezas del mundo y no la cambiaría, pues él ahora era sólo su risa.
Meses después me avisaron que alguien me buscaba, salí al
patio y vi a don Luis a caballo, no se podía bajar.
- Vine de dos leguas a buscar la enfermera que me colocara
una inyección y no la encontré y antes de volverme quise verlo, no
puedo desmontar.
Le saqué una foto, quizás la única en su vida -salvo la obligato-
ria del enrolamiento- y le puse su nombre a un retamito que acababa
de plantar.
Falleció a los pocos días y como no tenía donde vivir, menos
donde morir, fue velado en la capilla. Del municipio consiguieron el
cajón, tan pobrecito que aunque el muerto pesaba menos que un car-
bón, se desclavó antes de llegar al cementerio. Estaba bien así por-
que de haber sido un cajón de lujo no estaría a tono con la pobreza
del difunto ni con su vida carbonera.
Y si don Luis ya no pesaba como es que se desclavó el cajón?
Evidente, estaban haciendo peso los miles de toneladas de carbón,
de ese carbón quemado por hombre tan pequeño de risa tan grande,
quemado también él ahora por el fuego de la muerte.
Qué poquitos éramos los que lo acompañábamos... Las apa-
riencias engañan, lo cierto no era lo que se veía, la verdad sucedía
más allá.
Ahí estaban, unos vivos otros ya muertos -hay ausencias más
poderosas que una presencia- formando el séquito de don Luis
556 Héctor David Gatica

Fernández y llevándolo al único pedacito de suelo que esta vez sí,


sería suyo y para siempre ahí en el cementerio, venían digo el pocero
Pedro Berón acompañado de todos los pozos que cavó, volcando
agua a nocadas sobre el incendio del carbonero. El carrero Facundo
Velázquez en su viejo carro -que pudo rescatar antes de que se lo
quemaran los gitanos- acarreando por toneladas la muerte hecha car-
bón, y tras de él todos los carreros de los llanos de Chepes al sur.
Nunca hubo un séquito ni igual ni parecido. Venían don Natividad
Maldonado y don Carmen Ibáñez Luna con un arreo de novillos pampa
por las dudas su amigo quisiera hacer unos guisitos carreros en viaje
tan largo. También los Flores con los taladros en mano, extendiendo
rollos y rollos de alambre, dispuestos a alambrar la muerte del carbo-
nero, de todos los carboneros. Un séquito que llegaba, pasando La
Constancia de los Arabeles y Santa Teresa de los Velázquez hasta la
Sierra de las Minas, pues que también venía don Enrique Gatica -el
Tío Enrique- seguido por sus cuatrocientos leones trampeados, to-
dos comiéndose los dedos de la mano por liberarse de la trampa de
la muerte. Don Rosas Tello se sumó, trayendo en ancas de la mula su
campo «La Estrella», que logró sacársela al turco Abraham, ya sin
árboles, para que don Luis Fernández sembrara en él su risa. Y no
podía faltar, ahí estaba, hacha en mano, Alfredo Palma y cientos de
hacheros más -muchos se levantaron de sus tumbas y otros de su
pobreza- llegaban desde las provincias vecinas de San Luis, de Cór-
doba y por cierto de La Rioja y con ellos, formando un entierro infi-
nito, un bosque descomunal de algarrobos, quebrachos, tintitacos y
retamos mostrando en sus corpulentos troncos hachados y quema-
dos la risa negra del carbón.
Nadie faltó. Oh, sí que faltaron, porque no se enteraron -tam-
poco les importaba ahora- de la muerte de su carbonero Luis
Fernández, faltaba Manubens Calvet y los millones de dólares que
fueron quemados uno a uno en los hornos de don Luis, ahí sí que el
Obras Completas 557

acompañamiento pasaba la sierra y hasta más allá de la pampa de las


salinas. Faltaban en fin todos los que se enriquecieron con la risa
negra del carbón.

