You are on page 1of 19

La gracia del perdón: del don a la tarea

22.

La gracia del perdón: del don a la tarea

BARTOMEU BENNÀSSAR*

Nos aproximaremos de manera breve y parcial a una de las expresiones


nucleares de la fe cristiana: el perdón, la reconciliación. Nos aproximaremos en
concreto a la gracia y al don divino del perdón, como poder perdonar, esto es,
como ministerio-servicio humano-divino del perdón, de la reconciliación. Por
eso subtitulo: del poder-facultad de perdonar pecados al poder-capacidad
humano-divina de perdonar.
Intento una reflexión que pueda ayudarnos hoy a comprender y a resituar
fecundamente el sacramento de la penitencia. Tengo la impresión de que no
hay vuelta atrás en la realidad y en la percepción de crisis profunda que afecta
al hombre penitente, perdonado-reconciliado y perdonador-reconciliador y que
lo arrastra hacia una inanidad o vaciedad de actitudes y actos en unos
aspectos, por lo demás esenciales del vivir cristiano.
Cuando la Iglesia no piensa a partir de los hombres y las mujeres y para las
mujeres y hombres de hoy, cuando la realidad y la verdad de las preguntas no
afectan o ni siquiera existen para la Iglesia, cuando las preocupaciones y las
propuestas del mundo y de los fieles cristianos encuentran estrechez o/y
rechazo en la jerarquía… entonces vale recordar las palabras de Congar,
refiriéndose a los curas obreros: “Se puede condenar una solución si es
equivocada; pero no se puede condenar un problema”. Y el problema existe.
¿Habrá llegado el momento de franquear fronteras y de superar límites, que
pueden aparecer como intocables, para reconocer marcas precedentes y para

* * Profesor de Teología moral en el Centre d’Estudis Teòlogics y en el Institut Superior de


Ciènces Religioses de Mallorca.

175
BARTOMEU BENNÀSSAR

abordar alternativas (transgredir creadoramente) en este tiempo y en


cuestiones que permanecen en un estéril y peligroso pantano teológico-
pastoral?1 Y aunque pueda parecer una exposición en términos de liquidación
crítica, por el contrario está pensada y formulada desde el dolor y la esperanza.
“Hay sacramentos que plantean problemas incluso teológicos, que no se
resuelven a la ligera, como el de las formas de celebrar la Reconciliación
sacramental o la manera de reinterpretar la unidad de los sacramentos de la
iniciación cristiana”2. O como mejor afirma P. Llabrés: “El paso a un nuevo
tercer paso histórico, después de la superación de la reconciliación canónica
antigua y del sistema vigente de la confesión, no lo ha dado la Iglesia actual” 3. Y
más adelante añade que “la situación de Cristiandad va pasando; en amplios
sectores –juventud, grandes ciudades, barrios obreros– se respira una cultura
postcristiana. Los cristianos de las comunidades que nazcan en estos
ambientes serán muy distintos de los que hoy acuden a los confesionarios. Hay
que pensar en esta nueva situación cultural y eclesial. La Iglesia encontrará sin
duda un sistema “nuevo”, en continuidad con la Tradición del poder de las
llaves, para devolver la paz de Dios y la comunión plena consigo misma a los
que, por el pecado, hayan roto la Alianza” 4. Sabemos que “no se trata de hacer
teología sobre la base de encuestas sociológicas o de observaciones
psicológicas, pero las formas de practicar un sacramento, a veces
incompatibles con la sensibilidad y con la fe de buen numero de
contemporáneos, tienen implicaciones en sus dimensiones antropológicas, y
éstas deben ser congruentes con la verdad humana del rito, a fin de que el
sacramento sea teológicamente verdadero y pueda interpelar y edificar al
creyente”5. Como también sabemos que “la reconversión de una práctica
sacramental requiere tiempo, en cuanto constituye todo un proceso también a
nivel comunitario”6.

1 Cf. la bibliografía de A. TORRES QUEIRUGA, Recuperar la creación. Por una religión


humanizadora, Sal Terrae, Santander 1997.
2 J. ALDAZÁBAL, Reflexiones desde la liturgia ante el final de siglo: Phase 38 (1998) 280.
3 P. LLABRÉS, El ministerio sacerdotal en el sacramento de la reconciliación: Phase 39
(1999) 434.
4 Ibídem, 447.
5 A. VERGOTE, El sacramento de la penitencia y la reconciliación: Selecciones de
Teología 145 (1998) 71.

176
La gracia del perdón: del don a la tarea

Por ello hemos de abrir las puertas a nuevos horizontes y a nuevas


perspectivas para desarrollar actitudes y comportamientos fecundos en la
estructura penitencial y reconciliadora del cristiano (pedir y otorgar perdón,
confesarse pecador y ejercer el servicio del perdón reconciliador) hasta llegar a
afirmar que el cuarto sacramento consiste en el poder perdonar acogido,
ejercido y agradecido y celebrado, y de esta manera hacer significativa, patente
y presente –a la vez simbólica y realmente– al Dios Amor perdonador, nuestra
reconciliación y la paz del mundo.
No insistiré en los elementos que tal vez expliquen las crisis del sacramento
de la penitencia y que cada lector puede aportar fácilmente. Parto, como he
afirmado, de que hemos de dar un paso adelante importante y que este salto
me parece puesto en razón bíblica y teológica, antropológica y socialmente.
Entre las razones para un “salto”, creativo y fiel, en el cuarto sacramento,
destacan las siguientes:

I. GIRO O/Y PARADIGMA CONCILIAR

Para nuestra reflexión teológica, esto es, para profundizar en la expresión y


eficacia del sacramento de la penitencia, es bueno, justo y necesario, que nos
apoyemos en el giro que en cosas fundamentales aporta el Concilio Vaticano II.
Se nos invita a atender a los signos de los tiempos, a la inculturación, a la
situación del “mundo”, como objeto-sujeto principal del amor agraciante de
Dios. El Concilio nos obliga a resituar o recolocar nuestra mirada y nuestras
bases. Si Dios ha reconciliado consigo al mundo a través de Jesucristo, luego
la reconciliación (cum Deo) con Dios y (cum ecclesia) con la Iglesia pasa a
reasumirse en la reconciliación (cum fratre) con el hermano, (cum mundo) con
el mundo. Se ha dicho en síntesis apretada pero significativa: “extra mundum
nulla salus” en contraposición al “extra ecclesiam nulla salus”, entonces
podemos entender el “mundo” como meta y camino de la reconciliación querida
y realizada por Dios y la misma habrá de procurar la Iglesia. El perdón a/con el
hermano y la reconciliación en/con el “mundo” sería la res et sacramentum.

6 Ibídem, 80; Cf. la bibliografía extensa de D. BOROBIO, Para comprender, celebrar y vivir
la reconciliación y el perdón, PPC, Madrid 2001.

177
BARTOMEU BENNÀSSAR

El mismo Concilio impulsó, pienso, la revisión del rito y de las fórmulas de la


penitencia (SC, n. 72). Y también pidió la clarificación de la naturaleza y efecto
del sacramento (eclesial, pero especialmente fraternal y social: SC, nn. 109 y
110). “[Los sacramentos] no sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan,
la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas. Por esto se llaman
sacramentos de la fe... Por consiguiente, es de suma importancia que los fieles
comprendan fácilmente los signos sacramentales” (SC, n. 59). Pero el cuarto
sacramento quedó a las puertas de esta decidida clarificación honda y radical.
Labor para el presente.
El Concilio insiste en el elemento eclesial comunitario (la reconciliación con
la Iglesia), pues destaca la dimensión teologal del pecado (ofensa contra Dios)
y la dimensión eclesial (herida a la Iglesia) (LG, n. 11). Pero a la vez nos
advierte de la tarea “mundana”, pues “la restauración prometida que
esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu
Santo y continúa en la Iglesia, en la cual por la fe somos instruidos también
acerca del sentido de nuestra vida temporal, en tanto que con la esperanza de
los bienes futuros llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el
mundo y labramos nuestra salvación (Cf. Fip 2,12)” (LG, n. 48).
El “mundo”, y cuanto envuelve esta categoría, deberá ir ocupando el lugar
teológico que le corresponde según la teología conciliar (GS, n. 1), también
para restablecer las relaciones rotas, los atropellos, las infidelidades, etc., para
poder recrear el cuarto sacramento.
Y la Iglesia, “Pueblo de Dios”, nos recuerda la fraternidad bautismal, nos
advierte de la corresponsabilidad en la correpresentación de la misericordia de
Dios, nos invita a ser y a vivir como una comunidad enteramente ministerial.
Veremos más adelante que con visión conciliar conviene llevar a cabo una labor
urgente y necesaria: “des-ordenar” la Iglesia para que el ministerio ”ordenado” no
se corrompa en clericalismo, ni se niegue “ de facto” la necesaria Eucaristía y la
penitencia-perdón de los pecados por falta de ministro ordenado. La Iglesia,
Pueblo de Dios, está “ordenada”, ordenados todos (ministerio y sacerdocio, oficio
y carisma) a ser y a ejercer de hijos de Dios y de hermanos, y a ejercer de
“padres” con todos para ayudarles a ser hijos de Dios y hermanos de verdad.

II. RELECTURA BÍBLICA Y TEOLÓGICA

178
La gracia del perdón: del don a la tarea

Una relectura bíblica y teológica, siempre como vuelta a “las fuentes” y


como mirada a “la meta”, de los grandes conceptos bíblico-teológicos:
encuentro, diálogo, alianza no pueden contemplarse fecundos en una dirección
sola, sino siempre en todas las direcciones y, quizás ahora, acentuando las
direcciones menos tenidas en cuenta. La categoría “encuentro con Dios” en el
sacramento fue decisiva en el cambio acaecido en la teología sacramental. Es
básica la consideración bíblica no de retorno del hijo pródigo al Padre, sino de
vuelta o de permanente “salida” del Padre pródigo hacia el hijo, hacia los hijos.
Pablo define a Dios como “el que consiste en perdonar” (Ro 8,33).
Es fundamental para el sacramento pleno: sabernos y confesarnos hijos (el
pródigo y el mayor) pecadores amados perdonados y, además, hacernos
padres o/y hermanos perdonadores-reconciliadores. Este segundo aspecto de
retorno y de vuelta a los demás si falta, flaquea un trascendente elemento
fecundo del sacramento. Aspecto, éste, que descubre además la centralidad de
“las obras penitenciales” (pedir perdón y perdonar al hermano de verdad, de
palabra y con obras). Se completa la verdad que los conceptos de diálogo,
alianza y encuentro encierran entre Dios y el hombre y entre éste y los demás.
Para el bien de estas categorías debemos velar por la integridad de
perspectivas e intentar llevar a plenitud la verdad de las riquezas bíblicas y
teológicas que manejamos. Por esta vía procedería una renovación, recreación
o refundación del sacramento de la penitencia.
En las categorías en cuestión, tal y como las presentamos, parece que
puenteamos o dejamos de lado la mediación de la Iglesia. Algunos incluso han
considerado “peligroso” el rezo del “yo confieso a Dios y a los hermanos”,
porque expresaría un cierto menosprecio de la Iglesia. Con esta mentalidad –
se dice– se pondría en juego algo fundamental: la eclesialidad-sacramentalidad
del perdón. Sabemos, sin embargo, que Dios puede perdonar al margen de la
Iglesia y del sacramento de la penitencia. Conocemos la fecundidad del “acto
de contrición“. Nunca sería una realidad peligrosa ni siquiera un lenguaje
menos apropiado si entendiéramos a la Iglesia y los signos sacramentales
como atmósfera y expresión –nunca reducción ni control– de la dadivosa
voluntad de perdón de Dios, de su bondad inmensa, de su copiosa redención,
de su gracia incondicional. Además, la experiencia cristiana, esto es, la
necesidad de reconciliación, pasiva y activa, es decir, de pedir perdón, de ser

