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El concepto de inmunidad tiene su origen en las observaciones de Edward Jenner quien observó que los
individuos expuestos al virus de la viruela bovina eran resistentes a la viruela. Más tarde Louis Pasteur
logro atenuar diferentes microorganismos e inducir inmunidad frente a varias enfermedades como el
cólera y la rabia.
El termino inmunidad hace referencia al conjunto de mecanismos que nos protegen contra
microorganismos que se encuentran en el medio ambiente y a los cuales estamos permanentemente
expuestos. Así mismo, esos mecanismos de protección también evitan el desarrollo de tumores y
eliminan moléculas nocivas originadas en nuestro interior producto del envejecimiento, las infecciones y
el trauma. Las células y moléculas responsables de la inmunidad forman el sistema inmunitario; dichas
células y moléculas identifican y responden frente microagresores mediante la respuesta inmunitaria.
La respuesta inmunitaria incluye todos los mecanismos que hacen oposición y ofrecen resistencia frente
a sustancias extrañas o identificadas como tal, con o sin lesión a los tejidos propios.
La inmunidad y el papel que desempeña el sistema inmunitario son fundamentales para la vida pues
permite preservar la identidad biológica de cada individuo. Para sobrevivir un organismo debe distinguir
entre moléculas propias y extrañas a fin de aceptar las primeras y rechazar a las segundas. De manera
que la consecuencia de una respuesta inmunitaria es la defensa del organismo. Ahora es claro que
cuando existen defectos del sistema inmunitario como sucede en las inmunodeficiencias la
susceptibilidad del individuo frente a microorganismos y el desarrollo de ciertos cánceres incrementa y
puede comprometer la vida. Por otra parte, existen condiciones en las cuales la respuesta inmunitaria
puede generar enfermedad, esto ocurre cuando dicha respuesta está dirigida a sustancias ambientales
inocuas como sucede en las alergias o componentes propios del anfitrión como ocurre en las
enfermedades autoinmunitarias. Así mismo, en ocasiones la inmunidad resulta “inconveniente” como
sucede en los trasplantes ya que la respuesta inmunitaria del receptor puede ocasionar el rechazo del
órgano trasplantado.
La defensa frente a las infecciones está mediada por las reacciones tempranas de la inmunidad
innata y las respuestas tardías de la inmunidad adaptativa
Cada individuo nace con una serie de mecanismos de defensa capaces de responder en forma inmediata
frente a los microagresores ambientales; este conjunto de mecanismos de defensa están presentes antes
de que ocurra cualquier proceso infeccioso. Este tipo de inmunidad se conoce como inmunidad innata
o natural y es capaz de responder con rapidez ante la infección; de manera que es lo que primero que se
opone a una infección y por ello constituye la primera línea de defensa del organismo. Los mecanismos
efectores que participan en este tipo de inmunidad reconocen y responden componentes comunes o
compartidos por grupos de microorganismo, por lo cual también se describe como inmunidad
inespecífica. Además este tipo de inmunidad responde esencialmente de la misma manera ante
infecciones repetidas, en otras palabras no se amplifica cada vez que entramos en contacto con el
germen responsable del proceso infeccioso. Este tipo de inmunidad está mediada por las barreras
anatómicas representadas por la piel y los epitelios, células como los fagocitos y los linfocitos citolíticos
naturales y las proteínas del sistema de complemento y los mediadores de la inflamación.
El otro tipo de inmunidad requiere que nos expongamos al microorganismo, es decir se adquiere por
“experiencia” frente a los agentes infecciosos por ello este tipo de inmunidad se describe como
inmunidad adquirida o adaptativa; en otras palabras, este tipo de inmunidad se desarrolla como
respuesta a una infección y se adapta a ella. Está dirigida frente a estructuras particulares de un
microorganismo, por ello se conoce también como inmunidad específica. Otra característica es que con
cada exposición con el agente agresor la respuesta se hace más rápida e intensa; es decir, la magnitud y
capacidad defensiva crece con cada exposición pues guarda “memoria” del encuentro y es capaz de
iniciar una defensa más rápida y vigorosa en encuentros futuros con ese patógeno. Este tipo de
inmunidad esta mediada por los linfocitos, las células presentadoras de antígeno y las células efectoras.
