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La sociedad moderna comenzó su andadura con la promesa de alcan- «Monografías», núm.

310
zar la mayor felicidad para el mayor número. Pero la conquista de la
felicidad, considerada por Aristóteles como el bien supremo, fue muy
pronto sustituida por el logro de bienestar material, y finalmente reduci-
da a mero incremento del producto interior bruto (PIB). Por este motivo Excluidos
de la felicidad
cabe preguntarse si, tras dos siglos de progreso económico y social,
las sociedades avanzadas han cumplido su promesa o si, por el contra-
310
rio, el malestar emocional está hoy más extendido que nunca.
También cabe preguntarse quiénes viven felices, alegres, contentos,
animosos, optimistas y quiénes, a su pesar, excluidos de la felicidad,
La estratificación social del
viven tristes, deprimidos, solos, estresados, carentes de autoestima y bienestar emocional en España Eduardo Bericat
es sociólogo e investigador social.
sin disfrutar de las cosas buenas de la vida. Frente a las hoy tan en boga
Catedrático de Sociología de la
teorías y discursos psicoterapeúticos individualistas, que responsabili-
Universidad de Sevilla. Ha realizado
zan a las propias personas de su infelicidad, en este libro se muestra

310
estancias de investigación en las
que la felicidad también depende de la posición que ocupan los indivi- Eduardo Bericat universidades de Michigan, California
duos en la estructura social. La felicidad, una vivencia íntima, subjetiva
y Essex; actualmente preside el Comité

La estratificación social del bienestar emocional en España


e individual está profunda y esencialmente determinada por múltiples
de Investigación de Sociología de las
lógicas sociales. Así, sabemos que la falta de dinero, de respeto y de Emociones de la FES. Entre sus
sentido en la vida aumentan las probabilidades de ser infeliz. intereses académicos y de
Este libro analiza el grado de felicidad de hombres y mujeres, de ricos investigación destacan: el análisis y
y pobres, de jóvenes, maduros y mayores, de clases altas y bajas, de monitorización, mediante indicadores
personas sin hogar, de excluidos sociales, de autóctonos e inmigrantes, compuestos, de la calidad de las
de casados y solteros, de divorciados, de viudos y viudas, de trabajado- sociedades europeas; la sociología
res y desempleados, de sanos y enfermos. Y analizando el bienestar y visual y el análisis socioiconográfico; el
el malestar emocional de los «otros», reflexionando al mismo tiempo estudio de los valores sociales y de su
sobre el horizonte de la felicidad e infelicidad de cada uno, trata de transformación en la posmodernidad;
comprender cuál es el sentido humano y el destino social de esta meta- y el estudio sociológico de las
emoción a la que Aristóteles denominó eudemonía. emociones, particularmente de las
estructuras afectivas de la felicidad y

Excluidos de la felicidad
de la infelicidad. Dentro de este campo
recientemente ha publicado: The
Subjective Well-being of Working
Women in Europe (Springer, 2016);
Problemas sociales, estructuras

Eduardo Bericat
afectivas y bienestar emocional
(La Catarata, 2016); The Sociology
of Emotions: Four Decades of Progress
(Current Sociology, 2016); y The
Socioemotional Well-Being Index
Próxima publicación: (SEWBI): Theoretical Framework and
Empirical Operationalisation (Social
Indicators Research, 2014).
Responsabilidad social
corporativa: Revisión crítica
de una noción empresarial
Guacimara Gil Sánchez

310_Excluidosdelafelicidad.indd 1 4/5/18 9:10


Excluidos de la felicidad
La estratificación social del bienestar
emocional en España

310 Eduardo Bericat

CIS
Centro de Investigaciones Sociológicas

Madrid, 2018
Consejo Editorial de la colección Monografías
Director
Cristóbal Torres Albero, Presidente del CIS

Consejeros
Luis Enrique Alonso Benito, Universidad Autónoma de Madrid; Berta Álvarez-Miranda Navarro,
Universidad Complutense de Madrid; Antonio Álvarez Sousa, Universidade da Coruña; Antonio Ariño
Villarroya, Universidad de Valencia; Joaquim Brugué Torruella, Universidad Autónoma de Barcelona;
Arantxa Elizondo Lopetegui, Universidad del País Vasco; José Ramón Flecha García, Universidad
de Barcelona; Margarita Gómez Reino, Universidad Nacional de Educación a Distancia; Carmen
González Enríquez, Universidad Nacional de Educación a Distancia; Juan Jesús González Rodríguez,
Universidad Nacional de Educación a Distancia; Gonzalo Herranz de Rafael, Universidad de Almería;
Antonio López Peláez, Universidad Nacional de Educación a Distancia; Araceli Mateos Díaz, Centro
de Investigaciones Sociológicas; Olga Salido Cortés, Universidad Complutense de Madrid; Benjamín
Tejerina Montaña, Universidad del País Vasco; Antonio Trinidad Requena, Universidad de Granada
Secretaria
Mª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación. CIS

Bericat, Eduardo
Excluidos de la felicidad: la estratificación social del bienestar emocional en España / Eduardo Bericat. –
Madrid : Centro de Investigaciones Sociológicas, 2018
(Monografías ; 310)
1. Felicidad 2. Emociones 3. Bienestar subjetivo 4. Desigualdad social
159.942

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to (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de
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Colección MONOGRAFÍAS, NÚM. 310

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Primera edición, marzo 2018

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Montalbán, 8. 28014 Madrid
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© Eduardo Bericat

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Impreso y hecho en España


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Fuencarral, 70. 28004 Madrid

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Pues aunque sea el mismo el bien del individuo y el de la
ciudad, es evidente que es mucho más grande y más per-
fecto alcanzar y salvaguardar el de la ciudad; porque pro-
curar el bien de una persona es algo deseable, pero es más
hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para las
ciudades.

Aristóteles, Ética a Nicómaco

Por los asuntos de la ciudad es preciso tomarse un interés


mayor que por todo lo demás para que esté bien encami-
nada […]. Y es que una ciudad bien encaminada comporta
el máximo bienestar y en ella se encuentra todo; y si ella
subsiste, todo subsiste; pero si se arruina, todo se arruina.

Demócrito, Sobre el buen ánimo (Fr. 252 DK)


A Merche,
que cada día me obsequia amor.

A mis hijos, Zaida, Julia y Marcos.


ÍNDICE

PRÓLOGO: LA INCLUSIÓN DE LA PERSONA EN EL


ESTUDIO DE LA FELICIDAD........................................... 15

1. INTRODUCCIÓN: POR UNA SOCIOLOGÍA DE


LA FELICIDAD.............................................................. 19

1.1. POR UNA SOCIOLOGÍA DE LA FELICIDAD.................... 19


1.2. UN MODELO MULTIDIMENSIONAL PARA MEDIR LA
FELICIDAD.............................................................................. 24
1.3. EL ANÁLISIS DE LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL DE LA
FELICIDAD.............................................................................. 27
1.3.1. Factores de estratificación social........................ 30
1.3.2. Condiciones eudemónicas.................................. 33
1.4. ESBOZO DE UNA TEORÍA SOCIOLÓGICA DE LA IN-
FELICIDAD.............................................................................. 35
1.5. POSICIONES SOCIALES Y DESCRIPCIÓN DE SU
BIENESTAR EMOCIONAL................................................... 41
1.6. ESTRUCTURA Y CONTENIDO DEL LIBRO...................... 46

primera parte
UN NUEVO MODELO DE MEDICIÓN DE LA FELICIDAD
2. IDEAS SOBRE LA NATURALEZA DE LA FELICIDAD. 55

2.1. LAS PERSPECTIVAS HEDONISTA Y EUDEMONISTA


DE LA FELICIDAD.................................................................. 56
2.2. YANG-CHU: HEDONIA RADICAL Y VISCERAL............... 63
2.3. EPICURO: HEDONIA SERENA Y CORPORAL................... 66
2.4. ARISTÓTELES: HEDONIA VIRTUOSA Y MORAL............ 71
2.5. DEMÓCRITO: HEDONIA ALEGRE Y PRAGMÁTICA....... 75
X Índice

2.6. LA FELICIDAD COMO ESTADO E INDICIO DE LA CO-


RRESPONDENCIA ENTRE POSIBILIDAD Y REALIDAD.... 80

3. LA MEDICIÓN DE LA FELICIDAD: EL ÍNDICE


DE BIENESTAR SOCIOEMOCIONAL (IBSE).............. 85

3.1. FORMAS Y MODELOS DE MEDIR LA FELICIDAD.......... 86


3.1.1. Medidas cognitivas unidimensionales................ 89
3.1.2. Medidas hedónicas y eudemónicas multidimen-
sionales............................................................................ 91
3.1.2. Decisiones metodológicas para la construc-
ción de un índice de felicidad...................................... 94
3.2. MARCO TEÓRICO: EL CONCEPTO DE BIENESTAR
EMOCIONAL........................................................................... 98
3.2.1. La teoría sociointeraccional de las emociones... 98
3.2.2. La teoría de las cadenas de rituales de inte-
racción............................................................................ 100
3.2.3. La definición conceptual del bienestar socioemo-
cional .............................................................................. 102
3.3. LA OPERACIONALIZACIÓN EMPÍRICA DEL BIENES-
TAR EMOCIONAL.................................................................. 105
3.3.1. La selección de las variables y el análisis ex-
ploratorio........................................................................ 106
3.3.2. El análisis de factor común................................. 108
3.3.3. Validación del índice de bienestar socioemo-
cional (IBSE)................................................................... 112
3.4. INTERPRETACIÓN DEL MODELO ANALÍTICO: LAS
CUATRO DIMENSIONES DE LA FELICIDAD.................. 114
3.4.1. El índice de bienestar socioemocional (IBSE).
Consideraciones finales.................................................. 118

4. LA DESIGUALDAD DE INGRESOS Y DE FELICI-


DAD................................................................................. 121

4.1. MÁS ALLÁ DE LA MODERNIDAD: RIQUEZA VERSUS


FELICIDAD.............................................................................. 122
4.2. LA DISTRIBUCIÓN SOCIAL DEL BIENESTAR EMOCIO-
NAL........................................................................................... 126
4.2.1. La cantidad total de felicidad.............................. 132
Índice XI

4.3. TIPOLOGÍA SOCIAL DE LA FELICIDAD Y DE LA INFE-


LICIDAD................................................................................... 133
4.3.1. Los excluidos de la felicidad............................... 138
4.3.2. La felicidad e infelicidad en España y en Europa. 143
4.4. LA DESIGUALDAD DE INGRESOS Y DE BIENESTAR
EMOCIONAL EN ESPAÑA Y EN EUROPA.......................... 145
4.4.1. Diferencias y similitudes entre el dinero y la
felicidad.......................................................................... 147
4.4.2. Índice Gini de ingresos (IGI) e índice Gini de
felicidad (IGF)................................................................ 150
4.4.3. Ratio quintil de ingresos (S80/S20) y ratio
quintil de felicidad (S80/S20)........................................ 154
4.4.4. Tasa de riesgo de pobreza y tasa de riesgo de
infelicidad...................................................................... 157
4.4.5. Tasa de privación material y tasa de privación
emocional....................................................................... 159
4.4.6. La desigualdad de felicidad en España y en
Europa............................................................................ 163

5. LA ESTRUCTURA AFECTIVA DEL BIENESTAR


EMOCIONAL................................................................. 165

5.1. LA DECONSTRUCCIÓN DE LOS SENTIMIENTOS DE


FELICIDAD.............................................................................. 166
5.1.1. La estructura afectiva de los españoles según
la encuesta del CIS......................................................... 170
5.1.2. Emociones públicas y emociones personales.... 172
5.2. LA ESTRUCTURA AFECTIVA DEL BIENESTAR EMO-
CIONAL EN ESPAÑA Y EN EUROPA................................... 175
5.2.1. La dimensión de situación: felicidad, disfrute
de la vida, energía vital.................................................. 175
5.2.2. La dimensión de estatus: tristeza, depresión,
aburrimiento, soledad..................................................... 177
5.2.3. La dimensión de persona: autoestima, optimis-
mo, fracaso...................................................................... 180
5.2.4. La dimensión de poder: inquietud, calma,
fatiga .............................................................................. 184
5.3. APLICACIONES DEL MODELO MULTIDIMENSIONAL
DE LA FELICIDAD.................................................................. 188
5.3.1. Ejemplos de aplicaciones.................................... 193
XII Índice

segunda parte
LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL DE LA FELICIDAD
6. EL DINERO Y LA TEORÍA SOCIAL DE LA INFE-
LICIDAD: POBRES, CLASES BAJAS Y MARGINA-
DOS DEL SENTIDO..................................................... 201

6.1. EL DINERO Y LA FELICIDAD.............................................. 202


6.1.1. La paradoja de Easterlin...................................... 204
6.1.2. La felicidad de las naciones................................ 207
6.1.3. Mecanismos operantes entre el dinero y la feli-
cidad .............................................................................. 210
6.1.4. Dinero no es lo mismo que felicidad................. 213
6.2. EL BIENESTAR EMOCIONAL DE LOS POBRES Y DE
LOS RICOS............................................................................... 215
6.2.1. La estructura afectiva de los pobres y de los
ricos .............................................................................. 219
6.2.2. Pobres y ricos según la tipología de la felicidad. 221
6.2.3. Recursos económicos frente a la adversidad..... 223
6.3. RECURSOS ECONÓMICOS, ESTATUS SOCIAL Y SEN-
TIDO VITAL............................................................................. 225
6.3.1. El estatus social.................................................... 227
6.3.2. El sentido social de las personas........................ 232
6.3.3. Mileuristas de clase baja marginados del sentido. 239
6.4. EL IMPACTO EMOCIONAL DE LA CRISIS ECONÓMICA
DE 2008 .................................................................................... 242
6.4.1. Vivir cómodamente o con dificultades econó-
micas .............................................................................. 246
6.4.2. Personas inmunes a la crisis y afectadas intensa-
mente por ella.......................................................................... 251

7. LA EXCLUSIÓN Y LA DISCRIMINACIÓN SOCIAL:


PERSONAS SIN HOGAR, GRUPOS SOCIALMENTE
DISCRIMINADOS E INMIGRANTES........................ 255

7.1. LAS PERSONAS SIN HOGAR................................................ 256


7.2 . GRUPOS SOCIALMENTE DISCRIMINADOS.................... 261
2.2.1. La falta de respeto............................................... 264
7.2.2. El trato injusto...................................................... 270
7.3. LAS PERSONAS INMIGRANTES.......................................... 272
Índice XIII

7.3.1. La paradójica felicidad de la persona inmi-


grante .............................................................................. 274
7.3.2. Los estados emocionales de nativos e inmi-
grantes............................................................................ 278

8. LAS CATÁSTROFES VITALES Y LA ADAPTACIÓN


HUMANA A LAS CIRCUNSTANCIAS: PERSONAS
ENFERMAS, DESEMPLEADAS, DIVORCIADAS
Y VIUDAS....................................................................... 283

8.1. LA FELICIDAD Y LA CAPACIDAD HUMANA DE ADAP-


TACIÓN A LAS CIRCUNSTANCIAS.................................... 284
8.1.1. Las teorías de la adaptación hedonista.............. 285
8.1.2. ¿Es relativa la felicidad?....................................... 288
8.2. PERSONAS QUE PADECEN ENFERMEDAD CRÓNICA
O DISCAPACIDAD.................................................................. 291
8.3. PERSONAS DESEMPLEADAS O QUE TEMEN PERDER
298
SU EMPLEO.............................................................................
8.3.1. Tiempo de desempleo y bienestar emocional.... 301
8.3.2. El miedo presente al desempleo futuro............. 304
8.4. PERSONAS DIVORCIADAS Y PERSONAS VIUDAS.......... 306
8.4.1. Separados y divorciados..................................... 309
8.4.2. Viudas y viudos................................................... 310

9. LAS DESIGUALDADES EMOCIONALES DE GÉ-


NERO Y DE EDAD: MUJERES, PERSONAS MAYO-
RES Y JÓVENES............................................................. 315

9.1. EL NIVEL DE BIENESTAR EMOCIONAL SEGÚN GÉNE-


RO Y EDAD.............................................................................. 316
9.2. MUJERES Y HOMBRES.......................................................... 322
9.2.1. El trabajo.............................................................. 322
9.2.2. La convivencia en pareja..................................... 324
9.2.3. El logro educativo............................................... 328
9.3. PERSONAS MAYORES: SALUD Y SOLEDAD...................... 330
9.3.1. La salud y el bienestar emocional...................... 331
9.3.2. Las relaciones sociales y el bienestar emocional. 332
9.4. LOS JÓVENES: ESTUDIANTES, TRABAJADORES Y
«NINIS»..................................................................................... 335
9.4.1. La felicidad de los jóvenes y el sentido vital... 336
XIV Índice

10. CONCLUSIONES: NATURALEZA, MEDIDA, DIS-


TRIBUCIÓN, TEORÍA Y DESTINO SOCIAL DE LA
FELICIDAD Y DE LA INFELICIDAD......................... 343

10.1. SOBRE LA NATURALEZA DE LA FELICIDAD................... 343


10.2. SOBRE LA MEDIDA DEL BIENESTAR EMOCIONAL...... 345
10.3. SOBRE LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL DE LA FELICI-
DAD........................................................................................... 349
10.4. SOBRE LOS EXCLUIDOS SOCIALES Y LA TEORÍA SO-
CIOLÓGICA DE LA INFELICIDAD..................................... 355
10.5. SOBRE LA FELICIDAD EN ESPAÑA Y EN EUROPA......... 359
10.6. SOBRE EL DESTINO SOCIAL DE LA FELICIDAD............ 364

BIBLIOGRAFÍA.................................................................... 367
ÍNDICE DE TABLAS........................................................... 389
ÍNDICE DE FIGURAS, GRÁFICO Y ESQUEMA............. 393
PRÓLOGO: LA INCLUSIÓN DE LA PERSONA
EN EL ESTUDIO DE LA FELICIDAD

El anhelo por la felicidad no es nuevo. En realidad, es razonable asumir


que este anhelo es tan viejo como antiguos son los seres humanos. La
felicidad es, a fin de cuentas, una vivencia de las personas que se con-
vierte también en su aspiración mayor. Tampoco es nuevo el interés
por entender la felicidad en las sociedades; grandes pensadores sociales
de todos los tiempos han reflexionado al respecto, desde la China de
las Cien Escuelas de Pensamiento hasta el presente, pasando por la in-
fluyente obra de los filósofos de la Antigua Grecia. Sin embargo, no es
sino hasta las últimas décadas que se ha dado un cambio radical en el
estudio de la felicidad humana: se ha dejado atrás la reflexión y la espe-
culación acerca de la felicidad para realizar un estudio científico basado
en el reporte realizado por los seres humanos. El argumento es sencillo
pero revolucionario: si son los seres humanos quienes experimentan
bienestar y si estos son capaces de reportarlo entonces no tiene sentido
seguir especulando con base en lo que un tercero opina acerca de la
felicidad de las personas, es mejor preguntarles y utilizar su reporte
para ampliar nuestro conocimiento de la felicidad humana. Es a partir
de este cambio fundamental cuando surge la ciencia de la felicidad. La
información que reportan los individuos es utilizada para indagar sobre
la situación de felicidad de determinados grupos sociales —tanto la si-
tuación promedio como la dispersión en el grupo—, así como también
para investigar acerca de la importancia de distintos factores sociales,
económicos y personales en la explicación de la felicidad.
El posicionamiento del estudio científico de la felicidad en el mun-
do académico no fue fácil; algunas disciplinas —en especial la econo-
mía— tenían por dogma el menospreciar —e incluso despreciar— el
reporte de las personas. Una mala concepción del método científico
daba prioridad a la información de los llamados datos objetivos; sin em-
bargo, estos datos son muy limitados para capturar información sobre la
felicidad humana, ya que hacen referencia al mundo de los objetos antes
que al mundo de la vivencia de los sujetos. En el presente es aceptado
16 Mariano Rojas

que el reporte de felicidad provee información valiosa acerca de la vi-


vencia de bienestar de la persona. Aún más, la comunidad estadística
ha reconocido que es posible y es necesario llevar cuentas de felicidad
—el llamado bienestar subjetivo o reportado—. Por supuesto que aún
quedan muchos debates conceptuales y de medición abiertos; esto es
normal en el mundo académico.
El contexto es muy importante, el estudio científico de la felicidad
surge en el de parcelación del conocimiento. El paradigma analítico ha
dominado el quehacer científico durante los últimos siglos, dando lugar
al nacimiento de disciplinas académicas con delimitaciones muy marca-
das. Es esperable que en un futuro no muy lejano el estudio científico
de la felicidad sobrepase esta parcelación; sin embargo, de momento la
investigación de la felicidad se lleva a cabo dentro de una arquitectura
universitaria organizada y segmentada en disciplinas académicas. Cada
disciplina tiene sus temas centrales, y esto ha incidido en el estudio de
la felicidad. Las dos disciplinas que hasta ahora han mostrado un mayor
dinamismo en el estudio de la felicidad son la psicología y la economía.
Los psicólogos que investigan sobre felicidad han abordado temas como
los rasgos de personalidad, la soledad y el apoyo social, las patologías y
la salud mental, la importancia de terapias positivas y otros. Por su par-
te, aquellos economistas interesados en el estudio de la felicidad se han
preocupado por el impacto del crecimiento económico, el ingreso y el
desempleo. Los hallazgos obtenidos han sido interesantes y valiosos; sin
embargo, la investigación realizada no agota todo el espacio de relevancia
para la comprensión de la felicidad humana y de sus factores explicativos.
Con la muy importante excepción del sociólogo holandés Ruut
Veenhoven, puede afirmarse que los sociólogos no han mostrado —hasta
ahora— el mismo dinamismo en el estudio de la felicidad que sus con-
trapartes en la psicología y la economía. De esta forma, grandes temas
de estudio como la estratificación, el estatus, la desigualdad, la movili-
dad, la exclusión y la discriminación social han quedado marginados del
estudio de la felicidad. Es este vacío el que viene a llenar el libro titulado
Excluidos de la felicidad: la estratificación social del bienestar emocional en
España, del sociólogo español Eduardo Bericat. En este extenso trabajo,
el autor recorre los temas centrales de la sociología y muestra su relevan-
cia para acceder a una adecuada comprensión de la felicidad humana.
La obra está bien escrita, es amena y rigurosa, y abre muchos temas de
discusión y de investigación. El profesor Bericat muestra un dominio
vasto del tema, desde los planteamientos de las escuelas filosóficas grie-
gas —que dan sustento a algunas hipótesis de su investigación—, hasta
Prólogo: La inclusión de la persona en el estudio de la felicidad 17

el dominio de técnicas cuantitativas avanzadas. La investigación abunda


en datos y cálculos a partir de información recopilada en dos oleadas de
la Encuesta Social Europea. Es a partir del reporte de las personas sobre
su situación emocional que el autor estudia los temas centrales de la
sociología, realizando tanto comparaciones intrapaís para España como
comparaciones entre naciones europeas. El trabajo se basa en un princi-
pio esencial de la ciencia: las teorías no son fuente de conclusiones sino
de hipótesis, y toda conclusión debe fundamentarse en los datos y en la
rigurosidad del método de investigación.
El profesor Bericat busca no solo describir la situación emocional
de los españoles, sino también entender cómo esta se vincula a —e in­
cluso se gesta en— las condiciones sociales de las personas. El recono-
cimiento de que se es persona y no individuo es fundamental para la
comprensión de la felicidad humana. El predominio de un enfoque
que pone el énfasis en la figura abstracta del individuo y que la ubica
fuera de todo contexto social e histórico ha llevado a algunos investiga-
dores a promover la idea de que la felicidad es un asunto de cada quien,
y de que se puede ser feliz independientemente del contexto social en
que se vive. Sin embargo, la felicidad la viven personas concretas y no
individuos abstractos. La persona es en sociedad y, por ello, para en-
tender su vivencia de bienestar es necesario incorporar y comprender
la sociedad donde vive y que la ha forjado. El libro del profesor Bericat
apunta de manera rotunda a la necesidad de rescatar este fundamento
básico de nuestra comprensión del mundo: son los seres humanos con-
cretos y no los individuos abstractos los que experimentan la vivencia
de felicidad. Al estudiar la felicidad no debemos olvidar que estamos
hablando de personas de carne y hueso, y que son en su circunstancia
particular; por ello, no es posible entender la felicidad de las personas
—ni su infelicidad— si se dejan fuera las circunstancias sociales que
construyen su identidad. La importancia de la sociedad en la com-
prensión de la felicidad humana va mucho más allá de una óptica de
contexto, pues la sociedad está en la constitución misma de la persona
que experimenta bienestar. La obra Excluidos de la felicidad: la estrati­
ficación social del bienestar emocional en España es bienvenida, ya que
con una óptica novedosa y sumamente necesaria contribuye a ampliar
nuestra comprensión de la felicidad humana.

Mariano Rojas
Presidente, International Society
for Quality of Life Studies
1. INTRODUCCIÓN: POR UNA SOCIOLOGÍA
DE LA FELICIDAD

1.1. POR UNA SOCIOLOGÍA DE LA FELICIDAD

La modernidad inauguró e impulsó su advenimiento con una gran


idea, la de progreso, y con una gran promesa, aquella que algunos
pensadores iluministas y utilitaristas, como Jeremías Bentham, con-
densaron en la fórmula «la mayor felicidad para el mayor número».
Ahora bien, esta meta originaria de la modernidad enseguida fue
transmutándose, merced a la introducción de un nuevo concepto,
el de bienestar, en un objetivo parecido, pero no exactamente igual.
La riqueza de las naciones, de Adam Smith, padre de la economía
moderna, ganó la partida a La teoría de los sentimientos morales, una
obra precedente del mismo autor. El producto interior bruto de los
países, indicador sintético que Simon Kuznets presentó ante el
Congreso de Estados Unidos en 1934, y el nivel de ingresos econó-
micos de las personas y/o de las familias, esto es, el dinero, sustituyó
definitivamente a la felicidad como gran promesa de la sociedad
moderna. Se dio ingenuamente por supuesto que el incremento de
la riqueza traería consigo la felicidad. Para ser más exactos, se le
denominó bienestar, pero incluso este concepto quedó reducido de-
finitivamente a bienestar material. Así que el deseo de lograr «el
mayor nivel de renta para el mayor número», esto es, el Becerro de
Oro, se instaló en el Olimpo de la sociedad moderna como su úni-
co Dios.
Tras doscientos años de modernidad, y debido al decaimiento
de sus impulsos originarios, a la relativa desconfianza que inspiran
hoy sus proyectos, y al propio éxito económico cosechado por las
sociedades modernas avanzadas, los individuos de estas sociedades
redirigen sus miradas hacia el corazón de la intimidad, descubrien-
do que, pese a su inmensa riqueza económica y a su tremendo
poder tecnológico, el malestar emocional se extiende. Descubren
sorprendidos que, pese a las apariencias, casi nadie es plenamente
20 Eduardo Bericat

feliz. Ahora comienzan a ser conscientes de que la sociedad moder-


na ha sido incapaz de cumplir su gran promesa, y que el sufrimien-
to, lejos de desaparecer, atraviesa de parte a parte toda la estructura
social.
Surge por ello un individualismo expresivo, casi siempre deses-
perado, en muchas ocasiones banal, cuya meta preferente queda
cifrada en el logro de la propia felicidad. Olvidando que toda socie-
dad y época instituye unas condiciones existenciales características, y
que en último término la felicidad de cada cual está íntimamente
ligada tanto a estas condiciones como a la felicidad de los demás,
los individuos están recurriendo a múltiples tipos de terapias y psi-
coterapias para tratar de resolver, cada uno a su manera y por su
lado, sus particulares afecciones. Este malestar ha dejado de conce-
birse como un mal compartido y colectivo, considerándose ahora,
en esta época posmoderna, como un puro malestar personal. El pro-
blema político derivado de esta cultura es que si el individuo resul-
ta ser el responsable de su felicidad, también será el único culpable
de su sufrimiento.
Como han puesto de manifiesto Eva Illouz (2010, 2014) o
Helena Béjar (2011, 2014), en este contexto hiperindividualizado
las personas necesitan y demandan ayuda para ejercitar la auto­
ayuda, pues no les queda otro remedio que aprender a gestionar
emocionalmente su intimidad neutralizando las emociones nega-
tivas y promoviendo las positivas. La nueva máxima práctica es la
siguiente: todos los problemas pueden (esto es, «deben») quedar
resueltos en el cerrado mundo de la intimidad, aplicando una ade-
cuada autogestión emocional. De ahí que proliferen la literatura
de consejos, los libros sobre la felicidad, los manuales de autoa-
yuda y todo tipo de psicologías positivas, como por ejemplo la
promovida por el psicólogo Martin Seligman (2017), que tratan
de infundir ánimo en las personas convenciéndolas de que, inde-
pendientemente de la situación social y personal por la que estén
atravesando, ellas mismas serán capaces, si se lo proponen real-
mente, de trasformar, aplicando la terapia idónea, el sufrimiento
en felicidad. Más allá de estos empeños psicológicos, prolifera
también la charlatanería de chamanes legos que ofrecen sus parti-
culares fórmulas de la felicidad. Por citar un solo ejemplo, este es
el caso de Mo Gawdat (2017), un directivo de Google cuyo algo-
ritmo ha sido comentado en los medios de comunicación de me-
dio mundo.
Introducción: Por una sociología de la felicidad 21

Aun reconociendo la influencia que el carácter, la personalidad,


la genética u otros factores individuales puedan tener en el bienestar
emocional (Diener et al., 1999), cualquier sociología de la felicidad
ha de partir de la siguiente premisa: la voluntad y la capacidad de las
personas para labrase por sí mismas la felicidad está sujeta a muchos
límites y, por ende, el nivel de felicidad de la mayoría de los seres
humanos, excluyendo quizá a algunos de un carácter realmente ex-
traordinario, estará en gran parte determinado por los rasgos objeti-
vos, tanto sociales como personales, de su situación vital. Siendo esto
así, los discursos individualistas puros que sobre el logro de la felicidad
predominan hoy en nuestra cultura constituyen una quimera volun-
tarista. En este sentido, el primer leit motiv del presente libro es mos-
trar que el bienestar subjetivo no depende exclusivamente de cada
cual, sino también de las condiciones sociales que afectan a cada uno.
Es por ello que deben estudiarse los problemas sociales causantes del
malestar emocional de la población para poder diseñar políticas pú-
blicas orientadas a su erradicación (Bericat, 2016c). La sociología ha
de conseguir que el discurso social de la felicidad forme parte de nues-
tra cultura, complementando la perspectiva y compensando los exce-
sos del discurso individualista y psicoterapéutico actualmente domi-
nante. En el contexto de un mundo desbocado, complejo y global, de
la misma manera que no cargamos sobre la espalda de los individuos
la responsabilidad de su pobreza, no podemos cargar sobre sus hom-
bros la responsabilidad de su infelicidad. Es injusto culpabilizar al
individuo de todo sufrimiento humano, bien provenga de la caduci-
dad de nuestro cuerpo, de la supremacía de la naturaleza o del modo
en que regulamos las relaciones sociales (Freud, 2010), porque toda
felicidad e infelicidad tiene siempre y esencialmente un trasfondo
societario.
Aun admitiendo la influencia determinante que tiene la riqueza
económica en el bienestar general de la población, el segundo leit
motiv de este libro, así como de cualquier sociología de la felicidad, se
basa en el convencimiento de que es necesario incluir en el concepto
de bienestar algo más que la mera riqueza económica (Greve, 2008,
2010). Es decir, debemos ir más allá del producto interior bruto
como única expresión y medida del progreso social. De acuerdo con
la iniciativa denominada «Más allá del PIB» (Beyond GDP), promo-
vida por la Comisión Europea, urge complementar los actuales indi-
cadores de desarrollo económico, no solo con indicadores medioam-
bientales y sociales, sino también con índices de bienestar subjetivo
22 Eduardo Bericat

que trasciendan las mediciones objetivas estándar basadas exclusiva-


mente en el bienestar material de la población. El Informe de la Co­
misión sobre Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social,
también conocido como Informe Stiglitz-Sen-Fitoussi (2009), sostiene
que ambas mediciones del bienestar, tanto las objetivas como las sub-
jetivas, proporcionan informaciones esenciales para estimar la calidad
de vida. En la recomendación 9 del informe se afirma que existe una
demanda urgente a favor del diseño, creación y perfeccionamiento de
una medida sintética única de la calidad de vida. Al mismo tiempo,
señala que ya se están utilizando medidas de este tipo, como por
ejemplo el nivel promedio de la satisfacción con la vida en un país,
aunque también recoge la idea de diseñar indicadores compuestos.
En concreto, en este libro proponemos un nuevo indicador compues-
to de felicidad que sirva como medida complementaria a los indica-
dores de riqueza utilizados en la actualidad.
Es evidente que seguir estimando el progreso, esto es, tanto la
calidad social como la calidad de vida de los ciudadanos, exclusiva-
mente con indicadores económicos constituye una gran debilidad
e insuficiencia de nuestros actuales sistemas de información estadís-
tica. Es cierto que las sociedades miden solamente aquello que valo-
ran, pero no parece muy razonable seguir utilizando en sociedades
ricas la riqueza como único patrón de valor. En este sentido, es hora
que tomemos definitivamente en serio a la felicidad como patrón de
medida, autónomo y complementario al patrón de la riqueza, para
evaluar tanto la calidad de vida como la calidad social. La felicidad
de las personas sí que importa. La riqueza y la felicidad deben pasar
a ser socialmente consideradas como patrones de valor equivalentes.
Una felicidad cuya conquista, más allá del ámbito privado e íntimo
en el que algunos pretenden recluirla, debe ser abordada necesaria-
mente desde una perspectiva social. La medición del bienestar subje­
tivo, considerado como patrón de valor social, en contraste y diálogo
permanente con las condiciones que promueven el bienestar objetivo,
podría servirnos de guía para orientar colectivamente nuestro mun-
do hacia la constitución de una buena vida en el seno de una buena
sociedad.
En suma, las sociedades actuales deberían retomar el olvidado leit
motiv originario de la modernidad, expresado en el principio moral de
«la mayor felicidad para el mayor número». Este reto necesariamente
implica alcanzar niveles de bienestar emocional que trasciendan el
mero logro de bienestar material.
Introducción: Por una sociología de la felicidad 23

El libro que presentamos aboga por el desarrollo de una nueva


sociología de la felicidad, todavía por crear. Aunque su pretensión ori-
ginaria es necesariamente mucho más humilde, pues se trata de una
investigación concreta que tan solo pretende dar un paso en la buena
dirección. Además de los dos puntos que acaban de exponerse en los
párrafos precedentes, el tercer leit motiv que inspira la investigación so­
ciológica que se presenta en este libro es el estudio de la infelicidad
social, antes que investigar cómo los individuos podrían alcanzar la
felicidad. De la misma manera que en sus análisis del ámbito socioe-
conómico la sociología se ha mostrado siempre más interesada por el
conocimiento de la pobreza que por el de la riqueza, y más preocupa-
da por la situación de los pobres que por la de los ricos, este estudio
está orientado más al conocimiento de la infelicidad que al de la feli-
cidad, más al análisis del malestar social que del bienestar, y más pre-
ocupado por las personas infelices que por las felices. Asimismo,
mientras que en el ámbito de la psicología los trabajos más recientes y
en boga han adoptado una perspectiva positiva, orientada hacia el es-
tudio de los determinantes de la felicidad, este trabajo pretende explo-
rar sociológicamente el polo negativo, es decir, las condiciones, la es-
tructura y la distribución social de la infelicidad. Así, los índices de
bienestar subjetivo creados durante los últimos años, como por ejem-
plo el de Huppert (2013) o el de Diener y colaboradores (2010), se
inspiran en la idea del florecimiento personal, en la eudemonia y en
cómo medir la felicidad. A diferencia de estos, el índice de bienestar
socioemocional (IBSE) que hemos creado ha sido concebido pensando
en las condiciones existenciales de la población general, de modo que
se trata de un instrumento válido tanto para la medición de la felici-
dad como de la infelicidad.
En su artículo «Sociología y sufrimiento», Leopold von Wise
(1934) afirmaba que nada obliga a estudiar el dolor y la infelicidad en
vez del goce, el contento y el placer. Ahora bien, sería sumamente sos-
pechoso que las políticas públicas de los Estados estuvieran encamina-
das a crear un mundo feliz. En primer término, algunos filósofos están
cargados de razón al sostener que la felicidad no puede ser considerada
como un bien supremo o absoluto, pues junto a ella están otros bienes
éticos y morales a los que el ser humano aspira o debiera alcanzar. A
este respecto, John Locke afirmó: «Prefiero ser un ser humano insatis-
fecho que un cerdo satisfecho». En segundo lugar, la felicidad es algo
muy personal que cada uno entiende y disfruta a su manera, por lo que
de ningún modo debería ser objeto de reglamentación pública, y aún
24 Eduardo Bericat

menos de implementación política o de reclamo ideológico. En tercer


lugar, sería muy perturbador que un sistema político decidiera inmis-
cuirse en la intimidad de los ciudadanos con la supuesta pretensión de
hacerlos felices.
Ahora bien, a la inversa, tendría mucho sentido que el diseño e
implementación de las políticas sociales tuvieran muy en cuenta, tan-
to en su diseño como en su implementación, la meta de reducir en lo
posible el dolor, el sufrimiento y la infelicidad presente en nuestras
sociedades. Sin duda, sería legítimo que los nuevos Estados de bienestar
se plantearan como meta societaria de primer orden tratar de erradicar
la infelicidad del mundo, ayudar a reducir y calmar el dolor de las
personas desgraciadas e infelices, e intentar remover o eliminar las
condiciones sociales causantes del malestar emocional. Este es el cuar-
to leit motiv de la presente investigación. En suma, el principal reto de
nuestras sociedades dejaría de ser aquel establecido ingenuamente por
los utilitaristas en los orígenes de la modernidad, es decir, «la mayor
felicidad para el mayor número». A la inversa, el reto político de las
sociedades de hoy consistiría en lograr la menor infelicidad para el ma­
yor número, esto es, conseguir atajar progresivamente las causas de la
infelicidad y reducir el número de personas infelices en la sociedad
global.

1.2. UN MODELO MULTIDIMENSIONAL PARA MEDIR LA FELICIDAD

La ciencia social de la felicidad dio su primeros pasos a partir del


momento en que algunos pensadores creyeron, en contra de las ideas
heredadas del pasado, que la felicidad de los seres humanos era me-
dible y comparable. Ahora bien, no fue hasta la década de los sesenta
del siglo XX cuando algunos científicos sociales, poniendo en parén-
tesis la enorme complejidad implícita en el fenómeno del bienestar
subjetivo de las personas, dieron con algunas fórmulas realmente in-
geniosas y verdaderamente simples para medir la felicidad. Creyeron
que el mejor modo de conocer el nivel de felicidad de una persona era
preguntándoselo a ella misma.
Hadley Cantril, psicólogo norteamericano pionero en el estudio
de la opinión pública, ideó una pregunta de cuestionario para medir
la felicidad, usada por primera vez en su libro The Pattern of Human
Concerns (Cantril, 1965),y conocida en la actualidad como escala
de Cantril. Esta pregunta está incluida en la Encuesta Mundial del
Introducción: Por una sociología de la felicidad 25

Instituto Gallup, y con sus datos Helliwell y colaboradores confeccio-


nan desde el año 2012 el Informe Mundial de la Felicidad. La pregun-
ta se basa en la siguiente idea: se pide al entrevistado que imagine una
escalera con diez peldaños numerados de «0» a «10», en el que el «0»
(primer peldaño) representa la peor vida posible, y el «10» (último
peldaño) la mejor vida posible, y se le pide que responda en qué pel-
daño de la escalera se encuentra él en la actualidad. Junto con la esca-
lera de Cantril, otras dos medidas de bienestar subjetivo se han con-
vertido en los modelos estándar de medir la felicidad. El primero es la
escala de satisfacción con la vida, en la que se pregunta al entrevistado,
en términos generales, en qué medida está satisfecho con su vida en la
actualidad, teniendo que responder en una escala de «0» a «10». Y, por
último, la escala de felicidad, basada en preguntar al entrevistado, tam-
bién en términos generales, en qué medida se siente feliz, debiendo
responder «0» si se considera absolutamente infeliz y «10» si se consi-
dera absolutamente feliz.
Con estas tres escalas (en adelante, escalas CSF), y fundamental-
mente con las dos últimas, se ha desplegado durante los últimos cin-
cuenta años un amplísimo programa de investigación sobre bienestar
subjetivo en el que, entre otros muchos investigadores, han destacado
por sus inestimables aportaciones dos grandes pioneros, el psicólogo
Ed Diener y el sociólogo Ruut Veenhoven. Pese a las diferencias exis-
tentes entre estas tres escalas, y los problemas de comparabilidad que
ello comporta (Bjørnskov, 2010), las innumerables investigaciones rea-
lizadas con ellas han demostrado que las escalas CSF poseen una vali-
dez y fiabilidad aceptables (Diener et al., 2012). Ahora bien, las escalas
CSF presentan dos evidentes problemas, ambos derivados del hecho de
que miden la felicidad utilizando una única variable. En primer lugar,
son escalas impenetrables, pues no hay ningún modo de saber qué gra-
do de felicidad concreto está experimentando una persona cuando se-
ñala en la escala el punto «7», el «5», el «3» o el «6». Al estar basadas en
el balance subjetivo que hacen internamente los entrevistados para sí,
estas escalas son «cajas negras» o cofres sellados en los que el analista no
puede entrar. Diener y Biswas-Diener (2002: 156) señalan que si bien
las investigaciones sobre bienestar subjetivo utilizan grandes muestras,
están basadas en medidas ciertamente superficiales. «Cuando un en-
trevistado indica si es “muy feliz”, “bastante feliz”, o “no muy feliz”, la
mayor parte de su experiencia subjetiva se pierde» (Diener y Biswas-
Diener, 2002: 156). En segundo lugar, si la felicidad es algo tan impor-
tante y valorado por los seres humanos, parece impropio que la ciencia
26 Eduardo Bericat

social dedicada a su estudio mida un fenómeno tan complejo con la


ayuda de una sola variable. En cierto modo extraña que se inviertan
cantidades fabulosas de recursos económicos para medir la riqueza y,
en cambio, se utilice una única variable para medir la felicidad.
Por ambas razones, explicadas más ampliamente en el tercer capí-
tulo del libro, hemos diseñado, construido y validado un nuevo mode-
lo de medición, multidimensional y multivariable, de la felicidad: el
índice de bienestar socioemocional (IBSE). Tenemos la convicción de
que el futuro desarrollo de la ciencia social de la felicidad requiere su-
perar los modelos unidimensionales y univariables utilizados hasta
ahora, es decir, exige dar un paso más allá de la escalas CSF. De ahí que
el índice elaborado por nosotros esté inspirado en el trabajo pionero
que Norman M. Bradburn publicó en 1969 con el título de The Struc­
ture of Psychological Well-Being («La estructura del bienestar psicológi-
co»). En este trabajo se medía el bienestar emocional preguntando a los
entrevistados si habían experimentado o no durante las últimas sema-
nas un pequeño conjunto de sentimientos o estados emocionales.
Tomando como referencia el modelo de Bradburn, el índice de
bienestar socioemocional (IBSE) basa su idea de felicidad en la visión
hedonista, pragmática y democrática que Demócrito tenía del «bienes-
tar», y que al parecer expuso al completo en un libro titulado Sobre el
buen ánimo, libro de ética definitivamente perdido pero del que se con-
servan algunos importantes fragmentos. Para realizar la selección de
los sentimientos o estados emocionales que componen el modelo del
IBSE se ha recurrido al conocimiento acumulado por la sociología de
las emociones y, en particular, a tres de sus teorías más importantes: la
teoría sociorrelacional de las emociones, de Theodore D. Kemper; la teo­
ría de las cadenas de rituales de interacción, de Randall Collins; y la teoría
de la vergüenza y del orgullo, de Thomas J. Scheff.
En suma, el IBSE constituye un indicador compuesto cuyo mode-
lo de medición, multidimensional y multivariable, está basado en
nueve estados emocionales, a saber: tristeza, depresión, soledad, felici­
dad, disfrute de la vida, orgullo, energía vital y tranquilidad. Aplicando
el análisis de factor común a la frecuencia con la que cada persona ha
experimentado estos sentimientos durante la última semana, se ha ex-
traído una solución factorial de cuatro factores o dimensiones de la
felicidad: estatus, situación, persona y poder. A partir de las puntuacio-
nes obtenidas por cada individuo en cada uno de estos factores se es-
tima su nivel general de felicidad. En suma, este modelo de medición
ofrece para cada individuo una interesante estructura informativa
Introducción: Por una sociología de la felicidad 27

compuesta de tres niveles: a) la puntuación general del IBSE, que in-


dica su nivel de felicidad; b) la puntuación de cada una de las cuatro
dimensiones de la felicidad, que señalan sus condiciones existenciales y
c) la frecuencia con la que ha experimentado los nueve sentimientos
del modelo, que describen su estructura afectiva de la felicidad.
La información empírica utilizada para elaborar todas las estima-
ciones y análisis incluidos en el libro proceden de las oleadas 2006 y
2012 de la Encuesta Social Europea (ESS). La profesora Felicia Hup-
pert y sus colaboradores en el Instituto del Bienestar de la Universidad
de Cambridge, UK, propusieron a la Encuesta Social Europea, encues-
ta que recibió el Premio Descartes de la Ciencia en el año 2005, intro-
ducir en el cuestionario de 2006 un módulo especial de preguntas
sobre estados emocionales con el objeto de estudiar el bienestar perso-
nal y social de la población europea. Este excelente módulo volvió a
formar parte de la oleada de 2012, y ello nos ha permitido utilizar una
amplísima base de datos, procedente de las dos macroencuestas reali-
zadas en un total de 27 países europeos y en dos años diferentes, 2006
y 2012. Es la primera vez que disponemos de datos representativos y
fiables sobre un número tan amplio de sentimientos en una muestra
de población tan grande, compuesta por los 88.572 ciudadanos eu-
ropeos que participaron en estas dos oleadas de la Encuesta Social Euro­
pea. Nunca antes se había dispuesto de una base de datos tan fabulosa
para estudiar socialmente la felicidad y la infelicidad.

1.3. EL ANÁLISIS DE LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL


DE LA FELICIDAD

El modelo multidimensional que hemos construido para medir el


bienestar emocional puede aplicarse a infinidad de objetos de inves-
tigación. Así, nosotros lo hemos aplicado ya al estudio del bienestar
emocional de las mujeres trabajadoras europeas (Bericat, 2016b); al
estudio del efecto que sobre la felicidad de ambos miembros de una
pareja tiene el hecho de que el estatus social de la mujer sea superior
al del hombre, o viceversa (Bericat, 2014a); y al estudio de la de­si­
gualdad emocional existente en los diversos países europeos (Bericat,
2016d). Ahora, en la segunda parte de este libro, queremos ofrecer
una imagen panorámica de los niveles y tipos de felicidad que expe-
rimentan los españoles que ocupan determinadas posiciones en la
estructura social.
28 Eduardo Bericat

La figura 1.1. sintetiza la propuesta del marco analítico que hemos


diseñado para el estudio de la estratificación social de la felicidad, es de-
cir, para conocer y comprender las conexiones existentes entre una
determinada «posición social» y el «grado de felicidad» experimentado
por sus ocupantes. En sentido muy genérico, entendemos por posición
social todo tipo de categorías o identidades, reconocibles cultural y/o
funcionalmente en el seno de una sociedad, que agrupan un determi-
nado número de individuos. Así, los jóvenes, las personas con discapa-
cidad, los ingenieros, las amas de casa, los trabajadores de la construc-
ción, los profesionales liberales, los latinos, las personas mayores, los
andaluces o los médicos pueden ser considerados como personas que
ocupan una determinada posición social. Es muy importante tener en
cuenta que cuando definimos las posiciones sociales mediante un úni-
co rasgo incurrimos en una simplificación de la realidad social, ya que
la naturaleza de las posiciones sociales es multidimensional (Galtung,
1964, 2009). El análisis realizado en la segunda parte del libro tiene en
cuenta este hecho y, por ello, también ofrece datos de los niveles de
felicidad de posiciones sociales definidas multidimensionalmente. Este
es el caso, por ejemplo, de los «ninis» o jóvenes que ni trabajan ni estu-
dian, de las mujeres universitarias, de los desempleados de larga dura-
ción, de las personas mayores dependientes, etc.
Estén definidas uni o multidimensionalmente, cada una de estas
posiciones sociales es susceptible de ser estudiada en función del grado
y tipo de felicidad característico de sus ocupantes. Para abordar esta
tarea, proponemos un proceso o secuencia de análisis, expuesto en la
figura 1.1., que nos ayude a comprender el grado de felicidad de cada
posición social.

figura 1.1. Marco analítico para el estudio de la estratificación social de la


felicidad

POSICIÓN Factores de Condiciones Estructura Dimensiones GRADO DE


SOCIAL estratificación eudemónicas afectiva emocionales FELICIDAD

En un primer paso, partimos del supuesto de que la naturaleza de


cada posición está multidimensionalmente determinada por un con-
junto de factores de estratificación social. Estos factores, como veremos
Introducción: Por una sociología de la felicidad 29

en el siguiente epígrafe, constituyen dimensiones específicas pero rele-


vantes de la desigualdad social. Es decir, cada posición social está ca-
racterizada por una combinación típica de los principios estratificado-
res vigentes en una determinada sociedad.
En un segundo paso, es necesario mostrar las conexiones existen-
tes entre estos factores de estratificación y las condiciones existenciales
de las personas que ocupan una determinada posición. Para ello, es
importante tener en cuenta las condiciones psicológicas vinculadas a
la felicidad. Las hemos denominado condiciones eudemónicas porque,
siguiendo a Aristóteles, muestran los requisitos del bienestar emocio-
nal que se adaptan a la naturaleza racional, ética y moral de los seres
humanos.
Definidos los atributos sociales de cada posición, así como la co-
nexión entre estos y los determinantes psicológicos de la felicidad, el
proceso de análisis avanza en un tercer paso hacia la descripción densa
de la estructura afectiva de los ocupantes de una posición social. Ello
implica realizar una descripción lo más completa y minuciosa posible
de los estados emocionales asociados con la situación vital caracterís-
tica de cada una de las posiciones sociales. En este nuevo paso nos
adentramos ya en el tercer nivel del contenido informativo del mode-
lo de medición del índice, esto es, en la frecuencia con la que experi-
mentan los nueve sentimientos que componen el IBSE.
En el cuarto paso se llega al análisis de las puntuaciones de los
cuatro factores o dimensiones de la felicidad que componen el índice
de bienestar socioemocional (IBSE), esto es, las puntuaciones de estatus,
situación, persona y poder. Estas puntuaciones ofrecen una síntesis
cuantitativa de las condiciones existenciales características de cada posi-
ción social. Teniendo en cuenta estas puntuaciones podremos hacer-
nos una idea del tipo de bienestar emocional o de felicidad que expe-
rimentan sus ocupantes.
Por último, en el quinto paso, llegamos a la puntuación global
estimada por el IBSE, que define cuantitativamente el nivel general de
felicidad de los ocupantes de una determinada posición social.
Según indican las flechas de la figura 1.1, la secuencia establecida
para el análisis de la estratificación social de la felicidad puede reco-
rrerse en los dos sentidos, bien partiendo de la «posición social», bien
partiendo del «grado de felicidad». Resumiendo, la tarea que propone-
mos consiste en analizar el nivel y tipo de bienestar emocional de las
personas que ocupan distintas posiciones sociales, en función tanto de
los principios de estratificación social vigentes en una sociedad, como
30 Eduardo Bericat

de las condiciones existenciales que estos principios inducen en el contex-


to de su situación vital.
Dado que el principal objetivo de la segunda parte del libro con-
siste en ofrecer una panorámica general de cómo varían los tipos y
niveles de bienestar emocional de las personas que ocupan diversas
posiciones sociales, hemos seleccionado once de estas posiciones para
mostrar que la felicidad no depende ni exclusiva, ni principalmente,
del carácter, de la personalidad, o de la voluntad individual, sino que
también varía en función de la posición social que ocupe la persona,
según pautas previsibles vinculadas a los factores de estratificación so-
cial, y a las condiciones existenciales que estos factores inducen en la
situación vital de sus ocupantes.
Las once posiciones sociales analizadas en el libro son las siguien-
tes: pobres, clases bajas, excluidos, personas sin hogar, discriminados
sociales, inmigrantes, mujeres, personas mayores, jóvenes, enfermos
crónicos, desempleados, viudas y divorciados. Para comprender sus
niveles y tipos de felicidad se comparan con los datos de las posiciones
sociales opuestas, esto es, los ricos, las clases altas, los integrados, las
personas con hogar, etc.. Además, también se ofrecen datos de catego-
rías multidimensionalmente definidas de cada una de las once posi-
ciones sociales. Ahora bien, dado el elevado número de posiciones que
se analizan, así como las limitaciones de espacio, en este libro no pue-
de presentarse un estudio completo y profundo de la estructura afec-
tiva de algunas de las posiciones, pese al gran interés que tendría rea-
lizar este tipo de investigaciones concretas. En este trabajo hemos
optado por analizar muchas posiciones sociales, con la pretensión de
ofrecer una panorámica general de la estratificación social de la felici-
dad en España que, a su vez, nos permita ser conscientes y reflexionar
sobre la diversidad de situaciones vitales a las que se enfrentan las
personas en función de su posición social. En último término, cono-
ciendo este variado conjunto de condiciones existenciales en el que
viven los individuos, también estaremos en mejor disposición para
comprender el diverso, complejo y paradójico universo que los seres
humanos tejen en torno a la felicidad.

1.3.1. Factores de estratificación social


En el apartado seis del capítulo ocho de Economía y sociedad, su obra
magna, el sociólogo Max Weber (2005: 682-694) estableció los tres
principios fundamentales mediante los que se distribuye el poder en
Introducción: Por una sociología de la felicidad 31

toda comunidad: clases, grupos de estatus y partidos. Las clases son


consustanciales al orden económico, es decir, al sistema mediante el
que la sociedad usa y distribuye los bienes y servicios económicos
entre diversos colectivos de acuerdo a su respectiva posición de mer-
cado o situación de clase. Los grupos de estatus o estamentos son
consustanciales al orden social, es decir, al sistema mediante el que el
honor y la valoración social son distribuidos entre las diferentes co-
munidades en el seno de una sociedad. A diferencia de la situación de
clase, determinada por la cantidad de recursos económicos y de otro
tipo que un individuo puede utilizar en el modo de producción ca-
racterístico de una sociedad, el concepto de situación de estatus alude
a cada oportunidad vital que un individuo disfruta en virtud de una
determinada valoración social, sea positiva o negativa. Por último,
los partidos son agrupaciones sociales que actúan en el seno de las
diferentes estructuras de poder político y social existentes en una so-
ciedad, esto es, allí donde pueda ejercerse una determinada influencia
sobre las decisiones colectivas que se adopten o sobre el modo en que
se distribuyan sus recursos públicos. Según esto, es evidente que las
clases, los grupos de estatus y los partidos están estratificados según la
cantidad de recursos económicos, de valoración social y de poder re-
presentativo que ostente cada uno de ellos. En suma, Weber propone
un modelo multidimensional de la estratificación social, lo que implica
que la posición social de cada individuo no puede definirse exclusiva-
mente en función de un único principio, sino teniendo en cuenta la
específica combinación de recursos económicos, sociales y políticos
característicos que disfruten los ocupantes de una determinada posi-
ción social. A partir de esta propuesta weberiana, establecemos la hi-
pótesis de que el bienestar emocional de los individuos variará entre
las distintas posiciones sociales de acuerdo con su respectiva situación
de clase, de estatus y de poder.
Siguiendo esta idea germinal, se han configurado otros modelos
multidimensionales de estratificación más recientes, que también
pueden ayudarnos a establecer hipótesis para explicar y/o comprender
el hecho de que los niveles y tipos de felicidad no dependen exclusiva-
mente de características personales, sino también de las oportunidades
vitales asociadas a cada posición social. Uno de estos modelos, que
adopta casi en su literalidad la propuesta weberiana, es la teoría multi­
dimensional de la justicia, de Nancy Fraser, basada en los principios de
redistribución (económica), de reconocimiento (sociocultural) y de par­
ticipación (política). La tesis fundamental de Fraser sostiene que no se
32 Eduardo Bericat

pueden corregir las injusticias sociales interviniendo sobre una única


dimensión, así como tampoco se pueden corregir las injusticias gene-
radas en el seno de un sistema corrigiendo las injusticias basadas en el
otro. Es decir, no se puede eliminar la discriminación social suprimien-
do la explotación económica, ni viceversa. A partir de esta propuesta,
establecemos la hipótesis de que toda injusticia social generará en las
personas que ocupen posiciones sociales desfavorecidas un incremen-
to de sus niveles de infelicidad. En este mismo sentido, mediante la
teoría del centro y de la periferia social, de Johan Galtung, también
pueden establecerse otras hipótesis sobre la felicidad de los favoreci-
dos, es decir, las personas que ocupan posiciones centrales de la estruc-
tura social, y la de los desfavorecidos, esto es, la de aquellos que viven
en los márgenes habitando las periferias de la sociedad (Galtung,
1964, 2009).
La más reciente propuesta multidimensional de las clases sociales,
inspirada en la obra de Pierre Bourdieu (2002), ha sido desarrollada
en Gran Bretaña por un equipo dirigido por Mike Savage (2013,
2015), actual director del Departamento de Sociología de la London
School of Economics and Political Science. Bourdieu (1984) sostiene
que existen tres diferentes tipos de capital, a saber, el capital económico,
el capital social y el capital cultural, y que cada individuo o grupo se
caracteriza por disponer de una específica cantidad y estructura de
capital. El capital económico viene determinado por el nivel de rique-
za e ingresos; el capital social se sustenta sobre la densidad y estatus de
los contactos existentes en la red relacional; y el capital cultural depen-
de de los títulos educativos adquiridos y de la capacidad para apreciar
y consumir determinados bienes culturales. Con el apoyo de la BBC,
el equipo de Savage realizó una macroencuesta (The Great British Class
Survey) con el objeto de recabar suficiente información sobre estos tres
tipos de capital, perfilando así las combinaciones que sirvieran para
distinguir entre diferentes tipos de clases sociales. Finalmente, apli-
cando un análisis de clases latentes a los datos, clasificaron a la pobla-
ción en siete clases sociales: 1) la élite, 2) la clase media establecida,
3) la clase media técnica, 4) los nuevos trabajadores pudientes, 5) la clase
trabajadora tradicional, 6) los trabajadores de servicios emergentes y 7) el
precariado. Así, por ejemplo, la élite se caracteriza por disponer de
elevados niveles de capital económico, especialmente ahorros, eleva-
dos niveles de capital social y gran aprecio por, junto a un alto consu-
mo de, «alta cultura». En el polo opuesto, el precariado se caracteriza
por disponer de un capital económico muy pobre y tener los mínimos
Introducción: Por una sociología de la felicidad 33

niveles en cualquier otra dimensión de capital. Tomando como base


esta propuesta multidimensional de las clases sociales, establecemos la
hipótesis de que la clase social a la que pertenezcan los individuos
tendrá un impacto específico tanto en su tipo como en su grado de
bienestar emocional.

1.3.2. Condiciones eudemónicas


El índice de bienestar socioemocional (IBSE) asume la perspectiva hedó-
nica de la felicidad porque su objetivo es medir el grado de bienestar
experimentado por una persona conociendo los estados emocionales
de su estructura afectiva. Así lo decidimos porque el índice debía
ser un instrumento orientado exclusivamente a describir y medir el
sentimiento de felicidad, no a explicarlo. Ahora bien, si en el plan de
análisis propuesto hemos de establecer conexiones entre, por un lado,
los factores de estratificación social de cada una de las posiciones
y, por el otro, sus tipos y grados de felicidad, necesitamos conocer
las condiciones psicológicas que promueven el bienestar emocional.
Estas condiciones operan como mecanismos causales intervinientes
entre la posición social y el bienestar emocional.
Frente a la perspectiva hedónica de la felicidad, que está centrada
casi exclusivamente en la experiencia emocional de los individuos, la
perspectiva eudemónica, denominada así porque este fue el término
usado por Aristóteles en su Ética a Nicómaco para referirse a la felici-
dad, investiga las condiciones en las que un ser humano, en tanto ser
humano, es decir, teniendo en cuenta su específica naturaleza racio-
nal, ética y social, puede llegar a sentirse plenamente feliz. En los últi-
mos lustros, muchos psicólogos han tratado de determinar estas con-
diciones e investigar empíricamente el bienestar subjetivo de las
personas desde esta perspectiva, que adopta una conceptualización
diferente, y mucho más comprensiva, de la felicidad. Así, por ejemplo,
el modelo de bienestar psicológico de Carol Ryff (1989, 2014) incluye
en su concepto de felicidad seis condiciones eudemónicas, como son
la aceptación del sí mismo, las relaciones positivas con los otros, la
autonomía individual, el dominio sobre el entorno, un propósito en
la vida y el crecimiento personal.
Huta y Waterman (2013) han recopilado las definiciones de eu-
demonía elaboradas por muchos psicólogos, como Alan Waterman,
Carol Ryff, Corey Keyes, Blaine Fowers, Richard Ryan y Edward
Deci, Martin Seligman, Joar Vittersø, Jack Bauer, Michael Steger,
34 Eduardo Bericat

Veronica Huta y Antonella Delle Fave. En base a estas aportaciones,


han seleccionado aquellas condiciones que unos u otros incluyen en
sus respectivos conceptos de felicidad. La lista es larga (ver figura 1.2),
pero merece la pena tenerla en cuenta porque, como hemos dicho,
definen posibles mecanismos causales mediante los que conectar la
naturaleza de las distintas posiciones sociales en términos de sus facto-
res de estratificación, por un lado, con la estructura y el nivel de bien-
estar emocional, por el otro.

figura 1.2. Condiciones eudemónicas de la felicidad


• Autorrealización, crecimiento personal, desarrollo de las potencialidades, madurez,
funcionamiento pleno de la persona
• Sentido y propósito en la vida, voluntad de contribuir a algo que trascienda el yo, perspectiva
vital a largo plazo
• Autenticidad, identidad, expresividad personal, autonomía, integridad, orientación a objetivos
finales (no instrumentales)
• Excelencia, virtud, empleo de lo mejor de uno mismo, logro de altos estándares,
reconocimiento y uso de las fortalezas
• Vínculos, relaciones sociales positivas, bienestar social
• Competencia personal, dominio del entorno
• Implicación emocional, interés por y compromiso con lo que se hace
• Consciencia, contemplación, atención
• Aceptación y autoaceptación
• Esfuerzo y compromiso con las metas
• Salud física
• Bienestar subjetivo

Fuente: Huta y Waterman, 2013.

En suma, la perspectiva hedónica de la felicidad, que es la que


hemos utilizado nosotros para medir el grado de felicidad, está basada
exclusivamente en la experiencia, es decir, en el bienestar subjetivo y
emocional de los individuos. Por otro lado, la perspectiva eudemónica
de la felicidad tiene en cuenta, además de la experiencia, la orientación
vital del individuo, así como el nivel y calidad de su funcionamiento
personal y social (Huta y Waterman, 2013). Según esta perspectiva, la
plena o auténtica felicidad se alcanza, en primer lugar, orientando la
conducta y la vida hacia metas intrínsecamente valiosas, autónoma-
mente elegidas por el individuo, socialmente valoradas, que tengan
significado y sentido para el sujeto, y que estén integradas en una
amplia visión del mundo. En segundo lugar, la felicidad se alcanza
cuando la persona disfruta de un buen funcionamiento personal y
social, cuando el individuo es autónomo, demuestra altos niveles de
Introducción: Por una sociología de la felicidad 35

competencia, alcanza logros y metas exigentes, es capaz de autorreali-


zarse y proyectarse hacia modelos de excelencia, está bien conectado
socialmente, usa todo el potencial de sus capacidades, y acepta tanto
sus fortalezas como sus limitaciones y debilidades. En tercer lugar, la
felicidad eudemónica conlleva un tipo particular de experiencia, en
general de carácter sublime, que presupone un alto compromiso, im-
plicación emocional e inmersión en las actividades y en la vida en ge-
neral, un elevado grado de consciencia de los hechos del mundo y del
íntimo sentido que contienen en su interior, una percepción de estar
viviendo en otro plano o universo experiencial, y una sensación de
sentirse plenamente colmado, completo y lleno.
La orientación, el funcionamiento y la experiencia que la perspec-
tiva eudemónica asocia con la felicidad están íntimamente relaciona-
dos con el sentido humano, tanto personal como social, de la vida de
un individuo, y es por esto que también podemos entender las con-
diciones eudemónicas como condiciones de sentido vital. En el contex-
to del análisis de la estratificación social del bienestar emocional, uti-
lizaremos estas condiciones para tratar de comprender los tipos y
grados de felicidad de cada una de las posiciones sociales, así como
sugerir o formular hipótesis acerca de esta relación. Ahora bien, ha-
bremos de tener en cuenta que quizá no todos los seres humanos as-
piren a esta auténtica o plena felicidad, o que no todos ellos requieran
cumplir cada una de estas condiciones de sentido para sentirse sufi-
cientemente bien. En último término, solamente mediante la obser-
vación empírica basada en modelos robustos, precisos, válidos y fia-
bles de medición de la felicidad podremos corroborar hasta qué
punto esto es así.

1.4. ESBOZO DE UNA TEORÍA SOCIOLÓGICA DE LA INFELICIDAD

Desde que Bradburn (1969) inaugurara los modernos estudios cien-


tíficos sobre el bienestar emocional, se hizo evidente que las emo-
ciones positivas y negativas no son los polos opuestos de una misma
dimensión. De hecho, las pruebas empíricas pronto demostraron que
los estados emocionales positivos y negativos configuran dimensio-
nes distintas y en parte incorrelacionadas de la afectividad humana.
Siguiendo esta misma línea interpretativa, debemos suponer que ni la
felicidad es mera ausencia de sufrimiento, ni la infelicidad mera falta
de alegría o de contento. Y si esto es así, debemos suponer también
36 Eduardo Bericat

que las cosas capaces de hacernos plenamente felices no serán las mis-
mas que las que puedan hacernos sumamente desgraciados.
Pese a que esta asimetría ha sido suficientemente demostrada,
gran parte de la reciente investigación científica en el ámbito del bienes-
tar subjetivo está destinada, como en el caso de la eudemonía, al estu-
dio de los factores antecedentes de la felicidad humana, es decir, del
polo deseable o positivo del bienestar emocional. Por otra parte, el
descubrimiento de estos factores es abordado en la mayoría de las in-
vestigaciones desde una perspectiva estrictamente individual. De ahí
que el concepto de florecimiento, así como los diversos índices empíri-
cos a los que ha dado lugar (Diener et al., 2010; Seligman, 2011; Hup-
pert et al., 2013) estén actualmente tan en boga, en consonancia con
la cultura psicoterapéutica individualista y expresivista que predomina
en las sociedades avanzadas y posmodernas.
En el marco de un proyecto netamente sociológico inspirado en el
principio ético de la menor infelicidad para el mayor número, cuya fina-
lidad consistiría en estudiar el papel que desempeñan las exclusiones
sociales en la constitución de estructuras afectivas caracterizadas por un
intenso malestar emocional, es necesario establecer, si quiera en tanto
esbozo, los elementos fundamentales de una teoría sociológica de la
infelicidad. Teniendo en cuenta los factores de estratificación social, las
condiciones eudemónicas o de sentido, las investigaciones desarrolla-
das durante las últimas cuatro décadas en torno a la felicidad, así como
los análisis que hemos realizado sobre la estratificación social de infeli-
cidad, proponemos una teoría sustentada sobre tres grandes privacio-
nes. La teoría sociológica de la infelicidad sostiene que gran parte del ma­
lestar subjetivo de las personas deriva de tres privaciones fundamentales,
a saber, la falta de respeto, la falta de dinero y la falta de sentido. Esta teoría,
cumpliendo con el principio de parsimonia científica, sintetiza o con-
densa el conocimiento poniendo el foco de atención en los tres factores
más relevantes de la infelicidad social. Como teoría sociológica, si-
guiendo la regla de oro del método sociológico establecido por Durkheim
(1982: 134), designa tres hechos sociales, esto es, la falta de respeto, de
dinero y de sentido, como causas eficientes de otro hecho primordial-
mente social, la infelicidad. Veamos los tres factores:

a) El respeto implica el reconocimiento de que cualquier ser hu-


mano, por el simple hecho de serlo, merece un trato social y
personal especial, mediante el que se le ha de atribuir suficiente
dignidad y valoración, evitando el desprecio, la indiferencia, el
Introducción: Por una sociología de la felicidad 37

desaire o la repulsa. El respeto constituye un elemento clave


de la buena vida y, por este mismo motivo, la carencia del
respeto ajeno provoca en los seres humanos un profundo su-
frimiento e infelicidad. La falta de respeto actúa sobre el in-
dividuo proyectando en él un déficit de valoración social, por
lo que en todas las sociedades la ausencia de respeto opera,
al mismo tiempo, como síntoma y como mecanismo clave
de discriminación, de exclusión y de estratificación social. El
trato respetuoso define el nivel mínimo de dignidad que una
sociedad decente debe otorgar a todos los seres humanos en la
estructura de sus relaciones sociales.
b) El dinero, esto es, la dotación de recursos económicos y de
otro tipo a disposición del individuo, necesaria para afron-
tar con éxito las dificultades y problemas que se le presenten,
bien evitando o controlando las situaciones que puedan llegar
a causarle sufrimiento o dolor, bien creando las condiciones
para disfrutar de oportunidades vitales que le proporcionen
alegría o placer, es imprescindible para reducir la infelicidad.
Toda exclusión social ha implicado siempre una grave restric-
ción de los recursos al alcance del sujeto, por lo que la falta de
dinero constituye un pilar clave sobre el que se asienta la infe-
licidad social. Pese a la existencia de una amplísima variedad
de recursos, en las sociedades capitalistas el dinero constituye
el equivalente general más determinante a la hora de evaluar
la cantidad de recursos disponibles por una persona. Ahora
bien, es evidente que en las sociedades del conocimiento, el
nivel educativo y la cualificación profesional también consti-
tuyen recursos claves a disposición de los individuos. Entre
otros motivos porque las acreditaciones educativas operan
como mecanismos reguladores de la distribución desiguali-
taria de dinero, gracias al control que ejercen sobre el acceso
a puestos de trabajo diferencialmente remunerados. En cual-
quier caso, las acreditaciones educativas operan también en
la distribución desigualitaria de la valoración social, lo que
también tiene consecuencias sobre la infelicidad causada por
la falta de respeto. En suma, la falta de dinero, así como de
recursos económicos y materiales, es fuente de infelicidad so-
cial por cuanto determina la incapacidad del individuo para
satisfacer un amplio conjunto de necesidades sociales básicas,
sean estas corporales o espirituales.
38 Eduardo Bericat

c) De acuerdo con la perspectiva eudemónica de la felicidad, el


sentido que los propios individuos otorguen a sus vidas confi-
gura un sustrato básico que nutre el bienestar emocional. Una
vida carente de sentido engendra un terrible vacío existencial.
La falta de sentido, así como de todas las condiciones que lo
sustentan, conduce al sujeto hacia un aburrimiento estéril y un
profundo tedio, privando a la persona de la motivación y ener-
gía vital suficiente para animar la vida o, al menos, para esca-
par del desaliento, la desesperanza y la desolación. Dado que
el sentido de un individuo se nutre de las orientaciones que ani-
man su ser, está íntimamente relacionado con su hacer, es de-
cir, tanto con su funcionamiento individual como social. Por
este motivo, el sentido vital se fundamenta en la carga de sig-
nificado social que contengan las actividades realizadas por el
sujeto. De este modo, la exclusión social, privando a los indi-
viduos que la sufren de una participación activa y plena en la
sociedad, sea en su vida económica, cultural o laboral, restrin-
ge severamente la posibilidad de que los sujetos excluidos pue-
dan dotar sus vidas del suficiente sentido, lo que necesaria-
mente les causa infelicidad.

Esta teoría sobre la infelicidad social está en consonancia con los


estudios antecedentes realizados tanto en el ámbito de la psicología,
como en el de la sociología o en el de la economía de la felicidad. Las
investigaciones que demuestran la relevancia de estos factores en la
causación social de la infelicidad son legión, tal y como se pone de
manifiesto, por ejemplo, en la excelente compilación realizada por
Ryan y Deci (2001: 152, 157). Tras considerar los estudios centrados
en factores individuales, como la personalidad o la salud física, recopi-
lan la investigación centrada en los antecedentes del bienestar, clasifi-
cándolos en tres tipos: a) el apego y los vínculos sociales, b) l clase
social y la riqueza, y c) la búsqueda de objetivos. Sin entrar en los de-
talles de estas investigaciones, tan solo queremos resaltar ahora que la
clasificación coincide con las categorías de privación que establece, en
el ámbito de lo social, la teoría sociológica de la infelicidad expuesta,
esto es, con la falta de dinero, la falta de respecto y la falta de sentido.
Es importante tener en cuenta que esta teoría sociológica de la in-
felicidad es asimétrica, pues al mismo tiempo que afirma que la falta
de dinero, respeto y sentido causan infelicidad social, niega que la pose-
sión de dinero, respeto y sentido, aun siendo necesarias, sean condición
Introducción: Por una sociología de la felicidad 39

suficiente para el logro de la felicidad. Así, el trato respetuoso preserva


la dignidad mínima a la que toda persona tiene derecho en sus inte-
racciones sociales, pero por sí solo es incapaz de hacer que nos sinta-
mos felices. En el ámbito de la sociabilidad humana, solamente me-
diante el apego y los vínculos sociales sanos, sólidos, íntimos y
profundos, esto es, mediante el amor, puede la persona llegar a sentir-
se plenamente feliz. De la misma manera, aunque la posesión de dine-
ro y de todo tipo recursos constituye un potente antídoto contra la
infelicidad, la riqueza, por sí misma, es incapaz de colmar las aspira-
ciones y las necesidades superiores propias de la naturaleza humana.
Como afirma Aristóteles, el bienestar material es condición necesaria
pero en ningún caso suficiente de la felicidad, pues solo mediante la
sabiduría los seres humanos pueden alcanzar la virtud y el bien, únicos
fundamentos de la verdadera felicidad. Por último, si bien es cierto
que la falta de sentido provoca en los seres humanos un profundo te-
dio y aburrimiento vital, que le sume en la infelicidad, el sentido por
sí mismo no garantiza una vida plena y completamente feliz. En pri-
mer término, si el sentido que alienta nuestras vidas es perfectamente
inauténtico o banal difícilmente conseguiremos la anhelada felicidad.
En segundo término, sin alcanzar realizaciones o logros acordes con el
sentido que atribuyamos a nuestras vidas difícilmente podremos llegar
a sentirnos plenamente felices. En el ámbito de la actividad humana,
el sentido de la existencia sienta las bases del bienestar emocional,
pero solamente los logros alcanzados nos aportan un profundo senti-
miento de felicidad.
Muchas de las paradojas, dilemas y cuestiones irresueltas acerca
de la felicidad, se diluyen teniendo en cuenta esta asimetría, es decir,
reconociendo la diferente naturaleza de los fundamentos de la felici-
dad y de la infelicidad. Sin embargo, la mayoría de las investigaciones
realizadas hasta ahora no han tenido en cuenta este punto fundamen-
tal, a saber, que si bien la falta de respeto, de dinero y de sentido son
causa de infelicidad social, solamente mediante el amor, la sabiduría y
el logro se puede alcanzar la verdadera felicidad.
La teoría sociológica de la infelicidad aquí esbozada también está
en consonancia con la obra de los padres fundadores de la sociología,
cuya orientación fundamental estaba dirigida al estudio de los factores
sociales causantes de la infelicidad. Por ejemplo, es evidente que toda
la obra de Carlos Marx constituye un impresionante alegato contra la
falta de dinero a la que es sometida sistemáticamente la clase trabaja-
dora debido a la extracción de plusvalía realizada por la burguesía en
40 Eduardo Bericat

el seno de un sistema económico capitalista. Ahora bien, Marx supo


ver, como lo demuestra su teoría de la alienación, que la falta de senti-
do es causa de infelicidad, es decir, que el malestar emocional de la
clase obrera también estaba provocado por las deplorables condiciones
en las que los trabajadores ejercían su actividad, esto es, por la ínfima
calidad intrínseca de sus puestos de trabajo. Asimismo, la escasa con-
ciencia e identidad del proletariado era, para Marx, un evidente sínto-
ma de la falta de estatus, de reconocimiento y de respeto social que
sufrían los «parias de la tierra» y, por tanto, una evidente causa social
de infelicidad.
El modelo multidimensional de la estratificación social de Max
Weber, expuesto anteriormente, también muestra que la falta de dinero,
determinada por la situación de clase, la falta de respeto, determinada
por la situación de estatus, y la falta de sentido y fundamen­talmente
de logros, determinada por la disposición de recursos o situación de
poder, causan necesariamente infelicidad social.
Por último, la obra de Durkheim constituye un ejemplo paradig-
mático de la preocupación de la sociología por la infelicidad social. El
estudio del suicidio fue la genial estrategia ideada por el maestro para,
realizando una investigación puramente científica y positivista, poder
mostrar el malestar emocional y la infelicidad que cundían en los ini-
cios de la modernidad (Bericat, 2001b). En su tipología de suicidios
están presenten diversos factores sociales de infelicidad. Así, una inte­
gración social inadecuada eleva la tasa de suicidios. El suicidio «indivi-
dualista» deriva de una carencia de apego y de vínculos sociales, mien-
tras que el «altruista» se produce en el contexto de un exceso de
integración social lo que, en el fondo, implica una falta de respeto
hacia el individuo. Una regulación social inadecuada también provoca
malestar e infelicidad social. El suicidio «anómico» se produce en el
contexto de una situación carente de normas, lo que sin duda genera
tanto una intensificación del vacío existencial y de la falta de sentido,
como evidentes incrementos de la frustración social. Por último, el
suicido «fatalista» deriva de un exceso de regulación, esto es, de un
sometimiento total del individuo a normas y fuerzas tan poderosas
que anulan completamente su voluntad. En suma, la falta de respeto,
de sentido y de dinero aumentan las tasas de suicidios, es decir, la in-
felicidad social.
Más allá de los tipos de suicidio, lo que verdaderamente preocu-
paba a Durkheim era la causación social del malestar emocional y, par-
ticularmente, de la infelicidad. El asunto es trascendental porque, en
Introducción: Por una sociología de la felicidad 41

último término, ¿qué sentido tendría estudiar la sociedad si sus diver-


sas o posibles constituciones no afectaran a los individuos, es decir, si
no pudieran procurarles bienestar o malestar emocional, felicidad o
infelicidad, si no condicionaran en absoluto sus estructuras afectivas?
Dicho de otra manera, a un ser humano que careciera en absoluto de
sentimientos, cualquier factor, situación o sistema social, incluso el
más benigno o el más atroz, le sería en último término completamen-
te indiferente. Las cosas nos importan porque nos afectan, porque
somos capaces de sentir, porque los seres humanos somos seres sintien­
tes. Este es el motivo por el que la sociología, al igual que hicieron sus
padres fundadores, debe preocuparse de la felicidad y de la infelicidad
de la gente, y del efecto que los diversos factores sociales puedan tener
sobre el bienestar y el malestar emocional de la población.

1.5. POSICIONES SOCIALES Y DESCRIPCIÓN DE SU BIENESTAR


EMOCIONAL

Antes de pasar a exponer en el siguiente epígrafe el contenido del li-


bro capítulo a capítulo, queremos subrayar un rasgo metodológico
que define los análisis de estratificación social de la infelicidad pre-
sentados en la segunda parte del libro. Tal y como hemos indicado
previamente, el objetivo fundamental de estos análisis es conocer el
bienestar emocional característico de cada posición social. De las once
posiciones sociales analizadas, el modelo de medición del IBSE per-
mite conocer el grado general de bienestar emocional, el nivel de cada
una de las dimensiones de felicidad y también los estados emociona-
les de sus ocupantes. En suma, las unidades básicas del estudio son las
posiciones sociales y su objetivo básico, la descripción de su bienestar
emocional.
Con el análisis responderemos a preguntas como las siguientes:
¿cuál es el nivel de felicidad de una persona desempleada o el de una
persona que tiene miedo a perder su empleo? ¿Son los hombres más
felices que las mujeres? ¿Cómo varía el grado de felicidad de los enfer-
mos crónicos y de las personas con discapacidad permanente según el
tiempo que haya transcurrido desde que contrajeron su enfermedad o
su discapacidad? ¿Mejora con el tiempo su nivel de felicidad? ¿Cuál es
el nivel de bienestar emocional de las personas mayores? ¿Y cuánto
varía si viven solas? ¿Vuelven las personas divorciadas a recuperar el
nivel de felicidad previo al momento de la separación o del divorcio?
42 Eduardo Bericat

¿Son los inmigrantes más o menos felices que los autóctonos? ¿Varía con
el tiempo de estancia en el país receptor el nivel de las dimensiones de la
felicidad de las personas inmigrantes? ¿En qué medida son infelices
aquellas personas que sienten que los demás les tratan con poco respeto
o injustamente? ¿Son las viudas más o menos felices que la población
general? ¿Qué grado de felicidad tienen las personas pobres que viven en
hogares con bajos ingresos? ¿Cuál es el nivel de felicidad de aquellos es-
pañoles que, por efecto de crisis económicas, atraviesan por dificultades
económicas o financieras? ¿Todos los jóvenes, como muchas veces se
cree, son muy e igualmente felices? ¿Hasta qué nivel de infelicidad pue-
de caer un joven «nini» que no le encuentre sentido a la vida?
Algunas de las cuestiones planteadas a lo largo de este libro se
responden analizando grandes categorías sociales. Sin embargo, mu-
chas otras son preguntas muy específicas que requieren el análisis de
categorías sociales formadas por un número relativamente pequeño de
personas. Gracias al elevado tamaño muestral de la Encuesta Social
Europea hemos podido también responder a este tipo de preguntas,
ofreciendo así una panorámica muy detallada de la estratificación so-
cial de la felicidad en España. Además, en los casos en que el tamaño
muestral de la categoría a analizar podía comprometer la calidad de los
resultados, hemos fusionado las muestras de 2006 y 2012. De este
modo garantizamos que todos los datos ofrecidos en el libro sean esta-
dísticamente representativos.
En suma, en la presente fase de este proyecto investigador se ha
otorgado prioridad analítica a la descripción de las posiciones sociales,
dejando para una fase posterior el análisis de los efectos que sobre la fe-
licidad puedan tener diversas variables puras, como por ejemplo la
«edad», los «ingresos económicos», el «nivel educativo», la «soledad»
u otras muchas. Hemos secuenciado de esta manera el proceso inves-
tigador porque estamos convencidos de que una buena explicación
requiere una previa buena descripción. Hemos pensado que adquirir
una visión de conjunto de la estratificación social de la infelicidad en
España es, en este momento, mucho más importante que ofrecer mi-
nuciosas explicaciones de algunos fenómenos concretos relacionados
con la felicidad. Por otra parte, explicaciones de este tipo abundan
en la literatura científica sobre el bienestar subjetivo, literatura que en
parte sugerimos al analizar el bienestar emocional de cada una de las
posiciones sociales.
En esta fase del proceso investigador, antes que estudiar «variables»,
hemos optado por estudiar «personas». Nos ha parecido más relevante
Introducción: Por una sociología de la felicidad 43

conocer, por ejemplo, el grado de bienestar emocional del que disfrutan


las personas mayores de 60 o de 75 años de edad en España, que cono-
cer cómo influye la edad sobre la felicidad. Queremos saber en qué
grado son felices o infelices los ancianos españoles, es decir, las personas
de carne y hueso que tienen una cierta edad. La mayor parte de los aná-
lisis explicativos multivariables, basados por ejemplo en modelos de re-
gresión, revelan que la relación entre la edad y el bienestar subjetivo
presenta una pauta en «U», si bien esta pauta es hoy objeto de debate
académico (Diener y Biswas-Diener, 2002; Schilling, 2006; Lelkes,
2008; Frijters y Beatton, 2012; Morgan et al., 2015). La pauta en forma
de «U» significa que, controlando el efecto que puedan tener otro tipo
de variables, como por ejemplo la «salud», los «ingresos económicos»
o la «soledad», los jóvenes y las personas mayores «serían» más felices
que las personas de mediana edad. Ahora bien, esto no significa que, de
hecho, las personas mayores sean más felices que las más jóvenes o que
las de mediana edad. En este sentido, las conclusiones pueden resultar
engañosas, y por ello conviene realizar alguna aclaración al respecto.
El problema que presentan estos modelos explicativos a la hora de
analizar la estratificación social de la felicidad es el siguiente. Al calcu-
lar los efectos netos que la variable «edad» tiene sobre la felicidad, es-
tos análisis han de controlar o «mantener constante» otro conjunto de
variables, como pueden ser la «salud», los «ingresos económicos» o la
«soledad». Pero al mismo tiempo que controlamos estas variables, es-
tamos vaciando de contenido la naturaleza propia de las posiciones
sociales establecidas según la edad. Así, por ejemplo, si depuramos la
poción social de «persona mayor» eliminando los atributos típicos que
caracterizan a las personas mayores en una determinada sociedad, nos
quedaremos con una especie de entelequia o categoría abstracta defi-
nida exclusivamente por los años de las personas, es decir, por la varia-
ble edad. Los modelos multivariables de regresión demuestran que si
las personas mayores tuvieran por término medio el mismo nivel de
salud que la población general, si disfrutaran de unos ingresos econó-
micos similares, y si la cantidad y calidad de sus relaciones sociales
fueran parecidas, entonces disfrutarían de un grado de bienestar emo-
cional relativamente más alto. Pero lo cierto es que, por término me-
dio, las personas mayores gozan de peor salud, tienen menores ingre-
sos económicos y sufren bastante más de soledad. En suma, si nuestro
objetivo es conocer la felicidad de las personas mayores en España, es
decir, de una posición social tal y como está configurada en una deter-
minada sociedad, deberemos ofrecer la estimación empírica bruta de
44 Eduardo Bericat

su grado de bienestar emocional, esto es, sin ninguna depuración o


control de otras variables. El dato bruto es el único que nos permite
conocer si las personas mayores, los desempleados, los enfermos, lo
inmigrantes, etc., son felices o no.
Comprendiendo este rasgo metodológico de los análisis multiva-
riables explicativos podemos comprender algunos «extraños» resulta-
dos que aparecen en la literatura científica sobre la felicidad. Por ejem-
plo, según los análisis de regresión realizados por Mariano Rojas
(2004), así como por otros muchos investigadores, existe una débil
correlación entre el dinero y la felicidad. El coeficiente de determina-
ción (R2=0.0067) es realmente bajo, y ha de interpretarse en el sentido
de que el grupo de variables económicas explican tan solo un 6,7% del
bienestar subjetivo. Ahora bien, si comparamos el porcentaje de per-
sonas con bajos ingresos (primer quintil) que declaran sentirse muy
felices (37,9%), con el porcentaje de la personas con altos ingresos
(quinto quintil) que declaran sentirse muy felices (70,4%), vemos que
entre los «ricos» la probabilidad de ser feliz es mucho más alta que entre
los «pobres» (Rojas, 2004: 8). En efecto, la posición social de rico,
como asimismo la de pobre, no se caracteriza exclusivamente por un
distinto nivel de ingresos, pues ser rico o pobre significa socialmente
muchas más cosas. Los ricos, en efecto, tienen más dinero, pero cons-
tituyen una posición social caracterizada multidimensionalmente que
también se distingue, frente a los pobres, por tener mejor salud y reci-
bir mejores cuidados sanitarios, por hacer más deporte y cuidar más la
alimentación, por haber alcanzado niveles educativos más altos, por
tener relaciones sociales de mayor estatus y por disponer de mayor
capital social y cultural, entre otras muchas cosas.
Al analizar mediante técnicas de regresión el efecto neto que tiene
el dinero sobre la felicidad, no estamos analizando si los ricos son más
felices que los pobres, que es la primera tarea de un análisis de la estra-
tificación social de la felicidad, sino que estamos analizando un su-
puesto ser humano, abstracto, que se distinguiría de otros exclusiva-
mente por su nivel de ingresos. Equivaldría a investigar si un avaro,
una persona que dispone de mucho dinero acumulado, es por este
motivo mucho más feliz. La respuesta evidente es que no. Si vaciamos
la categoría o posición social de «rico» de todo su contenido social-
mente típico, es normal que el efecto neto del dinero sobre la felicidad
sea bastante escaso. Pero entonces no se entiende por qué mucha gen-
te desea ser rico, y cree que el dinero, aun cuando no te ofrezca garan-
tías de ser feliz, al menos parece alejarte de la infelicidad. Esto es así
Introducción: Por una sociología de la felicidad 45

porque ser rico o pobre tiene socialmente una naturaleza multidimen-


sional, y es algo mucho más que el simple hecho de tener o no tener
dinero.
Este es el mismo problema con el que el profesor Alex Michalos
(2008) se topó al tratar de responder a las preguntas de si la educación
influía y, de ser así, cuánto influía sobre la felicidad. La sabia respuesta
que ofrece a esta pregunta es que depende de cómo se definan y ope-
racionalicen los conceptos de «educación», «influencia» y «felicidad».
En concreto, este profesor nos dice que si uno operacionaliza la edu-
cación como el más alto nivel educativo formal alcanzado, la felicidad
como lo que miden las escalas de felicidad y satisfacción con la vida, y la
influencia como una correlación directa y positiva entre las variables
de educación y de felicidad, entonces, aunque solo entonces, «la edu-
cación tiene una muy pequeña influencia sobre la felicidad» (Micha-
los, 2008: 348). Ahora bien, también nos dice que si uno define «edu-
cación» de una manera amplia, incluyendo la formal y la informal, así
como cualquier conocimiento asimilado mediante cualquier proceso
de aprendizaje, si al igual que Aristóteles define la «felicidad» como
eudemonía, como un bienestar emocional que implica vivir bien y hacer
bien, y si define «influencia» como el conjunto de asociaciones tanto
directas como indirectas entre los diversos tipos de educación y las
diversas características de la felicidad o de la buena vida, entonces,
considerando estas definiciones robustas de educación, influencia y fe-
licidad, «la educación tiene una enorme influencia sobre la felicidad»
(Michalos, 2008: 348).
En suma, la cuantificación de los efectos causales basadas en aná-
lisis multivariables dependerá fundamentalmente del «contenido» de
las propias variables que se introduzcan en los modelos y, por ello,
habrá de considerarse con mucho cuidado las descripciones implícitas
de la realidad que cada modelo presupone. Este es el motivo por el que
hemos decidido, en esta primera fase del proceso investigador, cen-
trarnos en la tarea de describir del mejor modo posible la situación de
bienestar emocional de un amplio abanico de posiciones sociales. Ello
nos permitirá sugerir y formular hipótesis más consistentes sobre la
causación social de la felicidad, hipótesis que habrán de ser corrobora-
das, en una segunda fase, habiendo comprendido primero, y teniendo
en cuenta después, la complejidad propia del análisis explicativo de la
felicidad. Por ahora, nos proponemos iniciar el camino hacia la des-
cripción densa del bienestar emocional característico de las diversas
posiciones existentes en la estructura social española.
46 Eduardo Bericat

Compartimos la idea, expresada entre otros por Amartya Sen y


por Mike Savage y Rogers Burrows (2007), de que la descripción y la
clasificación, aun constituyendo un elemento esencial de todo queha-
cer científico, están bastante infravaloradas en las ciencias sociales. El
artículo de Sen (1980) es un alegato en favor de la descripción contra
todo intento de sustituirla, identificarla o integrarla en el contexto de
la predicción o de la prescripción. Por su parte, Savage y Burrows nos
recuerdan que autores como J. Pickstone, B. Latour y A. Abbot abo-
gan por abandonar el foco exclusivo en la causalidad y en el análisis,
asumiendo en cambio un renovado interés por la descripción y la clasi­
ficación. Estos autores ven «el poder del conocimiento social contem-
poráneo como dependiendo de su habilidad para realizar descripcio-
nes minuciosas», y reclaman una sociología descriptiva que vincule las
narrativas, los números y las imágenes que podamos forjarnos sobre la
realidad social (Savage y Burrows, 2007: 896).
El análisis que presentamos en la segunda parte del libro sobre la
estratificación de la felicidad en la sociedad española es estrictamente
descriptivo y numérico, pero creemos que el modelo multidimensio-
nal en el que se basa el índice de bienestar socioemocional (IBSE) dispone
de la apertura suficiente para establecer vínculos, tanto con los resultados
que pudieran obtenerse mediante la aplicación de técnicas cualitativas
narrativas al estudio de las estructuras afectivas de la felicidad, como
con aquellos que pudieran derivarse de análisis socio-iconográficos y vi-
suales. En cualquier caso, de este análisis de estratificación social de la
felicidad han emergido muchas y muy interesantes hipótesis que jus-
tifican la realización de una futura tercera fase investigadora destinada
a su corroboración.