179
BARTOMEU BENNÀSSAR

perdonado y de perdonar, no sería vivida al margen de la Iglesia, si ésta


reconociese, acogiera y proclamara (clavis ecclesiae) que pedir y otorgar
perdón es una verdadera vivencia sacramental cristiana. Y pienso que puede
hacerlo y decirlo. Ante la cuestión de la posible ampliación de la absolución
general se insiste en responder que la Iglesia no es dueña del perdón:
absuelve en nombre de Dios y no puede inventar a su gusto modos de
expresar este perdón. Comentaría que menos mal que no es dueña del perdón,
pero añadiría que sí puede inventar, a gusto del Señor, modos de expresar el
perdón7.
La manera “evangélica” de escapar a los riesgos del subjetivismo y
relativismo y de no construirme un Dios –peligro siempre al acecho– que
confirme o avale (absuelva) mis opciones y actitudes subjetivistas y
“realganistas”, pecaminosas y perversas o injustas y atropelladoras del
hermano, del hombre como tal, no me viene dada por el recurso a la confesión
auricular o “de cara” al sacerdote, sino que estriba en repensar estas
cuestiones: pecado, confesión, reconciliación, etc. desde los hermanos o “de
cara” a las víctimas de mis actitudes y actos, como lugar teológico. Ante ellas,
de diferente pero real y simbólica manera, si son próximas o lejanas, me
confieso, y a ellas pido perdón, con ellas de verdad me reconcilio cuando
condono y me perdonan8.
Tenemos un doble horizonte o una doble referencia, digámoslo así, en
nuestro entender y para nuestro actuar: primero, el hombre y la mujer en su
cultura. El horizonte de inteligibilidad nos viene dado por cada cultura ya que
ésta nos ofrece el ámbito de inteligibilidad en el cual las cosas y
acontecimientos cobran un sentido. Y la segunda referencia u horizonte es el
Dios trinitario. Dios perdona “de todo corazón”.
El perdón, consecuencia y expresión del amor verdadero, es el reto más
difícil al que se enfrenta el ser humano, en cuyo interior se combinan los
mejores y peores sentimientos en fuerte tensión. Desde una ética natural, el
perdón difícilmente se sostiene, pues la razón natural encuentra con facilidad
argumentos contemporizadores. El perdón “cristiano”, siempre y con amor
efectivo sustituyendo la injusticia y el odio, es más que un acto heroico.
7 J. RATZINGER, Carácter personal de la vida cristiana: Ecclesia n. 3105 (2002) 874-875.
8 Cf. J. SOBRINO, La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, Trotta, Madrid 1999.

180
La gracia del perdón: del don a la tarea

Creemos que sólo es posible por el amor de Dios con la gracia de Jesucristo,
como don del Espíritu Santo. Lo llamamos sacramento. Amad como Él (Dios)
ama. Perdonad como Él perdona. Absolved como Él absuelve.

III. RENOVADA SENSIBILIDAD ACTUAL HUMANO-SOCIAL

Una renovada sensibilidad actual humano-social crece acerca del perdón y


de la reconciliación. Esta sensibilidad emergente acerca de tan trascendentales
experiencias, íntimas y colectivas, de perdón y de reconciliación, nos impulsa a
mirar esta “zona cero” de las básicas experiencias de humanidad o de
inhumanidad, de opción cristiana o de convencionalismo religioso, de fe o de
fachada, para reconstruir el edificio penitencial desde la fidelidad a Dios y al
evangelio y desde la fidelidad al hombre sabiendo que estas fidelidades
convergen.
Siguiendo el argumento de conveniencia de santo Tomas para fundamentar
el número de los sacramentos, que cubren o llenan de gracia las situaciones
vitales concretas y reales del ser humano, podríamos sustituir la regla pastoral
de “no sacramentalizar lo que no se ha evangelizado” por esta otra: “se deben
sacramentalizar (y declarar sacramento) las experiencias humanas y
humanizadoras verdaderas”.
Aquello que debemos intentar es reconocer el cambio de sensibilidad hacia
nuevos valores o desvalores y asegurar la verdad del pecado o del mal
cometido y la verdad consecuente del pecador penitente ante el mal. ¿Quién
pide perdón al sacerdote, sin implicarse en la realidad dolorosa, injusta e
indigna, no banaliza las realidades perversas y maléficas? Por otro lado, quien
es compasivo y se aproxima a cualquier herido que encuentra y/o que hace,
quien es capaz de pedir perdón, quien es capaz, también el herido, de dar la
mano y de calmar –con el vino y el aceite del perdón– a quienes le han
maltratado y victimado, y quienes son capaces –unos y otros– de perdonar en un
mundo de rupturas, rencores, separaciones, conflictos y odios están viviendo el
sacramento del Señor Jesús. ¿Por qué no proclamar y llamar a esta labor
sanante, reconciliadora y pacificadora de los cristianos, y de todo y cualquier
samaritano y víctima, no sólo una obra de misericordia o de heroicidad sino el
cuarto sacramento?