Espero que Ud. lector no falte, don Luis Fernández lo está


esperando, allá en el país iba a decir de las cenizas pero no, me rec-
tifico, lo está esperando allá en el país del fuego del carbón, junto a
todos los fundadores del olvido.
558 Héctor David Gatica
Obras Completas 559

INDICE

MEDIO SIGLO Y UN CAMINO ..................................................................... 6


LIBROS NO INCLUÍDOS EN ESTE
TOMO DE LAS OBRAS COMPLETAS ...................................................... 1 0
SEIS ANTOLOGÍAS ................................................................................... 1 2
CUATRO REVISTAS CULTURALES ......................................................... 1 5
GRABACIONES ......................................................................................... 1 7
RECITALES Y CONFERENCIAS .............................................................. 1 7
SEIS LIBROS INÉDITOS .......................................................................... 1 8

MEMORIA DE LOS LLANOS ..................................................................... 1 9


BREVE CONSIDERACION ....................................................................... 2 1
RECONOCIMIENTO .................................................................................. 2 3
TESTIMONIOS ........................................................................................... 2 6

PRIMERA PARTE - EL CANTOR - ........................................................... 3 2


ANIMAL, PLANTA Y TIERRA ................................................................ 3 3
TROPERO ............................................................................................ 3 4
CANCION DE AGOSTO ....................................................................... 3 5
BURRO ................................................................................................. 4 0
CABALLO .............................................................................................. 4 2
PERRO ................................................................................................. 4 4
SOMBRAS ............................................................................................ 4 5
ALAMBRADOR ..................................................................................... 4 6
EL CAMPO DE LA ESTRELLA ............................................................ 4 8
HOMBRE Y PAJARO Y FLOR .............................................................. 5 1
RIOJA ESCONDIDA ............................................................................ 5 3
JUAN FACUNDO QUIROGA .............................................................. 5 5

SEGUNDA PARTE - MEMORIA DE LOS LLANOS - ................................ 5 6


LA TUMBA DE PEDRO BERON .......................................................... 5 8
560 Héctor David Gatica

AGUSTIN ALDECO .............................................................................. 6 2


HACHERO ............................................................................................ 6 4
CARBONERO ...................................................................................... 6 6
CARRERO ............................................................................................ 6 9
CAMPERO ............................................................................................ 7 4
CHUCARO ............................................................................................ 7 5
GUITARRA ............................................................................................ 7 6
LA SEQUIA ............................................................................................ 7 8
LA LLUVIA ............................................................................................. 8 1
CUATRO AUSENCIAS ......................................................................... 8 2
PRIMERA AUSENCIA: ADIOS A MI MADRE ................................ 8 2
SEGUNDA AUSENCIA: ELEGIA A MI PADRE ................................ 8 5
TERCERA AUSENCIA: LA VIEJA GUITARRA ................................ 8 8
CUARTA AUSENCIA: DESPUES PARTAMOS .............................. 9 1

TERCERA PARTE - HAY UN MUNDO - .................................................... 9 4


LIMITES Y PUNTOS CARDINALES
DE MI INFANCIA EN VILLA NIDIA ........................................................ 9 5
ESE MUNDO ........................................................................................ 9 9
LA COSECHA ..................................................................................... 101
LOS TROMPOS .................................................................................. 102
LA ABUELA ......................................................................................... 103
CAZANDO ........................................................................................... 105
CAYETANO .......................................................................................... 107
JUGANDO .......................................................................................... 110
MI MADRE ........................................................................................... 112
LA PANCHA ........................................................................................ 113
LOS CABALLOS ................................................................................. 114
DON DIEGO ....................................................................................... 118
RETORNO .......................................................................................... 120
VIENTO ............................................................................................... 121
LA CASA .............................................................................................. 123

LOS DIAS DEL AMOR ............................................................................. 131

PRIMERA ETAPA: - VIDA EN EL CAMPO - ............................................. 133


SOBREVIVIENTE ............................................................................... 133
CANTO AGRESTE .............................................................................. 134
SIEMPRE ............................................................................................ 135
Obras Completas 561

TU PAIS ............................................................................................... 136


AMOR SALVAJE .................................................................................. 137
ENTONCES ........................................................................................ 138
ORIGENES ......................................................................................... 139
ENCONTRADA ................................................................................... 140
CONTIGO ........................................................................................... 141

