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Resaltando que la Anorexia Nerviosa es uno de los trastornos más difíciles de tratar,
en el que se suman factores biológicos, psicológicos y socioculturales, y que
coexiste con frecuencia con depresión, abuso de sustancias y ansiedad, plantea
Teusch la ausencia de lo psicoanalítico en los modos de abordaje comúnmente
recomendados: supervisión médica y nutricional, medicación, y psicoterapia, y
dentro de ésta, terapia cognitivo-conductual, terapia dialéctico-comportamental, y
terapia familiar. Esto a pesar de los rasgos propios de los Trastornos de Conducta
Alimentaria que harían pensar lo contrario: autoestima centrada en la imagen
corporal, perfeccionismo compulsivo, y uso del control de la comida para compensar
sentimientos que de otra manera serían abrumadores. Y a pesar de la utilidad a
largo plazo, superior a las terapias convencionales, que muestran tener los
enfoques psicodinámicos de tratamiento (Leichsenring, 2011; Miler, 2010; Shedler,
2010; Thase, 2013; Watzke et al, 2010).
Puertas adentro del propio mundo psicoanalítico destaca Teusch el trecho entre los
planteamientos clásicos de análisis a nivel de conflicto psicosexual (repudio de la
sexualidad genital y regresión a niveles sádico-orales en lo tocante a conflictos,
fantasías y defensas, Masserman, 1941; Rowland, 1970) y el enfoque propio de la
psicología del self, que supone un cambio en la aproximación clínica y teórica
planteando en lo técnico la cercanía a la experiencia del paciente, y en lo teórico la
falla en la constitución del narcisismo como núcleo patógeno fundamental. La
consecuencia es que lo primero es relegado por ser sentido como demasiado lejano
a la experiencia (experience-distant, en el original), aun siendo notable que estos
cuadros clínicos presentan todas las dificultades que han justificado, a lo largo de la
historia del psicoanálisis, la misma sofisticación teórica que ahora nos resulta
excesiva. “El tratamiento de pacientes anoréxicas sigue planteando un reto
formidable debido a las tendencias autodestructivas de estas pacientes – a menudo
negadas- una resistencia al tratamiento difícil de superar, y también reacciones
contratransferenciales en los clínicos” (p. 192).
Hay excepciones: Milch y Orange (2004) describen un aspecto del superyó -la
conciencia y el juicio introspectivo sobre las acciones propias- como formando parte
del self. Castelnuovo-Tedesco y Risen (1988) asocian la severidad de la anorexia a
un superyó primitivo. Y Lind (1989) describe el yo anoréxico como “ensombrecido”
y sobreidentificado con el superyó. El planteamiento de esta autora coincide en
algunos aspectos importantes: que la patología del yo-superyó (el llamado falso self
anoréxico, producto de un yo débil y masoquista dominado por un superyó arcaico
sádico) es un elemento importante para explicar la etiología de la Anorexia Nerviosa,
la característica resistencia de la paciente al tratamiento y el pobre resultado
terapéutico. Y que, además, frecuentemente no se reconoce esta estructura por la
propia distorsión en el desarrollo temprano del yo inducida por un superyó
excesivamente severo, que puede llegar en los casos más graves a confundirse con
el Yo, tanto para el propio paciente como para el terapeuta.
Anticipa también la autora, en esta introducción, que está ya en Freud la idea de los
trastornos que el yo temprano puede sufrir debido a las deficiencias en la
constitución del narcisismo (debido a fallas repetidas de empatía de las figuras
parentales, pérdida de objeto, o trauma manifiesto), y también la idea de un yo
precozmente escindido y el desarrollo de una relación sadomasoquista entre el yo
y un superyó-yo ideal arcaico que conduce a esa identificación entre yo y superyó
tan característica. “En la anorexia severa, el yo sano de la paciente ha sido
totalmente absorbido por un superyó exigente y cruel, y las metas del yo y del
superyó se han vuelto indistinguibles, tal como lo describe Freud (El problema
económico del masoquismo, 1924)” (p. 193).
yo y superyó, incluyendo el ello, contienen las historias de nuestras relaciones de objeto tempranas…
de experiencias relacionales reales junto a nuestras fantasías y reacciones a dichas experiencias.
Nuestro entendimiento de las relaciones intersistémicas conscientes e inconscientes entre yo, ello y
superyó proporciona un complemento necesario al foco intersubjetivo (p. 193).
Las pacientes anoréxicas despliegan rasgos característicos que apuntan a las tres
instancias: dificultades de autorregulación y autoconciencia, sentimientos profundos
de aislamiento, depresión, vaciamiento emocional, baja autoestima, distorsiones
cognitivas, exagerada necesidad de control y falta de autonomía en lo que respecta
al yo. Esfuerzos por alcanzar un yo ideal rígido y autodestructivo en forma de
delgadez ideal, negación de necesidades de salud y del deseo en forma de ayuno
autoimpuesto, y agresión vuelta contra sí misma que da lugar a una penitencia
inacabable en forma de inanición, en lo que respecta al superyó y al ello.