1.6. ESTRUCTURA Y CONTENIDO DEL LIBRO

El libro está estructurado en dos partes de cuatro capítulos cada una.


En la primera se expone el modelo de medición multidimensional crea-
do para medir la felicidad, esto es, el índice de bienestar socioemocional
(IBSE). En la segunda, utilizando este nuevo instrumento de análisis,
se lleva a cabo un primer estudio de la estratificación social de la felici-
dad, con el fin de mostrar una imagen panorámica de las desigualdades
de bienestar emocional existentes entre los españoles.
En el primer capítulo de la primera parte, titulado «Ideas sobre la
naturaleza de la felicidad», nos preguntamos, apoyándonos en la obra
Introducción: Por una sociología de la felicidad 47

filosófica de cuatro gigantes, Yang-Chu, Epicuro, Aristóteles y Demó-


crito, qué es la felicidad. Es obvio que la construcción de un índice
para medir el bienestar subjetivo de las personas exige definir previa-
mente el concepto que pretende medirse. Ruut Veenhoven, uno de los
pioneros de la moderna investigación social empírica de la felicidad, la
define como «el grado en que un individuo juzga en conjunto favora-
blemente la calidad general de su propia vida» (Veenhoven, 2012a:
66). Ahora bien, esta definición, en la que se basan la mayor parte de los
estudios empíricos del bienestar subjetivo, es hasta cierto punto insa-
tisfactoria. En primer lugar, porque se trata de una definición tautoló-
gica y, en segundo lugar, porque equipara el contenido de la defini-
ción conceptual con su modo de operacionalización. De ahí que la
medición de las escalas de Cantril, de satisfacción con la vida o de la fe­
licidad (escalas CSF) se basen simplemente en preguntarles a los entre-
vistados cómo juzgan su vida, qué satisfechos están o qué felices se
sienten. Las evidentes limitaciones de esta forma de definir la felicidad
nos han impulsado a volver a los orígenes del pensamiento para repen-
sar de nuevo las ideas de la felicidad.
En el capítulo tres se presenta el modelo en el que se basa el ins-
trumento de medición de la felicidad finalmente construido, esto es,
el indicador compuesto o índice de bienestar socioemocional (IBSE).
Esta propuesta multidimensional pretende mejorar la forma en la que
actualmente se mide la felicidad que, como acabamos de indicar al
referirnos a las escalas CSF, se basa en la utilización de una única pre-
gunta. En este capítulo se explican las diversas formas de medir la fe-
licidad y las orientaciones metodológicas asumidas a la hora de cons-
truir el IBSE. Se explica también el marco teórico, basado en la obra
de tres sociólogos de las emociones, así como la operacionalización del
índice, basada en un modelo compuesto por nueve estados emociona-
les. Por último, se muestra el modelo analítico que el índice ha puesto
de manifiesto interpretando las cuatro dimensiones o factores de la
felicidad: el estatus, la situación, la persona y el poder.
En el capítulo cuarto del libro, titulado «La desigualdad de ingre-
sos y de felicidad», se contraponen estas dos formas de evaluar el pro-
greso y la calidad social. La construcción de un índice que ofrece esti-
maciones cuantitativas del bienestar subjetivo de los individuos
permite analizar las desigualdades en bienestar emocional del mismo
modo que en la actualidad se analizan las desigualdades económicas
basadas en los ingresos. En primer lugar, teniendo en cuenta las esti-
maciones del IBSE, se estudia la distribución social del bienestar en
48 Eduardo Bericat

España. En segundo lugar, se confecciona una tipología que, según sea


su grado de bienestar emocional, clasifica a las personas en cinco cate-
gorías: felices, contentos, satisfechos, no satisfechos y no felices. Mediante
esta tipología se ofrecen datos de la felicidad e infelicidad existente
tanto en España como en otros 29 países europeos. Por último, se han
elaborado cuatro índices de desigualdad en felicidad, análogos a los
cuatro índices más importantes y utilizados a la hora de describir la
desigualdad económica de un país. En suma, se ofrecen datos, tanto
para España como para Europa, del índice Gini de felicidad, del ratio
quintil de felicidad (s80/s20), de la tasa de riesgo de infelicidad y de la
tasa de privación emocional.
En el capítulo cinco, destinado al estudio de la estructura afectiva
del bienestar emocional, se muestran datos de los estados emocionales
sobre los que se sustenta informativamente el índice de bienestar
socioemocional (IBSE). Una de las ventajas de este índice multidimen-
sional y multivariable es que ofrece tres niveles jerárquicos de infor-
mación y, por este motivo, cada puntuación general de felicidad esti-
mada mediante el IBSE puede ser descompuesta en las puntuaciones
de sus cuatro dimensiones básicas. A su vez, las puntuaciones de cada
una de las cuatro dimensiones o factores básicos pueden ser descom-
puestas en sus estados emocionales. Con el objeto de conocer la es-
tructura afectiva de la felicidad en España, se presentan los datos de
los sentimientos de los españoles. Así, se ofrece información empírica
de los estados emocionales de tristeza, depresión, aburrimiento y so­
ledad que nutren la dimensión de estatus; de los sentimientos de felici-
dad, disfrute de la vida y energía emocional que componen el factor
situación; del grado de autoestima, optimismo y sentimiento de fraca-
so que sustentan la dimensión de la persona; y de los estados emocio-
nales de inquietud, calma, fatiga y estrés que definen el factor de poder.
La posibilidad de cuantificar el bienestar subjetivo general, así como
sus cuatro dimensiones básicas, y conocer sus estados emocionales
subyacentes, abre nuevas perspectivas en el análisis social de la felici-
dad y de la infelicidad. En el último apartado de este capítulo se sugie-
ren posibles aplicaciones del modelo multidimensional del IBSE y se
muestran algunos sencillos ejemplos.
La segunda parte del libro, dedicada al estudio de la estratificación
social del bienestar emocional, comienza en el capítulo seis con el análisis
del asunto más controvertido de todos los tratados por los estudios cien-
tíficos del bienestar subjetivo, a saber, el de las relaciones existentes entre
el dinero y la felicidad. El asunto es social y políticamente determinante
Introducción: Por una sociología de la felicidad 49

porque si la riqueza y la felicidad estuvieran altamente correlacionadas,


es decir, si el dinero diera la felicidad, no estaría en absoluto justificado
desarrollar análisis sociológicos del bienestar emocional independien-
tes de los abundantísimos análisis que ya desarrollamos tomando como
base la riqueza de las naciones o de las personas. Tras reflexionar, en el
primer epígrafe, sobre los complejos mecanismos que operan en la re-
lación entre riqueza y felicidad, así como sobre las paradojas reveladas
en muchas investigaciones, integramos su estudio en el contexto de
una teoría social de la infelicidad que, aun manteniendo la relevancia
que la falta de ingresos económicos y de otros tipos de recursos tiene a
la hora de incrementar la probabilidad de ser infelices, sostiene que
tales probabilidades también dependen de la falta de respeto y de la
falta de sentido. Por este motivo, en el presente capítulo se incluyen
estimaciones del bienestar emocional de los ocupantes de tres posicio-
nes sociales: de los pobres, en comparación con los ricos; de las clases
bajas, en comparación con las clases altas; y de las personas que están
socialmente marginadas del sentido, en comparación con aquellas otras
que viven una vida en toda su plenitud. Para concluir este capítulo,
analizaremos el impacto emocional que ha tenido la crisis económica de
2008 sobre la población española. Con este fin hemos comparado el
grado de felicidad de los españoles que, pese a la crisis, han seguido vi-
viendo con comodidad y con una situación financiera del hogar inmu-
ne a la crisis, con el de quienes atraviesan muchas dificultades para llegar
a final de mes y han sido intensamente afectados por esta.
El capítulo siete sigue con el análisis del bienestar emocional de
diversas posiciones sociales centrándose ahora en aquellas caracteri-
zadas primordialmente por una manifiesta falta de respeto. El tema
de fondo del capítulo son las relaciones que existen entre la discrimi-
nación social y la felicidad, y precisamente por este motivo toma
como punto de partida para la reflexión una de las posiciones más
intensamente excluidas en nuestra sociedad, la de las personas sin
techo o personas sin hogar. Este colectivo representa el caso paradig-
mático y extremo de exclusión social. De ahí que sea especialmente
importante comprender cómo se conjuga en estas personas la felici-
dad para así comprender, en general, las estructuras afectivas que
emergen en el cruce vital de sociedades que discriminan y de sujetos
activos y dignos que experimentan y resisten los embates de la dis-
criminación social. Aunque en el capítulo anterior se ofrecieron los
grados de felicidad según el estatus social de las personas, y aunque
las valoraciones implícitas en el estatus social están íntimamente
50 Eduardo Bericat

vinculadas al respeto y a la falta de respeto, en este capítulo se pre-


sentan datos del nivel de bienestar emocional de las personas que
forman parte de grupos socialmente discriminados, así como de
aquellas que experimentan en su propio cuerpo la falta de respeto y
el trato injusto, dos mecanismos clave de toda discriminación social.
Por último, el capítulo centra su atención en el colectivo de personas
inmigrantes. Dadas las condiciones objetivas de la vida de los inmi-
grantes, la discriminación que sufren y su general vulnerabilidad,
podría esperarse que su nivel de bienestar emocional fuera bastante
inferior al de nativos. Sin embargo, paradójicamente, el grado de
felicidad de nativos e inmigrantes es bastante similar. Gracias al mo-
delo multidimensional de felicidad aplicado en este estudio podre-
mos comprobar si esto es realmente así.
En el capítulo ocho se analiza el bienestar emocional de las per-
sonas que han experimentado en su vida alguna catástrofe vital nega-
tiva. De entre todas las posibles se tratan cuatro, especialmente rele-
vantes, por cuanto afectan a tres ámbitos trascendentales de la vida,
a saber, la salud, el trabajo y el amor. Veremos, pues, el nivel de bienestar
emocional de aquellas personas que han contraído una enfermedad
crónica o una discapacidad invalidante; que han perdido su puesto
de trabajo; que se han divorciado; y que han enviudado. Las catástro-
fes vitales, sean positivas o negativas, implican un dramático cambio
de estado y, por tanto, hemos de suponer que la felicidad de las per-
sonas que las sufran se verá afectada por ello. Sin embargo, existen
algunas teorías que sostienen que estos cambios en las condiciones
objetivas de la vida solo afectan a la felicidad al principio y temporal-
mente, pues los seres humanos se van adaptando, habituando o resig-
nando a las nuevas condiciones hasta volver a recuperar sus niveles
precedentes de felicidad. Aceptar estas teorías implicaría suponer
que, en el fondo, las condiciones de vida no afectan al bienestar emo-
cional, por lo que todas las personas, independientemente de la po-
sición social que ocupen, podrían ser igualmente felices. De ser esto
cierto, es evidente que la tarea de analizar la estratificación social de
la infelicidad carecería de sentido, pues cualquier situación de vida
nos resultaría, al fin y a la postre, totalmente indiferente. En suma,
en este capítulo veremos, estudiando los cuatro casos mencionados,
si la capacidad humana de adaptación a las circunstancias es completa
o si, por el contrario, depende de los casos y de muchos otros factores.
Además de su nivel de bienestar emocional, veremos si los enfermos cró-
nicos y personas con discapacidades invalidantes, si los desempleados
Introducción: Por una sociología de la felicidad 51

y quienes tienen miedo a perder su empleo, si los separados y los


divorciados, y si las viudas y los viudos se adaptan o no a las nuevas
circunstancias, y si vuelven o no a disfrutar de sus anteriores niveles
de felicidad.
El género y la edad siempre han servido como criterios básicos
tanto para la estructuración como para la estratificación de la socie-
dad, así que un estudio dedicado a la estratificación social del bienes-
tar emocional no podía prescindir del análisis de las posiciones socia-
les configuradas mediante ambos criterios, esto es, del estudio tanto
de las mujeres y de los hombres, como del de las personas mayores, de
las adultas y de las jóvenes. En el capítulo nueve, último de la segunda
parte del libro, se ofrecen los grados de felicidad de cada una de estas
posiciones sociales, utilizando como modelo de medida el índice de
bienestar socioemocional. Este matiz es importante porque las estima-
ciones del IBSE no coinciden exactamente con las que ofrecen las es­
calas de Cantril, de satisfacción o de felicidad. Según estas escalas CSF,
las mujeres son tan felices como los hombres, algo que no se corres-
ponde con la realidad social si es cierto que, en nuestras sociedades, las
mujeres siguen ocupando una posición subordinada e inferior a la de
los hombres. El IBSE no solo prueba que el bienestar emocional de las
mujeres es inferior al de los hombres, sino también que siguen exis-
tiendo muchas asimetrías emocionales de género en ámbitos tan im-
portantes como el trabajo, la convivencia en pareja y la educación.
Con respecto a la edad, además de observarse una pauta general de
reducción de los niveles de felicidad conforme aumentan los años,
veremos que tanto en el caso de los mayores, como en el de los jóve-
nes, importan mucho las específicas condiciones vitales que caracteri-
zan la situación social de la personas. En este capítulo veremos el gra-
do de felicidad que experimentan las personas mayores con buen o
mal estado de salud, y con un alto o bajo grado de soledad. En el caso
de los jóvenes, analizaremos el bienestar emocional de los estudiantes, de
los trabajadores y de los «ninis», así como de aquellas personas que,
pese a su juventud, encuentran sus vidas carentes o vacías de sentido per-
sonal y social.
El libro finaliza en el capítulo diez con la compilación de un
pequeño conjunto de conclusiones breves, pero relevantes, deriva-
das del largo trecho recorrido en esta investigación, que nos ha en-
frentado a la necesidad de repensar la naturaleza de la felicidad, de
crear ad hoc un modelo de medición multidimensional de la felici-
dad, de analizar la distribución o estratificación social del bienestar
52 Eduardo Bericat

emocional de múltiples posiciones de la estructura social española y eu-


ropea, de validar empíricamente la teoría sociológica de la infelicidad
y, por fin, de encontrar una función y un destino al estudio y monito-
rización social de la felicidad y de la infelicidad. Surcando este camino
esperamos haber contribuido en alguna medida a comprender mejor
la felicidad humana y su significación social.
primera parte

UN NUEVO MODELO DE MEDICIÓN


DE LA FELICIDAD
2. IDEAS SOBRE LA NATURALEZA DE LA FELICIDAD

¿Qué es la felicidad? Responder a esta pregunta no es una tarea fácil,


pero el esfuerzo merece la pena porque la cuestión dista de ser trivial o
baladí. A lo largo de la historia, infinidad de pensadores han reflexiona-
do sobre ella, entendiendo por felicidad cosas muy diferentes, así como
marcando muchos caminos alternativos para alcanzarla. De hecho, cada
persona persigue la felicidad a su manera, e incluso en cada momento
puede llegar a sentirse feliz por muy diversos motivos. Ahora bien, tanto
los filósofos de la Grecia clásica, como los recientes investigadores del
bienestar subjetivo, han distinguido y enfrentado entre sí dos ideas o
perspectivas de la felicidad: por un lado, la hedónica, asociada directa-
mente al placer y a las emociones positivas; y por otro, la eudemónica,
vinculada con el bien y la realización de las potencialidades humanas.
En este capítulo, tras presentar el contenido de ambas perspecti-
vas, se evidencia la necesidad de explorar con mayor profundidad y
rigor el ámbito del hedonismo. Más allá de la caricatura con la que
habitualmente se le representa, se trataría de mostrar, de un modo
más rico, complejo y multidimensional, la plétora de estructuras afec­
tivas que configuran los sentimientos humanos de felicidad. Para ello
nos basamos en la obra de cuatro filósofos, Yang-Chu, Epicuro, Aris-
tóteles y Demócrito, que representan cuatro modelos diferentes he-
dónicos que subyacen a la felicidad: el radical y visceral, el sereno y
corporal, el virtuoso y moral, y el alegre y pragmático. Creemos que
una concepción comprensiva de este sentimiento, capaz de incorpo-
rar las «felicidades» experimentadas por los seres humanos, debería
integrar la sabiduría contenida prototípicamente en estas cuatro doc-
trinas. Finalmente, el capítulo se cierra, de la mano del filósofo Emi-
lio Lledó, sugiriendo que tras todos los conceptos, experiencias y fac-
tores que conducen a la felicidad, subyace una única idea, la de ser
estado e indicio de la correspondencia existente entre el horizonte de
potencialidades del ser humano y su efectiva realización, en el marco
de una situación determinada.
56 Eduardo Bericat

2.1. LAS PERSPECTIVAS HEDONISTA Y EUDEMONISTA


DE LA FELICIDAD

El hedonismo sostiene que el placer constituye el objetivo fundamen-


tal de la vida humana. Una vida buena ha de ser necesariamente una
vida placentera y confortable en la que predominen las emociones
positivas sobre las negativas. Una vida sembrada de penas, dolores,
frustraciones, tristezas e insatisfacciones de ningún modo podría ser
considerada una vida feliz. A juicio de los hedonistas, el ser humano
tiende a la maximización del placer, por un lado, y a la minimización
del dolor, por el otro. Es decir, el ser humano busca naturalmente el
placer y evita en la medida de sus posibilidades todo dolor. La doctri-
na hedonista sostiene, incluso, que el placer es un faro que nos guía a
la hora de elegir la mejor acción de entre todas las posibles. El placer
tiene un valor normativo por cuanto nos orienta hacia el bien discer-
niéndolo del mal.
El filósofo griego Arístipo ya sostuvo en el siglo IV antes de Cris-
to que el objetivo último de la vida es el disfrute del máximo placer
posible, y que la felicidad consiste básicamente en la acumulación de
estos momentos placenteros. Epicuro predicó una doctrina ética basa-
da en el supuesto de que una vida buena era una vida feliz. Hobbes,
en el siglo XVII, elaboró todo su pensamiento político sobre el su-
puesto de un hedonismo individualista, básicamente egoísta. Y Bentham,
en el siglo XIX, trasladó el principio hedonista de la búsqueda del
placer al ámbito social afirmando que el mayor bien sería la mayor
frecuencia, intensidad y duración de placer y felicidad para el mayor
número posible de personas.
La ideología hedonista, aun siendo evidente por sí misma, ya que
nadie en su sano juicio preferiría el dolor y el sufrimiento frente al
placer y a la felicidad, pronto se encontró con egregios detractores que
negaban que la felicidad de un ser humano pudiera consistir exclusi-
vamente en la mera acumulación de placeres. Aristóteles, en su Ética
a Nicómaco, sostuvo que las personas solo alcanzan la verdadera felici-
dad cuando se comportan conforme a su naturaleza esencialmente
racional buscando el desarrollo de la excelencia y de la virtud. La vida
buena o feliz implica tanto la práctica de las virtudes morales como el
desarrollo de las potencialidades de cada persona en particular. Aristó-
teles trasciende así el concepto de felicidad basado en la mera expe-
riencia subjetiva, es decir, en el placer, el disfrute, el confort, las emo-
ciones positivas y la ausencia de emociones negativas. El filósofo pone
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 57

el foco de la felicidad en la actividad de un sujeto orientado a la virtud,


a la excelencia, al desarrollo de lo mejor de sí y de sus potencialidades
y, en general, al mantenimiento pleno y a la mejora de todas sus capa-
cidades y funcionalidades, esto es, orientado a su crecimiento personal
en cuanto a ser humano racional y social.
Todas las perspectivas sobre el bienestar que han pretendido tras-
cender el concepto hedonista de felicidad se han cobijado bajo el tér-
mino eudemonia, utilizado por Aristóteles para referirse a la felicidad.
En concreto, la psicología del bienestar desarrollada desde los años
setenta del siglo pasado ha mantenido vivo el debate entre las concep-
ciones hedonistas y eudemonistas. Huta (2013), Huta y Waterman
(2013) y Ryan y Deci (2001) han sintetizado las diferencias entre am-
bas perspectivas, mostrando al mismo tiempo la variedad de concep-
tos que la perspectiva eudemónica ha ido desplegando durante los
últimos cincuenta años. Entre los psicólogos que han llevado a cabo
proyectos de investigación teórica y empírica en el ámbito de la eude-
monia destacan, entre otros, los siguientes: R. M. Ryan y E. L. Deci;
M. Csíkszentmihály; C. D. Ryff; A. S. Waterman; J. Vittersø; M. E. P.
Seligman; y V. Huta y R. M. Ryan.
En la década de los setenta del siglo pasado, Ryan y Deci desarro-
llaron la teoría de la autodeterminación (self-determination theory), en la
que la autonomía del individuo constituye un elemento esencial de su
bienestar. Para estos autores el concepto de autonomía personal inclu-
ye la fidelidad a uno mismo, la correcta integración de los diferentes
aspectos del yo, y la aceptación voluntaria de las actividades que se
realizan, libre tanto de controles externos como de presiones internas.
Csíkszentmihály introdujo un nuevo concepto, el de flujo (flow), para
referirse a aquellos estados subjetivos trascendentes que alcanzamos al
desempeñar con gran maestría una actividad muy exigente. En este
tipo de experiencias, en la que el sujeto parece estar totalmente invo-
lucrado en la actividad en curso, sea una competición deportiva o una
actuación musical, el individuo siente estar viviendo en otra dimen-
sión. Ryff (1989, 2014), partiendo del supuesto de que el bienestar no
podía consistir en un mero sentirse subjetivamente bien, relacionó la
eudemonia con el desarrollo de las propias potencialidades y con el
crecimiento personal (flourishing) que emerge del enfrentamiento y de
la superación de los desafíos existenciales que nos proporciona la vida.
El modelo de bienestar psicológico de Ryff incluyó seis dimensiones: el
sentimiento de que la vida tiene un significado, un objetivo y un sen-
tido (purpose in life); la percepción de vivir con arreglo a las propias
58 Eduardo Bericat

convicciones (autonomy); el grado en que hacemos uso de nuestros


talentos y potencialidades (personal growth); la capacidad que tenemos
de afrontar las situaciones de la vida (environmental mastery); la pro-
fundidad y solidez de nuestros vínculos sociales (positive relationships);
el conocimiento y la aceptación del sí mismo, incluidas nuestras pro-
pias limitaciones (self acceptance).
Waterman concibió la eudemonia mediante el concepto de ex-
presividad personal (personal expressiveness), basado en la presencia o
ausencia de seis tipos de sentimientos durante la realización de las ac-
tividades más importantes de un individuo. Una actividad te hace feliz
cuando: te hace sentir vivo, expresa tu auténtico yo, te implicas inten-
samente en ella, corresponde a lo que realmente querías hacer, te hace
sentir completamente realizado y te sientes especialmente preparado
para el desarrollo de esa actividad. Por su parte, Vittersø asocia la eu-
demonia con los rasgos de crecimiento personal (personal growth) y de
apertura o disposición a las experiencias (openness to experience), lo que
supone experimentar estados subjetivos de elevado interés, implica-
ción y desafío. Seligman vincula la eudemonia con el sentido de la
vida (life of meaning), un sentido que aparece cuando somos conscien-
tes de las implicaciones últimas de nuestras acciones y cuando dedica-
mos nuestra existencia a la realización del bien. El modelo dinámico
de florecimiento y bienestar personal o «auténtica felicidad» que propo-
ne Martin Seligman, promotor de la psicología positiva, gravita sobre
cinco ejes: emociones positivas, implicación y compromiso, relaciones
sociales, sentido y logro. Este modelo es conocido por el acrónimo
PERMA (Positive emotions, Engagement, Relationships, Meaning and
Accomplishment) (Seligman, 2011). Por último, Huta y Ryan distinguen
entre eudemonia y hedonismo según la motivación que anime la activi-
dad del individuo, sea la utilización y desarrollo de lo mejor de uno
mismo, o sea, por el contrario, la búsqueda de placer y confort.
Vemos, pues, que cada autor define la eudemonia de una manera
distinta, si bien casi todos ellos aluden a un determinado modo de
comportarse y de experimentar el bienestar. Huta (2013) señala que la
eudemonia, como modo de actuación, está caracterizado por los si-
guientes rasgos: orientar la acción al logro de lo mejor y más alto, al
logro de la excelencia (excellence); actuar con arreglo a nuestro verda-
dero yo manteniendo el control sobre nuestras propias acciones
(authenticity/autonomy); mantener el desarrollo y la autorrealización
personal como un objetivo de la vida (development); usar en su
plenitud las capacidades funcionales de cada cual (full functioning);
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 59

mantener metas vitales orientadas al bien que trasciendan el mero in-


terés inmediato (broad scope of concern); implicarse e involucrarse pro-
fundamente en las distintas actividades y retos de la vida (engagement);
valorar como fines en sí mismos los medios y procesos que utilizamos
para alcanzar nuestras metas (autotelism); ser consciente del significa-
do de nuestras acciones, orientando la conducta según principios abs-
tractos (contemplation); y, finalmente, aun persiguiendo en todo mo-
mento la excelencia, aceptar la realidad, a nosotros mismos y a los
demás, tal y como es, somos y son (acceptance).
En cuanto al tipo de bienestar experimentado por las personas,
la perspectiva eudemónica sitúa el foco en los siguientes aspectos: el
sentimiento de que nuestras actividades y experiencias tienen sentido
(meaning); la sensación de estar inspirados y funcionando en un nivel
más elevado, profundo, amplio o rico (elevation); la percepción de
estar profundamente conmovidos o impresionados y en estado de asom-
bro, admiración o temor reverencial (awe); sentirse conectado con, ser
consciente de, o vivir en armonía consigo mismo (connection); la sen-
sación de sentirse vivo (aliveness); la impresión de tener una vida ple-
na y de no necesitar nada más (fulfillment); y la sensación de ser
competente y de manejarse bien en los diferentes ámbitos de la vida
(competence) (Huta, 2013).
Una vez comprobada la complejidad de los rasgos con los que las
perspectivas eudemónicas definen tanto los «comportamientos» como
las «experiencias subjetivas» de la felicidad, sorprende que la defini-
ción que ofrecen de la felicidad hedonista sea tan tosca, simple y ele-
mental. Definen el hedonismo como la mera búsqueda del placer y
del disfrute, como la maximización del goce y la minimización del
dolor, o como el mero sentimiento subjetivo de bienestar o confort.
Conceptualizando la felicidad de esta forma tan simple, la ética hedo-
nista presenta muchos flancos abiertos a la crítica fácil. Dado que, en
general, identificamos esta ética con un tipo particular de hedonismo,
precisamente el más visceral y vulgar, esto es, aquel asociado con los
placeres que derivan de la satisfacción inmediata de las necesidades
biológicas más mecánicas y perentorias, el hedonismo queda desde el
principio descalificado de raíz. Así, el concepto «hedonista» de bienes-
tar subjetivo se configura, en la cultura general y también en la cientí-
fica, como una burda caricatura de la felicidad.
Veenhoven (2003) ofrece algunos de los argumentos básicos uti-
lizados por los críticos del hedonismo a lo largo de la historia. Líderes
religiosos, filósofos, políticos, ideólogos, escritores o artistas advierten
60 Eduardo Bericat

una y otra vez de los peligros que acarrea llevar una vida desenfrenada y
lujuriosa. El hedonismo es malo para la sociedad, pues socaba los prin-
cipios morales que la fundan, mina la ética del trabajo que la sostiene y
promueve un consumismo, basado en la satisfacción inmediata de infi-
nitos deseos banales, que dilapida los recursos societarios. El hedonismo
es también malo para el individuo, porque, por ejemplo, pone en riesgo
su salud promoviendo el consumo de drogas o los estilos de vida licen-
ciosos que dificultan la puesta en práctica de conductas saludables.
También se argumenta que, a largo plazo, la búsqueda del placer reduce
la felicidad. En este sentido, los críticos destacan la paradoja del hedonis­
mo, que consistiría en el hecho de que la búsqueda del placer conduce a
la infelicidad. Así, por ejemplo, los placeres han de ser cada vez más in-
tensos porque la sensibilidad disminuye con el disfrute de los mismos;
los placeres nos crean diversas adicciones, con las nefastas consecuencias
que estas conllevan normalmente; el hedonismo, se dice, es madre de la
ociosidad y de la pérdida de interés en el desarrollo de una vida activa.
La búsqueda de placeres de satisfacción inmediata, también se argu-
menta, impide el goce de aquellos placeres elevados que derivan de la
autorrealización del individuo; dado que los placeres carecen de sentido
ético o moral, y el sentido es un componente clave de la felicidad, el
hedonismo conduce a un disfrute vacuo y fútil que se consume a sí
mismo. Además, por último, según sus críticos, el hedonismo es esen-
cialmente egoísta. Erosiona los vínculos sociales y la solidaridad porque
sitúa en el centro de la escena la experiencia subjetiva y personal del
placer, lo que finalmente conduce a la soledad y a la decadencia moral.
Cierto que todos estos argumentos contienen una gran parte de
verdad, pero asimismo es evidente que son tanto más verdaderos
cuanto más reduzcamos el concepto hedonista a una caricatura de la
felicidad, es decir, cuanto más lo identifiquemos, como suele hacerse,
con la persecución instintiva e incondicionada de aquellos placeres
que derivan de la satisfacción de necesidades meramente fisiológicas.
En este sentido, sostenemos que una apropiada perspectiva hedonista
de la felicidad debe ofrecer una riqueza de matices acorde con la com-
plejidad característica del universo humano del placer y del dolor. Es
decir, el ámbito hedónico no puede ser abarcado mediante un concep-
to reduccionista de placer y, por tanto, las críticas que esa tosca con-
ceptualización de la buena vida ha suscitado a lo largo de la historia
deben ser repensadas y, en parte, superadas.
Esta falaz reducción conceptual es el motivo por el que los térmi-
nos «hedonismo» y «hedonista» han disfrutado de tan mala prensa en
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 61

todas las épocas, y justifica que autoras como Veronika Huta (2013),
a la que seguimos en este punto, prefieran usar términos alternativos,
como «hedonia» y «hedónico» (hedonia y hedonic). Por tanto, es preci-
so pensar el impulso hedónico desde una perspectiva más amplia,
compleja y humana, mostrando la existencia de una amplia variedad
de éticas hedonistas que apenas tienen nada que ver con el hedonismo
radical que opera en nuestra cultura como un estereotipo moral pri-
mario. Esta es la razón fundamental por la que el presente capítulo
considera cuatro diferentes concepciones hedonistas de la felicidad.
Confiamos en que dialogando con las doctrinas de Yang-chu, Epicu-
ro, Aristóteles y Demócrito podamos ampliar el horizonte de nuestro
pensamiento reflexionando sobre los conceptos de la felicidad. Estas
cuatro propuestas son: la hedonia radical y visceral, la hedonia serena y
corporal, la hedonia virtuosa y moral y la hedonia alegre y pragmática.
Todas ellas encierran una lógica de la naturaleza humana y, por tanto,
una asombrosa y fascinante combinación de sabiduría y de necedad.
La exposición más pura y brillante del hedonismo radical o visce-
ral que he encontrado aparece en una pequeña historia, contada por el
filósofo taoísta Lie Tse en su Tratado del vacío perfecto, acerca del pen-
samiento de Yang-chu, filósofo chino hedonista, pesimista y egoísta.
En cierto modo, su hedonismo representa la caricatura de la felicidad
de la que ya hemos hablado, basada en el placer físico, fisiológico,
carnal, casi animal, suscitado recurrentemente por las continuas de-
mandas de las necesidades corporales más instintivas, básicas e inme-
diatas. Esta pequeña narración nos ofrece cierta sabiduría al revelar-
nos, mediante la caricatura de este hedonismo radical y visceral, alguna
parte verdad. Una verdad que algunos pueden considerar demasiado
humana, pero verdad al fin y al cabo, a juzgar por el modo en que las
personas se afanan sin descanso en la búsqueda de los placeres, aún a
sabiendas de que su extraordinaria perseverancia puede estar fundada,
según la opinión de casi todos, en algún hipotético error.
El hedonismo de Epicuro, basado en la serenidad espiritual y en
una delicada atención al cuerpo, en ningún caso se sustenta en la con-
sumación de placeres y pasiones, sino que, antes al contrario, busca
fundamentalmente la eliminación del mal y del dolor, ante todo del
causado por el temor a los dioses y a la muerte. Su ética hedonista
persigue un estado de sosiego, tranquilidad y calma emocional, o ata­
raxia, del que se goza de forma más o menos duradera en soledad,
pero aún de forma más plena en compañía de los amigos. La ataraxia
se alcanza gracias al logro de la autarquía o independencia del ser con
62 Eduardo Bericat

respecto al entorno. Epicuro no entiende el placer como goce sensual,


sino como salud del cuerpo y serenidad espiritual. El placer de su doc-
trina nada tiene que ver con el hedonismo vulgar, con la satisfacción de
los más bajos instintos, o con la zozobra y ansiedad que nos crea el logro
de deseos que van más allá de las puras y básicas necesidades naturales
que emanan de nuestro propio cuerpo. Se trata de un placer basado en
la serenidad, en la ausencia de turbaciones y en la supresión del dolor.
Aristóteles es el filósofo que ha expresado de una forma más clara
y perfecta la íntima conexión que existe en los seres humanos entre la
virtud (areté) y la felicidad (eudemonia). De ahí que podamos hablar
de un hedonismo virtuoso y moral. La ética aristotélica trasciende la
visión hedonista de la felicidad basada en el placer y en el bienestar
subjetivo. El desarrollo del individuo con arreglo a las potencialidades
que le brinda su propia naturaleza racional, la aspiración a la excelen-
cia, la orientación del ser hacia el bien supremo o el perfecto estado de
contemplación que propone para el sabio son las únicas condiciones
que conducen al auténtico bienestar y a la felicidad. La ética aristoté-
lica invierte la relación entre el bien moral y el bienestar emocional,
anteponiendo el primero al segundo. Pese a ello, el elemento hedónico
o de placer forma parte esencial de su concepción del bienestar. La
doctrina eudemónica constituye, como hemos visto, una concreta es-
pecificación tanto de las condiciones que promueven como del conte-
nido de la experiencia subjetiva que se corresponde con una proclama-
da auténtica felicidad. En la propuesta aristotélica, el bien, la virtud y
la felicidad se encuentran indisolublemente unidos.
Por último, la ética de Demócrito se levanta sobre el principio de
que el mantenimiento del buen ánimo constituye una condición esen-
cial de la vida buena. La ética democrítea tiene un carácter emocional
eminentemente positivo, persiguiendo como fin la alegría y el conten-
to (cheefulness), todas las afecciones placenteras en general, así como la
supresión de las aflicciones, el sufrimiento y el dolor. Su hedonismo
distingue con claridad entre placeres o degustaciones bajas, por un
lado, y deleites o goces superiores, por otro. Asimismo, está guiado en
todo momento por la sensatez y la prudencia a la hora de decidir qué
actitudes o acciones nos conducirán al buen ánimo, condición indis-
pensable del verdadero disfrute de la vida. Este hedonismo está basado
en un concepto pragmático, racional y hasta calculador de la felicidad.
Alejado de cualquier opción extrema, opta por la moderación. Pro-
mueve el ajuste entre los deseos y la realidad, esto es, entre los deseos
y las posibilidades efectivas de su realización. Su concepto de felicidad
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 63

es plenamente democrático, siendo por ello aplicable a cualquier ser


humano, y está trenzado de una sabia y pragmática moralidad. Para
Demócrito es evidente que el buen ánimo predispone al bien.
Sin duda, nadie podría negar que la virtud conduce a la felicidad,
tal y como sostiene Aristóteles. Sin embargo, siguiendo a Demócrito,
nadie podría negar que el bienestar emocional de un individuo puede
obtenerse de muchas otras maneras, además de practicando la pura con-
templación, la excelencia o la realización del bien moral. Quizá la virtud
sea el único modo de lograr la «auténtica felicidad», una encomiable
aspiración aristocrática, pero la gente del común extrae de muchas fuen-
tes las afecciones placenteras que consiguen animar su vida o, al menos,
alejarla de los dolores, los sufrimientos y las penas que, en ciertos casos,
llegan a convertirla en un infierno. Por este motivo, consideramos que
los cuatro tipos de hedonia que exponemos a continuación (visceral,
corporal, moral y pragmática) nos ofrecen un panorama más completo
de los tipos de placeres y factores que configuran las muy diversas estruc­
turas afectivas de felicidad que experimentan los seres humanos de carne
y hueso. La felicidad alude a un ámbito clave de su existencia, la afecti-
vidad o la emocionalidad, y por ello es imposible captarla mediante un
concepto puro. No es una emoción primaria, como el miedo o la ira, ni
tampoco una emoción singular, como los celos o el resentimiento. La
felicidad es más bien una metaemoción compuesta en cada caso por un
rico conjunto de diferentes estados emocionales. Como iremos viendo
a continuación, ello explica que existan tantas ideas, tantas condiciones
y tantas experiencias subjetivas de felicidad.
En cualquier caso, que el lector valore por sí mismo cada una de
las cuatro propuestas hedónicas que presentamos en los siguientes epí-
grafes. En ellos se ofrece una selección de extractos literales de las ar-
gumentaciones que cada uno de estos filósofos elaboró para funda-
mentar su particular concepción y doctrina de la felicidad. En todas
sus obras se pone claramente de manifiesto la profunda complejidad
de esta aspiración humana, así como las insolubles paradojas que la
felicidad encierra tras su aparente simplicidad.

2.2. YANG-CHU: HEDONIA RADICAL Y VISCERAL

Lie Tse (2006: 160-163), en el Tratado del vacío perfecto, cuenta una
breve historia sobre Tse-ch’an, ministro del principado de Cheng,
y sus dos hermanos, uno mayor, Chao, que era un borracho, y otro
64 Eduardo Bericat

menor, Mu, que era un libertino. Esta pequeña historia está in-
cluida en el capítulo siete del libro, que Lie Tse, filósofo taoísta,
dedica enteramente a Yang-chu, filósofo chino hedonista, pesimista
y egoísta. Este cuento expresa el modelo del hedonismo radical,
cuyo único fin estriba en satisfacer las demandas de los instintos y
de las vísceras, sin preocuparse en absoluto ni por el futuro, ni por
el poder, ni por la salud, ni por el espíritu, ni por la moral. Según
sus defensores, dar rienda suelta a todos los instintos hace felices
a los seres humanos. Y ateniéndonos a la conducta de estos, por
paradójico y repulsivo que parezca, tenemos suficientes pruebas de
lo atractivo e irresistible que resulta a veces satisfacer los deseos
corporales.

Se olía a vino y a heces a cien pasos de la puerta de Chao, a quien la


embriaguez habitual le había hecho perder todo sentido del pudor y
de la prudencia. El harén de Mu formaba todo un barrio, que su
propietario poblaba por todos los medios y del que apenas salía.
Muy preocupado por la mala conducta de sus dos hermanos, tema
de burlas para sus enemigos, Tse-ch’an consultó en secreto a Teng-si.
Este le dijo: —«Tendrías que haber intervenido antes. Hazles
comprender el valor de la vida, la importancia del decoro y de la mo­
ral». Tse-ch’an hizo, pues, un discurso a sus dos hermanos sobre
los puntos siguientes: que aquello por lo que el hombre difiere de los
animales es la razón, los ritos y la moral; que la satisfacción de las pa-
siones bestiales destruye la vida y arruina la reputación; que, si se
rehabilitaran, podrían recibir cargos.
Muy lejos de conmoverse con estos argumentos, Chao y Mu
respondieron: —«Hace mucho tiempo que sabemos todo eso;
hace mucho tiempo también que nuestra decisión es no tenerlo en
cuenta para nada. Como la muerte lo termina todo fatalmente, lo
importante, en nuestra opinión, es gozar de la vida. No estamos en
absoluto dispuestos a hacer de la vida una especie de muerte anti-
cipada por las obligaciones rituales, morales y otras. Satisfacer los
instintos, agotar todos los placeres, eso es lo que es verdaderamen-
te vivir. Lamentamos tan solo que la capacidad de nuestro vientre
sea inferior a nuestro apetito y que las fuerzas de nuestro cuerpo
no estén a la altura de nuestras ansias. Qué nos importa que los
hombres hablen mal de nosotros y que nuestras vidas se deterio-
ren. No creas que somos hombres que se dejen intimidar o com-
prar. Tenemos unos gustos completamente distintos a los tuyos.
Tú reglamentas el exterior y haces sufrir a los hombres, cuyas
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 65

inclinaciones interiores se encuentran así comprimidas. Nosotros


damos rienda suelta a todos los instintos, cosa que hace felices a
los hombres».
Completamente atónito, Tse-ch’an no supo qué responder.
Volvió a consultar a Teng-si, que le dijo: —«Te equivocas al no com-
prender que tus hermanos ven más claro que tú».

El hedonismo de Yang-chu es corporal, sensual, fisiológico y na­


turalista, tal y como revelan las siguientes afirmaciones.

— «Pues esto: vivir alegre, tratar bien al cuerpo, eso es lo que hay
que hacer».
— «La naturaleza está satisfecha cuando tiene todo lo necesario;
todas las necesidades que van más allá son redundancia, civilización
artificial».
— «Cuatro deseos agitan a los hombres, hasta el punto de no darles
un respiro, a saber: el deseo de la longevidad, el de la reputación, el
de la dignidad y el de la riqueza. Los que han obtenido esas cosas,
temiendo que se las quiten, tienen miedo de los muertos, de los vi-
vos, de los príncipes, de los suplicios».

Su llamada al placer es pesimista, pues se fundamenta más bien


en la práctica imposibilidad de gozar la vida, antes que en la bús-
queda desenfrenada de placeres. El placer sería un rayo de luz en
medio de las tinieblas, una gota de agua dulce en un mar de dolores
y penas, y por ello adquiere tanto valor. Sus argumentos no carecen
de peso.

— «De mil hombres, ni uno vive hasta los cien años. Pero supon-
gamos que, entre mil, hay un centenario. Una gran parte de su
vida habrá transcurrido en la impotencia de la primera infancia y
la decrepitud de la extrema vejez. Una gran parte habrá estado
consumida por el sueño de la noche y por las distracciones del día.
Una gran parte habrá estado esterilizada por la tristeza o el temor.
Queda una fracción relativamente muy débil para la acción y el
goce».
— «¿Hay motivo, para renunciar, por tan poco, al placer de los ojos
y los oídos, para aplicar el freno moral en el exterior y el interior?
Pasar la vida así, en la privación y el constreñimiento, ¿es menos
duro que pasarla en prisión y en cautiverio?».
66 Eduardo Bericat

— «Hay que soportar la vida mientras dure, ingeniándoselas para


procurarse todas las satisfacciones posibles».

El egoísmo de la doctrina de Yang-chu, una tendencia latente en


todo hedonismo que suscita abundantes críticas, es acorde con la pri-
macía que el filósofo otorga al cuerpo, a la naturaleza interior y a las
emociones. Todas las emociones, y la felicidad entre ellas, aun cuando
se puedan compartir, pertenecen en exclusiva al individuo, es decir,
al cuerpo del sujeto sentiente. Es por esto que aquello que le suceda a mi
cuerpo tiene suma importancia, llegando a ser sagrado porque me suce-
de a mí.

— «Y tú —preguntó K’inn-ku-li a Yang-chu—, ¿sacrificarías un


pelo de tu cuerpo por el bien del Estado? Un pelo —dijo Yang-
chu— no le sería de gran provecho. Un pelo es una parte del cuerpo
y, por lo tanto, es algo muy valioso».
— «El que fraterniza con los hombres y los seres dejando que cada
uno busque su bien natural, este es un superhombre, el más superior
de todos los hombres».

Finalmente, Yang-chu pone el placer y el disfrute sobre el platillo


izquierdo de una balanza vital, y la sabiduría y el bien sobre el derecho.
Compara la vida de cuatro sabios, Shunn, U, Cheu-kung y Confucio, de
quienes solo se habla bien, pero «que no tuvieron durante su vida ni un
solo día de verdadero contento», con la de dos emperadores, Kie y Cheu,
que disfrutaron de la vida. «Kie, rico, poderoso, sabio, temido, gozó de
todos los placeres, satisfizo todos sus apetitos, fue glorioso hasta su muer-
te y tuvo todo cuanto desean los hombres que viven según su naturale-
za». «Estos dos hombres tuvieron durante su vida todo cuanto quisieron.
Ahora, es cierto, les llaman necios, malos y tiranos; pero esto ¿qué puede
importarles? No se enteran de ello más que un leño o una mota de tie-
rra». Tal y como podemos apreciar en sus argumentos, la conclusión es
botón de muestra de un hedonismo radical.

2.3. EPICURO: HEDONIA SERENA Y CORPORAL

Epicuro nació en Samos en el 341 a. C. A los catorce años se trasladó


a Teos para escuchar las lecciones de Nausífanes, discípulo de Demócrito,
quien exponía una doctrina similar a la de su maestro. A los treinta
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 67

y cinco se estableció en Atenas, fundando una escuela conocida como


el «Jardín». A diferencia de la Academia de Platón o del Liceo de Aris-
tóteles, allí se celebraban encuentros «orientados, casi exclusivamen-
te, a descubrir en qué consistía la felicidad desde las raíces mismas
sobre las que se levantaba cada vida individual» (Lledó, 2013: 15).
También estaban orientados al cultivo de la amistad y de la generosi-
dad recíproca. Las doctrinas de Epicuro se asemejaban a las de Arísti-
po, fundador de la escuela cirenaica, para quien la felicidad del hom-
bre no residía en la virtud, en el bien moral o en el conocimiento,
sino en el placer.
En la Carta a Meneceo Epicuro le trasmite su idea de la felicidad,
basada en el necesario reconocimiento de la condición carnal del ser
humano y del gozo sereno. El placer es el fin de la vida, pues cuando
estamos felices tenemos la sensación de vivirla en plenitud, pero si no
lo estamos sentimos que algo esencial nos falta. Ahora bien, su idea de
la felicidad es más bien negativa que positiva, pues se basa en la ausen-
cia de turbación, dolor o miedo a los dioses y a la muerte, antes que
en el contento o la alegría derivada de la satisfacción de nuestras nece-
sidades y los deseos.

— «El placer es principio y culminación de la vida feliz».


— «Necesario es, pues, meditar lo que procura la felicidad, si cuan-
do está presente todo lo tenemos y, cuando nos falta, todo lo hace-
mos por poseerla».
— «Considera en primer lugar a la divinidad como un ser viviente
incorruptible y feliz,[…], y nada le atribuyas ajeno a la inmortalidad
o impropio de la felicidad».
— «Nada temible hay en el vivir para quien ha comprendido real-
mente que nada temible hay en el no vivir», «cuando nosotros so-
mos, la muerte no está presente y, cuando la muerte está presente,
entonces ya no somos nosotros».
— «La serenidad del alma y la ausencia de dolor corpóreo son pla-
ceres catastemáticos (o en reposo). La dicha y el gozo se revelan por
su actividad como placeres en movimiento».
— «Límite de la magnitud de los placeres es la eliminación de todo
dolor. Donde haya placer, por el tiempo que dure, no existe dolor o
pesar o la mezcla de ambos».

En suma, la felicidad de Epicuro, inspirada en la prudencia, es la que


procura una vida tranquila y autosuficiente, y consiste en la serenidad del
espíritu (ataraxia) y en la ausencia del dolor (aponia). Es evidente que su
68 Eduardo Bericat

concepto de «placer» está en la antípodas del de los hermanos Chao y


Mu, pero su doctrina se opone igualmente al ideal de buena vida que
les trasmitió en su arenga su hermano Tse-ch’an. Sabido es, por ejem-
plo, que Epicuro recomendaba apartarse de la política (Green, 2015),
no por sí misma, sino para evitar la turbación de sus movimientos y
sacudidas, o que tenía en alto grado de consideración tanto la justicia
como el cultivo de la amistad (véanse las máximas epicúreas incluidas
al final de este apartado). Es decir, su hedonismo, aun apegado a las
necesidades más elementales del cuerpo, está muy alejado de las de-
mandas fisiológicas y viscerales del hedonismo radical.

— «Cuando, por tanto, decimos que el placer es fin no nos referi-


mos a los placeres de los disolutos o a los que se dan en el goce,
como creen algunos que desconocen o no están de acuerdo o ma-
linterpretan nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo
ni turbación en el alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes ni
disfrutar de muchachos ni de mujeres ni de peces ni de las demás
cosas que ofrece una mesa lujosa engendran una vida feliz, sino un
cálculo prudente que investigue las causas de toda elección y re-
chazo y disipe las falsas opiniones de las que nace la más grande
turbación que se adueña del alma. De todas estas cosas, el princi-
pio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia es inclu-
so más apreciable que la filosofía; de ella nacen todas las demás
virtudes, porque enseña que no es posible vivir feliz sin vivir sensa-
ta, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin
vivir feliz».

Para vivir feliz es necesario ser prudente y sensato, pero sin olvi-
dar que no sería ni sensato ni prudente dejar de perseguir la felici-
dad, pues en ella consiste todo bien. Para Epicuro es evidente que la
satisfacción de cualquier deseo no conduce ineludiblemente a la fe-
licidad, por lo que al ser humano se le impone la necesidad de selec-
cionar cuidadosamente aquellos deseos que tratará de satisfacer en la
vida. Así, una adecuada teoría de los deseos y de las necesidades ha
de ser complementada con una adecuada teoría de la elección del
placer.

— «Y hay que considerar que de los deseos unos son naturales, otros
vanos; y de los naturales unos son necesarios, otros sólo naturales; y
de los necesarios unos lo son para la felicidad, otros para el bienestar
del cuerpo, otros para la vida. Un recto conocimiento de estos
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 69

deseos sabe, en efecto, supeditar toda elección o rechazo a la salud


del cuerpo y a la serenidad del alma, porque esto es la culminación de
la vida feliz. En razón de esto todo lo hacemos, para no tener dolor
en el cuerpo ni turbación en el alma».
— «Y como este (el placer) es el bien primero y connatural, precisa-
mente por ello no elegimos todos los placeres, sino que hay ocasio-
nes en que soslayamos muchos, cuando de ellos se sigue para noso-
tros una molestia mayor».

La prudencia es, sin duda, el gran bien porque mediante ella al-
canzamos la salud corporal y la tranquilidad del espíritu. De ahí que
todo aquello que nos conduzca hasta el placer podrá ser considerado
un bien y formará parte de la virtud. Invirtiendo el argumento,
hallamos uno de los principios clave del hedonismo en cuanto a
la relación que pueda establecerse entre el placer y la virtud, entre la
fe­licidad y el bien. En último término, para Epicuro las virtudes
tienen sentido únicamente en la medida en que estén orientadas
y sirvan al logro del placer y de la felicidad humana. La virtud ha
de estar supeditada a la conquista de la felicidad y a la conjura del
sufrimiento y del dolor. De no ser así, la podemos mandar tran-
quilamente a paseo (véanse las máximas epicúreas incluidas al final
de este apartado). Aplicando este criterio hedónico, y en la medida
que se cumplan sus requisitos de logro de placer o de evitación del
dolor, la autosuficiencia constituye una virtud por cuando servirá
para eludir el sufrimiento cuando dispongamos de poco. Aplicando
este mismo criterio, apegarnos y disfrutar de las cosas esenciales,
recelando de los encantos y supuestos placeres de la abundancia
sería otra virtud. Y también sería virtud no acometer empresas ni
aspirar a la excelencia más allá de nuestras fuerzas y de nuestras
capacidades.
— «También a la autosuficiencia la consideramos un gran bien, no
para que siempre nos sirvamos de poco sino para que, si no tenemos
mucho, nos contentemos con poco, auténticamente convencidos de
que más agradablemente gozan de la abundancia quienes tienen
menos necesidad de ella y de que todo lo natural es fácilmente pro-
curable y lo vano difícil de obtener».
— «Reboso de placer en el cuerpo cuando dispongo de pan y agua.
Y escupo sobre los placeres de la abundancia, no por sí mismos, sino
por las molestias que le siguen».
70 Eduardo Bericat

— «Nada produce tanto regocijo como el no cumplir muchos co-


metidos ni emprender asuntos engorrosos ni violentar nuestra capa-
cidad más allá de sus fuerzas, pues todo ello provoca perturbaciones
en nuestra naturaleza».

Los exiguos testimonios, máximas y exhortaciones que han per-


durado desarrollan la ética epicúrea. Para terminar este apartado se
incluyen algunas de estas máximas (García Gual et al., 2013). La vida
sencilla y la satisfacción de los deseos más elementales se contraponen
a las vanas ambiciones, como la atención al cuerpo y a la naturaleza
queda enfrentada a la artificialidad de la cultura. Algunas cosas que
procuran placer son, al mismo tiempo, causa de grandes perturbacio-
nes, luego debemos analizar las cosas de la vida, más allá del placer
inmediato que nos procuren, en función de toda la estructura afectiva
que produzcan, tanto en el presente como en el futuro. La virtud y la
moralidad, como ya hemos comentado, también deben estar someti-
das al principio de placer, pues sería absurdo que causaran más dolor
que felicidad. Por último, la hedonia de Epicuro, lejos de caracterizar-
se por su individualidad y egoísmo, es muy respetuosa con la natura-
leza social del ser humano, y con el hecho incontestable de que nues-
tras relaciones con los otros constituyen un pilar esencial de nuestra
felicidad. Ser justos nos hace felices. Y el mayor bien para colmar de fe­
licidad una vida entera es la amistad.

— «Este es el grito de la carne: no tener hambre, no tener sed, no


tener frío; quien tenga y espere tener esto también podría rivalizar
con Zeus en felicidad».
— «La riqueza acorde con la naturaleza está delimitada y es fácil de
conseguir. Pero la de las vanas ambiciones se derrama al infinito».
— «¡Huye, afortunado, a velas desplegadas de toda forma de cul­
tura!».
— «Ningún placer por sí mismo es un mal. Pero las cosas que pro-
ducen ciertos placeres acarrean muchas más perturbaciones que pla-
ceres».
— «Debemos apreciar lo bello, las virtudes y las cosas por el estilo si
producen placer; si no, hay que mandarlas a paseo».
— «También las virtudes se eligen por placer, y no por sí mismas,
como la medicina por la salud».
— «Escupo sobre lo bello moral y los que vanamente lo admiran
cuando no produce ningún placer».
— «El más grande fruto de la justicia es la serenidad del alma».
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 71

— «El justo es el más imperturbable, y el injusto está repleto de la


mayor perturbación».
— «Nada hagas en tu vida que pueda procurarte temor si fuera co-
nocido por el prójimo».
— «De los bienes que la sabiduría ofrece para la felicidad de la vida
entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad».

2.4. ARISTÓTELES: HEDONIA VIRTUOSA Y MORAL

En el primer apartado de este capítulo hemos expuesto el contenido


tanto funcional como experiencial de las concepciones eudemonistas
de la felicidad que proceden del pensamiento de Aristóteles. Aquí
nos interesa sobre todo navegar por sus argumentaciones para ver el
modo, ciertamente sutil, en que el filósofo subsume el placer al bien,
sin por ello deslindarlos completamente. Es decir, estamos intere-
sados en el componente hedónico de su eudemonia. El ardid de la
razón aristotélica consiste en establecer un bien supremo, la felicidad,
que está íntimamente vinculado a la virtud y a la realización del bien,
esto es, al desarrollo de toda actividad orientada hacia un fin con el
máximo nivel de excelencia y de eficacia que le permitan sus capa-
cidades propias, siempre guiadas por la razón, que es precisamente
aquello que distingue al ser humano tanto del mundo natural como
del animal. Por tanto, la virtud desplegada sobre la actividad del ser
humano constituye la felicidad en sí misma.
Aristóteles (2010) piensa la felicidad (eudaimonía) en su obra
Ética a Nicómaco, preguntándose al inicio de la indagación cuál es la
meta de la política y cuál es el bien supremo de todos los que pueden
realizarse. Pese a la confusión existente debido a la variedad de bienes
y de cosas que deseamos en función del placer que nos procuran, Aris-
tóteles afirma rotundamente que existe un bien supremo, la felicidad,
deseado por sí mismo, y que nadie busca en función de ninguna otra
cosa. Así que la felicidad no es ninguna cosa concreta, sino algo co-
mún presente en todas ellas.

— «Sobre su nombre, casi todo mundo está de acuerdo, pues tanto


el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad, y piensan que
vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero sobre lo que es
la felicidad discuten y no lo explican del mismo modo el vulgo
y los sabios. Pues unos creen que es alguna de las cosas tangibles
72 Eduardo Bericat

y manifiestas como el placer, o la riqueza, o los honores; otros, otra


cosa; muchas veces, incluso, una misma persona opina cosas distin-
tas: si está enferma piensa que la felicidad es la salud; si es pobre, la
riqueza; los que tienen conciencia de su ignorancia admiran a los
que dicen algo grande y que está por encima de ellos. Pero algunos
creen que, aparte de esta multitud de bienes, existe otro bien en sí
y que es la causa de que todos aquellos sean bienes». Este bien per-
fecto y suficiente «parece ser, sobre todo, la felicidad, pues la elegi-
mos por ella misma y nunca por otra cosa, mientras que los hono-
res, el placer, la inteligencia y toda virtud, los deseamos en verdad,
por sí mimos (puesto que desearíamos todas estas cosas, aunque
ninguna ventaja resultara de ellas), pero también los deseamos a
causa de la felicidad, pues pensamos que gracias a ellas seremos fe-
lices. En cambio nadie busca la felicidad por estas cosas, ni en ge-
neral por ninguna otra».

Queda claro, entonces, que la felicidad es el fin de la política y el


bien supremo del ser humano. Así expuesto, podría parecer que el pen-
samiento aristotélico se rige por el mismo principio que el resto de doc-
trinas hedonistas. Nada más lejos, pues seguidamente se apresta a dilu-
cidar, tarea nada sencilla, qué puede ser la felicidad. Aristóteles nos dice
que quizá consigamos clarificar este concepto captando la función pro-
pia del ser humano, que no es ni el vivir fisiológico ni el sensitivo, sino
«cierta actividad propia del ente que tiene razón». Todas las actividades
del hombre están hechas con vistas a un fin, que ha de ser bueno y de-
seable a los ojos de la razón. El fin y el bien coinciden, por lo que las
acciones serán buenas en la medida que lo sea su fin, y serán virtuosas
según el grado de excelencia con el que tales actividades sean desempe-
ñadas, esto es, en la medida que el ser humano haya realizado plena-
mente el fin, es decir, el bien. El buen citarista alcanza la felicidad, esto
es, la plenitud de su ser músico, por el hecho de ejecutar una obra buena
de modo excelente. De esta manera Aristóteles hace coincidir el bien, la
virtud y la felicidad.

— «Si, entonces, la función propia del hombre es una actividad del


alma según la razón, […], y si por otra parte decimos que esta fun-
ción es específicamente propia del hombre y del hombre bueno,
como el tocar la cítara es propio de un citarista y de un buen citaris-
ta, y así en todo añadiéndose a la obra la excelencia queda la virtud,
[…] resulta que el bien del hombre (la felicidad) es una actividad del
alma de acuerdo con la virtud».
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 73

— Esta definición «concuerda también con nuestro razonamiento


de que el hombre feliz vive bien y obra bien».
— «... las actividades que se escogen por sí mismas son aquellas de
las cuales no se busca nada fuera de la misma actividad. Tales pare-
cen ser las acciones de acuerdo con la virtud. Pues el hacer lo que es
noble y bueno es algo deseado por sí mismo».
— «En la vida los que actúan rectamente alcanzan las cosas buenas
y hermosas; y la vida de éstos es por sí misma agradable. Porque el
placer es algo que pertenece al alma, y para cada uno es placentero
aquello de lo que se dice aficionado […] y en general las cosas vir-
tuosas gustan al que ama la virtud».
— «Si esto es así, las acciones de acuerdo con la virtud serán por sí
mismas agradables».
— «La felicidad, por consiguiente, es lo mejor, lo más hermoso y lo
más agradable».

Como el lector puede comprobar en esta serie de extractos or-


denados a modo de silogismo, la argumentación aristotélica resulta
bastante compleja, mostrándose en ella un progresivo desplaza-
miento que deriva en una alteración final de las posiciones que
ocupaban inicialmente la felicidad, la virtud y el bien. Partiendo del
supuesto de que hacer lo que es noble y bueno es algo deseado por
sí mismo, pues con ello se alcanzarán cosas buenas y hermosas, la vida
de quienes obren bien y sean virtuosos será, sin duda, según el argu-
mento aristotélico, agradable. En este punto se altera e introduce el
componente hedónico de la eudemonía, ya que si somos buenos y vir-
tuosos, y precisamente por el hecho de serlo, disfrutaremos de una
vida agradable. De esta manera la felicidad, fundada en la plena reali-
zación del bien y de la virtud, no excluye ni el bienestar emocional ni
el placer, de ahí que sea al mismo tiempo lo más hermoso y lo más
agradable. En definitiva, esta confluencia del bien, la virtud y el placer
es lo que constituye para Aristóteles la auténtica felicidad.
Dado que la felicidad, para Aristóteles, es una actividad con arre-
glo a la virtud (areté), y dado que la virtud expresa la potencia o reali-
zación excelsa del ser acorde con su propia naturaleza, la felicidad re-
quiere también de recursos y de bienes exteriores. La felicidad, en
cuanto bien moral, depende exclusivamente de cada individuo, del sí
mismo, de su bondad o maldad. Sin embargo, el Estagirita reconoce
que la prosperidad y la fortuna coadyuvan a la felicidad. Una persona
feísima, mal nacida, sola o sin hijos no podrá ser feliz del todo. Esto
74 Eduardo Bericat

es, que la felicidad depende de la persona, pero también de las circuns-


tancias exteriores que conforman su situación vital. Sin embargo,
Aristóteles nos advierte de que en modo alguno sería correcto seguir
las vicisitudes de la fortuna, porque la bondad o maldad de un hom-
bre no depende de ellas. Por ello, para resolver el dilema que por ejem-
plo Schopenhauer (2000: 90) expresa afirmando que toda realidad
consiste en dos mitades, la subjetiva (lo que somos) y la objetiva (lo
que tenemos), Aristóteles distingue entre desgracia o infelicidad, por
un lado, y desventura o infortunio, por otro. De ahí que quien hace
todo lo que puede con lo que tiene no está obligado a más: un buen
zapatero hace el mejor calzado con el cuero que se le da.

— «Es evidente que la felicidad necesita también de los bienes exte-


riores; pues es imposible o no es fácil hacer el bien cuando no se
cuenta con recursos. Muchas cosas, en efecto, se hacen por medio de
los amigos o de la riqueza, o del poder político, como si se tratase
de instrumentos; pero la carencia de algunas cosas, como la nobleza de
linaje, buenos hijos y belleza, empañan la dicha; pues uno que fuera
de semblante feísimo o mal nacido o solo y sin hijos, no podría ser
feliz del todo».
— «Entonces, como hemos dicho, la felicidad parece necesitar de
tal prosperidad».
— «Nosotros creemos, pues, que el hombre verdaderamente bueno y
prudente soporta dignamente todas las vicisitudes de la fortuna y ac-
túa siempre de la mejor manera posible, en cualquier circunstancia
(un buen zapatero hace el mejor calzado con el cuero que se le da)».
— «Y si esto es así, el hombre feliz jamás será desgraciado, aunque
tampoco venturoso, si cae en los infortunios de Príamo».

Para Aristóteles es evidente que la felicidad en cuanto virtud moral


requiere recursos, prosperidad y bienestar material, aunque en su opi-
nión no debe identificarse la fortuna con la felicidad. Ahora bien, dado
que los recursos, el poder, el bienestar material y la fortuna producen
placer, la posición aristotélica suscita la duda de si los seres humanos
desean estos recursos exclusivamente por las compensaciones afectivas
que les reporta su utilización como instrumentos de la realización de la
virtud, o si los desean por el placer directo que el disfrute de estos recur-
sos siempre procura. En cualquier caso, queda claro que el elemento
hedónico o placer forma parte, directa o indirectamente, del concepto
eudemónico de la felicidad. Tan solo el exceso de fortuna podría consi-
derarse un impedimento para el logro de la felicidad.
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 75

— «Todos creen que la vida feliz es agradable y con razón tejen el


placer con la felicidad».
— «Por eso, el hombre feliz necesita de los bienes corporales y de los
externos y de la fortuna».
— «Los que andan diciendo que el que es torturado o el que ha
caído en grandes desgracias es feliz si es bueno, dice una nece-
dad».
— «Y puesto que la felicidad necesita de la fortuna, creen algunos
que la buena fortuna es lo mismo que la felicidad; pero no lo es,
ya que también es un obstáculo para la felicidad si es excesiva».

Una idea consustancial a la ética aristotélica consiste en reconocer


que el placer es un bien, pero señalando al mismo tiempo que no cons-
tituye el bien supremo. La funcionalidad y el bien de los placeres están
indisolublemente unidos a las actividades de los seres humanos. «Cada
placer reside en la actividad que perfecciona». Los placeres están vincu-
lados a las actividades, y perfeccionan las actividades que le son pro-
pias. «Cuando disfrutamos mucho de algo, no hacemos de ningún
modo otra cosa». Ahora bien, «puesto que las actividades difieren por
su bondad o maldad, y unas son dignas de ser buscadas, otras evitadas,
y otras indiferentes, lo mismo ocurre con los placeres, pues a cada acti-
vidad le corresponde su propio placer». «Así, estos placeres, unánime-
mente considerados como vergonzosos, no deben ser considerados
como placeres».
En suma, los únicos placeres legítimos serán aquellos que se corres-
pondan con la naturaleza y las funciones propias del ser humano y, entre
estas, señala Aristóteles, la más excelsa, continua y autárquica es la acti-
vidad del intelecto en concordancia con la sabiduría, esto es, las propias
de la vida teorética y contemplativa. Por ello, concluye el Estagirita,
«esta vida será también la más feliz», dejando así constancia de su aristo-
crático concepto de felicidad, que en su plenitud solo le puede ser dada
al sabio: «El sabio será el más feliz de todos los hombres».

2.5. DEMÓCRITO: HEDONIA ALEGRE Y PRAGMÁTICA

Demócrito, discípulo de Leucipo y contemporáneo de Sócrates, des-


tacó en la Antigüedad por el desarrollo de la teoría atomista de la na-
turaleza que, al parecer, había recibido de su maestro. De su extensa
obra apenas perviven trescientos fragmentos, de cuya autenticidad
76 Eduardo Bericat

dudan no sin razón algunas autoridades en la materia. La mayoría de


estos fragmentos tienen un contenido ético y político, siendo quizá
parte de una obra perdida, titulada Sobre el buen ánimo. El buen áni-
mo o euthymía sería para Demócrito el fin de la vida. «Según escribe
Diógenes Laercio (IX, 45): El télos, sostiene él, es el buen ánimo. No
es lo mismo que el placer, como algunos supusieron erróneamente
que era. Es, más bien, aquello mediante lo cual el alma del hombre
está serena y equilibrada, no perturbada por el miedo, la supersti-
ción ni ninguna otra emoción. Lo llama también bienestar y con
otros muchos nombres» (Guthrie, 1986: 499). Entre estos nombres
se pueden incluir la ataraxia (ausencia de turbación, serenidad), la
athambía (imperturbabilidad, impavidez), la harmonía (equilibrio,
proporción, moderación, mesura) o la eudemonía (felicidad, buena
fortuna) (Russo Delgado, 2007). En castellano, el «buen ánimo»
alude a un estado en el que nos encontramos particularmente alegres
o contentos, no eufóricos (hipertimia), pero tampoco deprimidos
(hipotimia). Un estado de alegría placentera que se corresponde bien
con el particular hedonismo democríteo: selectivo, moderado y ra-
cional. «Dicho en pocas y simples palabras: Demócrito nos enseña
a sonreír, a hacer de la moralidad una razón para vivir, a disfrutar
mientras podamos de lo poco o mucho que nos ha tocado. Esa es
la sensatez que la euthimia nos debería permitir alcanzar» (Fallas
López, 2008).
El buen ánimo, las afecciones placenteras, la alegría, la diver-
sión, el deleite, el disfrute y el contento (cheerfulness) constituyen el
mayor bien de la vida, aunque es evidente que esta estructura de
positiva afectividad a la que se refiere Demócrito dista del puro
placer y, particularmente, de aquellos placeres bajos, inmorales o
abyectos característicos del hedonismo radical o visceral. Distingue
claramente entre los placeres, o degustaciones bajas, y los deleites,
o gozos superiores (Fallas, 2008: 42). En los siguientes fragmentos,
numerados según la clasificación de Diels y Kranz, queda patente lo
dicho.

— «Lo mejor para el hombre es pasar la vida lo más contento y lo


menos afligido que pueda. Ello sería posible si los placeres no se
basaran en cosas perecederas» (fr. 189 DK).
— «Los insensatos viven sin gozar la vida» (fr. 200 DK).
— «Una vida sin fiestas es un largo camino sin posadas» (fr. 230
DK).
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 77

— «No todo placer debe elegirse, sino solo el que va unido a lo be-
llo» (fr. 207 DK).
— «Los cerdos se gozan en el estiércol» (fr. 147 DK).
El mantenimiento del buen ánimo es consustancial a la buena
vida, pero además de esto el filósofo sostiene que el agrado o desagra-
do que nos produzcan las cosas nos sirve de guía conductual para
elegir la mejor opción de entre las posibles. Lo que nos mejore el áni-
mo, o en la terminología de Randall Collins eleve nuestra energía emo­
cional, será bueno, y aquello que nos aflija, entristezca o reduzca el
ánimo y la energía emocional será malo. Al decir de Guthrie (1986:
500), «los sentimientos tienen su utilidad, ya que, de confiar aquí en
el oscuro Diótimo, deberíamos dejar que ellos fueran nuestros guías
en lo que debe buscarse o elegirse y rechazarse». Sin duda, también
para Demócrito las emociones nos indican algo, cumplen una función
de señal: «La frontera entre lo que conviene y no conviene es el agrado
y el desagrado» (fr. 188 DK).
Pero ¿qué hemos de hacer para pasar la vida lo más contentos y lo
menos afligidos que podamos, para mantener nuestra estructura afec-
tiva lo más cerca posible de la alegría y lo más alejado posible de la
tristeza, emociones que a juicio de Spinoza (1966: 248) indican, res-
pectivamente, el paso de una menor a una mayor perfección y de una
mayor a una menor perfección del ser humano? La fórmula para con-
seguir este preciado bien se basa en una actitud ante la vida compues-
ta básicamente por dos términos: moderación y pragmatismo. El buen
ánimo, que constituye el fin de la vida ordenada, se logra con mode-
ración, evitando las pasiones, rehusando satisfacer todos los deseos, y
no colmando la vida de placeres. Por otra parte, el logro del buen
ánimo requiere de unas actitudes vitales pragmáticas entre las que, sin
duda, se encuentran una cierta resignación o contento con lo que se
tiene, o una sensata limitación de la actividad, los deseos, las envidias
y las ambiciones.

— «La moderación acrecienta los placeres y hace mayor el gozo»


(fr. 211 DK).
— «Si se sobrepasa la medida, lo más agradable se torna en lo más
desagradable» (fr. 233 DK).
— «A los hombres les adviene el buen ánimo a través de un goce
moderado y una vida adecuada. Las deficiencias y los excesos tien-
den a transformarse en sus opuestos y a causar grandes conmociones
en el alma y las almas movidas por grandes agitaciones ni están
78 Eduardo Bericat

equilibradas ni son animosas. Preciso es, pues, ocuparse de lo que


se puede y contentarse con lo que se tiene, mostrar escaso interés
por los que son envidiados o admirados y no estar cerca de ellos con
el pensamiento […] Debe uno congratularse a sí mismo con la re-
flexión sobre cómo obra y soporta mejor que los otros sus sufri-
mientos. Si te adhieres a este parecer, vivirás con mejor ánimo y
evitarás no pocas calamidades en la vida —la envidia, los celos y la
malevolencia» (fr. 191 DK).
— «Preciso es que quien quiera tener buen ánimo no sea activo en
demasía, ni privada ni públicamente, ni que emprenda acciones su-
periores a su capacidad natural. Debe, más bien, tener una precau-
ción tal que, aunque el azar le impulse a más, lo rechace en su deci-
sión y no acometa más de lo que es capaz, pues la carga adecuada es
más segura que la grande» (fr. 3 DK) (Kirk et al., XX).
— «Pobreza y riqueza son designaciones de la carencia y de la abun-
dancia. Por tanto, ni es rico el que carece ni pobre el que no carece»
(fr. 283 DK).

El buen ánimo adviene en la amistad, la concordia, el respeto y la


ley. El hedonismo de Demócrito, sin necesidad de postular axiomáti-
camente como Aristóteles que la virtud conduce a la felicidad, de-
muestra que el trato justo y las buenas relaciones que mantengamos
con los otros promueven las emociones positivas y la animosidad. Por
otro lado, las relaciones conflictivas, la discordia, la rivalidad, la envi-
dia, la injusticia y los comportamientos vergonzosos nos sumen en el
miedo, la tristeza y la vergüenza, sentimientos negativos muy doloro-
sos que nos alejan de la felicidad. A la inversa, el buen ánimo predis-
pone al comportamiento moral, y por ello afirma que quien se sienta
satisfecho y emprenda acciones justas y legítimas se sentirá contento y
bien. En suma, desde su perspectiva pragmática de la felicidad, De-
mócrito comprueba, como muchos siglos más tarde hiciera Theodore
Kemper (1978), que la mayor parte de las emociones que experimen-
tamos los seres humanos, tanto las positivas como las negativas, son el
resultado de nuestras interacciones sociales. El fragmento sobre la
amistad, formalmente similar al que anteriormente hemos visto en
relación a la fiesta, avala el pragmatismo de la ética democrítea, tal y
como los siguientes extractos, citados en Bernabé (1988: 305), ponen
de manifiesto.

— «El que se siente satisfecho y emprende acciones justas y legítimas


está contento, tanto en vela como en sueños, y se encuentra amistoso
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 79

y despreocupado. En cambio, al que menosprecia la justicia y no


hace lo debido, todo ello lo entristece cuando le viene a mientes,
está asustado y se hace daño a sí mismo» (fr. 174 DK).
— «El que comete acciones vergonzosas debe avergonzarse primero
de sí mismo» (fr. 84 DK).
— «Toda rivalidad es insensata, pues, pendiente como está del daño
del enemigo, no mira por el propio beneficio» (fr. 237 DK).
— «El que agravia es más infeliz que el agraviado» (fr. 45 DK).
— «El envidioso se aflige a sí mismo como a un enemigo» (fr. 88 DK).
— «Vivir no merece la pena para quien no tiene ni siquiera un buen
amigo» (fr. 99 DK).

La hedonia que propone Demócrito integra la estructura afectiva


del sujeto individual en la trama de sus relaciones sociales, de ahí que
nada tenga que ver con un hedonismo egotista, simple y ramplón.
Nuestro buen ánimo está indisolublemente unido al buen ánimo de
los demás. Pero Demócrito también es muy consciente de que la feli-
cidad de un individuo no depende exclusivamente de sí mismo, sino
además de la configuración del contexto y de la situación social en la
que viva. Es decir, el buen ánimo depende de la calidad de vida indi-
vidual y, muy fundamentalmente, de la calidad social. Una sociedad
bien dirigida y organizada procura el máximo bienestar a sus ciudada-
nos, pero cuando la sociedad se desintegra o arruina, el dolor y el su-
frimiento se propagan por toda la población. De ahí la importancia
que adquiere la democracia, la política y el buen hacer de los políticos
en su doctrina, frente a la indiferencia política característica de la he-
donia radical y epicúrea. La cohesión social y la democracia, como
puede verse en los siguientes fragmentos, forman parte de la concep-
ción democrítea de la felicidad. Con su proverbial pragmatismo y apa-
rente sencillez, «en pez compartido no hay espinas», nos trasmite con
singular sabiduría el destino común en el que necesariamente se inte-
gra el bienestar individual de todos los seres humanos.

— «Por los asuntos de la ciudad es preciso tomarse un interés mayor


que por todo lo demás para que esté bien encaminada, sin que uno
porfíe más de lo conveniente ni se arrogue un poder para sí mayor
de lo que es útil a la comunidad. Y es que una ciudad bien encami-
nada comporta el máximo bienestar y en ella se encuentra todo; y si
ella subsiste, todo subsiste; pero si se arruina, todo se arruina» (fr.
252 DK).
80 Eduardo Bericat

— «Cuando las clases elevadas son generosas, útiles y beneficiosas


para con el pobre, la compasión, la solidaridad, camaradería, asis-
tencia mutua y armonía resultantes son incalculablemente benefi-
ciosas» (fr. 255 DK).
— «La pobreza en una democracia es preferible al llamado bienestar
de manos de los poderosos, en la misma medida que la libertad lo es
a la esclavitud» (fr. 251 DK).
— «En pez compartido no hay espinas» (fr. 151 DK).

2.6. LA FELICIDAD COMO ESTADO E INDICIO DE LA


CORRESPONDENCIA ENTRE POSIBILIDAD Y REALIDAD

Aristóteles asegura que casi todo el mundo está de acuerdo en que el


bien práctico supremo es la felicidad, que en su opinión estriba en
vivir bien y obrar bien, en llevar una buena vida optando por una vida
buena. Sin embargo, como hemos visto, existen muy diversas concep-
ciones e ideas de la felicidad. Con total franqueza se expresaron ante
Tse-ch’an sus hermanos Chao y Mu, para quienes la auténtica vida
buena consiste en la satisfacción de todos los instintos y en el goce de
todos los placeres corporales. Entre las escuelas filosóficas de la Anti-
güedad también cabe distinguir estas dos tendencias: de una parte la
tradición socrática, continuada por Platón, Aristóteles, Plotino y los
estoicos, según la cual la felicidad se realiza, en última instancia, por el
amor al Bien (eudemonismo); y de otra, la tradición epicúrea, según la
cual la felicidad reside en el gozo y en el placer (hedonismo), tradición
iniciada por Arístipo y Demócrito. Ahora bien, según Hadot (2013),
y tal y como hemos ido viendo al exponer las cuatro propuestas hedó-
nicas, estas tendencias no están completamente enfrentadas entre sí.
La hedonia y el eudemonismo en parte se solapan y en parte aluden a
realidades diferentes (Huta y Ryan, 2010). Solamente caricaturizando
las posiciones extremas, esto es, por un lado, un hedonismo radical
y visceral, egoísta y carente de toda moralidad y, por otro, un eude-
monismo virtuoso completamente indiferente al placer y al bienestar,
podemos llegar a pensar que las perspectivas hehonista y eudemonista
son antitéticas.
El análisis de las cuatro ideas de felicidad, y particularmente de
las doctrinas éticas de Aristóteles, Demócrito y Epicuro, ha puesto
de manifiesto que la hedonia no excluye de por sí ni el bien ni la vir-
tud. Lejos de encontrarnos con un supuesto hedonismo amoral, egoísta
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 81

o visceral, basado exclusivamente en placeres vergonzosos, hemos


comprobado la delicada sabiduría con la que los filósofos clásicos ma-
tizan, condicionan y especifican tanto las condiciones en las que los
seres humanos pueden alcanzar el placer, como el tipo de placer exac-
to que deberían proponerse alcanzar como objetivo vital. Siguiendo
sus pasos, y dada la amplitud de experiencias afectivas placenteras que
las perspectivas hedónicas pueden acoger, siempre que las tomemos en
su debida complejidad y multidimensionalidad, creemos que la hedo-
nia, el ámbito humano de la afectividad y de la emocionalidad, nos
ofrece el enfoque más adecuado para pensar, concebir, conceptualizar,
describir, medir y analizar la felicidad de los seres humanos en su con-
texto histórico y social.
Esta apuesta requiere establecer previamente una nítida distin-
ción entre, por un lado, la «felicidad» considerada en sí misma, como
experiencia subjetiva de bienestar emocional y, por otro, sus «condi-
ciones de posibilidad», es decir, los factores que la promueven. Según
hemos visto, en todas las perspectivas hedónicas también se reflexio-
na sobre las condiciones de posibilidad del bienestar emocional,
compartiendo este rasgo con las doctrinas eudemónicas. Ahora bien,
la distinción estriba en que el eudemonismo, tal y como ha sido de-
sarrollado por la psicología positiva y áreas afines, define estrictamen-
te qué condiciones llevan a una supuesta «auténtica felicidad», es de-
cir, que establece al modo aristotélico un determinado paradigma
normativo que hipotéticamente todos los seres humanos deberían
adoptar. Nosotros creemos, sin embargo, que el enfoque hedónico es
científicamente preferible porque no determina ni prejuzga a priori
los múltiples y diferentes factores capaces de generar estructuras
afectivas o emocionales asimilables a las ideas y a las experiencias
humanas de la felicidad. En este sentido, el enfoque hedónico puede
y debe integrar en su idea de felicidad los tres modelos básicos, el
placer, el contento y la virtud. Esto es, la hedoné inspirada en Epicu-
ro (placer, gozo), la euthymía inspirada en Demócrito (buen ánimo,
contento) y la eudaimonía inspirada en Aristóteles (felicidad, exce-
lencia). Solamente la conjunción de estos tres modelos nos permitirá
abordar y resolver empíricamente las tensiones existentes ente el pla-
cer, la alegría y el bien, así como desentrañar las múltiples paradojas
que afectan a las estructuras afectivas a las que solemos denominar
felicidad.
Dada la variedad de estructuras afectivas que componen los di-
ferentes sentimientos de felicidad experimentados por los hombres,
82 Eduardo Bericat

y dada la variedad de factores y condiciones mediante los que podemos


alcanzar esas distintas «felicidades», cabría preguntarse si hay alguna
idea subyacente a los tres tipos de hedonia citados y a la amplia variedad
empírica con la que se presenta la felicidad humana. Es decir, ¿existe
algún substrato común que animando la naturaleza humana explique la
relevancia y la tensión contenida en el anhelo de felicidad? El filósofo
Emilio Lledó (2011: 63) nos ofrece al respecto una lúcida respuesta: «La
felicidad emerge de un permanente estado de vigilia en el que, a distin-
tos niveles de conciencia, se plantea la necesidad de una corresponden-
cia entre la posibilidad y la realidad, entre la armonía del cuerpo y el
espacio histórico concreto, donde este se desarrolla y alienta». La felici-
dad es un estado de conciencia corporal, básicamente emocional, aun-
que también cognitivo y valorativo, permanentemente alerta al grado
de correspondencia que para cada individuo exista en cada momento
entre, por un lado, las posibilidades potenciales que le ofrecen las con-
diciones de su situación y, por otro, la realidad efectiva de su existencia.
Por este motivo puede afirmarse que la felicidad, en cuanto estado, tanto
objetiva como subjetivamente, constituye un destino o fin deseado por
sí mismo, el bien supremo al que podemos aspirar. En este estado de
felicidad coinciden una experiencia subjetiva de alegría, contento, buen
ánimo, satisfacción, energía emocional, optimismo, orgullo, plenitud,
sentido, tranquilidad o seguridad y una situación vital objetiva en la que,
dadas las limitantes condiciones de la realidad, representa el máximo
grado de bienestar al que potencialmente podíamos llegar, anhelar o
pretender. Por estas mismas razones puede afirmarse que la felicidad, en
cuanto indicio, constituye una señal mediante la que la conciencia del
cuerpo comunica al ser el grado de correspondencia efectivo entre la
posibilidad y la realidad, entre las potencialidades que nos ofrecen las
condiciones de la situación en la que vivimos y su efectivo y real aprove-
chamiento. En suma, la felicidad es tanto estado como indicio de la
correspondencia entre posibilidad y realidad.
La felicidad es un fiel que nos indica el grado de plenitud de nues-
tras vidas y, simultáneamente, la medida de nuestras carencias y vacíos.
De ahí que encierre siempre una insoslayable tensión dialéctica entre el
ser y el no ser. Emilio Lledó expresa esta idea diciendo que «la felicidad
lleva consigo su propia negación, la amenaza de su posible ausencia.
Probablemente toda la terminología de la felicidad, todo el campo se-
mántico por el que se desplaza, presenta un doble rostro». Por un lado,
la fortuna y la suerte; por otro, las voluntades y los proyectos humanos.
Por un lado, los dioses en su etérea y prístina perfección; por otro, la
Ideas sobre la naturaleza de la felicidad 83

imperfecta corporeidad de las personas. Por un lado, la naturaleza pura;


por otro, los deseos y tensiones que tejen la realidad humana con leyes
de naturaleza, cultura, sociedad, economía, política e historia (Lledó,
2011: 63-64).
La felicidad y la infelicidad, precisamente por el hecho de ser esta-
do e indicio de la correspondencia entre posibilidad y realidad, y al
igual que sucede con el resto de emociones, activan energías que pre-
disponen, según cual sea la composición de su estructura emocional, a
que el sujeto siga determinados cursos de acción. La energía que nutre
la eterna lucha de los seres humanos por la felicidad es el permanente y
omnipresente anhelo que les impulsa a la plena realización de sus po-
tencialidades naturales. Este es, también, el sentido íntimo de la virtud
según Aristóteles, areté, excelencia en la acción, actividad óptima en
cada circunstancia, «confección del mejor calzado con el cuero dispo-
nible». Por ello, el cumplimiento de lo más conforme a la naturaleza de
cada ser, la virtud, es lo mejor y lo más agradable. Quizá Píndaro, el
gran poeta griego, pensaba en nuestra felicidad al exhortarnos: «No
aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible».
Llegados a este punto, hemos de advertir que la superación de la
caricatura y del reduccionismo conceptual que enfrenta como antité-
ticos al placer, al contento y al bien es estrictamente imprescindible
para reconocer que los grados de bienestar subjetivo o de felicidad,
además de corresponder a estados subjetivos más o menos placenteros
y, por ende, deseables en sí mismos, constituyen indicios o señales que
nos ofrecen, tanto en el plano personal como en el social, evaluaciones
del actual estado objetivo de las cosas. Estas evaluaciones son trascen-
dentales, además de únicas, por cuanto emanan de la relación vital
que establece el cuerpo y su entorno. Es decir, porque emanan de la
conciencia emocional que opera desde la subjetividad de cada individuo
particular. Rogers (1963) sugirió que los estados emocionales son indi-
cativos de valoraciones organísmicas del yo y que, por tanto, el conoci-
miento de los sentimientos positivos y negativos que experimenta un
sujeto es útil en tanto evalúa la relevancia y la valencia que para tal su­
jeto tienen los hechos y las condiciones de vida que le afectan.
En suma, la felicidad y la infelicidad, al igual que sucede con el resto
de emociones, bien sea el miedo, la vergüenza, el orgullo o el horror,
y tal y como señaló originalmente Freud (1948) en sus estudios sobre
la ansiedad, cumplen una función de señal, es decir, configuran un es-
tado de conciencia que nos informa o alerta de algo. Teniendo en
cuenta que «las emociones constituyen la manifestación corporal de la
84 Eduardo Bericat

relevancia que para el sujeto tiene algún hecho del mundo natural o
social» (Bericat, 2012), podríamos concluir, siguiendo a Lledó, que el
placer, la felicidad, el gozo o el buen ánimo informan a un sujeto de la
adecuación existente, en cada aspecto, momento y contexto de la vida,
entre las posibilidades que se le ofrecen y su efectiva realización, entre
la virtud o potencia contenida en su ser-cuerpo y la realidad de la si-
tuación que habita, entre el sujeto ideal en el que se proyecta y la
imagen alterada que le devuelven los espejo-mundos. A modo de con-
clusión, aunque tentativa y provisional, diríamos que el ámbito de la
felicidad está constituido por las estructuras afectivas o emocionales que
señalan los grados de correspondencia existentes entre el horizonte de po­
tencialidades de un ser humano y su efectiva realización en el marco de
una situación determinada.
3. LA MEDICIÓN DE LA FELICIDAD: EL ÍNDICE
DE BIENESTAR SOCIOEMOCIONAL (IBSE)

En este capítulo nos preguntamos si se puede llegar a medir la felici-


dad, desde cuándo las ciencias sociales decidieron que la felicidad po-
día medirse y de qué diversas maneras la han estado midiendo hasta
ahora. Pensamos que el necesario desarrollo de una ciencia social de
la felicidad está actualmente lastrado por las limitaciones intrínsecas
al tipo de escalas universalmente utilizadas a día de hoy para medir el
bienestar subjetivo, esto es, las escalas de Cantril, de satisfacción y de
felicidad. De ahí que la tarea de diseñar, construir y validar modelos
de medición de la felicidad más ricos, precisos, robustos y válidos sea
tan ineludible como imperiosa. Las mencionadas escalas han adqui-
rido en ciencias sociales la categoría de «modelo estándar de medi-
ción», con todo lo bueno y malo que eso implica. En el haber puede
citarse su general aplicabilidad, es decir, el hecho de que casi todas
las encuestas sociales incorporan en sus cuestionarios una pregunta
para construir al menos alguna de estas tres escalas. En el debe, la
incredulidad que suscita el hecho de que un fenómeno tan complejo
como la felicidad humana pueda ser investigado mediante una única
pregunta. Ser modelo estándar de medición implica que los científi-
cos sociales que trabajan con estas escalas no necesitan justificarlas.
A la inversa, proponer una nueva forma de medir la felicidad exige
clarificar y fundamentar todas las decisiones metodológicas que se
hayan adoptado.
El índice de bienestar socioemocional (IBSE) constituye un nuevo
modelo de medición de la felicidad, por lo que presentamos a lo largo
de este capítulo el proceso de diseño, construcción, validación e inter-
pretación de este indicador compuesto. Antes de eso explicamos las
tres decisiones metodológicas fundamentales adoptadas para la crea-
ción de esta nueva forma de medir la felicidad: a) deber ser un indica­
dor compuesto, es decir, una medida multivariable y multidimensional;
b) ha de estar basado en un modelo hedónico puro, esto es, en la obser-
vación de estados emocionales; y c) y el concepto a medir debe ser
86 Eduardo Bericat

compatible con la concepción democrítea de la felicidad, es decir, con


la eutimia o buen ánimo. Definidos estos rasgos metodológicos se ex-
ponen, en primer lugar, el marco teórico y la definición conceptual
del IBSE. En este punto, la sociología de las emociones y, particular-
mente, tres de sus teóricos más destacados desempeñan un papel pri-
mordial. En segundo lugar, se lleva a cabo la operacionalización empí-
rica del índice, seleccionando las variables y aplicando la técnica del
análisis de factor común para obtener las puntuaciones de felicidad. Por
último, se ofrece la interpretación del nuevo modelo analítico del
bienestar subjetivo que emerge de todo este proceso. Este modelo
muestra las cuatro dimensiones o ámbitos (estatus, poder, situación y
persona) sobre las que se sustenta el nivel de felicidad que experimen-
ta cualquier ser humano.