SEGUNDA ETAPA: - TRASLADO A LA CIUDAD - ................................... 143


ESQUINAS .......................................................................................... 143
CARTA A TU NOMBRE: ..................................................................... 144
NOELIA ............................................................................................... 144
TU VINCHA ......................................................................................... 145
SOLO .................................................................................................. 147
UN PETALO PARA TI .......................................................................... 148
VIAJANDO ........................................................................................... 149
OROGENIA ......................................................................................... 150

TERCERA ETAPA: - EL CASAMIENTO - ................................................. 151


EL COMPROMISO ............................................................................. 151
LA BODA ............................................................................................. 152

CUARTA ETAPA: - LLEGADA DE DAVID Y PABLO - .............................. 153


CARTA AL HIJO .................................................................................. 153
DESDE UN SILBIDO ......................................................................... 154
LLEGADA DEL HIJO .......................................................................... 156
CANTO DESOLADO .......................................................................... 157
MEDIAS PALABRAS ........................................................................... 159
JUNTANDO CARACOLES ................................................................. 160
SOLOS ................................................................................................ 162
EL COLOR AMARILLO ....................................................................... 164
EL CHICO DE JERO ......................................................................... 166
UN CUENTO ...................................................................................... 167

QUINTA ETAPA: - LLEGADA DE MARÍA MACARENA - ........................... 169


MAQUI ................................................................................................. 170

HIMNOS FARISAICOS ............................................................................. 177

CARTA PROLOGO ................................................................................... 178


562 Héctor David Gatica

CANTO HUMANO .................................................................................... 178


A MANERA DE INTRODUCCIÓN ........................................................... 180

PRIMERA PARTE: DESDE LA BIBLIA HASTA EL TEMPLO ................... 181


EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN ...................................................... 182
VERSÍCULO DE LA NEGACIÓN ....................................................... 184
EPÍSTOLA A DIOS .............................................................................. 186
LA CENA DEL SEÑOR ....................................................................... 188
SALTERÍO DEL ADIÓS ...................................................................... 190
APOCALIPSIS DE LA AMISTAD ......................................................... 192
SALMO A VUESTROS NOMBRES MÁRTIRES ................................. 194
PROVERBIO DEL SILENCIO ............................................................ 196
EDIFICACIÓN DEL TEMPLO ............................................................ 198

SEGUNDA PARTE: LA CASA .................................................................. 200


PRESENCIA DEL CA.LLO ................................................................. 201
CIMIENTOS MADURADOS ............................................................... 202
ALUMBRAMIENTO DESDE EL BARRO ........................................... 203
COMPROMISO EDIFICADO .............................................................. 204
LA CASA .............................................................................................. 205

PAIS DESVELADO ................................................................................... 207

DOLOR COLLA ........................................................................................ 208


SILENCIO QUECHUA ............................................................................. 210
PAIS DESVELADO ................................................................................... 212
AMERICA DESDE AQUI .......................................................................... 214
PUEBLO RAMON .................................................................................... 216
TU GRITO ................................................................................................. 218
MUJER VIOLADA ..................................................................................... 221
SIMPLE DESALOJO ................................................................................ 223
CUANDO LA VIÑA SEA TUYA .................................................................. 226
CANTO TOTAL ......................................................................................... 229