Existen dos tipos de respuestas inmunitarias adaptativas que están mediadas por componentes diferentes
del sistema inmunitario y cuya función es eliminar distintos tipos de microorganismos. La inmunidad
humoral está mediada por anticuerpos (moléculas presentes en sangre y las secreciones mucosas)
producidos por linfocitos B en respuesta a microorganismos extracelulares y/o sus toxinas y la
inmunidad celular mediada por linfocitos T en respuesta a infecciones por microorganismos
intracelulares.
Ahora bien la inmunidad adaptativa puede ser generada en forma activa; esto es cuando el anfitrión
elabora la respuesta correspondiente contra la molécula extraña o el microorganismo, como sucede
durante una infección en forma aparente (enfermedad) o inaparente (infección). También se adquiere
inmunidad en forma activa cuando al individuo se le inyectan microorganismos vivos, muertos o sus
extractos durante la vacunación (Ej., B.C.G., triple, varicela, antiamarilíca, etc).
Figura 1. 1. La inmunidad activa y pasiva. Cuando la respuesta inmunitaria es generada por el anfitrión se dice
que la inmunidad es activa mientras que cuando el anfitrión recibe los productos de la respuesta inmunitaria de
otro organismo la inmunidad se considera pasiva.
Tomado de http://www.genomasur.com/BCH/BCH_libro/capitulo_08.htm
como barreras que evitan la entrada de muchos microorganismos; el papel de la piel y los epitelios en la
defensa contra las infecciones queda claro cuando una persona sufre una herida o una quemadura; la
pérdida de continuidad de la piel o del epitelio incrementa la susceptibilidad del individuo a las
infecciones ya que la herida, laceración o quemadura es una puerta abierta para el ingreso de muchos
microorganismos. No obstante, muchos agentes potencialmente patógenos son capaces de penetrar a
través de la piel o los epitelios intactos, estos microorganismos “invasores” deben enfrentarse con las
células que median la inmunidad innata que se encuentran en las submucosa o en la dermis, entre ellas
los fagocitos y los linfocitos citolíticos naturales que son capaces de ingerir bacterias o destruir células
infectadas por virus, respectivamente.
Aquellos microorganismos capaces de resistir estos mecanismos defensivos pueden llegar a la sangre,
donde son reconocidos por proteínas circulantes de la inmunidad innata como las proteínas del sistema
de complemento. Cuando las proteínas del sistema de complemento reconocen a un microbio se
desencadena una serie de reacciones que conducen a la muerte del microorganismo y favorecen el
desarrollo de reacciones inflamatorias y la fagocitosis de los gérmenes.
Las reacciones de la inmunidad innata incluyen la inflamación y la defensa antivírica. En los focos
inflamatorios, macrófagos residentes secretan citocinas y quimiocinas en respuesta a la infección, las
citocinas y quimiocinas secretadas estimulan el reclutamiento de leucocitos y proteínas plasmáticas que
sirven para eliminar los agentes patógenos. Así mismo, durante el desarrollo del proceso inflamatorio se
incrementa el flujo de sangre y linfa al foco infeccioso lo que favorece el transporte de microorganismos
libres y/o asociados a células hacia los órganos linfoides para dar inicio a la respuesta inmunitaria
adaptativa. Por otro lado, la defensa antivírica consiste en una reacción mediada por citocinas que
activan linfocitos citolíticos naturales los cuales destruyen células infectadas por virus, promoviendo la
erradicación del foco infeccioso y al mismo tiempo, inducen un estado antiviral en células no infectadas
evitando la propagación de la infección viral.