3.1. FORMAS Y MODELOS DE MEDIR LA FELICIDAD

Antes de mostrar las diversas formas y modelos con los que actual-
mente se está midiendo la felicidad, cabría preguntarse si, de hecho,
es posible medir la felicidad de una persona. Lo cierto es que hasta la
década de los años sesenta del siglo pasado a casi nadie se le hubiera
ocurrido pensar que la felicidad pudiera medirse. Solamente los fenó-
menos objetivos eran susceptibles de medición, en el sentido preciso y
propio de la palabra. El flujo emocional experimentado subjetivamen-
te por las personas, compuesto por una irregular y paradójica sucesión
de sentimientos efímeros o durables, débiles o intensos, difusamen­te de-
finidos y en muchos casos inidentificables, estaba en las antípodas de las
realidades consideradas medibles. La felicidad, excelso objeto de sabi-
duría propio de pensadores y filósofos, quienes sugerían al resto de los
mortales cómo conseguirla, evitar su pérdida o mantenerla, no cum-
plía las condiciones exigibles a un concepto científico. Así, como tan-
tas veces ha sucedido en la historia de la ciencia, hubo que esperar a la
introducción de un nuevo término, el de bienestar subjetivo (BS), para
que se abriera paso en el horizonte científico-social la cuantificación
de la felicidad. Fue el psicólogo Ed Diener quien introdujo este con-
cepto en 1984 (subjective well-being o SWB).
La psicología indexó por primera vez en 1973 el término felici-
dad en el Psychological Abstracts International, y la revista Social Indica­
tors Research, fundada en 1974, inició su andadura incluyendo abun-
dantes artículos sobre la felicidad y la satisfacción con la vida. La
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 87

primera encuesta sobre felicidad, realizada en Estados Unidos en el


marco de los estudios de opinión pública, data de finales de la década
de los cuarenta del pasado siglo. Posteriormente estas encuestas se ex-
tendieron a otros campos, como el estudio del envejecimiento en los
años cincuenta o de la salud mental en los sesenta. Pero la investiga-
ción empírica sobre la felicidad despegó en los setenta, coincidiendo
con el surgimiento del movimiento de los indicadores sociales (Veenho-
ven, 2017). Desde entonces no ha dejado de crecer. Por ejemplo, des-
de la revisión de Warner Wilson, en 1967, hasta la realizada por Die-
ner, en 1984, se habían publicado ya más de 700 estudios sobre el
tema (Diener, 1984: 542). Más recientemente, tanto la «psicología
positiva» como la «economía de la felicidad» han contribuido a la ex-
tensión de este campo de estudio (Veenhoven, 2017). Ahora bien,
aunque «en los últimos tiempos la felicidad se ha convertido en un
asunto investigado intensivamente por los científicos de muchas dis-
ciplinas», puede afirmarse que, «incluso hoy, el término felicidad ape-
nas aparece en las enciclopedias generales y sociológicas» (Haller y
Hadler, 2006: 170).
Este campo de investigación emergente presentaba, frente al tra-
dicional estudio del bienestar, tres rasgos fundamentales. Su propuesta
consistía en investigar el bienestar de la población: 1) desde la perspec-
tiva subjetiva de las propias personas, no analizando sus condiciones
objetivas de vida; 2) incluyendo los componentes positivos de la expe-
riencia vital, no solo los negativos; y 3) usando medidas que valoraran
globalmente todos los aspectos de la vida de las personas, no algunas
de sus dimensiones particulares (Diener, 1984: 543).
Actualmente, el interés social y político por el análisis empírico
de la felicidad se manifiesta, por ejemplo, en el impacto mediático del
Informe Mundial de la Felicidad, cuya primera edición anual vio la luz
en 2012 (Helliwell et al., 2017), o en el establecimiento del Día de la
Felicidad, fijado el 20 de marzo. Y el interés paralelo por desarrollar
adecuadas formas y modelos de medición del bienestar subjetivo se ha
plasmado recientemente, por ejemplo, en la publicación pionera de la
OCDE (2013), titulada Guidelines on Measuring Subjective Well-being,
en la que se ofrecen recomendaciones metodológicas para medir el
bienestar subjetivo en grandes muestras de población mediante la téc-
nica de encuesta. Este interés se refleja también en el hecho de que
algunos institutos estadísticos, tradicionalmente muy reacios a la pro-
ducción de datos subjetivos, estén desarrollando esfuerzos similares.
Así, por ejemplo, el instituto nacional de estadística del Reino Unido
88 Eduardo Bericat

(Office for National Statistics o ONS) incorporó en 2011 el bienestar


subjetivo como parte de un ambicioso programa orientado a la medi-
ción del bienestar nacional (Tinkler y Hicks, 2011; Tinkler, 2015). Ahora
bien, el mayor mérito corresponde a todos aquellos académicos e inves-
tigadores sociales, procedentes de muy diversas disciplinas, que durante
los últimos cincuenta años han trabajado en este nuevo campo.
La experiencia adquirida durante todo este tiempo puede sinteti-
zarse en las tres perspectivas que se han aplicado hasta ahora en la medi-
ción de la felicidad (OCDE, 2013: 30-32), a saber: la evaluativa, la ex-
periencial o afectiva y la eudemónica. La evaluativa mide la felicidad
mediante las valoraciones reflexivas o cognitivas que los entrevistados
hacen acerca de lo satisfechos que están con sus vidas en general o con
algún aspecto particular. En este enfoque se incluyen las habituales esca­
las de satisfacción con la vida, así como la escala de Cantril. Por su parte,
la perspectiva experiencial o afectiva basa sus mediciones en la frecuen-
cia o intensidad con la que los entrevistados manifiestan haber experi-
mentado un determinado sentimiento o estado emocional en un cierto
periodo de tiempo, sea el día anterior, sean las últimas semanas. Este
enfoque incluye típicas preguntas de encuesta sobre distintas emocio-
nes, como, por ejemplo, haber estado alegre, deprimido, aburrido, con-
tento, feliz u optimista. Dado que se descubrió muy pronto (Bradburn,
1965) que las respuestas sobre emociones positivas y negativas, así como
las negativas entre sí, están débilmente correlacionadas, las escalas hedó-
nicas suelen agregar los estados emocionales agradables y desagradables
de forma independiente. En este enfoque también se incluyen mode-
los de observación más complejos basados en la técnica del diario que, a
diferencia de los registros globales y retrospectivos de la felicidad, como
las escalas de Cantril, de satisfacción y de felicidad, utilizan el registro ins-
tantáneo de los estados emocionales (Tay et al., 2013). En el método de
la reconstrucción del día (Day Reconstruccion Method o DRM), la perso-
na debe registrar las principales actividades realizadas durante el día an-
terior y anotar los sentimientos asociados a tales actividades (Kahneman
et al., 2004; Kahneman y Krueger, 2006). Y en las diversas metodologías
de muestreo de la experiencia (Experience Sampling Methodologies o
ESM/Ecological Momentary Assessment o EMA), los entrevistados re-
gistran en «tiempo real» cómo se sienten en determinados momentos del
día, evitando así que la memoria interfiera en sus respuestas (Hormuth,
S. E., 1986; Csikszentmihalyi y Larson, 1992). Por último, la perspectiva
eudemónica, según ya vimos en el capítulo anterior, capta información
de los entrevistados sobre algunos factores relevantes para el bienestar
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 89

y el buen funcionamiento psicológico de las personas, por lo que difiere


sensiblemente de los enfoques evaluativo y afectivo en el sentido de que
está más interesada en el análisis de las condiciones y de las capacidades
que llevan a la felicidad que en el bienestar subjetivo en sí mismo.
Ahora bien, desde nuestro punto de vista, una clasificación ade-
cuada de las formas de medir la felicidad debería combinar, tal y como
queda reflejado en el siguiente esquema, al menos tres criterios: las
dimensiones de la medida, su componente cultural y la perspectiva de
la felicidad.

figura 3.1. Formas de medir la felicidad

Unidimensionales
Multidimensionales

Cognitivas
Emotivas
Valorativas

Hedónicas
Eudemónicas
Mixtas

Aplicando estos criterios es erróneo decir, como hace la OCDE,


que solamente uno de los tipos de medida es «evaluativo». De acuerdo
con la idea de felicidad que hemos desarrollado en el capítulo anterior,
es obvio que si la felicidad es una metaemoción que evalúa la corres-
pondencia entre posibilidad y realidad, cualquier forma de medirla
habrá de tener necesariamente este carácter evaluativo. En este senti-
do, la perspectiva experiencial o afectiva es también «evaluativa». Creo
que la distinción establecida por la OCDE quedaría mejor expresada
aludiendo a perspectivas «cognitivas» y «emotivas» de medición de la
felicidad. En este sentido, la escala de satisfacción con la vida, la de feli­
cidad o la de Cantril son valoraciones cognitivas, es decir, juicios ela-
borados con la cabeza, no con el corazón.

3.1.1. Medidas cognitivas unidimensionales


Frente a la complejidad, riqueza y profundidad con la que la felicidad
humana se presenta ante el pensamiento, la solución mágica y más ima-
ginativa propuesta para el estudio social y cuantitativo de la felicidad fue
90 Eduardo Bericat

increíblemente sencilla. Como, según hemos dicho, se cambió el foco


y entonces el objetivo pasó a ser la medición de un nuevo concepto, el
de «bienestar subjetivo», surgió la idea de que la forma más sencilla y
mejor de saber si una persona era feliz sería preguntárselo a ella misma.
La pregunta de las escalas de felicidad, con diversas variantes, se ajustan
al siguiente formato: «En términos generales, ¿en qué medida se con-
sidera usted una persona feliz o infeliz?, señale en la escala “0” si se
considera “absolutamente infeliz”, “10” si se considera “absolutamente
feliz”, o cualquier otra posición intermedia». Por su parte, las preguntas
de las escalas de satisfacción con la vida se ajustan al siguiente formato:
«En términos generales, ¿en qué medida está usted satisfecho con su
vida actualmente?, señale “0” si “completamente insatisfecho”, “10” si
“completamente satisfecho”, o cualquier otra posición intermedia». Por
último, el formato de la pregunta de la escala de Cantril es el siguiente:
«Por favor, imagínese una escalera con los peldaños numerados desde el
inferior (0) al superior (10). El peldaño superior representa la mejor
vida posible que puede llevar, y el inferior la peor vida posible. ¿En qué
tramo de la escalera se situaría Ud. personalmente en este momento?»
En estas tres formas de medición, el bienestar subjetivo se entiende
como «el grado en el que un individuo juzga favorablemente, en general
y como un todo, la calidad de su vida» (Veenhoven, 2008: 22; 2012a: 66).
Es decir, el propio individuo es quien, teniendo en cuenta los aspectos
que considere más relevantes, establece un balance global de cómo es su
vida. Pese a su aparente sencillez, la respuesta requiere la formación
previa de un juicio bastante complejo. Dado que la respuesta implica la
consideración de muchos aspectos de la vida, estas simples escalas pue-
den ser consideradas como «metaindicadores», pues recogen en su seno
una ingente cantidad de información. Estos tres instrumentos de medida
son unidimensionales, univariables, globales, cognitivos y evaluativos, si
bien cada uno de ellos presenta ciertos importantes matices en su forma-
to. Aunque la respuesta a estas tres escalas requiere elaborar una evalua-
ción cognitiva, es obvio que no son exactamente iguales. En las escalas de
felicidad el elemento afectivo está más presente, ya que la pregunta alude
a un sentimiento, mientras que en las escalas de satisfacción domina en
mayor medida el elemento cognitivo o racional. En el caso de la escala de
Cantril la propia pregunta establece el marco valorativo en el que sujeto
debe basarse para emitir la respuesta. Es evidente que Cantril pretendió
traducir a una operacionalización empírica sencilla la idea del contraste
entre la posibilidad y la realidad. Así, un individuo puede sentirse relati-
vamente infeliz pero, evaluando racionalmente las circunstancias de su
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 91

situación y sus rasgos personales, considerarse al mismo tiempo relativa-


mente satisfecho. De la misma manera, un individuo relativamente feliz
y satisfecho podría sentirse frustrado al pensar que, con arreglo a sus
potencialidades, podría llevar un vida mejor de la que lleva. Estos matices
semánticos hacen que las mediciones de estas tres escalas, aun estando
bastante correlacionadas, no sean idénticas. Por ejemplo, parece que las
puntuaciones de la escala de felicidad están más influidas por el carácter y
calidad de nuestras relaciones sociales, mientras que las de las escalas de
satisfacción dependen más de estándares relacionados con las condiciones
de vida objetivas y materiales (Haller y Hadler, 2006: 178).
El sociólogo Ruut Veenhoven viene recopilando, desde 1984, en su
base de datos mundial de la felicidad (World Database of Happiness) las
múltiples variantes existentes de ambas escalas, así como de otros instru-
mentos de medida de la valoración subjetiva que hacen los propios indi-
viduos de su vida en general (Veenhoven, 1984). Las escalas de felicidad,
de satisfacción y de Cantril han sido objeto de muchas críticas: se aduce
que la gente no sabe realmente en qué medida «es» feliz, y contesta según
lo feliz que «debiera» ser; que es vergonzoso declararse infeliz, por lo que
las escalas sobrestiman su grado de felicidad; que la medición obtenida
con una variable es bastante imprecisa, poco fiable e inconsistente; que
las respuestas son sensibles al orden de las preguntas en el cuestionario,
estando influidas por las preguntas precedentes; o que las contestaciones
varían según el ánimo del entrevistado en el momento de la entrevista.
Sin embargo, pese a la verdad que encierran todas estas críticas, los nume-
rosos estudios realizados con estas sencillas escalas han demostrado sobra-
damente su utilidad, así como su alto grado de validez y de fiabilidad
(Diener, 1984; Veenhoven, 1991, 2012a; Diener et al., 1999; Diener et
al., 2012; Ferrer-i-Carbonell, 2012; Tay et al., 2013; OCDE, 2013). Con
estas dos sencillas preguntas se ha desarrollado durante la últimas cinco
décadas un impresionante programa de investigación social sobre la fe-
licidad (Diener et al., 1999). En este desarrollo, en el que han participa-
do muchos científicos sociales, los trabajos del psicólogo Ed Diener y
del sociólogo Ruut Veenhoven merecen una especial consideración.

3.1.2. Medidas hedónicas y eudemónicas multidimensionales


Norman M. Bradburn publicó en 1965 Reports on Happiness y en
1969 The Structure of Psychological Well-Being, iniciando así un enfo-
que diferente a la hora de abordar la medida del bienestar subjetivo,
92 Eduardo Bericat

de la satisfacción con la vida o de la felicidad. Después de comprobar


que las emociones positivas y las negativas seguían pautas indepen-
dientes, creó la escala del balance emocional (Affect Balance Scale). La
escala contenía 10 ítems emocionales, 5 eran positivos (estar satisfe-
cho por haber logrado algo; satisfecho porque las cosas estaban yendo
como deseaba; orgulloso porque alguien le había felicitado; especial-
mente interesado en algo; y sintiéndose en la cima del mundo) y 5
negativos (sentirse muy inquieto; aburrido; deprimido o muy infeliz;
solo o distante de la gente; y enojado porque alguien le había criti-
cado). Dado que, para Bradburn, el grado de felicidad declarado por
el sujeto es una función del balance de afectos positivos y negativos,
la medida de la escala podría oscilar entre +5 (5 sentimientos positi-
vos, ningún negativo) y –5 (ningún positivo, 5 negativos) (Bradburn,
1969: 56).
Los modelos hedónicos muldimensionales, como el de Bradburn,
difieren de las escalas de felicidad o satisfacción en tres aspectos clave:
a) elaboran un indicador compuesto con información procedente de
múltiples variables; b) son multidimensionales, ya que introducen en el
modelo distintos factores imprescindibles para la medición de la feli-
cidad y c) están basados en estados emocionales experimentados por el
sujeto durante las últimas semanas.
A partir del trabajo pionero de Bradburn, diversos investigadores
han propuesto otros modelos multivariables de medición del bienestar
subjetivo. Por ejemplo, Watson, Clark y Tellegen diseñaron las escalas
PANAS (Positive and Negative Affect Schedule) para medir de forma in-
dependiente el tono afectivo tanto negativo como positivo de una per-
sona utilizando un total 20 ítems emocionales. Los estados emocionales
observados mediante encuesta fueron los siguientes: entusiasta, intere-
sado, empeñado, excitado, inspirado, alerta, activo, fuerte, orgulloso,
atento, asustado, atemorizado, enfadado, afligido, inquieto, nervioso,
avergonzado, culpable, irritable y hostil (Watson et al., 1988). Asimis-
mo, Diener y colaboradores han elaborado una escala de experiencia po­
sitiva y negativa (Scale of Positive and Negative Experience) basada en 12
ítems emocionales. En este caso se pide a los entrevistados que piensen
en lo que han estado haciendo y experimentando durante las últimas
cuatro semanas, y que digan la frecuencia con la que se han sentido:
positivos, negativos, bien, mal, agradables, desagradables, felices, tristes,
temerosos, alegres, enfadados y contentos (Diener et al., 2010: 153).
La escala de bienestar mental, de Warwick-Edinburgh (Warwick-
Edinburgh Mental Well-Being Scale), contiene un total de 14 variables,
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 93

incluyendo también aspectos hedonistas y eudemonistas de la felici-


dad. En concreto, se pregunta a los entrevistados si se han sentido:
optimistas, útiles, relajados, interesados en otras personas, con ener-
gía, enfrentándose bien a los problemas, pensando con claridad, posi-
tivos respecto a sí mismos, cercanos a otras personas, confiados, contro-
lando las cosas, enamorados, interesados en cosas nuevas y contentos
(Tennant et al., 2007). Finalmente, el índice de bienestar de 5-ítems de
la Organización Mundial de la Salud (WHO-5 Well-Being Index) fue
creado en la Unidad de Investigación Psiquiátrica del Mental Health
Centre North Zealand, de Dinamarca, dirigida por Per Bech. Inicial-
mente, en el año 1982, se formuló un cuestionario con 28 ítems, que
posteriormente fue reducido a 10 y, finalmente, a 5 ítems. Este índice
incluye exclusivamente estados emocionales positivos, cuatro de ellos
referidos al estado de ánimo (componente hedónico) y uno relaciona-
do con el interés mostrado en las cosas de la vida cotidiana (compo-
nente eudemónico). En concreto, se pregunta a los entrevistados con
qué frecuencia, durante las dos últimas semanas, se han sentido: conten-
tos y de buen humor; calmados y relajados; activos y vigorosos; frescos
y descansados al despertar; interesados por muchas cosas (Bech et al.,
2003; Topp et al., 2015).
Otro amplio conjunto de modelos de la felicidad toman como
punto de partida la concepción eudemónica de la felicidad, aunque en
general son índices mixtos, a juzgar por su contenido. Por ejemplo,
Felicia Huppert y Timothy So (2009, 2013), conscientes de la necesi-
dad de crear modelos multivariables, proponen un índice sintético de
florecimiento personal (flourishing) incorporando dos dimensiones,
una hedonista y otra eudemonista. Por florecimiento personal los au-
tores entienden la experiencia de que la vida va bien, lo cual es una
combinación de sentirse bien y de funcionar bien. El concepto de
florecimiento es sinónimo de un alto nivel de bienestar mental y pue-
de ser equiparado al de salud mental. De hecho, su conceptualización
se llevó a cabo invirtiendo los rasgos característicos de los desórdenes
mentales más comunes, esto es, la depresión y la ansiedad. Por ello las
10 variables que incorpora son positivas, 6 más emocionales (estabili-
dad emocional, optimismo, emociones positivas, resiliencia, autoesti-
ma y vitalidad) y 4 de funcionamiento (competencia, implicación,
sentido y relaciones sociales positivas) (Huppert y So, 2013: 843). Por
su parte, la escala de florecimiento, de Diener y colaboradores (Flouris­
hing Scale), es un índice sintético, basado en 8 ítems, que mide el
éxito percibido por el propio sujeto en áreas importantes como las
94 Eduardo Bericat

relaciones sociales, la autoestima, el sentido de la vida o el optimismo.


El índice solicita, utilizando una escala del 1 al 7, el acuerdo o des-
acuerdo con ocho frases: llevo una vida con sentido; mis relaciones
sociales son gratificantes; tengo interés en las actividades cotidianas;
contribuyo al bienestar de otros; soy competente en mis actividades;
soy buena persona y llevo una vida buena; soy optimista respecto del
futuro y la gente me respeta (Diener et al., 2010: 154).

3.1.2. Decisiones metodológicas para la construcción de un índice


de felicidad
En el contexto de todas estas formas y modelos alternativos de me-
dición del bienestar subjetivo, y teniendo en cuenta nuestro objeti-
vo de crear un instrumento de medida apropiado para el análisis de
la estructuración y de la estratificación social de la felicidad, hemos
adoptado un conjunto de decisiones metodológicas, esencialmente
tres: primero, utilizar una estrategia multivariable y multidimensio­
nal, proponiendo un índice que vaya más allá de las tradicionales
escalas de satisfacción y de felicidad; segundo, optar por un modelo de
medición hedónico puro, es decir, basado exclusivamente en la obser-
vación de estados emocionales; y, tercero, seleccionar el buen ánimo o
eutimia como la concepción idónea para medir mediante encuesta el
grado de felicidad en amplias muestras de población.
Nuestra primera decisión metodológica se basa en una evidente
paradoja. Considerando tanto la gran relevancia como el creciente in-
terés político, social, cultural y personal que suscita en las sociedades
desarrolladas el bienestar subjetivo y la felicidad, resulta incomprensi-
ble que destinemos a la investigación de un fenómeno tan fundamen-
tal una única y sencilla pregunta de cuestionario en nuestras encuestas
sociales. Cuando preguntamos a cualquier persona si para ella es más
importante el dinero o la felicidad, siempre obtenemos la misma res-
puesta, la felicidad. Pero el hecho es que medimos de todas las mane-
ras posibles y contamos con infinidad de informaciones estadísticas
acerca de los ingresos y la riqueza. En cambio, hemos de trabajar con
una pasmosa indigencia de medios e informaciones si decidimos in-
vestigar socialmente la felicidad. Ahí radica la paradoja, aunque el sa-
bio nos diría que, en el fondo, las sociedades miden aquello que ver-
daderamente les importa.
Aun considerando que estos modelos univariables de medición
de la felicidad han mostrado ser bastante fiables y válidos, es esencial
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 95

ir un paso más allá de estas escalas y avanzar hacia modelos multiva-


riables y multidimensionales que ofrezcan modelos descriptivos más
ricos, robustos, válidos y fiables. Tras una evaluación de las escalas de
satisfacción y de felicidad, hace ya casi veinticinco años, Diener llegó a
la conclusión de que:

[…] las medidas utilizadas son buenas, pero pueden ser mejores […]
el aumento de la calidad de las mediciones y de las definiciones
teóricas del bienestar ofrecen un importante vehículo para el pro-
greso del campo de estudio. Cuando sea posible, los investigadores
deben usar múltiples medidas de bienestar subjetivo, […] pues es
probable que una puntuación única simplifique en exceso el fenó-
meno del bienestar subjetivo (Diener, 1994: 146).

Por tanto, es urgente y necesario superar esta fase del análisis social
de la felicidad utilizando modelos de medición cualitativamente supe-
riores a las escalas de Cantril, de satisfacción y de felicidad (escalas CSF).
En primer lugar, como ya hemos visto, las escalas CFS constituyen una
valoración racional o cognitiva de la felicidad, pero es evidente que la
felicidad, de ser algo, es un sentimiento o estado emocional, y por ello
deberá ser registrada propiamente mediante la observación de la expe-
riencia emocional de los sujetos. En segundo lugar, si la felicidad es una
metaemoción configurada por estructuras afectivas concretas, será ne-
cesario contar con la información de múltiples variables para conocer
no solamente el grado, sino también el tipo de felicidad que experi-
mentan las personas. En tercer lugar, las escalas CSF son como «cajas
negras», ya que nos ofrecen cuantificaciones ciegas que no pueden ser
deconstruidas. Es decir, no podemos saber qué significa exactamente
una puntuación de 3, de 5, de 7 o de 10, porque no disponemos de
información afectiva complementaria sobre el entrevistado que ha res-
pondido a la pregunta. En cuarto lugar, con las puntuaciones univaria-
bles que ofrecen las escalas CSF corremos el riesgo cierto de sobresim-
plificar el fenómeno de la felicidad. En este sentido, los modelos
multivariables y multidimensionales pueden conducirnos a la creación
de teorías más sofisticadas y a una comprensión más plena de la felici-
dad (Diener, 1994: 146). Por último, como ya hemos señalado, los
modelos de medición multivariables y multidimensionales pueden
ofrecernos medidas más robustas, válidas y fiables.
La segunda decisión metodológica consiste en elaborar un índice
basado en un modelo descriptivo y de medición hedónico puro. Esta
96 Eduardo Bericat

decisión parece ir en contra de la tendencia científica del momento,


pues los desarrollos más recientes en el estudio de la felicidad se han
inspirado en el concepto de eudemonía y de florecimiento personal.
Entre otros factores, nuevas perspectivas teóricas aplicadas al análisis
social, como el enfoque de las capacidades (Nussbaum y Sen, 1993),
han reavivado el interés por la idea aristotélica de felicidad.
Queda fuera de toda duda que el diseño de instrumentos orienta-
dos a medir el grado de florecimiento y de excelencia en la vida de las
personas no solamente es perfectamente legítimo, sino también muy
deseable y necesario. Sin embargo, la aplicación de la perspectiva eu-
demonista a la medición de la felicidad presenta dos importantes pro-
blemas. En primer lugar, implica asumir normativamente que una
determinada concepción de la felicidad, en concreto, la que suscriba
el filósofo o el creador de la escala, es aplicable universalmente a todas
las personas. Así, por ejemplo, Seligman con su modelo PERMA nos
propone una «auténtica felicidad» y Aristóteles concluye que la vida
contemplativa es la vida mejor y la más placentera. Empero, quizá no
valga para el «vulgo» lo que vale para el «sabio». En segundo lugar,
presupone que el bien y la excelencia están indisolublemente asocia-
dos con sentimientos agradables y placenteros. Y aunque muchas evi-
dencias así lo prueban, esto no significa que siempre suceda así. Los
filósofos estoicos desligaron radicalmente el placer, e incluso todas las
emociones, de la virtud y del cumplimiento del deber, que es el abso-
luto y único bien. De hecho, si el placer estuviera indisolublemente
unido al bien, la ética y la moral serían superfluas, pese a Aristóteles.
El diseño de un instrumento de medida de la felicidad no implica
saber previamente, ni aún menos introducir en el mismo modelo de
medición, qué factores y condiciones nos hacen felices, como parecen
creer quienes eligen la perspectiva eudemónica. En realidad, el argu-
mento funciona a la inversa, esto es, necesitamos disponer en primer
lugar de un modelo de medición que mida correctamente el grado de
felicidad que experimentan las personas para, en segundo lugar, poder
analizar y en su caso descubrir cuáles son las condiciones y factores
que nos llevan a ella. Es decir, sin el concurso de una buena descrip-
ción no puede haber una buena explicación. Además, medir la felici-
dad de las personas exclusivamente a partir de los estados emocionales
que experimentan, es decir, con un modelo hedónico puro, garantiza
la independencia de la medida de los supuestos normativos que incor-
pora cualquier modelo eudemónico puro o mixto. Si fuera universal­
mente cierto que, por ejemplo, el logro, el sentido, la autorrealización,
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 97

las relaciones sociales, el afán de aprender, la competencia en el trabajo


o la práctica del bien procurasen felicidad a todas las personas, y en
idéntico grado o intensidad, sería posible elaborar un modelo eudemó-
nico de medición de la felicidad. Ahora bien, como las personas diferi-
mos en valores vitales, políticos, sociales, éticos y morales, es evidente
que no nos hacen felices ni las mismas cosas, ni en el mismo grado. En
suma, tenemos que medir primero en qué grado las personas experi-
mentan la felicidad, registrando sus sentimientos y estados emociona-
les, para luego poder investigar por qué o en qué condiciones.
En tercer lugar, aun habiendo alcanzado en el primer capítulo la
conclusión de que una adecuada perspectiva de la felicidad debía in-
corporar los tres modelos de placer, esto es, la hedoné epicúrea, la eu­
daimonía aristotélica y la euthymía democrítea, creemos que el buen
ánimo o eutimia aporta el concepto adecuado para el diseño de un
modelo descriptivo de medición de la felicidad aplicable al análisis
social y, específicamente, al análisis de la estructura y de la estratifica-
ción social. Pese a que algunos autores han despreciado la ética natu-
ralista, práctica y no dogmática de Demócrito como una «sabiduría
práctica casera», señalando que «muchas máximas son, incluso para la
época, extremadamente tópicas y banales» (Guthrie, 1986), lo cierto
es que esta ética pensada para la «gente normal» nos ofrece una con-
cepción democrática de la felicidad, frente a otras de marcado carácter
aristocrático o elitista.
Demócrito introduce el concepto de «bienestar» en su acepción
subjetiva (subjective well-being), un concepto radicalmente posmoder-
no, ligado a la idea de estar contento (cheerfulness). Su ética, basada en
el agrado y en el desagrado, en el arte de la moderación en el placer, se
distancia con claridad del hedonismo radical, anticipando en la filosofía
griega el hedonismo epicúreo. Por otra parte, aun distanciado claramen-
te del eudemonismo, el «bien-estar» de la ética democrítea, como ya vi-
mos, no es ajeno en absoluto a la práctica de la justicia y del bien moral.
El buen ánimo surge y se mantiene llevando junto a los otros una vida
adecuada y justa, que se refleja, tal y como asimismo creía Sócrates, en
una conciencia moral interior tranquila, ajena tanto a la turbación como
al dolor provocado por el sentimiento de vergüenza. El buen ánimo, el
contento o el «bien-estar» son conceptos que permiten integrar en su
seno tanto el amplio horizonte hedónico de la realidad humana, como
la gran variedad de concepciones de felicidad que los seres humanos
asumen para sí. Por último, el concepto de buen ánimo tiene como re-
ferencia básica una estructura afectiva cotidiana y normal, alejada de
98 Eduardo Bericat

conceptos más propios de la patología, como es el de salud mental, el de


bienestar mental y psicológico o, en el extremo contrario, el de floreci-
miento y excelencia en el funcionamiento personal. En suma, hemos
seleccionado el concepto de buen ánimo como el más idóneo para la
construcción de un instrumento de medida apropiado para el análisis
social de la felicidad.

3.2. MARCO TEÓRICO: EL CONCEPTO DE BIENESTAR


EMOCIONAL

Admitido que la felicidad es una metaemoción que está según los ca-
sos configurada por diferentes estructuras afectivas y que, por tanto,
el modelo descriptivo que haya de registrarla tendrá que ser multiva-
riable y multidimensional, nos enfrentamos a la tarea de establecer
una definición de bienestar emocional que pueda asumir en su seno
las diversas emociones necesarias para lograr y mantener el buen áni-
mo. Dado que, según hemos dicho, no estamos interesados ni en la
salud mental ni en el funcionamiento psicológico de los individuos,
sino en analizar los vínculos existentes entre, por un lado, las distin-
tas posiciones sociales que ocupan las personas y, por otro, sus res-
pectivos grados y tipos de felicidad, haremos uso del gran acervo de
conocimientos acumulado por la sociología de las emociones durante
las últimas cuatro décadas (Bericat, 2016). En concreto, utilizaremos
dos teorías estructurales de las emociones: la teoría sociorrelacional de
las emociones, de Theodore D. Kemper (1978, 1990, 2006), y la teo­
ría de las cadenas de rituales de interacción, de Randall Collins (1981,
1990, 2004). Ambas teorías utilizan dos dimensiones básicas de la
sociabilidad humana, el poder y el estatus, como marco para captar los
estados emocionales más relevantes que experimentan las personas en
el seno de una sociedad. Haciendo uso de estas dos teorías, y de la
teoría de la vergüenza y del orgullo, de Thomas J. Scheff (1988, 1990,
2000), seleccionamos los estados afectivos básicos que configuran la
definición conceptual del bienestar emocional.

3.2.1. La teoría sociointeraccional de las emociones


Todos los filósofos que han reflexionado sobre ella han dejado apun-
tado de una u otra manera que la felicidad tiene un fundamento so-
cial. Asimismo, la teoría sociointeraccional de las emociones está basada,
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 99

en primer lugar, en el hecho de que «una gran parte de los tipos de emo-
ción existentes son el producto de los resultados reales, imaginados
o anticipados de las relaciones sociales» (Kemper, 1978: 48). Las emo-
ciones no son una determinada sustancia, sino una pauta relacional
derivada de la vinculación que mantiene el yo con su entorno, funda-
mentalmente con los otros, esto es, con su mundo social (Bericat,
2012). Así, en el curso de cada una de sus interacciones sociales los
actores pueden obtener, mantener o perder determinados beneficios,
recompensas o gratificaciones. En el caso de que obtengan recompen-
sas, los actores experimentarán emociones agradables o satisfactorias,
mientras que si las pierden experimentarán emociones desagradables
o insatisfactorias. En segundo lugar, la teoría sociointeraccional de las
emociones postula que los estados emocionales que experimente cada
uno de los actores dependerán, esencialmente, de su posicionamiento
relativo en las dos dimensiones básicas de la sociabilidad, a saber, la
dimensión del poder y la dimensión del estatus.
El concepto de «poder» utilizado por Kemper coincide con la
definición weberiana: «poder es la probabilidad de imponer la propia
voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y
cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad» (Weber, 2005:
43). Sin embargo, en la relación de «estatus», el hecho clave es la vo-
luntariedad con la que un actor ofrece al otro gratificaciones, benefi-
cios o recompensas. El estatus «implica un cierto tipo de conducta
beneficiosa, complaciente y de apoyo orientada hacia el otro» (Kemper,
1978: 378). Las gratificaciones de estatus, como la admiración, el res-
peto, el cariño o el apoyo desinteresado, se otorgan no porque el actor
esté forzado a ello, sino en función del vínculo social creado por la
deferencia, la estima, el amor, el aprecio o el respeto que un actor sien-
te hacia el otro.
Esta teoría predice los estados emocionales que experimentará un
actor, según sean los niveles relativos o comparados de poder y de esta-
tus que tenga en relación a otro actor. Un individuo estará, en general,
contento y satisfecho cuando estime que tanto su poder como su estatus
son los adecuados. Y estará descontento e insatisfecho cuando sienta que
su poder y su estatus son o insuficientes o excesivos. Combinando estas
tres posibles situaciones con las dos dimensiones básicas de la sociabili-
dad, se obtienen seis tipos diferentes de emociones estructurales.
La seguridad será el estado emocional que experimente un actor
cuando disponga, o crea disponer, de suficientes recursos de poder
para afrontar una determinada situación. Un poder adecuado genera
100 Eduardo Bericat

confianza porque permite tener suficiente control sobre el entorno.


También garantiza seguir disfrutando de beneficios y recompensas. A
la inversa, el miedo constituirá el estado emocional prototípico de un
actor que se enfrenta ante una situación peligrosa o amenazante con
insuficientes recursos de poder. Su escaso control de la situación le
provocará sentimientos de ansiedad y de incertidumbre. Su escasa ca-
pacidad para forzar la voluntad de los otros será un obstáculo para
lograr por esta vía determinados beneficios o recompensas. Finalmen-
te, el estado emocional de los actores que obtengan recompensas uti-
lizando un poder excesivo será el de culpa. Cuando la intensidad de la
coacción vulnera los códigos morales acerca del legítimo uso del poder
no solo aparecen los remordimientos, sino también ansiedad y miedo
frente a las posibles represalias debidas a la ira que siempre despierta el
abuso de poder en los sometidos.
El sentimiento de felicidad, de contento, de alegría, de ser estima-
do, aceptado, querido, amado o valorado por los otros será el estado
emocional prototípico de un actor que en el curso de una interacción
social reciba adecuadas gratificaciones otorgadas voluntariamente por
los demás. Un individuo se sentirá bien cuando reciba adecuadas can-
tidades de estatus (Kemper, 1978: 59). Al contrario, un individuo
experimentará estados emocionales de depresión si los demás no le
otorgan adecuadas gratificaciones de estatus. Dada la inmanente na-
turaleza social del ser humano, un déficit más o menos persistente de
cariño, estima, respeto o reconocimiento traerá consigo, en condicio-
nes normales, sentimientos de soledad, tristeza y depresión. Por últi-
mo, un actor sentirá vergüenza si recibe y acepta inmerecidas gratifica-
ciones de estatus, ya que el «estatus se ofrece por el hecho de cumplir
con los estándares de competencia o logro tanto en la división del
trabajo como en las relaciones sociales» (Kemper, 1978: 59).
En suma, es evidente que desde la perspectiva de una teoría so­
ciointeraccional de las emociones, los sentimientos de seguridad, miedo,
culpa, contento, depresión y vergüenza habrán de formar parte de la
estructura afectiva de la felicidad, tal y como queda recogido en la defi-
nición conceptual de la figura 3.2.

3.2.2. La teoría de las cadenas de rituales de interacción


En Las formas elementales de la vida religiosa, Durkheim presentó sus
estudios sobre la religión de las tribus aborígenes que habitaban el
centro de Australia. Analizando sus prácticas rituales, el sociólogo
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 101

creyó encontrar la esencia de lo sagrado. Todo rito sacrificial, como el


intichiuma de los arunta, se configura mediante la conjunción de dos
actos básicos y complementarios: un acto de comunión alimentaria y
un acto de oblación u ofrenda. Una misma lógica circular afecta a lo
religioso y a lo social. Los seres humanos crean a los dioses, pero los
dioses constituyen a los seres humanos. Los individuos reciben de la
sociedad aquello que les hace humanos, el lenguaje, la ciencia, el arte
y la moral, pero la sociedad les exige ciertos sacrificios y renuncias,
ciertas ofrendas sin las que la sociedad nunca podría existir. Los ri-
tos, en opinión de Durkheim, son las instituciones sociales que mejor
encarnan está lógica circular de lo sagrado y de lo social. Los ritos
sociales son, por excelencia, instituciones productoras de sociedad.
Gracias al proceso de sincronía/sintonía cognitiva, valorativa y emotiva
activado por el rito emerge lo sagrado como conciencia colectiva me-
diante la que los individuos experimentan la fuerza de lo social. Esta
fuerza se manifiesta en la intensa emoción o efervescencia colectiva que
experimentan los participantes de un rito (Durkheim, 1951).
La teoría de Collins asume la concepción ritual de Durkheim
pero, siguiendo los pasos de Goffman (1967), extiende su aplicación
al ámbito de las interacciones sociales micro de la vida cotidiana. El
rito es un «mecanismo que, enfocando una mutua atención y emo-
ción, produce una realidad temporalmente compartida que genera
solidaridad y símbolos de membresía grupal» (Collins, 2009: 21). Los
ingredientes del rito provocan una intensificación colectiva de la expe-
riencia emocional, produciendo así unos efectos: 1) solidaridad grupal
y sentimientos de pertenencia; 2) energía emocional individual, es de-
cir, una sensación de confianza, contento, fuerza, entusiasmo e inicia-
tiva para la acción; 3) símbolos que representan el grupo, esto es, los ob-
jetos sagrados de Durkheim y 4) sentimientos de moralidad, de acuerdo
y de respeto a los valores del grupo (Collins, 2009: 72-73).
Esta concepción del rito sustenta el concepto clave de la sociolo-
gía de las emociones de Collins, el de energía emocional (EE), un esta-
do de ánimo que perdura en el individuo tras haber compartido con
otros, colectivamente, un mismo clima emocional. No importa tanto
cuál o cuáles sean las emociones ingredientes concretas (tristeza, horror,
orgullo, alegría, etc.) que alimenten la efervescencia colectiva de un
ritual (Collins, 2009: 149); importa, sobre todo, la emoción duradera
que persiste más allá del rito. Collins utiliza el concepto de energía
emocional (EE) para referirse a estas emociones duraderas, es decir, a
un patrón psicofisiológico básico asociado con los tonos, humores,
102 Eduardo Bericat

estados de ánimo perdurables y sentimientos de fondo que modulan


la vida cotidiana de los seres humanos. Un ritual exitoso eleva la ener-
gía emocional de los participantes, mientras que un ritual fallido, vacío
o forzado la disminuye (Collins, 2009: 75). El concepto de energía
emocional está vinculado a las emociones primarias de contento o feli-
cidad y de tristeza o depresión. Una elevada energía emocional implica
regocijo, alegría, entusiasmo, efervescencia, vitalidad, sentirse a gusto
con uno mismo o confianza, mientras que una baja energía emocional
implica decepción, acedía, depresión, poca iniciativa y sentimientos
negativos hacia uno mismo. «La EE se asemeja un tanto al concepto
psicológico de “pulsión”, pero su orientación es específicamente so-
cial. La EE elevada es un sentimiento de confianza y entusiasmo por
la interacción social» (Collins, 2009: 150).
La teoría de las cadenas de rituales de interacción postula que los
individuos ganan o pierden EE tanto en las interacciones de poder
como en las de estatus. «Quienes imparten órdenes mantienen y en
ocasiones aumentan su EE, quienes obedecen la sienten reducirse; ser
el centro de atención y actualizar competentemente la membresía
grupal eleva la EE; experimentar marginación o exclusión, la disminu-
ye. Los RI se encadenan en el tiempo, de manera que los resultados
(emocionales y simbólicos) de la interacción más reciente son los in-
sumos de la siguiente; de este modo, la EE tiende a acumularse, posi-
tiva o negativamente, en el transcurso del tiempo» (Collins, 2009:
162). En suma, «Lo que aumenta o disminuye la EE es la consonan-
cia, inherente a la intersubjetividad humana, de unos gestos comuni-
cativos y unos ritmos emocionales que en lo que al punto de vista
individual incumbe, están inextricablemente entretejidas con las ur-
dimbres del sí mismo» (Collins, 2009: 147-158).
En resumen, la energía emocional tiene dos componentes, un
cierto nivel de energía vital, alto o bajo, y un cierto estado de bienestar
emocional, bueno o malo, satisfactorio o insatisfactorio. Ambos com-
ponentes están representados en la definición conceptual de la figura
3.2, pues ambos son determinantes del buen ánimo, tal y como era
entendido por Demócrito.

3.2.3. La definición conceptual del bienestar socioemocional


Las teorías de las emociones de Kemper y de Collins proporcionan el
marco adecuado para configurar una conceptualización sociológico-
emocional del bienestar subjetivo.
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 103

El contenido de ambas teorías es esencialmente compatible y


complementario. Primero, ambas consideran que las interacciones so-
ciales provocan la mayor parte de las emociones que realmente afectan
e importan a los seres humanos. Segundo, ambas consideran que los
estados emocionales están condicionados por los resultados que los in-
dividuos obtienen en sus procesos de interacción. Tercero, pese a su
carácter microsociológico, ambas teorías tienen la capacidad de pro-
yectarse en el ámbito macrosociológico al adoptar ad initio una pers­
pectiva estructural. Y cuarto, ambas articulan la dinámica emocional
de los actores en torno a las dos dimensiones básicas de la sociabilidad,
esto es, el poder y el estatus (Kemper y Collins, 1990).
Tanto la teoría de las cadenas de rituales de interacción, como la teoría
sociorrelacional de las emociones, sostienen que los individuos experimen-
tan en sus vidas un estado anímico general más o menos estable. La pri-
mera distingue entre emociones duraderas y transitorias, y la segunda en-
tre emociones estructurales y momentáneas. Aunque los individuos pueden
ganar o perder energía emocional en el curso de cada una de sus interac-
ciones sociales, según Collins la energía emocional acumulada no se disi-
pa instantáneamente, sino que perdura a través del tiempo. Por su parte,
Kemper considera «que cada actor social estará en cierto grado satisfecho
o insatisfecho tanto con su propia posición, como con la posición del
otro, en las dimensiones de poder y estatus», y ello se manifiesta en las
emociones estructurales, por cuanto resultan de la estructura relativamente
estable de una determinada relación social (Kemper, 1978: 49). Desde
esta perspectiva estructural, «la cantidad de estatus que un actor recibe
puede tener un cierto grado de estabilidad» (Kemper, 1978: 384), deri-
vada de la probabilidad con la que los otros le ofrezcan voluntariamente
deferencia, cuidado, atención, respeto, admiración, ayuda, apoyo y otras
gratificaciones similares. Asimismo, existirá una probabilidad determina-
da de que el actor reciba ciertas gratificaciones en función de su posicio-
namiento en la dimensión de poder. En suma, este estado anímico gene-
ral y perdurable, postulado por ambas teorías, se corresponde con el
grado de bienestar socioemocional (BSE) representado en la figura 3.2.
Según puede verse en la figura 3.2, el mapa de estados emocio-
nales vinculados con el concepto de bienestar socioemocional está
estructurado en cuatro ejes: a) el nivel general de energía vital con el
que opera el individuo, que puede ser alto o bajo; b) la cualidad
general de las emociones que experimenta el individuo, que puede
ser satisfactoria o insatisfactoria, positiva o negativa, buena o mala;
c) las emociones asociadas con la dimensión de poder, tales como la
104 Eduardo Bericat

confianza o el miedo; y d) las emociones asociadas con la dimensión


de estatus, tales como el orgullo o la vergüenza.

figura 3.2. Bienestar socioemocional (BSE). Definición conceptual

Alto (BSE) Bueno

Vitalidad Felicidad
Seguridad Entusiasmo Contento Orgullo
Energía Satisfacción
Confianza
“Sentirse bien” Estimado
Disfrute Deseado
Querido
Autoestima

NIVEL DE BIENESTAR
PODER !"!#!!!$ ESTATUS
ENERGÍA EMOCIONAL

Preocupación Abatimiento
Incertidumbre Desesperanza Soledad
Ansiedad Desesperación Bochorno
Apatía Pena
Miedo Vergüenza
Depresión Tristeza

Bajo (BSE) Malo

Los estados emocionales que Collins menciona al referirse a la


energía emocional, esto es, la vitalidad/entusiasmo/efervescencia fren-
te al abatimiento/depresión, por un lado, y el contento/felicidad frente
a la tristeza/vergüenza, por otro, corresponden a dos ejes del bienestar
socioemocional, los dos ejes centrales de la figura 3.2. Considerando
la teoría de Kemper, que predice los estados emocionales que experi-
mentarán los actores según el grado relativo de poder y estatus que
tengan en el contexto de una situación o encuentro social, se determi-
nan las emociones correspondientes a los otros dos ejes, ubicados en
los laterales de la figura. Los individuos pueden sentir confianza/segu-
ridad frente a miedo/ansiedad/preocupación, por un lado, y senti-
mientos de orgullo/ser querido/ser respetado frente a sentimientos de
soledad/vergüenza, por el otro.
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 105

La configuración de este mapa de estados emocionales, así como


la definición de bienestar socioemocional propuesta, se basa también
en la teoría de la vergüenza y del orgullo de Thomas J. Scheff (1988,
1990, 2000). Scheff considera que tanto la vergüenza como el orgullo
son las emociones sociales por antonomasia, ya que ambas indican
cuál es el estado de nuestros vínculos sociales: si el vínculo es seguro,
sentiremos orgullo, que es una emoción muy placentera; si es insegu­
ro, sentiremos vergüenza, una emoción muy dolorosa. Collins reconoce
explícitamente el valor de esta teoría: «El modelo de Scheff constituye
un valioso complemento de la TRI (teoría de los rituales de interacción)
porque especifica las emociones que inspiran los niveles altos y bajos
de solidaridad durkheimiana. Una buena sintonía interaccional o un
nexo social intacto alimentan el amor propio (orgullo); la ruptura del
vínculo suscita vergüenza. En términos de la TRI, el amor propio es la
emoción que va unida a un sí mismo al que el grupo ha imbuido de
energía; la vergüenza es la emoción propia de un sí mismo estragado
por la exclusión del grupo» (Collins, 2009: 165).
En conclusión, la seguridad, la vitalidad, la felicidad y el orgullo,
por un lado, frente al miedo, la depresión, la tristeza y la vergüenza, por
otro, constituyen los componentes básicos de la estructura afectiva del
bienestar socioemocional, que es un estado anímico general y relativa­
mente estable asociado a un elevado tono vital y a diversas emociones po­
sitivas o negativas experimentadas por un sujeto. Junto a esta definición
emocional, cabe ofrecer una definición sociológica o sociorrelacional.
Desde esta perspectiva, podríamos concluir que el bienestar socioemo­
cional es un estado anímico general y relativamente estable que señala la
valoración o balance afectivo que hace el individuo de los resultados del
conjunto de sus interacciones sociales.

3.3. LA OPERACIONALIZACIÓN EMPÍRICA DEL BIENESTAR


EMOCIONAL

El avance en la investigación social del bienestar subjetivo está condi-


cionado por el perfeccionamiento de nuestras medidas de felicidad,
lo que requiere tanto una mejora de los marcos teóricos y de las defi-
niciones conceptuales utilizadas, como un imprescindible desarrollo
en la operacionalización de los modelos y en la producción de datos
empíricos. Puede que los investigadores sociales estén utilizando las
escalas de Cantril, de satisfacción y de felicidad en sus estudios sobre la
106 Eduardo Bericat

felicidad, no tanto porque consideren óptimos los datos que las esca-
las CSF les ofrecen, sino porque son de hecho los únicos disponibles.
La mayor parte de las grandes encuestas, por no decir todas, incluyen
alguna o varias de las preguntas con las que se construyen estas esca-
las, mientras que casi ninguna contiene preguntas sobre estados emo-
cionales, lo que nos permitiría analizar socialmente, con mucha más
profundidad y rigor, la felicidad de las personas. La Encuesta Social
Europea (ESS) constituye una excepción, pues en sus oleadas de 2006
y de 2012 introdujo un módulo especial, denominado «bienestar per­
sonal y social», que contenía un considerable número de preguntas
emocionales. Esta iniciativa pionera se desarrolló merced a una ex-
traordinaria propuesta presentada por la profesora Felicia Huppert y su
grupo de colaboradores (Huppert et al., 2005, 2010).
Con los datos de la oleada 2006 de la Encuesta Social Europea, y
utilizando las técnicas estadísticas más apropiadas al caso, hemos tra-
tado de validar un modelo empírico de medición capaz de proporcio-
nar, utilizando el mínimo número de preguntas de cuestionario, unas
estimaciones cuantitativas de la felicidad suficientemente robustas,
válidas y fiables. A continuación se resume el proceso exploratorio y
confirmatorio que ha conducido al modelo descriptivo y de medición
elegido. Una exposición más detallada del mismo puede encontrarse
en Bericat (2014b).

3.3.1. La selección de las variables y el análisis exploratorio


En el proceso de construcción del modelo empírico, la primera tarea
estriba en seleccionar los ítems emocionales que formarán parte de su
estructura afectiva. Pues bien, dado el conjunto de preguntas inclui-
das en el citado módulo de la Encuesta Social Europea, así como el mapa
emocional elaborado analizando las teorías de Kemper y de Collins, se
ha confeccionado una propuesta inicial seleccionando un total de
ocho preguntas. En primer lugar, teniendo en cuenta la respuesta di-
ferencial que los entrevistados ofrecen a preguntas sobre emociones
positivas o negativas (Brandburn, 1969; Carmines y Zeller, 1979; Ro-
senberg, 1965; Diener y Lucas, 1999), se han seleccionado estados
emocionales positivos y negativos. En segundo lugar, se han seleccio-
nado aquellos estados emocionales más vinculados a las dimensiones
sociológicas del poder y del estatus, incluyendo asimismo emocio­
nes asociadas con el concepto de energía emocional de Collins, esto
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 107

es, relacionadas con el nivel de energía y vitalidad de un individuo, así


como con su felicidad y disfrute de la vida. Por último, en atención al
principio de parsimonia, necesario para que el índice pueda ser incor-
porado en ulteriores encuestas y análisis sociológicos, se ha reducido al
máximo el número de preguntas a incluir, pero teniendo en cuenta las
dimensiones de sociabilidad teóricamente consideradas. La figura 3.3
muestra los ocho estados emocionales seleccionados para esta pro-
puesta inicial, consistente en un modelo de dos factores y ocho esta-
dos emocionales.

figura 3.3. Propuesta para un modelo de medición del bienestar emocional.


ESS-2006

PODER (+)

VITALIDAD DISFRUTE

CALMA OPTIMISMO

SOLEDAD FELICIDAD
ESTATUS (–) ESTATUS (+)
DEPRESIÓN ORGULLO

PODER (–)

La formulación exacta de las preguntas incorporadas en la En­


cuesta Social Europea de 2006 fue la siguiente: «A continuación le voy
a leer una lista de sentimientos o comportamientos que quizá usted
haya tenido durante la última semana. Por favor, utilice esta tarjeta y
dígame con qué frecuencia, durante la última semana...?». Las posi-
bles respuestas eran: «en ningún momento, o casi en ningún momen-
to», «en algún momento», «buena parte del tiempo», y «todo o casi
todo el tiempo». Con este formato se realizaron seis preguntas: 1) «se
ha sentido deprimido/a», 2) «se ha sentido feliz», 3) «se ha sentido
solo/a», 4) «ha tenido la sensación de disfrutar de la vida», 5) «se ha
108 Eduardo Bericat

sentido rebosante de energía», y 6) «se ha sentido tranquilo/a y


relajado/a». Los dos estados emocionales restantes se preguntaron con
un formato distinto, pidiendo el grado de acuerdo («muy de acuerdo»,
«de acuerdo», «ni de acuerdo ni en desacuerdo», «en desacuerdo» y
«muy en desacuerdo») con estas dos frases: 7) «soy siempre optimista
respecto a mi futuro» y 8) «por lo general me siento bien conmigo
mismo».
La aplicación de diversos análisis exploratorios a este conjunto de
datos, utilizando tanto el análisis de componentes principales como el
análisis de factor común, permite valorar la consistencia y congruencia
del constructo desarrollado. Mediante esta exploración inicial se pretendía
comprobar: primero, hasta qué punto la varianza de las respuestas dadas
por los entrevistados a las ocho preguntas podía ser explicada por un
número menor de factores; segundo, comprobar si las interpretación
de estos factores era congruente con la definición conceptual del bienestar
socioemocional; y, tercero, indagar sobre la posibilidad de que final-
mente pudiera validarse un indicador compuesto de bienestar socioemo-
cional. En una primera fase el análisis exploratorio se despliega apli-
cando el análisis de componentes principales. Así se comprueba que el
modelo de dos factores y ocho variables, tal y como está representadas
en la figura 3.3, no ofrece un buen ajuste a los datos. En una segunda
fase se llevó a cabo una exploración de los datos aplicando el análisis
de factor común.

3.3.2. El análisis de factor común


El análisis de factor común (ejes principales) es la técnica más adecua-
da cuando lo que se pretende es validar un modelo de medición acor-
de con una definición conceptual previamente establecida. A diferen-
cia del análisis de componentes pincipales, que persigue maximizar la
explicación de la varianza total, este análisis distingue entre varianza
común y varianza única, maximizando exclusivamente la explicación
de la varianza común al conjunto de las variables introducidas en el
análisis (Cea D’Ancona, 2002; Gorsuch, 1983; Nardo et al., 2005).
Dado que suponemos la existencia de una realidad que corresponde
al constructo de bienestar socioemocional, la medición que establezca
el indicador compuesto ha de considerar exclusivamente la varianza
que sea común al conjunto de variables, y no la que pueda deber-
se a otros factores, extraños al concepto que pretende medirse. Así,
por ejemplo, no estamos interesados en explicar toda la varianza del
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 109

«sentimiento de soledad», sino tan solo aquella vinculada con el


bienestar socioemocional, pues la soledad no siempre ni en todos
los casos está asociada a un mayor o menor nivel de bienestar so-
cioemocional. En suma, en la construcción de índices o indicadores
compuestos interesa que los factores maximicen la explicación de la
varianza común, esto es, la varianza asociada con el constructo que
pretende medirse.
Tras la realización y valoración de diversos análisis, se optó por
seleccionar un modelo de cuatro factores y ocho variables. Esta solu-
ción reduce al máximo las inconsistencias detectadas en los análisis
exploratorios, distingue mejor el contenido emocional de los cuatro
factores y posibilita una interpretación teórica de los mismos mucho
más coherente. Como puede comprobarse observando los pesos facto-
riales incluidos en la tabla 3.1, en este modelo el primer factor está
saturado casi exclusivamente por los estados emocionales de felicidad
y de disfrute; el segundo por los sentimientos de optimismo y de au-
toestima; el tercero por la depresión y la soledad; y el cuarto por la
sensación de estar calmado y relajado, y de sentirse rebosante de ener-
gía, que son indicadores emocionales positivos de la dimensión de
poder. Asimismo, analizando otras encuestas hemos comprobado (Be-
ricat, 2014b: 613) que este factor también incorpora emociones nega-
tivas, como la preocupación y el estrés, que son indicadores emocionales
negativos de la dimensión de poder.

tabla 3.1. Análisis de factor común. Matriz de factores rotados. Pesos de los
factores. Modelo de 4 factores 8 variables. ESS-2006
Factor
Estados Emocionales
1 2 3 4
Optimista con respect a mi futuro –0,175 0,643 0,143 –0,112
Me siento bien conmigo mismo – 0,099 0,642 0,138 –0,148
Deprimido – 0,211 0,172 0,598 –0,271
Feliz 0,570 –0,193 –0,329 0,255
Solo –0,203 0,136 0,539 –0,080
Sensación de disfrutar de la vida 0,769 –0,158 –0,229 0,185
Rebosante de energía 0,349 –0,223 –0,232 0,319
Tranquilo y relajado 0,243 –0,191 –0,195 0,540

Método de extracción: Factorización del eje principal.


Método de rotación: Normalización Varimax con Kaiser.
110 Eduardo Bericat

Finalmente también aplicamos el análisis de factor común a un


total de 19 preguntas sobre estados emocionales incluidas en el módu-
lo de bienestar personal y social de la ESS-2006. Mediante este análi-
sis se pretendía, primero, intentar mejorar la validez de constructo del
modelo de medición, sin alterar sustancialmente su grado de parsimo-
nia y, segundo, mejorar la validez discriminante del factor vinculado a
la dimensión de poder (Batista-Foguet et al., 2004), puesto que las dos
variables que saturan el cuarto factor en la encuesta europea están
correlacionadas con el primer factor.

tabla 3.2. Análisis de factor común. Matriz de factores rotados. Pesos de los
factores. Modelo de 4 factores y 19 variables. ESS-2006
Factor
Estados emocionales
1 2 3 4
Soy siempre optimista con respecto a mi futuro 0,151 –0,175 0,605 0,115
Por lo general me siento bien conmigo mismo 0,113 –0,110 0,671 0,141
Algunas veces me siento como si fuera un fracasado –0,220 0,198 –0,321 –0,127
En conjunto, mi vida se acerca bastante a como me
0,296 –0,291 0,411 0,061
gustaría que fuera
¿Se ha sentido deprimido? 0,658 –0,222 0,182 0,182
¿Ha tenido la sensación de que le costaba mucho
0,509 –0,148 0,092 0,292
hacer cualquier cosa?
¿Ha dormido inquieto/a? 0,393 –0,066 0,110 0,402
¿Se ha sentido feliz? –0,330 0,608 –0,232 –0,086
¿Se ha sentido solo/a? 0,546 –0,202 0,145 0,047
¿Ha tenido la sensación de disfrutar de la vida? –0,276 0,671 –0,191 –0,084
¿Se ha sentido triste? 0,695 –0,198 0,172 0,127
¿Se ha sentido sin ánimos? 0,505 –0,182 0,095 0,272
¿Se ha sentido rebosante de energía? –0,204 0,474 –0,167 –0,380
¿Ha sentido ansiedad? 0,514 –0,032 0,223 0,237
¿Se ha sentido cansado/a? 0,354 –0,071 0,120 0,547
¿Se ha sentido absorbido por lo que estaba haciendo? –0,035 0,307 –0,061 –0,090
¿Se ha sentido tranquilo/a y relajado/a? –0,227 0,328 –0,223 –0,351
¿Se ha sentido aburrido/a? 0,411 –0,159 0,102 0,113
¿Se ha sentido realmente descansado/a al levantarse
–0,124 0,251 –0,145 –0,574
por las mañanas?

Método de extracción: Factorización del eje principal.


Método de rotación: Normalización Varimax con Kaiser.

La tabla 3.2 muestra los pesos factoriales de la matriz rotada. Ob-


servando en cada columna los pesos factoriales más altos (marcados en
negrita), puede comprobarse la estructura de estados emocionales más
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 111

asociada a cada uno de los cuatro factores. La estructura afectiva de


cada factor facilita su interpretación teórica, revelando cuáles consti-
tuyen sus emociones características. De este modo, seleccionando ex-
clusivamente los estados emocionales con los pesos más altos o, dicho
de otra manera, que saturan más intensamente un determinado factor,
se pueden seleccionar las emociones más eficientes a la hora de medir
ese factor. Procediendo de esta manera avanzamos hacia la selección
de un modelo al mismo tiempo válido y parsimonioso, es decir, com-
puesto por el menor número posible de estados emocionales.
Tras la observación y valoración de los resultados incluidos en la
tabla 3.2, consideramos que la incorporación de dos nuevos estados
emocionales podría favorecer tanto la correcta interpretación sustanti-
va de los factores, como la validez discriminante del cuarto factor. Los
dos ítems finalmente incorporados son el sentimiento de «tristeza»,
asociado a la soledad y a la depresión, y la «sensación de despertarse
descansado por las mañanas», asociado a la ausencia de preocupacio-
nes y a la vitalidad.

tabla 3.3. Índice de bienestar socioemocional (IBSE). Análisis de factor común.


Matriz de factores rotados. Pesos de los factores. Modelo de 4 factores
y 10 variables. ESS-2006
Pesos factoriales
Estados emocionales f1 f2 f3 f4
Estatus Situación Persona Poder
Optimista con respecto a mi futuro 0,150 –0,176 0,634 –0,122
Me siento bien conmigo mismo 0,139 –0,102 0,644 –0,156
Deprimido 0,619 –0,234 0,169 –0,212
Solo 0,518 –0,212 0,130 –0,094
Triste 0,782 –0,159 0,134 –0,167
Feliz –0,304 0,629 –0,190 0,210
Sensación de disfrutar de la vida –0,242 0,709 –0,158 0,206
Rebosante de energía –0,221 0,346 –0,205 0,383
Tranquilo y relajado –0,238 0,261 –0,187 0,452
Descansado al levantarme –0,119 0,128 –0,122 0,687

Método de extracción: Factorización del eje principal.


Método de rotación: Normalización Varimax con Kaiser.

En suma, la solución de 4 factores y 10 variables incluida en la


tabla 3.3 es la seleccionada finalmente como modelo de medición
del índice de bienestar socioemocional (IBSE). Observando los pesos
112 Eduardo Bericat

factoriales de la tabla 3.3, así como los de la tabla 3.2, hemos desarro-
llado en el epígrafe 2.4 una interpretación sustantiva de los 4 factores
extraídos mediante el análisis de factor común. Gracias a esta interpre-
tación se ha revelado que estos cuatro factores corresponden a las cua-
tro dimensiones analíticas del bienestar socioemocional, a saber: el esta­
tus, la situación, la persona y el poder. Pero antes de exponer el modelo
analítico de la felicidad, veamos algunos de sus parámetros estadísticos
y el resultado de los test de validación.

3.3.3. Validación del índice de bienestar socioemocional (IBSE)


El grado de felicidad de cada individuo, esto es, la puntuación que
cada entrevistado obtiene en el índice de bienestar socioemocional, se
estima aplicando el análisis de factor común al conjunto de estados
emocionales incluidos en el modelo descriptivo y de medición. Se-
gún la información contenida en la tabla 3.4, referida al modelo de 4
factores y 10 estados emocionales, el porcentaje de varianza explicado
por cada uno de los factores en la solución rotada es bastante homo-
géneo, siendo del 15,7% para el factor de estatus, del 12,7% para
el de situación, del 10,3% para el de persona y del 10,3% para el de
poder. En esta misma tabla podemos vemos que el porcentaje total
de varianza explicada es de un 49,073%.

tabla 3.4. Índice de bienestar socioemocional (IBSE). Análisis de factor


común. Varianza explicada. Modelo de 4 factores y 10 variables.
ESS-2006
Sumas de las saturaciones Sumas de las saturaciones
Autovalores iniciales
al cuadrado de la extracción al cuadrado de la rotación
Factor
% % % % % %
Total Total Total
Varianza Acumulado Varianza Acumulado Varianza Acumulado
1 3,920 39,202 39,202 3,427 34,275 34,275 1,575 15,750 15,750
2 1,110 11,098 50,301 0,608 6,084 40,359 1,269 12,687 28,437
3 1,004 10,036 60,337 0,492 4,918 45,277 1,034 10,337 38,775
4 0,819 8,188 68,525 0,380 3,796 49,073 1,030 10,299 49,073
5 0,652 6,521 75,045

Método de extracción: Factorización del eje principal.


Método de rotación: Normalización Varimax con Kaiser.

Con el objeto de validar la consistencia interna del modelo de medi-


ción, se realizaron diversos análisis factoriales confirmatorios. Mu­chos
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 113

autores estiman que el AFC constituye la técnica más apropiada y


potente para confirmar modelos (Batista-Foguet et al., 2004; Cea
D’Ancona, 2002; Albright y Park, 2009; Bollen, 1989; Kline, 2011;
Arbuckle, 2010). En nuestro caso aplicamos el AFC a la solución de
4 factores y 10 variables, obteniendo estimaciones de los parámetros
estandarizados del modelo (Bericat, 2014b: 619). Además se aplica-
ron algunos de los test más ampliamente utilizados para valorar la
bondad de ajuste de los modelos. La tabla 3.5 incluye las estimacio-
nes del Root Mean Square Error of Approximation (RMSEA), el Incre­
mental Fit Index (IFI), el Tucker-Lewis index (TLI) y el Comparative
Fit Index (CFI), para cinco modelos distintos. Cuanto menor sea el
valor del índice RMSEA mejor ajusta el modelo, estimándose que va­
lores iguales o inferiores a 0,05 indican un buen ajuste del mismo.
En el caso de los índices IFI, TLI e CFI, la mayor parte de los autores
consideran que un valor por encima del 0,9 indica un buen ajuste
(Cea D’Ancona, 2002; Arbuckle, 2010), si bien algunos autores ele-
van la confianza del buen ajuste a valores superiores a 0.95 (Halleröd
y Seldén, 2012; Wu y Yao, 2007).

tabla 3.5. Índice de bienestar socioemocional (IBSE). Análisis factorial


confirmatorio. Bondad de ajuste del modelo. Diferentes modelos.
ESS-2006
Modelos RMSEA IFI TLI CFI
4 factores 10 variables (4f10v) 0,039 0,984 0,970 0,984
4 factores 9 variables (4f9v) 0,032 0,992 0,982 0,992
4 factores 8 variables (4f8v) 0,029 0,994 0,985 0,994
3 factores 8 variables (3f8v) 0,042 0,985 0,968 0,985
2 factores 8 variables (2f8v) 0,114 0,878 0,768 0,878

Según la información contenida en tabla 3.5, la propuesta teórica


inicial representada en la figura 3.3, con dos únicos factores, poder y es-
tatus, y cuatro estados emocionales vinculados a cada factor, no muestra
un buen ajuste (RMSA=0,114). El modelo de tres factores sí que mues-
tra un buen ajuste, pero cercano al límite máximo (RMSA=0,042). Por
último, los tres modelos de cuatro factores, compuestos por 8, 9 o 10
estados emocionales, ajustan muy bien. En suma, esta triple confirma-
ción contribuye a validar tanto la estructura afectiva de estados emocio-
nales, como las cuatro dimensiones del modelo de medición utilizado
para el índice de bienestar socioemocional (IBSE). Cualquiera de estos tres
114 Eduardo Bericat

modelos, el de 8, 9 o 10 variables, puede ser utilizado para estimar las


puntuaciones del IBSE.
Además de la validación interna del modelo llevada a cabo por la
aplicación del análisis factorial confirmatorio (Bericat, 2014b), diver-
sas investigaciones realizadas utilizando las puntuaciones del IBSE
han demostrado su validez externa (Bericat, 2014, 2015b). Los resul-
tados obtenidos en estas investigaciones se ajustaron a las hipótesis
previamente formuladas según los planteamientos teóricos aplicables
en cada caso.

3.4. INTERPRETACIÓN DEL MODELO ANALÍTICO: LAS CUATRO


DIMENSIONES DE LA FELICIDAD

El proceso de exploración, confirmación y validación empírica del


índice de bienestar socioemocional, que se ha realizado al analizar el
conjunto de ítems emocionales de la Encuesta Social Europea (ver ta-
blas 3.2 y 3.3), ha conducido al descubrimiento, inesperado e im-
previsto por la teoría elaborada previamente, aunque perfectamente
compatible con ella, de un nuevo modelo analítico de la felicidad com-
puesto por cuatro factores o dimensiones. Este modelo, representado
en la figura 3.4, muestra que el grado de bienestar socioemocional
experimentado por un individuo está condicionado fundamental-
mente por cuatro grandes factores. En primer lugar, por la cantidad
de estatus que disfrute en el contexto de sus redes e interacciones
sociales, es decir, según la concepción kemperiana del estatus, por
el grado de recompensas voluntarias que reciba de los demás en for-
ma de aprecio, cariño, amor, reconocimiento, respeto, prestigio, etc.
En segundo lugar, estará condicionado por el grado de poder social
que ostente, esto es, según la concepción weberiana del poder, por
la cantidad de recompensas que adquiera de los demás en función
de sus recursos y del grado de control que ejerza sobre las distintas
situaciones de vida. En tercer lugar, el grado de felicidad también
estará condicionado por la naturaleza de las situaciones de vida en
sí mismas, es decir, por los rasgos que caractericen objetivamente
estas situaciones. Y, en cuarto y último lugar, aunque no el menos
importante, la felicidad está condicionada por el factor personal, es
decir, por la fortaleza del yo, determinada en general por todas sus
capacidades personales, deriven de sus aptitudes, actitudes, valores,
experiencia pasada, sabiduría existencial, o de su resiliencia. Así, una
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 115

persona puede estar satisfecha de las condiciones objetivas de su si-


tuación de vida pero, al mismo tiempo, valorar negativamente su
propio yo. Una persona puede sentirse muy querida por los demás,
pero disponer de una muy reducida cantidad de recursos de poder, o
viceversa. Más allá de estos ejemplos elementales, las combinaciones
posibles son muy numerosas, determinando en cada caso estructuras
afectivas muy variadas y también muy diferentes grados de felicidad.
Siguiendo esta línea argumental, es importante señalar un hecho ob-
vio aunque habitualmente no reconocido, y es que un mismo nivel
de felicidad puede estar sustentado por una combinación diferente de
sus cuatro dimensiones básicas.

figura 3.4. Las 4 dimensiones de la felicidad. Dimensiones, estados emocionales


y tonos vitales del índice de bienestar socioemocional (IBSE)

BIENESTAR
SOCIOEMOCIONAL

ESTATUS SITUACIÓN PERSONA PODER

DEPRESIÓN DISFRUTE ORGULLO TRANQUILIDAD


SOLEDAD FELICIDAD OPTIMISMO ENERGÍA

ÁNIMO CONTENTO AUTOESTIMA CALMA

Estas cuatro dimensiones o factores son capaces de captar una


buena parte de las estructuras afectivas que pueden llegar a configurar
el buen ánimo o la felicidad de los seres humanos. Los individuos evalúan
cada una de estas cuatro dimensiones experimentando en cierto grado,
tal y como se indica en el esquema de la figura 3.4, distintos estados
emocionales. Así, los sentimientos de depresión y soledad están muy
vinculados al estatus del individuo; los de tranquilidad y energía emo-
cional a su poder; los sentimientos de felicidad y de disfrute de la vida
reflejan las condiciones objetivas de la situación; y el orgullo y el opti-
mismo son indicio y fundamento de la fortaleza y de las capacidades de
la persona. Finalmente, a cada dimensión corresponde un determinado
tono vital: a la cantidad de estatus, el estar animado o desaminado; a la
cantidad de recursos de poder, el estar tranquilo y en calma o, por el
116 Eduardo Bericat

contrario, ansioso o estresado; a las condiciones objetivamente favora-


bles o desfavorables de la situación, el estar contento o sentirse desa-
fortunado; y a la fortaleza y capacidades del yo, tener o no tener la
suficiente autoestima.
Ya hemos comentado anteriormente que las emociones, tal y como
pusiera de manifiesto Sigmund Freud al hablar de la ansiedad, cumplen
una función de señal, esto es, que indican algo al sujeto sentiente (Freud,
1948). Muchos sociólogos de las emociones, como por ejemplo Ho-
chschild (1999), Scheff (1999) y Bericat (2005), han puesto de mani-
fiesto la función de señal que cumplen algunas emociones. Desde esta
perspectiva puede afirmarse que «las emociones constituyen la manifesta­
ción corporal de la relevancia que para un individuo tiene algún hecho del
mundo natural o social». En su más sencilla expresión, este proceso im-
plica tres elementos: «(a) la valoración, (b) de un hecho del mundo,
(c) realizada por un organismo individual» (Bericat, 2012: 2). Nussbaum
(2008: 72) sostiene que «las emociones tiene que ver con todo lo que yo
valoro». Las emociones indican, tanto al sí mismo como a los demás,
cómo valora un individuo todo aquello que le afecta.
Las dimensiones del índice de bienestar socioemocional son indica-
tivas de cómo valora la persona su estatus social, su situación general
de vida, su propio «yo» y su poder social. Y todas estas valoraciones se
expresan en el bienestar subjetivo o emocional general, en el estado de
ánimo y en la felicidad. En este sentido, es preciso tener en cuenta que
el modelo de medición del IBSE incorpora a través de la estructura
afectiva mediante la que estima la puntuación de cada individuo en
particular, toda la complejidad implícita en la emocionalidad humana
(Bericat, 2016a). En suma, las cuatro dimensiones del modelo analíti-
co de la felicidad son las siguientes:

a) Estatus: los estados emocionales de tristeza, depresión y soledad


son los que en mayor medida saturan el factor estatus. Estos
estados ocupan la parte inferior derecha del mapa conceptual re-
presentado en la figura 3.2, indicando bajo nivel de energía vital
y de bienestar emocional. Si bien la depresión puede estar condi-
cionada por una persistente incapacidad y frustración del indivi-
duo debido a la falta de recursos de poder (Seligman, 1975), en
general está íntimamente vinculada con la ausencia del tipo de
gratificaciones características de la dimensión relacional del es-
tatus (Scheff, 1990). El respeto, el reconocimiento, el afecto o el
amor son gratificaciones que los otros ofrecen voluntariamente
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 117

al individuo (Kemper, 1978). La teoría sociológica de la vergüen­


za y del orgullo de Scheff da cuenta de la enorme relevancia que
tiene en nuestro bienestar emocional la cantidad y/o calidad de
nuestros vínculos sociales (Scheff, 1990).
b) Situación: los sentimientos de estar disfrutando de la vida y de
ser feliz son los que más pesan en la composición del segundo
factor, que indica la valoración emocional del individuo con
respecto a su situación general de vida. Los estudios empíricos
realizados mediante escalas de felicidad (Venhooven, 1984b)
o de satisfacción (Diener et al., 2012) muestran que estas apre-
ciaciones subjetivas están correlacionadas con las condiciones
objetivas y externas de la situación que viva el individuo en
cada momento. Dado que el sentimiento de felicidad está
relativamente más asociado a la dimensión de estatus, y el
de disfrute a la dimensión de poder, este factor puede inter-
pretarse como una evaluación global del contexto o situación
en la que vive el sujeto. El vínculo existente entre bienestar
subjetivo y nivel de energía, que caracteriza el concepto de
energía emocional de Collins, queda al menos parcialmente
corroborado por el peso que tiene en este factor el hecho de
sentirse lleno de energía o de vitalidad.
c) Persona: la autoestima y el optimismo acerca del propio futuro
constituyen los estados emocionales que saturan el tercer fac-
tor, denominado factor personal por cuanto mide el orgullo o
valoración que el individuo tiene acerca sí mismo. El bienestar
emocional de un individuo no está condicionado exclusiva-
mente por las condiciones objetivas de su situación de vida,
sino también por la valoración que el individuo hace de sí
mismo. Es necesario tener en cuenta que tanto la autoestima
como el optimismo constituyen un indicio emocional de los
recursos personales y psicológicos que el individuo dispone
para afrontar las situaciones de vida (Huppert, 2010; Stets,
2010; Tinkler y Hicks, 2011). La autoestima y el optimismo
son estados emocionales esencialmente diacrónicos, pues se
alimentan de los éxitos o fracasos que el sujeto haya ido expe-
rimentando en el pasado, y se proyectan hacia el futuro en la
forma de energía, confianza y determinación acumuladas. Por
este motivo, Kemper (2006: 101) sostiene que del optimismo
o pesimismo, y de la confianza o falta de confianza en sí mis-
mo, derivan las emociones anticipatorias.
118 Eduardo Bericat

d) Poder: en una propuesta previa a este modelo, el cuarto factor


está claramente saturado por dos estados emocionales: la preo-
cupación por las cosas malas que le están sucediendo al entre-
vistado, y el estrés provocado por la cantidad de cosas que tiene
que hacer. Tanto la preocupación como el estrés son indicio del
insuficiente control o dominio que tiene el individuo sobre su
situación general de vida o sobre algún aspecto importante de
la misma. La preocupación forma parte de la familia emocional
del miedo, siempre generado por la expectativa de que algo malo
o indeseable pueda sucederle con cierta probabilidad. El estrés
refleja la existencia de un elemento externo y ajeno que controla
la voluntad del individuo, control derivado de la inferioridad
de su posición en alguna cadena de mando. Estas emociones se
ubican en la parte inferior izquierda de la figura 1. En la ESS-
2006 no se incluyen estos estados emocionales negativos, pero sí
algunos positivos que también indican una valoración del indi-
viduo en términos de la suficiencia o insuficiencia de sus recur-
sos de poder. El hecho de despertarse con la sensación de haber
descansado durante la noche indica que las preocupaciones que
pueda tener el individuo no han sido capaces de alterar su sueño.
Asimismo, el hecho de vivir tranquilo y relajado indicaría que
sus obligaciones cotidianas no llegan a producirle estrés, y que sus
preocupaciones tampoco llegan a provocarle un elevado grado
de ansiedad. Estas emociones se ubican en la parte superior iz-
quierda de la figura 3.2, formando parte del factor poder, pues
también reflejan la valoración emocional que hace el individuo
del grado y modo en el que controla los diversos elementos pre-
sentes en sus situaciones de vida.

En conclusión, el modelo analítico mediante el que medimos el


bienestar emocional incluye las cuatro dimensiones o ámbitos de la feli-
cidad, es decir, el poder y el estatus, por un lado, y la situación objetiva
y la persona, por otro.

3.4.1. El índice de bienestar socioemocional (IBSE).


Consideraciones finales
Según el modelo de medición propuesto, la puntuación global del
IBSE se obtiene multiplicando por 100 la media aritmética no ponde-
rada de las puntuaciones de cada uno de los cuatro factores extraídos
La medición de la felicidad: el índice de bienestar socioemocional (IBSE) 119

en la solución rotada del análisis de factor común. Por simplicidad, se


ha decidido no ponderar los factores porque, según hemos visto en
la tabla 3.4, su porcentaje de varianza explicada es similar: estatus
(15,75%), situación (12,69%), persona (10,34%) y poder (10,30%).
El signo negativo de F1 y F3 sirve para orientar que el valor de los
cuatro factores se acumule en el mismo sentido, según contribuya a
aumentar o a disminuir la puntuación global de felicidad. La fórmula
de cálculo es la siguiente:
F F F F
IBSE

El índice proporciona, al igual que las clásicas escalas de Cantril, de


satisfacción y de felicidad (escalas CSF), una medición cuantitativa del
bienestar subjetivo. Sin embargo, el IBSE, a diferencia de estas escalas
univariables (Huppert et al., 2010: 13; Huppert y So, 2013; Michael-
son et al., 2009: 55), resulta de un modelo de medición mucho más
robusto y rico. En primer lugar, sus puntuaciones no derivan de una
escala categórica u ordinal con tan solo 5 o 10 niveles de felicidad, sino
que son puntuaciones cardinales en una escala continua que oscila en-
tre el «0», equivalente al cero absoluto de felicidad, y el «300», el máxi-
mo nivel de buen ánimo posible. Además, su estructura jerárquica (fi-
gura 3.4) permite desplegar un programa de análisis que combina tres
niveles de información diferentes pero complementarios: a) la puntua­
ción global del índice compuesto; b) las puntuaciones factoriales de cada
una de sus cuatro dimensiones; y c) la estructura afectiva de estados
emocionales concretos que sustentan un determinado grado de felici-
dad. La información ofrecida por las escalas CSF, como ya hemos seña-
lado, constituye una caja negra que impide al investigador profundizar
en el estudio del bienestar subjetivo, mientras que el modelo de medi-
ción del IBSE permite analizar tanto la combinación de dimensiones
que subyace a un determinado estado subjetivo de bienestar, como los
estados emocionales concretos que configuran su estructura afectiva.
Para facilitar la introducción de este modelo multidimensional de
medición de la felicidad en las encuestas sociales, superando así la prác-
tica tradicional de incluir tan solo la escala de felicidad o de satisfacción,
era absolutamente necesario crear un modelo con el menor número
de variables posible, es decir, un modelo que cumpliera el principio
científico de parsimonia. Por ello, usando tanto las preguntas como los
formatos de la Encuesta Social Europea, hemos propuesto finalmente
120 Eduardo Bericat

un modelo estándar de medición del bienestar subjetivo compuesto por


ocho, nueve o a lo sumo diez ítems emocionales. Creemos que el equi-
librio entre el coste de esta ampliación informativa y el beneficio que
puede obtenerse en el estudio social de la felicidad justifica sobrada-
mente el esfuerzo realizado.
El modelo analítico del IBSE permite desarrollar un programa de
investigación sobre el bienestar subjetivo de los seres humanos en el
contexto de sus muy diversas condiciones personales, sociales, econó-
micas, políticas y culturales. La actual incapacidad de las sociedades
para garantizar un incesante desarrollo material, así como un perma-
nente incremento del nivel de vida, hace que las ciencias sociales de-
ban asumir el reto de ampliar la frontera de nuestros conocimientos
sobre el bienestar subjetivo. En el contexto de unas sociedades hiper-
desarrolladas, posmodernas, consumistas, globalizadas y sometidas a
múltiples crisis e incertidumbres, los científicos sociales debemos ana-
lizar, con creatividad y rigor, cómo sienten los individuos, cómo per-
ciben y valoran subjetivamente su bienestar y cómo adaptan sus esta-
dos emocionales a los diversos contextos y circunstancias. Sobre todo,
debemos investigar cuáles son las dinámicas sociales y personales que
se establecen entre las condiciones objetivas y las vivencias subjetivas.
Señalaremos, por último, que uno de los primeros proyectos que
debería asumir este programa general de investigación sería el estudio
de la estratificación social del bienestar emocional. Collins (2004: 180-
183) apunta la idea de la desigual distribución de la energía emocio-
nal. Es evidente que no todos los miembros de una sociedad gozan del
mismo bienestar subjetivo, ni todos viven sus vidas experimentando
idénticos estados emocionales: unos disfrutan más que otros, unos
sufren más que otros. Richard Sennet y Jonathan Cobb (1972) reali-
zaron un excelente estudio sobre las vivencias emocionales de las per-
sonas de clase obrera. El título del libro es suficientemente expresivo
The Hidden Injuries of Class («La heridas ocultas de la clase obrera»).
En el seno de este programa de investigación también ha de abordarse
el necesario desarrollo de una sociología del sufrimiento (Plummer,
2012; Wilkinson, 2005). Sabemos que la gente sufre, pero debemos
estudiar quiénes y cuánto sufren, cómo y por qué sufren.
Este es el objetivo del presente libro, contribuir con los primeros
pasos hacia un nuevo desarrollo de la investigación social en el ámbito del
bienestar subjetivo. De ahí que, una vez confeccionado el índice de bienes­
tar socioemocional, iniciemos la senda en el siguiente capítulo analizando
la distribución social de la felicidad tanto en España como en Europa.
4. LA DESIGUALDAD DE INGRESOS Y DE FELICIDAD

Tras la abundante información empírica generada para componer


este capítulo subyace una cuestión económica, política y ética de
gran calado social. La pregunta a la que hacemos referencia podría
formularse del siguiente modo: ¿qué es más importante a la hora de
valorar la calidad de una sociedad, el grado de desigualdad económi-
ca o el grado de desigualdad de bienestar emocional? Hasta ahora la
realidad ha demostrado que el interés mediático, político y social
que suscita la desigualdad de patrimonio o de ingresos es incompa-
rablemente mayor al que suscitan las disparidades de bienestar emo-
cional que puedan existir entre los miembros de una determinada
sociedad. Digo bien «pueda existir» porque la ausencia de medicio-
nes hace imposible que conozcamos el grado de desigualdad en feli-
cidad. Desde hace décadas se miden los niveles de felicidad de los
diferentes países, pero tan solo unos pocos científicos sociales han
orientado sus esfuerzos a la medición de las disparidades sociales en
bienestar emocional. Desde luego, en ningún caso estas mediciones
han logrado llegar al público general a través de los medios de comu-
nicación.
Pero volvamos a la pregunta, ¿qué es más importante, medir la
desigualdad de los ingresos o de la felicidad? Nadie podrá negar la im-
portancia de que los recursos económicos de un país estén justamente
distribuidos. Entre otros motivos porque si bien parece que el dinero
no da la felicidad, en otro capítulo veremos que sin disponer de un
mínimo nivel de ingresos resulta mucho más difícil conseguirla. En
cualquier caso, lo que no se entiende es que destinemos tantos esfuer-
zos a medir la desigualdad económica, y tan pocos o nulos a medir la
desigualdad en felicidad. El hecho cierto es que unas personas viven
felices, alegres, contentas o satisfechas, y que otras experimentan cada
día sufrimiento, tristeza, dolor e infelicidad. Mientras que unos dis-
frutan placenteramente de la vida, otros reciben sistemáticamente los
crueles embates de la existencia. Mientras que a unos la vida les sonríe,
122 Eduardo Bericat

la vida parece reírse sarcásticamente de los otros. Y siendo esto así,


¿por qué no invertir en la medición de la infelicidad el mismo esfuer-
zo, dedicación y rigor que aplicamos a la medición de la pobreza?,
¿por qué no medir ambas, esto es, la distribución social de la riqueza
y de la felicidad, a la hora de evaluar tanto la calidad de las sociedades
como la calidad de vida de sus habitantes?
El presente capítulo constituye un claro esfuerzo en este sentido.
En el primer apartado mostramos cómo la modernidad evolucionó
coronando al dinero como único equivalente de valor general, despla-
zando de este puesto a la felicidad. En el segundo apartado mostramos
que las estimaciones del índice de bienestar socioemocional (IBSE) nos
ofrecen la posibilidad de analizar la distribución social de la felicidad.
En el tercero, se presenta una tipología social de la felicidad y de la
infelicidad basada en cinco tipos: felices, contentos, satisfechos, no satis­
fechos y no felices. Mediante esta tipología se muestra la desigualdad de
felicidad existente en España y en otros países europeos. En el cuarto
y último apartado, mediante el diseño y estimación de cuatro índices
de desigualdad de bienestar emocional análogos a los índices más uti-
lizados para medir la desigualdad económica, se contrasta la desigual-
dad de ingresos y de felicidad existente en España y en otros países
europeos. Estos cuatro índices son los siguientes: el índice Gini de feli­
cidad, el ratio quintil de felicidad (S80/S20), la tasa de riesgo de infelici­
dad y la tasa de privación emocional. La coherencia y consistencia de los
datos presentados revelan que resulta posible, plausible y necesario
realizar análisis complementarios y simultáneos de las desigualdades
de ingresos y de bienestar emocional.