LOS DIAS INSOLITOS ............................................................................ 233

SÓLO UNA CARTA ................................................................................... 235


Obras Completas 563

APENAS UNOS TESTIMONIOS .............................................................. 237


CAPITULO 0: BAJO TIERRA ................................................................... 242
CAPITULO I: NO PODEMOS ESTARNOS
ACORDANDO DE UNA SOLA MUERTE ................................................ 244
CAPITULO II: DE COMO UNO NO SABE CUANTAS
MUERTES LE QUEDAN DE VIDA .......................................................... 246
CAPITULO III: (1976) LA NOCHE EN QUE ESE
GOLPE LLEGUE A MI PUERTA .............................................................. 247
CAPITULO IV: QUE TRATA DEL ORÍN DE LA LEY DE SEGURIDAD .. 249
CAPITULO V: SÓLO SILENCIOS ........................................................... 251
CAPITULO VI: EN ESTE PAÍS LO ÚNICO QUE SE
PUEDE EDITAR ES EL MIEDO .............................................................. 252
CAPITULO VII: LOS GERANIOS DE LA URSULA ................................. 253
CAPITULO VIII: TIENE DERECHO A ELEGIR: ¿CARIÑO O PAN? ...... 254
CAPITULO IX: OTRO AMIGO QUE SE VA ............................................... 255
CAPITULO X: NOS HAN QUITADO EL PRESENTE ............................. 256
CAPITULO XI: SÓLO HAY TIEMPO PERO MUCHO .............................. 258
CAPITULO XII: LOS LLEVARON A TODOS ............................................ 259
CAPITULO XIII: CELDA 22 NO CABEN LOS AMIGOS .......................... 260
CAPITULO XIV: SÓLO SALGO DE VISITA ............................................. 261
CAPITULO XV: EL OLOR A LA VIDA ....................................................... 264
CAPITULO XVI: LA UNIVERSIDAD DE LA CALLE ................................ 265
CAPITULO XVII: COSAS PARA LA VENTA .............................................. 265
CAPITULO XVIII: A ESTAS HORAS ......................................................... 266
CAPITULO XIX: POR ALGO HA DE SER ............................................... 267
CAPITULO XX: EL DÍA DEL ESCRITOR ENTRE CERROJOS ............ 268
CAPITULO XXI: UNA MADRE QUE NO AGUANTÓ ............................... 269
CAPITULO XXII: UN PADRE QUE NO AGUANTÓ ................................. 269
CAPITULO XXIII: UNA CIUDAD DESCONOCIDA .................................. 270
CAPITULO XXIV: LOS SEPULTARON EN EL SILENCIO
DE DIARIOS Y RADIOS .......................................................................... 271
CAPITULO XXV: PREGUNTE EN LA MORGUE .................................... 272
CAPITULO XXVI: SE LLEVAN A LA LUNA ............................................... 273
CAPITULO XXVII: DESNUCADO ESTÁ DIOS ........................................ 275
CAPITULO XXVII: NO ME RECLAME NIÑO SI ME DEMORO ............... 278
CAPITULO XXIX:NO TENGO CON QUIEN COMPARTIR MI VINO ....... 279
CAPITULO XXX: AHÍ NO LLEGA LA VOZ POR EL TELÉFONO ............ 280
CAPITULO XXXI: DE TODO ESO Y DE NADA MÁS ............................... 281
CAPITULO XXXII: EL ENCUENTRO DE LAS
DEMOCRACIAS EN BOLIVIA .................................................................. 282
CAPITULO XXXIII: PÁJAROS EN LIBERTAD ......................................... 284
564 Héctor David Gatica

CAPITULO XXXIV: LOS ALMUERZOS NUESTROS DE CADA DÍA ...... 285


CAPITULO XXXV:EL HOMBRE QUE OLVIDÓ LAS ESTRELLAS ......... 286
CAPITULO XXXVI: ESE REZO QUE POR LAS NOCHES ..................... 287
CAPITULO XXXVII: LA BOMBA ME DESMORONÓ EL ALMA ................. 288
CAPITULO XXXVIII: ME ESTÁN POR MATAR Y
NO TENGO A QUIEN CONTÁRSELO .................................................... 289
CAPITULO XXXIX: AGRADEZCA QUE LE
DEVOLVEMOS EL CADÁVER ................................................................. 291
CAPITULO XL: EL DERECHO A ESTAR BIEN INFORMADO ............... 292
CAPITULO XLI: SIERRA CHICA EN EL SIGLO II AL III ......................... 293
CAPITULO XLII: LA SERENATA Y LA CHAYA ......................................... 295
CAPITULO XLIII: MARY, VUELVE QUE TE
EXTRAÑAN LAS HIGUERAS .................................................................. 296
CAPITULO XLIV: CHICHÍ, TE AGUARDAN LOS MANZANOS .............. 297
CAPITULO XLV: EL REGRESO DE TU NOMBRE ................................ 298
CAPITULO XLVI: AQUEL CRISTO NEGRO QUE
AYER SACARON DE TU CELDA ............................................................ 300
CAPITULO XLVII: CONVERSANDO CON TU AMIGO DAVID (1) .......... 302
CAPITULO XLVIII: LOS ESPERÓ OCHO AÑOS .................................... 304
CAPITULO XLIX: ARIEL RECIBE EL MENSAJE DE SU PADRE
DE NO DEJAR LOS HUESOS EN EUROPA ......................................... 305
CAPITULO L: PERDÓN .......................................................................... 307

