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EL CAPITALISMO

Fonseca Sánchez Milton Omar1

El hombre se libera más, a medida que las fuerzas productivas se desarrollan , Va conociendo
su ambiente natural y logra ir cambiándolo de acuerdo a sus necesidades. Así comienzan los
avances de la ciencia y la técnica, que podrían convertir al hombre en amo y señor.
El paso de una sociedad primitiva de auto subsistencia a una sociedad en donde existe
excedente significa, a la vez, pasar de una sociedad armónicamente unida a una sociedad
dividida en clases.
El hombre se libera de las fuerzas de la naturaleza, cae más bajo la tiranía de las fuerzas
sociales que no controla: la tiranía directa de otros hombres, como ocurre con la esclavitud y
la servidumbre, o la tiranía oculta bajo la apariencia de libertad y democracia en el sistema
capitalista. Pero los hombres no han aceptado jamás este tipo de explotación.
La Historia demuestra de qué manera éstos se han rebelado contra las fuerzas opresoras. La
Historia de la humanidad es la historia de la lucha entre los explotados y los explotadores.
Pero ¿por qué estas luchas no lograron eliminar la explotación de las desigualdades sociales?
Se debe a que, en el pasado, las condiciones no estaban maduras para poder terminar para
siempre con la explotación y desigualdad social.
Actualmente con el gran desarrollo de las fuerzas productivas que origina el sistema
capitalista crea, por primera vez en la Historia, las condiciones materiales necesarias para
terminar definitivamente con la explotación de una clase por otra.
El excedente que se produce es capaz de asegurar a toda la sociedad la satisfacción de sus
necesidades de alimentación, vestuario, habitación, educación y cultura. Ahora todos los
miembros de la sociedad podrían gozar de mayor tiempo libre, de esta manera toda la
sociedad podrá participar de la organización y el manejo de la actividad productiva y en la
dirección sociedad.
Pero el sistema capitalista no sólo crea las condiciones materiales de su superación, sino a la
vez crea las condiciones sociales que permitirán una nueva sociedad más justa y fraternal.
Dentro del sistema se desarrolla una clase totalmente desposeída de medios de producción.
Al concentrarse en los grandes centros industriales va adquiriendo conciencia de clase y
buscando formas de organización que le permitan destruir el sistema de explotación al que
está sometida y crear sociedad nueva.

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Estudiante de la Carrera Profesional de Ingeniería Civil - ll ciclo – Experiencia Curricular de Redacción
Universitaria y Cátedra Vallejo – UCV Chiclayo

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Pero decir que el sistema crea las condiciones materiales y sociales de su superación no
significa afirmar que ellas van a llevar por sí mismas a la destrucción del sistema, basta qué
exista una clase obrera organizada para que se produzca una revolución social.
Las relaciones de producción capitalistas deben ser reemplazadas por relaciones de
producción socialistas.
Al tomar en sus manos la economía, los hombres dejan de ser dominados por leyes ciegas y
pasan así a controlar la base de toda la organización social.
Es sólo desde este momento que los hombres empiezan a hacer su propia historia. Es sólo
desde este momento que las fuerzas productivas y sociales, puestas en acción por ellos
mismos, producirán cada vez en mayor medida los efectos que los hombres quieren lograr. La
humanidad inicia así la transición desde el reino de la necesidad al reino de la libertad.
Ahora con el socialismo moderno es, en primer término, por su contenido, fruto del reflejo en
la inteligencia, por un lado, de los antagonismos de clase que imperan en la moderna sociedad
entre poseedores y desposeídos, capitalistas y obreros asalariados.
Pero, por su forma teórica, el socialismo empieza presentándose como una continuación, más
desarrollada y más consecuente, de los principios proclamados por los grandes ilustradores
franceses del siglo XVIII. Como toda nueva teoría, el socialismo, aunque tuviese sus raíces en
los hechos materiales económicos, hubo de empalmar, al nacer, con las ideas existentes.
Los grandes hombres que en Francia ilustraron las cabezas para la revolución que había de
desencadenarse, adoptaron ya una actitud resueltamente revolucionaria.
La reivindicación de la igualdad no se limitaba a los derechos políticos, sino que se extendía a
las condiciones sociales de vida de cada individuo; ya no se trataba de eliminar tan sólo los
privilegios de clase, sino de destruir las propias diferencias de clase. Un comunismo ascético, a
lo espartano, que prohibía todos los goces de la vida: tal fue la primera forma de manifestarse
de la nueva doctrina. Más tarde, vinieron los tres grandes utopistas: SaintSimon, en quien la
tendencia burguesa sigue afirmándose todavía, hasta cierto punto, junto a la tendencia
proletaria; Fourier y Owen, quien, en el país donde la producción capitalista estaba más
desarrollada y bajo la impresión de los antagonismos engendrados por ella, expuso en forma
sistemática una serie de medidas encaminadas a eliminar las diferencias de clase, en relación
directa con el materialismo francés.
Rasgo común a los tres es el no actuar como representantes de los intereses del proletariado,
que entretanto había surgido como un producto de la misma historia. Al igual que los
ilustradores franceses, no se proponen emancipar primeramente a una clase determinada,
sino, de golpe, a toda la humanidad. Y lo mismo que ellos, pretenden instaurar el reino de la