4.1. MÁS ALLÁ DE LA MODERNIDAD: RIQUEZA VERSUS FELICIDAD

El utilitarismo del filántropo y político inglés Jeremías Bentham


(1748-1832) partía del mismo principio que muchos otros filósofos
iluministas: la máxima felicidad posible para el mayor número posi-
ble de personas. Francis Hutcheson (1694-1747), profesor de Filo-
sofía Moral de la Universidad de Glasgow, fue el primero en utilizar
esta fórmula, «la mayor felicidad del mayor número», que asimis-
mo inspiró la obra fundamental del penalista italiano César Beccaria
(1738-1794), De los delitos y de las penas, publicada en 1764. Pese al
reconocimiento explícito de la importancia de la política, el eudemo-
nismo y el hedonismo clásicos circunscribían la aspiración y el logro
La desigualdad de ingresos y de felicidad 123

de la felicidad al ámbito estrictamente individual. En este sentido,


los tratados de filosofía práctica sobre la felicidad, como las máximas
de Demócrito y de Epicuro, o la obra De consolatione philosophiae,
del filósofo romano Boeccio, comparten con la literatura psicotera-
peútica y de autoayuda, tan en boga en estos momentos de cultura
posmoderna, esta referencia individualista.
Sin embargo, el hedonismo característico de la Ilustración, que
inaugura el advenimiento de la modernidad, y que se plasma en el
utilitarismo radical de Bentham, contiene un ineludible componente
social. El bien, esto es, el aumento del placer y la evitación del dolor,
debe ser valorado en cualquier caso como bien común. El principio de
felicidad de esta filosofía utilitarista toma como referencia básica al in-
dividuo, pero es proyectado socialmente al tener en cuenta al conjunto
de la colectividad. El juicio ético que nos pueda merecer cualquier idea,
hecho u acción vendrá determinado por la cantidad total de placer o de
dolor que cause. Esta cantidad de felicidad, asociada con un determina-
do hecho social, sea una ideología, una medida política, una costum-
bre, ley, acontecimiento, persona u acción concretas, podría estimarse
sumando los incrementos y detrayendo los decrementos de felicidad
que experimenten por su causa todos y cada uno de los miembros de
una determinada sociedad o grupo social. El utilitarismo de Bentham
era racionalista y positivista, y estaba basado en el convencimiento de
que era posible aplicar el cálculo a los placeres, esto es, que el placer y
el dolor podían pesarse y medirse. Primero, porque, según él, todos los
placeres son cualitativamente similares y, por tanto, comparables. Tan
solo se distinguen por su intensidad, de ahí que sean cuantificables.
Segundo, porque los placeres y los dolores de todos los seres humanos,
independientemente de su clase y condición, son equivalentes y, por
tanto, conmensurables. Este principio democrático hace que los place-
res de un conjunto de individuos se puedan sumar y restar, es decir,
sean susceptibles de legítima agregación. Ahora bien, estas ideas han
sido bastante contestadas en la historia del pensamiento. Por ejemplo,
el filósofo utilitarista John Stuart Mill, hijo de James Mill, amigo y
discípulo de Bentham, no creía que todos los placeres fueran compara-
bles ni conmensurables. Ahondó en el problema de la diferente cuali-
dad tanto personal como moral de los placeres. De ahí su renombrada
comparación: «Es mejor ser un hombre insatisfecho que un cerdo satis-
fecho; es mejor ser Sócrates insatisfecho que un loco satisfecho».
El problema estriba en que el horizonte ético inaugurado en los
albores de la modernidad, la mayor felicidad para el mayor número,
124 Eduardo Bericat

fue progresivamente transmutándose y traduciéndose como la mayor


riqueza para el mayor número. El progreso de la humanidad se equi-
paró en exclusiva al grado de desarrollo material y el crecimiento eco-
nómico se convirtió en la medida de todas las cosas. Según demostró
Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, seres
humanos que amaban a Dios por encima de todo, acabaron adorando
al Becerro de Oro (Bericat, 2001a). La riqueza de las naciones, el suge-
rente título de la obra germinal de Adam Smith, publicada en 1776,
se impuso al de otra obra germinal escrita por el mismo autor, La
teoría de los sentimientos morales, publicada casi dos décadas antes, en
1759. Pasados los años, ya bien entrado el siglo XX, el economista
ruso-americano Simon Kuznets presentó, en 1934 ante el congreso
estadounidense, el producto interior bruto (PIB), esto es, el indicador
que desde hace ochenta años domina el horizonte axiológico de todas
las naciones del mundo. Desde el telos normativo dominante en la
época moderna, que ha trasmutado la felicidad en riqueza, el precio
total de la producción de bienes y servicios de demanda final se ha
convertido en el valor supremo, en el bien común por excelencia. La
felicidad, las alegrías y los sufrimientos, como señala Amartya Sen
(1980: 363), quedaron ocultos y subsumidos por la ciencia económi-
ca en un concepto mucho más neutro y técnicamente irreprochable,
como es el de «utilidad». En ningún caso la economía podía legitimar-
se en tanto ciencia sobre un cimiento tan subjetivo y lábil, tan huma-
no, como la realidad afectiva y emocional. Solo hacia el final de la
modernidad, con la emergencia en la década de los sesenta del pasado
siglo del movimiento de los indicadores sociales en Estados Unidos, la
hegemonía del PIB comenzó a ser puesta en cuestión. Más reciente-
mente, el movimiento conocido como Beyond GDP («Más allá del
PIB») ha retomado esa antorcha crítica, negando la incuestionada
identificación, vigente durante la modernidad, entre crecimiento eco-
nómico y progreso social.
Empero, todavía hoy, enfrentados a una brutal crisis económica,
la absoluta hegemonía moral de la riqueza se muestra en la relevancia
ética que adquiere la desigualdad económica en nuestras sociedades.
El impacto público de algunas obras así lo ponen de manifiesto. El
precio de la desigualdad, del premio Nobel de Economía Joseph E.
Stiglitz, el aún más reciente trabajo del economista francés Thomas
Piketty, El capital en el siglo XXI, o el opúsculo de Zygmunt Bauman
titulado ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?, serían algunas
de estas obras. Lo cierto es que si bien ya casi todo el mundo reconoce,
La desigualdad de ingresos y de felicidad 125

como el propio Stiglitz, «que el PIB per cápita —o incluso otros indi-
cadores de renta— no ofrece una medida adecuada del bienestar» (Sti-
glitz, 2014: 43; Stiglitz et al., 2009), la desigualdad de la riqueza y de
los ingresos sigue constituyendo el motivo más legítimo, el motivo
por antonomasia, en el que se sigue basando toda crítica y contesta-
ción social.
El despliegue de datos que sobre la desigualdad económica puede
hacerse con la información estadística actualmente disponible es im-
presionante.
Stiglitz o Bauman incluyen en sus libros algunos de ellos para
fundamentar sus tesis. Por ejemplo, nos informan de que en el año
2007, «el 0,1% más alto de las familias de Estados Unidos tenía unos
ingresos 220 veces mayores que la media del 90% inferior. La riqueza
estaba repartida de forma aún más desigual que los ingresos, ya que el
1% más rico poseía más de un tercio de la riqueza del país». Los ingre-
sos medios, después de impuestos, del 1% más alto eran 73 veces los
ingresos medios del 20% inferior (Stiglitz, 2014: 49-50). «En lo más
bajo del todo, para 2011, el número de familias estadounidenses en
situación de pobreza extrema —los que viven, al menos durante un
mes al año, con dos dólares al día por persona o menos— se había
duplicado respecto a 1996, hasta alcanzar 1,5 millones de familias»
(Stiglitz, 2014: 63). La Organización Internacional del Trabajo estima
que 3.000 millones de personas viven por debajo del umbral de po-
breza, establecido en 2 dólares al día» (Bauman, 2014: 19).
Ahora bien, la medición de la desigualdad económica mediante
este umbral de pobreza absoluta o extrema puede complementarse con
la cuantificación de las personas que están por debajo del umbral de
pobreza relativa, es decir, por debajo del 60% de la mediana de los
ingresos. Así, por ejemplo, sabemos que en 2006 uno de cada cinco
españoles (20,3%) vivía por debajo del umbral de la pobreza, es decir,
con unos ingresos inferiores al 60% de la mediana. En 2012 este por-
centaje ascendió al 22,2%. Incluso imputando el alquiler de la vivien-
da propia, la estimación realizada por el Instituto Nacional de Estadís-
tica para 2006 y 2012 es, respectivamente, del 16,0% y del 19,7%,
unas cifras muy elevadas. Según datos de Eurostat, el instituto estadís-
tico de la Unión Europea, el 10% de españoles con mayores ingresos
acapararon en 2006 un 23,7% del total de ingresos. En 2012 esta cifra
ascendió al 24,8%. Por el contrario, el 10% de los españoles con in-
gresos más bajos solo recibieron en 2006 un 2,4% del total, y en 2012
aún menos, un exiguo 1,5%.
126 Eduardo Bericat

También sabemos que, en 2006, el ingreso máximo del 10% de


españoles con menores ingresos (primer decil) fue de 4.873 euros anua-
les, y que el ingreso mínimo del 10% con mayores ingresos (décimo
decil) fue de 21.932 euros. Esto significa que los ingresos de los ricos
fueron al menos 4,5 veces superiores a los de los pobres. En 2012 sus
ingresos fueron, respectivamente, de 4.675 y de 25.385 euros, es decir,
que tras algunos años de crisis económica la desigualdad en España con-
tinuó su imparable incremento. En este último año los ingresos de los
ricos fueron al menos 5,4 veces superiores a los de los pobres. Conside-
rando ahora el 5% de los españoles con mayores ingresos, sus ingresos
fueron al menos de 26.825 euros en 2006 y de 31.800 euros en 2012.
Por el contrario, el 5% de españoles con menos renta ingresaron como
mucho en 2006 un total anual de 3.407 euros y de 2.629 euros, aún
menos, en 2012. Es decir, los primeros ingresaron al menos 7,9 veces
más que los segundos en 2006 y, al menos, 12,1 veces más en 2012.
En suma, datos como estos nos permiten ofrecer una imagen riguro-
sa, precisa y continua de la desigualdad económica existente en un país.
El problema estriba, sin embargo, en que la absoluta carencia de informa-
ción estadística al respecto imposibilita proporcionar datos y analizar del
mismo modo la desigualdad en bienestar emocional. Es decir, retomando
como referencia el anhelo original de la modernidad, no sabemos hasta
qué punto, trascurridos algo más de dos siglos, las sociedades modernas
han cumplido o no la promesa de lograr «la mayor felicidad para el mayor
número». En verdad, apenas sabemos nada de la desigualdad en bienestar
emocional. Las dos únicas encuestas europeas que aportan información
sobre estados emocionales son la Encuesta Social Europea (ESS) y la En­
cuesta Europea de Calidad de Vida (EQLS). La segunda se realiza cada
cinco años y la primera solo ha introducido el módulo emocional en las
oleadas de 2006 y 2012. Dado que hemos utilizado esta última para la
creación del índice de bienestar socioemocional (IBSE), haremos uso de esta
encuesta y de este instrumento de medida para ofrecer un análisis compa-
rado de la desigualdad de ingresos y de la desigualdad en felicidad existen-
te en veintinueve países europeos.

4.2. LA DISTRIBUCIÓN SOCIAL DEL BIENESTAR EMOCIONAL

Las puntuaciones estimadas para cada uno de los españoles mediante


el índice de bienestar socioemocional (IBSE) permite responder a la pre-
gunta de hasta qué punto se ha alcanzado en España la meta de la
La desigualdad de ingresos y de felicidad 127

mayor felicidad para el mayor número. En la figura 4.1 podemos ver


la distribución porcentual de las puntuaciones de bienestar emocional
obtenidas por los españoles en la Encuesta Social Europea de 2006, lo
que nos ofrece una imagen precisa tanto de sus grados de felicidad,
como de la desigualdad de bienestar emocional característica de la
sociedad española.

figura 4.1. Distribución del bienestar socioemocional en España (IBSE).


ESS-2006
100 300

75 275

50 250

25 225

0 200

-25 175
Grados Celsius (ºC)

Grados Kelvin (K)

-50 150

-75 125

-100 100

-125 75

-150 50

-175 25

-200 0

0 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Porcentaje población

En la escala izquierda del gráfico, que oscila de –200 a +100, se


indican las puntuaciones generadas por el análisis de factor común
128 Eduardo Bericat

(AFC). Dado que estas puntuaciones factoriales se han obtenido uti-


lizando como referencia la muestra general de Europa-201, un entre-
vistado con una puntuación de «0» significa que disfruta de un nivel
de bienestar emocional exactamente igual a la media europea. Si, en
función de lo que haya respondido al conjunto de estados emociona-
les incluidos en el índice, una persona obtiene una puntuación nega-
tiva, significará que su nivel de bienestar subjetivo es inferior a la me-
dia. Este bienestar será tanto peor cuanto menor sea su puntuación en
el índice de bienestar socioemocional (IBSE). A la inversa, los españoles
que hayan obtenido puntuaciones positivas tendrán un grado de con-
tento y felicidad más elevado, tanto más elevado cuanto mayor sea su
puntuación.
La escala derecha (grados Kelvin) de la figura 4.1 es una mera
transformación aritmética de la escala de la izquierda. Sus valores se
obtienen sencillamente sumando 200 puntos al valor de la escala iz-
quierda (grados Celsius). En esta escala, que va desde –200 hasta +100,
las personas más felices obtendrían una puntuación máxima de 100, que
coincide con la máxima temperatura que puede alcanzar el agua en es-
tado líquido. Celsius asignó el valor 100 al punto de ebullición de gua,
y por ello nos referimos a estas puntuaciones como grados Celsius de
felicidad. En el extremo opuesto, la puntuación mínima de felicidad
existente en toda la muestra europea llega hasta el –196,85, que puede
ser considerada como el punto cero de felicidad, es decir, como la situa-
ción de una persona hundida en la más profunda sima de la desespe-
ración y del malestar emocional. Tomando como referencia los grados
Celsius, la escala ideada por William Thomson, Lord Kelvin, tiene la
particularidad de medir la temperatura, llamada temperatura absoluta,
partiendo del cero absoluto, punto de menor energía térmica posible
de un sistema macroscópico, equivalente a –273,15 °C. Nosotros, to-
mando como modelo esta escala de la física, hemos trasformado la es-
cala izquierda en la derecha, obteniendo así un punto cero de felicidad.

1 
La estimación de las puntuaciones del IBSE se ha calculado en base a la muestra
de 2006 formada por 20 países europeos. Esta muestra, a la que nos referimos como
«Europa-20» o EUR-20, está compuesta por los siguientes países: Bélgica, Bulgaria,
Suiza, Chipre, Alemania, Dinamarca, Estonia, España, Finlandia, Francia, Reino
Unido, Hungría, Irlanda, Holanda, Noruega, Polonia, Portugal, Suecia, Eslovenia y
Eslovaquia. Ahora bien, una vez configurado el modelo en base a esta muestra, se han
obtenido puntuaciones para la muestra de países europeos de 2012. Ello permite ana-
lizar el cambio de niveles de felicidad entre ambos años manteniendo una referencia
o base comparativa constante.
La desigualdad de ingresos y de felicidad 129

Esta puntuación «0» en la escala Kelvin de bienestar socioemocional se


corresponde, en la terminología de Randall Collins, con la mínima
energía emocional que puede experimentar un ser humano o, a la in-
versa, con la máxima infelicidad. Trasformando de esta manera las
puntuaciones positivas y negativas ofrecidas por el análisis de factor
común en una escala positiva con punto de origen cero, se abre la po-
sibilidad de realizar algunos cálculos matemáticos necesarios para el
estudio de la desigualdad social de la felicidad. En cualquier caso, es
posible utilizar ambas escalas, pues son aritméticamente equivalentes.
La distribución de valores del IBSE representada en la figura 4.1
pone de manifiesto que el buen ánimo, el bienestar socioemocional o
la felicidad, al igual que sucede con la riqueza o con los ingresos, y
con otros muchos rasgos en los que se manifiesta la desigualdad so-
cial, están distribuidos muy desigualmente entre la población espa-
ñola. El bienestar emocional de algunas personas, por ejemplo de
aquellas que alcanzan puntuaciones próximas a +100 en la escala Cel­
sius de bienestar socioemocional, equivale como veremos a una conti-
nua y plena felicidad. En el extremo opuesto, sin embargo, encontra-
mos un significativo número de españoles que, con puntuaciones
Celsius inferiores a –100, viven sumidos en la desgracia, en la infelicidad
o en la depresión. Entre ambos extremos, todos los grados de feli-
cidad son posibles. En suma, en contra de la idea popular, sustentada
por el sentido común y por ciertas ideologías interesadas en subrayar
que todos los individuos, independientemente de su condición social,
pueden si se lo proponen ser o llegar a ser igualmente felices, estos datos
demuestran, fuera de toda duda, que la felicidad está muy desigual-
mente distribuida entre los españoles. Unas personas son extremada-
mente felices, pero otras están sistemáticamente excluidas de la felicidad.
En la misma figura 4.1 se ofrece el dato del porcentaje de españoles
que ha obtenido una determinada puntuación en la escala. Así pode-
mos observar que en las puntuaciones medias de la escala se concen-
tra la mayor parte de la población, aunque también vemos que la
proporción de personas con altos y con bajos niveles de felicidad es
considerable.
En suma, las puntuaciones globales del IBSE representadas en la
figura 4.1 ponen de manifiesto la gran desigualdad existente en
la distribución social del bienestar emocional de la sociedad española,
lo que nos enfrenta al ineludible reto de conocer y analizar con el
mayor detalle posible las lógicas, los mecanismos y los procesos me-
diante los que las sociedades española y europea crean y mantienen
130 Eduardo Bericat

este especialísimo y trascendental tipo de desigualdad. Es decir, nos


enfrenta a la necesidad de analizar y conocer en detalle la estratifica­
ción social de la felicidad. Ahora bien, antes de iniciar este camino,
comentaremos dos aspectos esenciales de la felicidad que se muestran
en la propia forma de la distribución representada en la figura 4.1.
El primero tiene que ver con el hecho de que la curva es asimétri-
ca. Mientras que la puntuación máxima que alcanza un español en la
escala Celsius es +96,7, la puntuación mínima desciende hasta –186,5.
Esto significa que se puede caer mucho más profundamente en la sima
del sufrimiento, la desgracia, la depresión y la infelicidad, que lo que
podemos ascender y permanecer en la cima de la alegría y la felicidad.
También significa que la mayor parte de los seres humanos, salvo
quienes no pueden evitar un desplome emocional de catastróficas
consecuencias, se las ingenia para encontrar, en cualquier circunstan-
cia y situación, siquiera alguna tenue luz de gratificación emocional
en sus vidas. Esta asimetría está implícita en la propia naturaleza del
ser humano. Basta con que un único aspecto de la vida le provoque a
una persona un intenso dolor, insatisfacción o tristeza, para que le sea
imposible sentirse plenamente contento y feliz. A la inversa, para que
un individuo pueda llegar a sentirse completamente infeliz y desgra-
ciado bastará con que una única espina sea capaz de causarle la sufi-
ciente insatisfacción, tristeza o dolor. Por otra parte, la asimetría tam-
bién afecta al componente expresivo de las emociones, pues la ingenua
manifestación pública de la felicidad provoca pudor y vergüenza. En
cierto modo, diríase que únicamente al bobo, o al enamorado, le asis-
te el derecho a declararse plena e inmutablemente feliz. La expresión
de la desgracia, sin embargo, está regida por reglas de pudor y ver-
güenza muy diferentes, ya que su expresión suele provocar una natural
empatía en nuestro interlocutor o público. El grado máximo de felici-
dad es por definición un objetivo inalcanzable para el ser humano,
ya que la imaginación recrea sin cesar mundos felices que compara
con la realidad, que sea cual sea es en alguna medida decepcionante.
La felicidad completa es un anhelo que solo raras veces sentimos haber
alcanzado, y siempre de un modo fugaz y provisional. Al contrario, las
causas de la desgracia son infinitas y cualquiera de ellas es capaz de
provocarnos una profunda y duradera infelicidad. La paradoja estriba
en que una boca sana no nos hace felices, pero un intenso dolor de
muelas nos puede sumir en el sufrimiento más insoportable.
En segundo lugar, la forma de la curva nos indica que la felicidad
se distribuye según una pauta normal, esto es, que la mayor parte de
La desigualdad de ingresos y de felicidad 131

la población se concentra en las puntuaciones centrales. Así, por ejem-


plo, el 73,3% de la población española tiene un grado de felicidad
ubicado entre las puntuaciones ±50, aunque son algo más quienes
superan la puntuación cero (41,3%), que quienes se encuentran por
debajo de esta puntuación (32,0%). Un 13,6% de la población espa-
ñola supera el +50 y un 13,1% está por debajo del –50.
Esta tendencia central se explica por la propia naturaleza de la fe-
licidad humana que, según Emilio Lledó, ha de ser entendida como el
estado de vigilia en el que se plantea la necesidad de una corresponden-
cia entre la posibilidad y la realidad. Por tanto, en la mayoría de las
personas imperan habitualmente estados anímicos moderados que van
con sus señales indicando y guiando al propio «yo» en el empeño de con-
seguir el mayor grado de correspondencia posible. La filosofía de la
felicidad del «yo activo» de Emile Durkheim, en la que basa su explica-
ción de los suicidios anómico y fatalista, está basada en tres elementos:
a) la voluntad, los deseos o las aspiraciones de los seres humanos; b) la
capacidad que tienen en un determinado contexto para realizarla, y
c) los logros efectivamente alcanzados. La felicidad, como ya indicara
Epicuro, y siglos más tarde Schopenhauer, no es una función de aque-
llo que se tiene, en términos absolutos, sino que depende de una ecua-
ción individual compuesta de aspiraciones y logros. La fortuna, nos
dice Schopenhauer, considerada en sí misma, está tan desprovista de
sentido como el numerador de una fracción sin denominador. En
suma, aspiraciones, medios y realizaciones efectivas constituyen el
triángulo de una teoría del logro, de la frustración y de la resignación
que, sin duda, contribuye a moderar tanto la felicidad como la desgra-
cia, tanto el sufrimiento como el placer (Bericat, 2001b: 93). Las teo­
rías del punto de referencia (set-point theories) fueron desarrolladas para
explicar el hecho de que el bienestar subjetivo de los individuos fluctúa
normalmente en torno a un nivel más o menos constante. Según esta
teoría, las variaciones en el grado de felicidad o infelicidad provocados
por cambios en las circunstancias vitales serán temporales, ya que el
individuo se irá adaptando con el tiempo a la nueva situación, retor-
nando finalmente al punto de referencia original (Anusic et al., 2014).
Es decir, los seres humanos nos adaptamos a las situaciones favorables
y a las desfavorables, lo que explicaría en parte el hecho de que los ni-
veles medios de felicidad afecten a la mayor parte de la población. Así
y todo, los datos nos demuestran que muchas personas viven con gra-
dos relativamente altos de felicidad, mientras que otras experimentan
en carne propia la desgracia y la infelicidad.
132 Eduardo Bericat

4.2.1. La cantidad total de felicidad


Dado que el IBSE proporciona una medición del grado de felicidad
de cada una de las personas, podemos proyectar socialmente estas
cantidades agregándolas para estimar la cantidad total de felicidad
de la que, en un momento dado, disfruta un determinado grupo,
colectivo, categoría social, comunidad o sociedad. Esta cantidad sería
simplemente la suma de la cantidad de felicidad que disfrutan los
individuos. Según la ecuación de la figura 4.2, la cantidad total de
felicidad de un agregado social es el sumatorio de la felicidad de todos
y cada uno de sus miembros. Ahora bien, la realización de estas esti-
maciones requiere utilizar una escala numérica que incluya un cero
absoluto, por lo que es necesario tomar como referencia los valores de
la escala Kelvin del IBSE, que van de «0» a «300» (ver figura 4.1). To-
mada esta única precaución, creemos que este nuevo concepto capta
perfectamente la fórmula utilitarista de la mayor felicidad para el
mayor número. El único modo de maximizar la cantidad total de fe-
licidad de una sociedad es incrementando la felicidad de la mayoría,
no solamente la de una minoría. Ante todo, dada la asimétrica dis-
tribución del bienestar emocional, habrá de tenerse en cuenta que el
incremento de la cantidad total de la felicidad es mucho más sensible
a la reducción de la infelicidad de aquellos que sufren, que al aumen-
to de la felicidad de las personas favorecidas, bien sea por la fortuna o
por su posición social. Esto es así por el principio de «utilidad decre-
ciente» de los bienes, ya que una misma unidad destinada a quien no
puede satisfacer sus necesidades básicas genera un incremento de la
felicidad mucho mayor que si la destinásemos a personas que tienen
bien colmadas todas sus necesidades.

figura 4.2. Cantidad total de felicidad


Cantidad total de felicidad

i=n

F= fi

i=1

Siendo F la cantidad total de felicidad de un


agregado social; f la felicidad de un individuo
expresada en la escala Kelvin; e i (1 … n) todos
los miembros de ese agregado
La desigualdad de ingresos y de felicidad 133

Considerando la cantidad total de felicidad existente en un país o en


cualquier otro agregado social, la desigualdad en bienestar emocio-
nal también puede medirse, al igual que se hace con el patrimonio o
con los ingresos, analizando la parte de la cantidad total de felicidad
disfrutada por cada uno de sus grupos sociales componentes. Así, por
ejemplo, basándonos en las estimaciones del IBSE, hemos calculado
que el 5% de las personas más felices en España acaparan el 7,2% de
toda la felicidad del país, mientras que el 5% menos feliz disfrutan tan
solo de un 2,1% de la felicidad total. También hemos estimado que el
1% más feliz de españoles es 6,3 veces más feliz que el 1% menos feliz.
Este último dato bastaría por sí mismo para demostrar que, en nuestra
sociedad, mientras que unas personas disfrutan y gozan de la vida, la
vida cotidiana de otras está plagada de sinsabores, sufrimientos y pe-
nas. Los primeros tienen una puntuación media en el IBSE de 296,7K,
muy próxima al valor máximo de 300 puntos, mientras que la media
de los segundos es de tan solo 47,2K, cercana al cero absoluto de feli-
cidad. Asimismo, en 2006 se observa que en España el 5% más feliz es
3,4 veces más feliz que el 5% menos feliz, siendo sus valores medios
de 281,9K y 83,9K, respectivamente. La abrumadora diferencia exis-
tente entre la felicidad de ambos es de casi 200 puntos, lo que sin
duda marca la diferencia entre el bienestar y malestar emocional.

4.3. TIPOLOGÍA SOCIAL DE LA FELICIDAD Y DE LA INFELICIDAD

El índice de bienestar socioemocional (IBSE) es, como hemos visto, una


variable cuantitativa continua que resume en un único valor o pun-
tuación global el estado general de bienestar o malestar que experi-
menta cada individuo. Ahora bien, como ya se ha dicho, la ventaja
de contar con un modelo de medición multidimensional que tiene en
cuenta para su cálculo la estructura afectiva de las personas es que la
medida permite su apertura y deconstrucción. Esta característica del
IBSE nos ha permito confeccionar una tipología de la felicidad te-
niendo en cuenta el contenido sustantivo de cada tipo, más allá de su
mera puntuación cuantitativa. Así, tras realizar una exploración de los
datos aplicando el análisis de conglomerados K-medias a la muestra de
los 20 países europeos, tanto en 2006 como en 2102, se ha optado por
un modelo que clasifica a las personas en cinco grandes tipos. Aten-
diendo a su grado de felicidad y de infelicidad, la tipología distingue
entre individuos felices, contentos, satisfechos, no satisfechos y no felices.
134 Eduardo Bericat

Estos cinco tipos, como puede verse en la figura 4.3, presentan unas
características de bienestar emocional muy distintas. La situación vital
de las personas felices, por ejemplo, con una media de 261,8 puntos de
IBSE, es radicalmente distinta a la de las personas infelices o no felices,
todas ellas con un grado de felicidad que no supera en ningún caso el
umbral de los 126 puntos.

figura 4.3. Tipología social de la felicidad

300

280 Feliz
(261,8)
260
(244)
240
Contento
(226,6)
220
(211)
200

Satisfecho
Grado de felicidad (ºK)

180 (189,8)
(164)
160
No satisfecho
140 (147,5)
(126)
120

100

80
No feliz
(96,1)
60

40

20

0
Porcentaje de población (EUR-20, 2006+2012)

Con el objeto de conocer la estructura afectiva característica de los


elementos de esta tipología, la tabla 4.1 incluye los estados emocionales
La desigualdad de ingresos y de felicidad 135

experimentados por los individuos que forman parte de cada tipo. Recor-
damos que las tres primeras emociones de la tabla pertenecen al factor
«estatus», las dos siguientes al de «situación», la sexta y la séptima al fac­
tor «persona» y las dos últimas al de «poder». Observando los porcentajes de
la tabla, el lector puede comprobar por sí mismo los estados emocionales
que caracterizan a las personas felices o infelices, a quienes están conten-
tos o insatisfechos con su vida o a aquellos que están simplemente satisfe-
chos. Por ejemplo, mientras que el 90,8% de los europeos felices respon-
dieron que ellos nunca o casi nunca se sentían tristes, prácticamente la
totalidad de las personas infelices experimentan la tristeza con mayor o
menor frecuencia. Dos de cada tres personas no felices (62,0%) se sienten
tristes la mayor parte, casi todo o todo el tiempo. De las diferencias entre
europeos felices y contentos se pueden destacar, entre otras, las que afec-
tan a los estados emocionales de felicidad y de disfrute de la vida. Entre
los felices, el 75,9% se sienten felices siempre y el 79,4% disfrutan conti-
nuamente de la vida. Entre los contentos, sin embargo, encontramos que
estos porcentajes descienden, respectivamente, al 26,6% y al 30,2%. El
tipo de los satisfechos ofrece una estructura de estados emocionales inter-
media, en la que no existen sufrimientos o penas, pero tampoco grandes
alegrías. Ahora bien, una vez que nos adentramos en el ámbito de las
personas insatisfechas con la vida, y más aún en el ámbito de la infelici-
dad, los estados emocionales más frecuentes comienzan a ser, sin nin-
gún género de dudas, extremadamente negativos. Entre los no felices, el
92,6% nunca, o solo en algún momento se siente rebosante de energía;
el 94,2% nunca, o solo en algún momento, se siente feliz; el 92,2%
nunca, o solo en algún momento, disfruta de la vida; el 93,3% nunca,
o solo en algún momento, está tranquilo y relajado; el 60,2% es más bien
pesimista o muy pesimista; el 62,1% está deprimido la mayor parte del
tiempo; el 62,0% está la mayor parte del tiempo triste; el 74,4% no se
siente bien consigo mismo; y el 43,4% se siente bastante solo la mayor
parte del tiempo, siempre o casi siempre.
Pese a que los datos de la tabla 4.1 muestran que la estructura
afectiva de estos cinco tipos es muy diferente, puede que sorprenda el
hecho de que ni siquiera los tipos extremos sean «químicamente pu-
ros». A este respecto, procede exponer con brevedad dos consideracio-
nes. Primero, recordar que el reconocimiento de la complejidad emo-
cional subyacente al bienestar subjetivo evidenció la necesidad de
utilizar un modelo multidimensional de la felicidad, de donde se deriva
que un mismo nivel de felicidad o de infelicidad puede deberse a una
combinación muy distinta de dimensiones y de estados emocionales.
136 Eduardo Bericat

Por ende, es lógico que los tipos contengan en su seno cierta diversi-
dad individual. Segundo, advertir que esta falta de pureza también es
atribuible al hecho de que el análisis de factor común no estima las
puntuaciones de la felicidad o infelicidad agregando mecánicamente
la respuesta dada por los entrevistados a cada una de las preguntas,
consideradas independientemente, sino teniendo en cuenta la combi-
nación de respuestas que cada entrevistado ofrece a todo el conjunto
de preguntas. En este sentido, los datos de la tabla 4.1. sirven para
ilustrar y comprender el contenido de cada uno de los tipos, pero no
reflejan fielmente el proceso multivariable y multidimensional me-
diante el que se estiman las puntuaciones del IBSE.

tabla 4.1. Estructura afectiva de los tipos de felicidad e infelicidad (%)


Tipología
No
Feliz Contento Satisfecho No feliz Total
satisfecho
Nunca / casi nunca 90,8 76,1 38,8 10,4 2,1 53,6
A veces 9,1 23,4 58,2 75,7 35,9 39,3
Triste La mayor parte 0,1 0,3 2,4 12,1 38,9 5,0
Siempre / casi
0,0 0,2 0,6 1,9 23,1 2,1
siempre

Nunca / casi nunca 94,8 83,1 48,0 14,9 2,7 60,0


A veces 5,0 16,1 48,3 67,4 35,3 32,1
Deprimido La mayor parte 0,1 0,5 2,9 14,7 39,6 5,6
Siempre / casi
0,1 0,3 0,8 3,0 22,5 2,3
siempre

Nunca / casi nunca 93,3 85,3 65,8 40,9 23,5 70,8


A veces 6,0 13,1 28,6 43,7 33,1 21,9
Solo La mayor parte 0,3 1,1 3,9 11,5 23,9 4,7
Siempre / casi
0,4 0,5 1,8 3,9 19,5 2,6
siempre

Nunca / casi nunca 0,2 0,8 2,3 8,7 36,4 4,6


A veces 0,7 5,9 30,7 67,0 57,8 24,0
Feliz La mayor parte 23,2 66,8 59,2 22,2 4,9 46,8
Siempre / casi
75,9 26,6 7,8 2,1 1,0 24,6
siempre

Nunca / casi nunca 0,2 0,6 3,9 11,9 40,8 5,7


A veces 1,0 8,4 32,9 63,9 51,4 24,7
Disfrutar de
la vida La mayor parte 19,4 60,8 53,4 21,7 6,3 42,5
Siempre / casi
79,4 30,2 9,8 2,5 1,4 27,1
siempre

La desigualdad de ingresos y de felicidad 137

tabla 4.1. Estructura afectiva de los tipos de felicidad e infelicidad (%) (cont.)
Tipología
No
Feliz Contento Satisfecho No feliz Total
satisfecho
Muy de acuerdo 46,4 15,5 7,7 3,7 2,8 16,2
Sentirse De acuerdo 50,9 75,8 68,4 46,4 22,8 61,7
bien consigo Ni / Ni 2,6 7,4 18,7 33,4 26,3 14,7
mismo En desacuerdo 0,1 1,1 4,8 14,6 37,8 6,3
Muy en desacuerdo 0,0 0,1 0,4 1,9 10,3 1,1

Muy de acuerdo 46,0 14,7 7,3 3,1 2,9 15,7


De acuerdo 48,6 68,5 54,3 29,7 14,4 51,9
Siempre
Ni / Ni 4,5 12,9 26,1 37,1 22,5 19,3
optimista
En desacuerdo 0,8 3,4 11,2 26,0 42,3 10,9
Muy en desacuerdo 0,2 0,4 1,0 4,1 17,9 2,2

Nunca / casi nunca 1,1 3,5 10,0 27,1 56,7 11,6


A veces 8,9 23,0 48,1 55,1 35,9 33,3
Rebosante
de energía La mayor parte 37,7 59,5 36,3 14,8 5,6 39,0
Siempre / casi
52,3 14,0 5,7 3,0 1,9 16,1
siempre

Nunca / casi nunca 0,4 2,1 6,6 18,9 49,0 8,5


A veces 4,7 15,0 44,8 65,3 44,3 30,9
Tranquilo y
relajado La mayor parte 36,7 67,7 44,3 14,3 5,7 43,8
Siempre / casi
58,3 15,2 4,4 1,5 1,1 16,8
siempre

Fuente: Encuesta Social Europea. Eur-20, 2006+2012.  

Conocer con cierto detalle las entrañas de esta tipología social de


la felicidad es importante porque constituye uno de los instrumentos
utilizados a lo largo del libro para analizar la desigualdad en felicidad.
La tipología tiene la ventaja de presentar una descripción mucho más
comprensible de la realidad afectiva, posibilitando tanto un mayor
grado de empatía con las situaciones analizadas, como una compren-
sión más intuitiva de la desigualdad emocional. La puntuación global
de IBSE constituye, sin duda, el principal instrumento de medida
utilizado en el análisis. Es el instrumento de medida que aporta mayor
precisión y rigor, si bien su interpretación intuitiva o de sentido co-
mún es algo menos sencilla. De ahí que convenga en este momento
retener algunos puntos de referencia cuantitativos para entender las
puntuaciones globales del índice. En primer lugar, es obvio que tanto
las «medias» como los «umbrales mínimos» de cada tipo incluidos en
138 Eduardo Bericat

los paréntesis de la figura 4.3 pueden servirnos de guía. Pero debemos


recordar que estas medias y umbrales están calculados sobre la escala
Kelvin del índice (de 0 a 300). En muchos otros análisis se utilizan
las puntuaciones de la escala Celsius (de –200 a +100), porque resulta
fácil recordar que las puntuaciones positivas indican niveles de felici-
dad superiores a la media, que es el «cero», y las negativas niveles por
debajo de la media. Todos los datos ofrecidos en el texto con esta es-
cala llevarán su correspondiente signo positivo o negativo. El «+100»
de la escala Celsius es el punto de ebullición o de máxima felicidad. En
la escala Kelvin el «0» no representa la media, sino el mínimo nivel de
energía emocional o grado absoluto de infelicidad.
Por último, ha de tenerse en cuenta que las puntuaciones ofreci-
das en los análisis de la estratificación social de la felicidad incluidos
en la segunda parte del libro, son medias aritméticas del bienestar
emocional experimentado por todos los miembros de una determina-
da categoría o grupo social. De ahí que, dada la diversidad de indivi-
duos que forman parte de cada categoría o grupo, pequeñas variaciones
en las puntuaciones medias del IBSE representen situaciones emocio-
nales bastante diferentes. En el caso de que la puntuación media de un
colectivo o categoría social se encuentre en torno o por debajo del
valor –40 en la escala Celsius, podremos asegurar sin temor a equivo-
carnos que su estructura afectiva está caracteriza por una enorme «in-
satisfacción» vital. Si la puntuación desciende por debajo del valor
–75, entonces sabremos que esta categoría o grupo social experimenta
un grado extremo de infelicidad. En suma, dado que son puntuacio-
nes medias, debemos evitar el error de valorarlas como si fueran pun-
tuaciones individuales.

4.3.1. Los excluidos de la felicidad


Respondamos, pues, a la pregunta más básica y fundamental: ¿en
qué medida la sociedad española, una sociedad económicamente de-
sarrollada, moderna, social y culturalmente avanzada, ha alcanzado
la meta fundacional de las sociedades modernas, esto es, consigue ga-
rantizar la mayor felicidad para el mayor número? ¿O, lo que es equi-
valente, cuántos españoles viven excluidos de la felicidad? La tabla
4.2 incluye resultados obtenidos al aplicar la tipología de la felicidad
a España y en Europa, tanto en 2006 como en 2012.
Según las estimaciones realizadas, puede afirmarse que en Espa-
ña, en 2012, existe un 9,0% de personas no felices, es decir, personas
La desigualdad de ingresos y de felicidad 139

sumidas la mayor parte de su tiempo en una vivencia emocional que,


sin duda alguna, puede calificarse de plena infelicidad. Teniendo en
cuenta su población total, esto significa que en España viven casi 4
millones de personas no felices que, como hemos visto, han de enfren-
tarse la mayor parte del tiempo a la tristeza y a la depresión, al pesimis-
mo y a la falta de vitalidad, a la inquietud emocional y a la ansiedad,
viviendo a duras penas sin gozar de la vida y sintiéndose muy poco
orgullosos de sí mismos. De acuerdo con estos datos, queda demostra-
do que el malestar emocional constituye uno de los grandes proble-
mas sociales del país y que, por tanto, resulta imprescindible diseñar
nuevas políticas, así como destinar más recursos para lograr cuanto
antes una sensible reducción del número de españoles que experi-
mentan cotidianamente la infelicidad. Si además tenemos en cuenta
que existe otro 16,4% de españoles no satisfechos con su vida, es decir,
más de seis millones de personas, llegamos a la dramática conclusión
de que un total de 10 millones de españoles, es decir, uno de cada
cuatro, viven excluidos de la felicidad. Por tanto, la respuesta a la pre-
gunta que hemos formulado al comienzo del capítulo es bastante
evidente: las sociedades modernas, y particularmente la española, es-
tán muy lejos de haber conseguido el objetivo de alcanzar la mayor
felicidad para el mayor número. Es cierto que una buena parte de la
sociedad española vive feliz (16,1%) o contenta (24,7%), pero no deja
de ser menos cierto que, excluyendo también a aquellas personas que
viven en un estado afectivo de mera satisfacción (33,8%), la felicidad
y el contento constituyen en nuestras sociedades más bien la excep-
ción que la regla.

tabla 4.2. Tipos de bienestar socioemocional. España y Europa, 2006 y 2012


(% población y población 2012)
Europa-20 España
Tipos
2006 2012 2006 2012 Población 2012
Felices 15,2 20,4 14,9 16,1 6.472.618
Contentos 30,4 30,9 30,0 24,7 9.930.042
Satisfechos 34,3 30,7 36,4 33,8 13.588.479
No satisfechos 12,9 11,5 11,9 16,4 6.593.226
No felices 7,2 6,5 6,8 9,0 3.618.233
Total* 100 100 100 100 40.202.598

* Población española de 15 y más años. Padrón continuo. 1 de enero 2012. INE.


Fuente: ESS 2006 y 2012.
140 Eduardo Bericat

En ningún caso debemos subestimar la gran relevancia de estos


simples datos, pues revelan una situación socioemocional de la que sin
duda se derivan infinidad de consecuencias, todas ellas trascendentales.
Muestran, por ejemplo, que la situación socioemocional de los
países evoluciona a tenor de sus avatares históricos y cambios en las
circunstancias políticas, económicas o morales que les afectan. Así,
informaciones incluidas en la tabla indican en qué medida se incre-
mentaron los niveles de infelicidad durante los años de la reciente
crisis económica. En España, el porcentaje de personas que viven si-
tuaciones de malestar emocional ha pasado del 18,7% en 2006, hasta
el 25,4% en 2012, lo que supone una elevadísima extensión del ma-
lestar emocional entre la población, equivalente a una tasa de incre-
mento del 35,8%.
El bienestar emocional que disfrutan los ciudadanos de un país
no es un hecho casual, sino que depende de muchos factores, así
como de los rasgos característicos de cada sociedad. Por ejemplo, es
sabido que los países hispanoamericanos tienen un relativamente ele-
vado grado de bienestar subjetivo, al menos cuando se mide con la
escala de Cantril (Helliwell et al., 2017), aunque este grado de bien-
estar no se corresponde con su nivel de desarrollo económico, políti-
co o social. En el caso de España los datos de la tabla 4.2 muestran
que en 2012 el porcentaje de personas felices o contentas (40,8%) es
mucho menor que en Europa (51,3%) mientras que, a la inversa, el
porcentaje de personas insatisfechas o infelices (25,4%) es bastante
mayor (18,0%). Frente al estereotipo de que en España se vive feliz y
contento, la realidad muestra que, al menos emocionalmente, los es-
pañoles siguen siendo distintos a los europeos (ver tabla 4.3). Descu-
brir los posibles factores que expliquen esta enorme distancia en
bienestar emocional queda lejos de los objetivos de este libro, pero es
obvio que existe mucho margen de mejora y que, por ende, deben
investigarse tanto la razones que puedan explicar el malestar relativo
de los españoles, como las políticas y cambios sociales que habrían de
implementarse para reducir la cantidad de personas excluidas de la
felicidad.
Las informaciones empíricas de las tablas 4.2 y 4.3 también nos
hacen reflexionar acerca de la contradicción y la paradoja implícitas
en el hecho de que en sociedades socialmente avanzadas, económi-
camente ricas y desarrolladas tecnológicamente, el malestar emocio-
nal esté tan extendido. Y no hablamos tan solo de España, pues tam-
bién en Europa la extensión de la felicidad y el contento están muy
La desigualdad de ingresos y de felicidad 141

contenidos, pues solo alcanza a la mitad de la población (51,3%). La


otra mitad de europeos parece estar muy lejos de vivir la vida con
buen ánimo, y esto explicaría, por ejemplo, el vertiginoso incremento
del consumo de fármacos antidepresivos durante las dos últimas dé-
cadas. En España, el consumo per cápita de antidepresivos entre
2007 y 2011 creció un 23%, duplicándose entre 2000 y 2011, hasta
alcanzar el nivel de 64 dosis por cada 1.000 personas y día. Países
europeos con un nivel elevado de bienestar emocional, como Suecia
o Dinamarca, tienen también elevados niveles de consumo de antide-
presivos, por encima de las 80 dosis por mil personas y día (OCDE,
2013). Desentenderse de las condiciones que generan malestar emo-
cional, medicalizando el problema de la felicidad, es como desenten-
derse de las condiciones que fomentan los comportamientos violentos,
invirtiendo exclusivamente en seguridad pública. Las informaciones
de la tabla no pueden decirnos, por sí mismas, cuál es el tipo de ma-
lestar que afecta a nuestra sociedad. No sabemos si se trata, como
propuso Sigmund Freud, de un malestar en la cultura, o de otros
muchos males, como el malestar en la soledad del jugador de bolos de
Robert Putnam, el individualismo de los hábitos del corazón analiza-
dos por Robert Bellah, el mundo desbocado de Anthony Giddens, la
ansiedad y el miedo que provoca la globalización, o el sinsentido de
un consumismo banal que nunca dejó de criticar el recientemente
fallecido Zygmunt Bauman. La realidad del malestar emocional en
las sociedades desarrolladas está ahí, nos queda la tarea de analizar y
comprender sus causas disponiendo de los datos necesarios para po-
der ir más allá del planteamiento de hipótesis llegando a su corrobo-
ración científca.
Los seres humanos tienden a creer en la existencia de una única
causa del mal pero, por muy seductora que nos resulte la idea, lo
cierto es que la investigación empírica demuestra que los malestares
emocionales son tan diversos como variadas son las causas de la infe-
licidad. Es cierto que todas ellas pueden ser traducidas a un lenguaje
personal, ya que la infelicidad afecta y atenta directamente contra el
yo. Está demostrado que, en efecto, las capacidades personales y los
rasgos de personalidad explican en buena medida el grado de felici-
dad de los individuos. Sin embargo, nuestra perspectiva social no se
identifica con esa concepción individualista y psicoterapéutica que
trata de convencernos de que si las personas se lo proponen pueden
alcanzar la felicidad. Creemos que hay problemas sociales reales que
provocan infelicidad, y creemos que la voluntad individual tiene sus
142 Eduardo Bericat

límites, pues aunque sin duda los individuos son agentes activos con
una amplia capacidad de acción, la voluntad y la fortaleza del yo se
topa muchas veces con obstáculos insalvables que exceden en mucho
sus propias capacidades y fuerzas. Potenciar la fortaleza del yo para
enfrentarse a las duras condiciones de la vida es un objetivo muy de-
seable, pero creer que las personas pueden resolver por sí mismas sus
problemas, esto es, creer que la felicidad está siempre al alcance de su
mano, constituye un discurso social peligroso de dudosa verosimili-
tud e intencionalidad que responsabiliza al individuo de todos sus
males, aportándole de este modo una fuente continua y añadida de
ansiedad y de malestar emocional. Abogamos por un tratamiento de la
felicidad que focalice sus análisis en la multitud de problemas socia-
les que causan infelicidad, así como por el diseño de políticas sociales
orientadas a la mejora del bienestar emocional de las personas (Beri-
cat, 2016c).
Las implicaciones sociales, políticas, económicas, culturales y éti-
cas del bienestar y del malestar emocional son innumerables, y todas
ellas muy relevantes. Hemos comenzado tratando de ofrecer una me-
dición lo más rigurosa posible de una realidad humana trascendental.
A partir de aquí se abre un amplio horizonte de reflexión y análisis que
deberá ir desplegándose cuidadosamente acorde con la paradójica na-
turaleza de la felicidad y de la infelicidad.

4.3.2. La felicidad e infelicidad en España y en Europa


Veremos ahora la tipología de la felicidad e infelicidad, así como las
puntuaciones del índice de bienestar socioemocional, para un conjun-
to de 29 países europeos. La tabla 4.3 contiene la información de
estos países, ordenados de menor a mayor grado de felicidad, según
el IBSE de 2012. Esta tabla nos ofrece al mismo tiempo una ima-
gen panorámica de la desigualdad existente «entre» los diversos países
europeos (desigualdad intergrupo), como de la existente «dentro» de
cada uno de ellos (desigualdad intragrupo).
Observando en vertical la información de sus dos columnas de
la derecha, comprobaremos que la felicidad está muy desigualmente
distribuida entre los diferentes países europeos. Prueba de ello es el
gran contraste existente entre el número de excluidos de la felicidad
(no satisfechos + no felices) en Hungría, Lituania o Bulgaria, que
supera el 30%, y en Suiza, Noruega o Dinamarca, que en ningún
caso llega al 10%. Estos datos demuestran la dramática fractura
La desigualdad de ingresos y de felicidad 143

emocional existente en Europa y, por ende, ponen en evidencia sin


ningún género de dudas el problema de fondo de su cohesión social.
En suma, Europa está muy lejos de constituir una unidad emocional,
lo que dificulta con problemáticas a veces irresolubles tanto la toma de
decisiones políticas como la dinámica de su integración social. ¿Se
puede construir una Europa unida sin una mínima cohesión socioe-
mocional entre los distintos países? Esta fractura socioemocional se
manifiesta también en las puntuaciones globales del IBSE, expresadas
en la escala Celsius. Pero, como ya hemos advertido, a la hora de valo-
rar estos datos hemos de tener en cuenta que variaciones relativamen-
te pequeñas en el IBSE reflejan situaciones de bienestar emocional
bastante diferentes. Esto puede comprobarse comparando las puntua-
ciones globales de varios países con sus respectivos porcentajes de ti-
pos de felicidad. Por ejemplo, la diferencia entre el valor mínimo
(–19,6) y el máximo (+21,9) parece pequeña, tan solo de 41,5 puntos.
Sin embargo, observando las tipologías de la felicidad e infelicidad de
Hungría y de Dinamarca se advierte perfectamente el contraste. La
distancia entre sus estructuras afectivas de la felicidad es sencillamente
abismal. Desconozco hasta qué punto las autoridades europeas son
plenamente conscientes de esta situación.

tabla 4.3. Felicidad e infelicidad en Europa. IBSE 2012


Tipología No
satisfecho
No + IBSE
Feliz Contento Satisfecho No feliz
satisfecho No feliz (ºC)
(%) (%) (%) (%)
(%) (%)
Hungría 9,3 20,4 36,1 19,6 14,6 34,2 –19,6
Albania 7,6 21,1 47,5 14,8 9,0 23,8 –13,4
Lituania 8,3 21,9 39,4 23,0 7,4 30,4 –13,4
Bulgaria 17,1 22,7 29,7 16,2 14,4 30,6 –10,4
Italia 13,7 25,5 37,0 14,6 9,2 23,7 –7,1
España 16,1 24,7 33,8 16,4 9,0 25,4 –5,8
Fed. Rusa 10,0 29,3 37,0 16,6 7,1 23,7 –5,6
Ucrania 15,0 25,2 34,8 17,0 8,0 25,0 –5,0
Portugal 18,8 22,7 32,7 15,9 9,9 25,8 –4,6
Kosovo 13,3 29,0 35,1 17,8 4,8 22,6 –2,2
Estonia 14,8 29,1 35,0 13,9 7,3 21,2 –1,1
Rep. Checa 19,5 26,8 30,1 14,4 9,3 23,6 –1,0
Francia 18,5 26,5 34,6 13,2 7,2 20,4 +1,2

144 Eduardo Bericat

tabla 4.3. Felicidad e infelicidad en Europa. IBSE 2012 (cont.)


Tipología No
satisfecho
No + IBSE
Feliz Contento Satisfecho No feliz
satisfecho No feliz (ºC)
(%) (%) (%) (%)
(%) (%)
Eslovaquia 17,8 28,5 34,6 14,5 4,7 19,1 +2,8
Polonia 21,4 28,7 29,0 12,9 8,1 20,9 +2,9
Bélgica 16,9 33,3 32,7 11,2 5,9 17,1 +3,6
Reino Unido 18,4 32,3 31,5 11,7 6,1 17,8 +4,8
Israel 21,5 27,1 33,7 11,8 5,9 17,7 +5,8
Chipre 27,4 24,6 28,2 11,5 8,4 19,9 +5,9
Austria* 20,5 29,6 35,1 10,9 3,9 14,8 +7,6
Finlandia 20,1 39,7 29,5 7,6 3,0 10,7 +13,5
Alemania 23,3 37,2 27,9 7,4 4,3 11,6 +13,6
Holanda 26,5 34,4 26,5 8,4 4,2 12,6 +14,4
Irlanda 28,9 32,7 24,8 9,4 4,2 13,6 +16,7
Islandia 26,5 36,5 25,9 7,7 3,4 11,1 +17,1
Suecia 27,3 33,6 27,9 7,8 3,4 11,2 +17,2
Suiza 27,4 37,0 26,7 6,6 2,2 8,8 +18,9
Eslovenia 27,0 39,6 23,1 7,0 3,3 10,3 +20,1
Noruega 26,9 39,8 25,2 5,4 2,6 8,0 +20,4
Dinamarca 32,5 34,4 23,5 6,3 3,3 9,6 +21,9

* 2006.
Fuente: Encuesta Social Europea, 2012.

Observando ahora la información que contiene cada una de las


filas de la tabla 4.3, podemos comprobar el grado de desigualdad
existente «dentro» de cada uno de los países europeos. Dada la can-
tidad de datos y las potenciales utilizaciones de los mismos, omiti-
mos cualquier comentario al respecto, dejando la tarea a la mera
curiosidad o al interés particular que esta información suscite en el
lector. Finalizaremos comentando únicamente el posicionamiento
en felicidad de España en el contexto del conjunto de países eu­
ropeos. Nuestro país ocupa, con una puntuación del IBSE de –5,8,
el puesto número 25 en el ranking de felicidad de los 29 países europeos
que participaron en la oleada del año 2012 de la Encuesta Social
Europea. Creemos que el dato es suficientemente significativo, por
lo que no requiere comentario alguno. Según ya hemos visto, esta
tipología nos aporta otra característica fundamental de nuestra so-
ciedad, el hecho de que uno de cada cuatro españoles está excluido de
la felicidad.
La desigualdad de ingresos y de felicidad 145

4.4. LA DESIGUALDAD DE INGRESOS Y DE BIENESTAR


EMOCIONAL EN ESPAÑA Y EN EUROPA

Hemos aludido anteriormente a la abrumadora cantidad de indicado-


res de desigualdad económica que todos los institutos oficiales de es-
tadística producen mes a mes, trimestre a trimestre, año a año. Asimis-
mo, podríamos referirnos a los innumerables centros de investigación
que analizan estas informaciones, al elevado número de académi­cos que
publican extensos volúmenes sobre la materia, a la cantidad de ocasio-
nes en que los medios de comunicación de masas difunden noticias al
respecto, a las organizaciones de la sociedad civil preocupadas por el
fenómeno, o al hecho de que los sindicatos de trabajadores y partidos
políticos monitoricen la desigualdad económica como estrategia clave
de su discurso y acción políticas. Sin embargo, nada parecido a esto
sucede con el bienestar emocional o con la felicidad. De existir, su
impacto social y público queda circunscrito, como mucho, al ámbito
de lo patológico y de la salud mental o, en todo caso, al ámbito de la
charlatanería orientada hacia la venta de todo tipo de pociones mági-
cas, dietas milagrosas y fórmulas terapéuticas individuales para alcan-
zar con un pequeño esfuerzo la ansiada felicidad. Mientras que en el
tratamiento de la desigualdad económica se proyecta un discurso so-
cial, que excluye cualquier responsabilidad individual, en el de la desi­
gualdad en felicidad sucede precisamente todo lo contrario, pues el
discurso individualista que excluye toda responsabilidad social es el pa-
radigma dominante en nuestra cultura. Este hecho nos hace sospechar
que la demanda de mayor felicidad para el mayor número constituye
hoy una reivindicación social mucho más radical, cuya atención re-
queriría profundas transformaciones sociales.
La relevancia social atribuida a la riqueza, incomparablemente
mayor que la atribuida a la felicidad, podría llevarnos a pensar que la
desigualdad de ingresos es más relevante que la de bienestar emocio-
nal. Ahora bien, al igual que muchos otros autores (Veenhoven, 2005;
Helliwell et al., 2016: 4; van Praag, 2010: 4; Yang et al., 2015: 22),
nosotros tampoco compartimos esa opinión. En esta cuestión, el ar-
gumento crucial a tener en cuenta es que en la felicidad de las perso-
nas influye un conjunto de factores mucho más amplio que el que
determina su nivel de ingresos. Sin duda, la riqueza se encuentra en­
tre los principales factores que condicionan nuestra felicidad, pero el
bienestar emocional también depende de muchos otros factores, como
son la cantidad y calidad de nuestras relaciones sociales, el sentido de
146 Eduardo Bericat

la vida, el comportamiento ético y moral, el estado de salud, el grado


de libertad política, la seguridad pública, la confianza social, etc. Es
cierto que el PIB constituye un metaindicador que nos dice mucho
del estado del país, y que midiendo el nivel de renta de un hogar dis-
pondremos de indicios sobre otros muchos aspectos de la vida, pero
este razonamiento no invalida nuestro argumento fundamental; a sa-
ber, que los indicadores del nivel de felicidad y de la desigualdad en
felicidad son mucho más comprensivos, esto es, que recogen un rango
de información mucho más amplio que los de la riqueza y la desigual-
dad económica. Además, aunque el dinero y la felicidad estén correla-
cionados, es evidente que su correlación no es total, lo que demuestra
que son dos realidades distintas, aunque complementarias. Por ello,
mantenemos la tesis de que el análisis del bienestar y del desarrollo
social requiere medir, analizar e interpretar ambos fenómenos, esto es,
tanto la riqueza como la felicidad, simultánea y complementariamen-
te. Este es el motivo por el que nuestras instituciones deben producir
la información empírica necesaria para contar con indicadores análo-
gos en ambos ámbitos de la realidad.
En el tratamiento de este asunto normalmente se presupone que
el dinero y la felicidad son fenómenos antagónicos y que, siguiendo
una lógica disyuntiva, hemos de optar necesariamente por el análisis
social de uno u otro. Además, muchos autores piensan, tanto por razo-
nes metodológicas como sustantivas, que los indicadores económicos
en sentido estricto no pueden ser aplicados a la felicidad. Sin duda,
estos autores tienen razones para pensar así, pero nosotros creemos
que, aun siendo muy conscientes de las diferencias entre la riqueza y la
felicidad, sus indudables similitudes permiten hacer un tratamiento
paralelo de ambos fenómenos. Estamos convencidos de que el análisis
social ganará en precisión, riqueza, hondura y humanidad si llegamos
a tener los instrumentos necesarios para reflexionar sobre las sociedades
y las personas, estableciendo un adecuado diálogo entre riqueza y feli-
cidad. Conseguir este diálogo es un reto fundamental para el futuro,
por lo que hemos decidido, pese a los posibles riesgos que entraña la
tarea, crear cuatro indicadores de desigualdad emocional homólogos a
otros tantos que miden la desigualdad económica, y que se encuentran
entre los más importantes, reconocidos y utilizados. Estos indicadores
creados para poder analizar simultáneamente la desigualdad de ingre-
sos y de bienestar emocional son los siguientes: el índice Gini de felici­
dad, la tasa de riesgo de infelicidad, el ratio quintil de felicidad o ratio
S80/S20 y la tasa de privación emocional. Hasta donde alcanza mi
La desigualdad de ingresos y de felicidad 147

conocimiento de la literatura, la ciencia social nunca antes había reali-


zado este tipo de estimaciones, por lo que se trata de una propuesta
realmente novedosa. El diseño del índice de bienestar socioemocional
(IBSE) ha permitido que diéramos un nuevo paso en esta dirección.

4.4.1. Diferencias y similitudes entre el dinero y la felicidad


Antes de ofrecer los datos comparados de los indicadores de ingresos
y de bienestar emocional conviene reflexionar sobre las diferencias y
similitudes, tanto metodológicas como sustantivas, existentes entre el
dinero y la felicidad. La reflexión, además de necesaria, tiene sumo
interés porque puede estimular el debate social acerca de su relativa
importancia, así como contribuir a una adecuada interpretación de
ambos tipos de indicadores. A continuación vertimos algunos breves
comentarios acerca de algunas de sus diferencias y similitudes.
Una diferencia sustantiva importante entre el dinero y la felicidad
es que se puede transferir dinero de una persona a otra, mientras que
la felicidad en sí misma es intransferible. El dinero, en cuanto equiva-
lente general de intercambio aplicable a una ingente cantidad de bie-
nes, puede cambiar de manos, pero la felicidad, una experiencia sub-
jetiva que tiene fundamentalmente valor de uso pertenece en exclusiva
al ámbito privado, personal y subjetivo del individuo. Al no ser trasferi-
ble, la felicidad, a diferencia del dinero, tampoco es apropiable, es
decir, la felicidad es inenajenable. Sartre decía que el infierno son los
otros, pues cierto es que si se lo proponen los demás pueden hacerte
muy infeliz. Ahora bien, en ningún caso podrán apropiarse ni siquiera
de una brizna de tu felicidad. Por otra parte, la objetividad social del
dinero hace posible acumular en el tiempo los ingresos para convertir-
los en riqueza. Pero la felicidad no es acumulable, se disfruta y se con-
sume a cada instante. De la cantidad de dinero que una persona dis-
ponga al día, puede decidir gastar una parte y ahorrar la otra. Pero no
podemos guardar o ahorrar el bienestar emocional del presente para
disfrutarlo en el futro. Por este motivo, los paralelismos que establez-
camos entre la desigualdad de riqueza y de felicidad deben ceñirse en
exclusiva a comparar los ingresos con el bienestar emocional y, especí-
ficamente, los ingresos consumidos en un momento del tiempo, ya
que estos, salvando el placer que genere el propio ahorro, son los úni-
cos que producen «utilidad», es decir, unas determinadas alegrías o
penas. Según esto, comparar las desigualdades de felicidad con las de
patrimonio o propiedad del capital carecería de sentido.
148 Eduardo Bericat

Por otro lado, hemos de pensar que estas diferencias entre el di-
nero y la felicidad, aunque trascendentales, no son absolutas. Así, por
ejemplo, es cierto que la felicidad no es individualmente trasferible,
pero sí que es socialmente transferible. Conociendo los factores que
producen felicidad, podemos usar la distribución social de los recursos
para modificar la distribución social la felicidad. Un plan nacional
contra la pobreza energética evita el sufrimiento causado por el frío y,
por tanto, elevará el nivel de bienestar emocional y de felicidad de
muchas personas que sufran por esta causa. La educación gratuita y
universal iguala el estatus social de las personas y, evitando la discrimi-
nación, reduce la infelicidad causada por el trato irrespetuoso que sue-
le darse a las personas de las clases sociales desfavorecidas. Esto es, en
contra del discurso dominante, sostenemos que la felicidad es social-
mente transferible. También hemos afirmado antes que la felicidad no
es acumulable, aunque a veces la privación de satisfacciones inmedia-
tas (ahorro de felicidad) nos puede procurar prolongadas satisfaccio-
nes futuras. De ahí que los filósofos griegos insistieran en la importan-
cia de la virtud de la prudencia a la hora de configurar una ética de la
felicidad. La idea de jugar con la felicidad y el tiempo es evidente en
este refrán chino: «si quieres ser feliz por un día, emborráchate; si quie-
re ser feliz por un año, cásate; si quiere ser feliz toda la vida, trabaja un
huerto».
La diferencia fundamental entre el dinero y la felicidad es que el
dinero constituye un medio, mientras que la felicidad es un fin, el bien
supremo de entre todos los que se pueden conseguir, en opinión de
Aristóteles. Aunque ni siquiera esta diferencia es del todo clara, pues
son tantas las cosas que se pueden comprar con dinero, tantas las cosas
que procuran felicidad, que en muchas ocasiones el ser humano co-
mienza amando algún Dios pero, como apuntó Weber, termina ado-
rando al Becerro de Oro. O como diría Bauman, la felicidad en una
sociedad de consumo siempre pasa por el supermercado. En efecto,
queremos el dinero por la «utilidad» que nos reportan las cosas que
podemos adquirir con él, y por este motivo es importante saber cómo
están distribuidos los recursos económicos en nuestra sociedad. Pero
si el bien último o supremo es la felicidad, por qué no medir directa-
mente cómo se distribuye en nuestras sociedades el bienestar emocio-
nal. ¿Acaso es menos relevante conocer cómo se distribuye la felicidad
que el dinero? En todo caso, ¿por qué no conocer simultánea y com­
plementariamente las dos, esto es, la desigualdad de los ingresos y la
del bienestar emocional?
La desigualdad de ingresos y de felicidad 149

Aun aceptando que este objetivo sería muy deseable, algunos aca-
démicos creen que, por razones metodológicas, no se pueden crear
idénticos indicadores de desigualdad de ingresos y de bienestar emo-
cional. Por ejemplo, se alega que la variable de cálculo no debería te-
ner límite superior, como sucede en el caso de los ingresos, pero no en
el caso de la felicidad. Aunque pensamos que la objeción es razonable,
esta crítica se dirige más bien a las escalas de Cantril, de satisfacción o de
felicidad, que tienen un rango muy corto que va desde el 0 al 10. En
cualquier caso, es lógico que el grado de bienestar emocional tenga un
límite superior. Esto es así porque la felicidad humana nunca podrá
ser infinita. Ya hemos comentado que solo los bobos, quienes están
locamente enamorados, o los «cerdos», según John Stuart Mill, es de-
cir, alguien sobre o infrahumano puede ser infinitamente feliz. Por
otra parte, está objeción metodológica no está del todo justificada,
pues aunque los ingresos que consuma una persona puedan ser teóri-
camente infinitos, en la práctica también cuentan con un límite supe-
rior. Además, debemos considerar, primero, que el rango del IBSE es
bastante más amplio que el de las escalas CSF, pues oscila entre «0» y
«300» y, segundo, que el índice mide la cantidad de felicidad instante
a instante, por lo que su agregación asciende considerablemente el
valor total. Otra de las objeciones metodológicas que aducen los críti-
cos apunta al hecho de que las medidas de bienestar subjetivo son ca-
tegóricas u ordinales, pero en ningún caso cardinales. De nuevo, dire-
mos que este argumento se aplica más a las escalas CSF, que son de
naturaleza categórica u ordinal, que a las puntuaciones cardinales que
ofrece el IBSE.
Ruut Veenhoven (1990, 2005, 2010; Veenhoven y Kalmijn, 2005;
Kalmijn y Veenhoven, 2005) ha sido un pionero en el estudio social
de la desigualdad en felicidad. Aunque muy lentamente, a partir de
sus primeros análisis otros investigadores han seguido sus pasos (van
Praag, 2010; Beccheti et al., 2010, 2013; Gandelman y Porzecanski,
2013; Yang et al., 2015; Helliwell, 2016b). Los cuatro indicadores
que presentamos ahora pretenden ser una contribución a esta línea de
trabajo, sin duda mucho menos desarrollada que la investigación de los
niveles de felicidad.
Los dos primeros índices que presentamos a continuación miden
la distribución social de la cantidad de felicidad, el tercero es un indica-
dor de infelicidad relativa, mientras que el cuarto mide la infelicidad
absoluta. Todos ellos han sido calculados con la puntuación general
del índice de bienestar socioemocional (IBSE).
150 Eduardo Bericat

4.4.2. Índice Gini de ingresos (IGI) e índice Gini de felicidad (IGF)


El índice Gini es una medida de la desigualdad que puede aplicarse
tanto a los ingresos como al patrimonio o riqueza. Fue diseñada por
el matemático italiano Conrado Gini, y su valor puede oscilar entre
el «0», que representa la situación de total igualdad, y el «100», que
indica la situación de total desigualdad. Es decir, si un agregado so-
cial tiene un índice Gini igual a cero, ello significa que cada uno de
sus miembros percibe exactamente la misma cantidad de ingresos.
Al contrario, si el valor de su índice Gini fuera «100», significaría
que un individuo percibe la totalidad de los ingresos, mientras que
el resto no recibe absolutamente ninguno. Por nuestra parte, hemos
aplicado idéntica lógica a la cantidad de felicidad total de un grupo,
lo que implica que el valor cero del índice Gini de felicidad equival-
dría a que todos sus miembros fueran igualmente felices, mientras
que el valor «100» correspondería a la situación en que uno de sus
miembros acaparara toda la felicidad, manteniéndose el resto en la
infelicidad más absoluta. Traducido a las puntuaciones Kelvin del
índice de bienestar socioemocional (IBSE), la última situación descri-
ta equivaldría a que un miembro tuviera una puntuación de «300»,
mientras que la puntuación agregada total del resto fuera exacta-
mente «0».
Los datos del índice Gini de ingresos proceden de la Encuesta de
Condiciones de Vida (European Statistics on Income and Living Condi­
tions, EU-SILC), y para su cálculo se han utilizado los ingresos dis-
ponibles equivalentes. Como referencia, es importante saber que el
valor del índice Gini de ingresos del conjunto de la Unión Europea es
30,6. Las variaciones entre países europeos son bastantes importantes,
oscilando entre el 33,6 de Bulgaria y el 22,5 de Noruega, aunque no
debemos olvidar que en China, uno de los países más desiguales del
mundo, el valor del índice asciende hasta 63,0.
Comparando la desigualdad de ingresos y la de bienestar emo-
cional se observa que la de la felicidad es sensiblemente menor a la
de los ingresos. A modo de referencia, el IGI medio de los países
incluidos en la tabla 4.4 en 2012 es de 28,61, mientras que su IGF
medio es de 12,48, es decir, aproximadamente la mitad. Estos datos
demuestran, sin ningún género de dudas, que la desigualdad de fe-
licidad es menor que la de ingresos, lo cual, a tenor de los comen-
tarios vertidos en el apartado anterior, y de la definición de felici-
dad ofrecida en el capítulo dos, es bastante lógico. Sin embargo,
La desigualdad de ingresos y de felicidad 151

hasta ahora no disponíamos de una medida tan rigurosa que com-


parara ambas desigualdades. Algunos autores han calculado el índi­
ce Gini utilizando la escala de satisfacción con la vida, aunque para
ello hayan tenido que aceptar el supuesto de que la variable es car-
dinal, cuando en verdad es ordinal (Becchetti et al., 2010). Sin em-
bargo, los datos obtenidos por Becchetti son similares a los estima-
dos mediante el IBSE, lo que corrobora la menor desigualdad en
felicidad. Otros autores creen que el índice Gini no es aplicable al
bienestar subjetivo, y por ello prefieren utilizar como medida de la
desigualdad la desviación típica (Veenhoven y Kalmijn, 2005). Es-
tamos en desacuerdo con tal opinión. Mientras que el Gini, por ser
una ratio, carece de unidad de medida, lo que le hace comparable,
la desviación típica tiene dimensión (Gandelman y Porzecanski,
2013: 259).
La menor desigualdad en felicidad puede ser explicada por va-
rios factores. Primero, porque el nivel de felicidad, según hemos di-
cho, tiene un límite superior, mientras que en los ingresos este lími-
te, al menos teóricamente, no existe. En cualquier caso, el rango de
los ingresos reales es mucho mayor que el del IBSE, que oscila entre
0 y 300. Segundo, porque el principio de utilidad marginal decre-
ciente de los ingresos (Gandelman y Porzecanski, 2013) afecta a la
«utilidad», esto es, a la felicidad. El impacto sobre el bienestar emo-
cional de una unidad suplementaria de ingreso, o de cualquier otro
bien, es cada vez menor. En algunos casos, superado cierto umbral,
el impacto puede llegar a ser incluso negativo. Y esto explica que la
felicidad, como la utilidad, no pueda crecer indefinidamente.
De la tabla 4.4. pueden extraerse diversas informaciones empí-
ricas de gran interés. Así, calculando el IGI medio y el IGF medio
de los países en 2006 y 2012, se alcanza la conclusión de que tanto
la desigualdad de ingresos como la de bienestar emocional decrecie-
ron entre ambos años, pasando respectivamente del 29,36 al 28,61,
y del 13,2 al 12,9. Esta tendencia no afecta a todos los países, pues,
por ejemplo, en Chipre, España y Hungría el índice Gini de felici­
dad creció respectivamente, entre ambos años, un 17%, un 14% y
un 11%. De acuerdo con este índice, Suiza (9,5) y Noruega (9,5)
son los países más igualitarios en bienestar emocional, mientras que
Bulgaria (18,8) y Hungría (15,9), los más desigualitarios. El creci-
miento de la desigualdad durante estos años ha hecho que España
ocupe uno de los primeros puestos en desigualdad de felicidad
(14,4).
152 Eduardo Bericat

tabla 4.4. Índice Gini de ingresos (IGI) y de felicidad (IGF). Europa, 2006
y 2012

  Felicidad Ingresos
  Índice Gini Índice Gini
  2006 2012 2006 2012
Bélgica 13,3 12,1 27,8 26,5
Bulgaria 16,1 16,8 31,2 33,6
Chipre 12,5 14,6 28,8 31,0
República Checa – 14,6 25,3 24,9
Dinamarca 10,6 10,6 23,7 26,5
Estonia 12,2 12,8 33,1 32,5
Finlandia 10,7 10,1 25,9 25,9
Francia 13,7 13,2 27,3 30,5
Alemania 11,2 10,9 26,8 28,3
Hungría 14,4 15,9 33,3 27,2
Islandia – 10,5 26,3 24,0
Irlanda 11,2 11,7 31,9 29,9
Italia – 14,1 32,1 32,4
Lituania – 12,9 35 32,0
Holanda 11,0 11,0 26,4 25,4
Noruega 10,1 9,5 29,2 22,5
Polonia 14,7 13,9 33,3 30,9
Portugal 14,7 14,8 37,7 34,5
Fed. Rusa 13,5 12,1 – –
Eslovaquia 14,0 12,3 28,1 25,3
Eslovenia 10,6 10,3 23,7 23,7
España 12,6 14,4 31,9 34,2
Suecia 11,5 11,1 24,0 24,8
Suiza 10,2 9,5 – 28,8
Reino Unido 12,5 12,2 32,5 31,3

Fuente felicidad: ESS-2006, 2012.


Fuente ingresos: EUROSTAT.

Estimados los índices de Gini de ingresos y de felicidad, nos


preguntamos en qué medida están correlacionadas ambas desigual-
dades, pues si la correlación fuera muy alta no tendría sentido estu-
diar estos dos fenómenos simultánea y complementariamente. Algu-
nos investigadores (Veenhoven, 2010) ofrecen en sus estudios
correlaciones realmente bajas, al contrario de lo que sucede en nues-
tra investigación. Limitando el análisis al grupo de países que estudia
La desigualdad de ingresos y de felicidad 153

Venhoveen, mientras que él estima un coeficiente de correlación de


0,159, el coeficiente de correlación obtenido por nosotros entre los
índice Gini de ingresos y de felicidad es mucho más alto, exactamente
de 0,639. Creemos que una correlación tan baja entre ambas des-
igualdades no es plausible en absoluto. Una correlación bastante
alta, aunque moderada, como la obtenida en nuestros cálculos, se
corresponde más con las hipótesis teóricas que pudieran formularse
al respecto. Es razonable pensar que si la desigualdad de ingresos
crece, crecerá también la desigualdad de felicidad. En todo caso, la
relativa independencia de ambas variables en los países se mantiene.
Por ejemplo, Noruega es un país con una baja desigualdad tanto de
ingresos como de felicidad. Suiza, en cambio, tiene una baja des-
igualdad de felicidad, pero su desigualdad de ingresos es relativa-
mente mucho mayor. Tomando otro ejemplo podemos ver que la
República Checa y España tienen un índice Gini de felicidad muy
parecido, aunque el índice Gini de ingresos de España es muy supe-
rior al de la República Checa. ¿Qué condiciones sociales, políticas,
económicas o culturales determinan las variaciones en ambos tipos
de desigualdad? La falta de estudios al respecto impiden ofrecer una
respuesta en este momento, pero lo cierto es que los datos de la tabla
4.4 ofrecen descripciones muy precisas desde las que plantear nuevas
preguntas.
Finalmente, nos gustaría hacer un último comentario. El hecho
de que la desigualdad de felicidad sea menor que la de ingresos (IGF
< IGI) no debe llevarnos a pensar que las diferencias existentes entre
el bienestar emocional de las personas son también vitalmente menos
importantes que las diferencias económicas y que, por tanto, pode-
mos seguir prescindiendo de ellas en el análisis social. En primer tér-
mino, hemos de tener en cuenta que tratamos con dos escalas dife-
rentes, cada una con sus peculiares características, según pudimos ver.
En segundo término, debemos recordar que el bienestar emocional es
un bien último, mientras que los ingresos serían uno de los medios a
nuestro alcance para conseguir la felicidad. De ahí que las diferencias
en ingresos sean vitalmente relativas, mientras que las diferencias en
felicidad sean siempre absolutas. Una persona con ingresos elevadísi-
mos, como veremos en el capítulo correspondiente, puede ser pro-
fundamente infeliz. Pero sabemos que una persona feliz, indepen-
dientemente de sus recursos disponibles, estará viviendo una vida
animada y buena, alegre y tranquila, se sentirá orgullosa de sí misma
y mirará el futuro con optimismo. En conclusión, sostenemos la tesis
154 Eduardo Bericat

de que un análisis completo e integral del bienestar social requiere el


conocimiento simultáneo y complementario tanto del bienestar ob-
jetivo como del bienestar subjetivo, tanto de la riqueza material como
de la felicidad.

4.4.3. Ratio quintil de ingresos (S80/S20) y ratio quintil


de felicidad (S80/S20)
La ratio quintil o ratio S80/S20, al igual que el índice Gini, constitu-
ye una medida de la distribución social de los ingresos o de la felici-
dad, es decir, nos indica cómo está repartida socialmente la cantidad
total de ingresos o de felicidad. Estos dos índices forman parte de la
Estrategia 2020 de Eurostat, el instituto europeo de estadística. Sin
embargo, como ya sabemos, este instituto solamente estima estos ín-
dices de desigualdad para el caso de los ingresos. La ratio S80/S20 se
calcula dividiendo la cantidad total de ingresos que percibe el 20% de
la población con los ingresos más altos, es decir, el quintil superior,
entre la cantidad total de ingresos que percibe el 20% de la población
con los ingresos más bajos, es decir, el quintil inferior. Análogamente,
tomando como base la puntuaciones del IBSE, podemos estimar la
ratio S80/S20 de felicidad. La ratio quintil de felicidad se calcula di-
vidiendo la cantidad total de felicidad que disfruta el 20% de la po-
blación con el bienestar emocional más alto, es decir, el quintil supe-
rior, entre la cantidad total de felicidad que disfruta el 20% de la
población con el bienestar emocional más bajo, es decir, el quintil
inferior.
La tabla 4.5 ofrece las estimaciones de ambos índices, en 2006 y
2102, de los países europeos participantes en la Encuesta Social Euro­
pea. Dado que se trata de una medida análoga al índice Gini, también
en este caso observamos que la desigualdad de ingresos es mayor que
la de la felicidad. La ratio S80/20 de ingresos más alta en 2012 corres-
ponde a Bulgaria, mostrando que el 20% de su población con mayo-
res ingresos percibe una cantidad total de ingresos más de seis veces
superior a la percibida por el 20% con menores ingresos. En el caso
de los noruegos la ratio ofrece su valor mínimo, indicando que el quin-
til superior percibe el triple de cantidad total de ingresos que el quintil
inferior. El valor máximo de la ratio S80/20 de felicidad, que corres-
ponde también a Bulgaria, es de 2,5. Dicho de otra manera, los búl-
garos del quintil superior de felicidad son dos veces y media más feli-
ces que los del quintil inferior.
La desigualdad de ingresos y de felicidad 155

tabla 4.5. Ratios quintil (ratio S80/S20) de ingresos y de felicidad. Europa,


2006 y 2012
Ratio S80/S20 de Felicidad Ratio S80/S20 de Ingresos
2006 2012 2006 2012
Albania – 2,0 – –
Austria* 1,8 1,8 3,7 3,7
Bélgica 2,1 1,9 4,2 4,0
Bulgaria 2,3 2,5 5,1 6,1
Chipre 1,9 2,2 4,3 4,7
Rep. Checa – 2,2 3,5 3,5
Dinamarca 1,8 1,8 3,4 3,9
Estonia 1,9 2,0 5,5 5,4
Finlandia 1,8 1,7 3,6 3,7
Francia 2,1 2,0 4,0 4,5
Alemania 1,8 1,8 4,1 4,3
Hungría 2,2 2,4 5,5 4,0
Islandia – 1,7 3,7 3,4
Irlanda 1,8 1,9 4,9 4,7
Italia – 2,1 5,4 5,6
Kosovo – 1,8 – –
Lituania – 1,9 6,3 5,3
Holanda 1,8 1,8 3,8 3,6
Noruega 1,7 1,7 4,8 3,2
Polonia 2,2 2,1 5,6 4,9
Portugal 2,2 2,2 6,7 5,8
Fed. Rusa 2,0 1,9 – –
Eslovaquia 2,1 1,9 4,1 3,7
Eslovenia 1,7 1,7 3,4 3,4
España 2,0 2,2 5,5 6,5
Suecia 1,9 1,8 3,6 3,7
Suiza 1,7 1,6 – 4,4
Ucrania 2,2 2,0 – –
Reino Unido 2,0 1,9 5,4 5,0

* 2006.
Fuente felicidad: ESS-2006, 2012.
Fuente ingresos: EUROSTAT.

Ahora bien, a poco que nos detengamos un momento a pensar


sobre estos datos, viendo a través de sus fríos números las realidades
vitales que representan, nos asaltan muchos interrogantes. Entre ellos,
uno fundamental que inquiere sobre qué tipo de razones puede expli-
car o justificar que unos seres humanos sean dos veces y media más
156 Eduardo Bericat

felices que otros. Sabiendo ahora, como ya sabemos, la radical distan-


cia existente entre las estructuras afectivas de unos y otros, entre sus
estados emocionales, cuesta concebir un tipo de injusticia más injus-
tificable. En este momento, reflexionando sobre la trascendencia hu-
mana de estos datos, puede comprenderse bien la importancia de
haber elegido una concepción de la felicidad democrática y pragmá-
tica, esto es, la eutimia o el estado de buen ánimo, como base para la
estimación del índice de bienestar socioemocional. El índice no mide
la excelencia eudemónica, por un lado, ni los trastornos patológicos
de la salud mental, por otro, sino sencillamente el estado de ánimo o
el bienestar emocional con el que vive la gente. Teniendo en cuenta el
concepto que se mide, es difícil justificar una desigualdad de bienes-
tar emocional equivalente a dos veces y media en la ratio quintil de
felicidad.
Según hemos visto, cuando comparamos el 1% de los españoles
más felices con el 1% de los menos felices, comprobamos que los pri-
meros son 6,3 veces más felices que los segundos. Los primeros
tienen un IBSE de 296,7K de felicidad, muy próximo a 300, que es
su valor máximo, mientras que el de los segundos es de tan solo
47,2K, valor que se encuentra en las inmediaciones del cero absolu-
to de la felicidad (véase figura 1). Bien es cierto que en el año 2007,
en Estados Unidos los ingresos después de impuestos del 1% con
mayores ingresos eran 73 veces los ingresos del 1% con menores
ingresos. Y que la riqueza está aún más desigualmente repartida que
los ingresos, ya que el 1% de personas más ricas poseían más de un
tercio de la riqueza de todo el país (Stiglitz, 2014: 49-50). Sin em-
bargo, no puede pasarse por alto que la desigualdad en bienestar
emocional ha de tener un estatuto distinto en la investigación social.
Porque constituye una desigualdad vital pura y humanamente injus-
tificable, y porque refleja el hecho incontestable y doloroso de que
mientras unas personas viven plenamente satisfechas y contentas,
otras, por el contrario, están radical y sistemáticamente excluidas de
la felicidad.
En este sentido, España es uno de los países con mayor grado de
desigualdad en felicidad. Así, el 20% de los españoles más felices es
2,2 veces más feliz que el 20% de los menos felices. En la tabla 4.5
podemos ver, finalmente, que entre 2006 y 2012 la desigualdad de
ingresos creció un 18% (del 5,5 al 6,5), y la desigualdad en felicidad
algo menos, un 10% (del 2,0 al 2,2) ¿Significa que la sociedad espa-
ñola ha compensado de diversas maneras el impacto emocional del
La desigualdad de ingresos y de felicidad 157

gran incremento de la desigualdad de ingresos? ¿Qué recursos sociales


ha utilizado la sociedad española para mitigar las consecuencias que
la crisis económica ha tenido sobre la felicidad? De nuevo, estos datos
nos sugieren muchas más preguntas que respuestas, respuestas que
requerirían disponer de una cantidad de información estadística so-
bre bienestar emocional hoy inexistente.

4.4.4. Tasa de riesgo de pobreza y tasa de riesgo de infelicidad


El índice Gini y la ratio quintil son indicadores de la distribución
social de los ingresos, mientras que la tasa de riesgo de pobreza, qui-
zá el indicador social más utilizado actualmente como medida de la
desigualdad económica, es un indicador de pobreza relativa. Se basa
en la idea de que en una determinada sociedad y época existe una
cantidad mínima de ingresos, denominada umbral de la pobreza, por
debajo de la cual una persona en esa sociedad será pobre, en el sentido
de que sin esa cantidad no podrá satisfacer las necesidades mínimas
vinculadas a una vida que pueda considerarse digna. Dado que este
umbral de ingresos depende del nivel medio de ingresos de cada socie-
dad, no sería conveniente fijar una cantidad de ingresos determinada,
adoptándose por ello un criterio relativo. Así, la Unión Europea ha
fijado el umbral de la pobreza en el 60% de la mediana de los ingresos
disponibles equivalentes del país, incluyendo las trasferencias sociales.
Los umbrales de ingresos de la tabla 4.6 están expresados en paridad
de poder adquisitivo (PPA), para así tener en cuenta el diferente coste
de la vida en cada uno de los países europeos. Estimado el umbral de
pobreza de cada país, se puede calcular su tasa correspondiente. La
tasa de riesgo de pobreza equivale al porcentaje de población cuyo nivel
de ingresos está por debajo del umbral de la pobreza, esto es, del 60% de
la mediana de ingresos del país.
Siguiendo, como en casos anteriores, idénticos argumentos y re-
glas de cálculo, nada impide estimar, tomando como base las puntua-
ciones del IBSE, tanto un umbral de infelicidad, como su correspon-
diente tasa de riesgo de infelicidad. Así, el umbral de riesgo de infelicidad
se fija en el 60% de la mediana de bienestar emocional de un determi-
nado país. A su vez, la tasa de riesgo de infelicidad es el porcentaje de
población cuyo nivel de bienestar emocional está por debajo del um-
bral de felicidad. Con ello obtenemos un índice de infelicidad relativa,
ya que depende del nivel general de felicidad que exista en un deter-
minado país y momento del tiempo.
158 Eduardo Bericat

tabla 4.6. Tasas y umbrales de riesgo de pobreza y de infelicidad. Europa,


2012
Desigualdad de felicidad Desigualdad ingresos
TRINF (60%) TRINF (70%) TRPOB (60%)
Tasa (%) Umbral Tasa (%) Umbral Tasa (%) Umbral (€)
Albania 7,4 114 11,5 133 – –
Austria* 3,9 126 7,9 148 12,6 10.713
Bélgica 5,9 126 11,0 147 15,3 12.168
Bulgaria 12,0 118 18,2 138 21,2 1.716
Chipre 9,0 127 15,2 149 14,7 10.156
Rep. Checa 8,3 123 14,9 143 9,6 4.675
Dinamarca 4,5 138 9,4 161 12,0 16.310
Estonia 6,5 123 11,7 144 17,5 3.592
Finlandia 4,0 132 7,7 154 13,2 13.619
Francia 6,4 123 11,8 144 14,1 12.362
Alemania 5,0 132 8,9 154 16,1 11.757
Hungría 10,8 112 16,3 130 14,3 2.818
Islandia 4,3 134 9,1 156 7,9 11.617
Irlanda 5,1 134 10,3 156 15,7 11.447
Italia 7,0 118 12,5 138 19,5 9.587
Kosovo 4,2 121 8,4 141 – –
Lituania 4,4 113 9,4 132 18,6 2.602
Holanda 5,4 133 10,1 155 10,1 12.337
Noruega 3,7 135 6,6 158 10,0 24.045
Polonia 8,2 126 14,8 147 17,1 3.036
Portugal 8,1 119 13,7 139 17,9 4.994
Fed. Rusa 5,3 120 11,2 140 – –
Eslovaquia 4,4 124 9,4 144 13,2 4.156
Eslovenia 4,4 136 9,1 158 13,5 7.273
España 7,2 119 13,5 139 20,8 8.321
Suecia 4,6 134 9,3 156 14,1 14.832
Suiza 2,6 134 5,8 156 15,9 23.644
Ucrania 6,2 120 12,3 140 – –
Reino Unido 6,3 127 12,4 148 16,0 11.500

* 2006.
Fuente felicidad: ESS, 2012.
Fuente ingresos: EUROSTAT.

Es evidente que la decisión de fijar el umbral en el 50, 60, 70 u


80 por cien de la mediana es una decisión arbitraria, aunque pueda ser
La desigualdad de ingresos y de felicidad 159

razonada. Dadas las características de ambas escalas, en la tabla 4.6


se han estimado datos de infelicidad con dos criterios diferentes, el
60% y el 70%. Ello es debido a que los umbrales de infelicidad del 60%
son, en general y para todos los países europeos, muy bajos. Baste
recordar, viendo de nuevo los datos incluidos en la figura 4.3, que el
tipo de personas «no felices» era definido como aquellas con un nivel de
felicidad inferior a 126. Ahora bien, observando en la tabla 4.6 los um-
brales del 60%, comprobamos que en la mayoría de los países este
umbral es inferior a 126, lo que significa que los porcentajes de infe-
licidad relativa que nos ofrece esta tasa son muy bajos porque corres-
ponden a niveles muy intensos de infelicidad. Este es el motivo por
el que hemos estimado el umbral del 70%, pues creemos que se ajus-
ta mejor al espíritu de este índice, que no busca definir el porcentaje
de pobreza o de infelicidad absoluta, sino estimar el porcentaje de
personas que viven por debajo de unos niveles decentes tanto de in-
gresos como de felicidad. En suma, mantenemos que la tasa de infeli­
cidad análoga a la tasa de pobreza estimada en base al umbral del 60%
de la mediana es la calculada en base al 70% de la mediana de felici-
dad. El umbral de la tasa de riesgo de infelicidad (TRINF-70%) en la
mayoría de los países, salvo algunas excepciones como Dinamarca o
Noruega, sigue siendo muy bajo. En España, con un umbral de infe-
licidad de 139 puntos, el porcentaje de personas que se encuentra en
riesgo de infelicidad es del 13,5%, uno de los porcentajes más altos
de toda la tabla.