181
BARTOMEU BENNÀSSAR

IV. BÚSQUEDA DE MAYOR FECUNDIDAD MORAL, PASTORAL

Uno de los criterios constantes que se plantea la Iglesia en su misión


consiste en acertar o, cuando menos, buscar un mayor acierto moral-pastoral
en las acciones emprendidas o celebradas.
Sabemos que es grande la complejidad que conlleva el sacramento de la
penitencia: antropológica, psicológica, sociológica, cultural, moral, teológica,
litúrgica, pastoral… Por tanto deberán tenerse en cuenta datos complejos para
toda renovación que se precie. No podemos aquí establecer un análisis de
cada uno de estos apartados. Únicamente indicaré algunas cuestiones. El
perdón sacramental hoy no podemos considerarlo al margen del marco más
ancho, y a la vez más concreto, de la vida penitencial de la Iglesia y de cada
cristiano. El marco, que incluye actitudes y acciones diversas, abre
perspectivas de mayor fecundidad para la experiencia sacramental difusa. La
vida fuerza a la teología, a la liturgia y a la pastoral a innovar por fidelidad.

V. UNOS EJEMPLOS

1) Desde la psicología antropológica y social puede muy bien hoy


contemplarse la excepcional “imposibilidad física o moral” de confesarse
individual e íntegramente, con una mayor amplitud. No se trata de establecer
una casuística sin salida alguna. Pero sí que el afirmar y comprobar la casi
universal “imposibilidad de mantener la obligatoria confesión al sacerdote” nos
ayuda a mantener despejados los puentes en la búsqueda de una mayor
verdad penitencial y de su posible verificación. El rol del sacerdote como
ministro del sacramento está muy “tocado” desde las situaciones reales
negativas que se han dado y desde nuevas perspectivas abiertas psicológicas
y profesionales. Recordemos el miedo, la angustia, el sin sentido del
confesionario. Su negatividad, o cuando menos problematicidad, está ahí
solicitando atención y respuesta.
¿Podría afirmarse que el “sistema penitencial” vigente, aunque más
suavizado respecto a otros momentos de la historia, es un método “de
violencia” al servicio de la verdad? Así es percibido y sentido, aunque se debe
calificar la violencia de moral o de existencial psicológica. Juan Pablo II
condena los métodos de intolerancia y de violencia en el servicio a la verdad

182
La gracia del perdón: del don a la tarea

(TMA, n. 35). ¿Podría extenderse este sentido y condena a la violencia, una


especie de tortura, padecida ante el confesor? Se ha hablado de “terrorismo
espiritual” y de la incomprensible paradoja del cristianismo que mientras ofrece
la misericordia de Dios actúa con la pastoral del miedo, sombría y opresora,
que podría haber sido una causa de la descristianización de Occidente 9.
Sabemos la importancia y la base antropológica que tiene la apertura
(confesión) confiada a otro(s). Juan Pablo II afirma que “la capacidad y la
opción de confiarse uno mismo y la propia vida a otra persona constituyen
ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos y
expresivos” (FR, n. 33). Sin embargo, hoy dicha capacidad parece bastante
disminuida o dirigida hacia otros espacios y hacia otras personas; la misma
opción de confiarse no puede imponerse; y los actos han de ser significativos y
expresivos de y para cada persona, pero pueden resultar también actos
forzados, inauténticos y mortales.
No se trata de negar la importancia del recuerdo o de la memoria del mal
hecho, del pecado cometido, de la pequeña o gran historia de cada uno. No.
Reconocemos la importancia de la confesión, incluso de la palabra misma, en
un mundo de imagen y de presencias virtuales; también afirmamos la
importancia del examen y de la confesión consiguiente, sobre el cargo y los
encargos de la vida personal, familiar, profesional, política… en un mundo de
irresponsabilidad, de descargo y de inmunidad.
Por tanto, no magnificamos la amnesia, el olvido y el retroceso psicologizante
y estetizante frente a las responsabilidades históricas y ante la fragmentación de
la identidad. Al revés. Lo que afirmamos es que ni la memoria (examen de
conciencia) ni la confesión al sacerdote deberían paralizar a la persona. A la
memoria en camino de pacificación y a la conciencia que reconoce el mal y que
se dispone a la conversión y a pedir perdón-perdonar, no se les ha de hacer
“más difícil” hasta sentirse violentadas o violadas.
¿Es previsible una vuelta atrás, esto es, volver a llenar los confesionarios? 10.
No lo pienso. Es más, son bastante claras las dos concepciones teológicas que
afloran en los “praenotanda” del Ritual y en otros lugares, fruto de la

9 Cf. J. DELUMEAU, La confesión y el perdón, Alianza, Madrid 1992, y otras obras del
autor.
10 Cf. V. GÓMEZ MIER, Adiós al confesionario, Nueva Utopía, Madrid 2000.