Aunque estas reacciones son notablemente eficaces para controlar y erradicar muchas infecciones,
diversos patógenos han evolucionado para resistir los mecanismos efectores de la inmunidad innata e
invadir con éxito células y tejidos propios. Para la eliminación de este tipo de microorganismos se
requiere de la participación de los mecanismos efectores de la inmunidad adaptativa el cual utiliza tres
estrategias para eliminar estos microorganismos: a) los anticuerpos que son capaces de neutralizar
microorganismos extracelulares, b) las citocinas secretadas por los linfocitos T cooperadores que
estimulan la fagocitosis y la síntesis de anticuerpos y c) la acción citotóxica de los linfocitos T
citotóxicos que destruyen células infectadas por microorganismos intracelulares.
Según esta hipótesis durante el proceso de desarrollo de las células linfoides se genera un gran número
de clones de linfocitos (más de 106), cada uno portador de un único tipo de receptor para antígeno con
especificidad única. La interacción entre la sustancia extraña y el receptor del linfocito conduce a la
activación de la célula generando células efectoras y de memoria portadoras del mismo tipo de receptor
y por lo tanto con la misma especificidad de la célula estimulada.
Figura 1.2. Selección clonal. Durante el desarrollo de la respuesta inmunitaria adaptativa solo el clon de
linfocitos que “reconoce” al microorganismo se activa y dará lugar a células efectoras y de memoria. Por ello se
dice que el patógeno selecciona el clon de linfocitos
Cabe destacar que durante el proceso de formación de los linfocitos se generan linfocitos con receptores
que reconocen moléculas propias ubicuas que se eliminan y por lo tanto están fuera del repertorio de
linfocitos.
Los linfocitos se forman en la médula ósea y el timo y después migran a los órganos linfoides donde
interactúan con sustancias extrañas a fin de eliminarlas. Estas células se originan a partir de una célula
progenitora que no es capaz de reconocer ni responder a sustancias extrañas. Existen diferentes clases de
linfocitos que difieren en la forma en que reconocen las sustancias extrañas y en sus funciones. Los
linfocitos B reconocen sustancias extrañas solubles que se encuentran en su conformación nativa, son
las células encargadas de la inmunidad adaptativa de tipo humoral. Cuando son estimuladas, se activan y
se diferencian en células plasmáticas que producen y secretan anticuerpos.
Los linfocitos T se forman en el timo a partir de una célula que procede de la médula ósea, reconocen
fragmentos derivados de los microorganismos o de sustancias extrañas asociados a moléculas propias
que se encuentran en la superficie de las células presentadoras de antígeno; como resultado de ello, los
linfocitos T solo reconocen antígenos asociados a células. Los linfocitos T constan de células con
funciones diferentes. Los linfocitos T cooperadores (TH) que secretan citocinas que actúan como
“mensajeros” pues median y controlan muchas funciones de la inmunidad. Los linfocitos T citotóxicos
(TC) identifican y eliminan células infectadas y ciertas células tumorales. En ocasionen se habla de
linfocitos T regulares (TR) que secretan citocinas que inhiben la respuesta inmunitaria y contribuyen a
controlar la respuesta inmunitaria. Otro tipo de linfocito es el linfocito citolítico natural (también
denominado célula asesina natural) que actúa en la inmunidad innata frente a células infectadas por virus
y otros microorganismos intracelulares y también frente ciertas células tumorales.
Una vez que ha ocurrido el reconocimiento, las células linfoides se activa y producto de la activación de
los linfocitos se generan células efectoras las cuales se encargan de eliminar el microorganismo que
indujo la respuesta inmunitaria. Las células plasmáticas, los linfocitos T activados y los macrófagos
actúan como células efectoras, sus funciones permiten la erradicación del antígeno.
Figura 1. 3. Clases de linfocitos. Los linfocitos son los protagonistas de la respuesta inmunitaria adaptativa y son
los responsables de la especificidad y la memoria inmunológica