4.4.5. Tasa de privación material y tasa de privación emocional


La tasa de riesgo de pobreza es una medida relativa al nivel medio de
ingresos económicos de un país, y ello explica que en algunos países
muy ricos se consideren «pobres» personas que en otros no merecerían
tal consideración. Por ejemplo, en Noruega se considera pobre a quien
ingresa menos de 24.045 euros al año, mientras que en Bulgaria solo
se considera pobre a quien ingrese menos de 1.716 euros. Es obvio
que el nivel relativo de ingresos no mide ni directa ni exactamente la
pobreza de un país, es decir, el porcentaje de personas con un nivel de
vida tan bajo que resulta insuficiente para satisfacer sus necesidades
básicas. De ahí que se hayan ideado algunos indicadores de pobreza
absoluta que tratan de medir el grado de privación material que ex-
perimentan los ciudadanos. El diseño de un indicador de este tipo
implica seleccionar previamente las carencias que nos indicarían una
160 Eduardo Bericat

situación de «pobreza» absoluta, para luego conocer hasta qué punto


afectan a la población de un país.
La tasa de privación material utilizada por Eurostat tiene en
cuenta estas nueve carencias: a) no poder pagar alquiler, hipoteca o
facturas de luz, agua, etc.; b) no poder mantener la vivienda a una
temperatura adecuada durante los meses fríos; c) no poder hacer fren-
te a gastos imprevistos; d) no poder hacer una comida de carne, pollo
o pescado cada dos días; e) no poder ir de vacaciones fuera de casa, al
menos una semana al año; f ) no poder tener un coche; g) no poder
tener una lavadora; h) no poder tener un televisor en color; e i) no
poder tener un teléfono.
Pues bien, la tasa de privación material se define como el porcen-
taje de personas que, por falta de recursos, sufre al menos tres de estas
nueve carencias materiales. Este porcentaje mide la extensión de la
pobreza absoluta existente en un país. Calculando el número medio
de carencias que experimentan las personas en situación de privación
material obtendremos un indicador de la intensidad o gravedad de su
privación material (véase tabla 4.7). Siguiendo esta línea argumental,
aplicando un criterio de privación todavía más estricto, Eurostat es-
tima el número de personas que viven en una situación de pobreza
extrema. La tasa de privación material severa se define como el por-
centaje de personas que, por falta de recursos, sufre al menos cuatro
de entre las nueve carencias materiales.
La tabla 4.7 incluye la tasa de privación material, la intensidad de
privación y la tasa de privación severa de los países europeos. Compa-
rando estos datos con las tasas de riesgo de pobreza, incluidos en la tabla
4.6, puede observarse la diferencia entre ambos indicadores. Así, por
ejemplo, el 61,6% de la población búlgara sufre privación material,
mientras que esta situación de pobreza, en términos absolutos, sola-
mente afecta al 4,5% de los noruegos. Observando los datos de priva-
ción material severa vemos que en Bulgaria afecta casi a la mitad de la
población (44,1%), mientras que en Noruega a un escaso 1,7%. En
suma, estos indicadores nos ofrecen una medida del verdadero nivel
de vida de cada uno de los países. Comparando las tasas de riesgo de
pobreza y de privación material en España, comprobamos que su
desigualdad de ingresos o pobreza relativa es una de las más altas de
Europa (segunda posición en el ranking), mientras que tiene un nivel
medio-bajo de privación material o pobreza absoluta (decimocuarta
posición en el ranking).
La desigualdad de ingresos y de felicidad 161

tabla 4.7. Tasas de privación material y emocional. Europa, 2012


Privación Intensidad privación Privación severa
Emocional Material Emocional Material Emocional Material
Albania 14,7 – 4,4 – 8,7 –
Austria* 8,1 10,0 4,2 3,5 4,5 3,6
Bélgica 11,5 12,5 4,1 3,8 5,8 6,3
Bulgaria 18,6 61,6 4,7 4,4 13,2 44,1
Chipre 12,4 31,5 4,5 3,6 7,7 15,0
Rep. Checa 16,0 16,8 4,1 3,6 8,7 6,6
Dinamarca 5,0 6,9 4,3 3,5 2,6 2,7
Estonia 11,3 21,3 4,4 3,7 6,8 9,4
Finlandia 5,1 8,9 4,2 3,5 2,5 2,9
Francia 11,7 12,8 4,1 3,6 5,8 5,3
Alemania 6,4 11,3 4,3 3,6 4,1 4,9
Hungría 22,4 44,8 4,4 4,0 14,5 26,3
Islandia 6,1 6,8 4,1 3,4 3,1 2,4
Irlanda 5,3 24,9 4,2 3,5 2,9 9,8
Italia 14,2 25,2 4,3 3,8 7,8 14,5
Lituania 10,1 34,4 4,2 3,9 5,7 19,8
Holanda 7,2 6,5 4,2 3,5 4,0 2,3
Noruega 4,4 4,5 4,0 3,6 2,2 1,7
Polonia 14,1 27,8 4,4 3,7 8,3 13,5
Portugal 13,8 21,8 4,5 3,6 8,9 8,6
Fed. Rusa 13,5 – 3,9 – 7,2 –
Eslovaquia 7,6 22,7 4,1 3,7 4,2 10,5
Eslovenia 5,3 16,9 4,0 3,6 2,8 6,6
España 14,5 16,3 4,3 3,5 8,3 5,8
Suecia 5,4 4,4 4,3 3,4 3,5 1,3
Suiza 4,1 3,6 4,0 3,3 2,1 0,8
Ucrania 18,4 – 4,0 – 10,1 –
Reino Unido 9,1 16,6 4,1 3,7 4,7 7,8

* 2006.
Fuente felicidad: ESS, 2012.
Fuente ingresos: EUROSTAT.

Asumiendo esta misma lógica de la privación o carencia material,


como indicativa del nivel de vida y, en concreto, del grado de pobreza
absoluta que sufre una parte de la población, la hemos aplicado igual-
mente a la calidad de vida para analizar el grado de infelicidad absolu-
ta que sufre esa misma población. Dado que la estructura afectiva del
índice de bienestar socioemocional (IBSE) está compuesta por nueve
emociones, hemos señalado previamente los umbrales de frecuencia
162 Eduardo Bericat

por debajo de los cuales existe una carencia o privación emocional abso-
luta. A partir de ahí, hemos procedido en las estimaciones de los indi­
cadores emocionales exactamente igual que en el caso de los materia-
les. La privación emocional se caracteriza por estas nueve carencias:
a) estar deprimido (la mayor parte del tiempo, casi siempre o siempre);
b) estar triste (la mayor parte del tiempo, casi siempre o siempre); c) sen-
tirse solo (la mayor parte del tiempo, casi siempre o siempre); d) ser feliz
(nunca o casi nunca); e) disfrutar de la vida (nunca o casi nunca); f) sen-
tirse bien consigo mismo (muy en desacuerdo, en desacuerdo, o ni
acuerdo ni descuerdo); g) optimista con respecto al futuro (muy en desa­
cuerdo, en desacuerdo); h) rebosante de energía (nunca o casi nunca);
e i) tranquilo y relajado (nunca o casi nunca).
La tasa de privación emocional se define como el porcentaje de per-
sonas que sufre al menos tres de las nueve carencias emocionales, y es
indicativa de la infelicidad absoluta existente en un determinado país.
La intensidad de la privación emocional es la media de las carencias emo-
cionales que sufren las personas en situación de privación emocional.
Por último, la tasa de privación emocional severa se define como el por-
centaje de personas que sufre al menos cuatro de las nueves carencias
emocionales, y es indicativa de infelicidad absoluta extrema.
La comparación entre las tasas de privación material y emocional
incluidas en la tabla 4.7 es muy interesante, pues, además de definir
con nitidez la situación de cada país, revela rasgos fundamentales tan-
to de la pobreza como de la infelicidad. Así, tal y como se pone de
manifiesto en Bulgaria, Hungría, Irlanda o Italia, comprobamos que
en algunos países los niveles de privación material son mucho mayores
que los de privación emocional. Ello demuestra la capacidad emocio-
nal que tiene el ser humano para adaptarse a diversas situaciones. A la
inversa, demuestra también que la posesión de ciertos bienes, ponga-
mos por caso un teléfono o un automóvil, constituyen determinantes
socialmente condicionados de la felicidad. Con todo, no puede pasar-
se por alto el hecho de que los dos países con mayor grado de priva-
ción material, Bulgaria y Hungría, son también los países con un ma-
yor grado de privación emocional. Por otra parte, es evidente que
países con tasas de privación material muy bajas, como Suiza, Norue-
ga, Suecia o Dinamarca, no logran reducir proporcionalmente sus
porcentajes de privación emocional. Es decir, la infelicidad se resiste a
desaparecer incluso en los países más ricos y avanzados socialmente.
Esto demuestra que en estas sociedades muchas fuentes de infelicidad
son independientes del nivel de bienestar material.
La desigualdad de ingresos y de felicidad 163

En España, la tasa de privación material (16,3%) es algo superior


a la de privación emocional (14,5%), si bien la privación material seve-
ra (5,8%) es sensiblemente inferior a la privación emocional severa
(8,3%). Ello puede ser debido a que, en España, la infelicidad absolu-
ta está más condicionada por la situación de gran desigualdad relativa
existente en el país, que por la extensión de la pobreza absoluta. Aho-
ra bien, esta hipótesis, como muchas otras, debe quedarse en el plano
de la mera sugerencia plausible al no poder ser verificada debido a la
escasez de las informaciones disponibles sobre estados emocionales.

4.4.6. La desigualdad de felicidad en España y en Europa


En este último epígrafe se incluye una tabla resumen sobre la des-
igualdad en felicidad existente tanto en España como en Europa, en
2006 y 2012. Todos los datos son estimaciones del índice de bienestar
socioemocional (IBSE). Los dos primeros índices de la tabla 4.8 mi-
den la distribución social de la felicidad, el tercero muestra el grado
de desigualdad relativa, y el cuarto y quinto calculan la desigualdad
emocional existente tomando como referencia determinados um-
brales de infelicidad absoluta. La tabla incluye también los datos de
la tipología de la felicidad e infelicidad presentada en este capítulo,
pues sus porcentajes muestran el grado de desigualdad interna exis-
tente en España y Europa. La tabla incluye, por último, la media y
la desviación típica del IBSE. Se incluye la desviación típica porque
este estadístico ha sido prácticamente la única medida de desigualdad
utilizada hasta ahora con las escalas de Cantril, de satisfacción general
con la vida y de felicidad (Helliwel et al., 2016; Okulicz-Kozaryn y
Mazelis, 2016; Yang et al., 2015). Algunos autores han utilizado el
índice Gini, aunque es evidente que tales escalas no constituyen una
medida cardinal.
El conjunto de índices incorporados en la tabla 4.8 ofrece una
visión muy precisa de la desigualdad en felicidad. Dado que las en-
cuestas sociales no incluyen, al menos por ahora, preguntas sobre es-
tados emocionales que permitan estimar un índice hedónico de bien-
estar subjetivo, tan solo hemos podido ofrecer resultados para dos
únicos años, 2006 y 2012. Ahora bien, las informaciones empíricas
ofrecidas en este capítulo demuestran la posibilidad de establecer me-
diciones de la desigualdad social en felicidad análogas y tan precisas,
válidas y fiables como las que disponemos actualmente en relación
con los ingresos económicos. Tan solo sería preciso que los organismos
164 Eduardo Bericat

estadísticos nacionales y europeos asumieran definitivamente la idea


de que la medición del bienestar subjetivo es indispensable para anali-
zar y monitorizar el desarrollo social de Europa y de los europeos. En
cualquier caso, los datos aportados en este capítulo muestran que el
empeño no solo merece la pena, sino que es además factible. La con-
sistencia y coherencia mostrada por el conjunto de informaciones em-
píricas ofrecidas sobre el bienestar emocional de España y de otros
países europeos prueba que son susceptibles de ser utilizadas para ana-
lizar tanto la calidad de las sociedades europeas, como la calidad de
vida de los europeos. En suma, el análisis comprensivo y completo del
bienestar de un país requiere analizar complementaria y simultánea-
mente tanto su riqueza como su felicidad social.

tabla 4.8. La desigualdad en felicidad, 2006 y 2012. España y Europa

Europa-20* España
Índices
2006 2012 2006 2012
Distribución social de la felicidad
Índice Gini de felicidad (IGF) 12,763 12,736 12,6 14,4
Ratio quintil de felicidad, S80/S20 (RQF)  1,985  1,984 2,0 2,2

Infelicidad relativa
Tasa de riesgo de infelicidad (TRINF-70%) 11,90% 12,32% 13,5
Umbral (144,2) (148,3) (139)

Infelicidad absoluta
Tasa de privación emocional (TPE) 10,6% 10,3% 9,6% 14,5%
Excluidos de la felicidad (EdF)** 20,1% 18,0% 18,7% 25,4%

Tipología de la felicidad e Infelicidad


No felices 7,2% 6,5% 6,8% 9,0%
No satisfechos 12,9% 11,5% 11,9% 16,4%
Satisfechos 34,3% 30,7% 36,4% 33,8%
Contentos 30,4% 30,9% 30,0% 24,7%
Felices 15,2% 20,4% 14,9% 16,1%

Medidas estadísticas
Media 199,4 205,2 199,2 194,2
Desviación típica 45,958 47,107 45,6 50,1

* Europa-20 (EUR-20): Bélgica, Bulgaria, Suiza, Chipre, Alemania, Dinamarca, Estonia, España,
Finlandia, Francia, Reino Unido, Hungría, Irlanda, Holanda, Noruega, Polonia, Portugal, Suecia,
Eslovenia y Eslovaquia.
** EdF = No felices + no satisfechos.
Fuente: ESS-2006, 2012.
5. LA ESTRUCTURA AFECTIVA DEL BIENESTAR EMOCIONAL

En este capítulo estamos interesados primordialmente en conocer la


estructura afectiva de la felicidad de los españoles viendo cuáles son sus
estados emocionales. Queremos saber si se sienten felices, si disfrutan
de la vida o si dicen tener suficiente energía vital; si están deprimidos,
tristes, aburridos, y si se sienten solos; cuál es su nivel de autoestima,
su nivel de optimismo y su conciencia de fracaso; y si se sienten in-
quietos, tranquilos y fatigados. En suma, queremos saber los estados
emocionales, tanto de los españoles como de los europeos, que corres-
ponden a cada una de las cuatro dimensiones de la felicidad de nues-
tro modelo analítico, esto es: estatus, situación, persona y poder. Co-
nocer estos sentimientos básicos uno a uno hará que comprendamos
mejor su sentido y los matices del contenido experiencial sobre el que
se sustenta la felicidad. También nos permitirá comprender mucho
mejor el significado de las cuatro dimensiones del modelo, así como
entender en las futuras aplicaciones y análisis sociales que realicemos
con el IBSE a qué pueden ser debidas sus variaciones.
Los análisis sobre la desigualdad en felicidad desarrollados en el
capítulo anterior pusieron de manifiesto la potencia analítica del índice
de bienestar socioemocional (IBSE). Ahora bien, tanto la tipología como
los índices de desigualdad emocional creados allí utilizaban únicamen-
te las puntuaciones generales del IBSE. Ahora queremos ir un paso más
allá mostrando las posibilidades analíticas que tiene este modelo mul-
tidimensional y multivariable en su conjunto. Este modelo contiene
una jerarquía informativa compuesta por tres niveles, a saber: la pun-
tuación general del índice, las puntuaciones de sus cuatro dimensiones
y los porcentajes de estados emocionales concretos. El uso completo de
este modelo analítico permite llevar a cabo una deconstrucción de los
sentimientos de felicidad, es decir, conocer qué particular estructura
afectiva subyace o sustenta cada nivel o grado de felicidad.
El uso de los tres niveles informativos del modelo revela el hecho
fundamental de que no solamente existen grados diversos de una
166 Eduardo Bericat

única «felicidad», como damos por supuesto cuando utilizamos las


escalas de Cantril, de satisfacción con la vida o de felicidad (escalas CSF),
sino que además de «grados» existen muy diferentes «tipos» de felici-
dad. En efecto, idénticos niveles de bienestar o malestar emocional
pueden estar sustentados en distintas estructuras afectivas, es decir, en
combinaciones muy particulares de estados emocionales. Para demos-
trar este punto clave de nuestra propuesta científica, es decir, el hecho
de que no existe una única felicidad, sino más bien tipos de felicidad,
esto es, felicidades o infelicidades en plural, al final del capítulo pre-
sentamos una tipología de estructuras afectivas elaborada sobre la base
de las cuatro dimensiones básicas de la felicidad. Finalizaremos el ca-
pítulo ilustrando con dos ejemplos la aplicación completa del modelo.
Se compara la estructura afectiva de las mujeres trabajadoras con la de
las mujeres amas de casa, y se compara la estructura de los inmigrantes
recién llegados con la de quienes llevan años residiendo en el país re-
ceptor.

5.1. La deconstrucción de los sentimientos de felicidad


Las escalas de satisfacción y de felicidad son la forma más elemental y
sencilla de conocer mediante la técnica de encuesta el bienestar subje-
tivo de un entrevistado. Aunque existen muchas variantes similares de
formatos de preguntas y de posibles respuestas a la hora de construir
estas escalas, todas ellas se ajustan a un concepto de felicidad definida
como el «grado en que un individuo juzga en general favorablemen-
te la calidad de su propia vida considerada como un todo» (Veen-
hoven, 2012b: 64; Veenhoven, 1984: 22-25). En la página web del
World Database of Happiness, creada por el profesor Ruut Veenhoven
(2012b), se relacionan y describen casi todas las técnicas que han sido
utilizadas para medir la felicidad. Debido a su sencillez, las escalas
de satisfacción y de felicidad han sido ampliamente utilizadas, hasta el
punto de que hoy forman parte del contenido habitual de los cuestio-
narios de los estudios científico-sociales. Además, estas medidas tan
elementales de la felicidad y de la satisfacción han demostrado tener
una amplia validez externa, ya que sus puntuaciones correlacionan en
la forma esperada con un elevado número de variables y de factores
objetivos relacionados con la calidad de vida y con la calidad social de
los países (Diener et al., 2012; Veenhoven, 1994).
Sin embargo, no todas las correlaciones son tan intensas como se
cree ni siempre se ajustan a lo esperado. Por ejemplo, la moderada
La estructura afectiva del bienestar emocional 167

correlación existente entre la felicidad y el PIB explicaría que «los po-


lacos (7,07) declaren un mayor grado de satisfacción que los húngaros
(5,77), pese a tener un producto interior bruto per cápita similar, o que
los rumanos (6,74) declaren un nivel de satisfacción similar al de los
italianos (6,87), pese a que el PIB per cápita de Rumania es tan solo la
mitad que el de Italia» (Eurofound, 2012: 18). Esto muestra, en pri-
mer lugar, que el bienestar subjetivo de un país no es equiparable a su
nivel de riqueza y, en segundo lugar, que pueden alcanzarse distintos
grados de felicidad con un mismo nivel de recursos económicos. La
cultura también juega un papel a la hora de explicar los niveles relati-
vos de felicidad de los países, como al parecer sucede con Francia, que
muestra unos relativamente bajos niveles tanto de felicidad como de
satisfacción. Pero, en general, está demostrado que los niveles de feli-
cidad y satisfacción no expresan únicamente diferencias culturales
(Bolle y Kemp, 2009).
Pese a que las escalas de felicidad y de satisfacción están correlacio-
nadas entre sí, ha de tenerse en cuenta que no miden exactamente lo
mismo, pues mientras que la de felicidad tiene un contenido más afec-
tivo o emotivo, la valoración que ofrece la escala de satisfacción general
con la vida es más cognitiva o reflexiva (Haller y Hadler, 2006; Kah-
neman y Krueger, 2006). En segundo lugar, las puntuaciones de los
países en la escala de felicidad suelen ser más altas que las de la escala de
satisfacción, si bien esta diferencia se reduce paulatinamente conforme
aumenta el bienestar subjetivo del país (Eurofound, 2012). En tercer
lugar, las mediciones de la escala de felicidad suelen ser más estables
que las de satisfacción, poniendo de manifiesto que el logro de la feli-
cidad es considerado por los propios individuos más bien una respon-
sabilidad personal, mientras que en el juicio de la satisfacción general
con la vida las personas tienen más en cuenta el contexto externo o
situación.

tabla 5.1. Felicidad y satisfacción general con la vida. España y Europa


(medias, escala 0-10)

Felicidad Satisfacción
Encuesta Social Europea
2006 2012 2006 2012
España 7,64 7,59 7,44 6,91
Europa-20 7,28 7,47 6,91 7,13

Fuente: ESS-2006 y 2012.


168 Eduardo Bericat

En la tabla 5.1 podemos ver que el nivel de felicidad de los espa-


ñoles en 2012 era bastante alto, 7,59, y pese a todas las consecuencias
sociales derivadas de la crisis económica de 2008, tan solo un poco
inferior que el de 2006, que era de 7,64. Sin embargo, la satisfacción
general con la vida de los españoles en 2012, que era de 6,91, e infe-
rior al nivel de felicidad, sí que registra un importante descenso con
respecto a la de 2006, que era de 7,44. En comparación con los veinte
países en ambas oleadas de la Encuesta Social Europea1, comprobamos
que, a diferencia de lo que ha sucedido en España, en Europa se han
incrementado tanto el nivel de felicidad como el de satisfacción. El
nivel de felicidad de los españoles fue superior al europeo tanto en
2006 como en 2012. Sin embargo, el descenso experimentado por la
satisfacción con la vida de los españoles ha hecho que su nivel esté
ahora por debajo del de los europeos.
Ahora bien, pese al grado de validez y fiabilidad que han demos-
trado tener ambas escalas para analizar el bienestar subjetivo de las
personas y de los países, la sencillez de su construcción, basada en una
única variable, pone de manifiesto las dos debilidades metodológicas
más importantes de esta forma de medir la felicidad o la satisfacción
(Huppert y So, 2009, 2013).
La primera debilidad, de carácter epistemológico, estriba en que
al medir la felicidad con una única variable suponemos, implícita-
mente al menos, que la felicidad es una única emoción, y este supues-
to es estrictamente falso. No existe ninguna emoción concreta conoci-
da que se corresponda con aquello que tanto los filósofos como la
gente corriente llaman felicidad. En sentido estricto, la felicidad es una
metaemoción, es decir, el sentimiento que emerge de una estructura
afectiva compleja compuesta por muy diferentes estados emocionales.
Así, el alto nivel de felicidad declarado mediante la respuesta a una
única pregunta, como, por ejemplo, el nivel de felicidad de los espa-
ñoles en 2012, puede encubrir, según veremos un poco más adelante,
otros estados emocionales negativos, como por ejemplo un alto nivel
de preocupación cotidiana (Veenhoven, 2012a: 71). En el último epí-
grafe de este capítulo mostraremos que niveles parecidos de felicidad
pueden estar fundamentados en estructuras afectivas bastante diferen-
tes. En suma, si la felicidad es una metaemoción que se sustenta sobre

1
  Bélgica, Bulgaria, Suiza, Chipre, Alemania, Dinamarca, Estonia, España, Fin-
landia, Francia, Reino Unido, Hungría, Irlanda, Holanda, Noruega, Polonia, Portu-
gal, Suecia, Eslovenia y Eslovaquia.
La estructura afectiva del bienestar emocional 169

estados emocionales específicos, será preciso conocer estos para anali-


zar adecuadamente aquella.
La segunda debilidad de estas escalas, en tanto son modelos de
medición univariables, estriba en que ofrecen una información califi-
cable metodológicamente como de «caja negra». Es decir, conocemos
que la media de felicidad de los españoles en 2006 era 7,64, y que en
2012 fue 7,59, pero es imposible llegar a saber qué significan exacta-
mente esas dos puntuaciones. Podremos decir que un nivel de felici-
dad es mayor que el otro pero, a partir de allí, el silencio se impone. El
hermetismo del dato no nos permite ir más allá, ni tampoco mirar lo
que hay en su interior. Las escalas univariables de Cantril, de felicidad y
de satisfacción, las escalas CSF, son cajas herméticas y sustantivamente
indescifrables. ¿Qué significa exactamente haber contestado 7, o 5, o
3? Nada sabemos de esto porque es el entrevistado el que ofrece la
respuesta haciendo un balance subjetivo inaccesible para el investiga-
dor. El analista de los datos no dispone de otras informaciones que le
puedan indicar qué grado de felicidad es el que siente realmente el
entrevistado.
Ambas debilidades ponen de manifiesto la importancia de medir
la felicidad utilizando un modelo de medición multidimensional y
multivariable que permita deconstruir emocionalmente la medida, es
decir, que permita revelar en su caso la estructura afectiva que susten-
ta un determinado grado de felicidad. A diferencia de estas escalas, el
índice de bienestar socioemocional (IBSE) permite, primero, estimar
cuantitativamente el grado de felicidad de una persona; segundo, dis-
poner de estimaciones cuantitativas de cada una de las cuatro dimen-
siones en la que se basa su modelo, esto es, del estatus, de la situación,
de la persona y del poder; y, tercero, conocer la estructura afectiva del
sujeto analizando las respuestas que ha dado a cada una de las ocho,
nueve o diez preguntas sobre estados emocionales en los que se basa el
índice. En este caso, la medida de la felicidad deja de ser una caja ne-
gra, porque el analista ya no tiene que trabajar sobre un terreno desco-
nocido. También se abandona el supuesto falso de que la felicidad es
un único sentimiento, pues la investigación nos demuestra que exis-
ten muchas formas diferentes de sentir felicidad. En este sentido, no
existe la felicidad, en singular, sino felicidades, en plural. Por este mo-
tivo, la futura ciencia social de la felicidad requiere de mediciones mul-
tidimensionales y multivariables del bienestar emocional que puedan
ser deconstruidas, esto es, analizadas en sus dimensiones y sus variables
componentes. En suma, debemos poder deconstruir los complejos,
170 Eduardo Bericat

paradójicos y múltiples sentimientos de felicidad experimentados por


las personas.

5.1.1. La estructura afectiva de los españoles según la encuesta del CIS


Iniciamos el análisis de la estructura afectiva que sustenta el bienestar
emocional de los españoles presentando los datos del barómetro de
opinión pública de diciembre de 2011, del Centro de Investigaciones
Sociológicos (CIS), única encuesta española que hasta la fecha ha
introducido una batería de preguntas emocionales con este objetivo.

tabla 5.2. Estados emocionales de los españoles. CIS-2011 (% población)


¿En qué medida se siente últimamente... ? Muy Bastante Poco Nada Ns/Nc
Satisfecho con la vida que lleva 15,8 56,5 21,5 4,0 2,3
Que está disfrutando mucho de la vida 11,0 47,8 33,9 5,2 2,0
Rebosante de energía y vitalidad 17,1 46,2 30,6 4,2 1,9

Deprimido, sin ganas de hacer nada 2,9 12,8 30,6 52,2 1,5
Que está solo 2,4 7,4 24,3 64,4 1,5

Orgulloso de sí mismo 27,8 59,6 8,3 1,1 3,1

Estresado por las cosas que tiene que hacer 8,9 26,5 34,7 28,4 1,5
Preocupado por cosas malas que le suceden 36,7 48,1 11,4 3,1 0,7

Fuente: Estudio 2923, CIS-2011.

La primera impresión general que puede extraerse de la tabla 5.2


es que el porcentaje de españoles que se consideran realmente felices
está en torno al 15%. Si bien comprobamos que hay un sentimiento
generalizado de estar al menos bastante satisfecho con la vida, estado
emocional compartido por tres de cada cuatro españoles (72,3%), los
porcentajes de quienes están muy satisfechos (15,8%), disfrutando
mucho (11,0%) y rebosantes de energía y vitalidad (17,1%), mues-
tran que el estado emocional de una felicidad sin sombra de resigna-
ción, ni parcialmente oscurecida por algún motivo, es un estado so-
cialmente minoritario. En este momento, es interesante subrayar el
matiz que distingue entre estar meramente satisfecho o disfrutando de
la vida. Hemos visto ya que el 72,3% de la población española está
bastante satisfecha, pero solamente el 58,8% disfruta mucho de la
vida. Dicho de otra manera, uno de cada cuatro españoles parece que
disfruta más bien poco o nada. En el polo opuesto, en el extremo de
la insatisfacción y de la infelicidad, están las personas que contestan
La estructura afectiva del bienestar emocional 171

«nada» a cada una de las preguntas formuladas. No están nada satisfe-


chos (4,0%); no disfrutan nada (5,2%); carecen de energía y vitalidad
(4,2%); están muy deprimidas (2,9%); se sienten muy solos (2,4%); y
apenas retienen un poco o absolutamente nada de orgullo (9,4%). Es
importante reparar en la distribución social del orgullo, pues demuestra
que el sentirse orgulloso de sí mismo constituye el último reducto que,
frente a las adversidades, puede mantener alejado al individuo de la in-
felicidad. En caso contrario, cuando la valoración o la fortaleza del «yo»
se desvanecen o desintegran, la persona pierde toda la autoestima y es-
peranza abriendo así las puertas a las profundas simas de la desdicha.
Los datos de la tabla 5.2 también indican que más de un tercio de
la población española está muy o bastante estresada por las muchas
cosas que tiene que hacer, mostrando la extensión del estrés en nuestra
sociedad. Los datos parecen corroborar la tesis del libro La sociedad del
cansancio, en la que el Byung-Chul Han (2012) reflexiona sobre el
exceso de positividad y de actividad como rasgo endémico de nuestras
sociedades. También justificarían y darían sentido a movimientos so-
ciales como el slow movement, que platean una reducción generalizada
de los ritmos a los que normalmente realizamos todas nuestras activi-
dades. Por otro lado, como habíamos anunciado, el hecho de que una
gran parte de la población española esté bastante satisfecha, no signi-
fica que las preocupaciones estén ausentes de su vida. Cuatro de cada
diez españoles (36,7%) están muy preocupados y cinco de cada diez
están bastante preocupados (48,1%). El hecho de que la preocupación
esté tan extendida quizá pueda atribuirse a las consecuencias sociales
derivadas de la crisis económica, aunque es preciso subrayar que la
preocupación, en tanto sentimiento de baja intensidad que pertenece
a la familia emocional del miedo, forma parte esencial del estado de
alerta imprescindible en la vida cotidiana.
La encuesta del CIS también muestra que uno de cada diez espa-
ñoles se siente bastante o muy solo. La valoración de este dato implica
considerar, en primer término, que la información aportada no se re-
fiere a «estar solo», es decir, a la falta objetiva de relaciones o contactos
sociales con familiares, amigos o compañeros de trabajo, sino a la so-
ledad subjetiva, es decir, al sentimiento de soledad que incluso puede
experimentarse estando rodeado de gente. En segundo término, ha de
tenerse en cuenta que declarar públicamente que uno está o se siente
solo, al no ser socialmente deseable, produce cierta vergüenza. Es de-
cir, que a buen seguro esta medida infraestima la soledad realmente
existente en España. En cualquier caso, considerando las graves
172 Eduardo Bericat

consecuencias vitales que tienen tanto la soledad objetiva como la sub-


jetiva, el hecho de que al menos un 10% de los españoles se sienta
realmente solo no es en absoluto despreciable. Por otra parte, tampoco
es nada despreciable el número de españoles que declara públicamen-
te estar bastante (12,8%) o muy (2,9%) deprimido y sin ganas de
hacer nada. El gran incremento experimentado en los últimos años en
el consumo de fármacos antidepresivos, también llamados «píldoras
de la felicidad», bien sea el tradicional Prozac (fluoxetina), bien sea el
más reciente bupropion, prescritos y utilizados masivamente ante la
aparición de síntomas depresivos tanto graves como leves, pondría de
manifiesto que los estados depresivos y de tristeza conforman una ver-
dadera epidemia emocional de las sociedades avanzadas. Solamente la
mitad de la población española parece estar completamente libre de
síntomas depresivos o de la desgana existencial. Por último, si para
Randall Collins (2004) el contento, la alegría y la felicidad están aso-
ciados con un determinado nivel de energía emocional, es obvio que, a
la inversa, la infelicidad está asociada con un bajo o muy bajo nivel de
energía. En la tabla 5.2 puede comprobarse que, en efecto, la estruc-
tura de afectividad de uno de cada tres españoles está caracterizada por
un bajo o muy bajo nivel de vitalidad.

5.1.2. Emociones públicas y emociones personales


Antes de presentar los datos de la Encuesta Social Europea, de 2006
y 2012, sobre la estructura afectiva de la felicidad de los españoles,
es necesario introducir una importante clarificación conceptual entre
emociones personales y emociones públicas. Los estados emocionales
de la tabla del CIS, así como los que se presentarán a continuación,
están vinculados a la felicidad personal y, por tanto, en sentido estric-
to, forman parte del universo íntimo de los individuos. Siendo esto
así, no podemos esperar que los resultados de 2006 y 2012 varíen
mucho, pese a que el contexto social, político y económico de Espa-
ña, como todos sabemos, haya cambiado radicalmente. En suma, es
imprescindible distinguir entre, por un lado, las emociones personales,
cuyo fundamento y funcionalidad están anclados y circunscritos al
universo del «yo», y las emociones públicas que, si bien son sentidas y
expresadas igualmente por los individuos, tienen su fundamento en
las valoraciones o afectaciones que pueda sufrir la persona en virtud de
su identidad o pertenencia a un colectivo, o en virtud de formar parte
junto con otros de un determinado contexto o situación social. Estas
La estructura afectiva del bienestar emocional 173

emociones operan según una funcionalidad que excede los estrictos


límites del ámbito personal del «yo» (Bericat, 2012, 2002). Por ejem-
plo, este hecho se hace muy evidente al analizar los resultados de dos
típicas preguntas de cuestionario sobre la situación económica, como
son la «valoración de la situación económica personal» y la «valoración
de la situación económica general» de España. Según el barómetro
del CIS de noviembre de 2012, solamente el 8,3% consideraba su
situación económica personal «muy mala», mientras que el 54,7%
consideraba la situación económica general de España «muy mala». Si
a estos últimos les sumamos los que la consideraban también «mala»,
el total asciende al 90,7%. Es decir, prácticamente toda la población
española valora como mala o muy mala la situación general del país, lo
que no ha de interpretarse como que la situación económica de toda
su población sea mala o muy mala. En efecto, la suma de estas dos
categorías de respuesta es del 27,5%, sin duda un porcentaje muy ele-
vado, pero en nada comparable al anterior. La valoración de la situación
económica general del país constituye un fenómeno de opinión pú-
blica y, particularmente, de emoción pública que, como tal, está sujeto
a una lógica y trama de influencias muy distintas a las que gobiernan
la valoración de la situación personal. De ahí que debamos interpretar
cada información en su propio marco.
Es evidente que todos los miembros de una sociedad participan
«en» y «de» climas emocionales (de Rivera, 1992). Así, de la misma
forma que analizamos las opiniones públicas, también podemos estu-
diar las emociones públicas. Es indudable que las emociones colectivas
pueden fluctuar más rápida e intensamente que los estados emociona-
les que sustentan la estructura afectiva de la felicidad, que es una rea-
lidad personal. La satisfacción con la economía del país sufrió en Es-
paña un verdadero desplome, pasando de 5,32 en 2006 a 2,16 en
2012. De la misma manera, tan solo un 10,1% de los españoles ma-
nifestó en 2006 insatisfacción con la democracia, aunque tan solo seis
años más tarde, en 2012, el porcentaje se había disparado hasta el
40,9%. Como último ejemplo, diremos que el nivel de confianza de
los españoles en sus políticos, que era 3,49 en 2006, cae hasta el 1,91
en 2012 (Bericat, 2015). Pues bien, a pesar del extraordinario interés
sociológico, político, cultural y económico que tiene el estudio de los
climas emocionales, de las emociones colectivas y de las emociones
públicas de una sociedad, debemos subrayar que no es este el objeto
del presente capítulo. Su finalidad se circunscribe al estudio de la es-
tructura afectiva de la felicidad de las personas, analizando los estados
174 Eduardo Bericat

emocionales de las cuatro dimensiones que configuran su modelo


analítico, esto es, el estatus, la situación, la persona y el poder.
Es obvio que la felicidad de los individuos está íntimamente
vinculada, como señalaron los filósofos griegos, a la calidad de la
polis o de la sociedad. Así, por ejemplo, el análisis de los estados emo-
cionales de Grecia en 2011, sumida en una profunda crisis desde
2008, demuestra que incluso el destino más íntimo de las personas
está indefectiblemente unido al destino de su sociedad. Según datos
de la Encuesta Europea de Calidad de Vida de 2011, la mitad de los
griegos (50,8%) se habían sentido particularmente tensos la mayor
parte del tiempo, bastantes más que en España (17,1%) y, sin duda,
muchos más que en Dinamarca (13,3%). Uno de cada cuatro griegos
(25,8%) dijeron sentirse solos la mayor parte del tiempo, bastantes
más que en España (11,1%) y muchísimos más que en Dinamarca
(4,4%). El 37,3% de la población griega estaba desanimada o
deprimida, aunque solo el 12,6% de la española, y un exiguo 4,1%
de la danesa. Muchos griegos (39,1%) confesaron que su vida diaria
no estaba precisamente llena de cosas que le interesaran, como así lo
hicieron el 23% de los españoles o el 15,8% de los daneses, unos
porcentajes bastante inferiores. Un segundo ejemplo, también suma-
mente interesante, es el de algunos países, como Túnez o Egipto,
durante los años en que floreció la Primavera Árabe. En Túnez y
Egipto se dio la paradoja de que mientras experimentaban unas altas
tasas de crecimiento económico, la satisfacción con la vida se iba
desplomando. Desde 2008 a 2010 el PIB per cápita se incrementó en
Túnez un 7%, mientras que el porcentaje de personas con un alto
nivel de satisfacción general con su vida cayó desde el 24% al 14%
durante estos mismos años. En Egipto se produjo una situación simi-
lar (OCDE, 2013: 37).
En suma, los datos demuestran que los climas emocionales y las
emociones públicas afectan a las emociones personales. Una profunda cri-
sis política, como la sufrida por los países árabes; una profunda crisis
social, como la que está sufriendo el pueblo griego; o una grave crisis eco-
nómica, como la experimentada en España, sin duda deja su marca en
la estructura afectiva de la felicidad. Aunque los cambios de climas
emocionales serán siempre mucho más repentinos y abruptos que los
de las emociones personales y los de la felicidad, la emocionalidad del
individuo nunca olvida que la persona es un ser social, intuyendo que
su destino último está muy vinculado al destino de la colectividad. De
ahí las palabras de Demócrito de Abdera: «Y es que una ciudad bien
La estructura afectiva del bienestar emocional 175

encaminada comporta el máximo bienestar y en ella se encuentra


todo; y si ella subsiste, todo subsiste; pero si se arruina, todo se arrui-
na» (fr. 252 DK).

5.2. LA ESTRUCTURA AFECTIVA DEL BIENESTAR EMOCIONAL EN


ESPAÑA Y EN EUROPA

En los cuatro epígrafes de este apartado se presentan los datos que


proporciona la Encuesta Social Europea sobre los estados emociona-
les de las cuatro dimensiones afectivas de la felicidad (estatus, situa­
ción, persona y poder). De esta forma se pretende tanto comprender
mejor el contenido emocional de estas dimensiones, como ampliar
nuestro conocimiento de la estructura del bienestar emocional vista
anteriormente con los datos del barómetro del CIS. Para ello con-
trastaremos y cotejaremos los datos desde la perspectiva de una tri-
ple comparación empírica: a) entre la encuesta CIS-2011 y la en-
cuesta ESS-2012; b) entre la ESS-2006 y la ESS-2012; y c) entre la
muestra española de la ESS de 2006 y 2012, y la muestra europea
de esos mismos años. En algunos casos se complementa esta infor-
mación con otras procedentes de la Encuesta Europea de Calidad de
Vida (EQLS) de 2011. Estas comparaciones de datos de diferen-
tes encuestas nos permitirán, gracias a un ejercicio de triangulación
metodológica, determinar con mayor rigor la estructura afectiva del
bienestar emocional de los españoles, así como, gracias a un ejercicio
de precisión semántica, distinguir y ajustar los matices de significado
existencial que incorporan cada una de las preguntas de cuestionario
sobre estados emocionales.

5.2.1. La dimensión de situación: felicidad, disfrute de la vida,


energía vital
Los datos de felicidad y disfrute de la vida incluidos en la tabla 5.3
corroboran la estructura emocional comentada anteriormente. La
proporción de españoles que sienten que disfrutan de la vida «buena
parte del tiempo» o «todo o casi todo el tiempo» asciende al 58,9%,
exactamente el mismo porcentaje que en la encuesta del CIS declaraba
disfrutar muy o bastante. En suma, en 2012, seis de cada diez españo-
les disfrutaron de la vida la mayor parte del tiempo; tres de cada diez
disfrutaron solo a veces; y uno de cada diez no disfrutó nunca.
176 Eduardo Bericat

El hecho de que la encuesta del CIS preguntara por la satisfac-


ción, y la ESS sobre la felicidad, explicaría la ligera discrepancia entre
los resultados. La satisfacción con la vida alcanzaba al 72,3% en la
encuesta del CIS, mientras que el haberse sentido feliz la mayor parte
del tiempo, durante la última semana, alcanza en 2012 al 68,7% de
los españoles, esto es, una cifra que concuerda bastante con aquella.
De la misma forma, ambas encuestas también coinciden en señalar
que un 5,0% de españoles no se ha sentido feliz en ningún momento
o casi en ningún momento.

tabla 5.3. Felicidad, disfrute de la vida y energía vital en los españoles y europeos.
2006 y 2012 (% población)

¿Con qué frecuencia, durante última España Europa-20


Año
semana... ? Nunca A veces Bastante Siempre B+S
Se ha sentido feliz 5,0 26,4 42,5 26,2 73,0
Sensación de disfrutar de la vida 2012 9,9 31,1 37,2 21,7 71,2
Se ha sentido rebosante de energía 22,6 42,6 24,0 10,9 56,5

Se ha sentido feliz 3,2 22,1 46,2 28,6 69,8


Sensación de disfrutar de la vida 2006 5,5 28,5 45,9 20,1 67,9
Rebosante de energía y vitalidad 20,8 41,1 30,7 7,5 53,6

Frecuencias: N: En ningún momento o casi; A: En algún momento; B: Buena parte del tiempo;
S: Todo o casi todo el tiempo.
Fuente: ESS-2006 y 2012.

Respecto a la energía y vitalidad de los españoles los datos de


ambas encuestas son bastante incongruentes. Teniendo en cuenta los
resultados obtenidos en la Encuesta Europea de la Calidad de Vida de
2011 (EQLS-2011), así como la extrema diferencia existente entre la
ESS de España y del conjunto de Europa, inferimos que debe existir
algún error en los datos de la muestra española de la ESS, tanto en
2006 como en 2012. Así, llegamos a la conclusión de que dos tercios
de la población española se sienten con mucha o bastante energía, y
un tercio, exactamente el 34,8% según el CIS, declara tener poca o
ninguna vitalidad. En la Encuesta Europea de Calidad de Vida (EQLS-
2011) se preguntó a los entrevistados si se sentían «activos y vigoro-
sos», y las respuestas fueron las siguientes: todo el tiempo (12,5%);
casi siempre (40,6%); más de la mitad (24,2%); menos de la mitad
(11,2%); a veces (9,3%); y nunca (2,1%). Según estos datos, tres de
cada cuatro españoles se sienten activos y vigorosos, mientras que uno
La estructura afectiva del bienestar emocional 177

de cada cuatro muestra carencias de energía emocional. El porcenta-


je de personas que se sienten activas y vigorosas en el conjunto de los
28 países que forman la Unión Europea (71,8%) es sensiblemente infe-
rior al porcentaje en España (77,4%). La diferencia porcentual exis-
tente entre España y Europa en la ESS es demasiado abultada, indi-
cando que quizá los términos utilizados en el cuestionario español no
sean semánticamente equivalentes a los utilizados en Europa.
Al comparar los datos de los dos años incluidos en la tabla, 2006
y 2012, no cabe la menor duda de que la valoración emocional que
hacen los españoles de su situación experimenta un importante dete-
rioro. El porcentaje de quienes se sienten felices todo, casi todo o
buena parte del tiempo desciende desde el 74,8% en 2006, al 68,7%
en 2012. Asimismo, el porcentaje de quienes disfrutan de la vida baja
desde el 66,0% al 58,9%. Y el de quienes están rebosantes de energía
desciende del 38,2% al 34,9%. Una vez analizadas todas estas infor-
maciones, y teniendo en cuenta la estabilidad propia que muestran
habitualmente los estados emocionales de carácter personal, debemos
concluir afirmando que la estructura afectiva de los españoles entre
2006 y 2012, en cuanto a felicidad y disfrute se refiere, experimenta
un grave menoscabo.
Por último, la comparación entre los estados emocionales de espa-
ñoles y europeos muestra un panorama algo diferente, y más completo,
al observado utilizando las escalas de felicidad y satisfacción. En el año
2006, cuando el país se encontraba en pleno boom económico, el núme-
ro de españoles que declaraba estar feliz buena parte o todo el tiempo
(74,8%), era bastante superior al de europeos (69,8%). Sin embargo, en
2012, una vez que el país está sufriendo el azote de una profunda crisis
económica, el porcentaje de españoles felices (68,7%) es sensiblemente
inferior al de europeos (73,0%). En cuanto a la sensación de disfrutar
de la vida, cualquier persona que haya vivido en España en ambos pe-
riodos, esto es, en el de crecimiento y en el de crisis, podrá comprender
que la diferencia en 2012 entre el porcentaje de españoles (58,9%) y
europeos (71,2%) que disfrutan de la vida sea todavía mayor.

5.2.2. La dimensión de estatus: tristeza, depresión, aburrimiento,


soledad
La estructura afectiva de la tristeza, la depresión y la soledad que
perfilan las tres encuestas que estamos considerando (CIS, ESS y
EQLS) es muy congruente. En 2012, en torno a uno de cada diez
178 Eduardo Bericat

españoles se sintió bastante o muy triste, deprimido y solo. Dada la


relevancia que tienen los estados emocionales de tristeza, soledad y
depresión a la hora de condicionar el grado de felicidad de una per-
sona, la congruencia de estos datos muestra la validez y fiabilidad que
tienen, en general, las preguntas sobre estados emocionales. Muchos
críticos afirman que las respuestas de los entrevistados son bastante
arbitrarias, pero si esto fuera así sería imposible que los resultados
de tres encuestas diferentes coincidieran. Si bien es cierto que en la
encuesta del CIS el porcentaje de deprimidos se eleva al 15,5%, ha
de tenerse en cuenta que su pregunta alude a dos estados diferentes,
estar «deprimido» o estar «sin ganas de hacer nada», ofreciendo al en-
trevistado un campo semántico más amplio. En el caso de la encuesta
EQLS el porcentaje se eleva al 12,6%, pero también aquí nos encon-
tramos una ampliación de este campo, pues su pregunta incluye estar
«deprimido» o estar «desanimado».
En conclusión, en el año 2012, uno de cada diez españoles estuvo
deprimido la mayor parte del tiempo, casi siempre o siempre (10,5%);
uno de cada diez triste (10,9%); y casi uno de cada diez se sintió solo
(8,5%). Por otra parte, el 47,8% experimentó en algún momento tris-
teza; el 35,6% experimentó a veces sentimientos de depresión; y el
23,4% sintió en algún momento soledad.

tabla 5.4. Tristeza, depresión, soledad y aburrimiento en los españoles y europeos.


2006 y 2012 (% población)
¿Con qué frecuencia, durante última España Europa-20
Año
semana... ? Nunca A veces Bastante Siempre B+S
Se ha sentido triste 41,2 47,8 7,6 3,3 7,2
Se ha sentido deprimido/a 2012 53,9 35,6 7,2 3,3 7,6
Se ha sentido solo/a 68,1 23,4 5,2 3,3 7,3

Se ha sentido triste 47,5 44,3 6,2 2,1 7,0


Se ha sentido deprimido/a 58,5 34,5 5,3 1,7 8,2
2006
Se ha sentido solo/a 68,6 24,1 4,8 2,5 7,4
Se ha sentido aburrido/a 60,6 35,5 5,0 0,9 6,0

Frecuencias: N: En ningún momento o casi; A: En algún momento; B: Buena parte del tiempo;
S: Todo o casi todo el tiempo.
Fuente: ESS-2006 y 2012.

Todos los estados emocionales de la tabla 5.4, incluido el aburri-


miento y la falta de interés por las cosas de la vida, son sentimientos
negativos sintomáticos del profundo malestar emocional que puede
La estructura afectiva del bienestar emocional 179

llegar a experimentar un ser humano. Una persona sumida en la tris-


teza, profundamente sola, completamente deprimida y absolutamente
incapaz de sentir interés por las cosas de la vida, es una persona hun-
dida, desolada y excluida de la felicidad, una persona que sufre, que ha
perdido las ganas de vivir, que ni recibe ni valora las gratificaciones
que pueden ofrecerle los demás, y que se siente sola aunque no lo esté.
La tristeza, el centro de gravedad de toda esta gran familia emocional
íntimamente vinculada al sufrimiento y al dolor humano, es conside-
rada por todos los científicos sociales como una emoción básica o
primaria. También es considerada una emoción universal, con simila-
res pautas de expresión en muy diferentes culturas, con disposiciones
fisiológicas innatas, y muy vinculada a procesos de adaptación y su-
pervivencia del organismo. Por ello los bebés, ya en su primeros me-
ses, son capaces de mostrar tristeza, miedo y rabia en la interacción
social que mantienen con sus cuidadores (Kemper, 1987). Y por ello
los sentimientos de tristeza, depresión, soledad y aburrimiento están
tan determinados por el estado de nuestras relaciones sociales prima-
rias. Turner, que otorga mucha importancia a la relación existente
entre las expectativas y las experiencias reales del sujeto, utiliza la con-
junción de dos términos para referirse a este estado emocional: «de-
cepción-tristeza» (Turner, 1999: 144). Una continuada exposición a la
tristeza puede provocar sentimientos de depresión. No en vano Kemper
utiliza también dos términos, «tristeza-depresión», para designar el es-
tado emocional vinculado con un estatus social insuficiente, esto es,
con una falta de afecto, de cariño o de reconocimiento y valoración
por parte de los demás.
El estado emocional del aburrimiento está conectado con la fami-
lia de la tristeza porque, pese a las apariencias, no es simplemente lo
opuesto a la diversión, como tampoco podemos equiparar la diversión
al disfrute o al goce, sentimientos hedonistas que tienen un contenido
diferente al mero placer característico del entretenimiento. Por ello,
Barbalet considera que el aburrimiento está vinculado a la falta de
significado o de sentido de un objeto, persona, actividad o situación
(Barbalet, 1999). Esto es, quienes se aburren son personas que no le
encuentran sentido a sus vidas, o que consideran que sus acciones ca-
recen de ningún propósito de valor o que merezca la pena. Por ello
algunos autores han considerado que el aburrimiento, o falta de inte-
rés vital por las cosas, sería el estado emocional opuesto al entusiasmo
(Lawler, 1996: 94). Así, desde esta perspectiva debe valorarse, prime-
ro, la gravedad de que el 5,9% de los españoles declararan en 2006
180 Eduardo Bericat

que estaban la mayor parte del tiempo aburridos. Segundo, en cuanto


a su extensión, comprobamos que el aburrimiento afecta, en un mo-
mento u otro, al 41,4% de la población española. Esto explicaría la
enorme cantidad de actividades que nos ofrecen, y de esfuerzos que
realizamos, cuya única y aparente finalidad es lograr que desaparezca
del horizonte vital de nuestras vidas, aunque sea durante un breve
lapso de tiempo, y aunque sea utilizando los medios más banales, esta
fastidiosa sensación de aburrimiento. En la EQLS de 2011 se pregun-
tó a los entrevistados con qué frecuencia sentían «mi vida diaria está
llena de cosas que me interesan». Pues bien, solamente un 53,3% de
los españoles contestó que casi siempre o siempre; y un 23,5% que
más de la mitad del tiempo. En suma, uno de cada cuatro españoles
(23,2%) no encuentra ni muestra ningún interés por las cosas de la
vida cotidiana.
Como puede comprobarse en la tabla 5.4 al comparar los datos
españoles de las dos oleadas de la Encuesta Social Europea, los porcen-
tajes de personas que experimentan estados emocionales de tristeza, de
depresión y de soledad en 2012 han experimentado un significativo
crecimiento con respecto a 2006, probando que la estructura afectiva
de los españoles se ha ensombrecido en el trascurso de estos últimos
años. El porcentaje de tristeza se ha incrementado un 31,2%; el de
depresión un 50%; y el de soledad un 18,0%. Los datos también
muestran que los porcentajes de tristeza, depresión y soledad en Espa-
ña son superiores a los de Europa-20.

5.2.3. La dimensión de persona: autoestima, optimismo, fracaso


Conocer la estructura afectiva que sustenta el bienestar emocional de
un país, en nuestro caso España, implica también estar al corriente de las
valoraciones que sobre sí mismos hagan sus habitantes. Más allá de
cómo hayan valorado emocionalmente el contexto general de sus vi-
das (factor situación), o de cómo valoren emocionalmente el conjunto
de sus interacciones sociales (factor estatus), el grado en que se sien-
tan orgullosos o avergonzados de sí mismos (factor persona) constitu-
ye un componente clave de su felicidad. En el panorama emocional
vinculado al «yo», distinguiremos tres componentes. El primero, la
autoestima, es un componente puramente personal, e indica el grado
en que los sujetos se valoran a sí mismos en tanto individualidad. El
segundo, el optimismo, valora emocionalmente al yo desde una pers-
pectiva biográfica, tomando en consideración tanto los resultados de
La estructura afectiva del bienestar emocional 181

la experiencia personal pasada (biografía), como los resultados espera-


dos en el futuro (expectativas). El tercer componente, el fracaso, valora
emocionalmente al yo incorporando la imagen que los demás proyec-
tan sobre el sujeto, es decir, incorporando la valoración social de la
persona. En la tabla 5.5. se incluye la información necesaria para per-
filar esta dimensión del bienestar emocional en la sociedad española.

tabla 5.5. Autoestima, fracaso y optimismo en los españoles y europeos. 2006


y 2012 (% población)
¿Está de acuerdo o en España Europa-20
Año
desacuerdo con... ? MAcuer. Acuerdo Ni/Ni Desacu. MDesac. N+D+MD
Me siento bien conmigo
21,4 64,5 9,2 4,3 0,6 20,6
mismo/a
Soy siempre optimista 2012 16,6 46,0 20,1 15,4 2,0 30,4
A veces me siento un
2,1 18,4 13,6 46,5 19,4 82,2
fracasado/a

Me siento bien conmigo


18,1 69,0 9,3 3,2 0,5 23,6
mismo/a
Soy siempre optimista 2006 15,6 50,5 22,6 10,4 1,2 34,4
A veces me siento un
0,7 13,9 11,8 50,8 22,7 82,8
fracasado/a

Grado de acuerdo MA: Muy de acuerdo; A: De acuerdo; N: Ni acuerdo, ni descuerdo; D: En


desacuerdo; MD. Muy en desacuerdo.
Fuente: ESS-2012.

Los datos de autoestima que ofrece la ESS-2012 también coinci-


den con los datos de la encuesta CIS-2011. La idea general que se
desprende de ellos es el alto grado de autoestima que mantienen los
españoles, pues el 85,9% dice estar muy de acuerdo o de acuerdo con
la afirmación «me siento bien conmigo mismo/a». La autoestima
constituye uno de los pilares esenciales de la felicidad, y explica en
gran parte el hecho de que los seres humanos, incluso en las peores
circunstancias, serán capaces de experimentar felicidad siempre que
sean capaces de mantener intacta la integridad del yo. Ahora bien, a la
inversa, el deterioro o la desintegración del yo tienen gravísimas conse-
cuencias sobre el bienestar emocional. Por este motivo, podemos estar
completamente seguros de que el 9,5% de españoles que declaran no
sentirse a gusto consigo mismo estarán excluidos de la felicidad. En
suma, en la encuesta del CIS, un 9,4% afirmaba estar poco o nada
«orgulloso de sí mismo», y en la encuesta ESS-2012, distribuyendo
en dos partes iguales los que se muestran indecisos y quienes no se
182 Eduardo Bericat

sienten orgullosos suman, como ya hemos dicho, el 9,5% de la pobla-


ción española.
A diferencia de la autoestima, que constituye una pura valoración
del yo, en el optimismo, incluso cuando es considerado como un ras-
go del carácter personal, también influyen las experiencias vividas y
anticipadas por el sujeto. Esto explica que el número de optimistas
existente en España (62,6%) sea inferior al de quienes se sienten orgu-
llosos (85,9%). En concreto, el porcentaje de pesimistas en España, es
decir, aquellos que están en descuerdo o muy en desacuerdo con la
afirmación «soy siempre optimista», se eleva al 17,4%, porcentaje al
que habría que sumar el 20,1% de quienes dudan acerca de su opti-
mismo. Se puede decir que este optimismo pertenece al «carácter per-
sonal» en la medida que la sentencia por la que se pregunta incluye el
adverbio «siempre», induciendo a pensar que se trata de un optimis-
mo que es en gran parte independiente de las particulares circunstan-
cias en las que viva el sujeto.
En la encuesta EQLS-2011, la afirmación sobre la que se pedía
igualmente el acuerdo o el desacuerdo del entrevistado era la siguien-
te: «soy optimista con respecto al futuro». Aquí la semántica no se
ciñe exclusivamente al carácter optimista de la persona («soy siem-
pre»), sino que en parte incorpora también las circunstancias externas
al sujeto («respecto al futuro»). Así se comprende que en este caso el
porcentaje de españoles pesimistas suba al 22,8%; el de optimistas
baje al 56,9%; y el de quienes no están ni de acuerdo ni en descuerdo
se mantenga casi igual (20,4%). La comparación internacional de-
muestra que el «optimismo», en general, estará mucho más afectado
por las circunstancias que el puro carácter personal «optimista», que
será más independiente del contexto social, político o económico del
país. Por ejemplo, el porcentaje de griegos que en 2011 expresó «pe-
simismo respecto al futuro» se elevó hasta la astronómica cifra del
56,1%. Ese mismo año, el porcentaje de pesimistas en Portugal fue el
48,8%; en Eslovenia, 43,9%; en Francia, 38,1%; y en Italia, 34,9%.
Es evidente que esta variable no solo refleja el carácter optimista o
pesimista de las personas, sino también el clima emocional de opti-
mismo o pesimismo que impera en cada uno de estos países. De ahí
que no debamos confundirlos. Por ejemplo, en Suecia solamente
un 5,6% se mostró pesimista con respecto al futuro, y en Dinamar-
ca un 6,0%.
Con respecto al fracaso personal, los datos de la tabla 5.5 muestran
que uno de cada cinco españoles, exactamente el 20,5%, reconoce que
La estructura afectiva del bienestar emocional 183

«algunas veces me siento como si fuera un fracasado». Teniendo en


cuenta que se trata de una respuesta vertida en el contexto de la cum-
plimentación de un cuestionario, es obvio que nos encontramos ante
un reconocimiento público de fracaso personal, lo que da cuenta del
alcance afectivo y de la gravedad de esta información. Si a este porcen-
taje le sumáramos el de quienes no muestran públicamente un claro
reconocimiento del fracaso, podríamos concluir que en 2012 aproxi-
madamente un tercio de los españoles sintieron a veces la sensación de
ser unos fracasados. El dramatismo de las cifras no requiere ningún
comentario, pues muestran hasta qué punto la frustración forma par-
te de la estructura emocional de los españoles. El sentimiento de fra-
caso implica una aceptación púbica de la incapacidad de la persona
para lograr los retos que se ha planteado en la vida; presupone implí-
citamente un alto grado subjetivo de incompetencia personal; y, ade-
más, incorpora sentimientos de vergüenza.
Ahora bien, el fracaso personal remite siempre a la imposibilidad
de ajustarse a los estándares de éxito establecidos por la sociedad y, en
este sentido, se trata de un fracaso construido, e incluso podría afir-
marse que estimulado y promovido socialmente. De acuerdo con la
teoría del «yo-espejo», de Charles Horton Cooley (1964), los senti-
mientos de orgullo y de vergüenza dependen de cómo nosotros ima-
ginemos que nos ven los demás. Cuando imaginamos que su juicio es
positivo, sentiremos orgullo, pero si imaginamos que los otros nos
juzgan negativamente, sentiremos vergüenza, un sentimiento muy
doloroso que muchas veces ni siquiera reconocemos conscientemente
(Scheff, 1990). El fracaso del yo es el que se refleja en los patrones de
éxito que observamos en los ojos con los que nos miran los demás. Y
ello demuestra que, en gran medida, todos somos partícipes del engra-
naje social contribuyendo a causar el dolor, el sufrimiento y la infeli-
cidad de los demás.
Las informaciones empíricas incluidas en la tabla 5.5 muestran
que la estructura afectiva de la sociedad española en 2012, con respecto
a la de 2006, registra un intenso deterioro del orgullo, esto es, de la
valoración emocional que las personas tienen de su propio «yo». El
deterioro afecta a la autoestima, afecta al optimismo y, por supuesto,
también al fracaso. En España, el porcentaje de personas que se sienten
fracasadas crece desde el 14,6% en 2006, hasta el 20,5% en 2012, lo
que significa que durante estos seis años el número de estas personas
se ha incrementado en 40,4%. Por su parte, el porcentaje de «pesimis-
tas» ha pasado del 11,6% al 17,4%, experimentando un crecimiento del
184 Eduardo Bericat

50,0%. Por último, como era de esperar, a tenor de la valoración pura-


mente personal que instituye la autoestima, el número de personas que
sienten vergüenza de sí mismas sube del 13,0% al 14,1%, lo que impli-
ca un crecimiento del 8,5%. Estos tres datos ponen de manifiesto el
fuerte impacto que está teniendo la crisis económica, laboral, política y
social de España sobre esta dimensión del bienestar emocional. La cri-
sis económica no solo ha creado una grave crisis social, sino también
una grave crisis de autoestima que ha minado el legítimo orgullo de los
españoles.
Por último, en la comparación con Europa-20, observamos que
en 2012 el porcentaje total de pesimistas existente en España (37,5%)
es muy superior al de Europa (30,4%); y que el porcentaje de personas
que se sienten fracasadas en España (20,5%) también es mayor que el
de Europa (17,8%). Sin embargo, el porcentaje de quienes declaran
no sentirse orgullosos de sí mismos es, en España (14,1%), muy infe-
rior al de Europa (20,6%). Este último resultado podría explicarse,
bien por el diferente contenido semántico de la formulación de la
pregunta que utiliza el cuestionario español, bien por factores cultura-
les vinculados a la relevancia que tradicionalmente ha tenido el honor
personal en nuestra sociedad.

5.2.4. La dimensión de poder: inquietud, calma, fatiga


La encuesta CIS-2011 había precisado los grados de estrés y preo-
cupación de la estructura afectiva de los españoles. Ambos estados
emocionales pueden producir en el individuo fatiga física o mental
y, aun cuando no toda fatiga necesariamente reduce el bienestar de
las personas, es evidente que el agotamiento y la fatiga crónica crean
infelicidad. Un organismo activo, pero capaz de recuperar las fuerzas,
así como un espíritu tranquilo y en calma, ajeno a toda perturbación,
inquietud o ansiedad, constituyen dos condiciones fundamentales
del bienestar emocional.
Es importante analizar el cansancio físico y la inquietud psicológi-
ca, no solo por la inmediata y directa repercusión emocional que tie-
nen sobre el individuo, sino también porque estos estados emociona-
les nos indican el tipo de relación que la persona mantiene con su
entorno. El cansancio, la fatiga, el agotamiento, la incapacidad de re-
novar las energías con el descanso o el sueño señalan que las exigencias
de las tareas a las que se enfrenta un individuo superan su capacidad y
resistencia físicas. En este sentido, la fatiga y el estrés comparten un
La estructura afectiva del bienestar emocional 185

mismo modelo subyacente. Se distinguen, sin embargo, en que el es-


trés no solo puede estar provocado por una exigencia física excesiva,
sino también por cualquier otra exigencia intelectual, social o moral
que supere la capacidad y la resistencia de un individuo (Schiffrin y
Nelson, 2010; Thoits, 2010). Sin duda, la inquietud psicológica, la
ansiedad y las preocupaciones también pueden provocar un estado
generalizado de estrés. Así, la preocupación intensa y/o duradera in-
yecta desasosiego en la vida cotidiana de las personas, perturbando la
calma que suele imperar en una vida feliz y saludable. Al igual que en
el caso del miedo, los sentimientos de preocupación constituyen indi-
cios de la presencia en el entorno de elementos amenazadores (obje-
tos, personas, hechos, acciones o situaciones) que pueden llegar a cau-
sarnos perjuicios o daños. Es decir, que la probabilidad de que un
individuo sienta fatiga crónica, sea física o mental, estrés, inquietud
espiritual, tensión psicológica, ansiedad o un estado de preocupación
intensa y duradera, depende del poder relativo que tenga el individuo
con respecto a su entorno, sea natural, social o personal. En suma,
estos sentimientos indican que el sujeto carece de recursos suficientes
para enfrentarse a las contingencias y potenciales amenazas que proce-
den de su entorno o mundo.
Frente a los estados emocionales vinculados a la contingencia y a
la incertidumbre, se encuentran aquellos otros, como la confianza, la
tranquilidad y la calma, que emergen cuando la persona se siente se-
gura, controla su mundo y cuenta con los suficientes recursos de po-
der para evitar los peligros que puedan acecharle. De ahí que la tran-
quilidad y la calma, bien provengan de la certidumbre derivada de un
alto grado de poder y control, bien provengan de la sabia indiferencia
del sujeto frente a los avatares y circunstancias de la vida, formen par-
te de las cuatro dimensiones de la felicidad. Esto mismo sucede con el
grado de energía emocional y vitalidad. Así que ambos estados emo-
cionales, la calma y la vitalidad, parecen formar en conjunto un equi-
librado sustrato energético de la felicidad
Antes habíamos visto en la tabla 5.2 que el 35,4% de los españo-
les estaba estresado en alguna medida. Ahora, en la tabla 5.6, vemos
que el 43,5% no se encuentra la mayor parte del tiempo tranquilo o
relajado. La EQLS-2011 corrobora este importante rasgo de la estruc-
tura afectiva de la sociedad española, pues según esta encuesta el
46,5% de españoles no se encuentra casi siempre «calmado y relaja-
do». El estrés es cuestión de grados, pero gracias a contar con datos de
tres diferentes encuestas podemos precisar bastante más el panorama
186 Eduardo Bericat

de la tranquilidad y de la calma. Según estas encuestas, aproximada-


mente uno de cada cuatro españoles se encuentra en una situación de
estrés, sea físico o mental, y no en una mera situación de ausencia
de calma. Por otro lado, sabemos que considerando tanto los datos de
CIS-2011 (8,9%), como los de ESS-2012 (9,3%), uno de cada diez
españoles sufre una situación de muy elevado estrés. Finalmente, con
respecto a la evolución de los sentimientos de calma entre 2006 y
2012, se observa un interesante fenómeno: crece tanto el polo extre-
mo de la intranquilidad, pasando del 7,9% al 9,3%, como el polo
extremo de la tranquilidad, que pasa del 14,3% al 18,0%. Dado que
el trabajo es una importante fuente de estrés, quizá la crisis de empleo
pudiera explicar estos datos, aparentemente contradictorios. Final-
mente, la comparación con Europa-20 muestra que el nivel de estrés
de los españoles es sensiblemente mayor que el de los europeos.

tabla 5.6. Inquietud, calma y fatiga en los españoles y europeos. 2006 y 2012
(% población)
¿Con qué frecuencia, durante última España Europa-20
Año
semana... ? Nunca A veces Bastante Siempre B+S
Se ha sentido tranquilo/a, relajado/a 9,3 34,2 38,5 18,0 63,5
2012
Ha dormido inquieto/a 45,6 38,5 11,4 4,5 19,2

Se ha sentido tranquilo/a, relajado/a 7,9 37,6 40,2 14,3 57,5


Ha dormido inquieto/a 51,9 34,0 9,7 4,3 17,9
2006
Se ha sentido cansado/a 21,6 58,9 15,3 4,2 19,3
Se ha sentido descansado/a al levantarse 15,7 29,9 35,4 18,9 47,3

Frecuencias: N: En ningún momento o casi; A: En algún momento; B: Buena parte del tiempo;
S: Todo o casi todo el tiempo.
Fuente: ESS-2012.

Sobre el cansancio, la ESS-2006 nos ofrece la siguiente informa-


ción: un 58,9% de los españoles se ha sentido cansado «a veces» du-
rante la última semana. Este dato se corresponde con la situación co-
tidiana normal, en la que se alternan periodos de actividad que
producen fatiga, y periodos reparadores de reposo y relajación. Como
señala Bertrand Russell: «Hay muchas clases de fatiga, algunas de las
cuales constituyen un obstáculo para la felicidad mucho más grave
que otras. La fatiga puramente física, siempre que no sea excesiva,
tiende en todo caso a contribuir a la felicidad» (Russell, 2003: 67). Así
pues, frente a la situación normal de sentirse cansado a veces, encon-
traríamos dos situaciones anómalas, una por exceso y otra por defecto.
La estructura afectiva del bienestar emocional 187

Por un lado, el 19,5% de españoles que afirma sentirse cansado «siem-


pre» estaría afectado por una fatiga excesiva o crónica, lo que sin duda
incidirá negativamente en su bienestar emocional. Por otro, un 21,6%
de españoles declara no sentirse cansado «nunca». Este dato admite al
menos dos posibles interpretaciones. Que estas personas gozan de una
situación vital privilegiada, en la que no se requiere esfuerzo ni otro
tipo de exigencias, o que estas personas están inmersas en un vacío
funcional que, excluyéndolas de cualquier actividad, elimina la fatiga
de su horizonte.
Según los datos de la tabla 5.6, un 15,9% de españoles en 2012
declaró haber dormido inquieto todos los días de la última semana.
Esta información, por sí misma, da cuenta de la extensión y del grado
de inquietud emocional existente en España. Por su parte, la encuesta
EQLS-2011 preguntaba si durante las dos últimas semanas se había
sentido «especialmente tenso», y un 17,1% de los españoles contestó
que sí, que al menos más de la mitad del tiempo. Como vemos, ambas
informaciones muestran una elevada congruencia. De la misma ma-
nera, analizando la pregunta sobre si «se ha sentido descansado al le-
vantarse», que no es una pregunta sobre fatiga física, sino más bien
sobre inquietud y fatiga mental, vemos que el porcentaje de españoles
que, según la ESS-2006, «nunca» se han sentido descansados al levan-
tarse se eleva al 15,7%. Este dato también es congruente con el obte-
nido en la EQLS-2011, que ofrece un porcentaje del 14,6% de espa-
ñoles que nunca, o solamente alguna vez, se levantan sintiéndose
frescos y descansados. Sin duda, a las personas que se encuentren en
estas condiciones emocionales de inquietud o de ansiedad les resultará
muy difícil mantener un elevado grado de felicidad. La fatiga fisioló-
gica o muscular, la fatiga cognitiva o intelectual, y la fatiga afectiva y
emocional, cuando son excesivas y llegan a ser crónicas, excluyen a las
personas de la felicidad.
La comparación temporal del cansancio físico, según la EQLS de
2007 y 2011, al igual que la comparación comentada anteriormente
entre la tranquilidad y la calma, indica que crecen simultáneamen-
te tanto el número de personas fatigadas, como el número de personas
descansadas. Estos datos, aparentemente contradictorios, serían hipo-
téticamente congruentes con una particular distribución social del can­
sancio en el marco de una crisis de empleo que, por un lado, se mues-
tra más exigente con quienes conservan el empleo pero que, por otro,
«liberan» del trabajo y del esfuerzo físico a quienes quedan desemplea-
dos. Ahora bien, la comparación temporal en cuanto a la inquietud
188 Eduardo Bericat

mental o emocional es clara: el porcentaje de españoles que duermen


inquietos pasa del 14,0% en 2006, al 15,9% en 2012.
Por último, la comparación de España y Europa muestra que el
grado de cansancio físico de los españoles es aproximadamente igual
al de los europeos; que el grado de tranquilidad y calma es mayor;
pero que, por el contrario, el grado de inquietud emocional es supe-
rior en España.

5.3. APLICACIONES DEL MODELO MULTIDIMENSIONAL


DE LA FELICIDAD

El análisis de este último apartado tiene como objetivo demostrar


que niveles similares de felicidad pueden corresponder a estructuras
afectivas diferentes. Por este motivo, el análisis de la felicidad de un
individuo, de una categoría o de un grupo social requiere, además
de conocer su grado general de bienestar emocional, conocer en una
segunda fase el grado de bienestar en cada una de las dimensiones
y, en una tercera, sus estados emocionales característicos. Con este
objeto hemos diseñado y elaborado una tipología sobre la base de las
puntuaciones obtenidas por cada individuo en los cuatro factores o
dimensiones de la felicidad2. Para ello hemos aplicado el análisis de
conglomerados Kmedias a la muestra de los veinte países europeos
de la Encuesta Social Europea de 2006. Tras el análisis exploratorio,
hemos optado por seleccionar la solución de 12 tipos porque con esta
desagregación ya puede demostrarse la tesis de la existencia de muy di-
versas «felicidades» e «infelicidades» aun en grados de bienestar emo-
cional semejantes.
La tabla 5.7 ofrece la puntuación general obtenida en el índice de
bienestar socioemocional (IBSE) por cada uno de los 12 subtipos. Se-
gún esta puntuación se les ha incluido en uno de los grandes tipos de
felicidad, aunque esto no es lo fundamental ahora. Lo importante es
observar cómo varían en cada subtipo las puntuaciones de los cuatro

2
  Parece necesario advertir en este momento que la tipología de la felicidad y de la
infelicidad presentada en el capítulo cuatro, y que es la utilizada en la segunda parte
del libro, consiste en una segmentación en cinco niveles de la distribución de pun-
tuaciones generales del IBSE. En la tipología que se presenta aquí se parte de las
puntuaciones de los cuatro factores porque interesa explorar las diferentes combina-
ciones emocionales que pueden encontrarse en las estructuras afectivas de la felicidad.
La estructura afectiva del bienestar emocional 189

factores o dimensiones de la felicidad, definiendo así su particular es-


tructura afectiva. A tenor de estas puntuaciones se sugiere una deno-
minación que tan solo trata de reflejar la idiosincrasia emocional de
cada subtipo. Como puede verse en la última fila de la tabla 5.5, tanto
las puntuaciones generales del IBSE para la población total, así como las
de sus cuatro dimensiones, son cero, ya que esta puntuación es la me-
dia aritmética de la muestra utilizada.

tabla 5.7. Tipología de estructuras afectivas de la felicidad. IBSE, Europa-20,


2006

Dimensiones
Denominación Sub-Tipo IBSE N%
Estatus Situación Persona Poder
Felices
Felices 1 64,1 49,8 83,2 43,5 79,8 11,9

Contentos
Poco disfrute 2a 27,5 62,8 –34,0 26,2 55,0 14,4
Algo tristes 2b 25,4 –56,9 58,0 40,6 59,6 9,4
Algo intranquilos 2c 20,4 70,0 45,1 21,8 –55,2 13,8

Satisfechos
Baja autoestima 3a –0,7 39,1 41,3 –108,8 25,8 7,9
Baja sociabilidad 3b –12,2 –43,6 30,3 21,7 –57,2 11,2

Insatisfechos
Algo intranquilos 4a –25,4 45,8 –102,8 16,0 –60,5 8,3
Algo tristes 4b –24,4 –59,3 –79,4 16,2 25,0 8,1
Gozadores 4c –32,3 –187,1 87,3 –15,1 –14,2 1,5

Infelices
En desdicha 5a –66,5 –28,2 –63,5 –115,7 –58,5 8,1
En infortunio 5b –84,9 –211,3 –88,9 22,6 –62,0 3,2
En desgracia 5c –124,9 –208,2 –82,5 –155,8 –53,1 2,2

Población total 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 100,0

Fuente: ESS-2006.

El subtipo 1 de personas «felices» tiene una puntuación general


de +64,1, pero la principal característica de su estructura es que el
valor de todas sus dimensiones es positivo, si bien se observa que las
puntuaciones de los factores de situación y de poder casi duplican a
las del estatus y de la persona. Dicho de otra manera, sobre la base de
190 Eduardo Bericat

unas suficientes gratificaciones sociales (estatus) y una suficiente for-


taleza del yo (persona), las dimensiones que parecen influir más en el
logro de altos niveles de felicidad son las de la situación y la del poder,
esto es, la valoración que hagamos de nuestras condiciones objetivas
de vida, y el hecho de que vivamos activos pero tranquilos y en calma.
Cuando esto sucede, todos los estados emocionales de la estructura
afectiva son muy positivos.
A partir de esta estructura positiva y equilibrada de la felicidad, se
derivan otros tres subtipos en los que se observa un ligero deterioro de
una sola de las siguientes dimensiones, sea el estatus, la situación o el
poder. Por tanto, la estructura básica de las personas «contentas» está
constituida por un nivel positivo y razonable de autoestima y optimis-
mo, y por el deterioro de una de las tres restantes dimensiones. Los da-
tos ponen en evidencia que cuando se deteriora cualquiera de ellas una
persona deja de sentirse plenamente feliz. En suma, vemos que los tres
subtipos del tipo «contento» muestran un grado de felicidad similar
(+27,5; +25,4; y +20,4), pero en el primero desciende la valoración
emotiva de las condiciones de la situación (-34,0); en el segundo el su-
jeto siente un cierto deterioro en el reconocimiento, estima, aprecio o
cariño que recibe, es decir, en el factor de estatus (-56,9); mientras que
el tercero obtiene una puntuación negativa en la dimensión de poder
(-55,2). En suma, estos subtipos tienen una misma puntuación general,
pero presentan tres estructuras afectivas diferentes. Como es lógico, en
los estados emocionales correspondientes a cada una de las dimensiones
van cambiando los porcentajes. A modo de ejemplo diremos que el
99,9% del subtipo 1 (felices) nunca o casi nunca se ha sentido triste y
que el 93,8% nunca o casi nunca se ha sentido deprimido. En el caso
del subtipo 2b (contentos, pero algo tristes), el 94,4% afirma que se ha
sentido triste algunas veces, y aunque el 56,3% dice no haberse sentido
deprimido nunca o casi nunca, el 40,3% reconoce que a veces sí. Es
evidente que las variaciones en las puntuaciones de los factores reflejan
variaciones en los estados emocionales.
Bajo la denominación de «satisfechos» aparecen dos subtipos.
Ambos muestran ya una puntuación general del IBSE negativa, aun-
que solo ligeramente por debajo de la media (–0,7 y –12,2). Sin em-
bargo, su estructura emocional se mantiene en el ámbito de la satisfac-
ción moderada con la vida. En el primero de ellos, aun disminuyendo
algo el valor de las dimensiones de estatus, situación y de poder, toda-
vía se mantienen en niveles positivos y razonables. Lo interesante de la
estructura afectiva del subtipo 3a es la debacle que afecta al factor
La estructura afectiva del bienestar emocional 191

personal (–108,8), es decir, en la escasa valoración que el individuo


tiene de sí mismo y el escaso optimismo con el que afronta el futuro.
Ambos estados emocionales indican un intenso debilitamiento del
yo, que quizá pudiera ser interpretado en el marco de la teoría de la
vergüenza, de Thomas Scheff. Diríamos que estas personas, aun care-
ciendo de grandes motivos para valorar negativamente su vida, pare-
cen encontrarse a disgusto dentro de su piel, no estando conformes
consigo mismos. En general, este es el prototipo de estructura afectiva
al que se orientan principalmente todas las psicoterapias individualis-
tas, ya que parten del supuesto de que el fortalecimiento del yo sería
suficiente para alcanzar la felicidad. El supuesto parece cumplirse en
este subtipo, pero las personas con esta peculiar estructura afectiva
son el 7,9% de la población europea. Es decir, se trata de una parte
importante de la población, pero en ningún caso debemos confundir-
la con toda la población. Lo cierto es que el actual discurso social de la
felicidad, el discurso dominante en nuestra cultura, toma como refe-
rencia este subtipo para proyectar la responsabilización del individuo
sobre su propia infelicidad. El discurso psicoterapéutico individualis-
ta pretende convertir en universal una estructura afectiva existente
pero que, de hecho, es específica y particular. Ya vimos antes que la
desigualdad de ingresos está inserta en un discurso social que exonera
a la persona de cualquier responsabilidad, mientras que el discurso
social de la desigualdad de felicidad es individual, convirtiendo a las
personas en únicos responsables de su grado de bienestar o malestar
emocional.
La estructura afectiva del segundo subtipo de «satisfechos», el 3b,
muestra un descenso en sus dos dimensiones sociales, tanto en el esta-
tus (–43,6), como en el poder (–57,2). Diríase que estos individuos
valoran emotivamente bien tanto las condiciones objetivas de la situa-
ción como su propia persona, pero sienten que su posición en la es-
tructura social, tanto en la dimensión de estatus como en la de poder,
les impide realizar plenamente todas sus potencialidades. Este subtipo
puede comprenderse bien desde la perspectiva estructural de las emo-
ciones y, particularmente, desde la teoría sociointeraccional de Theodo-
re Kemper. En el conjunto de sus interacciones sociales, ni el indivi-
duo parece recibir una cantidad adecuada de gratificaciones, ni parece
contar con los suficientes recursos de poder.
Tras la denominación de «insatisfechos» encontramos estructuras
afectivas definidas, en primer término, por un nivel bastante bajo de
bienestar emocional (–25,4; –24,4; y –32,3). También en estos casos
192 Eduardo Bericat

comprobamos que la puntuación general es similar, pero que su es-


tructura afectiva es muy diferente. Veamos en primer lugar los subti-
pos 4a y 4b, pues el 4c constituye un subtipo tan interesante como
especial. Los dos primeros subtipos tienen en común un muy notable
descenso del factor de situación, es decir, que en ambos subtipos la
mayoría de las personas, exactamente dos de cada tres, se sienten feli-
ces y disfrutan de la vida tan solo a veces. La diferencia entre ambos es
que el subtipo 4a tiene una puntuación negativa en el factor de poder,
mientras que el 4b tiene en negativo su puntuación del factor estatus.
Comparando ambos también se hace evidente que un descenso en
este factor, es decir, en las gratificaciones sociales voluntarias que reci-
bimos de los demás, tiene un mayor impacto en el deterioro del bien-
estar emocional general. El hecho de que la falta de tales gratificacio-
nes nos entristezca y deprima hace que, incluso con un valor
relativamente mejor en el factor situación (–79,4 frente a –102,8), la
puntuación general del IBSE del subtipo 4b sea prácticamente igual a
la del 4a. En suma, si antes habíamos dicho que los factores de situa-
ción y de poder parecen ser más determinantes en el logro de altos
niveles de felicidad, ahora vemos que los factores de estatus y de per-
sona parecen ser los más determinantes a la hora de descender por la
pendiente de la infelicidad.
La estructura afectiva del subtipo 4c es paradójica, de ahí que sea
muy especial. En primer lugar, a diferencia de los dos casos anteriores,
vemos que la puntuación del factor situación es muy alta (+87,3), in-
cluso superior a la del subtipo 1 de «felices» (+83,2). Teniendo en
cuenta que estamos analizando personas «insatisfechas», este hecho es
realmente sorprendente. En segundo lugar, vemos que en estos indivi-
duos la valoración emocional de su persona y de sus recursos de poder
es tan solo ligeramente negativa (–15,1 y –14,2), pero que la valora-
ción de su estatus es extremadamente negativa (–187,1), casi tan ne-
gativa como la que tienen dos de los subtipos de personas infelices.
Para hacernos una idea, podemos ver que el 74,0% de estas personas
respondieron sentirse tristes la mayor parte del tiempo, casi todo o
todo el tiempo, y que el 45,2% están deprimidos la mayor parte del
tiempo, casi todo o todo el tiempo. Es decir, los individuos del subti-
po 4c dicen sentirse tan felices y disfrutar tanto de la vida como las
personas «felices», pero afirmando al mismo tiempo sentirse tan tristes
y deprimidos como las personas «infelices».
Con la intención de comprender esta paradoja de la felicidad he-
mos denominado a estas personas «insatisfechos gozadores», pues
La estructura afectiva del bienestar emocional 193

combinan un déficit evidente en sus vínculos sociales, lo que les crea en


su estructura afectiva un profundo trasfondo de tristeza y depresión,
con un ansia clara de sentirse feliz y, sobre todo, de disfrutar de la vida.
Así, el 91,8% dice disfrutar de la vida la mayor parte, casi todo o todo
el tiempo, y el 79,8% afirma sentirse feliz la mayor parte, casi todo o
todo el tiempo. ¿Será que estas personas tratan de compensar e inclu­
so de ocultarse a sí mismas la carencia de vínculos sociales sanos y grati-
ficantes aferrándose al disfrute de la vida que procuran los placeres? ¿Será
que el individualismo extremo o el rechazo de los demás provocan una
desesperada huida hacia el placer, la diversión y el goce? ¿Acaso no re-
suena en este subtipo el hedonismo asocial y desenfrenado de los her-
manos del ministro de Cheng, Tse-ch’an, que vimos en el capítulo dos?
En cualquier caso, es obvio que la comprensión de la felicidad y sus
paradojas requiere un estudio profundo de las estructuras afectivas que
la sustentan, estudio que no puede llevarse a cabo con el exiguo instru-
mental que nos procura una única variable, como es el caso en las esca­
las de Cantril, de satisfacción con la vida o de felicidad (escalas CSF).
Por último, vemos que la estructura afectiva de las personas «in-
felices» está configurada negativamente en sus cuatro dimensiones. En
los dos primeros subtipos la diferencia fundamental estriba en que en
el 5a la valoración emocional más negativa la obtiene el propio sujeto
(–115,7), lo que constituye un claro indicio de que tal individuo se
considera una persona desdichada, mientras que en el subtipo 5b se ob-
serva una dramática puntuación en el factor estatus (–211,3), indicio
claro del estado de profunda tristeza y depresión en el que se encuen-
tra el individuo. Este tremendo infortunio social le aboca a un intenso
grado de infelicidad. En el subtipo 5c la puntuación general del IBSE
alcanza cotas profundas de infelicidad (–124,9), debido a que en su
estructura afectiva concurren simultáneamente la desdicha y el infor-
tunio, esto es, un bajísimo nivel en la dimensión de estatus (–208,2) y
un bajísimo nivel en la dimensión persona (–155,8). La concurrencia
de ambos motivos, el aislamiento y rechazo social, junto a la pérdida
absoluta de autoestima y optimismo, conduce directamente a la des-
gracia como pura expresión de la infelicidad.