183
BARTOMEU BENNÀSSAR

Congregación para el Culto Divino y de la Congregación para la Doctrina de la


Fe. Me pregunto cuál sería el parecer teológico de una posible y deseable
Congregación para la vida moral y pastoral de la Iglesia. Ya sé que la ciencia
ficción de poco sirve, pero no nos ahorremos ni la imaginación ni el deseo.
2) Desde la Teología moral conciliarmente renovada otros son o serían los
elementos que se manejarían: pecado estructural, opción fundamental, moral
de actitudes, etc. trastornando el objeto moral y el sujeto moral y, por lo mismo,
la consideración del penitente reconciliado-reconciliador y del “lugar” de sus
actos y actitudes, opciones y acciones. Por ejemplo, “la expresión “perdón de
los pecados“ con la que Lucas resume la realización de la Promesa (Lc 24,47;
Hch 2,38…), indica perfectamente el carácter completo de la salvación, pues
llega hasta la raíz misma que en el corazón humano tiene el “mal hacer”, al que
la Biblia llama “pecado” y que, antes de ser un acto, es un Poder (personificado
en la figura de Satanás) que tiene a todo hombre bajo su yugo; por supuesto, la
expresión “perdón de los pecados” no se debe entender en un sentido
exclusivo –en el que sólo importaría el pecado y poco todo lo demás, en última
instancia–, sino inclusivo: importa el pecado y, por tanto, a fortiori, todo lo
demás (cuerpo, relaciones, circunstancias sociales, económicas, políticas)” 11.
3) Desde la teología dogmática, que se entiende como inteligente y amorosa
sabiduría para captar las preguntas de la vida y los retos que desafían a la
comunidad cristiana en su testimonio del Reino de salvación, de Dios a favor
nuestro; desde la teología que sabe que la fe no se detiene en los enunciados
conceptuales históricos, sino que nos lleva a la realidad misma que
confesamos; desde la teología que entiende que “… por siempre ha tenido la
Iglesia poder para determinar o mudar en la administración de los sacramentos,
manteniendo a salvo su sustancia, aquello que, según la variedad de las
circunstancias, tiempos y lugares, juzgara que convenía más a la utilidad de los
que los reciben o a la veneración de los mismos sacramentos” 12. Desde estas
premisas mantenemos la puerta abierta a cambios sustantivos –dados ya en la

11 L. M. CHAUVET - M. TOMKA, Editorial: Concilium n. 278 (1998) 664. Para todas estas
cuestiones ver los múltiples y magníficos trabajos y libros de M. VIDAL. (Gracias, maestro
y amigo, “per dicta, facta et passa”). Cf. también M. RUBIO, El sentido cristiano del
pecado, Paulinas, Madrid 2000.
12 Declaración del Concilio de Trento. Cf. J. COLLANTES, La Fe de la Iglesia Católica, BAC,
Madrid 1983, 618-619, (n. 961).

184
La gracia del perdón: del don a la tarea

historia de este sacramento– para salvar su sustancia. De lo contrario,


tendríamos que pensar que “todo funciona como si el poder doctrinal y
disciplinar brotaran en la Iglesia de una lógica diferente a la que los cristianos,
en su interpretación de la Escritura neotestamentaria, perciben
espontáneamente como evangélica”13.

VI. ALGUNOS “PASOS” ILUSTRATIVOS

Podemos contemplar algunos “pasos” ilustrativos y significativos y que nos


dejan a las puertas de decisiones futuras o de “pasos” a dar con futuro ya en el
presente.

1. Irreiterabilidad de la penitencia

De la irreiterabilidad de la penitencia, e irremisibilidad de algunos pecados,


se pasa en el tiempo al abandono total, a la no-práctica de la confesión y a la
reiterabilidad y reiteración “banal” de la confesión. Podríamos hoy pasar al
amaos más allá de todo límite. “Cuando la persona vive genuinamente su
condición amorosa en las relaciones interpersonales está reflejando lo más
profundo de Dios. Quienes conviven con esta persona están contemplando el
signo más denso de la divinidad”14.
J. Martín Velasco escribe que “el encuentro interpersonal constituye la
realidad humana y mundana menos inadecuada para simbolizar la originalísima
relación del hombre con el Misterio que constituye el centro bipolar del
fenómeno religioso”15. La “concepción del símbolo, como la estructura tripartita
de los sacramentos en otro lenguaje, nos hace ver la continuidad entre la
realidad humana (transida de lo divino) y la gracia de Dios (que se percibe y se
recibe solamente a través de las realidades humanas: antropológicas,
simbólicas…).
Cuando decimos que la reconciliatio cum Ecclesia es signo (res et
sacramentum) del perdón de Dios (res tantum), podemos pensar en un lenguaje
13 L. DUQUOC, Creo en la Iglesia, Sal Terrae, Santander 2001, 22.
14 L. MALDONADO, Praxis sacramental y compromiso de fe, PPC, Madrid 2001, 21.
15 J. MARTÍN VELASCO, El encuentro con Dios, Caparrós, Madrid 1995, 8.

185
BARTOMEU BENNÀSSAR

más actual en la dinámica profunda del símbolo (la doble significación de


Ricoeur), es decir, que el significante está incluido en el significado; que el
significante primero (la reconciliación) forma parte esencial del significado último
(el perdón divino); que el significante no sólo remite al significado de forma
extrínseca, sino que forma parte de él; o, dicho de otro modo, que la salvación
(significado último) incluye y, en cierto modo, se identifica con la comunión (algo
que la penitencia antigua mostraba muy bien por el hecho de que el proceso
penitencial concluyese en la eucaristía)”16. Algo de ello recordaremos más
adelante. Podríamos ahora pasar “de nuevo” al “confesaos mutuamente los
pecados” (Sant 5,16)

2. La reserva

De la reserva al obispo y a los sacerdotes (poder de jurisdicción o facultad


para oír confesiones y absolver), por aquello del “carácter judicial” del
sacramento de la penitencia o del “jurídico” control de los confesores o del
sacerdote como representante de la comunidad, podríamos pasar a la
comprensión y praxis de ser todos (laicos/as, también) concernidos con/por el
poder-deber (capacidad-necesidad-facultad) de ejercer el verdadero y
evangélico ministerio del perdón y de la paz reconciliadora. No entramos ahora
en las posibles consideraciones acerca del sacerdocio común de los fieles.
La Iglesia toda es sacramento de la bondad, de la misericordia y del perdón
de Dios. La potestad de jurisdicción está sometida también y está
necesariamente relacionada con la misericordia y el perdón del Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo.
Decíamos que la Iglesia ha de poner en juego toda su imaginación creadora
para responder a las necesidades de las distintas comunidades y del mundo,
cimentando sus respuestas en la predicación de Jesús y del Nuevo
Testamento. En síntesis podemos afirmar que “la conversión, consecuencia de
la pertenencia al Reino, debe ser a la vez conversión a Dios (a su voluntad) y al
prójimo. A la siempre urgente obligación de convertirse corresponde el

