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Seudónimo: Ernest
Cuando a medianoche llegaron al hotel, Arturo cerró el libro que leía y saludó.
recostaron contra el buró de la carpeta. Eran dos hombres viejos con viejos
—Tenemos un amigo aquí y queremos verlo ahora mismo —dijo uno de ellos.
—No, no podemos esperar—dijo Max mientras ponía su mano encima del brazo
—Eso no importa nada, Al. Lo que importa es que trata de nuestro amigo, y que
recorrer tantas carreteras para encontrar a este hombre, no nos iremos sin verlo por
—No es que yo lo quiera sino que no me queda otra opción: ya han botado a
dos carpeteros por cosas así. De todas maneras solo faltan dos horas para el
vigilancia en los exteriores del hotel, el portero saludó con desgano y fue a sentarse
en un sillón próximo a una ventana, desde la que se veía el jardín iluminado por las
farolas. Los dos hombres se quedaron mirándolo fijamente, como si analizaran con
—Veo que no le ha faltado protección a nuestro amigo durante los meses que
—Así es, señor. En este hotel se puede dormir tranquilo, jamás se ha dado el
menor problema.
—Estamos agotados, Al. Quizás no sea mala idea descansar un poco, darnos
que hemos esperado no sería tan grave para nuestro amigo que le diéramos la
—No me cae nada bien darle el gusto a este chico tan listo, pero yo también
introdujo en una gaveta, donde también guardó el libro que había dejado
escalera, una escalera de mármol y larga como si nunca se fuera a acabar. Los dos
segundo.
—La vida no tiene esa firmeza —reflexionó Max—, por eso hay que cuidarla
—La vida es lo único que tenemos. Uno termina admirando a quien la defiende
hasta con los dientes —dijo Max, serio, concentrado, como si no hubiese escuchado
—Eh, Max, no estás borracho todavía como para no comprender que es una
mierda cansona lo que estás diciendo —gritó Al, en tanto se estrujaba con la mano
Subían por los escalones de dos en dos, con una potencia increíble para los
años que aparentaban. Nadie hubiera dicho que se trataba de un par de viejos, a no
ser por sus caras ajadas o por su desactualizada e idéntica vestimenta, que incluía
avanzar sin hacer ruido, pero sus pasos eran amplificados por la resonancia del
Pasaron varias puertas hasta que Arturo se detuvo en una, la abrió y se hizo a
dijo.
Max caminó hacia el balconcito colonial y luego regresó frotándose las manos
—¿Por las noches aquí nada más se quedan el carpeta y el portero? —interrogó
Max.
—El portero está armado y, por si acaso, yo propuse que por la noche en la caja
—¡Qué competente y listo eres! ¡Te espera un gran futuro, muchacho! —dijo Al,
—Pues si dices que no hay problemas con la comida sería bueno que nos
—Tocino con huevos para mí —solicitó Max—, y cervezas, una para Al y otra
para mí.
—Perfectamente.
Arturo abandonó la habitación. Ya había transcurrido casi media hora desde que
subió con los nuevos huéspedes. Normalmente no se alejaba más de cinco minutos
huésped antojado de cualquier cosa. Sin embargo, después de avanzar unos metros
—Que nadie más que nosotros debe recordar el asunto —gritó Max desde el
sillón.
—Si nos marcháramos ahora mismo, pudiera ser que no ocurriera nada.
Cuando notó que Al había salido del baño, Arturo se escurrió por el pasillo. Al
que le habían pedido y lo puso todo en una bandeja de metal. No necesitó volver al
lectura de su libro pero a cada ratos los miraba con disimulo, como para no tronchar
—Serías un esposo modelo para una de esas feministas que solo hablan y
Arturo sonrió. Luego fue hacia la ventana y buscó en el jardín sin que lo pudiera
encontrar.
nuevos huéspedes.
—Está en el baño, si tanto lo necesitas puedes ir a darle una mano con lo suyo
dureza y estiró la mano para tomar el libro que Arturo había dejado abierto.
Max revisaba el índice del libro acercándoselo demasiado a los ojos, que al
parecer comenzaban a sentirse los años. Se puso de pie y apagó un ventilador que
—Sin ser yo un literato puedo demostrarte que esa historia tiene algunos errores
—aseguró Max.
Ahí era donde por lógica tendría que haber ubicado la cosa, no solo porque allí
estaría solo, apartado, sino porque además allí lo iba a encontrar al seguro.
Al sacó una cigarrera del bolsillo interior de su abrigo y la puso encima del buró.
—Tampoco hay quien se crea que los asesinos viajaron probablemente desde
Chicago hasta Summit, para luego irse como si nada, sin hacer el trabajo por el cual
encargo, ellos no podrían haberse marchado sin antes haberlo llenado de balas —
dijo Al.
Hablaban apasionados, con la seguridad del que ha visto las cosas de cerca.
—Todo le salió mal en ese cochino cuento por no contar la verdad —dijo Al.
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—¿Qué verdad? —quiso saber Arturo, quien mientras los escuchaba cada vez
con más atención, había sacado un pañuelo para protegerse la nariz y que lo no
—En Summit nunca pasó nada. El hombre ya se había ido de ese pueblo
—Nunca fue el tipo derrotado que pintó Hemingway. Desde un inicio —explicó
Max— luchó por su pellejo. De otra forma no hubiera durado los casi veinte años
—Yo diría que tuvo demasiadas esperanzas, los hombres siempre tienen
—Si no hubiera sido por sus demasiadas esperanzas no estuviera vivo en estos
momentos.
—¿Vive todavía?