Es habitualmente difícil establecer una relación terapéutica sólida con una paciente
anoréxica. El alejamiento que habitualmente tienen respecto de sí mismas, de sus
sentimientos y motivaciones, los intensos sentimientos de vergüenza y culpa
referidos a su propio trastorno de alimentación y a su incapacidad de superarlo, los
diversos niveles de negación del propio trastorno, de su nivel de severidad, y de las
verdaderas razones que lo mueven, junto al temor de que se las fuerce a ceder
antes de que ellas mismas se sientan preparadas, hacen que su resistencia inicial
sea considerable. A la vez, es importante mantener el contacto con la realidad
clínica a la vez que se cuida el reconocimiento empático: que se establezcan desde
las primeras sesiones algunos parámetros del encuadre que permitan el trabajo
terapéutico en condiciones de seguridad. El terapeuta debe legitimar su percepción
del trastorno de alimentación, especialmente si no hay consenso con la paciente, y
traducirlo en la aceptación de unos términos de seguridad médica y en la
participación de otros profesionales en el seguimiento (médicos, nutricionistas, etc.),
también para delegar responsabilidades y mitigar la ansiedad del terapeuta. Es
necesario que predomine la percepción de que el terapeuta es la voz de la realidad
que vela por la seguridad de la paciente a la vez que respeta su percepción de las
cosas, armarse de paciencia, y evitar entrar en luchas de poder desde el principio.
“Es útil dejar al paciente tanto espacio interpersonal como pueda tolerar en la relación terapéutica.
Dada la sintomatología anoréxica y bulímica, que es profundamente vergonzosa para la paciente y
que tiende a empujar al terapeuta a actuar, junto con la renuencia (debido a la prohibición del
superyó) a revelar sus pensamientos y afectos, se requieren grandes dosis de tacto y de equilibrio
cuidadoso en el terapeuta a la hora de ser firme en sus recomendaciones de tratamiento a la vez
que paciente y cuidadosamente escucha y considera la perspectiva de la paciente…..A medida que
la paciente llega a confiar en que el terapeuta quiere oír y entender su experiencia singular, más que
solamente cambiar sus comportamientos disfuncionales, la paciente arriesgará más y más de su
auténtica expresión de sí. A través de mantener el foco en los comportamientos, pensamientos y
sentimientos de la paciente, y ayudándola a ver las conexiones psicológicas entre su trastorno de
alimentación y sus experiencias emocionales, pasadas y presentes, llegará cada vez más a darse
cuenta que lo hizo lo mejor que pudo, dadas su experiencia emocional, sus recursos, y sus
experiencias de vida” (p. 205-206).
En primer lugar, los terapeutas suelen estar incómodos con los trastornos de
alimentación: la negación del sufrimiento y el colocarse en una posición de
suficiencia ocupa demasiado lugar, y además se sitúan con frecuencia más allá de
lo que los terapeutas creen saber sobre ellos mismos, lo que hace que muchos
terapeutas no acepten a estas pacientes. Esta reticencia inicial se potencia por el
complejo de no poseer la experiencia necesaria en el mundo de la salud mental
actual en el que se recomiendan superespecialistas, habitualmente de corte
cognitivo-conductual. Y sin embargo la autora defiende la necesidad de un abordaje
psicodinámico, y nuestro deber de ofrecerlo a estas pacientes, por la gran
vulnerabilidad narcisista que estas pacientes muestran y que necesita ser
entendida, aceptada y manejada.
“Si el terapeuta dinámico se presta a trabajar en equipo con otros profesionales de la salud (lo cual
habitualmente no consume mucho tiempo extra) puede resultar muy útil que sea el aliado infalible
de la paciente en su proceso de recuperación, a la vez que ofrece apoyo y manejo de las reacciones
contratransferenciales de otros miembros del equipo” (p. 207).
“Es importante entender que estas pacientes no eligen, en sentido estricto, meterse en una lucha
con la comida o las conductas alimenticias anómalas, incluso aunque puedan racionalizar su
comportamiento e insistir en que esa es (era) de hecho su elección… tenemos que tener en cuenta
que esas pacientes que desarrollan un trastorno de alimentación manifiesto sufren invariablemente
de un trastorno narcisista más o menos severo en lo que respecta a la relación intersistémica entre
el yo y el superyó, y que el trastorno de alimentación es la solución adaptativa (defensiva) a su dolor
emocional consciente e inconsciente” (p. 207).
Y por último está el propio superyó del analista, su monto de agresividad y su relativa
dureza, y también su ideal de curación, que puede hacer que el analista se alinee
con el superyó de la anoréxica y acabe sintiendo que es, al menos en cierta medida,
responsable de su trastorno, y no tanto víctima de él. De esta forma puede caer en
el error, ya referido, de reforzar en la paciente la confusión entre yo y superyó y de
mostrarse remiso a la hora de permitirse ser empático con una paciente
autodestructiva temiendo que esa gratificación perpetúe la enfermedad. Aquí la
autora recuerda que hay que tener en mente cómo las pacientes al menos en lo
inconsciente, y en buena medida también en lo consciente, se culpan del daño a sí
mismas, y el juicio de su analista reforzará esa autocrítica.
“Es sólo cuando la paciente puede experimentar la empatía del terapeuta hacia ella, incluyendo
empatía hacia su ‘maldad’, real o imaginada, que ella se vuelve capaz de ganar en empatía hacia sí
misma y se capacita para perdonarse por su ‘maldad’. Está bien documentado que la recuperación
de un trastorno de alimentación es muy difícil. La paciente tiene que aprender que no hay
recuperación perfecta y que las recaídas, especialmente bajo estrés, tienen que ser toleradas sin
autocondenación” (p. 208).
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