16 F. MILLÁN ROMERAL, La Penitencia hoy. Claves para una renovación, Desclée, Bilbao
2001,194; ID, Perdón, reconciliación, sacramento de la penitencia (Boletín): Miscelánea
Comillas 98 (2000) 271-297. (Sus sugerencias me han ayudado).

186
La gracia del perdón: del don a la tarea

compromiso semejante de perdonar al prójimo, hasta setenta veces siete (Mt


18,22). El discípulo de Jesús representa claramente en este proceso el papel
de Dios-perdonador.
“El pensamiento cristiano quedó reflejado en dos textos, que son de suma
importancia para entender la constitución de la penitencia cristiana: Mt 18,15-
18 y Jn 20,22-23. Ninguno de los dos habla de un pleno poder ministerial, de
una competencia exclusiva de los apóstoles (y sus sucesores) en orden al
perdón de los pecados. […] A los discípulos de Cristo, es decir, a los cristianos
compete el poder de atar o desatar: cada uno de ellos debe poner paz en las
relaciones con su “hermano/a” […] Los textos, que sin cesar se aducen a favor
de una exclusiva competencia clerical en el sacramento del perdón, tienen otro
sentido: expresan más bien la convicción de la primitiva comunidad y de los
redactores evangélicos de que todo cristiano/a tiene el deber de convertirse
ante el hermano/a ofendido y de perdonarle. Estos actos de perdón tienen
validez ante Dios”17.
El ministerio de la reconciliación puede ser considerado también como un
ministerio “carismático” ligado al bautismo y a la confirmación, como también
un ministerio “jerárquico”, es decir, ligado a la ordenación presbiteral. Todos los
cristianos/as son invitados a ser embajadores/as (2 Cor 5,18-20) de Cristo que
confía el ministerio de la reconciliación a toda la comunidad eclesial. Parece
poco defendible sostener que Pablo hable de un ministerio reservado sólo a los
ordenados. Más bien se trata de la misión de todos los miembros de la Iglesia,
laicos y religiosos, presbíteros, obispos y diáconos, quienes, desde la
diversidad de sus carismas y de sus ministerios, realizan el ministerio de la
reconciliación, de la que la Iglesia en su conjunto es el sacramento 18.

3. El pecado como separación o ruptura de la comunión


con la Iglesia

17 K.-H. OHLIG, ¿Está muerto el sacramento de la penitencia?: Selecciones de Teología


145 (1998) 64-65.
18 Cf. M.-P. PRÉAT, Actualité d’une théologie de la réconciliation: Nouvelle Revue
Théologique 122 (2000) 251; D. FERNÁNDEZ, La confesión hecha a los laicos: Proyección
46 (1999) 27-36.

187
BARTOMEU BENNÀSSAR

Del pecado como separación o ruptura de la comunión con la Iglesia


pasamos, por la mayor sensibilidad social actual y por la emergente toma de
conciencia de la comunión y globalización solidaria, a una alertada y fecunda
consideración de la ruptura fraternal, interpersonal y colectiva. Por ahí nos
pueden venir cambios de perspectiva, de actitudes y de acciones.
En positivo, es de interés toda la reflexión acerca de la “liturgia del prójimo”,
de la “liturgia del otro” y de la “liturgia del mundo”. Ojalá la Iglesia dijera que su
liturgia decisiva (Mt 25) es la liturgia del mundo, es la liturgia del prójimo.
Cuando dos personas se dan sus manos y se entrelazan en paz y perdón se
produce el mejor símbolo del Dios Amor. Las partes que se unen, se
reconocen, convergen, se juntan, trasparentan a Dios. La ruptura es siempre
diabólica. El gesto y la palabra “simbólicos” son la explosión sacramental. Y
ahí, en esa mediación se revela Dios. La mediación del prójimo, del otro, no
separa o aleja, al revés acerca y aproxima, es simbólica, sacramental.
Podemos preguntarnos: ¿Confesarse a Dios? Sí, para abrirnos más allá del
pequeño círculo personal. Escuchar “yo te perdono” en la verdad íntima de la
sinceridad y del reconocimiento-confesión del “yo soy este pecador”, en la
atmósfera “divina” de un “Ser” que es “Amor” y por ser tal no puede más que
perdonar. Se trata, pues, de asegurar el máximo de personal sinceridad y
autenticidad.
¿Confesarse al hermano, a cualquier otro? Este otro goza de la visibilidad
“originaria” o fundamental de Dios, Creador y Salvador. El otro es sacramento,
es “visibilidad” o mediación del Dios “invisible”, es el rostro del “Dios con
nosotros”. El “protosacramento”, pues, debemos buscarlo y vivirlo en este
campo y con estos protagonistas.
¿Confesarse a la Iglesia? Esta visibilidad eclesial y litúrgico-celebrativa, que
podemos llamar segunda, puede y debe vivirse como testimonio y signo de la
realidad que ha acontecido en el encuentro “anterior”, básico, esencial,
creatural. Ojalá la comunidad eclesial se confiese a Dios y al hermano humilde,
y sinceramente, y trabaje eficazmente en la reconciliación fraternal y social.

