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BENDICIONES DE DIOS AL

QUE HACE LOS VOTOS


RELIGIOSOS

La más inapreciable
bendición que la profesión
religiosa aporta al alma es, sin
duda, el hacerla muy amiga de
Dios. Los teólogos están
sensiblemente de acuerdo en
considerarla como un segundo
bautismo, que restituye al
cristiano la pureza total1. En el
acto de la emisión de los votos
olvida Dios todo lo pasado, y
1 Véase D. G. MORIN, EI ideal monástico.
concede al profeso una
remisión general, no viendo en
él más que “una criatura
completamente renovada”
(Gal 6, 15). En aquel momento
dichoso, el alma se entrega a
Jesucristo, como al esposo la
esposa; la mística tumba en
que se sepulta puede
compararse a la pila bautismal
en que fue sumergido el
neófito. Como del bautizado,
puede el Padre celestial decir
de esta alma “revestida de
Cristo”: “He aquí mi hijo muy
amado en quien me he
complacido”. ¡De cuántas
larguezas no la colmará Dios,
contemplándola en su Hijo,
con tanto amor!
La segunda bendición que
concede Dios al nuevo
religioso es el considerable
aumento de valor que
adquieren a partir de aquel
momento todas sus acciones,
porque todas participan de la
virtud de religión.
Todos sabernos que cada
virtud tiene su forma propia, su
belleza peculiar, su mérito
especial. Pero los actos de
cualquiera de ellas pueden ser
imperados por una superior: un
acto de mortificación, de
humildad, puede ser inspirado
por la caridad, que es la reina
de las virtudes; y entonces,
aparte del propio esplendor y
de su valor intrínseco, adquiere
la belleza y el mérito de un
acto de caridad. Asimismo, en
la vida del monje, los actos
virtuosos se revisten por la
profesión, del valor de los
actos de religión. “Los actos de
las distintas virtudes son
mejores y más meritorios –
según dice santo Tomás–
cuando se cumplen en virtud
del voto, porque pertenecen al
culto divino y tienen la
modalidad de sacrificio”2. Así,
la profesión del monje
comunica a su vida entera el
carácter y virtud de
holocausto: hace de nuestra
vida un perpetuo sacrificio. El
acto de la profesión no dura
2 Opera aliarum virtutunt... sunt meliora et magis meritoria, si fiunt ex voto, quia sic jam pertinent ad divinum cultum, quasi quaedam Dei sacrificia. II-II,

q. 88, a. 6.
más de unos momentos; pero
sus efectos son permanentes, y
eternos sus frutos; y como el
bautismo es el punto de partida
de la santidad para el cristiano,
de igual manera la profesión lo
es para el monje de la
perfección monástica, la cual
debe ser considerada como el
desarrollo gradual de un acto
inicial de inmenso alcance.
Con los votos, nuestra
voluntad se confirma en el
bien, limita sus tendencias a la
búsqueda de Dios y al amor de
Jesucristo; y esta es una causa
incomparable de progreso.
“Propio del voto es –dice santo
Tomás estabilizar la voluntad
en el bien; y los actos que
proceden de una voluntad así
fija en el bien, se derivan de
una virtud perfecta”3.
Conviene, empero,
establecer una precisión: la
perfección que se nos ha
asignado no es una perfección
cualquiera. Así como las
promesas del bautismo son
principio de la perfección
3 Per votum immobiliter voluntas firmatur in bonum. Facere autem aliquid ex voluntate firmata in bonum pertinet ad perfectionem virtutis. II-II, q. 88, a. 6.
sobrenatural; de igual manera
la profesión monástica es el
primer impulso hacia la
perfección benedictina; sus
efectos no son de hacer santos
de esta o de aquella orden; no,
sino un perfecto benedictino;
porque nuestros votos tienden
a la práctica de la Regla de san
Benito y de las Constituciones
que nos rigen: “Prometo...
obediencia según la regla de
nuestro Padre san Benito, en
nuestra Congregación”4. La
Regla interpretada por
4 Ceremonial de la profesión monástica.
nuestras Constituciones –y no
la regla de otra orden o las
constituciones de otra
congregación– es lo que
debemos practicar: ella
contiene todo lo necesario para
nuestra perfección y nuestra
santidad, y por ella fue por la
que llegaron a la más alta
perfección, a la cima de la
santidad tantos y tantos
monjes.
La profesión es también
origen de nuestra felicidad.
“Señor, en la sencillez de mi
corazón, te lo he ofrecido todo
gozosamente”, exclama el
alma cuando se entrega a Dios;
y esta generosidad confiada la
premia Dios con un aumento
de gozo: “Dios ama al que da
con alegría”5, dice san Benito,
apropiándose la expresión del
Apóstol (2Co 9, 7). Y como
Dios es la fuente de toda dicha,
y nosotros lo dejamos todo
para Él, de aquí que nos dice:
“Yo mismo seré tu magnífica
recompensa” (Gn 15, 1). Yo,
yo mismo; no dejaré a otro el
5 Regla, cap. 5.
encargo de recompensar, dice
Dios al alma; porque eres mi
holocausto, porque eres toda
mía, yo soy todo tuyo, tu
herencia, tu posesión, y en mí
encontrarás la felicidad.
Así es, Señor. “¿Qué hay
para mí en el cielo o qué puedo
desear en la tierra fuera de ti?
Eres el Dios de mi corazón, mi
parte y mi herencia para
siempre” (Sal. 72, 25.26).

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