CANTATA RIOJANA .................................................................................. 309

DATOS BREVES ...................................................................................... 311

CAPITULO I: CANTATA RIOJANA ........................................................... 313


EL NACIMIENTO ................................................................................ 313
TRES LIBROS FUNDAMENTALES ................................................... 315
DIVINIDADES DIAGUITAS ................................................................. 315
LA RIOJA HEROICA ........................................................................... 315
LA CIUDAD DE LOS NARANJOS ..................................................... 315
GLOSARIO .......................................................................................... 316
CANTATA Y CANTAR DE GESTA ....................................................... 316
CANTO FUNDACIONAL DE LA RIOJA ............................................. 318
LA MALOCA ........................................................................................ 322
UN SANTO DE MADERA DE NARANJO .......................................... 325
INVOCACIÓN A LAS DIVINIDADES DIAGUITAS .............................. 327
Obras Completas 565

LAS MADRES ABORÍGENES ............................................................ 329


EL REPARTO DEL AGUA .................................................................. 331
EL CANTO POPULAR ....................................................................... 334
ODA A LOS CAUDILLOS .................................................................... 337
VIDALA DEL ÉXODO .......................................................................... 343
VIDALITA DE LOS CREADORES ...................................................... 345
SERENATA A LA CIUDAD DE LOS AZAHARES ................................ 352
CHAYA FINAL ...................................................................................... 356

CAPITULO II: NOTAS PERIODISTICAS ................................................. 362


Y TE FUNDÓ “CORAJE DEL ARTE” ................................................. 362
Y LEVANTE EL PUEBLO PARA SIEMPRE SU CANCIÓN ............... 362
TEMPRANO, SEÑOR ........................................................................ 362
LA FUERZA DE LA HISTORIA ........................................................... 363
QUE TODOS LEVANTEN SU CANCIÓN .......................................... 364
DESGRANANDO EL RACIMO .......................................................... 364
EL DISCO DE LOS “SENTIDORES DE LA VIDA” ........................... 366
UNA HISTORIA DENTRO DE OTRA HISTORIA ............................... 368
UN ACTO FEDERALISTA .................................................................. 368
LA “CANTATA” EN EL CERVANTES, ................................................ 369
UNA EMOCIONADA FIESTA DEL ARTE ............................................ 369
MÚSICOS POPULARES DE LA RIOJA
Y LA CANTATA, EN EL SAN MARTÍN ................................................ 372
LA CANTATA RIOJANA EN EL COLÓN ............................................. 372
DE VILLA NIDIA Y CHUQUIS AL TEATRO COLÓN .......................... 373
FOLKLORE, TANGO Y
MÚSICA EN LA VELADA DEL COLÓN .............................................. 373
LA CANTATA JOVEN ........................................................................... 375
MÁS DE 2.000 RIOJANOS REVIVIERON SU HISTORIA ................ 375
UN ESPECTÁCULO LLENO DE SENTIMIENTOS .......................... 376

CAPITULO III: LA CANTATA POR LOS DEPARTAMENTOS .................. 379


EN LA TUMBA DE ANGELELLI ......................................................... 393

CAPITULO IV: VEINTE AÑOS DESPUES .............................................. 394


IMAGENES .......................................................................................... 400
566 Héctor David Gatica

LOS FUNDADORES DEL OLVIDO ........................................................ 407

TESTIMONIOS ......................................................................................... 409


LOS PEDRO BERON DE GATICA .......................................................... 419
LOS FUNDADORES DEL OLVIDO ........................................................ 421
LOS TROPEROS DEL PORTEZUELO DE ARCE ................................ 436
CAMINO DE CARROS ............................................................................. 450
LA HERENCIA DE LAS HACHAS ........................................................... 477
EL TIO ENRIQUE .................................................................................... 490
EL RASTRO DEL GUANACO ................................................................. 500
LAS MUERTES DE PEDRO BERON ..................................................... 516
LA RISA OSCURA DEL CARBON ........................................................... 545

INDICE ..................................................................................................... 559


Obras Completas 567

Se terminó de imprimir en enero de 2010


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568 Héctor David Gatica

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