5.3.1. Ejemplos de aplicaciones


Con la tipología de estructuras afectivas de la felicidad presentada se
ha querido mostrar que no existen solamente «grados» de felicidad,
sino también «tipos» de felicidad muy diferentes. Hemos presentado
194 Eduardo Bericat

una solución de 12 tipos, pero también habríamos podido presentar


otras soluciones de 20 o de 30 conglomerados en las que podríamos
ver un universo más rico de diferentes estructuras afectivas. Empero,
esta solución de 12 tipos satisfacía nuestra pretensión de mostrar que
no hay un único modelo de felicidad, sino muchas felicidades diferen-
tes. Con este análisis también se pretendía mostrar el uso que puede
darse al IBSE utilizando los tres niveles de su modelo, a saber: a) su
puntuación general, b) la puntuación de sus cuatro dimensiones, y
c) el análisis individualizado de los estados emocionales de la estruc-
tura afectiva. Por este motivo, terminamos este capítulo anticipando
dos análisis, incluidos más adelante en este mismo libro, en el que se
compara el bienestar emocional de las mujeres trabajadoras con el de
las amas de casa, y el bienestar emocional de las personas inmigrantes
según su tiempo de estancia en el país receptor.
De acuerdo con su puntuación en el IBSE (Bericat, 2016b), el
bienestar emocional de las mujeres que trabajan (–1,1) es solamente
un poco superior al de las amas de casa (–2,1). Este resultado sorpren-
de porque, a tenor de la consideración social atribuida, respectiva-
mente, a las mujeres trabajadoras y a las amas de casa, podría creerse
que el bienestar emocional de las primeras sería mayor que el de las
segundas. Ahora bien, analizando las respectivas puntuaciones de tra-
bajadoras y amas de casa en las cuatro dimensiones (estatus: +0,2 y
–5,9; situación: +6,6 y +2,5; persona: –2,9 y –3,8; poder: –8,0 y –1,1)
(Bericat, 2016b: 643), comprobamos su diferente estructura afectiva
y comprendemos mucho mejor su específico grado y tipo de bienestar
emocional.
El mayor contraste entre ambas lo encontramos en la dimensión
de poder, mucho más desfavorable para las trabajadoras que para las
amas de casa. El resultado es lógico si pensamos en la carga emocional
que tienen que soportar las trabajadoras por el hecho de satisfacer si-
multáneamente el doble rol de trabajadora y ama de casa. Como sa-
ben muy bien las mujeres, en este escenario los niveles de ansiedad y
de estrés crecen considerablemente, reduciendo así también conside-
rablemente su bienestar emocional. A la inversa, las amas de casa man-
tienen un ritmo y carga de trabajo mucho más soportables, por lo que
el grado de tranquilidad y calma presente en su estructura afectiva es
bastante mayor, siendo bastante menor su nivel de estrés (Ferree,
1984). La elevada consideración social de las mujeres trabajadoras ex-
plicaría su mayor nivel en el factor estatus. Asimismo, su posición so-
cial más elevada, a juzgar por sus niveles educativos y por los recursos
La estructura afectiva del bienestar emocional 195

económicos derivados del trabajo, influye en la mejor valoración


emotiva que hacen de las condiciones de su situación. Sin embargo,
observamos tan solo un pequeña diferencia en cuanto a su respecti-
va autoestima y optimismo, lo que parece indicar que ambos roles
mantienen en nuestras sociedades un nivel suficiente de legitimidad
personal. En suma, su parecido grado general de felicidad se explica
porque las mujeres trabajadoras, aun disfrutando de un contexto de
vida más favorable en las dimensiones de estatus, situación y per­
sona, tienen un grado de ansiedad y estrés considerablemente ma-
yor al de las mujeres amas de casa. A la inversa, muchos estudios
han apuntado la existencia de una cierta asociación entre la posi-
ción de ama de casa y la depresión (Coltrane, 2000; Sironi y Men-
carini, 2006).
Estas distintas estructuras afectivas de la felicidad, reveladas por
las dimensiones del IBSE, son también susceptibles de ser enriqueci-
das y corroboradas por subsecuentes análisis cualitativos de las condi-
ciones existenciales de las mujeres3. Así, analizando el grupo de discu-
sión de «amas de casa» realizado por Carlos Prieto y colaboradores en
su investigación sobre trabajos, cuidados y tiempo libre (Prieto, 2015),
comprobamos cómo el discurso de las amas de casa gira obsesiva y
continuamente en torno a la demostración del hecho de que: a) la
calma y la tranquilidad que obtienen en sus vidas (aspecto hedónico
de su condición existencial) y b) el cumplimiento fiel de los deberes
asociados a los roles de madre, esposa y responsable del hogar (aspecto
instrumental), c) compensa con creces el déficit de valoración social
que su dedicación exclusiva al hogar inevitablemente conlleva (aspec-
to simbólico).
El segundo y último ejemplo de aplicación del modelo de medi-
ción del IBSE que comentaremos ahora, de forma mucho más breve,
es el de la evolución del bienestar emocional de los inmigrantes confor-
me aumenta el tiempo de estancia en el país receptor. Algunos estudios

3
  A través de su jerarquía analítica (puntuación general, puntuación de las
dimensiones y estados emocionales de la felicidad), el modelo de medición multidi-
mensional y multivariable del índice de bienestar socioemocional (IBSE) posibilita el
establecimiento de los puentes necesarios para integrar investigaciones cuantitativas
y cualitativas de la felicidad. Es evidente que los conceptos analíticos de estructura
afectiva y de dinámica emocional (Bericat, 2016a, 2016c) son directamente aplicables
en la investigación cualitativa, por ejemplo, en análisis de condiciones existenciales que
pudieran realizarse mediante grupos de discusión, grupos triangulares o entrevistas
individuales.
196 Eduardo Bericat

realizados al respecto (Safi, 2010), como las propias estimaciones del


IBSE, muestran que el bienestar emocional de los inmigrantes no me-
jora a medida que aumenta el número de años de residencia en el país
receptor. En efecto, este es un hecho que podría ser confirmado con
cualquiera de las escalas univariables CSF. Ahora bien, cuando anali-
zamos cómo evoluciona con el tiempo la estructura afectiva de los
inmigrantes, a tenor de las puntuaciones que obtienen en las cuatro
dimensiones del modelo de medición, descubrimos una pauta muy
interesante y reveladora en la que se cruzan dos tendencias opuestas.
Por un lado, según avanza el tiempo de estancia, los niveles del
factor estatus, sensibles al grado de integración del inmigrante en las
redes sociales del país de destino, mejoran progresivamente. Pero al
mismo tiempo, por otro lado, los niveles del factor personal, indicati-
vos de la fortaleza del yo, la autoestima y el optimismo, van empeo-
rando progresivamente. Así que una aparente estabilidad en el tiempo
del grado de bienestar emocional esconde una transformación sustan-
cial de su estructura afectiva. Durante los primeros cuatro lustros de
estancia, el factor personal evoluciona negativamente, de la siguiente
manera: +25,8, +20,1, +5,2 y –0,6. Pauta que puede interpretarse
considerando que al inicio de la aventura migrante las personas mues-
tran, debido a la heroicidad a la que acaban de enfrentarse, una muy
alta consideración de sí mismas, consideración personal que paulati-
namente va decreciendo con los años. A la inversa, la pauta evolutiva
del factor estatus es la siguiente: –27,6; –18,0; –3,3; y –11,7. En
suma, ambas tendencias se cruzan para configurar una aparente, pero
falsa, estabilidad en el grado y en la estructura afectiva del bienestar
emocional de los inmigrantes conforme avanza su tiempo de residen-
cia en el país receptor.
En fin, con el mismo espíritu que hemos utilizado este instru-
mento de medida de la felicidad en estos dos ejemplos, abordaremos
en la segunda parte del libro el estudio de la estratificación social del
bienestar y del malestar emocional. Aplicaremos el IBSE y su modelo
analítico al estudio del bienestar subjetivo de muchas posiciones so-
ciales, aunque somos conscientes de que este modelo de medición
puede ser aplicado a otros muchos fenómenos colectivos y sociales.
Estamos convencidos de que el conocimiento de la estructura afectiva
del bienestar emocional puede impulsar y proyectar las investigacio-
nes sociales de la felicidad sobre un horizonte mucho más amplio y
rico que el vislumbrado hasta ahora por las escalas de Cantril, de satis­
facción con la vida y de felicidad.
segunda parte

LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL
DE LA FELICIDAD
La dinámica emocional de los seres humanos es en algunos momentos
absolutamente tumultuosa, y en otros se asemeja más a las tranquilas
aguas de un estanque. En cualquier caso, el incesante fluir de las emocio-
nes constituye un río heracliteano en el que resulta imposible bañarse dos
veces. Los afectos, los sentimientos y las pasiones cambian continuamen-
te, evolucionan sin cesar, se transforman y se trasmutan, ganan o pierden
intensidad, reaparecen con insistencia perpetuándose en el tiempo o desa-
parecen de una vez para siempre y como por encanto. Los seres humanos
no pueden dejar de sentir, y experimentan en cada situación y momento
un amplísimo conjunto de muy diversas emociones, con una tremenda
variedad de matices, fuerzas y temporalidades. Así sucede también con la
felicidad y el sufrimiento. En algunos momentos de la vida nos sentimos
exultantes y excepcionalmente dichosos, mientras que en otros podemos
llegar a considerarnos las personas más desdichadas del mundo. Pequeñas
alteraciones en el foco perceptivo, en la medida que cambian el objeto pro-
tagonista en el espacio de nuestra atención vital, modifican las emociones
que podamos estar experimentando en cada preciso momento, llegando
incluso a alterar radicalmente nuestro humor. Nos entristecemos recor-
dando al familiar fallecido, nos alegramos instantáneamente al contemplar
la sonrisa de un niño, sentimos horror al presenciar un trágico accidente de
coche y paladearemos de nuevo la dulce emoción del orgullo si resulta que
alguien se interesa sinceramente por nuestra última satisfacción o logro.
Ahora bien, más allá del continuo fluir de los sentimientos y de los
sucesivos altibajos emocionales provocados por las múltiples dichas y
desdichas que experimentamos en el transcurso de nuestra vida cotidia-
na, puede afirmarse que el grado de felicidad o de bienestar emocional de
los seres humanos es una magnitud bastante estable, es decir, que se
mantiene aproximadamente constante al menos durante largos periodos
de tiempo. En este sentido, la cantidad de felicidad de una persona sería
la contenida en una especie de embalse cuyo nivel estaría regulado por los
caudales de alegrías y penas que poco a poco lo van llenando o vaciando.
200 Eduardo Bericat

Las alegrías cotidianas, el reconocimiento de los demás, las pequeñas haza-


ñas, los grandes logros, los detalles de amor y los compromisos afectivos, la
ternura, las diversiones o los momentos en los que nos sentimos pletóricos
al experimentar intensamente el sentido de la vida producen aportes que
mantienen o incrementan nuestro nivel de felicidad. Al contrario, las pe-
nas cotidianas, los grandes problemas, los dramas y las tragedias, el rechazo
social, la falta de afecto, el aburrimiento o los pequeños fracasos desaguan
el embalse haciendo que descienda nuestro nivel estructural de felicidad.
Dado que habitualmente nuestra vida cotidiana es bastante estable, las
fuentes de nuestras alegrías y penas también lo son, lo que explica que el
grado de felicidad o bienestar emocional se mantenga en general aproxi-
madamente constante. El grado de felicidad es el resultado del balance o
equilibrio dinámico que, dados los parámetros que caracterizan la vida
cotidiana de una persona, establecen habitualmente los factores que le pro-
vocan alegrías y penas, dichas y desdichas, venturas y desventuras.
A la hora de estudiar la estratificación social de la felicidad, es decir,
los niveles de bienestar emocional y las estructuras afectivas característi-
cas de las personas que ocupan las distintas posiciones existentes en una
estructura social, es muy importante distinguir entre emociones, esta-
dos emocionales y estructuras afectivas o emocionales. Las emociones
son las vivencias afectivas que experimentan los individuos de modo
transitorio en el fluir de su existencia. Los estados emocionales son los
sentimientos o afectos más perdurables que, en general, predominan en
la experiencia vital de una persona. Estos estados equivalen a las emo-
ciones estructurales de Kemper, de las que ya hablamos en el capítulo
tres. Por último, la estructura afectiva o emocional de una persona, o en
su caso de una posición social, es el conjunto de estados emocionales
característicos de su situación general de vida.
El estudio de la estratificación social de la felicidad no tiene por
objeto conocer las emociones concretas experimentadas por los sujetos
en el voluble fluir de su existencia subjetiva. Su foco de atención e inte-
rés se centra en el conocimiento de los estados emocionales y las estruc-
turas afectivas que subyacen y explican el grado de felicidad o infelicidad
experimentado por las personas como ocupantes de una determinada
posición social. Creemos que este conocimiento, en cuanto a que revela
las lógicas sociales de la felicidad, más allá del bienestar o malestar emo-
cional que cada uno experimenta en función de sus características per-
sonales o de sus particulares condiciones de vida, tiene un verdadero
interés tanto sociológico como humano. A su estudio dedicamos esta
segunda parte del libro.
6. EL DINERO Y LA TEORÍA SOCIAL DE LA INFELICIDAD:
POBRES, CLASES BAJAS Y MARGINADOS DEL SENTIDO

Con este capítulo, en el que tratamos especialmente el bienestar emo-


cional de las posiciones sociales definidas en función de los recursos
económicos, iniciamos el análisis de la estratificación social del bien-
estar emocional en España.
En un primer apartado consideraremos los principales hallazgos
obtenidos por la investigación social empírica sobre la relación exis-
tente entre el dinero y la felicidad. Veremos que esta relación se re-
vela compleja, enigmática y repleta de paradojas, pero también que
los múltiples estudios, aún con resultados parciales, nos han ido
mostrando el funcionamiento de un amplio conjunto de mecanis-
mos que nos permiten comprender mucho mejor esa relación. El
largo y el corto plazo, las aspiraciones, la comparación social, los
grupos de referencia y la privación relativa, la cultura y las normas
sociales, los ingresos relativos, el nivel de riqueza de un país, los in-
gresos económicos de las personas, las crisis y los cambios políticos
y societarios, la calidad social y la calidad de vida de los individuos,
el exceso de dinero, la adaptación a las circunstancias, las metas in-
trínsecas y extrínsecas o los valores materialistas y no materialistas
dan cuerpo a mecanismos que especifican en un sentido u otro la
relación entre el dinero y la felicidad.
Tras haber analizado la relación entre ambas variables, dedicamos
el segundo apartado a conocer los niveles de bienestar emocional de
los «ricos» y de los «pobres». Más allá de cuales sean las correlaciones
existentes entre el dinero y la felicidad, nos preguntamos cuál es el
grado de felicidad de un español según su nivel de ingresos. Ahora
queremos saber, no ya si el dinero y la felicidad están más o menos
correlacionados, sino qué distancia existe en España entre la felicidad
de las personas con escasos recursos económicos y la de las que disfru-
tan de un alto nivel de ingresos. Aplicando la tipología de la felicidad
que presentamos en el capítulo cuatro, veremos también las diferentes
probabilidades que tienen ricos y pobres de ser felices o infelices. Por
202 Eduardo Bericat

último, veremos cuál es la diferencia de bienestar emocional, en dife-


rentes situaciones de infortunio, entre los pobres y los ricos.
Según la teoría sociológica de la infelicidad esbozada en el capítu-
lo uno, la falta de dinero sería una de las tres grandes dimensiones de
la estructura social mediante la que podrían explicarse los diferentes
niveles de felicidad experimentados por las personas que ocupan dis-
tintas posiciones sociales. Las otras dos dimensiones son la falta de
respeto y la falta de sentido, y este es el motivo de que hayamos dedi-
cado el tercer apartado del capítulo al análisis del bienestar emocional
según el estatus social y según el sentido vital. Con el objeto de ilus-
trar, de la manera más intuitiva y simple posible, qué grado de bienes-
tar emocional experimentan las personas que ocupan posiciones so-
ciales caracterizadas multidimensionalmente por un determinado
nivel de ingresos, de estatus social y de sentido social, hemos estima-
do el grado de felicidad de los «mileuristas de clase baja marginados
del sentido».
Para completar este análisis de la estratificación social española,
hemos reunido en el último apartado un conjunto de estimaciones
que nos han permitido explorar el impacto sobre el bienestar emocio-
nal de la crisis económica de 2008. En este apartado veremos los gra-
dos de felicidad de los españoles según la valoración que hacen de la
situación económica de su hogar, y veremos el bienestar emocional de
aquellos que viven cómodamente y de otros muchos que, tanto en
2006 como en 2012, tenían dificultades o muchas dificultades para
llegar a fin de mes. Invirtiendo la fórmula de la cantidad total de felici­
dad (CTF), propuesta en el capítulo cuatro, hemos estimado en qué
medida la crisis económica de 2008 ha alterado en España la distribu-
ción social de la cantidad total de infelicidad (CTINF). Finalmente,
veremos el nivel de bienestar emocional de los españoles inmunes a los
efectos de la crisis, y de aquellos otros que fueron afectados intensa-
mente por ella.

6.1. EL DINERO Y LA FELICIDAD

La relación entre el dinero y la felicidad ha suscitado desde siempre,


tanto en el ámbito de la sabiduría filosófica como de la popular, in-
tensas controversias. El asunto en cuestión no deja indiferente a na-
die. Unos creen que para ser feliz es necesario tener dinero, mientras
que otros desprecian las riquezas convencidos de que el dinero no da
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 203

la felicidad. Los criterios, argumentos y evidencias que utilizan unos y


otros para defender sus opiniones discrepantes, incluso opuestas, son
muy variados. La opinión de cada cual nunca es ajena a su situación
e intereses particulares, ni tampoco a la de sus grupos de pertenencia,
sean clases sociales o grupos de estatus. Cada uno, para sí, de acuerdo
con sus circunstancias personales, tenderá a mantener una creencia
y una fórmula de la felicidad que le sea emocionalmente adecuada o
«rentable». Y en cuanto a miembro de un grupo o de una clase social,
también estará interesado en promover determinadas ideas sobre la
relación entre el dinero y la felicidad. Vimos que Demócrito suge-
ría evitar compararse con las personas que dispongan de una mayor
cantidad de recursos y gocen de un bienestar material superior. Al
ofrecer este consejo, el filósofo acepta implícitamente que el dinero
contribuye de alguna manera a la felicidad, aunque en el caso de que
uno sea pobre, la fórmula ideal para ser feliz implica negar que esto
sea cierto, evitando así la envidia y toda comparación social desfa-
vorable. Nietzche y Weber nos alertaron de que las religiones extra-
mundanas, remitiendo la felicidad a otro mundo y promoviendo la
resignación en este, configuraban culturas muy funcionales para el
mantenimiento de la paz social en el marco de estructuras societa-
rias muy desiguales. Entonces, la idea de que la felicidad, al fin y al
cabo un estado del alma subjetivo y personal, puede lograrse inde-
pendientemente de cuales sean las condiciones externas y los bienes
materiales que cada sujeto tenga a su disposición, quizá forme parte
de un discurso ideológico que convenga a los intereses de las clases
pudientes. Desde esta ideología se difunde la creencia de que incluso
en las situaciones de penuria económica y de extrema pobreza puede
alcanzarse la felicidad.
En cualquier caso, mantener la opinión contraria está mal visto.
Sostener que para ser feliz se requieren unas condiciones externas bá-
sicas y un número mínimo de bienes y de recursos económicos, o que
el dinero quizá no da la felicidad pero ayuda mucho a conseguirla, o
que cuanto más dinero se tiene más feliz se es, proyecta un mensaje
moral inaceptable para la sociedad. En suma, sea por razones ideoló-
gicas o éticas, y pese al hecho de que la gente hace grandes esfuerzos y
sacrificios para asegurar, y si es posible incrementar, sus recursos eco-
nómicos disponibles, el discurso público predominante sostiene que el
dinero no da la felicidad.
La moderna ciencia social de la felicidad abordó muy pronto el
estudio de la relación empírica que pudiera existir entre el dinero y
204 Eduardo Bericat

el bienestar subjetivo. Tras muchos años de investigaciones, que han


ofrecido resultados muy dispares, en la actualidad existen algunos
consensos básicos acerca de esta relación, aunque los últimos desa-
rrollos ponen de manifiesto, en sintonía con las argumentaciones
esbozadas en la introducción, que no es posible conocer con exacti-
tud el efecto neto del dinero sobre la felicidad. A este respecto, Ma
y Zhang (2014: 718) expresan su escepticismo afirmando: «Con
toda seguridad existe una relación causal entre el dinero y la felici-
dad, pero es casi imposible cuantificarla con precisión». Ahora bien,
esto no significa que el esfuerzo investigador haya sido en vano pues,
como veremos a continuación, los diversos estudios nos han ido
mostrando muchos factores y mecanismos que deben ser tenidos en
cuenta a la hora de comprender esta compleja relación.

6.1.1. La paradoja de Easterlin


Una investigación pionera que catalizó la controversia científica sobre
la relación entre el dinero y la felicidad dio lugar a la conocida para­
doja de Easterlin, que aparece al observar dos hechos contradictorios:
primero, que el nivel medio de felicidad en los países desarrollados
no había crecido pese al gran desarrollo económico experimentado
por ellos y, segundo, que el nivel medio de felicidad de los individuos
en el interior de los países depende de su nivel de ingresos. Tras es-
tudiar la evolución de algunos países, Easterlin (1974) no encontró
relación aparente entre el crecimiento del producto interior bruto y
los niveles medios de felicidad. Otras investigaciones más recientes
han confirmado y especificado estos resultados (Diener y Biswas-Die-
ner: 139-142). Así, Estados Unidos experimentó un gran crecimiento
económico desde la Segunda Guerra Mundial hasta 1988, pero sus
niveles medios de felicidad se mantuvieron prácticamente estables. El
crecimiento económico de Japón desde 1958 hasta 1987 fue especta-
cular y, sin embargo, la satisfacción con la vida se incrementó durante
el periodo un exiguo 3%. Sin duda, estos datos se enfrentan al sentido
común, pues es como si el tan deseado progreso económico de las
naciones no tuviera ningún efecto sobre la felicidad de sus habitantes.
Diener y Biswas-Diener sostienen que, en el largo plazo, no existe ne-
cesariamente una conexión entre el crecimiento del PIB y el de la feli-
cidad en los países desarrollados, y que esta pauta podría explicarse por
el hecho de que los deseos de la gente cambian tan rápidamente como
sus ingresos. Este argumento no se aplicaría a incrementos de riqueza
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 205

bruscos e intensos, que conllevarían incrementos provisionales de la


felicidad a corto plazo, y tampoco a casos de recesión económica brus-
ca e intensa. En procesos de crisis económica las personas tardarían
más en adaptarse a un menor nivel de bienestar material, incremen-
tando así correlativamente sus niveles de malestar emocional.
Al afrontar la paradoja de Easterlin no debemos olvidar que la
felicidad, tal y como pusieron de manifiesto las reflexiones filosóficas
del capítulo dos, emerge, en palabras de Emilio Lledó, de un constan­
te estado de vigilia entre la posibilidad y la realidad. Desde esta perspec-
tiva, no habría nada extraño que explicar si pudiera demostrarse que,
en el proceso de desarrollo de la segunda parte del siglo XX, las ganan-
cias obtenidas en cada fase abrían nuevas potencialidades espoleadas
por la esperanza de poder satisfacer en el próximo futuro los nuevos
deseos. En la medida en que esta ecuación se hubiera cumplido, los
países desarrollados en la segunda mitad del siglo XX no tenían por
qué haber incrementado sus niveles de felicidad. Esta hipótesis coinci-
diría con el argumento expuesto por Easterlin (2001) para revisar y
comprender su tesis original. A lo largo del ciclo económico, el nivel
de las aspiraciones de la gente se ajusta y crece conforme crecen los
ingresos medios, compensando así el efecto favorable que este creci-
miento de ingresos hubiera podido tener sobre la felicidad. En suma,
la felicidad varía positivamente con los ingresos, pero negativamente
con las aspiraciones.
Easterlin no observó cambios en los niveles de felicidad de los
países a largo plazo pero, sin embargo, encontró grandes diferencias
en el nivel de felicidad de los individuos en el interior de cada país.
Conjuntamente, estos dos hechos sugerían, primero, que los incre-
mentos de renta experimentados por los individuos no explicaban su
nivel de felicidad y, segundo, que la mayor felicidad experimentada
por los ricos, respecto a los pobres, en cada uno de los países, era con-
secuencia directa de la comparación social. Es decir, que si unos se sien-
ten más felices que otros no es por el hecho de tener más dinero, sino
por la satisfacción que obtienen al compararse con personas cuyas
condiciones materiales de vida son peores que las suyas. Tanto en el
caso del dinero como en el del estatus, dos recursos socialmente esca-
sos, la satisfacción que procuran depende del estándar de referencia
que utilicemos al valorar nuestra situación. Habitualmente los indivi-
duos adoptan como estándar de referencia básico algún grupo de per-
sonas con características similares a las suyas. De esta comparación
con grupos de referencia resultan, bien sentimientos de complacencia,
206 Eduardo Bericat

bien sentimientos de privación relativa (Merton, 1968, Kemper,


2017). Lyubomirsky (2013) sostiene que la gente se preocupa más de
lo que él denomina «bienes posicionales», es decir, de la comparación
social, que de su nivel objetivo de estatus o de ingresos.
Shafir et al. (1997) demostraron que un incremento salarial con-
siderado suficiente de acuerdo con las expectativas de un trabajador, se
convierte en insatisfactorio si el trabajador se entera de que otros simi-
lares a él han obtenido un incremento mayor. Clark y Oswald (1996)
ofrecen pruebas de que la felicidad derivada de los ingresos económi-
cos depende de los ingresos relativos que tienen las personas en compa-
ración con un nivel de referencia. Kingdon y Knight (2004: 5) tam-
bién sostienen que la felicidad depende de los ingresos relativos,
definidos según el grupo de referencia, o según el tiempo de referencia,
que las personas tengan en mente. Mayraz et al. (2017), por otra par-
te, han mostrado que la respuesta emocional a la desigualdad difiere
según el contexto que fije la comparación social. Cuando la desigual-
dad aumenta en un contexto en el que todos mejoran, las personas
que están en la base social reducen su satisfacción y, en general, sus
emociones positivas. Sin embargo, en un contexto en el que los de
arriba mejoran y los de abajo empeoran, las personas desfavorecidas
no solo reducen su satisfacción y sus emociones positivas, sino que
sienten insatisfacción y emociones negativas. El clima emocional de
indignación suscitado por la crisis económica de 2008 puede ilustrar
este mecanismo. Es evidente, por otra parte, que el contexto viene fi-
jado por la definición de la situación que subjetivamente instituyan en
cada caso los actores.
Algunos investigadores, empezando por su propio autor (Easter-
lin, 2001, 2010), han criticado la tesis implícita en la paradoja de
Easterlin, bien poniendo al descubierto las debilidades metodológicas
de su investigación (Veenhoven, 1991), o tratando de ofrecer una re-
solución metodológica a la supuesta paradoja (Ma y Zhang, 2014).
Otros, como Clark et al. (2008), han tratado de comprender la para-
doja explicando que los incrementos de riqueza benefician a los indi-
viduos en dos sentidos, por un lado, aumentando sus posibilidades de
consumo y, por otro, incrementando su estatus social. «Sin embargo,
dado que el estatus es un juego de suma cero, solamente los beneficios
del consumo se mantienen en el nivel agregado. Ahora bien, a medida
que los beneficios que reporta el consumo se aproximan a cero confor-
me los ingresos crecen, los perfiles de felicidad a lo largo del tiempo en
los países desarrollados son planos» (Clark et al., 2008: 57). Es decir,
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 207

el impacto que puedan tener los ingresos sobre la felicidad no deriva


exclusivamente de sus efectos estrictamente económicos. Su relación
es mucho más compleja de lo que creemos. Así, por ejemplo, debemos
tener en cuenta que el dinero funciona como equivalente general de
intercambio, pero también como norma social. Esto explica que ade-
más de tener efectos sobre el consumo y el poder de compra de los
individuos, las diferencias de ingresos incorporan un importante com-
ponente simbólico, y por ello tienen efectos sobre la distinción y sobre
el estatus social.

6.1.2. La felicidad de las naciones


El hecho de que el nivel medio de felicidad de un país fuera inde-
pendiente del crecimiento de su producto interior bruto abonaba la
idea de que ambos no estaban correlacionados. Ahora bien, al com-
parar países con diferente nivel de renta se demuestra empíricamente
que, en general, los países ricos son más felices que los pobres. Este
panorama mundial de la felicidad de las naciones puede verse en los
sucesivos Informes Mundiales de la Felicidad, elaborados por Helliwell
y colaboradores (2016, 2017), utilizando la Encuesta Mundial del
Instituto Gallup y la escala de Cantril de felicidad que esta macroen-
cuesta incorpora. El estudio realizado por Inglehart y Klingeman
(2000) utilizando la Encuesta Mundial de Valores muestra que, salvo
excepciones, entre las que, por ejemplo, se encuentran los países la-
tinoamericanos, que tienen un nivel de felicidad superior al que les
correspondería por su PIB, existe una relación consistente entre el
PIB y la felicidad. En concreto, la correlación entre el ingreso per cápi­
ta y la felicidad de los países analizados fue de 0,70. Otros estudios
anteriores realizados con distintos conjuntos de países encontraron
correlaciones que van desde un mínimo del 0,5 al máximo citado del
0,70 (Diener y Biswas-Diener, 2002). En estos estudios también se
hace evidente que la relación entre el dinero y la felicidad depende
también de la cultura, es decir, de las ideas, de los valores y de las
emociones vigentes en cada país.
Otros mecanismos que intervienen en el vínculo entre dinero y
felicidad derivan de la situación política o económica, cobrando espe-
cial relevancia en tiempo de crisis, inestabilidad o transformación so­
cial. Brockmann et al. (2009) comprobaron que, pese al elevado
crecimiento económico experimentado por China, sus niveles medios
de felicidad habían descendido. Los investigadores atribuyen esta
208 Eduardo Bericat

paradoja al hecho de que el nivel de vida de la gente ha crecido bas-


tante menos que el de las élites, lo que ha creado grados crecientes
de insatisfacción. La teoría de la privación relativa sería aplicable al
caso. El crecimiento de las expectativas en periodos de prosperidad
económica puede generar frustración y aumentar la insatisfacción de
la gente. En cualquier caso, parece que la prosperidad económica
experimentada por China durante las dos últimas décadas no parece
haber incrementado el bienestar subjetivo del pueblo chino (Tang,
2013). Las grandes transformaciones y tensiones sociales genera-
das por su fabuloso crecimiento económico serían más que suficientes,
por sí solas, para explicar el hecho de que la satisfacción con la vida
no haya seguido el mismo rumbo ni el mismo paso que la riqueza.
En algunos países como Egipto o Túnez, en el contexto de la Primave-
ra Árabe, también se dio la paradoja de experimentar altas tasas de
crecimiento económico mientras los niveles de satisfacción con la
vida de la población se desplomaban progresivamente (OCDE,
2013: 37).
Al margen de estas situaciones extraordinarias, hemos visto que
existe una correlación relativamente alta, desde 0,5 hasta 0,7, entre la
riqueza de un país y la felicidad media. Ahora bien, sería un error de-
ducir de este hecho que el dinero es la causa que explica esta correla-
ción. Los países ricos no se distinguen de los pobres exclusivamente
por su nivel de riqueza, sino por otro gran número de rasgos relacio-
nados con el bienestar subjetivo (Veenhoven, 1994: 13). Los países
ricos suelen ser más democráticos, más libres, más igualitarios, tienen
unos estados de bienestar más consolidados, generosos e universales,
suelen ser países más seguros, respetan más los derechos humanos,
tienen niveles educativos más altos y mayores niveles de igualdad so-
cial. Además, dado el reducido número de países que pueden introdu-
cirse en los análisis, así como las interrelaciones que existen entre to-
das estas variables, es casi imposible depurar la influencia del dinero
y calcular el efecto neto que pueda tener sobre la felicidad (Diener y
Biswas-Diener: 138). La riqueza de las naciones está relacionada con
la calidad de las sociedades, y la calidad de las sociedades está relaciona-
da, como han probado muchas investigaciones, con el nivel de bienes-
tar subjetivo (Helliwell et al., 2017).
Lo mismo que sucede con la calidad social en el plano de los paí-
ses, sucede con la calidad de vida en el plano individual, ya que las
personas «ricas» se distinguen de las personas «pobres», además de por
su dinero, por otros muchos rasgos. Los ricos suelen estar más sanos,
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 209

tanto física como mentalmente, tienen una esperanza de vida mayor,


menores tasas de mortalidad infantil, menores tasas de abandono es-
colar, mayor nivel educativo, etc. (Diener y Biswas-Diener, 2002:
121). Y aunque el número de individuos que pueden introducirse en
un análisis multivariable es enorme, comparado con el número de
países, el problema de la multicolinealidad entre las variables predic-
toras o explicativas subsiste. En estas circunstancias, es hasta cierto
punto arbitrario, tal y como argumentamos en la introducción, deci-
dir cuáles de estas variables forman parte esencial de la naturaleza social
de «ser rico» y cuáles son exteriores a ella. El problema, como señalan
Kingdon y Knight (2004: 21) en sus conclusiones, es que muchas de
las variables que determinan los ingresos también determinan el bien-
estar subjetivo. Por tanto, dependiendo del número de variables que
utilicemos para controlar los efectos, las correlaciones con la felicidad
podrán ser más bajas o más altas. Además, según demostraron Ryff et
al. (1999), el estatus socioeconómico de las personas también está
correlacionado con muchas de las condiciones eudemónicas de la feli-
cidad, como la aceptación del yo, la competencia, el sentido y el cre-
cimiento personal. Esto dificulta aún más el control de los efectos que
puedan atribuirse al dinero.
La investigación empírica descubrió muy pronto (Veenhoven,
1984, 1991) que la influencia del dinero sobre la felicidad es mayor en
las personas con bajos o muy bajos ingresos que en las de altos ingre-
sos, así como también es mayor en los países pobres que en los ricos.
En el plano individual, opera el mecanismo de la utilidad marginal
decreciente de los ingresos, es decir, el hecho de que una unidad mone-
taria suplementaria produce menor satisfacción cuanto mayor sea el
nivel de ingresos. Además, sucede que las personas empobrecidas pue-
den estar rozando los niveles mínimos de subsistencia material, es de-
cir, aquellos vinculados más directamente a la satisfacción de las nece-
sidades biológicas básicas. En estas condiciones, la disposición de algo
más de dinero puede marcar una gran diferencia en los factores que,
según vimos en las reflexiones de los filósofos, son necesarias para al-
canzar la felicidad. Los efectos decrecientes del dinero en altos niveles
de ingresos implica que la relación entre dinero y felicidad no es recti-
línea, sino curvilínea (Helliwell, 2002; Diener et al., 1993).
En el plano societal, tanto los estudios de Veenhoven como otros
posteriores han demostrado que la incidencia del dinero en los países
pobres es mayor que en los ricos. Veenhoven (1984, 1991) propuso
tres posibles explicaciones, que luego han sido recogidas por Diener
210 Eduardo Bericat

y Biswas-Diener (2002: 129). La primera sería la mayor variabilidad


en la satisfacción de las necesidades biológicas en las naciones más
pobres. La segunda, el mayor grado de protección y de beneficios so-
ciales existentes en las naciones ricas. Y la tercera, la mayor desigual-
dad social que caracteriza a muchos de los países pobres. En primer
lugar, diremos que en los países ricos hay relativamente pocas personas
que estén viviendo próximas al nivel de subsistencia, así que pasado
este umbral la influencia del dinero comienza a decrecer. En segundo
lugar, en los países pobres la gente se tiene que valer por sí misma,
mientras que en los países con estados de bienestar generosos y con
amplia proporción de consumo público, la situación vital de las per-
sonas depende menos de sus ingresos monetarios personales. En tercer
lugar, está demostrado que la desigualdad económica no solo está co-
rrelacionada con el nivel de felicidad, sino también con la desigualdad
en felicidad. En suma, todos estos factores pueden resumirse afirman-
do que la influencia del dinero sobre la felicidad depende de la calidad
de las sociedades, tanto de su calidad social como de la calidad de vida
de los individuos. La influencia del dinero sobre la felicidad es menor
si la calidad de las sociedades es alta, y mayor si es baja, lo cual es en sí
mismo un índice de su calidad social y de la calidad de vida de sus
miembros.

6.1.3. Mecanismos operantes entre el dinero y la felicidad


Además de los ya citados, existen otros muchos mecanismos que me-
dian en la relación entre el dinero y la felicidad, dando cuenta de la
complejidad de esta relación. Comentaremos ahora, brevemente, tres
mecanismos contraituitivos.
Un mecanismo es el que opera cuando el exceso de dinero, en lugar
de llevarnos a la felicidad, nos conduce en la dirección opuesta hacia
la desgracia y el infortunio. Kemper (2014: 164) recuerda que el tipo
de «suicidio anómico» de Durkheim está basado en el concepto de
que una persona se basta por sí misma para dilapidar su buena fortuna
en la medida en que los deseos no estén limitados por las normas so-
ciales. El dinero, sin duda, limita nuestros deseos materiales, como
asimismo la norma del matrimonio limita los sexuales. Unos deseos
ilimitados conducen en último término a la desesperación, porque el
individuo nunca tiene suficiente capacidad para satisfacerlos. La so-
ciedad establece un horizonte o límite de cuánto es suficiente (Chand-
ler y Tsai, 1993). Este es el caso de los grandes ganadores de loterías
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 211

y bonolotos, que en una alta proporción dilapidan su fortuna en el


curso de los dos años siguientes a la recepción del premio. Este meca-
nismo también opera muchas veces en las personas que disponen de
cualquier otro tipo de recurso en exceso, sea fama, poder, dotes musi-
cales, deportivas, interpretativas, prestigio social, etc. Cuando posee
recursos ilimitados, al individuo le resulta difícil contener los deseos
dentro de los límites socialmente establecidos. La superación de estos
límites le puede conducir a la ruina.
En el caso de los ganadores de fabulosos premios de lotería tam-
bién opera otro mecanismo contraintuitivo basado en la adaptación.
Brickman, Coates y Janoff-Bulman (1978), tras realizar un estudio
con ganadores de grandes premios de lotería y víctimas de accidentes,
llegaron a la conclusión de que «los ganadores de lotería no eran más
felices que los no ganadores y que las personas parapléjicas no eran
sustancialmente menos felices que las personas que pueden caminar»
(Diener et al., 2006: 305). En el capítulo ocho tratamos con más de-
talle las teorías de la adaptación hedonista, pero básicamente afirman
que las personas se adaptan tanto a las situaciones felices como a las
desgraciadas y que, con el tiempo, vuelven a su nivel «normal» de feli-
cidad. Los defensores de estas teorías sostienen que salvo que el cam-
bio de situación se haya producido recientemente, estos hechos, que
nosotros denominamos catástrofes vitales, sean positivas o negativas,
no tiene mayor impacto sobre la felicidad (Brickman y Campbell,
1971).
El tercer fenómeno contraintuitivo hace referencia al hecho de
que quienes mantienen valores materialistas, tienen deseos cuya satis-
facción se logra disponiendo de suficientes recursos económicos, o
tienen como meta en la vida «ganar dinero», tienden a ser, caeteris
paribus, menos felices. Diversas investigaciones han mostrado que la
«búsqueda del dinero» es contraproducente para el logro de la felici-
dad (Diener y Biswas-Diener, 2002: 142; Ryan y Deci, 2001: 153), al
igual que sucede con la propia «búsqueda de la felicidad». Para algu-
nos autores, como Sheldon y Kasser (1998), el mecanismo que subya-
ce a este fenómeno tiene que ver con la distinción entre metas intrín­
secas, deseadas por sí mismas, y metas extrínsecas, como el dinero, cuyo
logro se desea con la finalidad de conseguir alguna otra cosa. Otros
autores, como Kasser y Ryan, (1993), también desde una perspectiva
centrada en las condiciones eudemónicas de la felicidad, mantienen
que la búsqueda de dinero o de fama no satisface, en sí misma, ningu-
na necesidad psicológica básica. Carver y Baird (1998) sugieren que
212 Eduardo Bericat

quienes deciden dedicar su vida a ganar dinero se ven obligados a


realizar actividades no elegidas libremente y, por tanto, difícilmente se
beneficiarán de la felicidad que procuran al ser humano la autonomía
y la autenticidad. Lyubomirsky (2013: 171) afirma que el deseo de
tener dinero como símbolo de estatus social destruye la felicidad y
daña las relaciones sociales porque hace que los individuos sean menos
amistosos, simpáticos y comprensivos con los demás. Diener y Biswas-
Diener (2002: 142) añaden a estas razones otras posibles explicaciones.
Puede que las personas insatisfechas en otros ámbitos humanos, como
por ejemplo los de relación social, traten de calmar su frustración
orientándose hacia el consumo de bienes materiales, como quien se va
de compras cuando está un poco deprimido. Y puede que la persecu-
ción de la riqueza sea una tarea vana e interminable, inacabada e insa-
tisfactoria, porque el dinero no tiene límites y el individuo siempre pue-
de aspirar a más. En cualquier caso, tal y como ha mostrado Crawford
et al. (2002), parece que las personas con valores materialistas tienen
un menor nivel de satisfacción con la vida si son pobres, pero no si son
ricas. En suma, parece que desear lo que no se tiene, sobre todo si no se
puede conseguir, es contraproducente para la felicidad.
En opinión de Diener y Biswas-Diener (2002: 145-153), tres teo-
rías podrían explicar buena parte de las paradojas y complejidades que
encierra la relación dinero-felicidad. La teoría de la naturaleza humana
sostiene que existen determinadas necesidades biológicas básicas y que,
en la medida que el dinero posibilite la satisfacción de estas necesida-
des, los ingresos económicos estarán asociados a incrementos de bien-
estar emocional. Esto explicaría que el efecto del dinero sobre la felici-
dad sea mayor tanto en las personas pobres como en los países pobres.
La teoría no explicaría, sin embargo, por qué las personas con mayor
nivel de ingresos no son quienes disfrutan de los mayores grados de
felicidad. Por otro lado, esta teoría se enfrenta a un importante proble-
ma: resulta difícil definir cuáles son las necesidades humanas básicas, y
resulta difícil tanto medirlas como saber en qué momento podemos
considerarlas suficientemente satisfechas. La teoría de los estándares re­
lativos se basa en la idea de que las personas evaluamos nuestro bienes-
tar utilizando varias referencias. Estas referencias definen los deseos
cuya realización consideraremos como logros, y estos logros, si son per-
cibidos como realizaciones personales, serán en sí mismos satisfacto-
rios. A la inversa, el incumplimiento de metas nos produce sentimien-
tos de frustración, que son en sí mismos insatisfactorios. En la medida
en que podamos satisfacer deseos o cumplir metas relacionadas con
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 213

nuestro bienestar material, es decir, deseos y metas que puedan ser


satisfechos teniendo suficiente dinero, nuestro bienestar subjetivo se
incrementará. Cuando los estándares que usa la gente para valorar su
bienestar material crezcan más que las propias condiciones de vida, no
podría esperarse, a la luz de esta teoría, un incremento de los niveles
de felicidad. Al mismo tiempo, si por comparación con las condicio-
nes de vida de otros países o personas, consideramos que las nuestras
constituyen un logro, entonces mostraremos un alto nivel de satisfac-
ción. Por último, las teorías de la cultura se basan en la idea de que la
gente está socializada en una cultura con un núcleo de valores y metas
sociales. En la medida en que las personas se ajusten a esos patrones
mejorarán su bienestar subjetivo. Si las ganancias económicas consti-
tuyen, en la sociedad capitalista, una señal de que el individuo ajusta
su conducta a los valores centrales de su sociedad, en esa misma medi-
da el éxito económico, incluso más allá del efecto que tenga el dinero
sobre la mejora de las condiciones de vida, será capaz de procurarle
felicidad. Pero si el sentido vital de las personas depende de la realiza-
ción de otros valores sociales, los individuos con escasos recursos eco-
nómicos que ajusten su conducta a esos valores también mostrarán
grados relativamente altos de felicidad.

6.1.4. Dinero no es lo mismo que felicidad


En suma, la investigación empírica comentada en este apartado, así
como otras muchas investigaciones no citadas concuerdan en algu-
nos hechos básicos acerca de la correlación estadística existente entre
los ingresos económicos y la felicidad. Estos hechos básicos son los
siguientes:

a) Existe una alta correlación entre la riqueza de los países y sus


niveles medios de felicidad.
b) El crecimiento económico en muchos países desarrollados no
parece elevar sus niveles medios de felicidad, sino muy lige-
ramente.
c) En el interior de cada uno de los países, la correlación entre
los ingresos y el nivel de felicidad de los individuos es positiva
y estadísticamente significativa, pero débil.
d) La influencia de los ingresos económicos sobre la felicidad es
mayor en los países pobres y en las personas pobres, y dismi-
nuye conforme aumentan su riqueza.
214 Eduardo Bericat

Es bastante evidente que entre las afirmaciones a) y b) existe una


cierta contradicción, al igual que entre las afirmaciones a) y c). La
misma contradicción que se expresa en conclusiones como la de Ryan
y Deci (2001: 154) cuando afirman que «el dinero no parece ser un
camino seguro ni hacia la felicidad ni hacia el bienestar. La relación de
la riqueza con el bienestar es en el caso más favorable una relación
positiva pero débil, aunque es obvio que el apoyo material puede me-
jorar el acceso a recursos que son relevantes para la felicidad y la auto-
rrealización». En este particular punto, parece que la investigación
social empírica de la felicidad no ha avanzado mucho con respecto a
lo ya sugerido por los filósofos de la Grecia clásica y, específicamente,
por Aristóteles en su Ética a Nicómaco.
Kahneman y Deaton (2010) aportan la idea, basada en diversas
investigaciones, de que el bienestar emocional y la evaluación de la
vida correlacionan con variables diferentes. El bienestar emocional,
esto es, la calidad emocional de la experiencia cotidiana de una per-
sona, correlaciona en términos comparados más intensamente con la
salud, el cuidado de otros o la soledad. En cambio, los ingresos o el
nivel educativo correlacionan relativamente más con las valoraciones
de la vida, es decir, con los pensamientos que tienen las personas
acerca de su vida cuando reflexionan sobre ella. Las evaluaciones
cognitivas de la vida, medidas por las escalas de Cantril, de satisfac­
ción, y hasta cierto punto por la escala de felicidad (escalas CSF),
quizá tomen en cuenta estándares y grupos de referencia ajenos al
auténtico sentir de los propios individuos. Esta es otra de las razones
por las que creemos que, siendo la felicidad un sentimiento, debe-
mos medirla no mediante valoraciones cognitivas, sino mediante es-
tados emocionales que den cuenta del auténtico bienestar subjetivo.
El índice de bienestar socioemocional (IBSE) utilizado en este capítulo
y en los siguientes se aleja de los modelos de medición basados en
evaluaciones cognitivas de la vida, y sus resultados han de interpre-
tarse en este sentido.
A Kemper (2014: 7) le resulta bastante sorprendente el hecho de
que las investigaciones empíricas muestren una positiva pero débil co-
rrelación entre el dinero y la felicidad. Esta sorpresa es compartida por
muchos, ya que este resultado es contradictorio tanto con el afán con
el que los seres humanos trabajan para lograr mejores ingresos, como
con la valoración que la riqueza ha tenido a lo largo de los siglos, y
especialmente en la época moderna. Una u otra cosa deben ser ciertas,
pero difícilmente ambas a la vez. A partir del consenso suscitado en
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 215

torno a que el dinero apenas influye en la felicidad, lo que coincide


con el presupuesto moral que comentamos al inicio de este apartado,
la tarea consiste en explicar por qué el dinero, el Becerro de Oro, algo
tan sumamente valorado, influye tan poco en la felicidad. La tarea,
por tanto, estriba en desentrañar esta gran paradoja. Como veremos
más adelante, Rojas (2004, 2014) ofrece tres importantes razones para
entender esta baja correlación. Y una explicación al uso es la ofrecida
por Kingdon y Knight (2004: 21), cuando concluyen que «los ingre-
sos entran positiva y significativamente en la función del bienestar
subjetivo, pero al igual que otras muchas variables». Es decir, el dinero
sería desde esta perspectiva una variable más entre las muchas que in-
fluyen en la felicidad. El problema estriba en que en las sociedades
capitalistas el dinero constituye un equivalente general con el que se
pueden satisfacer, aunque no todos, sí una inmensa cantidad de de-
seos. Por tanto, una pregunta queda en el aire, ¿qué deseamos cuando
deseamos dinero?, ¿cuál es la verdadera naturaleza del dinero, la del
dinero en sí mismo que toma el avaro como objeto de su deseo, o la
naturaleza de todos aquellos deseos que pretendemos satisfacer por
medio del dinero?
En suma, tal y como nos advierten Ma y Zhan (2014), la pruden-
cia metodológica se impone en los análisis correlacionales, pues el
asunto no puede quedar resuelto recurriendo ciegamente a técnicas
estadísticas multivariables que pretenden zanjar de una vez por todas
una cuestión tan compleja, enigmática y paradójica. En el resto del
capítulo queremos contribuir a este debate, pero desde otro ángulo,
analizando descriptivamente los niveles de bienestar emocional de di-
versas posiciones sociales definidas, uni o multidimensionalmente,
mediante rasgos vinculados al nivel de ingresos de los españoles. Di-
cho de forma, a continuación no vamos a analizar el hecho de si la
riqueza influye o no en la felicidad, sino otro hecho social al menos
tan importante como aquel, a saber, el nivel de bienestar emocional de
las personas pobres y el de las personas ricas.

6.2. EL BIENESTAR EMOCIONAL DE LOS POBRES Y DE LOS RICOS

En el epígrafe anterior hemos considerado los efectos que la «riqueza»,


en sí misma, pudiera tener sobre la «felicidad». Analizando los resul-
tados obtenidos por algunas de las múltiples investigaciones multiva-
riables realizadas con el objeto de determinar la intensidad y el tipo
216 Eduardo Bericat

de relación existente entre ambas variables, hemos comprobado que la


conexión entre estas es mucho más compleja de lo que cabía imaginar,
ya que todo lo investigado hasta ahora no parece ofrecer una respues-
ta simple, clara y contundente. Eso sí, estas investigaciones nos han
aportado muchas ideas acerca de los mecanismos intervinientes que
conectan ambas realidades, esto es, la riqueza y la felicidad.
A partir de ahora abordaremos el problema desde otra perspectiva
metodológica, dejando atrás la investigación correlacional para aden-
trarnos en un terreno descriptivo mucho más seguro. Se trata de cono-
cer cuál es el grado de felicidad de las personas según el nivel de ingre-
sos de su hogar, es decir, qué nivel de bienestar emocional disfrutan los
pobres y los ricos. Pasamos, pues, de pensar en variables a pensar en
personas. En términos causales, hemos visto que la opinión más ex-
tendida entre la población mantiene con bastante convencimiento
que el dinero no da la felicidad. En términos descriptivos, o de estrati-
ficación social, la opinión mayoritaria tiende a creer que los pobres
también son felices o que los pobres no tienen por qué ser infelices. Con el
objeto de comprobar la veracidad de estas afirmaciones, y ver hasta
qué punto responden a la verdad, o constituyen discursos sociales ali-
mentados ideológicamente en beneficio de unas clases frente a otras,
presentamos tres conjuntos de datos. El nivel de felicidad de las perso-
nas según sean los ingresos del hogar; el nivel de felicidad de personas
jubiladas, viudas, divorciadas, desempleadas y discapacitadas, según
su nivel de ingresos del hogar; y, finalmente, el porcentaje de personas
felices, contentas, satisfechas, no satisfechas y no felices entre los po-
bres y los ricos. Creemos que estas informaciones responden muy cla-
ramente a la pregunta de si los pobres son tan felices o disfrutan del
mismo bienestar emocional que los ricos. Según lo que nos dicen estos
datos, parece que el discurso público dista mucho de reflejar lo que
sucede en la realidad.
Las estimaciones realizadas demuestran que, por término medio,
el nivel de felicidad de las personas que viven en hogares con escasos
recursos económicos es muy bajo. La idea de que los pobres son po-
bres, pero viven muy felices es falsa. Las estimaciones realizadas tam-
bién prueban que las personas con suficientes recursos económicos
sobrellevan mucho mejor que los pobres las circunstancias adversas de
la vida. Así, el nivel de felicidad de una persona desempleada, discapa-
citada, jubilada o viuda es sensiblemente más bajo cuando la persona
no cuenta con suficientes recursos económicos. Por último, compro-
bamos que, en España, la probabilidad que tiene un rico de ser feliz es
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 217

tres veces superior a la de una persona pobre. A la inversa, la probabi-


lidad que tiene un pobre de ser infeliz es casi 12 veces superior a la de
un rico, ya que la probabilidad de que un rico sea infeliz es muy esca-
sa. Veamos, pues, con mayor detalle, las informaciones que avalan
estas afirmaciones.
La tabla 6.1 incluye el nivel de bienestar socioemocional (IBSE) de
los españoles, tanto en 2006 como en 2012, según el total de ingresos
mensuales netos del hogar. Las escalas de ingresos ofrecidas a los en-
trevistados en sendas oleadas de la Encuesta Social Europea fueron di-
ferentes y, por este motivo, los datos de ambos años no son estricta-
mente comparables. Sin embargo, el análisis de las dos escalas permite
ver el grado de bienestar emocional de las personas en un abanico
mucho más amplio de ingresos familiares. Observando los datos de
2006, que ofrecen un desglose mucho más detallado en la franja infe-
rior de ingresos, se comprueba que el nivel de felicidad de los miem-
bros de hogares con ingresos mensuales inferiores a los 1.500 euros
desciende con los ingresos. Cuanto menor es el nivel de ingresos del
hogar, menor es el grado de felicidad de sus miembros. En este punto,
es importante distinguir entre pobreza absoluta y pobreza relativa
(Kingdon y Knight, 2004). Cuando el nivel de ingresos de una familia
está por debajo de los umbrales de pobreza absoluta, como, por ejem-
plo, sucede entre la familias españolas que en 2006 ingresaban menos
de trescientos euros mensuales, el índice de bienestar socioemocional
(IBSE) desciende por debajo del valor –30. Pese a que algunos resul-
tados científicos avalan la tesis del escaso impacto que tienen los ingre-
sos sobre la felicidad, estos datos muestran que sin un mínimo nivel
de recursos económicos las personas difícilmente disfrutan de un alto
nivel de bienestar emocional. La conclusión es incuestionable: los po-
bres son menos felices que las personas con ingresos medios o altos. El
hecho se confirma en la encuesta de 2012, pues los miembros de fa-
milias con ingresos inferiores a 760 euros al mes tienen un grado de
felicidad muy bajo (–25,8). El grado de felicidad de los miembros de fa-
milias mileuristas que ingresan entre 716 y 1.160 euros es también
bastante bajo (–11,9).
Kingdon y Knight (2004: 6) subrayan la idea del Banco Mundial
de que el umbral de pobreza «comprende dos elementos: el gasto ne-
cesario para adquirir un mínimo nivel de alimentación y de otras nece-
sidades básicas, y una cantidad complementaria, que varía de país a
país, y que refleja el coste de la participación en la vida cotidiana de
la sociedad». El primero concierne al funcionamiento fisiológico,
218 Eduardo Bericat

y requiere un nivel absoluto de bienes; el segundo concierne al funcio-


namiento social, y requiere un nivel de bienes que depende de la media
de ingresos de esa sociedad. «Cuando los ingresos de un individuo au-
mentan partiendo de un nivel bajo, la felicidad aumentará en la medida
que reduzca tanto la pobreza absoluta como la relativa; cuando ya se ha
logrado el funcionamiento fisiológico, un posterior aumento de ingre-
sos todavía puede incrementar la felicidad si mejora el funcionamiento
social» (Kingdon y Knight, 2004: 11). En suma, la diferencia entre la
pobreza absoluta y relativa puede explicar tanto el hecho de que las
personas con muy escasos recursos tengan niveles tan bajos de felicidad,
como el hecho de que las diferencias de felicidad entre personas con
ingresos medios y altos deban ser explicadas recurriendo a otros factores.

tabla 6.1. Bienestar socioemocional (IBSE), según ingresos mensuales netos del
hogar. España, 2006 y 2012 (euros)
2006 2012
Ingresos IBSE IBSE Ingresos
Menos 150 –33,9 –25,8 Menos 760
150-299 –31,0 –11,9 761-1.160
300-499 –20,2 –1,7 1.161-1.260
500-999 –12,7 –6,7 1.261-1.640
1.000-1.499 –3,1 –0,8 1.641-1.750
1.500-1.999 8,1 –1,3 1.751-2.140
2.000-2.499 10,9 0,0 2.141-2.400
2.500-2.999 9,8 –4,4 2.401-2.760
3.000-4.999 2,1 7,0 2.761-3.700
5.000-7.499 9,7 16,6 3.700 y +
7.500-9.999 –1,8 – –
10.000 y + 20,4 – –
Total –0,8 –5,7 Total

Fuente: ESS 2006 y 2012.

La idea de que los miembros de familias con ingresos mensuales


muy altos tienen un nivel de felicidad inferior a los miembros de ho-
gares con una menor cantidad de ingresos (Diener y Biswas-Diener,
2002) queda corroborada en los datos de 2006 de la tabla 6.1. Muchas
investigaciones parecen confirmar el hecho de que la relación entre el
dinero y la felicidad es curvilínea, lo que implica que las ganancias de
felicidad que se obtienen incrementando los ingresos cuando ya se es bas-
tante rico son decrecientes (Helliwell, 2002). En efecto, si calculamos el
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 219

IBSE medio del conjunto de las cuatro categorías con mayor nivel de
ingresos en 2006, que alcanza un valor de +4,2, veremos que los
miembros de familias con niveles de ingresos medios, es decir, las tres
categorías precedentes, disfrutan de un mayor grado de bienestar
emocional (+8,1; +10,9; y +9,8, respectivamente).
El hecho de que el bienestar emocional de las clases medias sea
mayor que el de las clases altas depende de las condiciones históricas y
sociales de cada momento. Los datos de la tabla 6.1 nos muestran que
en el año 2012, en plena crisis económica, los miembros de familias
pobres seguían siendo muy infelices; los miembros de familias de clase
media habían experimentado un deterioro sustancial de sus niveles
de felicidad; y los miembros de las familias con mayor nivel de ingre-
sos habían mantenido, e incluso aumentado, sus niveles de bienestar
emocional. En efecto, las clases medias disfrutan, en general, de con-
diciones de vida que les ofrecen una ecuación óptima de felicidad, por
lo que su bienestar emocional suele superar tanto al de las clases bajas
como al de las clases altas. Ahora bien, esto no siempre tiene por qué
ser así. Los datos de 2012 muestran que las incertidumbres económi-
cas, el empobrecimiento absoluto y relativo, así como la comparación
con diversos grupos de referencia, tanto con las clases altas como con
ellas mismas en un pasado reciente mucho más próspero, han hecho
que su nivel de bienestar emocional descienda por debajo del de las
clases altas. En el seno de la profunda crisis económica experimentada
por la sociedad española, las clases altas apenas han sufrido una reduc-
ción de su nivel absoluto de ingresos. Además, ante la pauperización
que se extiende tanto por las clases medias como por las bajas, las
clases altas han experimentado una clara mejora relativa, lo que para-
dójicamente ha dado lugar a que estas clases, al compararse con otras,
eleven su bienestar subjetivo o emocional.

6.2.1. La estructura afectiva de los pobres y de los ricos


En la tabla 6.1 hemos comparado el bienestar emocional de los pobres
y de los ricos observando las puntuaciones generales del IBSE. Anali-
zando ahora las puntuaciones en las cuatro dimensiones de la felicidad
de quienes formaban parte del 10% de hogares con menores ingresos
en 2012 (1º decil de ingresos), comprobamos que las personas pobres
puntúan muy negativamente en la dimensión de estatus (–63,7) y
en la de situación (–31,8). Sus puntuaciones en el factor de persona
(+6,9) y poder (–14,5) son, en cambio, relativamente más favorables.
220 Eduardo Bericat

Entre quienes forman parte de hogares pertenecientes al 2º decil


de ingresos, el relativamente bajo nivel de estatus (–27,4) y de si-
tuación (–20,1) sigue caracterizando su estructura de condiciones
existenciales. Es decir, las personas con escasos recursos económicos,
que experimentan la pobreza absoluta, no solo están más tristes y
deprimidas, sino también se sienten menos felices y disfrutan menos
de la vida.
La estructura afectiva de los españoles con menores recursos eco-
nómicos (1º decil de ingresos) es muy distinta a la de quienes cuentan
con el mayor nivel de ingresos (10º decil de ingresos). Los datos po-
nen de manifiesto que la probabilidad de que los pobres experimenten
diversos estados emocionales es muy distinta a la de los ricos. Así, el
25,0% de los pobres estuvieron tristes la mayor parte, casi todo o todo
el tiempo, mientras que este porcentaje entre los ricos es de solo el
2,8%. El 23,7% de los pobres se sintieron deprimidos durante la últi-
ma semana, mientras que solamente un 1,6% de los ricos experimen-
taron estos mismos sentimientos. Quien a pesar de conocer estos da-
tos siga pensando que no todos los pobres están deprimidos tendrá
razón, pues el 37,2% de los pobres no se sienten deprimidos. Así,
desde una perspectiva individualista puede afirmarse que aun siendo
pobre se puede ser feliz. Pero el problema, considerado desde una
perspectiva social, son las distintas probabilidades de unos y otros. En
efecto, el 37,2% de los pobres no se sienten deprimidos. Ahora bien,
este porcentaje en el caso de los ricos asciende al 75,4%. Es decir, la
posición social de pobre o de rico está caracterizada por estructuras
afectivas con probabilidades muy diferentes.
En 2012, más de la mitad de los pobres en España (53,1%) dije-
ron sentirse felices al menos la mayor parte del tiempo, pero la inmen-
sa mayoría de los ricos se sintieron felices (88,5%). Uno de cada cinco
pobres (18,4%) afirmó que durante la última semana no había disfru-
tado nada de la vida, pero esto solo les sucedía a una mínima propor-
ción de los ricos (1,9%). El sentimiento de fracaso entre los pobres
(33,2%) es tres veces y media más frecuente que entre los ricos (9,8%).
El sentimiento de carecer de la suficiente energía entre los pobres
(32,7%) es casi cuatro veces más frecuente que entre los ricos (8,4%).
Y el porcentaje de pobres que indicaron haber dormido inquietos du-
rante la última semana (25,8%) es más de cuatro veces superior al de
los ricos (6,2%). Estos datos muestran con suficiente elocuencia cómo
la estructura afectiva de las personas cambia con su situación de clase.
Ello no significa que el dinero sea el factor causal determinante de
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 221

estas diferencias, ya que ser «pobre» constituye una posición social


multidimensional caracterizada por otros muchos rasgos, sean econó-
micos, sociales, políticos o culturales. Pero sí demuestra sin ningún
género de dudas que las personas sin apenas ingresos sufren al mismo
tiempo una injustificada y dolorosa desigualdad emocional.

6.2.2. Pobres y ricos según la tipología de la felicidad


A continuación ofrecemos una síntesis de la situación emocional de
los pobres, comparada con la de los ricos, estimando el porcenta-
je de personas felices, contentas, satisfechas, insatisfechas e infelices
que existen entre los ocupantes de ambas posiciones sociales. Aquí
se vuelve a poner de manifiesto que, en España, la probabilidad de
que una persona pobre esté insatisfecha o infeliz (39,5%) es muy
superior, casi seis veces superior, a la de un rico (6,8%). Asimismo, la
probabilidad que tiene un rico de ser feliz es tres veces superior a la de
un pobre (22,0% frente a 7,5%).
En la categoría «pobre» hemos seleccionado los entrevistados que
viven en el 10% de hogares con menores ingresos. En la categoría
«rico» se incluyen aquellos que viven en el 10% de hogares con ma-
yores ingresos. Comparando estos porcentajes, así como comparando
los estimados en otras investigaciones (Rojas, 2004), la impresión que
se obtiene de la relación entre el dinero y la felicidad es muy diferente
a la que nos ofrecen los estudios correlacionales (Diener y Biswas-
Diener, 2002: 124). Estos datos demuestran que la probabilidad de
que la pobreza, entendida como una situación de clase global, excluya
de la felicidad es bastante alta.

tabla 6.2. Tipos de bienestar socioemocional, según ingresos netos del hogar.
Pobres (1ª decila) y ricos (10ª decila). España y Europa, 2012
(% población)
España Europa-27
Tipos
Pobre Rico Pobre Rico
Felices 7,5 22,0 11,9 24,1
Contentos 23,6 34,1 24,5 39,2
Satisfechos 29,3 37,2 32,3 27,6
No satisfechos 18,3 5,0 16,0 6,1
No felices 21,2 1,8 15,2 3,0
Total 100 100 100 100

Fuente: ESS, 2012.


222 Eduardo Bericat

Acabamos de ver que la pobreza excluye en parte de la felicidad,


y esto podría llevarnos a pensar que tal relación expresa un vínculo
natural o que forma parte de un destino ineluctable. Nada más lejos
de la realidad. El grado en que la pobreza esté asociada con niveles
altos o bajos de malestar emocional constituye un hecho social y, por
ello, dependerá de las características que configuran cada sociedad en
cada momento. Estudiar la relación entre el dinero y la felicidad sin
considerar el contexto social en el que tal relación se sustenta carece de
sentido. Así, ya hemos visto en el primer apartado de este capítulo que
la intensidad de la relación en los países ricos y socialmente avanzados
era bastante menor que la existente en los países pobres y menos desa-
rrollados. En síntesis, diremos que la medida en que la pobreza exclu-
ya de la felicidad constituye un indicador esencial de la calidad de las
sociedades.
Para comprobar hasta qué punto la pobreza excluye de la felici-
dad en España, hemos incluido en la tabla 6.2 datos comparables para
un conjunto de veintisiete países europeos. Pese al interés que tendría
comparar los países europeos uno a uno, ya que existe una diversidad
muy notable en cuanto a las probabilidades que tienen las personas
con escasos recursos de ser felices o infelices, por motivos de espacio y
de claridad expositiva hemos decidido incluir únicamente los datos de
España y Europa1. Estos datos muestran que la probabilidad de que
un rico en Europa sea feliz (24,1%) es el doble que la de un pobre
(11,9%), mientras que en España la probabilidad de un rico (22,0%)
es el triple que la de un pobre (7,5%). Asimismo, según hemos visto
ya, la probabilidad de que en España una persona pobre esté insatisfe-
cha o sea infeliz es casi seis veces superior, exactamente 5,8, a la de una

  En esta investigación, el conjunto «Europa-27» (EUR-27) está formado por


1

todos aquellos países europeos que han participado, bien en ambas oleadas de la
Encuesta Social Europea (ESS-2006 y ESS-2012) o bien en alguna de ellas. Dado
que en muchas ocasiones, como sucede en esta, se aportan datos sobre subpoblacio-
nes relativamente pequeñas, es absolutamente imprescindible contar con el mayor
tamaño muestral posible. En suma, «Europa-27» está compuesto por el grupo de
países «Europa-20» o participantes en ambas oleadas (Bélgica, Bulgaria, Suiza, Chi-
pre, Alemania, Dinamarca, Estonia, España, Finlandia, Francia, Reino Unido, Hun-
gría, Irlanda, Holanda, Noruega, Polonia, Portugal, Suecia, Eslovenia y Eslovaquia),
más los países siguientes: Albania, Austria, República Checa, Islandia, Italia, Lituania
y Kosovo. La estrategia metodológica de fusionar las muestras de las dos oleadas
(2006+2012) responde a la misma necesidad de contar con tamaños muestrales tan
amplios como fuera posible.
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 223

persona rica, mientras que en Europa la probabilidad de un rico


(31,2%) es 3,4 veces superior a la de un pobre (9,1%). La conclusión
es evidente y fundamental, en España ser pobre tiene mayores conse-
cuencias emocionales que las que tiene ser pobre en Europa. Más allá
de la desigualdad de ingresos existente en nuestro país, que como sa-
bemos es superior a la europea, estos datos revelan una realidad añadi-
da: el impacto de la pobreza sobre el bienestar emocional en España
parece ser mayor que en Europa. Los pobres en España experimentan
un grado de felicidad bastante inferior al de los europeos.
Estos datos también son muy importantes porque demuestran
que la desigualdad económica no es equiparable a la desigualdad emo-
cional o, dicho de otra forma, que un mismo grado de desigualdad
económica puede estar asociado con muy distintos grados de malestar
emocional. Así, los datos han demostrado que en España existe una
mayor penalización emocional de la pobreza. Y esto significa que la so-
ciedad española todavía debe esforzarse mucho, no solo en reducir las
diferencias de ingresos, sino también en reducir el sufrimiento que la
pobreza causa en las personas. En este caso se hace evidente que el
análisis emocional, cuantificando la cantidad de sufrimiento causada
por un específico sistema y organización social, aporta un plus de in-
formación a la hora de valorar la calidad de las sociedades.

6.2.3. Recursos económicos frente a la adversidad


Por último, otra forma de verificar que el grado en que la pobreza está
asociada al malestar emocional depende del contexto social y, en con-
creto, de la calidad de las sociedades, es comprobando hasta qué punto
las personas con escasos recursos económicos que se enfrentan a diver-
sas situaciones adversas disfrutan de mayor o menor felicidad. Aunque
en el capítulo ocho se estudia el bienestar emocional de un conjunto
de posiciones sociales sobrevenidas por determinados acontecimientos
vitales, como pueden ser la jubilación, la viudedad, el divorcio, el des-
empleo o la discapacidad, ahora hemos estimado el nivel de bienestar
emocional de estas posiciones sociales, caracterizándolas multidimen-
sionalmente tanto por una situación social sobrevenida, como por un
determinado nivel de recursos económicos. Los datos sugieren la hi-
pótesis de que la posesión de un cierto nivel de recursos económicos
ayuda a sobrellevar las múltiples adversidades vitales a las que han de
enfrentarse las personas a lo largo de sus vidas. O dicho en palabras
de Kahneman y Deaton (2010), que los efectos de las circunstancias
224 Eduardo Bericat

adversas de la vida son mucho más graves en las personas pobres. Los
pobres sufren más las consecuencias emocionales negativas asociadas
con las situaciones adversas de la vida.

tabla 6.3. Bienestar socioemocional (IBSE), según situación personal y decila


de ingresos netos del hogar. Europa, 2012
Decila de ingresos netos del hogar
Situación personal
1ª 2ª 3ª 8ª-10ª Total
Jubilado –17,8 –5,6 2,8 11,1 0,8
Viudo/a –30,6 –18,5 –11,7 –5,0 –15,6
Divorciado/a –25,9 –11,6 –4,2 9,3 –4,8
Desempleado/a –18,5 –13,5 –4,2 8,2 –8,9
Persona con discapacidad –48,4 –46,2 –28,5 –28,0 –38,9

Fuente: ESS-2012.

La tabla 6.3 presenta el nivel de bienestar emocional de perso-


nas en distintas situaciones sociales, según sea el nivel de ingresos
de su hogar. Se ha tomado como referencia la población europea de
2012 para garantizar la representatividad estadística de los datos.
En concreto, se comparan los más «pobres», es decir, el primer, se-
gundo y tercer 10% de personas cuyos hogares tienen un menor
nivel de ingresos, con los más «ricos», esto es, con el 30% de perso-
nas cuyos hogares tienen los mayores niveles de ingresos. Así, por
ejemplo, vemos que en general las personas con discapacidad tienen
por término medio un nivel muy bajo de felicidad (–38,9), pero
este nivel mejora a partir de un nivel mínimo de ingresos (–28,5 y
–28,0), y empeora mucho cuando los recursos económicos disponi-
bles son muy reducidos (–48,4 y –46,2). Una pauta parecida se
observa en las personas divorciadas. Por término medio, su bienes-
tar emocional está por debajo de la media europea (–4,8), pero
mejora bastante si el divorciado es rico (+9,3), y empeora muchísi-
mo si forma parte de la decila más pobre (–25,9). El contraste entre
las dos posiciones extremas también es evidente en el caso de los
desempleados y de los jubilados, así como entre los viudos y viudas.
La puntuación global del IBSE en las personas viudas con ingresos
económicos muy escasos es realmente baja (–30,6), lo que dice mu-
cho de la situación de estas personas, sobre todo mujeres, cuando ade-
más de a su viudedad han de enfrentarse a su pobreza. Así, con estas
estimaciones emocionales podemos asegurar, sin temor a equivocarnos,
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 225

que la situación social de las personas viudas sin recursos económi-


cos es grave y, por tanto, que requieren una consideración y una aten-
ción social especial.
En suma, aún en el supuesto de que el dinero no diera la felici-
dad, parece que ayuda bastante a sobrellevar las circunstancias adver-
sas de la vida. Dicho de otro modo, la pobreza agrava los contratiem-
pos vitales creando situaciones emocionalmente duras y difíciles de
soportar. La jubilación del pobre no es emocionalmente la misma que
la del rico, ni la viudedad del rico igual a la del pobre. El divorcio se
sobrelleva emocionalmente bastante mejor si hay dinero, e igual suce-
de con el desempleo y también con la discapacidad. Si nos detenemos
un momento en esta última, es obvio que la adaptación a una discapa-
cidad sobrevenida comporta un elevado coste económico que solo al-
gunos pueden afrontar. Por ello, la catástrofe emocional que provoca
la discapacidad en una persona con escasos recursos económicos es
mucho más profunda, y más desesperada, que la que sufre una perso-
na con un alto nivel de renta disponible. Pero como hemos visto antes,
esto dependerá de la calidad de la sociedad, es decir, de hasta qué
punto existan políticas sociales capaces de proporcionar los recursos
económicos y de otro tipo que sean necesarios para afrontar la adver-
sidad.
El índice del bienestar emocional (IBSE), aplicado al análisis de la
estratificación social de la felicidad, nos puede ir indicando quiénes
son las personas que sufren, y en qué posiciones sociales, multidimen-
sionalmente definidas, parecen darse los mayores niveles de infelici-
dad. El sencillo análisis de estos casos concretos pone de manifiesto la
necesidad de realizar estudios sobre el bienestar emocional y la estruc-
tura afectiva en colectivos específicos, pues los efectos que puedan te-
ner determinadas variables, como el dinero u otras, sobre su felicidad
y su sufrimiento pueden ser muy diferentes.

6.3. RECURSOS ECONÓMICOS, ESTATUS SOCIAL Y SENTIDO VITAL

La teoría sociológica de la infelicidad afirma que la falta de dinero, la


falta de respeto y la falta de sentido vital son los tres grandes factores
que subyacen al deterioro de las condiciones existenciales eudemó-
nicas que sustentan la felicidad de los seres humanos. Acabamos de
ver que las personas en situación de pobreza absoluta carecen de los
recursos económicos para satisfacer algunas de las necesidades básicas
226 Eduardo Bericat

que facilitan el logro del bienestar emocional. Sin embargo, también


hemos visto que esta carencia no arruina de raíz, ni tampoco exclu-
ye totalmente, cualquier proyecto de vida digna y por tanto feliz. El
mantenimiento de relaciones sociales de calidad, el reconocimiento
y el respecto de los demás, la implicación en actividades socialmen-
te útiles, la salud física, la aceptación serena de las circunstancias, la
autenticidad personal y otras muchas condiciones eudemónicas que
coadyuvan al sostenimiento de la felicidad no dependen en primera
instancia de la cantidad de dinero disponible. Además de esto, debe-
mos tener en cuenta que la distribución de posiciones en un sistema
social implica, como ya vimos en el capítulo introductorio, algo más
y algo distinto a la mera distribución de ingresos. Implica también
una distribución de la valoración de los individuos mediante la atri-
bución a las posiciones que ocupan de un determinado estatus social.
E implica, finamente, una distribución del poder y del sentido social
vinculado a la actividad desarrollada por cada persona en la sociedad.
Más allá del debate sobre el específico grado de correlación que
existe entre el dinero y la felicidad, ha de comprenderse que, al menos
desde una perspectiva tanto metodológica como teórica, hubiera resul-
tado sorprendente encontrar correlaciones muy altas entre ambas va-
riables. En primer lugar, en ciencias sociales, una alta correlación entre
dos variables suele ser el síntoma de una tautología conceptual, es decir,
indicio de que en el fondo las dos variables analizadas son una y la
misma cosa. Pero este no es el caso, puesto que el dinero y la felicidad
son dos realidades bien diferentes. En segundo lugar, hay muchas razo-
nes teóricas que pueden explicar la baja o moderada correlación exis-
tente entre ambas variables. Básicamente han sido citadas en el primer
apartado de este capítulo, pero resumiremos ahora, dada su relevancia,
los tres argumentos ofrecidos por Rojas (2004): a) una persona es un
ser humano multidimensional, esto es, es mucho más que un mero
consumidor, por lo que su grado de felicidad dependerá, además del
nivel de sus ingresos económicos, de otros muchos factores; b) las per-
sonas pueden percibir subjetivamente su situación y su posición so-
cioeconómica de muy diferentes maneras, por lo que las definiciones
objetivas y cuantitativas de pobreza utilizadas por los economistas no
tienen por qué corresponder con las suyas propias; y c) los objetivos
vitales de las personas son muy heterogéneos, y si la felicidad depende
de la realización de estos objetivos, no debemos asumir que en todas las
personas el sentido de la vida esté asociado al consumo material, al lo-
gro de un mayor nivel de ingresos o al éxito económico.
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 227

De ahí que en este apartado complementemos el análisis de la


estratificación social de la infelicidad, basado en los ingresos, con otro
basado en el estatus social de las personas y un último basado en su
sentido vital.

6.3.1. El estatus social


El estatus de un individuo viene definido por la posición que ocupa
en la jerarquía social, jerarquía que sin estar perfectamente definida
distribuye el prestigio, la valoración, el reconocimiento o el honor so-
cial. En este sentido puede afirmarse que el estatus está directamente
relacionado con el respeto, una de las dimensiones básicas de la teoría
social de la infelicidad. Los recursos económicos y el estatus constitu-
yen factores independientes porque en buena parte están vinculados
a distintas condiciones eudemónicas de la felicidad (ver figura 1.2).
Así, por ejemplo, asociamos la excelencia, el logro de altos estándares,
la virtud o el mejor empleo de uno mismo con posiciones altas en la
sociedad, tradicionalmente envueltas en un ethos o espíritu aristocrá-
tico que se enfrenta a uno plebeyo. El estatus social también está muy
vinculado a las condiciones eudemónicas de autorrealización, de cre-
cimiento personal y de desarrollo de las potencialidades, ya que estos
procesos, aunque de naturaleza individual, suelen ser refrendados o
validados socialmente por los otros. De ahí que el hecho de estar más
cerca de la parte alta de la sociedad alimente nuestro orgullo personal,
y que el hecho de estar más próximo a la parte baja suscite en nosotros
sentimientos de vergüenza, bien sean conscientes o inconscientes. No
podemos olvidar que la jerarquía social del estatus contiene implícita-
mente un contenido moral, algo que es casi completamente ajeno al
dinero. Lo «más alto» es sinónimo de excelso, de virtud y de bondad,
mientras que asociamos lo «más bajo» con lo abyecto, lo despreciable
y lo que por naturaleza es vil e inmoral. Una gran parte de las condi-
ciones eudemónicas de la felicidad están vinculadas al estatus social,
aunque en grados muy diferentes. Por ejemplo, la calidad de nuestras
relaciones sociales, el hecho de estar contribuyendo a una meta que
trascienda los intereses del yo o la integridad personal también están
vinculadas al estatus social y a la felicidad.
La variable elegida para realizar el análisis es el estatus social subje­
tivo, que surge del propio autoposicionamiento del entrevistado en
una escala social de diez puntos, que va desde «las personas que suelen
estar en lo más alto de la sociedad», indicado con el «10», hasta «otras
228 Eduardo Bericat

que suelen estar en lo más bajo», indicado con el «0». En concreto, al


entrevistado se le pregunta: «¿Dónde se situaría usted actualmente?».
Sobre esta escala debemos destacar, en primer término, su carácter
subjetivo, pues no se trata de un estatus atribuido por el investigador
mediante la combinación de un conjunto de variables objetivas, como
los ingresos, la ocupación o la educación, sino de un estatus definido
por la propia persona teniendo en cuenta su particular visión de la
estratificación social y su específica posición en ella. En este sentido,
se ajusta al punto b) de la argumentación de Mariano Rojas, comen-
tada anteriormente. En segundo término, tal y como hemos visto en
el párrafo anterior, la escala es distinta a la establecida por los ingresos
económicos, pues la riqueza de las personas constituye únicamente
una de las fuentes en las que se basa la valoración o el prestigio social.
Por tanto, ser «rico» no significa ni implica lo mismo que ser de «clase
alta», así como ser «pobre» es algo muy diferente a ser de «clase baja».
Ambas tipos de posiciones sociales están relacionadas, pero son inde-
pendientes.
El análisis empírico de las distintas clases sociales subjetivas, sea
alta, baja o media, muestra que el bienestar emocional de las personas
aumenta conforme va aumentando su estatus social. A diferencia de lo
que sucede con el dinero, cuya incidencia sobre la felicidad parece ser
mayor en situaciones de pobreza absoluta, pero menor una vez supe-
rado este umbral, la felicidad de las personas no deja de crecer o decre-
cer conforme aumenta o disminuye el estatus de la posición social que
ocupen. Es decir, las personas que pertenecen subjetivamente a las
clases sociales bajas son mucho más infelices que las que pertenecen a
las clases medias, y estas bastante menos felices que los miembros de las
clases altas de la sociedad.
En la tabla 6.4 comprobamos la enorme diferencia existente
entre el bienestar emocional de las personas que ocupan las posicio-
nes sociales más bajas y las más altas. Comparando los estatus socia-
les subjetivos «0» y «9» se observa que, en 2012, la diferencia entre
las puntuaciones del IBSE en España es muy elevada, equivalente a
91,2 puntos, distancia similar, e incluso algo superior, a la de los
europeos, que alcanza los 84,9 puntos. Pero más allá de la enorme
distancia entre el IBSE de las posiciones sociales más bajas y las más
altas, que sin duda puede ser considerada como un indicador clave
de la desigualdad emocional de nuestras sociedades, es importante
subrayar que, a diferencia de lo que sucede con la comparación entre
pobres y ricos, el incremento del bienestar emocional es continuo a
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 229

lo largo de la escala, exceptuando la posición más alta, es decir, la


«10». Los datos de Europa, basados en una muestra muchísimo más
amplia, y por tanto estadísticamente representativos en todas las ca-
tegorías de la variable, nos sirven para validar esta pauta monotónica
de continuo incremento de la felicidad conforme aumenta el estatus
social.

tabla 6.4. Bienestar socioemocional (IBSE), según clase social subjetiva. España
y Europa, 2012
Posición social España Europa-27
Más baja (0) –52,2 –55,5
1 –32,6 –41,5
2 –42,2 –33,0
3 –32,9 –23,0
4 –22,1 –12,6
5 –8,0 1,9
6 5,7 9,1
7 7,7 15,0
8 16,0 24,6
9 39,0 29,4
Más alta (10) 7,9 26,5

Fuente: ESS, 2012.

A la hora de interpretar estos datos, es necesario advertir que el


contenido semántico de la pregunta, «estar en lo más alto» o «estar en
lo más bajo» tiene mucha carga tanto emocional como valorativa, y
esto hace que el 55,9% de la población española se ubique en las po-
siciones «5» o «6», es decir, como pertenecientes a las clases medias. En
las posiciones bajas («0-3») se ubican el 10,5% de los españoles, y en las
altas («8-10»), el 7,9%. El rechazo subjetivo a formar parte de las cla-
ses bajas se debe al desprecio que la sociedad proyecta sobre estas
clases, así como el rechazo a formar parte de las clases altas deriva de
la muestra de altanería y orgullo ilegítimo que implica reconocer pú-
blicamente la superioridad social. Pese a esta concentración en las cla-
ses medias, y el pequeño porcentaje de población que se ubica en los
extremos de la escala, los datos españoles y europeos nos muestran qué
niveles llega a alcanzar la infelicidad cuando las personas consideran
que están ubicadas en el fondo de la sociedad. En el 20,7% de la po-
blación española que se ubica en los estatus sociales más bajos («0-4»),
los niveles de felicidad son extraordinariamente negativos (–52,2,
230 Eduardo Bericat

–32,6, –42,2, –32,9 y –22,1). Por ello, estos números de la tabla,


aparentemente fríos, no nos hablan de las pequeñas miserias y de los
insignificantes malestares emocionales que los miembros de las clases
medias o altas experimentan en su vida cotidiana, sino del gran sufri-
miento humano provocado por la pobreza, la marginalidad y la exclu-
sión social. Nos hablan con datos cuantitativos de la misma infelici-
dad de la que hablan, cualitativamente, los autores en el libro titulado
La miseria del mundo, dirigido por Pierre Bourdieu (1999). Esta tabla
nos muestra con toda su crudeza cómo se concentra la infelicidad y el
sufrimiento humano en el fondo de la estructura social.
Con el objeto de evitar las desviaciones atípicas que puedan exis-
tir en las posiciones extremas, observaremos ahora la estructura afecti-
va de las clases bajas y altas comparando los españoles autoubicados en
las posiciones de estatus «3» y «8». La puntuación de ambas posiciones
en el IBSE es, respectivamente, de –32,9 y de +16,0, lo que implica
una gran diferencia equivalente a 48,9 puntos del IBSE. Las puntua-
ciones en cada uno de los factores del bienestar emocional (estatus,
situación, persona y poder) son distintas para las clases bajas (–52,7,
–41,9, –17,4 y –19,6) y para las clases altas (–16,9, +26,1, +38,6 y
+16,0). Comparando sus condiciones existenciales, se observa que,
por ejemplo, en las clases altas el factor «persona», es decir, el orgullo
y el optimismo frente al futuro, contribuye relativamente más a incre-
mentar su nivel de felicidad. Es decir, pertenecer a las clases altas hace
que una persona se sienta orgullosa de sí misma. Por el contrario, el
factor estatus contribuye negativamente a su felicidad, pues como he-
mos señalado anteriormente, un alto estatus social, o la pertenencia a
las clases sociales altas, tiende a establecer una distancia en la interac-
ción con los otros, haciendo que disminuyan las contraprestaciones en
forma de afecto o cariño que voluntariamente le ofrezcan los demás.
La altanería, el orgullo ilegítimo o la arrogancia no contribuyen a la
mejora de las relaciones sociales.
Analizando ahora la estructura afectiva de las clases bajas, vemos
que los factores de estatus y de situación son los que relativamente más
contribuyen a su infelicidad. Es evidente que los miembros de las cla-
ses bajas no reciben altas dosis de reconocimiento social, sino todo lo
contrario, lo que explica su bajísima puntuación en el factor estatus
(–52,7). Al mismo tiempo, es evidente que las condiciones de su si-
tuación vital no son las más adecuadas, y por ello también puntúan
muy bajo en este factor (–41,9). Cuando comparamos la estructura
afectiva de las «clases bajas» (posición «3») con los «pobres» (primera
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 231

decila), se observa que el ser económicamente pobre no tiene tanto


impacto sobre la autoestima como el pertenecer a una clase social baja
(+6,9 frente a –17,4). Asimismo, parece que la «situación» de las clases
bajas es peor que la de los pobres (–41,9 frente a –31,8), algo hasta
cierto punto esperable debido a que la clase social está relacionada con
mayor número de factores eudemónicos que la pobreza económica.
Un «pobre» lo puede ser exclusivamente en virtud de su carencia de
recursos económicos, pero la posición de clase social baja está más
próxima al concepto multidimensional e integral de «pobreza».
Por último, al igual que en el análisis de los ricos y de los pobres,
se ofrece en la tabla 6.5 una síntesis del bienestar emocional de las
clase bajas y altas, tanto en España como en Europa. Mediante esta
información comprobamos que la probabilidad que tiene una persona
perteneciente a la clase baja de estar feliz o contenta, meramente satis-
fecha, insatisfecha o infeliz es muy distinta a la probabilidad de un
miembro de la clase alta. Es cierto que el 21,5% de las personas de
clase baja en España están felices o contentas, pero este porcentaje
asciende al 61,1% en el caso de pertenecer a la clase alta. A la inversa,
es cierto que el 13,2% de los miembros de clase alta se sienten insatis-
fechos o infelices, pero la probabilidad de que una persona de clase
baja se sienta insatisfecha o infeliz asciende al 44,3%. Los datos ha-
blan por sí solos, y no requieren comentario alguno. Solamente nece-
sitan ser interpretados con la adecuada sensibilidad y empatía huma-
nas, pues no estamos hablando de números, sino de personas infelices
que sufren y padecen.

tabla 6.5. Tipos de bienestar socioemocional, según clase social subjetiva. Baja
(0-3) y alta (8-10). España y Europa (% población)
España Europa-27
Tipos
Baja Alta Baja Alta
Felices 7,2 32,8 8,0 35,6
Contentos 14,3 28,3 17,6 34,2
Satisfechos 34,1 25,7 32,7 22,9
No satisfechos 19,8 9,8 20,0 4,9
No felices 24,5 3,4 21,7 2,4
Total 100 100 100 100

Fuente: ESS, 2012.

Tanto en España como en Europa, solamente un pequeño por-


centaje de las personas que se autodefinen como clase baja se sienten
232 Eduardo Bericat

felices. En este dato, como en general en muchos otros de la tabla 6.5,


observamos que la pauta española y europea son muy similares. Estas
similitudes corroboran la validez y fiabilidad del modelo de medición
de la felicidad utilizado, esto es, del IBSE. Esta similitud, lógicamente,
no se producía en el análisis comparado de los ricos y de los pobres,
pues la objetividad de la variable ingresos impide que se ajusten la
percepción de la posición social y los estados emocionales correspon-
dientes. Al contrario, en el caso de la clase social subjetiva vemos una
misma autoubicación en la jerarquía social que está asociada, tanto en
España como en Europa, a unos estados emocionales similares. To-
mando en conjunto los porcentajes de personas felices y contentas,
comprobamos que la razón de probabilidades entre las posiciones altas
y bajas es bastante similar en España y en Europa. En concreto, la
probabilidad de ser feliz siendo miembro de la clase subjetiva alta es
4,5 veces la de los miembros de la clase baja. Ahora bien, aun cuando
la similitud no es perfecta cuando estimamos las ratios del conjunto
de no satisfechos y no felices, los porcentajes de las clases bajas espa-
ñolas y europeas siguen siendo parecidos. Las diferencias en las ratios
(5,7 en Europa, frente a 3,4 en España) se explican porque entre los
europeos de clase alta el porcentaje de no satisfechos o no felices
(7,3%) es inferior al de los españoles (13,2%). En cualquier caso,
aportamos los datos de Europa como un punto de referencia que nos
permita valorar mejor la situación española. Un análisis completo de
las diferencias requeriría comprobar lo que sucede en los diversos paí-
ses, interpretando los datos a la luz de las características sociales, eco-
nómicas, políticas y culturales de cada uno de ellos.