4. El “atar/desatar” a/de la Iglesia

188
La gracia del perdón: del don a la tarea

Del “atar/desatar” a/de la Iglesia (Mt 16,17-19; 18,15-18; Jn 20,22-23)


podemos pasar a considerar fundamental y fundante la desatadura, la
liberación-absolución por medio de la lucha por la verdad y la justicia. Si el
Maligno ata por la mentira y la injusticia, la desatadura liberadora debe seguir el
proceso contrario: la verdad y la justicia. La “absolución” tiene mucho que ver
con la “solución” propuesta, real y existencialmente aceptada para los
problemas reales de injusticia y mentira; se vive por medio del compromiso con
la verdad y por la lucha por la libertad y la justicia.
En ayuda de esta consideración podemos aportar el sentido reconciliador
claramente inclusivo de enfermos y tarados, de los llamados “pecadores” en el
Evangelio. Sin esta “salud” es difícil pensar en la “salvación” cristiana, en una
comunidad salutífera. La reconciliación, la inclusión, la reconciliación, la
“solución” en la verdad y por la justicia son signo, camino y “causa” del perdón
de Dios. El lugar central que se dio a la Iglesia en el proceso penitencial fue
tildado durante un tiempo de “hipereclesialización”; hoy se puede acusar esta
tendencia propuesta de “ horizontalismo mundano”. De todos modos Iglesia y
mundo no deben andar tan lejos una de otro. Al revés. Ya sabemos que
siempre los hay que miran el dedo que señala y no la luna, el objeto señalado.
“La Iglesia, que descubre cada vez la koinonia como vocación profunda,
debe acoger ese don comunional de la igualdad en la diversidad que le
trasmiten el Hijo y el Espíritu, convertirlo en su propia sustancia, para luego
irradiarlo al mundo, siendo su signo eficaz, convirtiéndose en vislumbre y
semilla de reconciliación universal. Sólo así podrá ser, por otro lado, fiel a las
promesas mesiánicas, es decir, sólo así será ‘cristiana’ o ‘crística’. De este
modo su sacramentalidad como icono de la Trinidad le remite de nuevo a su
sacramentalidad como Cuerpo de Cristo e imagen del Reino. Las tres tienen
esta íntima unidad en perfecta reciprocidad”19.

5. Eucaristía para nosotros pecadores

De la Eucaristía, casi imposible antes sin confesión previa, pasamos a la


Eucaristía para nosotros pecadores, confesos como tales –realidad de tantas

19 L. MALDONADO, Praxis sacramental y compromiso de fe, PPC, Madrid 2001, 129-130;


AA. VV., Dimensión trinitaria de la penitencia, Secretariado Trinitario, Salamanca 1994.

189
BARTOMEU BENNÀSSAR

maneras proclamada y significada– y reconciliados en la mesa común


eucarística, eclesial y social.
“La Eucaristía perdona el pecado y la penitencia perdona el pecado. El
sacramento de la Eucaristía es sacramento de perdón. El sacramento de la
penitencia no monopoliza el perdón en la Iglesia. Más aún, la fuente primigenia
de la misericordia divina es la Eucaristía, porque es el memorial de la cruz” 20. La
Eucaristía “maqueta”, prenda, celebración y compromiso de una sola mesa
humano-cósmica servida y compartida.
“No convendría olvidar que la Eucaristía no es sólo culminación o máxima
expresión de la comunión ya alcanzada sino que es también fuente de
comunión, generadora de comunión, es hito en el caminar de la comunidad
cristiana que se sabe peregrina hacia la plena comunión que sólo será tal en el
horizonte escatológico. Los pastores deberán, por tanto, insertar la Eucaristía
en ese caminar en el que (una vez más la tensión escatológica) ya gustamos el
banquete de comunión, pero en el que todavía padecemos la separación y la
ruptura que viene del pecado”21. Comunión y tensión “mundana” o compromiso
de llevar este mundo a la altura del hombre perfecto, Jesucristo. El bautismo-
confirmación (penitencia) y la Eucaristía (penitencia) nos darían hoy la llave,
más reducida, si se quiere, pero más práctica, acorde y coherente con la
sensibilidad sacramental actual y, creo, evangélica.

6. Vivencia de la comunidad pecadora

De la penitencia del pecador sólo pasamos a la vivencia de la comunidad


pecadora, penitente y reconciliadora.
La Iglesia es vista como necesitada de purificación, de renovación y
penitencia (LG 8). La Iglesia de pecadores, penitentes y reconciliados se vuelve
reconciliadora. Una Iglesia mediadora, objeto y sujeto de paz y de
reconciliación. Pienso que siempre que decimos Iglesia debemos decir todos y
todas los cristianos/as. Y esta tarea o misión de reconciliación y de pacificación
se confunde con la “satisfacción” o “penitencia” (que éste era el nombre): la

20 J. EQUIZA, El sacramento de la penitencia y el Concilio de Trento, en: J. EQUIZA (ed.), El


Sacramento de la penitencia, Verbo Divino, Estella 2000, 135.
21 F. MILLÁN ROMERAL, o. c., 219.