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razón y de la justicia eterna. Pero entre su reino y el de los ilustradores franceses había un
abismo. También el mundo burgués, instaurado según los principios de éstos, es injusto y
merece, por tanto, ser arrinconado entre los trastos inservibles, ni más ni menos que el
feudalismo y las formas sociales que le precedieron. Si hasta ahora la verdadera razón y la
verdadera justicia no han gobernado el mundo, es, sencillamente, porque nadie ha sabido
penetrar debidamente en ellas. Faltaba el hombre genial que ahora se alza ante la humanidad
con la verdad, al fin, descubierta. El que ese hombre haya aparecido ahora, y no antes, al fin
descubierta ahora y no antes, no es, según ellos, un acontecimiento inevitable, impuesto por el
desarrollo histórico.
Hubiera podido aparecer quinientos años antes ahorrando con ello a la humanidad quinientos
años de errores, de luchas y de sufrimientos.
Hemos visto cómo los filósofos franceses del siglo XVIII, los precursores de la revolución,
apelaban a la razón como único juez de todo lo existente. Se pretendía instaurar un Estado
racional, una sociedad ajustada a la razón, y cuanto contradecía a la razón eterna debía ser
desechado sin piedad. Y hemos visto también que, en realidad, esa razón eterna no era más
que el sentido común idealizado del hombre del estado llano.
Por eso cuando la revolución francesa puso en obra esta sociedad racional y este Estado
racional, resultó que las nuevas instituciones, por más racionales que fuesen en comparación
con las antiguas, distaban bastante de la razón absoluta.
La prometida paz eterna se había trocado en una interminable guerra de conquistas. Tampoco
corrió mejor suerte la sociedad de la razón. El antagonismo entre pobres y ricos, lejos de
disolverse en el bienestar general, habíase agudizado al desaparecer los privilegios de los
gremios y otros, que tendían un puente sobre él.
La «libertad de la propiedad» de las trabas feudales, que ahora se convertía en realidad,
resultaba ser, para el pequeño burgués y el pequeño campesino, la libertad de vender a esos
mismos señores poderosos su pequeña propiedad, agobiada por la arrolladora competencia
del gran capital y de la gran propiedad terrateniente; con lo que se convertía en la «libertad»
del pequeño burgués y del pequeño campesino de toda propiedad.
La industria sobre bases capitalistas convirtió la pobreza y la miseria de las masas trabajadoras
en condición de vida de la sociedad. El pago al contado fue convirtiéndose, cada vez en mayor
grado, según la expresión en el único eslabón que enlazaba a la sociedad. La estadística
criminal crecía de año en año. Los vicios feudales, que hasta entonces se exhibían
impúdicamente a la luz del día, no desaparecieron, pero se recataron, por el momento, un
poco al fondo de la escena; en cambio, florecían exuberantemente los vicios, ocultos hasta allí

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bajo la superficie. El comercio fue degenerando cada vez más en estafa. La «fraternidad» de la
divisa revolucionaria tomó cuerpo en las deslealtades y en la envidia de la lucha de
competencia. La opresión violenta cedió el puesto a la corrupción, y la espada, como principal
palanca del poder social, fue sustituida por el dinero. El derecho que pasó del señor feudal al
fabricante burgués. La prostitución se desarrolló en proporciones hasta entonces inauditas. El
matrimonio mismo siguió siendo lo que ya era: la forma reconocida por la ley, el manto oficial
con que se cubría la prostitución, complementado además por una gran abundancia de
adulterios. En una palabra, comparadas con las brillantes promesas de los ilustradores, las
instituciones sociales y políticas instauradas por el «triunfo de la razón» resultaron ser unas
tristes y decepcionantes caricaturas. Sólo faltaban los hombres que pusieron de relieve el
desengaño y que surgieron en los primeros años del siglo XIX. En 1802, vieron la luz las "Cartas
ginebrinas" de Saint-Simón; en 1808, publicó Fourier su primera obra, aunque las bases de su
teoría databan ya de 1799; el 1 de enero de 1800, Roberto Owen se hizo cargo de la dirección
de la empresa de New Lanar.
Es importante distinguir entre regularidades y leyes. Las leyes son relacionadas
necesariamente deberán cumplirse en condiciones determinadas, mientras las regularidades
se refiere más bien a los aspectos necesariamente involucrados en los procesos de acciones y
reacciones en los fenómenos sociales y políticos en los procesos de desarrollo social.
En particular la lucha por la transformación de la sociedad capitalista en socialista.
El socialismos científico es la ciencia de la lucha de clases y la revolución socialista, sobre las
regularidades socio- políticas de la construcción socialista y comunista, acerca del proceso
revolucionario mundial.

Referencias Bibliográficas
HARNECKER, Marta. 1979. Capitalismo y Socialismo. Rebelión.org. [En línea] 1979. [Citado el: 3
de Diciembre de 2014.] http://rebelion.org/docs/88345.pdf.

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