6.3.2. El sentido social de las personas


El tercer elemento de la teoría sociológica de la infelicidad está relacio-
nado con el sentido que los sujetos encuentran en el desarrollo de sus
actividades. El ser humano está constituido esencialmente por un «yo
activo», que se proyecta hacia el mundo natural, hacia el mundo social
y hacia sí mismo en sus propias acciones y en todas las consecuencias
de estas, sean directas o indirectas. Una persona libre se expresa en
cuanto hace o, dicho de otro modo, en los seres humanos el ser y el
hacer están inextricablemente unidos. Pero las personas no actúan de
una forma inconexa, encadenando sin ningún orden, funcionalidad
o significado unas conductas con otras. Cuando las circunstancias
se lo permiten, los individuos tienden a concebir proyectos de vida,
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 233

orientados hacia determinados fines, que dan sentido a sus conductas


en los diversos ámbitos de acción en los que se despliega su ser. El
valor social de estos fines o propósitos vitales, así como el modo y gra-
do en que las personas los asumen como propios y los integran en su
carácter y personalidad, configuran el sentido o la falta de sentido social.
Pues bien, en este apartado queremos saber si las personas cuyas vidas
están colmadas personal y socialmente de sentido disfrutan de mayor
bienestar emocional que otras cuya vida discurre al margen de toda
experiencia subjetiva de sentido. Queremos saber si la marginación de
la experiencia de sentido lleva a la infelicidad, esto es, si los marginados
del sentido son felices o infelices.
Desde una perspectiva social, el sentido vital de las personas de-
pende esencialmente de la conjunción de dos factores, primero, del
valor social de las actividades que realiza el individuo y, segundo, de la
integración de valores y actividades en la identidad del «yo».
Seligman (2017), en La auténtica felicidad, libro publicado origi-
nalmente en 2002, entiende que una vida con sentido es aquella en la
que la persona toma en cuenta las implicaciones profundas de sus pro-
pias acciones y las pone al servicio del logro de grandes bienes. Es evi-
dente, por tanto, que el sentido de las acciones humanas estará vincula-
do al valor de las metas a las que sirvan. El esfuerzo que toda actividad
conlleva tendrá significado, y merecerá la pena, en la medida que nos
aproxime al cumplimiento de un fin intrínsecamente valioso. Cuando
se dan estas circunstancias, el logro de nuestros propósitos hace que
tengamos la sensación de llevar una vida plena, y que nos sintamos es-
pecialmente felices e implicados en nuestros propios quehaceres.
Desde la perspectiva eudemónica, el sentido vital así concebido
constituye uno de los elementos centrales de la felicidad. Ahora bien,
las investigaciones desarrolladas hasta el momento muestran que el
sentido y el bienestar emocional están correlacionados, aunque solo
moderadamente. Esto significa que no son una y la misma cosa (Huta,
2013; Huta y Ryan, 2010, McGregor y Little, 1998). Esta diferencia se
manifiesta, por ejemplo, en el hecho de que la perspectiva eudemónica
de la felicidad se basa en esencia en la naturaleza de nuestras acciones,
y solo marginalmente en el bienestar emocional que pueda reportar-
nos. La eudemonía está vinculada a los fines que merecen ser persegui-
dos, a las cosas por las que merece la pena luchar en esta vida, es decir,
que se centra en la realización de actividades valiosas en sí mismas.
Fowers (2010, 2012) denomina actividades constitutivas a estas accio-
nes intrínsecamente valiosas, frente a las actividades instrumentales,
234 Eduardo Bericat

cuya finalidad está más allá de sí mismas. Ahora bien, ¿quién determina
qué actividades son valiosas? Desde una perspectiva estrictamente indivi-
dualista, no hay duda de que es cada persona en particular quien atribu-
ye un determinado valor a cada una de sus metas, así como a las acciones
orientadas a su logro. Sin embargo, tanto la psicología social como la
sociología de los valores han demostrado sin ningún género de dudas que
las valoraciones de los individuos germinan en el contexto de un univer-
so y de una jerarquía axiológica o de valores sustentada socialmente, pro-
pia de cada grupo o de cada sociedad. En este contexto, los individuos
apoyan o se enfrentan, se adscriben o no, a diversos valores sociales, con-
tribuyendo bien a su mantenimiento, bien a su transformación.
Dado que, según acabamos de ver, los valores sociales constituyen
en último término la fuente que nutre el sentido, y dado que el senti-
do es un estado de conciencia que solo pueden ser experimentado
subjetivamente por los individuos, es imposible que estos puedan sen-
tirlo a menos que asuman como propios, e integren en la identidad
del «yo» y en su estructura de metas vitales, los valores que subyacen a
las actividades que realizan (McGregor y Little, 1998). En principio,
nada impide que un individuo asuma personalmente metas ajenas a
un determinado valor social, pero esto no constituye la situación más
frecuente, pues en general los fines que motivan a las personas suelen
contar con el apoyo de la cultura de un grupo social. La investigación
ha demostrado que el logro de metas por parte de los individuos in-
crementa su bienestar pero, también, que la relación existente entre el
cumplimiento de metas y la felicidad es más bien moderada o débil
cuando la meta no concuerda con la identidad del «yo» (Sheldon y
Elliot, 1999; Sheldon y Kasser, 1998). Es decir, el logro puede estar en
sintonía con una meta muy valorada socialmente, pero si el sujeto no
ha internalizado o integrado la meta, o no se identifica personalmente
con ella, entonces no percibirá que su vida tiene sentido.
Una cosa es la capacidad para alcanzar metas, que produce cierto
bienestar emocional, y otra muy distinta el hecho de que estas metas
estén integradas en el yo, lo que evoca en las personas el sentimiento
del sentido y la sensación de llevar una vida plena (McGregor y Little,
1998). En suma, la sensación de sentido vital solo aparece cuando las
personas sienten que sus actividades y experiencias merecen la pena,
es decir, que son intrínsecamente valiosas. De ahí que el sentido se
perciba subjetivamente como expresión de la autenticidad del ser.
Utilizando el juego de palabras de Mcgregor y Little, podríamos decir
que el truco de la felicidad consiste en ser uno mismo y hacer el bien.
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 235

Por otro lado, frente a la heteronomía de los fines que domina la vida
de muchas personas en la sociedad actual, la autonomía del individuo
para determinar libremente cuáles son sus proyectos y propósitos en la
vida constituye una de las principales condiciones eudemónicas vin-
culadas al bienestar emocional.
En suma, tal y como se deduce de las investigaciones realizadas en
el ámbito de la eudemonía (Ryan y Deci, 2001; Seligman, 2017; Huta
y Ryan, 2010; Vella-Brodrick et al., 2009; Csíkszentmihály, 1990;
Delle Fave et al., 2011), podemos afirmar que el sentido emerge de las
realizaciones humanas logradas gracias al esfuerzo que las personas
aplican a tareas, más o menos exigentes, orientadas hacia la consecu-
ción de metas socialmente valiosas, e integradas en la identidad y en la
estructura motivacional del yo.
Con el fin de conocer el nivel de felicidad de las personas que
ocupan posiciones sociales caracterizadas por una falta de sentido so-
cial y personal, es decir, por los marginados del sentido, utilizaremos
dos preguntas de la Encuesta Social Europea que recogen información
sobre los dos componentes básicos del sentido, esto es, la valoración
social de la actividad que realiza el sujeto y la integración personal de
sus logros. En la primera, se pide al entrevistado su acuerdo o de­
sacuerdo con la siguiente afirmación: «Generalmente pienso que lo
que hago en la vida es provechoso y útil para los demás». En la segun-
da, se pide su grado de acuerdo con la siguiente frase: «La mayor parte
de los días siento que he logrado lo que me había propuesto». Aunque
creemos que las sentencias en versión inglesa se ajustan mejor al con-
tenido semántico del sentido2, es evidente que estas dos formulaciones
aluden, en primer lugar, al valor social que la persona otorga a lo que
hace y, en segundo lugar, a la sensación de plenitud personal que le
reporta haber cumplido sus propósitos.
La información empírica analizada muestra que las personas que
ocupan posiciones sociales caracterizadas por una falta de sentido ex-
perimentan un grado de bienestar emocional muy bajo. Es decir, la
infelicidad acecha a las personas que consideran que lo que hacen es
inútil o no merece la pena, y además carecen de la sensación de haber
logrado algún propósito o meta que se hubieran propuesto. Dado

2 
Primera: «I generally feel that what I do in my life is valuable and worthwhile».
“En general, tengo la sensación de que lo que hago en mi vida es valioso y merece la
pena”. Segunda: «Most days I feel a sense of accomplishment from what I do». “La
mayoría de los días tengo la sensación de haber logrado algo con lo que hago”.
236 Eduardo Bericat

que ambas condiciones no son simplemente características de las per-


sonas, sino rasgos típicos de la posición social que ocupan, conside-
ramos que la marginación del sentido debe ser considerada como un
rasgo clave de la estratificación social. En toda estructura social hay
muchas ocupaciones en las que no se realizan tareas útiles o que me-
rezcan la pena, y muchas en las que resulta difícil tener al final del día
la sensación de haber alcanzado algún propósito y, gracias a ello, sen-
tir que uno está llevando una vida plena. Estas posiciones sociales que
se caracterizan por estar ubicadas en la periferia del sentido social
afectan a todas las dimensiones del bienestar general, pero especial-
mente al factor «persona» de nuestro modelo de la felicidad, esto es,
a los estados emocionales de autoestima y de optimismo personal.
Por último, la diferencia en grado de felicidad observada entre los
distintos niveles de sentido es más pronunciada en la segunda varia-
ble, la de sensación de logro, que en la primera, el valor social de la
actividad. Dado que el sentido está vinculado al yo activo que se
propone y alcanza metas, es lógico pensar que la sensación de logro
sea más gratificante para el individuo que el mero valor social o utili-
dad de la tarea en sí misma.

tabla 6.6. Bienestar socioemocional (IBSE), según el grado sentido de lo que se


hace. Valor social y sensación de logro. España y Europa
Sentido y logro España Europa-27
Lo que hago es valioso/útil
Muy acuerdo 13,6 20,5
Acuerdo –1,9 3,9
Ni acuerdo, ni desacuerdo. –16,2 –20,5
Desacuerdo –38,7 –45,1
Muy desacuerdo –66,6 –54,0

Logro lo que me propongo


Muy acuerdo 26,1 27,2
Acuerdo 7,2 7,9
Ni acuerdo, ni desacuerdo –13,9 –17,6
Desacuerdo –41,2 –44,6
Muy desacuerdo –75,46 –65,0

Fuente: ESS-2006+2012.

En España, el bienestar emocional de quienes piensan que su


actividad no es ni valiosa ni útil es bajísimo, equivalente a –66,6
puntos en la escala del IBSE. Este profundo incremento del malestar
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 237

emocional que provoca la falta de sentido también se registra en Eu-


ropa. La distancia de bienestar emocional existente entre quienes en-
cuentran sentido a su actividad y quienes no le ven ningún sentido
es muy alta, llegando a los 80,2 puntos del IBSE en España y a los
74,5 en Europa. La sensación de logro proveniente de las actividades
realizadas por los individuos condiciona de una manera aún más de-
terminante su nivel de bienestar emocional. El sentimiento de vacío
vital o de frustración del yo activo provoca un profundo malestar en
los individuos, como queda demostrado por el hecho de que el valor
del IBSE en aquellas personas que no extraen ninguna sensación de
logro de lo que hacen desciende hasta el –75,5 en España y hasta el
–65,0 en Europa. Estos niveles tan negativos, como ya sabemos, se
corresponden con estructuras afectivas de puro sufrimiento e infelici-
dad. Al mismo tiempo, comprobamos en la tabla 6.6 que el bienestar
emocional de las personas con sensación de logro es más alto (+26,1)
que el de las personas que simplemente consideran que hacen algo útil
o valioso (+13,6). Todo ello explica que la distancia de bienestar emo-
cional entre quienes tienen y no tienen sensación de logro sea altísi-
ma, alcanzando en España 101,6 puntos en la escala del IBSE y en
Europa 92,2.
Pese a que la psicología suele contemplar el fenómeno del sentido
en un marco estrictamente individual, es obvio que la íntima cone-
xión del sentido con la actividad, y con sus logros, hace que puedan
establecerse muchas conexiones con la estructura ocupacional de una
sociedad. Ya mencionamos anteriormente la teoría de la alienación de
Marx y la calidad intrínseca de los puestos de trabajo, y es obvio que
la relevancia que tiene la actividad laboral en la vida de las personas
aboga por una radical reconfiguración de los puestos de trabajo para
dotarles de sentido suficiente. Por otra parte es cierto que, en las socie-
dades avanzadas, las actividades de ocio pueden aportar a las personas
el sentido que no pueden extraer de sus trabajos. Ahora bien, ello no
libra al sentido de la férrea lógica de la estratificación social, ya que
también las ocupaciones lúdicas y ociosas se caracterizan por ofrecer
diferentes grados de sentido. En suma, estos datos muestran la necesi-
dad de investigar más ampliamente la estratificación social del senti-
do, bien se nutra de las actividades laborales, las sociales o las lúdicas.
Dado que el valor social y la sensación personal de logro que
evoca una actividad constituyen las dos dimensiones que configuran
el fenómeno del sentido, cabría preguntarse si el bienestar emocional
de las personas varía cuando ambas dimensiones establecen diversas
238 Eduardo Bericat

combinaciones en una posición social. Atendiendo exclusivamente a


las combinaciones en las que ambas respuestas son iguales, se observa
que la infelicidad se incrementa progresivamente hasta llegar a niveles in­
sospechadamente bajos. Así, el bienestar emocional de las personas
que dicen estar «muy de acuerdo» en que hacen cosas valiosas y en que
sienten lograr algo con su actividad es de +33,2; cuando contestan
estar «de acuerdo» a ambas cuestiones, el bienestar emocional pasa a
ser del +8,6; en cambio, si contestan en ambos casos «ni acuerdo, ni
en desacuerdo», la puntuación del IBSE pasa ya a ser negativa, exacta-
mente del –24,9; si contestan a las dos preguntas «en desacuerdo», el
nivel de felicidad desciende mucho más, hasta el –66,3; y si el entre-
vistado cree que lo que hace no tiene ningún valor y no le proporciona
ninguna sensación de logro, entonces alcanza una cota extraordinaria
de infelicidad, equivalente a –110,1. Según estos datos, una vida sin
sentido será probablemente una vida infeliz.
La estructura afectiva de las posiciones sociales caracterizadas por
estar dotadas de sentido o por una falta de sentido es bastante diferen-
te. Tal y como hemos comentado antes, el sentido de lo que uno hace
incide especialmente en el factor «persona» de nuestro modelo analí-
tico de felicidad. Entre los españoles que están de acuerdo con el valor
y utilidad de lo que hacen, la puntuación en los factores de «estatus»,
«situación», «persona» y «poder» son, respectivamente, –10,0; +15,6;
+43,8; y +4,9. Como vemos, destaca la alta puntuación en el factor
persona, indicando que el componente de sentido está vinculado fun-
damentalmente con la naturaleza del yo, lo que se refleja en su auto-
estima y en su optimismo personal. Entre los españoles que están muy
de acuerdo con que lo que hacen les aporta sensación de logro, tam-
bién se refleja una pauta similar (–0,9; +25,7; +60,0; +19,6). Las pun-
tuaciones de quienes consideran que lo que hacen no es útil ni merece
la pena (–47,1; –51,6; –36,4; –19,6), o que no les aporta ninguna
sensación de logro (–59,5; –45,7; –28,7; –31,1), vuelve a poner en
evidencia que las estructuras afectivas de la felicidad y de la infelicidad
no son las mimas. El factor persona fundamenta relativamente más la
felicidad de las personas que disfrutan de sentido, pero en las posicio-
nes sociales con falta de sentido se percibe que la situación emocional
de infelicidad no deriva principalmente del factor persona, sino en
mayor medida del deterioro de los factores de estatus y de situación.
Esto podría explicarse por el que hecho de que las personas margina-
das del sentido ocupan posiciones de la periferia o del fondo de la es-
tratificación social.
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 239

6.3.3. Mileuristas de clase baja marginados del sentido


Para finalizar este apartado, centrado en el análisis del bienestar emo-
cional de los pobres, de las clases bajas y de los marginados del sen-
tido, presentamos la estimación del grado de felicidad de un posi-
cionamiento social multidimensional, los «mileuristas de clase baja
marginados del sentido». Esta posición social queda definida por la
intersección de tres variables, esto es, por el nivel de ingresos econó-
micos del hogar de la persona, por su clase social subjetiva y por la
sensación de logro o sentido que extrae de su actividad. Con estos
datos tan solo queremos ilustrar de forma intuitiva y sencilla dos con-
sideraciones importantes.
Primero, estas estimaciones son un simple ejemplo de las poten-
cialidades que tiene el análisis del bienestar emocional a la hora de
estudiar la estratificación social. En la medida que las encuestas y es-
tudios sociológicos vayan incorporando las preguntas sobre estados
emocionales necesarias para cuantificar los grados de felicidad, la cien-
cia social podrá ir profundizando en el estudio emocional de las posi-
ciones sociales que componen la estructura de una sociedad. De la
misma manera que hoy la sociología y otras ciencias sociales se intere-
san casi de forma instintiva, automática y rutinaria por el nivel educa-
tivo, por los ingresos, por el tipo de ocupación, por la salud, por la
actividad cultural o por tantos otros rasgos que caracterizan social-
mente a las personas, debería interesarse también por los grados de
felicidad y, en general, por las condiciones existenciales y las estructu-
ras afectivas que configuran la vida de la gente. Las informaciones
emocionales nos ofrecen una vía de conocimiento de lo social tan re-
levante como prometedora.
Segundo, se pretende poner de manifiesto que la complejidad, los
enigmas y las paradojas de la felicidad, así como de todos los fenóme-
nos vinculados con el bienestar emocional de los seres humanos, en
ningún caso pueden quedar circunscritos a la influencia simple, meca-
nicista y lineal de una única variable o dimensión, por importante que
esta sea. Desde una perspectiva compleja, la pregunta que inquiere
sobre si el dinero da la felicidad es rechazable por carecer de la sufi-
ciente validez y precisión. Junto a los recursos económicos, otros mu-
chos factores caracterizan la situación vital de las personas. En nuestra
teoría social de la infelicidad hemos querido avanzar un paso más su-
mando a la falta de dinero otras dos privaciones importantes, como
son la falta de respeto y la falta de sentido. Por ello queremos ahora
240 Eduardo Bericat

ilustrar este hecho de la forma más sencilla e intuitiva posible, esto es,
con un cruce trivariable mediante el que se muestra cómo los grados
de felicidad, en cualquier posición social, pero también, por supuesto,
entre aquellas personas que comparten un mismo nivel de ingresos,
como por ejemplo los mileuristas, varían según cuál sea su estatus so-
cial y el sentido de su actividad.
Para realizar las estimaciones de este análisis hemos seleccionado
los europeos cuyos ingresos del hogar no superaban los 11.161 euros
en el año 2012, nivel de ingresos que se corresponde con las dos pri-
meras decilas (ver tabla 6.1). Hemos segmentado la clase social subje-
tiva en tres niveles, baja, media y alta, que se corresponden con los
puntos de la escala «0-4», «5-6» y «7-10». Por último, hemos elegido
la variable de la sensación de logro por ser la que correlaciona con más
intensidad con el bienestar emocional, segmentándola en tres catego-
rías, «sí» (muy de acuerdo y de acuerdo), «ni/ni» (ni de acuerdo ni en
desacuerdo) y «no» (muy desacuerdo y desacuerdo). Hemos utilizado
la muestra europea de veintisiete países para disponer de un tamaño
muestral que garantizara la representatividad estadística de los datos
(n=6.589).

tabla 6.7. Bienestar socioemocional (IBSE) de los mileuristas, según clase social
subjetiva y sensación de logro (sentido). Europa, 2012 (% total de
mileuristas)

Clase social subjetiva


Mileuristas
Baja (0-4) Media (5-6) Alta (7-10)
–18,9 +7,1 +19,5

(–18,0%) (33,3%) (15,4%)
–40,8 –18,9 –16,2
Sensación de logro (sentido) Ni/Ni
(8,3%) (9,2%) (2,2%)
–72,1 –42,7 –55,5
No
(8,1%) (4,3%) (1,2%)

Fuente: ESS, 2012, EUR-27.

Pese a que el concepto de «mileurista» funciona como una cate-


goría social supuestamente homogénea, la información contenida en
la tabla 6.7 demuestra que entre sus miembros existen circunstancias
muy variadas con muy distintas implicaciones sobre su bienestar emo-
cional. En efecto, los mileuristas de clase baja marginados del sentido
sufren una experiencia vital caracterizada por una gran infelicidad, tal
y como se demuestra por su valor del IBSE, que alcanza el –72,1, una
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 241

media extraordinariamente baja. En el extremo opuesto, el bienestar


emocional de los mileuristas de clase social alta que no están margina-
dos del sentido se encuentra bastante por encima de la media europea
de felicidad, llegando a los +19,5 puntos. Entre ambos extremos, la
variedad y el gradiente de situaciones emocionales que encontramos en
una categoría económica supuestamente homogénea es muy amplia. Y
esta diversidad de situaciones revelada por el análisis del bienestar emo-
cional ilustra cómo el conocimiento de la felicidad puede servir de guía
al análisis social, indicando, desde la perspectiva de las propias perso-
nas, cómo se sienten en una determinada situación social. Ello no sig-
nifica que el análisis sociológico deba quedar circunscrito al análisis
emocional, sino que puede y debe ser utilizado para profundizar en el
estudio de las estructuras y de los fenómenos sociales.
En este análisis descriptivo del bienestar emocional de las perso-
nas que ocupan diversas posiciones sociales multidimensionales se in-
tuye que el dinero, ni siquiera cuando su carencia llega a ser casi abso-
luta, puede explicar completamente la situación. Ya hemos visto en un
epígrafe anterior que las personas con distintos niveles de ingresos
económicos disfrutan de diferentes niveles de bienestar emocional.
Ahora, por el contrario, vemos que personas con ingresos económicos
similares pueden experimentar muy distintos grados de felicidad. La
teoría sociológica del bienestar emocional, subrayando la relevancia de
los recursos económicos, del estatus social y del sentido social de las
personas nos ayuda a interpretar estas variaciones. En efecto, la peor
de las situaciones se da entre los mileuristas de clase social baja que no
encuentran sentido en su actividad (72,1). Cuando el mileurista au-
menta su nivel de estatus, pasando a la clase media, o aumenta su nivel
de sentido, pasando a la posición «ni/ni», su grado de bienestar emo-
cional mejora bastante. Ahora bien, como además de recursos econó-
micos sigue careciendo de sentido (–42,7), o sigue careciendo de esta-
tus social (–40,8), su grado de felicidad sigue siendo todavía muy
negativo. Cuando subimos un nivel en cualquiera de las dos dimen-
siones, el bienestar emocional mejora, aunque permaneciendo todavía
en niveles negativos, en torno a los –18 puntos del IBSE. Y si un mi-
leurista pertenece a la clase media o alta, y encuentra sentido y sensa-
ción de logro en lo que hace, la carencia de recursos económicos no le
impide disfrutar, por término medio, de un nivel de felicidad relativa-
mente positivo. En suma, el dinero, el estatus social y el sentido defi-
nen de alguna manera la situación social de las personas y, por ende,
también su felicidad.
242 Eduardo Bericat

6.4. EL IMPACTO EMOCIONAL DE LA CRISIS ECONÓMICA DE 2008

En este apartado pretendemos ofrecer una imagen diferente y nove-


dosa de la crisis económica de 2008, analizando cómo ha afectado al
grado de felicidad de los españoles más allá de cómo haya afectado
a sus ingresos económicos o a su situación laboral. Normalmente se
estima la gravedad de la crisis económica analizando la evolución de la
tasa de crecimiento del producto interior bruto, la tasa de inflación,
las variaciones de la deuda y del déficit público, el déficit comercial o
la tristemente famosa prima de riesgo. Cuando, además, queremos co-
nocer hasta qué punto la crisis económica ha provocado una crisis so-
cial estudiamos su impacto sobre el mercado de trabajo, la evolución
de la tasa de desempleo o de las condiciones contractuales y laborales de
la población trabajadora, o analizamos cómo ha evolucionado la
desigualdad social, el número de personas que se encuentra en situa-
ción de pobreza relativa o absoluta, el número de familias en las que
ninguno de sus miembros trabaja, o la pobreza infantil. Dado que, al
menos en nuestras sociedades, el trabajo constituye la principal fuente
de ingresos, en todos estos casos terminamos analizando una única
variable subyacente, esto es, la riqueza, los ingresos económicos o el
dinero. Por este motivo, pese a la escasez de informaciones disponi-
bles, nos parece muy relevante ofrecer una imagen alternativa de la
crisis económica aplicando una perspectiva emocional. En suma, que-
remos complementar los estudios sobre el impacto económico, laboral
o social de la crisis con un estudio exploratorio sobre su impacto emo­
cional. Es impensable concebir que una grave crisis económica, laboral
o social no venga acompañada de una crisis de las estructuras afectivas
del bienestar subjetivo, esto es, de una crisis de felicidad. En el fondo,
la relevancia humana de tales perturbaciones sociales estriba, esencial-
mente, en la cantidad de sufrimiento e infelicidad que puedan causar.
¿Hasta qué punto la crisis económica de 2008 ha alterado el bien-
estar emocional de los españoles?, ¿cuál ha sido su impacto sobre la
felicidad? Un análisis definitivo y completo del impacto emocional de
la crisis económica de 2008 en España requeriría contar con estudios
longitudinales realizados mediante encuestas panel, encuestas que por
desgracia, y a diferencia de lo que sucede en otros países europeos,
todavía son muy raras en la investigación sociológica española. En su
defecto, necesitaríamos al menos disponer de una serie temporal que
describiera la evolución mensual o trimestral de las estructuras afec-
tivas de los españoles. Pero como la investigación social todavía no
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 243

incorpora, de modo rutinario o sistemático, preguntas sobre estados


emocionales en sus cuestionarios de encuesta, esta información tam-
poco está disponible. Así que la valoración del impacto que haya po-
dido tener la crisis sobre la felicidad habrá de hacerse estimando los
indicios indirectos derivados del conocimiento que hemos adquirido
sobre el bienestar emocional, así como utilizando algunas informacio-
nes empíricas procedentes de dos encuestas, las oleadas de 2006 y
2012 de la (ESS) y el Barómetro del CIS de noviembre de 2011.
A lo largo de este libro se aportan algunos indicios clave a la hora
de establecer el balance emocional de la crisis económica. El más im-
portante es la evolución del índice de bienestar socioemocional en Espa-
ña, que ha experimentado un claro descenso desde el –0,84 en 2006,
año que forma parte del periodo de crecimiento, hasta el –7,78 en
2012, año en el que la crisis ya había dejado notar claramente sus
efectos. En el capítulo ocho veremos que las personas desempleadas
tienen un nivel de bienestar emocional mucho más bajo y que, por
tanto, puede esperarse que una profunda crisis laboral, como la expe-
rimentada en España, haya provocado y siga provocando muchísimo
sufrimiento y dolor entre la gente. Demostramos, incluso, que el
bienestar de las personas que tienen miedo a perder su trabajo tam-
bién se resiente, por lo que el impacto emocional del desempleo tras-
ciende a los desempleados, llegando incluso a afectar a esa gran parte
de la población ocupada que se siente insegura. En este mismo capí-
tulo hemos visto que unos reducidos ingresos económicos familiares
comporta una reducción del grado de felicidad de cada uno de sus
miembros. Y también vimos en el capítulo tercero que la desigualdad
de ingresos no cuenta toda la historia del impacto humano que una
crisis económica pueda tener sobre las personas. En España la des-
igualdad económica es superior a la de otros muchos países europeos,
pero además esta desigualdad tiene en nuestro país un mayor impacto
sobre la desigualdad en bienestar emocional.
Estos indicios indirectos bastarían por sí mismos para anticipar el
hecho de que una crisis económica habrá de tener algún impacto so-
bre la estructura afectiva de la gente, reduciendo de un modo u otro
su bienestar subjetivo. Pero formular este tipo de hipótesis sobre el
bienestar emocional es, a tenor de la propia naturaleza de la felicidad
humana y de los enigmas y paradojas que encierra, muy arriesgado.
Por ello, con el simple ánimo de explorar este ámbito de estudio, pre-
sentaremos las informaciones más relevantes de entre las disponibles.
Por un lado, compararemos el grado de bienestar emocional de las
244 Eduardo Bericat

personas que viven cómodamente, sin preocupaciones económicas,


con el de aquellas otras que tienen dificultades financieras para llegar
a fin de mes. Por otro lado, compararemos el bienestar emocional de
las personas inmunes a los efectos de la crisis, con el de aquellas otras
que han sido intensamente afectadas por ella. Ahora, antes de presen-
tar estos dos conjuntos de datos, veremos a modo de introducción el
impacto que ha tenido la crisis económica sobre las tensiones financie-
ras que soportan las familias para llegar a fin de mes.
La ESS preguntó a los entrevistados, tanto en 2006 como en
2012, cómo valoraban la situación financiera de su hogar, ofreciéndo-
les cuatro posibles respuestas: a) con los ingresos actuales vivimos có-
modamente; b) nos llega para vivir; c) tenemos dificultades; y d) tene-
mos muchas dificultades. Es obvio que esta pregunta es muy relevante
porque una crisis económica, al provocar caídas de ingresos familiares
intensas y/o bruscas genera, bien situaciones de carencia absoluta,
bien insuficiencias o inadaptaciones financiera respecto a la estructura
de consumo habitual o al nivel de gasto familiar precedente. La pre-
gunta es un buen indicador de la valoración subjetiva que hacen las
personas de su situación económica actual porque incorpora tanto los
estándares de referencia que utilice el sujeto, como los sentimientos de
abundancia o privación relativa que se derive de ellos. En esencia, esta
información incorpora dos fenómenos socioeconómicos fundamenta-
les, a saber, la suficiencia relativa de los actuales ingresos del hogar: a)
con respecto al pasado reciente y b) con respecto a los estándares de
vida que la sociedad considere «normales» en el momento actual. Te-
ner en cuenta estos dos estándares de referencia, es decir, el pasado de
las personas, así como lo que se considera normal en el contexto social
del presente es clave para poder entender tanto el clima emocional de
una crisis económica, como su impacto sobre la felicidad. En cual-
quier caso, es preciso tener en cuenta que se trata de una valoración
financiera subjetiva (Diener y Biswas-Diener, 2002: 130).
Comparando la valoración que hacen los españoles de su situa-
ción financiera en 2006 y 2012 nos podemos hacer una idea bastante
clara del gran impacto social que ha tenido la crisis económica de
2008. En la tabla 6.8 vemos que el porcentaje de población española
que manifiesta tener «dificultades» o «muchas dificultades» con los
ingresos familiares actuales se duplicó entre 2006 y 2012, pasando del
16,9% al 31,1%. Este dato es en sí mismo devastador y da buena
cuenta del alcance social de la crisis. Esto es, en el año 2012, práctica-
mente uno de cada tres españoles estaba experimentado tensiones
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 245

financieras en el seno de su familia. Los buenos tiempos del boom


económico quedan reflejados en el hecho de que, en 2006, más de
cuatro de cada cinco españoles, exactamente el 83,1% de la pobla-
ción, «vivía cómodamente» o «le llegaba para vivir». Tan solo seis años
más tarde, el porcentaje había descendido al 68,9%. Muchos españo-
les habían visto aumentar al menos un grado la tensión financiera en
sus familias. El 32,6% que vivía cómodamente en 2006, pasó a ser el
24,7% en 2012; el 50,5% que llegaba a fin de mes, pasó a ser el
44,2%; el 14,2% con dificultades aumentó al 22,7%; y el 2,7% con
muchas dificultades se triplicó hasta llegar al 8,4%. Es necesario repe-
tir los números uno a uno porque solo así podemos ser realmente
conscientes del movimiento sísmico provocado por la crisis, conscien-
tes de los millones de personas que de una forma u otra, absoluta o
relativamente, objetiva o subjetivamente, se vieron afectados por ella.

tabla 6.8. Valoración de la situación financiera del hogar. España y Europa,


2006 y 2012 (% población)
España Europa-27
Situación financiera del hogar
(% pob.) (% pob.)
2006
Vivimos cómodamente 32,6 29,9
Nos llega para vivir 50,5 49,7
Tenemos dificultades 14,2 16,1
Tenemos muchas dificultades 2,7 4,2
Total 100 100

2012
Vivimos cómodamente 24,7 28,6
Nos llega para vivir 44,2 47,8
Tenemos dificultades 22,7 17,9
Tenemos muchas dificultades 8,4 5,6
Total 100 100

Fuente: ESS-2006 y 2012.

Apoyándonos de nuevo en la referencia europea, para así poder in-


terpretar mejor los datos de la realidad española, podemos concluir que
en nuestro país la caída fue más grande. España parte de una mejor va-
loración de la situación financiera del hogar, y llega a una valoración
bastante peor. Este es también un dato clave a la hora de explicar el clima
emocional y la profunda indignación que la crisis ha provocado entre
los españoles. El estándar de referencia de la desigualdad social basado
en comparar el 1% de ricos que mejoran su situación gracias a la crisis,
246 Eduardo Bericat

con el 99% de la gente que ha visto empeorar su situación financiera


(Stiglitz, 2014), se ajusta como un guante a la realidad española refle-
jada en estos datos, así como a los sentimientos colectivos generados
en el transcurso de la crisis. La valoración de la situación financiera de
los españoles era en 2006 más alta que la de los europeos. Un 83,1%
de españoles y un 79,65% de europeos afirmaban vivir cómodamente
o llegando sin problemas a final de mes. Ahora bien, mientras que la
satisfacción de los europeos en 2012 apenas desciende levemente, ca-
yendo solo 3,2 puntos porcentuales, la satisfacción financiera familiar
de los españoles se desploma, descendiendo 14,2 puntos. La crisis so-
ciofinanciera de las familias españolas no tiene parangón con la expe-
rimentada, en general, por las familias europeas.

6.4.1. Vivir cómodamente o con dificultades económicas


Entre el bienestar emocional de las personas que viven con sus in-
gresos cómodamente sin necesidad de preocuparse por los problemas
económicos y el de las personas que afirman tener muchas dificultades
existe una gran diferencia. Es decir, tal y como han mostrado algu-
nos otros estudios (Gudmundsdottir, 2011), las tensiones financieras
de las familias tienen un impacto sobre el bienestar subjetivo de sus
miembros. Y es lógico que esto sea así, pues este resultado coinci-
de con el conocimiento de sentido común y la experiencia cotidiana,
propia o ajena, que prueba cómo las preocupaciones producidas por
descensos bruscos y /o intensos del nivel de ingresos familiar provocan
un clima de gran ansiedad. Argumentando por reducción al absurdo,
diremos que si las crisis no causaran ningún tipo de malestar emocio-
nal, de sufrimiento y de infelicidad en la población, nada que tuviera
relación con ellas debería preocuparnos en absoluto. Las crisis económi-
cas, como todos los problemas sociales, son problemas humanos en la
medida que causan sufrimiento e infelicidad. Dicho de otro modo, «el
verdadero problema humano que siempre late tras un problema social
es la infelicidad, el sufrimiento y el malestar emocional que causa en
las personas de carne y hueso, esto es, entre la gente» (Bericat, 2016c).
Los datos de la tabla 6.9 muestran que, en 2006, la diferencia de
bienestar emocional existente entre quienes viven «cómodamente»
(+13,0) y quienes padecen muchas dificultades económicas (–52,5)
es enorme, llegando a los 65,5 puntos de la escala del IBSE. Estos
datos demuestran que los miembros de familias que tienen muchas
dificultades debido a la escasez de ingresos están, por término medio,
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 247

excluidos de la felicidad. De entre los españoles que en 2006 pasaban


muchas dificultades, tan solo el 12,8% eran «felices» o estaban «con-
tentos», mientras que este porcentaje asciende al 56,3% en el caso de
los que viven cómodamente con sus ingresos actuales. Por el contra-
rio, el 55,3% de los que viven con muchas dificultades están insatisfe-
chos o infelices, mientras que tan solo el 9,1% de los que viven cómo-
damente se sienten «no satisfechos» o «no felices». Como vemos, las
dificultades económicas, y todo lo que llevan aparejadas en el contex-
to de una estructura social como la española, provocan una total in-
versión de las probabilidades de ser feliz o infeliz.

tabla 6.9. Bienestar socioemocional (IBSE), según valoración de la situación


financiera del hogar. España y Europa, 2006 y 2012
Situación financiera del hogar España (IBSE) Europa-27 (IBSE)
2006
Vivimos cómodamente 13,0 13,6
Nos llega para vivir –2,1 1,5
Tenemos dificultades –19,0 –20,7
Tenemos muchas dificultades –52,5 –46,2
Total –0,9 –0,5

2012
Vivimos cómodamente 9,0 17,7
Nos llega para vivir –3,1 5,7
Tenemos dificultades –15,4 –13,8
Tenemos muchas dificultades –36,0 –37,3
Total –5,7 3,2

Fuente: ESS-2006 y 2012.

La comparación del grado de felicidad de las personas con difi-


cultades económicas en 2006 (–52,5) con el grado de felicidad de
2012 (–36,0) podría llevarnos a pensar que, en una situación de crisis,
el impacto que las dificultades financieras de las familias tiene sobre el
bienestar emocional de las personas es bastante menor. De hecho, pa-
rece como si la crisis hubiese producido una especie de igualación emo­
cional. Así, mientras que en 2006, según hemos visto, la distancia de
felicidad entre las posiciones extremas era de 65,5 puntos, en 2012
esta misma distancia queda reducida a 45,5 puntos de la escala del
IBSE. ¿Cómo podría explicarse esta aparente paradoja emocional?
Aplicando la perspectiva de la comparación social, podríamos argu-
mentar, en un sentido, que las dificultades financieras experimentadas
248 Eduardo Bericat

por una familia en un contexto de bonanza y de optimismo económi-


co generalizado, como era el del año 2006, quizá dé lugar, por contras-
te con el bienestar generalizado del resto de las personas, a un senti-
miento más profundo de infelicidad y de malestar emocional. En el
sentido opuesto, también podría argumentarse que cuando uno de
cada tres españoles vive en una familia con dificultades financieras,
como es el caso en 2012, quizá las personas asuman como «normal»
esta situación de dificultad económica generalizada y por compara-
ción con el malestar generalizado existente no se sientan tan infelices.
Esta paradoja emocional, como tantas otras, deja abiertas más
preguntas que respuestas. Al margen de algunas conjeturas plausibles,
se requeriría contar con una buena explicación. Otro posible argu-
mento, perfectamente plausible, consistiría en señalar que, habiéndo-
se triplicado entre 2006 y 2012 el número de españoles con dificulta-
des financieras en sus familias, pasando del 2,7% al 8,4%, es lógico
que la media del IBSE para 2012 no sea tan baja, ya que ahora no
estamos analizando un colectivo muy marginal y periférico de la socie-
dad española, sino un colectivo formado por casi uno de cada diez
españoles. Estas personas pueden estar pasando provisionalmente
unas dificultades económicas agravadas, pero ello no tiene por qué
significar que estén, a tenor de otras muchas de sus características so-
ciales, en los márgenes de la sociedad.
En el capítulo tres ofrecimos la fórmula de la cantidad total de
felicidad (CTF), que utiliza la escala Kelvin (0 a 300) del índice de
bienestar socioemocional (IBSE). Este concepto nos permitió proponer
algunos indicadores basados en la distribución social de la felicidad,
análogos a los que los economistas utilizan para medir la distribución
social de la riqueza. Ahora, invirtiendo aritméticamente la escala Kel­
vin del IBSE, esto es, haciendo equivaler el «0» de la escala a «absolu-
tamente nada infeliz» y el «300» a «completamente infeliz»3, podemos
hacer estimaciones de cómo se distribuye la infelicidad entre las dife-
rentes categorías o grupos de una sociedad. Pues bien, distribuyendo
la cantidad total de infelicidad de España, en 2006 y 2012, entre las

3 
Invirtiendo la escala de felicidad, esto es, el índice de bienestar socioemocional
(IBSE), se mide el «malestar socioemocional». El índice de malestar socioemocional
(IMSE) se obtiene aplicando la siguiente transformación: índice de malestar socioemo­
cional (IMSE) = 100 – IBSE. Ambos valores, el IMSE y el IBSE están expresados en
valores o grados de la escala Kelvin, que va de 0 a 300. La cantidad total de infelicidad
es el sumatorio del malestar socioemocional de todos los miembros de una determina-
da categoría o grupo social.
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 249

posiciones sociales caracterizadas por la situación financiera del hogar,


podemos concluir que la crisis económica ha supuesto un desplaza-
miento y concentración de la infelicidad social en aquellas categorías
sociales que afirman que en sus hogares están pasando por dificultades
económicas. Esta concentración del malestar social configura un fenó-
meno social importante, así como un relevante rasgo emocional de la
crisis económica de 2008. El hecho de que la cantidad de infelicidad
se concentre en unas determinadas posiciones sociales, en este caso en
personas cuyas familias tienen dificultades económicas, hace que la
expresión del malestar, así como las acciones de protesta, tomen cuer-
po social mucho más fácilmente. La idea es que cuando la cantidad de
infelicidad está muy distribuida a lo largo de toda la estructura social,
ningún grupo, categoría o colectivo puede erigirse como modelo y
símbolo del sufrimiento social. A la inversa, en el momento en que
una determinada posición social concentra en sí una buena parte de la
infelicidad social, se identifica y asume un papel vertebrador del ma-
lestar y de la protesta social. En suma, la dispersión o concentración
de la infelicidad tiene consecuencias sobre la dinámica sociopolítica
en una determinada época y sociedad.

tabla 6.10. Distribución social de la cantidad total de infelicidad (CTINF),


según valoración de la situación financiera del hogar. España y
Europa, 2006 y 2012 (% CTINF)
Situación financiera del hogar España (IBSE) Europa-27 (IBSE)
2006
Vivimos cómodamente 28,1 25,7
Nos llega para vivir 51,1 48,8
Tenemos dificultades 16,7 19,4
Tenemos muchas dificultades 4,1 6,1
Total 100 100

2012
Vivimos cómodamente 21,3 24,4
Nos llega para vivir 43,1 46,6
Tenemos dificultades 24,8 21,0
Tenemos muchas dificultades 10,8 8,0
Total 100 100

Fuente: ESS-2006 y 2012.

Hemos calculado qué porcentaje de la cantidad total de infelicidad


(CTINF) existente en España y en Europa, tanto en 2006 como en
250 Eduardo Bericat

2012, le corresponde a cada uno de las cuatro categorías de población


establecidas según su grado de satisfacción con los ingresos del hogar.
La tabla 6.10 contiene los resultados, y allí podemos ver cómo y
cuánto ha variado la distribución de la infelicidad es España. En
2006, el 20,8% de la cantidad total de infelicidad existente en Espa-
ña correspondía a las personas cuyas familias tenían dificultades o
muchas dificultades económicas (16,7% + 4,1%). Pasados seis años,
en 2012, estas mismas posiciones sociales acumulaban el 35,6% de la
cantidad total de la infelicidad existente en el país (24,8% + 10,8%).
Es decir, una parte sustancial de la infelicidad existente en España,
exactamente algo más de un tercio de la infelicidad total del país, se
desplaza y se concentra en las personas que están experimentando
dificultades financieras debido a los efectos de la crisis económica de
2008.
Tomando como punto de contraste la distribución social de la
infelicidad en Europa, observamos la gran diferencia existente. Pare-
ce que la concentración del malestar emocional en categorías sociales
que están atravesando dificultades económicas es un fenómeno so-
cioemocional que en España, así como en algunos otros países euro-
peos, adquiere una intensidad y relevancia especial. El fenómeno
también se produce en Europa, pero tanto las pautas de distribución
en 2006 y 2012 como la intensidad de la concentración que se pro-
duce entre ambos años son bastante diferentes. Empezando por este
último punto, se observa que el cambio en la distribución social de la
infelicidad no es tan pronunciado, pues el porcentaje de la cantidad
total de infelicidad que correspondía a las personas con dificultades o
muchas dificultades financieras en la familia, que era del 25,5% en
2006, asciende tan solo ligeramente hasta el 29,0% en 2012. Por otro
lado, observamos que la pauta europea y la española en 2006 son tam-
bién bastante distintas, quizá debido a que España se encontraba en
el momento álgido del ciclo económico. Mientras que en España el
20,8% de la infelicidad se concentraba en las categorías sociales con
dificultades económicas, en Europa era el 25,5%. En suma, España
partía de una situación más favorable, pero termina en una situación
muchísimo más desfavorable. Este cambio repentino e intenso de la
cantidad de infelicidad también da cuenta de la gravedad social con
la que se presentó en España la crisis económica. Como vemos, la
crisis económica de 2008 ha supuesto también en España una gran cri-
sis y trasformación del modo en que se distribuye socialmente la
infelicidad.
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 251

6.4.2. Personas inmunes a la crisis y afectadas intensamente por


ella
Basándonos en preguntas incluidas en el Barómetro del CIS de no-
viembre de 2011, ofrecemos, en primer lugar, los niveles de bienestar
emocional de los españoles según la intensidad con que la que, en su
propia opinión, les ha afectado la crisis. En segundo lugar, veremos
su nivel de felicidad según el tipo de efectos laborales y de consumo
que hayan sufrido debido a la crisis económica de 2008.
Los datos muestran que el bienestar emocional de los españoles
inmunes a los efectos de la crisis es bastante más elevado que el de quie-
nes han sido afectados intensamente. Dado que la diferencia de bienes-
tar emocional puede ser debida al hecho de que la crisis ha afectado
mucho más a los pobres que a los ricos, ofrecemos los datos del nivel
de felicidad de quienes tienen una buena y una mala situación econó-
mica personal, según cuánto les haya afectado la crisis, poco o mucho.
El análisis de estas posiciones sociales, definidas multidimensionalmen-
te, pone de manifiesto con toda claridad un hecho socialmente impor-
tante, a saber, que en España la diferencia de bienestar emocional entre
las personas poco o muy afectadas por la crisis económica de 2008 es
mayor en las personas que están en una mala o muy mala situación
económica que en las personas económicamente acomodadas. En suma,
los datos no solo sugieren que los efectos de la crisis tienen un impacto
sobre el bienestar emocional de la personas sino que, además, el impac-
to emocional parece ser bastante mayor entre los pobres que entre los
ricos. Dicho de otro modo, estos datos sobre la infelicidad de las perso-
nas son la prueba de que, más allá de los impactos genéricos que la crisis
haya podido tener sobre las personas, la crisis emocional no se ha distri-
buido homogéneamente por toda la población, sino que ha causado
mucho más sufrimiento entre los españoles pobres que entre los ricos.
En la columna «total» de la tabla 6.11 se ofrecen los valores del
IBSE según la intensidad con la que la crisis ha afectado a la situa-
ción económica personal de los individuos. El grado de afectación
ha sido indicado por los propios entrevistados en una escala de 0 a
10. En la tabla vemos que el nivel medio de felicidad de los españo-
les que apenas han sido afectados por la crisis es de 17,4 puntos,
mientras que el de quienes han sido muy afectados por ella descien-
de hasta el –21,2. El IBSE desciende progresivamente conforme se
va incrementando el impacto económico de la crisis. El descenso de
felicidad observable entre los inmunes a la crisis y los afectados
252 Eduardo Bericat

intensamente por ella es muy considerable, pues casi alcanza los cua-
renta puntos del IBSE (38,6).

tabla 6.11. Bienestar socioemocional (IBSE), según grado de afectación de la crisis


en la situación económica personal, y según situación económica
personal. España, 2011
Situación económica
¿Cuánto le está afectando la crisis? Total Muy buena Mala
Buena Muy mala
Poco (0-4) 17,4 26,1 –18,6
Algo (5-6) 9,8 26,3 –31,6
Bastante (7-8) –0,6 16,7 –22,4
Mucho (9-10) –21,2 15,1 –37,4

Fuente: CIS-2011, Estudio 2923.

En las columnas de la derecha de la tabla 6.11 se incluyen los


niveles de felicidad (IBSE) de los españoles según sea buena o mala su
situación económica personal y según el grado en el que la crisis de
2008 les ha afectado a su situación económica personal. Para los espa-
ñoles que gozan de una «muy buena» o «buena» situación económica
personal, la distancia de bienestar emocional existente entre quienes
apenas han sido afectados por la crisis (+26,1) y quienes han sido muy
afectados por ella (+15,1) es de tan solo 11 puntos en la escala del
IBSE. Sin embargo, para los españoles con una situación económica
personal «muy mala» o «mala», la distancia de bienestar emocional
existente entre quienes apenas han sido afectados por la crisis (–18,6)
y quienes han sido muy afectados por ella (–37,4) es casi el doble,
pues alcanza los 18,8 puntos en la escala del IBSE. Vemos, así, que la
distancia de bienestar emocional que produce la afectación de la crisis
económica de 2008 es bastante mayor en los pobres que en los ricos.
Aun cuando le haya afectado mucho la crisis, un español con muy
buena o buena situación económica personal, mantiene un nivel de
felicidad por encima de la media de la población (+15,1). Sin embar-
go, el bienestar emocional de un español con mala o muy mala situa-
ción económica personal, que además se haya visto intensamente afec-
tado por la crisis, desciende mucho hasta niveles de insatisfacción con
la vida o de infelicidad (–37,4).
Por último, veremos los niveles de bienestar emocional de los es-
pañoles según las consecuencias laborales que la crisis haya tenido
sobre alguno de los miembros de la familia y sobre la reducción de
El dinero y la teoría social de la infelicidad: pobres, clases bajas y marginados… 253

gastos de consumo del hogar. Dado que cada una de las afectaciones
laborales, sea la congelación/recorte del salario o la pérdida de empleo,
y de las afectaciones del consumo, sea la reducción de gasto en sani-
dad, vacaciones, transporte o vestido, tiene relevancia vital diferente,
podríamos anticipar que el impacto de cada una de ellas sobre el bien-
estar emocional será diferente. Sin embargo, sin el recurso a una me-
dición precisa y rigurosa del grado de felicidad, no podríamos saber
con exactitud la relevancia emocional de cada uno de estos tipos de
afectaciones. Es evidente que una determinación exacta y rigurosa de su
impacto exigiría realizar análisis multivariables. Ahora bien, en el con-
texto de nuestro análisis exploratorio del impacto que sobre el bienes-
tar emocional ha tenido la crisis económica, el contraste de medias ya
nos ofrece algunas pistas sobre la relevancia emocional de cada una de
las potenciales afectaciones.

tabla 6.12. Bienestar socioemocional (IBSE), según tipo de incidencia sobre el


empleo y sobre el gasto de consumo. España, 2011
Le ha afectado...
No Sí
Empleo
Congelación salario 0,4 –0,0
Recorte de salario –1,7 2,2
Pérdida de empleo 7,2 –7,3

Reducción gastos en
Alimentación 10,0 –14,3
Tratamiento médico 4,3 –14,2
Transporte 8,5 –11,0
Vestido, calzado 11,2 –6,3
Vacaciones 11,8 –6,0
Energía, agua 11,6 –5,0
Ocio, en general 11,5 –4,8

Fuente: ESS 2006 y 2012.

Al interpretar los datos de la tabla 6.12 es necesario tener en


cuenta, en primer lugar, que el tamaño de la muestra de esta encuesta
es más pequeño y que, por tanto, utilizaremos los resultados para di-
visar tendencias generales. En segundo lugar hay que tener en cuenta
que los impactos hacen referencia al conjunto de la familia y que, por
ello, la relación con el bienestar personal ha de ser necesariamente
bastante más laxa e indirecta. Tomados con las debidas precauciones
254 Eduardo Bericat

metodológicas, estos datos siguen siendo interesantes a la hora de ex-


plorar el impacto emocional que pueda tener una crisis económica
sobre la felicidad de las personas
En la tabla 6.12 podemos ver que los miembros de familias afecta-
das por congelaciones de salario reducen ligeramente su bienestar emo-
cional, pasando del +0,4 al +0,0. Paradójicamente, el bienestar emocio-
nal de los afectados por recortes salariales asciende ligeramente desde
el –1,7 hasta el +2,2. La mayoría de los empleados públicos sufrieron
recortes salariales pero no pérdida de empleo, y ello podría explicar
este resultado.. Por último, vemos que el hecho de que la familia haya
sufrido alguna pérdida de empleo deja ya una huella en la estructura
afectiva de todos sus miembros, que pasa del +7,2 hasta el –7,3, expe-
rimentando un fuerte descenso de 14,5 puntos en el IBSE.
En el ámbito del consumo la importancia vital de cada uno de los
aspectos también condiciona la profundidad de la huella que la reduc-
ción de gastos familiares imprime en la felicidad de la gente. Así, el
bienestar emocional de los españoles que, por efecto de la crisis econó-
mica, se ven forzados a reducir gastos en alimentación, no solo es
bastante bajo (–14,3), sino que desciende 24,3 puntos del IBSE con
respecto al de aquellas personas en cuyas familias no han tenido que
reducir gastos en este componente del consumo tan básico y elemen-
tal (+10,0). Volvemos a comprobar que la pobreza absoluta, restrin-
giendo la satisfacción de necesidades básicas, tiene importantes conse-
cuencias sobre la felicidad de las personas. En la tabla 6.12 hemos
ordenado los distintos ítems de consumo según la magnitud del des-
censo de bienestar que experimentan las personas cuando las familias
deben establecer recortes de consumo sobre ellos. Así, la necesidad de
recortar la asistencia sanitaria ocupa la segunda posición en este ran­
king de relevancia vital que estos datos emocionales ponen de mani-
fiesto. En este caso, el IBSE desciende 18,5 puntos. Ahora bien, debe-
mos tener en cuenta que las diferencias de todos los ítems de consumo
son bastantes similares, pues incluso en el caso del ocio la diferencia
asciende a 16,3 puntos del IBSE. En suma, toda reducción de consu-
mo de la familia parece conllevar una reducción del bienestar emocio-
nal de sus miembros. Es decir, que estos datos confirmarían la idea de
Bauman de que en nuestras sociedades la felicidad siempre pasa por el
supermercado. Debido a la frustración de los deseos que satisfacemos
utilizando dinero, cualquier reducción del gasto en una sociedad de
consumo reduce el bienestar emocional de sus miembros.
7. LA EXCLUSIÓN Y LA DISCRIMINACIÓN SOCIAL:
PERSONAS SIN HOGAR, GRUPOS SOCIALMENTE
DISCRIMINADOS E INMIGRANTES

Toda exclusión y discriminación remite al hecho de que la propia so-


ciedad priva a un conjunto de individuos, en virtud de su pertenencia
a una categoría, colectivo o grupo social, de alguno o varios de los
elementos esenciales de la vida digna. Mediante la aplicación de dis-
tintos procesos, acciones, barreras o filtros la sociedad niega a algunas
personas derechos socialmente garantizados, así como el mínimo res-
peto que merecen como seres humanos, mientras que garantiza los de-
rechos y el debido respeto a otras, que obtienen así los beneficios tanto
materiales como simbólicos derivados de este injusto proceso de selec-
ción social. Las exclusiones y discriminaciones sociales siempre operan
configurando una identidad marginal distintiva. Esta identidad no
solo asegura el mantenimiento de la privación a la que se somete a los
individuos así excluidos, sino que también naturaliza, legitima y encu-
bre las desigualdades que encierra. Dos mecanismos básicos operan en
toda exclusión y discriminación sociales, a saber, la falta de respeto y
el trato injusto. El primero es esencialmente expresivo, mientras que el
segundo es puramente funcional. Tratar respetuosamente a los demás
implica reconocerles el valor que, por el simple hecho de ser persona,
merecen. El rechazo, el desprecio, el descrédito, la desvalorización y,
sobre todo, la indiferencia frente al otro son síntomas evidentes de
falta de respeto. Tratar injustamente a otras personas implica negarles
arbitrariamente, en base al control que otorga la ocupación de una
posición social de poder, lo que estas personas merecen en función de
lo que aportan a una relación particular de intercambio o al conjunto
de la sociedad.
Dado que uno de los elementos fundamentales de nuestra teoría
sociológica de la infelicidad es la falta de respeto, además de la falta de
dinero y de la falta de sentido, analizaremos en este capítulo el bienes-
tar emocional y la estructura afectiva de diversas posiciones sociales en
las que ser tratado sin respeto e injustamente forma parte de la expe-
riencia vital de sus ocupantes. Dicho de otra manera, en este capítulo
256 Eduardo Bericat

analizaremos la estratificación social de la felicidad estudiando el bien-


estar emocional de personas socialmente excluidas y discriminadas.
En primer lugar, consideraremos el bienestar subjetivo de los exclui-
dos sociales por antonomasia, las personas sin techo o sin hogar, que
un día fueron empujadas o decidieron libremente apartarse de la so-
ciedad. En segundo lugar, consideraremos la estructura afectiva de
aquellas personas que pertenecen a grupos socialmente discriminados,
sea por motivo de su color o raza, nacionalidad, grupo étnico, reli-
gión, género, edad, lengua, sexualidad, discapacidad o por cualquier
otro motivo. También la de quienes son tratados sin respeto y la de
quienes son tratados injustamente. Por último, analizaremos el bien-
estar emocional de las personas inmigrantes y la compleja estructura
afectiva que experimentan merced a las ambivalencias y a los múltiples
estándares de referencia que utilizan para valorar su vulnerable pero
compleja situación vital.
El análisis de la situación de vida y de la estructura emocional de
estas tres complejas posiciones sociales nos ofrece una nueva oportu-
nidad de seguir comprendiendo la felicidad e infelicidad de los seres
humanos en sociedad, en este caso, de personas viviendo en situacio-
nes adversas que incluyen exclusión y discriminación social.

7.1. LAS PERSONAS SIN HOGAR

El colectivo formado por las personas sin hogar constituye, sin duda,
un caso paradigmático y extremo de exclusión social. En su situación
de vida se manifiestan simultáneamente, con toda su crudeza, pero al
mismo tiempo en una forma excepcionalmente compleja y particular,
los efectos de los tres tipos de privación anteriormente mencionados.
Dado que se trata de un colectivo socialmente marginal, ni siquiera
mediante macroencuestas sociológicas, como la Encuesta Social Eu­
ropea o la Encuesta Europea de Calidad de Vida, se puede analizar sus
condiciones de vida. Ahora bien, en la literatura científico-social se
ha debatido mucho sobre los rasgos del carácter, la personalidad e
incluso la salud mental de estas personas (Biswas-Diener y Diener,
2006; Muñoz, 2011; Bárez, 2010; Cabrera, 1998). Y también se ha
debatido mucho sobre su modo de vida, sobre su felicidad y sobre su
sufrimiento.
En primer término, es obvio que carecen del debido respeto. En
nuestras sociedades apenas valoramos y tratamos con poco respeto a las
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 257

personas sin hogar. Aun cuando, apostados en una acera, se interpon-


gan en el camino de un viandante, pasan desapercibidos, teniendo que
soportar el rictus de la calculada indiferencia que les muestra la gente.
Si duermen en la calle se exponen a todo tipo de peligros. En algunos
casos de extrema y cruel inhumanidad, individuos armados con ideo-
logías racistas y xenófobas les atacan cruel y despiadadamente, llegan-
do incluso a causarles la muerte. En segundo término, las personas sin
hogar se caracterizan por tener un escasísimo nivel de integración y de
participación social, sea política, económica, cultural o laboral. Las
actividades que realizan son estrictamente aquellas que les permiten
subsistir y satisfacer los limitados deseos y necesidades que alientan en
sus vidas. Aunque muchos realizan diversas actividades laborales, en su
mayor parte suelen ser marginales, orientadas a la provisión regular
o momentánea de algún recurso básico e indispensable. En este senti-
do, el hecho determinante es que su estructura de actividad no les
ofrece una base sobre la que forjar un sentido de vida personal susten-
tado en una relación de intercambio con el resto de la sociedad. Así,
están abocados a encontrar en el ser, y no tanto en el hacer, el sentido
de su existencia. En tercer término, las personas sin hogar son perso-
nas sin dinero, pobres con una carencia casi absoluta y permanente de
recursos económicos con los que afrontar la vida. No tienen fuentes
de ingresos regulares y, de tenerlas, les proporcionan exiguos benefi-
cios. La imposibilidad radical de poseer una vivienda propia que les
cobije de los sórdidos e inciertos avatares de la intemperie, compone
la metáfora de la condición existencial que finalmente les procura su
nombre: personas sin hogar, personas sin techo. En suma, quienes
ocupan esta posición social cumplen las tres condiciones que establece
la teoría social de la infelicidad, esto es, la falta de respeto, la falta de
sentido y la falta de dinero.
Las personas sin hogar, que viven en la calle privadas de todo,
incluso de aquellos bienes que los demás consideramos absolutamen-
te imprescindibles, formulan desde su soledad y su silencio algunas
inquietantes preguntas a los «ciudadanos normales». Aun cuando al
cruzarse con ellos, estos ciudadanos normales se esfuercen por man-
tener esa «desatención cortés» a la que se refería Erving Goffman, su
fugaz pero ineludible presencia inquiere al viandante. Le fuerza me-
diante un extraño acto reflejo a sopesar su propia vida estableciendo
un instantáneo y sumario balance entre, por una parte, el grado de
felicidad alcanzado y, por otra, los sacrificios y las renuncias, muchas
veces manifiestamente estériles o absurdos que, sin saber muy bien
258 Eduardo Bericat

por qué, ha ido aceptando a lo largo de su vida. Parece como si este


encuentro callejero fortuito con un «sin techo» hiciera resonar en la
conciencia de las personas normales las sabias palabras de Tse-ch’an:
«te equivocas al no comprender que las personas sin hogar ven más
claro que tu».
La íntima fascinación y la profunda perplejidad que provocan las
personas sin hogar, así como el contraste existente entre su felicidad y
la de las personas normales han inspirado casi todas las investigaciones
sobre el bienestar subjetivo de este colectivo. En lo que sigue nos ba-
saremos únicamente en dos de las más importantes, la encuesta reali-
zada por Muñoz Roussy (2011) durante los años 2004 a 2010 en di-
versas ciudades argentinas y la realizada por Biswas-Diener y Diener
(2006) en las calles de Calcuta, California y Portland. Ambas investi-
gaciones ofrecieron resultados tanto esperados como inesperados. De
todos ellos, comentaremos tan solo tres.
A tenor de sus penosas condiciones de existencia, era previsible la
baja satisfacción con la vida que expresan. «El sentido y la opinión
común que tenemos de las personas sin hogar nos lleva a pensar que
“la vida en la calle” es extremadamente indeseable, y que comporta
tanto problemas físicos como psicológicos. Los resultados del presente
estudio apoyan ampliamente esta conclusión... las personas sin hogar
mostraron altos niveles de afectos negativos... [y] ... bajos niveles de
satisfacción con los recursos materiales, como los ingresos o los aloja-
mientos que utilizan para dormir... Esto sugiere que existen ciertas
experiencias comunes a la pobreza extrema —como los problemas de
salud– que trascienden las diferencias culturales» (Biswas-Diener y
Diener, 2006: 198). Por su parte, el estudio de Muñoz Roussy corro-
bora que las personas sin hogar no están satisfechas con las condicio-
nes materiales de sus vidas y que les gustaría cambiarlas. Ahora bien,
de forma inesperada, y contrariamente a su hipótesis de partida, tam-
bién comprobó que el nivel de felicidad declarado, con un 6,8 de
media sobre un máximo de 10, no era tan bajo como inicialmente
pudiera pensarse. «Este índice general indica que estas personas son
relativamente felices, que aun no estando felices con su situación de
vida, tampoco están deprimidas, y que la felicidad es un sentimiento
presente durante buena parte del tiempo. La media general de satisfac-
ción con las condiciones materiales, económicas y sociales es de 2,5.
Esta sorprendente diferencia muestra que las personas sin hogar no
están satisfechas con sus vidas, pero tampoco tristes o deprimidas por
ello» (Muñoz, 2011: 14).
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 259

En suma, ambas investigaciones ponen de manifiesto, en este


caso tan paradigmático, intenso y singular de exclusión social, la dis-
tancia que media entre, por una parte, la apreciación cognitiva de las
condiciones externas y materiales en las que se desenvuelve la existen-
cia de un ser humano, esto es, la satisfacción con la vida y, por otra, la
felicidad, sustentada sobre una valoración afectiva global, no del mun-
do exterior, o de lo que en nuestro modelo analítico de la felicidad
hemos denominado el factor «situación», sino del mundo de la vida
experimentado por el propio sujeto.
Biswas-Diener y Diener descubrieron otro hallazgo importante,
que también confirma la tesis de que la felicidad no es una emoción
simple, sino antes al contrario una metaemoción compuesta por una
estructura afectiva compleja. Descubrieron que las personas sin te-
cho, junto a la profunda insatisfacción que muestran con respecto a
sus condiciones materiales de existencia, expresan un alto grado de
valoración y de satisfacción con respecto a sí mismas. Las personas
sin hogar se perciben en términos muy positivos, tanto si se les pre-
gunta acerca de su moralidad, de su apariencia física o de su inteli-
gencia. Sin duda, esta alta valoración del yo que, como sabemos, está
vinculada al factor «persona» de nuestro modelo de medición del
bienestar emocional, influye en el grado de felicidad experimenta-
do por el sujeto, pudiendo explicar también los resultados obtenidos
por Muñoz Roussy en su investigación. El yo se fortalece ante la
presencia de un mundo hostil, configurando de este modo el princi-
pal sentido de su existencia. El modo de ser en el mundo de las perso-
nas sin hogar, frente al simple modo de estar en el mundo, y frente al
modo de hacer en el mundo, queda así personalmente legitimado.
Quizá la resiliencia de los seres humanos resida en el poder del yo
para crear, incluso en las peores condiciones, espacios de libertad
capaces de afirmar un profundo y legítimo orgullo. Para algunos au-
tores la resiliencia alude simplemente a la capacidad para soportar el
daño, pero para Peggy Thoits (2011: 18) es algo más fundamental,
es la capacidad de la persona para mantener frente a la adversidad un
equilibrio estable en su funcionamiento. Quizá esta fortaleza del yo
sea la condición sine qua nom para mantener un funcionamiento
humano digno en el seno de unas condiciones materiales infrahuma-
nas. Ahora bien, parece que esta alta consideración del yo no es capaz
de librar a las personas sin techo de la profunda insatisfacción que
experimentan con respecto a la ínfima calidad de sus condiciones de
vida.
260 Eduardo Bericat

Por último, ambos estudios ponen de manifiesto la importancia


de unas relaciones sociales de calidad para el mantenimiento de ade-
cuados niveles de bienestar emocional. Biswas-Diener y Diener to-
paron en su investigación con un hallazgo contraintuitivo: las perso-
nas que vivían en la calles de Calcuta eran más felices que las de
California y Portland, pese a que estas últimas disfrutaban de un
relativo mejor nivel de vida. Las personas sin hogar de Calcuta mos-
traban una mayor satisfacción con su vida social en general, con las
relaciones entre las propias personas de la calle, y también con sus
familias. Los autores del estudio sugieren que la alta satisfacción ob-
tenida por la muestra de Calcuta puede deberse a que el estado de
West Bengal tiene un Gobierno comunista que proyecta una genera-
lizada simpatía por los pobres. Esto significaría que se les persigue y
se les margina menos, y que están menos estigmatizados socialmen-
te. Dicho en otros términos, las personas sin hogar de Calcula son
tratadas con más respeto que en Estados Unidos. También Muñoz
Roussy, cuando preguntó a las personas sin hogar qué era lo que les
hacía infelices, un 26% indicó que la falta de respeto por parte de la
gente. Esta fue su respuesta más frecuente. Un 19% contestó que
la rivalidad entre las propias personas sin hogar; un 18%, la falta de
solidaridad social; y un 16%, la falta de visión de futuro. Al pregun-
tarles qué les hacía felices, un 26% indicó que la relación con otras
personas sin hogar; un 23%, que el apoyo de la familia o de otras perso-
nas sin hogar; y un 19%, la libertad con respecto a las estructuras
sociales (Muñoz, 2011: 13). A diferencia de lo que Biswas-Diener
y Diener observaron con respecto a la fortaleza del «yo», que era in-
capaz de compensar la ínfimas condiciones materiales, las relaciones
sociales de calidad sí que parecen compensar, al menos en parte, la
tremenda privación material a la que están sometidos estos excluidos
sociales.
Las personas sin hogar desafían al mundo y a la sociedad negan-
do sus valores más queridos y, en esta misma medida, sufren la indi-
ferencia, desprecio, la repulsa y la falta de respeto por parte de mucha
gente. De algún modo, adoptaron la decisión de liberarse de mu-
chas de las cadenas con la que la sociedad amordaza a los individuos
y, por este motivo, tienen la sensación de que su vida es más autóno-
ma y más auténtica, dos condiciones eudemónicas fundamentales
para alcanzar la felicidad. Las personas sin techo suplen mediante la
fortaleza de su «yo» frente al mundo sus carencias tanto de respeto como
de dinero.
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 261

Las investigaciones sobre las personas que ocupan esta posición


social tan excluida y marginal demuestran la importancia que en su
bienestar subjetivo tienen tres factores, a saber, las condiciones mate-
riales de la vida, la calidad de las relaciones sociales y la satisfacción
con el propio «yo». La situación de las personas sin techo nos demues-
tra que la falta de dinero, de respeto y de sentido constituyen dimen-
siones independientes de la felicidad y que, por tanto, en la medida de
que no existe una plena congruencia entre ellas, la felicidad tendrá
necesariamente una estructura afectiva compleja que no podrá ser
comprendida ni medida, tal y como hacen las escalas de Cantril, satis­
facción o felicidad, mediante una única variable.
Esto mismo acontece con los alter ego sociales de las personas sin
hogar, es decir, con aquellos individuos que ocupan las posiciones so-
ciales más altas de la sociedad. Cuentan con todos los recursos imagi-
nables, y suelen disfrutar de un enorme reconocimiento social. Pero al
mismo tiempo muchas veces se sienten solos porque el prestigio social
no puede suplir el «estatus», esto es, el aprecio o el cariño que aportan
en el contexto de la red personal unas relaciones sociales de calidad.
También sienten que sus vidas están dominadas por fuerzas que ellos
no controlan, por tareas que tienen que realizar y por decisiones que
tienen que tomar obligatoriamente. Sienten que han de seguir desem-
peñando obligatoriamente un papel social al margen de sus verdade-
ros deseos y de su voluntad, es decir, tienen la sensación de que, en el
marco de un absoluto poder social, carecen de una mínima autono-
mía y autenticidad personal. Esta complejidad de la estructura afecti-
va de la felicidad es la que hipotéticamente explicaría el hecho paradó-
jico de que personas con un nivel de ingresos económicos elevadísimo,
o que ocupan los estatus más altos de la sociedad, reduzcan, como ya
vimos en el capítulo anterior, su nivel de bienestar emocional.

7.2 .GRUPOS SOCIALMENTE DISCRIMINADOS

La exclusión y la discriminación social están íntimamente unidas con


dos tipos de privaciones que afectan al mismo núcleo de la interac-
ción social: la falta de respeto y el trato injusto. La primera opera en
la dimensión intercomunicativa de la sociabilidad (alguien le dice o le
expresa algo a la persona excluida), mientras que la segunda lo hace
en la dimensión interactiva de la sociabilidad (alguien le hace algo a
la persona discriminada). La naturaleza del respeto o de la falta de
262 Eduardo Bericat

respeto es esencialmente expresiva o comunicativa, y tiene que ver


con el reconocimiento y valoración recíprocos que las personas debie-
ran otorgarse en condiciones de igualdad. La falta de respeto implica
que la persona recibe una valoración que está por debajo del umbral
humano de la dignidad. La naturaleza del trato justo o injusto es bá-
sicamente instrumental, y depende del equilibrio que toda relación
social igualitaria debe mantener tanto en sus acciones recíprocas como
en sus intercambios. Tratar injustamente a otra persona implica no
otorgarle lo que merece a cambio de su aportación social. Sin duda,
ambos modos de exclusión y de discriminación social se complemen-
tan y refuerzan mutuamente.
La falta de respeto y el trato injusto constituyen los mecanismos
clave que subyacen a todo proceso de discriminación social. Enten-
demos por discriminación social «cualquier tipo de selección social
injusta y adversa, causada por acciones, procesos, barreras o filtros
establecidos sobre la base de la pertenencia a un grupo o categoría
social, que priva a sus miembros de algún derecho socialmente ga-
rantizado y del reconocimiento y respeto que merecen como seres
humanos» (Bericat, 2017: 4). La idea es que toda discriminación
implica un trato desigual y adverso basado exclusiva e injustamente
en la pertenencia de la persona a una categoría o grupo social. De
ahí que hablemos de grupos sociales discriminados y de las diferen-
tes bases utilizadas por una sociedad para discriminar, esto es, para
distinguir entre unas personas y otras provocando perjuicios simbó-
licos y materiales en unas, con el objeto de beneficiar simbólica y
materialmente a otras. La Encuesta Social Europea preguntó a los
entrevistados si pertenecían a algún grupo o categoría social discri-
minada y, en su caso, a cuál o cuáles pertenecía. En total, la encues-
ta registró si los europeos formaban parte de grupos o categorías
socialmente discriminadas en función de los siguientes criterios:
color o raza, nacionalidad, religión, lengua, grupo étnico, edad, gé-
nero, sexualidad, personas con discapacidad y otros grupos discrimi-
nados.
Esta información nos ha permitido preguntarnos si las personas
que pertenecen a grupos o categorías socialmente discriminadas dis-
frutan de un mayor o menor bienestar emocional, es decir, si las per-
sonas discriminadas socialmente también están discriminadas afecti-
vamente. La respuesta a esta pregunta es que, en efecto, tanto en
España como en Europa, las personas discriminadas socialmente dis-
frutan de un menor grado de felicidad que la población general.
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 263

Ahora bien, como existen muchas categorías y grupos discrimi-


nados, también deberíamos preguntarnos si todas las discriminaciones
tienen un impacto emocional similar. La respuesta es que los miem-
bros de los diferentes grupos sociales discriminados muestran dife-
rentes niveles de bienestar emocional, y que tales diferencias son
hasta cierto punto un reflejo de la intensidad y de la crueldad con la
que la sociedad discrimina a cada grupo.
Considerando el conjunto de personas que en la encuesta indica-
ron pertenecer a un grupo discriminado, en función de algún criterio
particular, comprobamos que existe una diferencia notable entre la
felicidad de los discriminados y la de la población general. Según los
datos de la tabla 7.1, la diferencia entre el IBSE de ambos es en Espa-
ña de 13,3 puntos, y en Europa de 18,3, lo que demuestra que la
discriminación social implica también discriminación emocional.
Ahora bien, teniendo en cuenta que la discriminación no es, como el
estatus, un gradiente general mediante el que se otorga una mayor o
menor valoración a las posiciones sociales de una sociedad, sino una
singularización simbólica y funcional con el objeto de producir la ex-
clusión social de una determinada posición, podría esperarse que las
diferencias en bienestar emocional hubieran sido todavía mayores. El
problema es que la pregunta no nos informa de si el sujeto se siente
discriminado, es decir, de la discriminación percibida, sino tan solo de
su pertenencia a una categoría o grupo social discriminado, mera per-
tenencia que no tiene por qué implicar en todos los casos discrimina-
ción. Teniendo en cuenta esto, y el hecho de que la pregunta engloba
muchos tipos de categorías o grupos sociales discriminados, creemos
que las diferencias detectadas en los respectivos IBSE son muy consi-
derables.

tabla 7.1. Bienestar socioemocional (IBSE) de las personas pertenecientes a grupos


socialmente discriminados. España y Europa
Pertenece a grupo discriminado IBSE
España
Sí –15,9
No –2,6

Europa-27
Sí –15,3
No 3,0

Fuente: ESS 2006+2012.


264 Eduardo Bericat

Dado que el tamaño de la muestra española no permite ofrecer


información de cada uno de los grupos por separado, ofreceremos los
IBSE de la muestra conjunta, de 2006 y 2012, de los 27 países euro-
peos. Esto nos ha permitido estimar datos estadísticamente significa-
tivos basados en submuestras de entre trescientos y novecientos entre-
vistados. Las medias del IBSE de las personas que pertenecen a estos
grupos discriminados son las siguientes: personas con discapacidad
(–39,35), edad (–28,96), otros grupos (–17,54), género (–17,44), co-
lor o raza (–10,89), grupo étnico (–10,40), sexualidad (–8,59), nacio-
nalidad (–7,99), religión (–6,45) y lengua (–5,98). Es evidente que el
bienestar emocional de estos grupos no está determinado exclusiva-
mente por el hecho de su discriminación, pero aun así estos datos
demuestran que los individuos discriminados gozan de un menor
bienestar emocional. Además, sería importante contar con muestras
representativas para cada uno de los países, pues está demostrado que
cada uno de ellos aplica una distinta estructura de criterios de discri-
minación. Por ejemplo, no todos los grupos étnicos están igualmente
discriminados en todos los países, o se aplica con la misma intensidad
en todos ellos la discriminación según orientación sexual, o se rechaza
por igual a las personas procedentes de distintas nacionalidades.
Por todos estos motivos, es importante que veamos ahora con
mayor detalle cuál es el bienestar emocional de las personas afectadas
directamente por los dos mecanismos clave de la discriminación social,
esto es, por la falta de respeto y por el trato injusto.

2.2.1. La falta de respeto


Desde su primer libro, titulado Las heridas ocultas de la clase obrera, la
obra del sociólogo Richard Sennett ha estado inspirada por una sensi-
bilidad especial hacia aquellos sentimientos silenciosos y tenues que,
aun pasando desapercibidos la mayor parte del tiempo, impregnan
el tono general de la vida y animan la mayor parte de la trayectoria
vital de los seres humanos. La capacidad de Sennet para conectar
realidades sociales macro y micro, estableciendo vínculos entre, por
una parte, los rasgos estructurales e institucionales característicos de una
sociedad y, por otra, los tonos emocionales, las disposiciones de áni-
mo y las afectividades que colorean la vida de las personas, es sencilla-
mente prodigiosa. Entre los innumerables sentimientos que pueblan
nuestro universo afectivo, Sennet siempre ha otorgado al respeto, así
como al conjunto de sentimientos que pertenecen a la misma familia
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 265

emocional (orgullo, vergüenza, humillación, compasión, etc.) un pa-


pel muy destacado. Además, su interés y sensibilidad hacia el respeto
de las personas, así como hacia las consecuencias que una falta de
respeto pueda tener sobre ellas se derivan de una preocupación parale-
la por la dignidad humana en un contexto de desigualdad social. En
una de sus últimas obras, titulada El respeto, ofrece una clara indica-
ción de su esencia tanto emocional como relacional: «La falta de respe-
to, aunque menos agresiva que un insulto directo, puede adoptar una
forma igualmente hiriente. Con la falta de respeto no se insulta a otra
persona, pero tampoco se le concede reconocimiento; simplemente no
se la ve como un ser humano integral cuya presencia importa»1 (Sennet,
2003: 18).
Para Sennet, «la sociedad modela el carácter de tres maneras, y
de acuerdo con ellas se gana el respeto de los demás o no se consigue
inspirarlo». Es decir, el respeto que merece una persona procede de
tres factores o fuentes. La primera fuente es la que emana «a través del
desarrollo de capacidades y de habilidades. La persona muy inteligente
que derrocha talento no concita respeto; en cambio, sí lo hace una
persona menos dotada pero que trabaja al límite de su capacidad». En
este punto, Sennet hace alusión a la condición eudemónica de la ex-
celencia y de la virtud entendida como empleo y desarrollo de lo
mejor de uno mismo. Por tanto, esa condición existencial nos procu-
ra el respeto de los demás. La segunda fuente reside en el cuidado de
uno mismo. En el mundo antiguo, cuidar de sí mismo significaba
aprender a regular los placeres y los dolores corporales. El cuidado
de sí mismo puede significar además no convertirse en una carga, de
modo que el adulto necesitado se ve cubierto de vergüenza, mientras
que la persona autosuficiente es respetada». Vemos, pues, que la au-
tonomía, la autosuficiencia y la independencia, otras condiciones
existenciales de la felicidad eudemónica, hacen que merezcamos el
respeto de los demás. Por último, «la tercera manera de ganar respeto
es retribuir a los otros. Esta es tal vez la fuente de estima más universal,
intemporal y profunda del carácter propio». Las relaciones sociales de
calidad, los vínculos sólidos y positivos, son otras condiciones eude-
mónicas de la felicidad que fomenta la atribución voluntaria de esta-
tus y de respeto por parte de los demás. Es obvio, nos dice Sennet,
que «ni el virtuoso ni el tirano afectan a los sentimientos de otros
como lo hace alguien que retribuye a la comunidad». En suma, dar

1
  La cursiva es mía.
266 Eduardo Bericat

y darse a los demás nos garantiza una alta valoración por su parte. «El
principio social que anima el carácter de quien retribuye a la comu-
nidad es el intercambio» (Sennett, 2003: 73-74), aunque en este
punto nos gustaría advertir que no se trata del intercambio puramen-
te contractual o comercial, sino del que opera bajo la lógica volunta-
ria del don y del sacrifico de quien ofrece sin la intención ni la expec-
tativa de recibir nada a cambio.
Por otra parte, es evidente que para Sennett (2003: 74) «la des-
igualdad desempeña un papel particular y decisivo en la formación de
estos tres tipos de carácter» (Sennett, 2003: 74). Pese a que toda per-
sona tiene el derecho a que se la vea como un ser humano integral
cuya presencia importa, en nuestras sociedades el respeto opera en un
contexto de escasez. Así, junto a la versión positiva que ofrece Sennet
acerca de las fuentes del respeto, cabe pensar estos mismos tres factores
desde la perspectiva de la teoría de la infelicidad, es decir, interpretán-
dolos como factores que pueden fundamentar la falta de respeto. Si
una persona ni tiene ni desarrolla suficientes capacidades o habilida-
des, si es incapaz de cuidar de sí mismo y depende de los demás, y si
no puede retribuir a los otros con algún bien que ellos valoren, será
improbable que se gane el respeto de los demás. La escasez del respeto
fundamenta, como sucede con otros muchos bienes, una desigualdad
integrada en el marco de una determinada estratificación social. Así,
hemos calculado con la muestra 2006+2012 de los 27 países europeos
de la ESS, que el porcentaje de personas pertenecientes a grupos so-
cialmente discriminados que sienten que la gente no les trata con res-
peto (puntos «0» a «3» de la escala), es 33,8%, es decir, uno de cada
tres discriminados. Este porcentaje de personas tratadas sin respeto es
muy superior al de las personas que no dicen pertenecer a ningún
grupo discriminado, que es 16,2%. Dicho de otra forma, no todas las
personas pertenecientes a grupos discriminados son tratadas con muy
poco respeto, pero la probabilidad que tienen las personas discrimina-
das de ser tratadas sin respeto es casi el doble que la de la población
general.
El análisis del bienestar emocional experimentado por las perso-
nas según el respeto con el que son tratadas sugiere la conclusión
de que el respeto debido no constituye una garantía de felicidad pero
que, a la inversa, la falta de respeto conduce seguramente a la des-
gracia y a la infelicidad. De acuerdo con lo previsto por la teoría so­
ciológica de la infelicidad, el malestar emocional aumenta mucho
entre las personas que son tratadas sin respeto. Sin embargo, en aquellas
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 267

personas que afirman ser tratadas con respeto, apenas se observa un


crecimiento de sus niveles de felicidad.
La Encuesta Social Europea preguntó a los entrevistados, «¿en qué
medida siente que la gente le trata con respeto?», ofreciéndoles en una
tarjeta una escala de siete puntos en la que el «0» equivalía a «nunca»
y el «6» a «muy a menudo»2. Esta pregunta nos ha servido para calcular
el bienestar emocional de las posiciones sociales caracterizadas según el
respeto o la falta de respeto. En España, el IBSE de las personas que
son tratadas con absoluta falta de respeto desciende hasta el –55,2,
y en Europa hasta el –47,8. La escasez social del respeto se observa en
los porcentajes de población de la tabla 7.2. En España, un 11,4% de
la población se siente tratada con falta de respeto (puntos «0» a «3» de la
escala), y su índice de bienestar socioemocional desciende hasta el –24,0,
lo que muestra que las personas socialmente discriminadas también
acaban siendo personas excluidas de la felicidad.

tabla 7.2. Bienestar socioemocional (IBSE) y porcentaje de población, según


trato de respeto recibido. España y Europa
España Europa-27
... le tratan con respeto...
IBSE Pob. (%) IBSE Pob.(%)
Nunca (0) –55,2 0,4 –47,8 0,8
1 –30,8 0,8 –37,5 1,1
2 –32,3 1,8 –31,5 3,2
3 –20,1 8,4 –15,8 12,5
4 –6,8 17,8 –1,5 24,8
5 –1,2 38,1 8,8 38,2
Muy a menudo (6) 3,8 32,8 13,2 19,4
Total –3,1 100,0 1,8 100,0

Versión en inglés: “En absoluto” (0) – “Mucho” (6).


Fuente: ESS-2006+2012.

El análisis de la estructura afectiva mediante la observación del


valor de las cuatro dimensiones del IBSE pone de manifiesto algunos
resultados muy interesantes. Por ejemplo, en las personas que se

2
  En la versión inglesa del cuestionario el «0» equivalía a «nada, en absoluto»
y el «6» a «mucho». Esta variación hace que los datos de España y Europa no sean
estrictamente comparables, pero ambos sirven igualmente para comprobar la relación
existente entre respeto y felicidad.
268 Eduardo Bericat

sienten tratadas con poco respeto, el valor del factor «estatus» descien-
de muchísimo más que el de las otras tres dimensiones. Es evidente
que la falta de respeto implica ausencia, rotura, deterioro o debilita-
miento del vínculo social. A la inversa, cuando analizamos las dimen-
siones de las personas que se consideran muy respetadas, comproba-
mos que el valor del factor «persona» crece, pero que el valor del
«estatus», contra lo que inicialmente pudiera pensarse, decrece, siendo
inferior al valor general del IBSE.
Entre los europeos que afirman que la gente les trata sin ningún
respeto (posición «0» de la escala), el valor del IBSE es –47,8 y los
valores de las dimensiones de estatus, situación, persona y poder son
las siguientes: –88,1; –37,1; –45,8; –20,3. Entre los europeos trata-
dos con mucho respeto (posición «6» de la escala), el valor general
del IBSE es 13,2 y los valores de las dimensiones son los siguientes:
–2,6; +15,4; +24,7; +15,3. ¿Cómo podemos interpretar estos datos?
Básicamente, teniendo en cuenta que la «falta de respeto» y el ser
«muy respetado» no son los polos extremos de una misma realidad
sociorrelacional. Un respeto excesivo, al igual que el orgullo excesi-
vo, es socialmente ilegítimo, y lejos de indicar la existencia de un
nutrido número de relaciones horizontales, de amistad, de camara-
dería, de cariño y de ternura, es decir, una alta calidad de las relacio-
nes sociales, puede indicar distanciamiento, separación e incluso
desprecio y rechazo de los otros. El hecho de ser muy respetado puede
ir de la mano con el hecho de hacerse respetar mucho, lo que se corres-
ponde con un orgullo excesivo e ilegítimo que separa al individuo y
lo enfrenta a los demás. Esto lleva a que la persona que se hace res-
petar en exceso se sienta algo más triste, más deprimida y algo más
sola. En suma, el análisis de la estructura afectiva nos muestra que la
caída en el factor estatus es la que más contribuye a la infelicidad de
quienes son tratados sin respeto. Paradójicamente, esto mismo suce-
de con los individuos que sienten ser tratados con mucho respeto,
individuos que, sin embargo, obtienen en su autoestima, orgullo y
optimismo, es decir, en el factor persona, una buena contribución a
su felicidad.
En este momento interesa recordar las pautas observadas ante-
riormente cuando analizamos las posiciones sociales según los in-
gresos económicos y según el estatus social. Entonces vimos que la
falta de dinero aumentaba las probabilidades de ser infeliz aunque,
a partir de un determinado umbral de ingresos económicos, el nivel
de felicidad seguía subiendo, pero progresiva y moderadamente. Al
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 269

analizar las personas según su autoposicionamiento en la jerarquía


social, vimos que el nivel de bienestar emocional crecía o decrecía
monotónicamente al crecer o decrecer su clase social subjetiva. Aho-
ra, analizando el respeto, hemos visto que la falta de respeto incre-
menta la probabilidad de ser infeliz pero que, a la inversa, el hecho
de que te respeten, al considerarse un derecho básico vinculado a la
dignidad de la persona, no procura un especial sentimiento de feli-
cidad.

tabla 7.3. Tipología de la felicidad, según trato de respeto recibido. España


(% de poblacion)
Le tratan con respeto...
Nunca o Muy a
casi 4 5 menudo
(0-3) (6)
Felices 7,5 9,9 14,6 22,7
Contentos 19,6 26,6 30,7 26,9
Satisfechos 37,2 40,9 34,8 31,2
No satisfechos 19,5 16,5 13,4 11,6
No felices 16,1 6,1 6,5 7,6
Total 100,0 100,0 100,0 100,0

Fuente: ESS-2006+2012.

Para terminar este epígrafe, veamos ahora cuáles son las probabi-
lidades que tienen los españoles de estar felices, contentos, satisfechos,
insatisfechos o infelices según cuál sea el trato respetuoso o irrespetuo-
so que reciban de los demás. La información contenida en la tabla 7.3
revela muchos rasgos interesantes de las posiciones sociales según el
respeto que reciba. Allí vemos, por ejemplo, que uno de cada tres es-
pañoles que son tratados sin respeto (35,6%) se siente no satisfecho o
no feliz. Vemos, también, que entre los españoles que son tratados con
algo de respeto (categorías 4, 5 y 6), el porcentaje de no felices apenas
varía, apreciándose incluso un pequeño repunte de este porcentaje
entre quienes se consideran muy respetados (7,6%). En suma, los da-
tos demuestran la importancia que tiene el trato respetuoso para evitar
la exclusión de la felicidad. En España, solamente el 7,5% de las per-
sonas que son tratadas por los demás con poco respeto son felices. Sin
embargo, el porcentaje de personas felices entre quienes dicen ser tra-
tadas con bastante respeto (14,6%), o con mucho respeto (22,7%),
duplica y triplica, respectivamente, ese porcentaje.
270 Eduardo Bericat

7.2.2. El trato injusto


Una vez comprobado que las personas tratadas sin respeto tienen
unos niveles de bienestar emocional muy bajos, veremos si el otro
mecanismo de la discriminación social, es decir, el trato injusto, tam-
bién excluye en alguna medida de la felicidad. En general, los datos
muestran que el nivel de bienestar emocional de quienes son tratados
injustamente es negativo, y similar en intensidad al de quienes son
tratados sin respeto. Sin embargo, existen dos diferencias entre am-
bos mecanismos. Por un lado, la falta de respeto está un poco menos
extendida entre la población que el trato injusto, pero deja una huella
negativa más profunda en la estructura emocional de la felicidad. Por
otro, el trato injusto está más extendido pero, a diferencia de lo que
sucede con el respeto, quienes son tratados justamente elevan sus
niveles de felicidad por encima de la media.
Según los datos de la tabla 7.2, el 11,4% de los españoles consi-
deran que son tratados sin el debido respeto (puntos «0» a «3» de la
escala), mientras que en la tabla 7.4 vemos que el porcentaje de espa-
ñoles que se consideran tratados injustamente se eleva al 17,1%. Asi-
mismo, el nivel de bienestar emocional en el caso extremo del trato sin
respeto desciende hasta el –55,2, mientras que en el caso del trato injus-
to el mínimo llega al –35,7.

tabla 7.4. Bienestar socioemocional (IBSE) y porcentaje de población, según


trato injusto recibido. España y Europa, 2006
España Europa-27
Le tratan injustamente...
IBSE Pob. (%) IBSE Pob. (%)
Nunca (0) 12,5 31,2 10,5 23,3
1 –0,6 33,9 7,2 29,2
2 –6,0 17,7 –1,8 22,4
3 –14,0 9,0 –13,5 13,8
4 –22,9 4,6 –18,9 6,6
5 –19,4 2,8 –23,3 3,4
Muy a menudo (6) –35,7 0,8 –34,1 1,3
Total –0,5 100,0 –0,2 100,0

Versión en inglés: “En absoluto” (0) – “Mucho” (6).


Fuente: ESS-2006.