190
La gracia del perdón: del don a la tarea

conversión al otro pidiendo perdón y perdonando. Este proceso reparador


penitencial, con signos personales y sociales, no es apéndice, es núcleo. No
colocamos el acento en la obra de satisfacción (en sentido pelagiano de obra
sin fe) de la acción reconciliadora, sino en el don–poder hacerlo, alabando así,
confesando pues la bondad, la misericordia y el perdón sobreabundante y
gratuito de Dios, quien hace “posible” mi/nuestro perdonar.
En la “misión” misma, en la tarea permanente de trasformación de las
relaciones de injustas en justas, de conflictivas en pacíficas, etc., el cristiano se
llena de, vive y celebra el perdón de Dios. No puede extrañar que algunas
tradiciones denunciaran el verticalismo antievangélico (de aquel que pide
perdón de la propia deuda y, sin embargo, no perdona a sus camaradas) e
hicieran del perdón fraterno, del perdón humano, condición para la confesión.
“Perdonar a quienes nos ofenden”, rezamos. Perdonar a quien me ha
ofendido, de acuerdo; pero ¿cómo puedo perdonar a quien(es) ha(n) ofendido
a otro(s)? Puedo y debo poner la otra mejilla si me pegan a mí. Si pegan a otro,
debo hacer “lo posible-imposible” para que no le peguen ni la primera vez.
Habrá, pues, que reparar daños, buscar la verdad, exigir justicia, etc. Dejamos
estas cuestiones para otros estudios 22. Alerta, pues, al perdón o a la
reconciliación barata, banal, perversa, pero sabiendo de todos modos que el
perdón, el sublime perdón extremo, es algo “divino”.
No tratamos de diluir o disolver (que por otra parte no estaría tan lejos de la
sal en los alimentos y la levadura en la masa) el sacramento en la vida, sino de
celebrarlo en sentido fuerte, esto es, de significarlo y de hacer de y en la vida
real el sacramento (realizarlo). No hay otro lugar evangélico. Es la vida la que
reclama el sacramento. “Los sacramentos deben ser mundanos” 23. “Reactivar,
afirma F. Millán, el sacramento de la penitencia no significa solamente que haya
más cristianos que se confiesen o que se confiesen más, sino también hacer
que nuestra Iglesia sea más familia que invita y acoge” 24. Podríamos quitar de la

22 Cf. R. J. SCHREITER, Violencia y reconciliación. Misión y ministerio en un orden social


en cambio, Sal Terrae, Santander 1998; ID, El ministerio de la reconciliación.
Espiritualidad y estrategias, Sal Terrae, Santander 2000; AA. VV., Verdad y reconciliación.
Reflexiones éticas, CEP, Lima 2002; J. COMBLIN, Teología de la reconciliación, CEP, Lima
2002.
23 F. MILLÁN ROMERAL, o. c., 290.
24 Ibídem, 203.

191
BARTOMEU BENNÀSSAR

afirmación anterior “solamente” y “también“ y añadir que la Iglesia se hace tal


en el servicio de la acogida y de la reconciliación.
Al modo de Dios o al estilo de Jesús. Esta “referencia” u “horizonte” es
importante para situarnos como pecadores cristianos perdonados.
Descubrimos nuestra falta de amor no mirándonos a nosotros mismos, sino
contemplando al Hijo, al Padre, quienes nos devuelven a nuestra realidad
agraciada. Por ello la Palabra de Dios (con todo lo que conlleva de lectura
puntual o de “bajo continuo” en nuestra vida) para nuestra concepción significa
aceptar e integrar en nuestra existencia el perdón como don y como tarea. “No
hay comparación entre el delito y el don. Porque si por el delito de uno todos
murieron, mucho más la gracia de Dios, hecha don gratuito en otro hombre,
Jesucristo, sobreabundó para todos” (Ro 5,15). Confesar o alabar-agradecer
este don: ser perdonado; confesar o proclamar este poder-tarea ministerio:
pedir perdón-perdonar. A este conjunto experiencial llamamos sacramento del
perdón.
En la cotidianidad penitencial, el “salto sacramental” que proponemos, frente
a infantilismos, inmadurez alienante, control enfermizo, evasión de
compromisos y responsabilidades de la disciplina anterior, nos invita a
desarrollar unas significativas capacidades humanas y humanizadoras, y por
ello sacramentales: capacidad de autoacusación íntegra, es decir, sincera
(frente a excusas o acusaciones); capacidad de distinción entre sentido de
culpa y complejo de culpabilidad; capacidad de un yo y de una conciencia libre
y responsable; capacidad de apertura frente a individualismo y aislamiento;
capacidad de mayor sensibilidad solidaria y corporativa, eclesial y humano-
mundana.
Estaríamos a punto para hablar más del perdón como don, después de
haber dilucidado un poco el don del perdón. El “don” acogido de la vida, del
amor y del perdón de Dios en Jesucristo, como un elemento esencial e
inherente al vivir cristiano, se vuelca hacia fuera en una existencia tensada por
la misma cuerda –tarea y sinfonía inacabada–: donar, con-donar, per-donar. La
misma antropología o psicología teológica podría confirmar los pasos dados y
el salto iniciado. Perdón ganado y siempre otorgado por Jesucristo a nosotros
pecadores, sin cicaterías, ni restricciones, ni confesiones formularias y perdón
a pedir y a ofrecer sincera y generosamente. “Confesamos” el perdón de Dios

192
La gracia del perdón: del don a la tarea

para nosotros con la mirada puesta en cómo es y debería ser nuestro perdón
para los demás. Estos dos objetivos los mantenemos intrínsecamente unidos.
En resumen, perdón quiere decir:
1. Un pasado con esperanza, esto es, liberación de la memoria pesada y
apesadumbrada para poder recrear la historia y vivirla.
2. Un presente con gozo, es decir, liberación del temor, del desánimo y de
la tristeza para poder consolar y felicitar a los demás.
3. Un futuro con reconciliación, esto es, liberación de la conflictividad
interior y exterior para ser y ofrecer un verdadero ministerio de
reconciliación y de paz25.

25 Cf. B. BENNÀSSAR, El perdón como buena noticia: Misión Abierta 6 (2000) 28-35.

193

You might also like