Quienes sienten que son tratados justamente por los demás


muestran un buen nivel de bienestar emocional, tanto en España
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 271

(+12,5), como en Europa (+10,5). Al contrario, quienes sienten que


reciben un trato injusto (puntos 3 a 6 de la escala), un 17,2% de la
población española y un 25,1% de la europea, presentan tanto en
España (–18,2), como en Europa (–17,3), bajos niveles medios de
bienestar emocional. En suma, la diferencia que existe entre el grado
de felicidad de una persona que recibe un trato justo o injusto es bas-
tante considerable, equivalente a 30,7 puntos de la escala del IBSE, en
España, y a 27,8 puntos, en Europa.
Dada la similitud del impacto que tanto la falta de respeto como
el trato injusto tienen sobre la felicidad de las personas, cabría pensar
que ambas variables, al estar vinculadas al fenómeno de la discrimina-
ción social, pudieran ser índices de un mismo fenómeno social subya-
cente. Sin embargo, los análisis realizados nos muestran que si bien
existe cierta correlación estadística entre ambas variables (Tau b de
Kendall= 0,327 y Rho de Spearman= 0,386), la intensidad de su co-
rrelación es moderada, lo que confirma la idea de que se trata de fenó-
menos sociales conceptual y sustantivamente diferentes. De hecho,
analizando la posición social multidimensional de quienes son trata-
dos sin respeto (posición «0» de la escala) y además tratados injusta-
mente (posiciones «4» a «6»), hemos comprobado que su nivel de fe-
licidad desciende hasta el –75,6, muy por debajo del IBSE mínimo
que alcanza cualquier de las dos variables por separado.
Analizando los valores de las puntuaciones de las dimensiones de
la felicidad de la posición «6» de la escala, es decir, de quienes son
tratados muy injustamente (–71,3; –20.8; –21.5; –23,0), vemos que
el factor «estatus» experimenta un enorme descenso, al igual que suce-
día en el caso de la falta de respeto. Esto debe ser interpretado en el
sentido de que «un trato injusto», aunque en esencia es puramente un
acto instrumental derivado de un abuso de poder, implica al mismo
tiempo una profunda falta de respeto. En esta medida, el trato injusto
y la falta de respeto son la misma cosa, y ambos hacen que las personas
se sientan menos animadas, es decir, que estén más tristes, deprimidas
y solas. Ahora bien, al analizar las condiciones existenciales de la posi-
ción «5» de la escala, es decir, de un trato injusto no tan extremo, las
puntuaciones de los factores cambian (–34,2; –26,8; –19,0; –13,2) en
el sentido de que ahora cobra relativamente más importancia el factor
«situación», haciendo que desciendan más intensamente los estados
emocionales de la «felicidad» y del «disfrute» de la vida. Dado que el
factor «situación» refleja la valoración del sujeto en relación a sus con-
diciones objetivas de existencia, es lógico pensar que las personas
272 Eduardo Bericat

tratadas muy injustamente obtendrán en su vida balances de inter-


cambio mucho más desfavorables, lo que naturalmente se refleja en
sus estados emocionales de menor grado de contento y disfrute.
En suma, tal y como hemos visto en este apartado, los discrimi-
nados sociales reflejan en la estructura afectiva de su bienestar emo-
cional, con todos sus matices pero también en toda su crudeza, tanto
el desprecio que reciben al ser tratados sin respeto, como el agravio
que sufren al ser tratados injustamente. Comprender su infelicidad y
empatizar con ella es un requisito ineludible de nuestra humanidad.
Pero esto no basta. Diseñar e implementar políticas orientadas a la
desaparición de este sufrimiento social constituye un imperativo éti-
co y moral.

7.3. LAS PERSONAS INMIGRANTES

Pese a que durante las últimas décadas han proliferado las investiga-
ciones sobre los inmigrantes y sobre la inmigración, la mayor parte de
estos estudios se han centrado en conocer con detalle las condiciones
objetivas de vida, esto es, los ingresos, la vivienda, el trabajo, el ni-
vel educativo, la estructura familiar, etc. Sin embargo, sabemos muy
poco sobre su bienestar subjetivo, pues los estudios en este ámbito es-
casean. Es evidente que una visión completa de la compleja situación
de vida de las personas inmigrantes debería utilizar ambas perspec-
tivas (Angelini et al., 2014). Este es el motivo por el que dedicamos
el presente epígrafe a la presentación de un análisis preliminar sobre
la felicidad de los inmigrantes. La cuestión no es sencilla y plantea
muchos interrogantes. Debido en parte a la ya citada carencia de es-
tudios, el análisis deja muchas más preguntas abiertas que respuestas
definitivas y cerradas. La posición social del inmigrante, al igual que
la posición de «extranjero» analizada por Georg Simmel en su clásico
estudio, está plagada de múltiples ambivalencias, y estamos seguros
de que su estructura afectiva tendrá que reflejar todas las tensiones
generadas por las fuerzas que se concitan en su persona. En este aná-
lisis compararemos el bienestar emocional de los nativos, o personas
nacidas en un país cuyo padre y madre también han nacido en él, con
el de los inmigrantes o las personas no nacidas en ese país cuyo padre
y madre tampoco han nacido allí.
Todos los informes y estudios realizados sobre la población inmi-
grante muestran sin lugar a dudas que sus condiciones objetivas de
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 273

vida son bastante peores que las de la población nativa. En 2008,


Cabrera y Rubio, expertos en exclusión social, señalaban que «en ape-
nas 10 años, los extranjeros han pasado de ser alrededor de un 15% de
la población más excluida, a representar la mitad, lo que denota la
grave situación de vulnerabilidad en que se encuentran muchos traba-
jadores inmigrantes que además de los problemas para lograr entrar en
el país, se encuentran con serias dificultades para conseguir, por este
orden: papeles, empleo y alojamiento» (Cabrera y Rubio, 2008: 59).
El VI Informe FOESSA, publicado en 2009, segundo año de crisis tras
más de una década de crecimiento económico en España, decía que,
«en general, los inmigrantes ocupan los peldaños más bajos de la esca-
la ocupacional. Desempeñan los trabajos menos cualificados y más
temporales en los sectores donde se concentran» (FOESSA, 2009:
240). Y Antonio Izquierdo concluía que «los dos cuchillos que cortan
los vínculos de los inmigrantes con la sociedad de destino y abren la
herida de la exclusión son la irregularidad y el desempleo, la exclusión
jurídica y la marginación laboral» (Izquierdo, 2009: 674).
Tras seis años de crisis económica y laboral, en el informe Preca­
riedad y Cohesión Social, de 2014, la Fundación FOESSA alerta de un
claro retroceso en la integración de la población inmigrante. «La crisis
afectó desde el comienzo de una forma muy especial a la población
extranjera, duplicando la incidencia de la exclusión hasta un 44,5%
en 2009 para estos hogares. Posteriormente todavía se ha empeorado
algo más su situación, incrementando significativamente en este gru-
po las situaciones de exclusión severa (22,4%) y subiendo el índice de
exclusión hasta 2,76. Asistimos, pues, ahora sobre todo al empeora-
miento de la situación social de una parte de la población inmigrante
que ya se veía afectada por la exclusión con el primer impacto de la
crisis (y antes)» (FOESSA, 2014: 30). Además, este empeoramiento
de sus condiciones de vida corre en paralelo con ciertos cambios de-
tectados en las actitudes de la población nativa hacia los inmigrantes,
ahora menos favorables y mucho más complejas que al inicio de esta
fase inmigratoria en España (Martín Artiles et al., 2013; Rinken,
2013; Cea D’Ancona, et al., 2014).
Tanto los datos objetivos de la situación social de las personas
inmigrantes, como las condiciones existenciales de su situación vital,
deberían hipotéticamente hacernos pensar que el nivel de bienestar
emocional de los inmigrantes ha de ser bastante inferior al de los nati-
vos. Las personas inmigrantes son miembros de grupos sociales fre-
cuentemente discriminados por la población local, sea en función de
274 Eduardo Bericat

su nacionalidad, de su origen étnico, de su religión, de su lengua o de su


cultura, y a su situación de extrema vulnerabilidad exterior se añaden
las demostraciones de hostilidad vecinal, de racismo y de xenofobia
de la población autóctona (Cabrera y Rubio, 2008). Además, la per-
sona inmigrante se enfrenta a su vulnerabilidad interior. Tal y como
un inmigrante expresaba su propia situación existencial, ser inmigran-
te conlleva una doble vergüenza, primero, la vergüenza de estar aquí,
porque siempre hay alguien que te hace preguntarte por qué estás
aquí, alguien que se empeña en recordarte que este no es tu lugar;
y, segundo, la vergüenza de no estar allí, de haber salido, de haber
abandonado tu lugar de origen y tu comunidad, de haber emigrado
(Abdelmalek, 1993: 572). Según Castro (2003: 56), «los inmigrantes
entran a formar parte de una sociedad de la que todo los separa, y en
donde se encontrarán con ese fenómeno de extrañeza y de pérdida de
sentido que es producto de la incomprensión mutua, vivida esa in-
comprensión en el conflicto latente o explícito, con todos los sufri-
mientos que para cada uno de ellos resulta de la situación. Lo trágico
de la situación del inmigrante nace de esa incomprensión y se concre-
ta particularmente en las pequeñas violencias corrientes y permanen-
tes en los lugares donde habitan y circulan».
Todas las hipótesis teóricas nos llevan a pensar que las personas
inmigrantes tendrán un menor nivel de felicidad que las nativas. Sin
embargo, los datos nos dicen que esto no es exactamente así. También
todas las hipótesis teóricas nos llevarían a pensar que las personas in-
migrantes mejorarán su nivel de bienestar emocional conforme au-
mente su tiempo de estancia en la sociedad receptora. Pero, como ve-
remos más adelante, esto tampoco es así, lo que nos enfrenta a una
nueva paradoja.

7.3.1. La paradójica felicidad de la persona inmigrante


Como decimos, tanto la vulnerabilidad exterior como interior a las
que está expuesta la persona inmigrante deberían forzar un descenso
de su nivel de bienestar emocional pero, paradójicamente, la infor-
mación empírica disponible no confirma esta hipótesis, no al menos
con la claridad que, a la luz de lo aprendido hasta ahora mediante
el análisis de distintas posiciones sociales, pudiéramos esperar. De
hecho, según las estimaciones del grado de felicidad realizadas con
el IBSE, el bienestar emocional de los inmigrantes en España es tan
solo un poco inferior al de la población autóctona y, en el caso de
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 275

Europa, es incluso ligerísimamente superior. Hemos estimado estos


datos fusionando las muestras de 2006 y 2012 para garantizar su
significatividad estadística, así que nos enfrentamos a un hecho em-
pírico inesperado que requiere alguna validación ulterior.

tabla 7.5. Bienestar socioemocional (IBSE) de nativos e inmigrantes. España


y Europa
España Europa-27
Nativos –3,0 1,5
Inmigrantes –7,3 2,9

Fuente: ESS-2006+2012.

Con el objeto de cerciorarnos de que las estimaciones realizadas


en la tabla 7.5 no están sujetas a ningún tipo de error, hemos decidi-
do utilizar los resultados de las escalas de satisfacción con la vida y
de felicidad. Es decir, aplicaremos la triangulación entre modelos de
medida para contrastar la veracidad de nuestros datos. Pues bien,
según la ESS, las escalas de felicidad y de satisfacción con la vida, en
2006 y 2012, y en España y en Europa, arrojan los siguientes resul-
tados. En España, en 2006, la media de satisfacción de los inmigran-
tes (7,41) es tan solo un poco inferior a la de los nativos (7,44), lo
que confirmaría el hecho de que inmigrantes y nativos tienen un
bienestar emocional similar. En este mismo año, su media en la esca­
la de felicidad (7,66) es incluso algo superior a la de la población
autóctona (7,64), lo que todavía sorprende más. En el año 2012, una
vez entrada la crisis, en España se observan cambios importantes. El
nivel de satisfacción general desciende, descendiendo mucho más
entre los inmigrantes (6,43) que entre los nativos (6,96). Mientras
que la satisfacción de los inmigrantes decrece 0,98 puntos, la de los
nativos tan solo 0,48. En 2012, por tanto, la satisfacción de los inmi-
grantes era inferior a la de los nativos. En cuanto a la media de feli-
cidad, mucho más resistente a las variaciones generales del contexto,
desciende entre la población inmigrante (7,25), mientras que en la
autóctona (7,62) permanece prácticamente igual. Los datos para los
27 países europeos incluidos en nuestro análisis presentan en 2006
una pauta similar a la española, es decir, que tanto la satisfacción
como la felicidad de los inmigrantes eran superiores a las de los nativos.
Sin embargo, en 2012, la pauta no se invierte, y en los países euro-
peos siguen siendo mayores los grados de satisfacción y de felicidad
276 Eduardo Bericat

de los inmigrantes (7,12 y 7,46), que la de los propios nativos (7,04


y 7,38).
En suma, estos datos, así como las estimaciones del IBSE, siguen
demandando algún tipo de explicación, bien sea técnico-metodológi-
ca, bien sea teórica. Por ejemplo, en el plano metodológico, es evi-
dente que las encuestas generales a la población no son la técnica
ideal para describir condiciones existenciales de colectivos poblacio-
nalmente minoritarios, y que ocupan los márgenes del espacio so-
cial. De hecho, la probabilidad que tienen los inmigrantes asentados
e integrados de ser incluidos en la muestra es mucho más alta que
la de los inmigrantes excluidos socialmente. Otro argumento técnico
apuntaría a que la mayor parte de los inmigrantes en Europa reside
en los países más ricos, y dado que estos países tienen un mayor nivel
de felicidad medio, sus inmigrantes serían más felices que la pobla-
ción autóctona de otros países más pobres. Es decir, aunque el grado
de bienestar emocional de estos inmigrantes sea más bajo que el de
los nativos de su país receptor, quizá sea relativamente más alto que
el de los nativos que viven en países europeos económicamente me-
nos desarrollados.
También pudiera ser que la felicidad de los inmigrantes sea, en
efecto, la que nos indican los datos. Pero sabiendo como sabemos que
sus condiciones de vida son en general bastante penosas, si esto fuera
efectivamente así tendríamos que llegar a la conclusión de que carece-
mos de un modelo teórico capaz de explicar y comprender las lógicas
y procesos sociales propios de su bienestar emocional. Quizá la estruc-
tura afectiva de los inmigrantes sea mucho más compleja de lo que, en
principio, basándonos tan solo en estereotipos y en la inadecuada pro-
yección de nuestros propios modelos de felicidad, estuviéramos dis-
puestos a reconocer. En este sentido, la aportación teórica de Bălţătescu
(2005, 2007), que estudió la satisfacción con la vida de los inmigran-
tes del centro y del este de Europa, es muy relevante. Su propuesta
consiste en señalar tres tipos de factores que condicionan el bienestar
subjetivo de la persona inmigrante, esto es, los factores intrínsecos, los
adquiridos y los contextuales.
Los factores intrínsecos son los factores que las personas inmigran-
tes traen consigo, como, por ejemplo, el bajo nivel de vida o el bajo
nivel bienestar subjetivo en el lugar de origen que les hayan podido
impulsar a la búsqueda de más oportunidades en otro país. El rechazo
a las condiciones societales o políticas de su país, los valores sociales
propios de su cultura de origen o el mismo filtro que impone la dureza
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 277

y los riesgos del proyecto migratorio, seleccionando a quienes tienen la


fuerza, el coraje o el dinero para afrontar la aventura migratoria, serían
otros tantos factores intrínsecos a tener en cuenta. Los factores adquiri­
dos son los factores vinculados con el desarrollo de la experiencia vital
del inmigrante en el país de destino. El bajo nivel de vida, las experien-
cias de logro de empleo, los bajos salarios, la marginación y discrimina-
ción a la que se vean sometidos, la asistencia sanitaria que reciban, el
uso de las infraestructuras públicas y urbanas, la exclusión jurídica, su
vida sexual o afectiva, el choque cultural que reciban o la red social que
hayan podido tejer en el lugar de destino serían otros tantos factores
adquiridos. Los factores contextuales son las características macro de la
sociedad receptora, como pueden ser su estructura demográfica, las
políticas de inmigración vigentes, la organización de sistemas públicos
o privados de salud, los beneficios sociales o las actitudes de la pobla-
ción autóctona frente a la inmigración. Especial interés tienen todos
los rasgos relacionados con la calidad social del país receptor, pues ellos
determinan en gran parte la experiencia de las personas inmigrantes.
Así, por ejemplo, Bălţătescu comprobó que los inmigrantes, pese a
mostrar una menor satisfacción con la vida que los nativos, declaraban
sistemáticamente una mayor satisfacción que ellos respecto a las condi-
ciones políticas y sociales del país de destino. Esto es, mostraban mayor
satisfacción con el estado de la economía, el gobierno de la nación, el
modo en que funciona la democracia, el estado de la educación y el es-
tado de los servicios de salud (Bălţătescu, 2007: 77).
Este modelo teórico de tres factores tiene la virtud de hacernos
reflexionar sobre las complejas comparaciones sociales, así como sobre
los múltiples estándares de referencia que pueden estar usando las per-
sonas inmigrantes a la hora de valorar y experimentar su vida. Por
tanto, la consideración de estos factores podría llevarnos a formular
explicaciones cabales de sus «paradojas de la satisfacción». La comple-
jidad y ambivalencia implícitas en su experiencia aconsejan analizar
con más detalle la estructura afectiva de las personas emigrantes y, por
este motivo, más allá del nivel general de bienestar emocional estima-
do mediante el IBSE, hemos calculado las puntuaciones de las cuatro
dimensiones de la felicidad. De esta manera se ha revelado un hecho
importante que aclara en parte las dudas más que razonables que sus-
citaban los datos ofrecidos sobre sus niveles de bienestar emocional.
En suma, el nivel de bienestar de las personas inmigrantes, que como
hemos visto es similar al de los nativos, está basado en una estructura
afectiva que combina y básicamente compensa un ánimo bastante
278 Eduardo Bericat

bajo con una alta autoestima, es decir, un bajo nivel en el factor esta-
tus y un alto nivel en el factor persona.
El conocimiento de su estructura afectiva nos ayuda a compren-
der las condiciones eudemónicas necesarias para superar la aventura
migratoria, basadas en la resiliencia que las personas inmigrantes ex-
traen de un intenso fortalecimiento del yo. Según puede verse en la
tabla 7.6, el bienestar emocional vinculado más directamente a las
interacciones sociales, esto es, a la dimensión de estatus, muestra en
España un valor muchísimo más bajo (–40,4) que el de los nativos
(–10,6). A la inversa, en la dimensión que refleja la autoestima y la
fortaleza del «yo», es decir, el nivel de orgullo, el optimismo y la con-
fianza en sí mismo, vemos que la media de los inmigrantes (+27,0)
es, paradójicamente, muy superior a la de los nativos (+9,3). O quizá
ya no deba decirse paradójicamente, pues ahora sabemos que la fuer-
za y el optimismo personal son dos rasgos imprescindibles para tener
el coraje de abordar con cierta serenidad las innumerables contingen-
cias y riesgos que todo proyecto migratorio comporta. Los datos de
europeos también confirman esta pauta de la estructura afectiva de los
inmigrantes, caracterizada por un bajo nivel del factor estatus y del
factor situación; por un muy alto nivel del factor persona; y por un
nivel del factor poder aproximadamente similar al de los nativos.

tabla 7.6. Bienestar socioemocional (IBSE) de inmigrantes y nativos, según


dimensiones de la felicidad. España y Europa
Estatus Situación Persona Poder
(ánimo) (contento) (autoestima) (calma)
España
Nativos –10,6 –6,4 9,3 –4,2
Inmigrantes –40,4 –12,2 27,0 –3,6

Europa-27
Nativos –1,8 1,9 1,2 4,5
Inmigrantes –16,8 –2,3 21,9 8,9

Fuente: ESS-2006+2012.

7.3.2. Los estados emocionales de nativos e inmigrantes


El bajo nivel del factor estatus en las personas inmigrantes puede
estar indicando la baja calidad de las relaciones sociales que mantie-
nen con los nativos. Sin duda, esta calidad constituye uno de los más
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 279

importantes «factores adquiridos» del modelo de Bălţătescu, es decir,


de aquellos que se forjan en el contacto con la sociedad receptora.
Para comprobar que esto es así hemos analizado, utilizando la mues-
tra fusionada de 2006+2012, los estados emocionales vinculados al
factor de estatus y, en efecto, vemos que la estructura afectiva de las
personas inmigrantes se caracteriza por un mayor grado de triste-
za, de depresión y de sentimientos de soledad. Así, mientras que el
45,2% de los nativos dicen no sentirse tristes nunca, en el caso de los
inmigrantes este porcentaje baja al 34,0%; mientras que el 57,2%
de los nativos no se ha sentido deprimido nunca, en el caso de los
inmigrantes el porcentaje desciende hasta el 43,9%; y mientras que
el 69,7% de los nativos no se ha sentido solo nunca durante la última
semana, el porcentaje en el caso de las personas inmigrantes decrece
hasta el 54,2%.
Para saber si el bajo nivel del factor estatus de la persona inmi-
grante está vinculado a la calidad de sus relaciones sociales con los
nativos y para tratar de explicar las diferencias existentes entre España
y Europa, hemos analizado hasta qué punto los inmigrantes se sien-
ten tratados sin respeto y/o injustamente por la población nativa. Así,
hemos comprobado que mientras en Europa nativos e inmigrantes
tienen una percepción parecida en cuanto al nivel de respeto con
el que son tratados, en España la proporción de inmigrantes (18,1%)
que sienten ser tratados sin respeto (posiciones «0» a «3» de la escala)
es casi el doble que la de los nativos (10,8%). Comparando ahora la
proporción de inmigrantes europeos (35,1%) que se sienten tratados
injustamente (posiciones «3» a «6» de la escala) con la de los nativos
(24,3%), vemos que existe una clara diferencia entre ambos. Ahora
bien, cuando comparamos el porcentaje de inmigrantes españoles
que se sienten injustamente tratados (37,8%) con el de los nativos
(15,4%), la diferencia que existe entre ambos es mucho mayor. En
suma, la discriminación social de los inmigrantes podría explicar tanto
su bajo nivel del factor estatus, como el hecho de que en España este
factor descienda mucho más que en Europa, tal y como puede verse en
la tabla 7.6.
Estos datos ponen en evidencia que cuanto mayor sea el grado de
discriminación y exclusión social que sufran las personas inmigrantes,
mayor será su exclusión emocional de la felicidad. Es obvio, por otra
parte, que no todos sufren la exclusión y la discriminación social con
idéntico rigor, por lo que sería necesario realizar investigaciones mu-
cho más detalladas sobre la estructura afectiva de los diversos tipos de
280 Eduardo Bericat

inmigrantes. Por ejemplo, algunos estudios han demostrado, en el


caso de Alemania, «que el sentimiento de pertenencia a la identidad
germana y la habilidad de comunicarse en alemán incrementa signifi-
cativamente la satisfacción con la vida declarada por el inmigrante»
(Angelini et al., 2014: 13). Según estos autores, la diferencia entre
nativos puede llegar a desaparecer si el inmigrante asimilara plena-
mente la cultura del país receptor. Ahora bien, esto solo demostraría
que las sociedades receptoras penalizan emocionalmente a los inmi-
grantes que no asimilan su cultura. Estos datos demostrarían única-
mente que no se trata con idéntico respeto a los inmigrantes que re-
nuncian a una plena y completa asimilación cultural como único
modelo de integración social. Por tanto, el problema moral y humano
que plantean estas penas emocionales es que promueven unos determi-
nados modelos de integración social frente a modelos alternativos
(Colectivo IOÉ, 2010). Sin embargo, es ética y moralmente inacepta-
ble utilizar el trato respetuoso/irrespetuoso y el trato justo/injusto en
el juego de la diferenciación y de la estigmatización social para fomen-
tar exclusivamente determinados modelos de integración de las perso-
nas inmigrantes. Debido a la falta de investigaciones realizadas en este
campo, quizá no se hayan valorado suficientemente las consecuencias
emocionales, así como las reacciones emocionales, que estos modelos
generan en las estructuras afectivas de las personas inmigrantes.

tabla 7.7. Nativos e inmigrantes «algo» deprimidos, tristes y solos. España


y Europa (% población)
España Europa-27
Algo …
Nativo Inmigrante Nativo Inmigrante
Deprimidos 42,8 56,1 40,0 43,6
Tristes 54,7 66,0 47,3 54,2
Solos 30,2 45,8 29,7 37,8

Fuente: ESS-2006+2012.

En la tabla 7.7 se muestran los estados emocionales de depresión,


tristeza y soledad vinculados al bajo nivel de bienestar en la dimensión
de estatus de la persona inmigrante. En la categoría «algo» se han in-
cluido quienes señalaron que se habían sentido deprimidos, tristes o
solos «en algún momento», «buena parte del tiempo» o «todo o casi
todo el tiempo». De este modo comprobamos que, en España, el por-
centaje de inmigrantes «algo» deprimidos es 13,3 puntos superior al
La exclusión y la discriminación social: personas sin hogar, grupos socialmente... 281

de los nativos; el porcentaje de inmigrantes «algo» tristes es 11,3 pun-


tos superior; y el de inmigrantes que se sienten «algo» solos le supera
en 15,6 puntos.
Entre los «factores intrínsecos» del modelo de Bălţătescu, aque-
llos que los inmigrantes traen consigo y que sin duda determinan en
buena parte su relativamente elevado nivel de felicidad, se encuentra
la fortaleza del carácter personal que forja su resiliencia, es decir, su
capacidad para afrontar situaciones adversas manteniendo un óptimo
equilibrio y la necesaria serenidad vital. Ahora bien, analizando los
estados emocionales de la estructura afectiva de la dimensión persona,
comprobamos que su resiliencia está basada, aun más que en la auto-
estima, en el optimismo que mantiene la persona inmigrante. Los
porcentajes de muy de acuerdo y de acuerdo con la frase «me siento
bien conmigo mismo» entre los inmigrantes españoles (20,7% y 65,1%)
son prácticamente idénticos a los de los nativos (19,7% y 66,7%). Aho-
ra bien, en la interpretación de estos datos debe tenerse muy en cuen-
ta el hecho de que, tanto a tenor de la discriminación que sufren,
como del nivel de estatus social que ocupan en la sociedad receptora,
su nivel de autoestima debería ser bastante inferior al de los nativos.
Por otra parte, los porcentajes de muy de acuerdo y de acuerdo con la
frase «soy siempre optimista con respecto a mi futuro» entre los inmi-
grantes españoles (24,4% y 52,0%) son bastante superiores a los de
los nativos (15,3% y 47,8%), mostrando así que las expectativas de
futuro constituyen un pilar fundamental de la felicidad de las personas
inmigrantes.
Dada la relevancia que parecen tener las expectativas de futuro en
las condiciones existenciales de los inmigrantes, tendría bastante sen-
tido preguntarse ahora si con el tiempo confirman las buenas expecta-
tivas que daban lugar a su optimismo. Una manera de responder a esta
pregunta sería analizando cómo evoluciona el bienestar emocional
de los inmigrantes conforme aumenta el tiempo de estancia en el país de
destino. Hipotéticamente, de confirmarse las expectativas, el grado
de felicidad de las personas inmigrantes debería ir aumentando. Pero, de
nuevo, el hecho paradójico que en general muestran los estudios es
que los inmigrantes no mejoran con el tiempo de estancia en el país
receptor su bienestar emocional. Según Safi (2010: 160), «el bajo ni-
vel de satisfacción con la vida de los inmigrantes no parece incremen-
tarse con el tiempo, ni en las siguientes generaciones, tal y como la
hipótesis de la asimilación predice» (Safi, 2010: 160). Por nuestra parte,
diremos que las estimaciones realizadas con el IBSE, en la ESS-2006,
282 Eduardo Bericat

confirman esta misma hipótesis. Sin embargo, hemos visto de nuevo


que la aparente estabilidad del bienestar de los inmigrantes a través
de los años vuelve a encubrir una evolución cruzada de las dimensio-
nes del factor «estatus» y «persona». La idea que reflejan los datos es
tan sencilla y simple como reveladora: cuanto mayor es el número de
años que lleva viviendo el inmigrante en la sociedad receptora, más
alto es el bienestar derivado de la calidad del conjunto de sus interac-
ciones sociales y, a la inversa, conforme aumenta su tiempo de estan-
cia en el país de destino, menor es el bienestar derivado de la fuerza
personal que el inmigrante traía consigo. En suma, el bienestar emo-
cional del inmigrante se mantiene, pero en el marco de una trasfor-
mación progresiva de los factores sociales adquiridos, que mejoran, y
de los factores personales intrínsecos, que empeoran con el tiempo de
estancia.
La estabilidad del bienestar socioemocional del inmigrante se
consigue mediante dos movimientos paralelos, pero de signo contra-
rio, que se compensan uno al otro, esto es, con una progresiva mejora
de la integración social y con un progresivo debilitamiento de la for-
taleza o del ímpetu de su carácter personal. La pauta de mejora del
factor de estatus en los cuatro primeros quinquenios es la siguiente:
–27,6; –18,0; –3,3; y –11,7. La pauta de progresivo debilitamiento de
la fortaleza del carácter y del optimismo personal es, durante los pri-
meros veinte años de estancia, la siguiente: +25,8; +20,1; +5,2; y –0,6.
Por último, interesa destacar que los datos también muestran el relati-
vamente elevado grado de felicidad que los inmigrantes disfrutan du-
rante su primer año. Estimado con datos de 2006, el valor general del
IBSE de los inmigrantes durante el primer año de residencia en el país
de destino es de +15,3. Es evidente que no solo el sentido, sino funda-
mentalmente el logro de haber alcanzado el destino de su proyecto
migratorio, eleva el bienestar emocional de la persona emigrante que
acaba de llegar a puerto. Quizá por este motivo Safi (2010) afirma
que el primer año de estancia de un inmigrante suele ser un año feliz. Sin
embargo, poco a poco, como en tantas otras situaciones de la vida, las
circunstancias van cambiando y con ellas también nuestras estructuras
afectivas.
En suma, para terminar este apartado subrayaremos que, tam-
bién en este caso, vemos que la utilización de un modelo multidimen-
sional de la felicidad nos ha permitido comprender mejor el bienes-
tar emocional de las personas inmigrantes y aclarar algunos enigmas
y paradojas.
8. LAS CATÁSTROFES VITALES Y LA ADAPTACIÓN
HUMANA A LAS CIRCUNSTANCIAS: PERSONAS
ENFERMAS, DESEMPLEADAS, DIVORCIADAS Y VIUDAS

La estabilidad que hemos atribuido al bienestar emocional de las per-


sonas se logra mediante un equilibrio dinámico, siempre precario, que
depende de la persistencia de los factores y condiciones que, en el mar-
co de su situación general de vida, les procuran alegrías y penas, di-
chas y desdichas, venturas y desventuras. Esto significa que cualquier
cambio sustantivo de sus parámetros vitales podrá alterar el equilibrio
en el que se funda su grado de felicidad. Y aunque, en general, los pa-
rámetros básicos de la vida cotidiana de las personas no cambian sus-
tancialmente con excesiva frecuencia, existen ciertos acontecimientos
que, alterando de forma repentina tan solo uno de estos parámetros,
entrañan una trasformación general de la vida. Es en estos casos cuan-
do podemos hablar de catástrofes vitales, es decir, de acontecimientos
que alteran las condiciones de nuestra existencia y nos trasladan hacia
un nuevo estado vital.
Utilizamos aquí el término catástrofe en un sentido análogo al em-
pleado en la teoría matemática de las catástrofes, propuesta originalmen-
te por el matemático francés René Thom (1975) y desarrollada por
Christopher Zeeman (Woodcock, 2013; Martín, 1990). Los sistemas
dinámicos, como la vida de una persona, pueden alcanzar puntos críti-
cos en los que el cambio de un único parámetro conduce a un equi­
librio completamente diferente, esto es, a un nuevo estado, en el que
todas las condiciones de la vida se reajustan. Pasar de enfermo a sano,
de hijo a padre, de empleado a desempleado, de doctorando a doctor, de
activo a jubilado, de subordinado a jefe, de casado a viudo, de no cre-
yente a creyente, de pobre a rico, de estudiante a trabajador, de vivir
en un país a vivir en otro, etc., no implica exclusivamente cambiar un
elemento de nuestra existencia. Estas alteraciones implican cambios de
estado, cambios de órbita en el movimiento vital o cambios en el mun-
do de la vida que requieren una completa readaptación del ser.
El significado comúnmente atribuido al término catástrofe es el
que la Real Academia de la Lengua le otorga en su primera acepción,
284 Eduardo Bericat

al definirlo como «suceso infausto que altera el orden regular de las


cosas». Ahora bien, en su quinta acepción, la RAE se acerca más al
sentido que tiene en la teoría matemática mencionada, pues define
catástrofe como «cambio brusco de estado de un sistema dinámico,
provocado por una mínima alteración de uno de sus parámetros».
Desde esta perspectiva, las catástrofes vitales pueden ser tanto faustas
como infaustas, tanto positivas como negativas, pero todas ellas pro-
vocan grandes perturbaciones en el mundo de la vida con repercusión
en la estructura afectiva y en el nivel de felicidad.
En este capítulo queremos reflexionar y comprobar empíricamente
en qué medida los cambios de estado provocados por las catástrofes vi-
tales afectan a la felicidad de quienes, a consecuencia de un determinado
cambio, pasan a ocupar una distinta posición social. Las posiciones exis-
tentes en una estructura social a las que se accede por un cambio repen-
tino en algún parámetro personal son muy numerosas y no cabe aquí
analizar todas ellas. Por este motivo, nos centraremos en tres catástrofes
negativas que afectan a los ámbitos de la salud, del trabajo y del amor.
De este modo pretendemos seguir avanzando en el estudio de la estrati-
ficación social de la infelicidad, así como seguir verificando la teoría so­
ciológica de la infelicidad. Concretamente, en este capítulo analizaremos
el bienestar emocional de las posiciones sociales ocupadas por personas
que padecen enfermedad crónica o alguna discapacidad; por perso-
nas desempleadas o que tienen miedo a perder su empleo; y por per-
sonas separadas, divorciadas y viudas. Analizando estas catástrofes en
la salud, en el trabajo y en el amor también queremos indagar hasta qué
punto los seres humanos son capaces de adaptarse a cualquier situación.

8.1. LA FELICIDAD Y LA CAPACIDAD HUMANA DE ADAPTACIÓN


A LAS CIRCUNSTANCIAS

Al visitar países mucho más pobres que el nuestro siempre nos sor-
prende ver a niños y adultos que, pese a estar viviendo en la miseria,
en unas condiciones objetivas bastante deplorables, se muestran muy
alegres, contentos y felices. Al contrario, en nuestras sociedades ricas
y tecnológicamente desarrolladas, es frecuente ver muy tristes y depri-
midas a personas que por nadar en la abundancia aparentemente nada
les falta. Estos sorprendentes contrastes sacuden nuestra inteligencia
impulsándonos a tratar de comprender hechos que son en sí mismos
tremendamente enigmáticos y paradójicos.
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 285

Este tipo de constataciones hacen que nos formulemos algunas


preguntas fundamentales: ¿somos los seres humanos capaces de adap-
tarnos, habituarnos o resignarnos a cualesquiera circunstancias de la
vida, bien sean las más venturosas y afortunadas, bien las más nefastas
y penosas? ¿Es la felicidad de los seres humanos relativa, esto es, inde-
pendiente de las condiciones objetivas de nuestra situación vital?
En el caso de que la capacidad humana de adaptación a las cir-
cunstancias de la vida fuera total tendríamos que concluir, a modo de
corolario, que cualquier cambio de situación, por muy relevante que
fuera, apenas tendría un impacto en nuestro bienestar emocional. A
medida que fuera pasando el tiempo, las personas se irían adaptando,
habituando o resignando a la nueva situación y, por este motivo, su
nivel de felicidad volvería a ser el mismo. Los cambios de la vida tan
solo tendrían un efecto provisional o transitorio sobre la felicidad.
Independientemente de que nuestro destino nos deparase avatares
positivos o negativos, siempre retornaríamos, bien a nuestro punto
inicial de referencia o bien a un estado neutro de felicidad en el que
no estaríamos ni especialmente tristes, ni especialmente contentos.
La euforia inicial que nos provocan los acontecimientos venturosos,
o la desesperación en que nos sumen los desdichados, se irían disi-
pando poco a poco hasta recuperar de nuevo nuestro bienestar emo-
cional habitual.
En segundo lugar, si la felicidad humana fuera relativa y, por tan-
to, no dependiera en absoluto de las condiciones objetivas de nuestro
mundo de la vida, tendríamos que concluir, a modo de corolario, que
el nivel de felicidad de las personas sería totalmente subjetivo o com-
pletamente arbitrario. Si esto fuera cierto, daría lo mismo estar enfer-
mo que sano, empleado que parado, o divorciado o viudo que casado.
En este capítulo vamos a ver qué nos muestran los datos pero,
antes, veamos qué dicen las teorías.

8.1.1. Las teorías de la adaptación hedonista


En «El relativismo hedónico y la planificación de una buena socie-
dad», los psicólogos P. Brickman y D. T. Campbell (1971) propu-
sieron originalmente la teoría de la adaptación hedonista. Esta teoría
predice que tanto los buenos como los malos acontecimientos vitales
tan solo tendrán un efecto provisional sobre la felicidad, pues las per-
sonas, adaptándose a las circunstancias de su nueva situación, pronto
volverán a experimentar el grado de felicidad que experimentaban en
286 Eduardo Bericat

el punto de partida o bien un grado de felicidad neutral. Esta teoría


suscitó desde el principio un gran interés y una aceptación general.
Muchas investigaciones empíricas realizadas posteriormente parecían
confirmar sus postulados. Brickman, Coates y Janoff-Bulman (1978),
basándose en el estudio de ganadores de grandes premios de lotería
y de víctimas de accidentes, realizaron una de las más renombradas.
Los autores concluyeron que los ganadores de grandes premios de lo-
tería no eran mucho más felices que los no ganadores (grupo de con-
trol), y que las personas parapléjicas que habían tenido un accidente
eran tan solo un poco menos felices y en todo caso no tan infelices
como uno pudiera pensar.
La teoría de la adaptación hedonista es conocida también como
teoría de la rutina del hedonismo (hedonic treadmill theory), ya que si
los seres humanos, pasado un tiempo, se adaptan a cualquier situa-
ción, todos los esfuerzos que hagan por ser felices serán tan vanos
como el obstinado movimiento de un hámster en el interior de una
rueda que gira sobre su eje: pese a su frenética y denodada carrera, el
pequeño animal nunca conseguirá moverse un ápice del mismo sitio.
Supuestamente, según el psicólogo Michael Eysenck, esto mismo les
sucedería a los seres humanos, pues tienen la tendencia a retornar a su
nivel usual de felicidad incluso después de haber sufrido verdaderas
catástrofes vitales, sean positivas o negativas. Todos los esfuerzos hu-
manos en busca de la felicidad están abocados al mismo destino pues,
como advertía Freud, tras la satisfacción de unos deseos aparecen
otros, formando una cadena interminable. La búsqueda de la felicidad
sería, desde esta perspectiva, una tarea completamente inútil, ya que
tan solo podríamos disfrutar de ella provisional y transitoriamente.
Dado que las teorías de la adaptación predicen la vuelta a un valor
inicial o base de felicidad, también se alude a ella como teoría del pun­
to de referencia (set-point theory). Tanto los individuos que experimen-
tan la euforia provocada por un momento de plena felicidad, como
aquellos hundidos en la sima más profunda de la desgracia terminarán
habituándose a su situación, perderán la sensibilidad necesaria para
seguir experimentando esta gran intensidad emocional y retornarán al
punto de origen, esto es, a un supuesto nivel base de felicidad. Por
último, habría que considerar que, además de la mecánica del hábito,
que es puramente pasiva, los seres humanos desarrollan estrategias ac-
tivas y conscientes para gestionar su vivencia emocional en situaciones
dolorosas, y esto con el fin de alejarse del sufrimiento y recuperar la
normalidad o neutralidad emocional.
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 287

Diener, Lucas y Scollon (2006) evaluaron los méritos de la teoría


de la adaptación, reconociendo que en muchas ocasiones las pruebas
empíricas avalaban su tesis principal. Primero, «las condiciones exter-
nas suelen estar débilmente correlacionadas con las declaraciones de
felicidad. Por ejemplo, todas las variables demográficas tomadas en
conjunto predicen el 20% de la varianza en felicidad». Y segundo,
«los estudios longitudinales que han estudiado los cambios en felici-
dad a través del tiempo ofrecen pruebas directas de que la adaptación
opera». En concreto, demuestran que «algunos acontecimientos vita-
les, sean buenos o malos, afectan a la felicidad en tanto hayan ocurri-
do en los dos meses anteriores». En suma, según estos autores, la
teoría de la adaptación cuenta con un soporte empírico robusto, tal y
como se muestra también en la revisión llevada a cabo por Frederick
y Loewenstein (1999). Es cierto que algunas investigaciones corrobo-
ran el modelo (Sheldon y Lyubomirsky, 2012), por ejemplo demos-
trando que tras un cambio favorable en la vida las emociones positi-
vas experimentadas al principio van declinando poco a poco, al mismo
tiempo que van creciendo las aspiraciones y los deseos de obtener
cambios aún más favorables. Pero otras investigaciones demuestran
tanto las limitaciones de la teoría, como la imposibilidad de una apli-
cación universal y uniforme a todos los casos. Anusi (2014) demues-
tra que algunos cambios, como por ejemplo el matrimonio o la dis-
capacidad, tienen unos efectos duraderos en el tiempo. Diener, Lucas
y Scollon (2006) muestran estudios sobre la viudedad, el divorcio o el
desempleo en los que sí se observa una recuperación parcial de la fe-
licidad, pero en ningún caso un retorno a los niveles de bienestar
emocional experimentados por las personas en los cinco años ante-
riores a esa catástrofe vital.
En cualquier caso, pese al apoyo empírico recibido, Diener, Lucas
y Scollon (2006) están convencidos de que el modelo de la adaptación
debe ser revisado al menos en cinco aspectos fundamentales: 1) no es
cierto que la gente, tras un determinando acontecimiento vital, vuelva
a un punto «neutro» de felicidad en el que ni se sienten felices ni infe-
lices. La Encuesta Mundial de Valores muestra que el 80% de los entre-
vistados declara sentirse «muy» o «bastante» feliz; 2) no existe un pun-
to de referencia o base para la población en general, pues el nivel de
felicidad varía considerablemente según individuos, dependiendo
en gran medida de factores de personalidad y de herencia genética;
3) la felicidad no es una realidad unidimensional, tal y como supone
la teoría, sino un concepto multidimensional compuesto de diferentes
288 Eduardo Bericat

variables con puntos de referencia que pueden evolucionar de forma


diferente; 4) en contra del supuesto básico de la teoría, tal y como
vimos en el capítulo seis, las diferencias existentes en los niveles de
felicidad de distintos países demuestra que la gente, mejorando sus
circunstancias de vida, sí puede ir mejorando en el largo plazo su bien-
estar subjetivo; y 5) que no todas las personas se adaptan en el mismo
grado o en el mismo tiempo tras un determinado acontecimiento vi-
tal, pues el proceso depende de rasgos de la personalidad y de las estra-
tegias que aplique el sujeto para manejar y controlar este tipo de situa-
ciones.
En conclusión, «la gente sí que se adapta a muchos acontecimientos
de vida y normalmente lo hace en un periodo de tiempo relativamen-
te corto. De ahí que los procesos de adaptación puedan explicar por
qué a menudo muchos factores tienen una escasa influencia en la feli-
cidad». Ahora bien, una rígida teoría de la adaptación es insosteni-
ble. «La adaptación es una fuerza poderosa, pero no es tan completa
ni automática como para arruinar cualquier esfuerzo orientado a la
mejora del bienestar» (Diener et al., 2006: 313).

8.1.2. ¿Es relativa la felicidad?


Ruut Veenhoven (1991, 1994) ha evaluado las teorías que sostie-
nen que la felicidad de los seres humanos es relativa. Entre ellas se
incluyen las teorías de la felicidad de los filósofos tanto epicúreos
como estoicos, la teoría de la adaptación propuesta por Brickman y
Campbell, así como la paradoja de Easterlin (1974), que ya vimos en
el capítulo seis, y que aportaba evidencia empírica sobre el hecho de
que el gran crecimiento económico en los países desarrollados apenas
había comportado un insignificante aumento de la felicidad.
El principio fundamental de estas teorías sostiene que la felici-
dad no depende de las condiciones objetivas de la situación de vida
de las personas, sino de comparaciones basadas en referencias subje-
tivas. Sus postulados básicos son los siguientes: 1) el nivel de felicidad
resulta de la comparación establecida por el sujeto entre cómo es
realmente su vida y cómo desearía que fuera o cómo debiera ser; 2) que
los estándares de comparación se elevan si las condiciones mejoran
y descienden cuando empeoran, adaptándose a las fluctuaciones de
la propia realidad; y 3) que los estándares de comparación son ar­
bitrarios, esto es, constructos mentales que no se ajustan a ningún
patrón objetivo de calidad de vida o de buena vida. De aquí se deducen
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 289

algunos importantes corolarios, como los siguientes: a) que la felici-


dad es insensible a la calidad de vida objetiva de las personas; b) que
el crecimiento de la felicidad no puede ser duradero; c) que cuando
se haya experimentado una situación difícil en el pasado, la felicidad
en el tiempo presente será, por comparación, bastante mayor (efecto
contraste); y d) que como los estándares se van ajustando, el grado de
felicidad tenderá siempre a un punto típicamente neutral, ni positivo
ni negativo.
Veenhoven (1991) revisa las pruebas empíricas y, en contra de es-
tos postulados y corolarios, comprueba que sí existen diferencias de
felicidad entre países ricos y pobres, aunque las diferencias vayan dis-
minuyendo conforme aumenta el nivel de riqueza del país. También
comprueba que existen diferencias de felicidad entre las personas que
han sufrido alguna desgracia y las que no. Por ejemplo, las personas
que sufren paraplejia son, en general, menos felices. Los estudios mues-
tran que acontecimientos de vida favorables (como casarse, aprobar un
examen o ser promocionado en el trabajo) tienden a ir seguidos, siquie-
ra temporalmente, de un aumento de felicidad, al igual que todos los
acontecimientos vitales adversos provocan al principio un descenso del
bienestar emocional. Es cierto que la felicidad o infelicidad que provo-
can al principio estos acontecimientos vitales se va debilitando progre-
sivamente, pero todos ellos dejan en el individuo, según los casos, algu-
na marca emocional más o menos perdurable (Nussbaum, 2008: 102).
En suma, «aunque no todos los cambios para mejor o para peor afectan
a la felicidad permanentemente, al menos algunos sí que lo hacen»,
concluye Veenhoven (1991: 22).
Por otro lado, es evidente que el sentimiento de «felicidad» no
puede ser equiparado al de «satisfacción», que es en esencia una valo­
ración cognitiva o racional. La felicidad constituye también una valo-
ración general de nuestra vida, pero se trata de una valoración emotiva
que no solo depende, aunque también, de comparaciones intelectua-
les o racionales basadas en el grado de cumplimiento de nuestros de­
seos. La felicidad, como todas las emociones, es expresión de la con-
ciencia del cuerpo, por lo que también depende del grado en que estén
satisfechas sus necesidades básicas e innatas. Por ello, Veenhoven (1991:
30-32) concluye que «la felicidad, en la medida que depende de la
satisfacción de estas necesidades, no es relativa».
Si la teoría de la adaptación, en su formulación más tosca, en sen-
tido estricto y sin matices, fuera totalmente cierta, los grandes aconte-
cimientos o las catástrofes vitales que experimentan las personas a lo
290 Eduardo Bericat

largo de sus vidas carecerían de la menor importancia. Si no tuvieran


ningún impacto en nuestro bienestar emocional, por qué les íbamos
a dar la más mínima importancia. Debemos entender que la euforia e
intensa alegría que nos provoca un acontecimiento positivo, así como
la depresión y profunda tristeza que nos causa uno negativo, no es otra
cosa que un mero indicio, expresado a través de la conciencia del cuer-
po, de la valoración emocional o relevancia que para el sujeto tiene ese
acontecimiento. Esto en ningún caso significa que su vida vaya a ser
configurada en su totalidad y para siempre por ese hecho singular y
concreto, así que nada de extraño tiene el que, pasado el primer mo-
mento, las emociones estructurales recobren el dominio de la estructura
afectiva y, poco a poco, el bienestar emocional vuelva a ser el reflejo,
no exclusivamente de ese hecho, sino de la compleja trama que confi-
gura el mundo de la vida de cada ser humano. Marta Nussbaum
(2008: 98) utiliza una imagen estoica para distinguir entre emociones
de fondo y las emociones situacionales: «la emoción de fondo es la heri-
da, la emoción situacional es el cuchillo del mundo que penetra en la
herida».
Pues bien, tal y como veremos en los datos empíricos que a con-
tinuación se ofrecen y como también prueban los últimos estudios
longitudinales realizados con grandes encuestas panel (Anusic et al.,
2014; Lucas, 2005, 2007a, 2007b; Lucas et al., 2003, 2004), las catás-
trofes vitales que alteran significativamente el mundo de la vida de las
personas sí que tienen un efecto más o menos perdurable sobre su fe-
licidad. Dicho de otra manera, las catástrofes vitales siempre impri-
men una marca emocional en la memoria que acumula la conciencia
del cuerpo.
Por último, es obligado resaltar que las teorías de la adaptación
también presentan algunas implicaciones ideológicas de gran calado,
pues al postular una indiferencia absoluta frente a las condiciones ob-
jetivas de existencia, y frente a los cambios de estas condiciones, des-
emboca en un fatalismo social y político peligroso. «La teoría, que ha
logrado una aceptación general en los últimos años, implica que los
esfuerzos individuales y sociales orientados a incrementar la felicidad
están condenados al fracaso». «Imaginemos —nos dice Diener— un
mundo en el que el vagabundo más pobre y enfermo, sin familia y sin
amigos, es tan feliz como el millonario saludable que cuenta con el
apoyo de una abundante red de relaciones sociales cercanas. O imagi-
nemos que los individuos que viven en una dictadura cruel, en la que
el crimen, la esclavitud y la desigualdad campan a su anchas estuvieran
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 291

más satisfechos con sus vidas que la gente viviendo en un democracia


estable con un mínimo grado de criminalidad». Pues bien, esta visión
sería compatible con la teoría de la adaptación.
A nuestro juicio, las teorías de la adaptación olvidan que la felici-
dad constituye un estado de vigilia en permanente búsqueda de la
mayor correspondencia entre las potencialidades del ser humano y su
efectiva realidad actual, que siempre trabaja en pos de un futuro me-
jor, bien imaginando y anhelando llegar a situaciones más deseables,
bien extrayendo la necesaria fuerza y motivación para el cambio del
desagrado, la tristeza o la indignación que provocan las situaciones del
presente.

8.2. PERSONAS QUE PADECEN ENFERMEDAD CRÓNICA


O DISCAPACIDAD

Las teorías de la adaptación sostienen que con el tiempo los seres


humanos nos adaptamos o habituamos a cualquier catástrofe vital, y
quienes creen que la felicidad es relativa piensan que las condiciones
objetivas de vida tiene una influencia menor sobre el bienestar emo-
cional. Según sus postulados, las personas que contrajeron alguna
enfermedad crónica o se vieron afectados por alguna discapacidad
funcional no tendrían por qué ser más infelices que quienes no pade-
cen enfermedad crónica o discapacidad y, en todo caso, su infelicidad
debería ir disipándose con el tiempo. Ahora bien, la teoría sociológica
de la infelicidad predice que la falta de dinero, la falta de respeto y la
falta de sentido reducen los grados de felicidad. En este orden de co-
sas, es obvio que el enfermo crónico o discapacitado, en tanto ocupan-
te de un nuevo estado o de una nueva posición social, no se distingue
únicamente de otras personas por la alteración de un rasgo fisiológico,
sino que su condición de enfermo/discapacitado, en una determinada
sociedad, está configurada por un amplio conjunto de rasgos, muchos
de ellos socialmente condicionados. De ahí que la enfermedad crónica
y la discapacidad no sean un hecho meramente biomédico, sino un
hecho social. Strauss y Glasser (1975), Bury (1982) y Charmaz (1983)
pueden citarse entre los primeros sociólogos que estudiaron la enfer-
medad crónica como una «disrupción biográfica» con amplias conse-
cuencias sobre la calidad de vida de las personas. Y en sus estudios se
muestra que su nuevo estado, tanto por razones biomédicas como so-
ciales, afecta a las condiciones eudemónicas que sustentan la felicidad,
292 Eduardo Bericat

así como al dinero, al respeto y al sentido de su existencia. De acuerdo


con la teoría sociológica de la infelicidad, el nivel de bienestar emocio-
nal de las personas que padecen enfermedad crónica o discapacidad,
a diferencia de lo que predice la teoría de la adaptación, debería ser
bastante bajo y no debería aumentar con el tiempo.
En su investigación cualitativa destinada a estudiar, mediante
entrevistas en profundidad, la situación de vida de los enfermos cró-
nicos, Kathy Charmaz (1983, 2000) alertaba sobre el error de con-
cebir su sufrimiento exclusivamente desde una estrecha perspectiva
biomédica, considerando tan solo el dolor y las molestias físicas que
la enfermedad les causaba, e ignorando o minimizando la infelicidad
y el malestar emocional a los que, en un sentido amplio, estos seres
humanos debilitados por la enfermedad debían enfrentarse. Según
las conclusiones de este estudio, ya clásico, los enfermos crónicos
experimentaban el sufrimiento de su catástrofe vital a través de una
vivencia clave, la pérdida del yo. Y esta desintegración de la persona,
experimentada como una degradación del yo, se manifestaba en la
alteración de al menos cuatro parámetros vitales: a) debido a las
nuevas restricciones que pasan a condicionar su vida, los enfermos
llegan a ser muy conscientes de que ya no podrán hacer muchas de
las cosas que apreciaban, con las que disfrutaban o que les otorgaban
sentido en el pasado; b) debido a que los enfermos crónicos que
dejan de trabajar pierden a sus compañeros y a que la dificultad de
superar barreras físicas hace que vayan perdiendo el contacto con el
grupo de amigos, se genera en los enfermos un cierto grado de aisla­
miento social; c) la desacreditación o estigmatización del yo tiene su
origen en la escasa valoración social que tienen los enfermos y disca-
pacitados, que resultan estigmatizados en las interacciones sociales,
llegando incluso a estigmatizarse a sí mismos; y d) el hecho de con-
vertirse en una carga para los demás degrada su identidad porque el
enfermo se convierte en una persona dependiente que ha perdido
gran parte del control sobre las situaciones e, incluso, sobre su pro-
pia calidad de vida.
En suma, Charmaz, alerta sobre los efectos que percibe en el
bienestar emocional de los enfermos crónicos debido a la dependencia
y al sentimiento de ser una carga para los demás, a la falta de autono-
mía, a la limitación de sus potencialidades, a la reducción de sus rela-
ciones sociales, a la pérdida del sentido por contraste con el pasado y,
en general, al deterioro de muchas de las condiciones eudemónicas
que subyacen a la felicidad.
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 293

Una vez realizadas las estimaciones mediante el índice de bienestar


socioemocional (IBSE), puede afirmarse, primero, que las personas que
padecen alguna enfermedad crónica o discapacidad tienen por térmi-
no medio un nivel de felicidad muy bajo y, segundo, que este nivel no
mejora en las personas cuya enfermedad o discapacidad se produjo
hace tiempo. Es evidente que algunos enfermos y discapacitados dis-
frutan de un grado de felicidad medio o incluso medio-alto, pero lo
cierto es que la mayoría experimentan su estado en una estructura
afectiva que les genera un gran sufrimiento y malestar emocional. Sos-
tener el discurso individualista y voluntarista que afirma que todas las
personas enfermas y con discapacidad pueden llegar a ser felices si se
lo proponen, tiene mucho sentido en un marco psicoterapéutico cuya
finalidad sea animar y motivar a que las personas usen su potencial per-
sonal para mejorar en lo posible su grado de felicidad. Cuando las perso-
nas, llevadas por las circunstancias externas, han sufrido un intenso
deterioro, desintegración o pérdida del yo, es lógico pensar que el
fortalecimiento personal tendrá un claro impacto en la mejora de su
bienestar emocional.
Ahora bien, el discurso social sobre la felicidad de las personas que
padecen alguna enfermedad crónica o discapacidad no puede estar
basado en este voluntarismo individualista, ni en modelos de persona-
lidades aisladas, como por ejemplo el científico Stephen Hawking,
con cuyo excepcional carácter, inteligencia y voluntad fue capaz de
vencer las circunstancias vitales más adversas. Estas personas merecen
todo nuestro respeto y admiración, pero esto no significa que haya
muchas otras personas que, pese a su esfuerzo, necesiten ayuda para
alcanzar un mínimo de bienestar emocional. El discurso social de la fe-
licidad sobre los enfermos crónicos o con discapacidad ha de estar basado
en datos científicos sobre el bienestar emocional de todas aquellas per-
sonas que sufren esta condición, pues son únicamente estas infor­
maciones las que pueden ofrecernos un conocimiento preciso e incon-
testable de hasta qué punto la enfermedad crónica y la discapacidad
constituyen un verdadero problema social.
En la tabla 8.1 podemos comprobar la magnitud de la catástrofe
emocional que sufren las personas con enfermedad crónica o grave
discapacidad permanente. La pregunta de la encuesta no permite dis-
tinguir entre ambos estados y, por ello, el dato corresponde al conjun-
to de ambas situaciones. La media del IBSE, tanto en España (–47,2)
como en Europa (–42,0), muestra que la felicidad de estas personas
experimenta un dramático descenso y que, por tanto, el sufrimiento
294 Eduardo Bericat

que hace más de treinta años pusiera de manifiesto Charmaz en su


investigación cualitativa parece seguir hoy, pese a los avances sociales
logrados desde entonces hasta ahora. El nivel de bienestar entre la
población europea es también muy bajo, lo que confirma los datos
españoles. En concreto, la diferencia entre los enfermos crónicos y
discapacitados y la población general, en España y en Europa, es prác-
ticamente la misma, 43,9 y 43,6 puntos del IBSE, lo que da cuenta de
la robustez de los resultados. En suma, estos datos demuestran, más
allá de toda duda, que las personas que padecen una enfermedad cró-
nica o una discapacidad permanente están excluidas de la felicidad.

tabla 8.1. Bienestar socioemocional (IBSE) de enfermos crónicos o con discapacidad.


España y Europa-27
IBSE Estatus Situación Persona Poder
(felicidad) (ánimo) (contento) (autoestima) (calma)
España
Enfermo o discap. –47,2 –77,7 –62,1 –27,2 –21,8
Población total –3,3 –13,1 –7,1 11,0 –3,9

Europa-27
Enfermo o discap. –42,0 –66,4 –38,0 –38,4 –27,2
Población total 1,6 –2,9 2,0 2,6 4,7

Fuente: ESS-2006+2012.

Analizando la estructura afectiva también puede observarse el he-


cho de que, entre los españoles, dos de las cuatro dimensiones, la de
estatus o ánimo (–77,7) y la de situación o contento (–62,1), son las
que en mayor medida contribuyen a la infelicidad de los enfermos
crónicos y de los discapacitados. Tal y como ponían de manifiesto los
resultados de la investigación de Charmaz, estas personas dejan de
disfrutar de muchas de las cosas con las que antes disfrutaban y por
ello estarán más «descontentas». La cantidad y calidad de sus relaciones
sociales, así como su estatus social seguramente también se verán muy
afectados, por lo que estas personas se sienten más tristes, deprimidas
y solas, es decir, estarán más «desanimadas». Si calculamos las distan-
cias con respecto a la población general en cada una de la dimensiones
(64,6; 55,0; 37,2; y 17,9), vemos que las condiciones existenciales
afectan sobre todo, y por este orden, al factor de estatus, al de situa-
ción y al de persona. El hecho de que entre los europeos el factor si-
tuación no descienda tanto puede estar indicando que en España se
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 295

vela un poco menos por las condiciones objetivas que configuran el


contexto de vida de los enfermos y discapacitados, lo que podría ofre-
cernos posibles orientaciones para el diseño de adecuadas políticas
sociales.
También es preciso tener en cuenta que en el seno de este colec-
tivo social se da un conjunto muy diverso de circunstancias. De he-
cho, la desviación típica del IBSE entre estas personas (59,8) es bas-
tante más alta que entre la población española general (48,0), lo que
nos indica que, si bien algunos de estos individuos, utilizando recursos
personales y materiales a su alcance, llegan a tener un relativamente
aceptable nivel de bienestar emocional, otros están abocados al sufri-
miento y a un profundo malestar emocional. En este sentido, el hecho
de tener o no tener recursos económicos, como quedó demostrado en
el análisis presentado en la tabla 6.3 del capítulo dedicado al dinero,
establece una gran diferencia en el bienestar emocional de los enfer-
mos crónicos y discapacitados. Estimando los percentiles de la distri-
bución de los valores IBSE en este colectivo también podemos com-
probar la diversidad de situaciones existentes en su seno. Uno de cada
cuatro enfermos crónicos o discapacitados españoles tiene una pun-
tuación de felicidad por debajo de –85,8, lo que demuestra el sufri-
miento radical al que estas personas se tienen que enfrentar cada día.
Estimado el IBSE de quienes están por debajo de la mediana, o per-
centil 50, comprobamos que la mitad de los enfermos crónicos y con
discapacidad permanente en España tiene un grado de felicidad infe-
rior al –48,3, lo que indica tanto la gravedad como la extensión de este
problema social.
¿Se adaptan con el tiempo los enfermos crónicos o las personas
con discapacidad permanente a su situación? Si bien algunos estu-
dios demuestran que aquellas personas que llevan conviviendo más
tiempo con la discapacidad han tenido más oportunidades para ir
adaptándose (Krause y Sternberg, 1997), estudios longitudinales re-
cientes (Anusic et al., 2014; Lucas et al., 2004) prueban que la reduc-
ción del bienestar que conlleva la discapacidad grave nunca llega a
recuperarse del todo. En cualquier caso, y con independencia de los
factores que pudieran explicar el hecho, lo cierto es que los datos de
la tabla 8.2 demuestran que el grado de malestar emocional de los
europeos que padecen enfermedad o discapacidad permanente no
disminuye con el tiempo. Aunque los datos muestran algunos altiba-
jos, no se observa ninguna mejora paulatina conforme pasa el tiempo
desde que se produjo el acontecimiento que dio lugar a la discapacidad.
296 Eduardo Bericat

No se observan mejoras ni en los cinco primeros años, ni en los quin-


quenios posteriores. Lo mismo les sucede a las personas que sufren la
discapacidad «desde siempre» (IBSE= –69,6).

tabla 8.2. Bienestar socioemocional (IBSE), de enfermos crónicos o con


discapacidad, según tiempo de enfermedad / discapacidad. Europa-27,
2006
Años IBSE
1 – 45,3
2 – 38,6
3 – 39,4
4 – 48,0
5 – 31,8

1a5 – 41,0
6 a 10 – 41,2
11 a 15 – 32,5
16 a 20 – 46,9
21 a 25 – 61,2
26 a 30 – 55,1

Siempre – 69,6

Fuente: ESS-2006.

Por último, utilizaremos la tipología de bienestar socioemocio-


nal que hemos creado para estimar la probabilidad que tienen los
enfermos crónicos y discapacitados permanentes de estar felices, con-
tentos, satisfechos, insatisfechos o infelices. Este análisis revela un
hecho fundamental: más de la mitad de la personas con enfermedad
crónica o discapacidad se sienten insatisfechas e infelices. Para ser
conscientes de lo que esto significa, basta recordar o volver a los datos
de la tabla 4.1 donde se mostraban los estados emocionales corres-
pondientes a ambos tipos, tanto al de «no satisfechos» como al de «no
felices». Después de formarse la idea de la estructura afectiva en la
que viven al menos la mitad de este colectivo, habremos de reconocer
que el voluntarismo individualista es, en el mejor de los casos, una bien-
intencionada ficción y, en el peor, una grave inconsciencia o una in-
tencionada falsedad.
Los datos de la tabla 8.3 prueban que en este colectivo, al igual
que entre la población general, existen personas pertenecientes a todos
los tipos. El problema, sin embargo, estriba en que el porcentaje de
españoles enfermos o discapacitados que se sienten felices y contentos
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 297

(16,7%) es muy inferior al de la población general (42,9%), exacta-


mente veintiséis puntos porcentuales menos. A la inversa, el porcen-
taje de enfermos y discapacitados ni satisfechos ni felices (55,3%) es
muchísimo más alto que el porcentaje existente entre la población
española general (22,1%). El dato a recordar es el siguiente: en Espa-
ña, uno de cada tres enfermos crónicos o discapacitados permanentes
es infeliz (34,4%), lo que pone de manifiesto la gravedad y el alcance
de este problema social. Los miembros de este colectivo tienen una
probabilidad de ser infelices 4,4 veces superior a la de la población
española en general. Aunque la pauta de desigualdad del bienestar
emocional es similar en España y en Europa, el porcentaje de perso-
nas no felices en España (34,4%) es cinco puntos superior al de Euro-
pa (29,5%), lo que da idea del margen de mejora que tiene nuestro
país a la hora de abordar más eficientemente la atención a las perso-
nas enfermas y con discapacidad.

tabla 8.3. Tipos de bienestar socioemocional en enfermos crónicos o con


discapacidad. España y Europa-27 (% población)
España (%) Europa-27 (%)
Enfermo Pobl. Enfermo Pobl.
Discapacitado total Discapacitado total
Felices 7,7 15,5 5,4 17,5
Contentos 9,0 27,4 1 4,0 30,2
Satisfechos 28,1 35,1 29,8 32,8
No satisfechos 20,9 14,2 21,3 12,4
No felices 34,4 7,9 29,5 7,0
Total 100,0 100,0 100,0 100,0

Fuente: ESS-2006+2012.

En conclusión, a la vista de los datos y de los últimos estudios,


no parece que la adaptación opere muy intensamente en el caso de
las personas enfermas crónicas o con discapacidad. Los datos sobre
su grado de malestar emocional son tan contundentes, que debe-
rían promoverse estudios más minuciosos sobre las condiciones
existenciales de estas personas. Deberían investigarse también los
posibles mecanismos de mejora de su bienestar subjetivo. De he-
cho, la sociedad podría hacer mucho más por ellos si supiera cómo
ayudarles a mejorar su bienestar. Pero antes existe una condición
previa, que la sociedad adquiera una conciencia clara de este grave
problema social.
298 Eduardo Bericat

8.3. PERSONAS DESEMPLEADAS O QUE TEMEN PERDER


SU EMPLEO

La pérdida del empleo constituye una catástrofe negativa que reduce


el bienestar emocional de la persona que la sufre. Así lo han demos-
trado tanto algunas investigaciones pioneras, como otras muy recien-
tes (Jahoda et al., 1933; Clark y Oswald, 1994; Di Tella et al., 2001;
Deaton, 2012). Pese a que en las sociedades avanzadas el trabajo ya
no es el único eje sobre el que gravita la vida de los individuos, tal y
como sucedía en las sociedades modernas, la situación general de las
personas que queriendo trabajar no pueden hacerlo queda alterada
gravemente. Aunque el origen y la naturaleza del acontecimiento son
económicos, el desempleo constituye un fenómeno social y personal
total cuyo alcance trasciende con mucho a las inmediatas consecuen-
cias financieras que la pérdida del salario trae consigo. En este caso
también se trata de un «cambio de estado» que no puede ser anali-
zado ni comprendido desde la perspectiva del cambio de una única
variable, esto es, la de tener o no tener trabajo. Este es el motivo
de que la relación existente entre el desempleo y la felicidad sea tan
compleja, e incluya mecanismos causales de muy diverso tipo, sean
financieros, familiares, psicológicos, sociales o culturales.
Se sabe desde hace tiempo que el desempleo incrementa las tensio-
nes familiares (Thomas et al., 1980), lo que reduce el bienestar emocional
de todos los miembros de la familia y no solo el de la persona desem-
pleada. También se sabe que la salud mental de los desempleados pue-
de llegar a verse afectada, generando cuadros depresivos y de ansiedad
que varían de grado según las personas y sus circunstancias (Jahoda,
1979, 1982). El desempleo, al distanciar a los trabajadores del ámbito
laboral, un ámbito clave de su sociabilidad, empobrece la vida social
de las personas que lo sufren, reduciendo, a través del incremento del
sentimiento de soledad, su bienestar emocional (Jahoda, 1982). Si el
desempleo perdura en el tiempo, las incertidumbres y las preocupa-
ciones acerca del futuro crecen (Frey, 2008), haciendo que las ex-
pectativas pesimistas reduzcan aún más los grados de felicidad. Cuan-
do el desempleado percibe que sus proyectos personales se desmoronan,
desaparecen con ellos los estados emocionales positivos que aportan las
ilusiones y los retos. El efecto del desempleo sobre el bienestar emocio-
nal deriva no solo de la pérdida de dinero, sino también de la falta
de respecto y de la vergüenza que muchos desempleados sienten tan-
to frente a su familia como frente a la sociedad. El desempleo humilla
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 299

a quien aspira a ser autónomo y no depender de nadie, así como a


quien al perder el trabajo pierde el sentido de la vida, dejando de ser
útil a la sociedad y dejando de tener sentimientos de logro. Finalmente,
dado que el impacto que tenga cualquier tipo de pérdida sobre la feli-
cidad dependerá, en último término, de la relevancia que tenga para el
sujeto aquello que se pierda, el malestar emocional que produzca el
desempleo también dependerá de la importancia que la persona atribu-
ya al «valor trabajo» (Clark, 2003), así como del grado en que tenga
interiorizada la norma social que sustenta el modelo de individuo fuer-
te, autónomo, independiente y capaz de valerse por sí mismo. Se sabe
que el desempleado puede sufrir por todas estas causas un cierto grado
de estigmatización social externa, así como experimentar sentimientos,
generalmente no reconocidos, de vergüenza personal.
Teniendo en cuenta las múltiples condiciones existenciales eude-
mónicas que modifica el hecho de pasar del estado de «trabajador» o
empleado al de «desempleado», así como sus impactos en pérdida de
dinero, respeto y sentido, podríamos pensar que los desempleados su-
fren un gran descalabro en su bienestar emocional. Sin embargo,
nuestras estimaciones empíricas muestran que la diferencia entre el
bienestar emocional de un empleado y de un desempleado no es de-
masiado grande. Es decir, el desempleo reduce el bienestar emocional
menos de lo que pudiera esperarse. Este hecho puede ser hipotética-
mente explicado por muchos factores, pero la explicación más plausi-
ble quizá tenga que ver con la calidad de las sociedades europeas, con
el papel que desempeñan sus Estados de bienestar, con las prestaciones
universales de sanidad y educación, con el grado de generosidad de los
subsidios por desempleo, con la decreciente importancia del trabajo
en nuestras vidas, con la pluralidad de las fuentes familiares de renta,
con la incorporación de la mujer al trabajo o con el hecho de que la
calidad intrínseca de los puestos de trabajo sea cada vez menor.

tabla 8.4. Bienestar socioemocional (IBSE), de empleados y desempleados. España


y Europa-27
Actividad principal España Europa-27
2,4 6,6
Empleados
Desempleados
Buscan empleo – 10,3 – 10,3
No buscan empleo – 3,5 – 12,8

Fuente: ESS-2006+2012.
300 Eduardo Bericat

La tabla 8.4 ofrece los datos de bienestar socioemocional (IBSE)


de los empleados que tienen un trabajo remunerado por cuenta ajena
(«empleados»), de los desempleados que están buscando trabajo y de
los desempleados que no buscan trabajo. En efecto, el bienestar emo-
cional de los trabajadores es mayor que el de los desempleados pero,
tal y como hemos anticipado, la diferencia no es muy abultada. Esta
diferencia es, en España, de 12,7 puntos para los parados que buscan
empleo y, en Europa, de 16,9. Es decir, que la reducción del bienestar
emocional que provoca el desempleo en España es algo menor que en
Europa. Una razón meramente demográfica que pudiera explicar este
hecho, hasta cierto punto sorprendente, es que el número de desem-
pleados en España, un total de 5.778.100 en el tercer trimestre de
2012, era elevadísimo, lo que sin duda repercute en la medida de fe-
licidad de este colectivo. Quizá en aquellos países con menor desem-
pleo, la posición social de desempleado sea mucho más marginal, lo
que explicaría, a tenor de la teoría de la estratificación de la felicidad,
su menor nivel de felicidad. De hecho, algunos investigadores han
detectado que los efectos del desempleo sobre el bienestar subjetivo
es menor en aquellas regiones con una tasa de desempleo mayor
(Clarck, 2001).
Al igual que sucedía en el colectivo de enfermos crónicos y disca-
pacitados, la desviación típica del IBSE entre los desempleados espa-
ñoles que buscan trabajo (50,8) o no buscan trabajo (51,3) es bastan-
te mayor que la existente entre los trabajadores empleados (43,5). Y
esto significa que entre los parados españoles se da una amplia diver-
sidad de situaciones que han de tener su reflejo tanto en sus diferentes
estructuras afectivas como en sus distintos grados de felicidad. Así,
estimando los percentiles de la distribución del IBSE en España, se
comprueba que uno de cada cuatro parados tiene un nivel de bienes-
tar emocional inferior a –42,78 en la escala del IBSE, es decir, que
sufre una estructura afectiva o emocional de clara insatisfacción vital
o de neta infelicidad. En suma, aplicando estas estimaciones al total de
desempleados de 2012, concluiríamos que 1.444.525 desempleados
en España vivían por debajo de ese umbral de felicidad. Aplicando la
tipología de la felicidad a la muestra de 2006+2012 vemos que, en
España, un 29,2% de los desempleados que buscan trabajo viven no
satisfechos o no felices, porcentaje que desciende al 17,2% entre los
empleados. En términos de estados emocionales, comprobamos que
la probabilidad de que un empleado se sienta deprimido, sea parte, la
mayor parte, casi todo o todo el tiempo, es del 38,7%, mientras que
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 301

en el caso de los desempleados que buscan trabajo el porcentaje as-


ciende al 57,7%.
Ya hemos comentado que las diferencias no son muy importan-
tes, aunque ello puede ser debido al gran número de parados existente
en España y, también, a factores concernientes a la calidad de las so-
ciedades. Así, por ejemplo, está probado que el efecto que tiene la
pérdida del salario en el bienestar subjetivo de las personas es mayor
en los Estados Unidos que en Europa. La calidad de las sociedades, el
Estado de bienestar o los niveles de protección social de los diferentes
países también influye en el impacto que tenga el desempleo sobre el
bienestar individual (Vignoli et al., 2013). En un estudio reciente,
Wulfgramm (2014) ha demostrado que «si bien el desempleo tiene un
fuerte efecto negativo sobre la satisfacción con la vida en los 21 países
europeos estudiados, la generosidad de las políticas pasivas del merca-
do de trabajo modera este efecto en una medida sorprendentemente
elevada: los adversos efectos del desempleo casi se duplican si los sub-
sidios de desempleo son escasos». Sin duda, las lógicas sociales de la
desigualdad establecen mediaciones en esta relación, que dista mucho
de ser simplemente «natural». El desempleo reduce la felicidad en ma-
yor medida en las personas pobres que en las ricas, como vimos en la
tabla 6.3, o tiene un menor efecto sobre la felicidad de la mujeres que
sobre la de los hombres (van der Meer, 2014; Bericat, 2016b).

8.3.1. Tiempo de desempleo y bienestar emocional


Nos preguntaremos ahora si las personas acomodan su vida al desem-
pleo y si, según predice la teoría de la adaptación, recuperan progresi-
vamente los niveles de felicidad precedentes conforme va trascurrien-
do el tiempo. La información analizada muestra que, a diferencia de
lo que sucedía en el caso de los enfermos crónicos y discapacitados,
el nivel de bienestar emocional no solo se mantiene en niveles bajos
durante muchos años, sino que empeora progresivamente. Esta pauta
podría explicarse por el hecho de que existen factores vinculados a la
catástrofe vital del desempleo que intensifican sus efectos sobre el
bienestar subjetivo. Así, por ejemplo, los subsidios tienen un límite
temporal, por lo que pasado un tiempo dejan de percibirse; en caso
de no encontrar un nuevo empleo pronto, la motivación de búsqueda de
empleo disminuye rápidamente según van pasando los meses; el
tiempo tampoco mejora la integración de la familia, pues las tensio-
nes y los conflictos se van acumulando; los ahorros van disminuyendo
302 Eduardo Bericat

mientras las deudas aumentan; el pesimismo crece y los sentimientos


de depresión se intensifican. El caso del desempleo muestra que la
teoría de la adaptación, entendida como un proceso de desarrollo
mecánico que ha de cumplirse inexorablemente, no tiene sentido en
sí misma. El tiempo configura en cada caso un proceso peculiar, de
ahí que debamos investigar caso por caso si la acción de los factores
que alimentan la estructura afectiva de la felicidad y de la infelicidad,
esto es, los ríos que llenan o desaguan el estanque del bienestar emo-
cional, desaparecen, se mantienen o se intensifican con el tiempo. En
suma, no existe una ley universal de adaptación, habituación o resig-
nación del ser humano a todas las situaciones vitales a las que se tiene
que enfrentar, sean positivas o negativas. Las opciones posibles son
varias, y el futuro dependerá de cómo evolucionen en el tiempo los
factores subyacentes a la felicidad y a la infelicidad.

tabla 8.5. Bienestar socioemocional (IBSE) de desempleados que buscan trabajo,


según tiempo de desempleo. Europa-27

Años IBSE
Menos de 2 – 5,8
2o3 – 17,2
4o5 – 17,4
6o7 – 17,7
8o9 – 25,2
10 a 14 – 29,4

Fuente: ESS 2006+2012.

En la tabla 8.5 puede verse que durante los dos primeros años los
desempleados no disminuyen de una forma muy dramática su bienes-
tar emocional (–5,8). Sin embargo, el malestar emocional crece con-
forme pasa el tiempo, estabilizándose entre los dos y los siete años en
valores muy negativos (–17,2; –17,4; –17,7). Finalmente, vemos que
desde los ocho hasta los catorce años de desempleo, el grado de felici-
dad desciende aún más, llegando a niveles medios muy bajos (–25,2;
–29,4). Estos datos muestran de nuevo la diversidad de situaciones
existentes, e indican que el desempleo de larga duración llega a croni-
ficarse en una estructura vivencial de profunda infelicidad. Este análi-
sis se corresponde con resultados de recientes investigaciones realizadas
mediante encuestas panel (Clark, 2006), en las que se ha encontrado
escasa evidencia, al menos durante los años noventa en Europa, de que
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 303

operen procesos de adaptación o de habituación en la experiencia vital


de los desempleados.
Volviendo ahora a la tabla 8.4, podemos preguntarnos por un
dato extraño que en cierto modo choca con las ideas previas que pu-
diéramos tener al respecto. Nos referimos al hecho de que el grado de
felicidad de los desempleados españoles que ya no buscan empleo es
más alto (–3,5) que el de los desempleados que todavía buscan em-
pleo activamente (–10,3). En principio podría pensarse que estos des-
empleados «desanimados» son en gran parte desempleados de «larga
duración». El problema es que si esto fuera cierto, el bienestar de los
desanimados sería inferior al de quienes buscan activamente empleo,
como así sucede en Europa (–12,8 frente a –10,3). Esto nos lleva a
pensar que quizá los desempleados españoles que no buscan empleo
no sean desempleados desmotivados por la larga duración del tiempo
de desempleo, sino quizá «falsos» desempleados sin apenas motivación
por encontrar un trabajo. Dado el escaso tamaño de esta submuestra,
la hipótesis que acabamos de formular debe quedar en mera sugeren-
cia, pero resulta en sí misma interesante en la medida que ilustra cómo
el estudio de la estructura afectiva de las posiciones sociales puede
revelar aspectos que, analizados cognitivamente, serían interpretados
de forma diferente.
En tanto catástrofe personal, hemos comentado que el desempleo
se caracteriza por el hecho de que los factores causantes del malestar
permanecen activos (Anusic et al., 2014) e incluso se intensifican en
tanto pervive la situación. Esto no sucede, por ejemplo, con la muerte
de un familiar o con el divorcio. Pero, además, hay pruebas de que sus
efectos perduran incluso después de que el desempleado haya encon-
trado empleo y vuelto a trabajar (Diener et al., 2006). Los datos de la
tabla 8.6 apuntan en esta misma dirección, corroborando la hipótesis
de que el desempleo deja una marca emocional en el sujeto que puede
reducir sus futuros niveles de felicidad.
En la tabla 8.6 vemos que los europeos que han estado alguna vez
desempleados durante doce meses consecutivos, incluso aunque estén
empleados en la actualidad, tienen un nivel de bienestar emocional
(–4,1) bastante inferior al de los empleados en general (6,6), dato que
ya vimos en la tabla 8.4. Esto puede ser debido a dos razones, a que el
desempleo deja secuelas en el bienestar (hipótesis de la marca emocio-
nal) o al hecho de que quienes han experimentado el desempleo ocu-
pan una baja posición social (hipótesis de la estratificación social). En
cualquier caso, cuando un acontecimiento de vida negativo se repite,
304 Eduardo Bericat

la capacidad del individuo para reaccionar y adaptarse puede quedar


afectada (Luhmann y Eid, 2009). Así, cuando coinciden «desempleo
actual» y «desempleo en el pasado», el nivel de bienestar emocional se
reduce un poco más, como puede comprobarse comparando los datos
de las tablas 8.4 y 8.6. En suma, las personas con una biografía laboral
moteada por periodos de desempleo reducen considerablemente sus
niveles de felicidad.

tabla 8.6. Bienestar socioemocional (IBSE) de empleados y desempleados con


algún período de desempleo superior a 12 meses. España y Europa

Han estado desempleados +12 meses


Actividad principal
España Europa-27
Empleados – 7,5 – 4,1

Desempleados
Buscan empleo – 12,2 – 14,9
No buscan empleo – 6,4 – 20,3

Fuente: ESS-2006+2012.

8.3.2. El miedo presente al desempleo futuro


El tiempo pasado pervive en las estructuras afectivas del presente
merced a las marcas emocionales que quedan inscritas en la memo-
ria de la conciencia del cuerpo. El tiempo futuro, sin embargo, se
cuela en las estructuras afectivas del presente merced al poder de la
imaginación, a las expectativas que nos formamos hoy sobre lo que
probablemente llegará mañana. David Hume hablaba del miedo y de
la esperanza como las dos emociones que dependen de la probabili-
dad estimada por el sujeto de que algún hecho negativo o positivo
acontezca. Una vez que el acontecimiento ha sucedido, tendremos
la certidumbre del mismo, y con ella el miedo o la esperanza habrán
desaparecido. En su lugar sentiremos alegría o tristeza, pero no espe-
ranza o miedo. Esto explica que el miedo al desempleo futuro afecte
al bienestar emocional del presente aun cuando, objetivamente, el
cambio de estado todavía no se haya producido, ni se sepa aún con
certeza si se producirá algún día. En suma, el bienestar emocional de
quien tiene miedo al desempleo ilustra uno de los mecanismos sub-
jetivos básicos que operan en la felicidad. El ser humano, a través de
su imaginación, simulando estados que la razón estima más o menos
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 305

probables, recrea en el presente estados emocionales que se corres-


ponden con el futuro.
La información de la tabla 8.7 demuestra que el desempleo influ-
ye en la felicidad no solo en tanto condición presente, objetiva y real,
sino también en tanto condición futura y subjetiva, imaginada, anti-
cipada o prevista. Los datos son suficientemente significativos y no
dejan lugar a dudas, pues vemos que la probabilidad subjetivamente
percibida que los trabajadores tengan de perder su empleo en un próxi-
mo futuro está asociada con un descenso de bienestar emocional en el
presente. Es decir, los trabajadores que temen quedarse desempleados
tienen un menor nivel de bienestar emocional.

tabla 8.7. Bienestar socioemocional (IBSE) de los empleados, según probabilidad


subjetiva de perder el empleo en los próximos doce meses. España y
Europa

Probabilidad subjetiva España Europa-27


Muy probable o probable – 7,2 – 13,0
No muy probable 2,0 2,7
En absoluto probable 11,0 12,7

Fuente: ESS-2006.

En Europa, el nivel de bienestar emocional de los trabajadores


que creen ocupar un empleo seguro (+12,7) es bastante más alto que
el de los trabajadores en general (+6,6), y muchísimo más alto que el
de los trabajadores que estiman como muy probable o probable perder
su empleo durante los próximos doce meses (–13,0). En el caso de Es-
paña, el grado de felicidad de los trabajadores con alta seguridad de
empleo (+11,0) es también mucho más alto que el de los trabajadores
que temen caer en el desempleo (–7,2). Aunque la diferencia de bien-
estar emocional entre ambas posiciones sociales es más elevada en Eu-
ropa (25,7), que en España (18,2), es evidente que los trabajadores
que disfrutan de mayor seguridad en el empleo disfrutan también de
mayor nivel de felicidad. Otros estudios han obtenido resultados simi-
lares, advirtiéndonos al mismo tiempo de sus posibles consecuencias.
Bryson et al. (2012), aplicando como medida de bienestar subjetivo la
Warwick-Edinburgh Mental Well-being Scale (WEMWBS), mostraron
que los hombres ocupados en puestos de trabajo con baja seguridad de
empleo obtenían 5,3 puntos menos en la escala que quienes ocupan
puestos con alta seguridad de empleo (54,0 frente a 48,7). En efecto,
306 Eduardo Bericat

la inseguridad laboral en sí misma altera profundamente la estructura


afectiva de la felicidad de los trabajadores, deteriorando su bienestar
socioemocional, y anticipando subjetivamente en ellos las verdaderas
consecuencias, reales y objetivas, que el desempleo pudiera causarles.
De este modo, el miedo al desempleo futuro se incorpora de lleno en
el tiempo presente de la vivencia de los trabajadores. Este miedo altera
radicalmente la relación laboral del trabajador, reduciendo las exigen-
cias y demandas sociolaborales. Además hay que tener en cuenta que,
en un tiempo de intensa crisis económica y del mercado de trabajo, el
miedo finalmente deja de ser patrimonio exclusivo del trabajador in-
seguro, y se transforma en un clima emocional generalizado que altera
profundamente tanto las relaciones laborales como el bienestar subje-
tivo de la población. En suma, la subjetividad del miedo se objetiva en
una nueva estructura afectiva de la felicidad y en una nueva institucio-
nalización de la relación laboral, es decir, la realidad subjetivo-emocional
deviene pura objetividad.

8.4. PERSONAS DIVORCIADAS Y PERSONAS VIUDAS

Poetas, filósofos y científicos sociales de todas las épocas han afirma-


do que la cantidad y, aún más, la calidad de las relaciones sociales
constituye un factor determinante del bienestar emocional (Argyle,
2001; Ryan y Deci, 2001; Haller y Hadler, 2006). Emile Durkheim,
en El suicidio, una obra clásica de la investigación sociológica, ya
demostró que la vida familiar protege tanto contra la anomia como
contra el suicidio. Estar casado o viviendo en pareja incrementa el
bienestar emocional de las personas (Vignoli et al., 2013; Kohler et
al., 2005). Muchos estudios muestran que los sentimientos de soledad
están inversamente correlacionados tanto con los estados emociona-
les positivos como con la satisfacción ante la vida (Lee y Ishii-Kuntz,
1987). Pero, además, la correlación entre relaciones sociales y la fe-
licidad no opera exclusivamente en un sentido, cuando las personas
tienen una red de relaciones sociales de calidad, sino también en el
sentido contrario, es decir, cuando se proyectan hacia los demás otor-
gándoles estatus, cariño, afecto, ayuda y amor. Podría decirse que
cuando los seres humanos ayudan a los demás se están ayudando a
sí mismos. El altruismo, el voluntariado, la donación de dinero, la
compasión y el cariño evocan en nosotros una estructura afectiva
especial que promueve nuestra felicidad (Heady, 2008; Steger et al.,
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 307

2007; Frederickson et al., 2008, Mongrain et al., 2011). En suma,


la seguridad de los vínculos sociales y la intimidad de las relaciones
elevan el bienestar emocional.
La teoría del apego de John Bowlby (1969, 1973) muestra que la
necesidad que tienen los seres humanos de mantener vínculos afecti-
vos seguros está inscrita en la propia biología, y es tan básica para la
supervivencia como la alimentación o la reproducción. Esta necesidad
no se explica tan solo por los beneficios que nos reportan estos víncu-
los en el contexto de nuestras interacciones sociales, tal y como por
ejemplo se deduce de la teoría de Kemper, en el sentido de que las
relaciones íntimas con los demás nos otorgan determinadas cantida-
des de estatus que contribuyen a nuestra felicidad (Jacoby, 2012:
697). Las relaciones sociales primarias, frente a las relaciones sociales se­
cundarias, preceden a la formación de la individualidad, lo que expli-
caría su fuerza y capacidad para satisfacer muchas de muestras necesi-
dades básicas.
Tanto la teoría del apego como la teoría sociointeraccional de las
emociones explican el gran impacto afectivo que tiene la pérdida de un
ser querido.
Marta Nussbaum (2008: 113) cuenta la siguiente historia:

Flo, un chimpancé hembra, murió de vieja a orillas de un arroyo.


Flint, su hijo, permanecía cerca del cuerpo y tomando uno de sus
brazos intentaba levantarla. Durmió junto al cuerpo toda la noche y
por la mañana evidenciaba signos de depresión. Durante los días
siguientes, sin importar por qué sitios hubiese vagado, siempre re-
tornaba junto al cuerpo de su madre e intentaba quitarle los gusa-
nos. Finalmente, atacado por los gusanos él mismo, ya no volvió
hasta el sitio, sino que se quedaba a unos cuarenta y cinco metros,
sin moverse. En diez días perdió alrededor de un tercio de su peso.
Y, al fin, después de que el cuerpo de su madre hubiese sido trasla-
dado para ser enterrado, se sentó sobre una roca cerca del sitio don-
de ella había yacido y murió. La autopsia no mostró causa alguna de
la muerte. La primatóloga Jane Goodall llegó a la conclusión de que la
causa principal de la muerte había sido la aflicción. «La totalidad de
su mundo había girado en torno a Flo, y con su partida la vida se
volvió vacía y sin sentido» (Goodall, 1994).

Perder a un ser querido, sea la pareja, el padre, la madre o un hijo,


puede implicar la pérdida de un estilo de vida, de una visión del mun-
do compartido por ambos o de una identidad personal muy valorada
308 Eduardo Bericat

(Charmaz y Milligan, 2006: 532). En estos casos, la intensidad de la


aflicción, el dolor, la pena y el duelo señalan la relevancia que tenía ese
vínculo para el propio sujeto. En la medida en que sea muy relevante,
en las parejas que han estado muy unidas y compenetradas durante
muchos años, la pérdida de la pareja se puede llegar a vivir como la
pérdida de parte de uno mismo. Jacoby (2012) señala que la muerte
de una persona querida representa una pérdida de estatus, de apoyo
y de amor. En esta medida sentiremos aflicción y dolor por su pérdida.
Marta Nussbaum (2008: 105) también relaciona el duelo con la rele-
vancia que el hecho tenga para el florecimiento de la vida del sujeto, a
sabiendas de que a partir de la muerte el tiempo corre restando impor-
tancia a la pérdida, que poco a poco quedará anclada en el pasado.
Aludiendo a la propia muerte de su madre, señala que el tiempo hace
que la importancia se traslade al pasado, por lo que finalmente tan solo
podremos decir que «la persona que falleció era una parte importante
de mi vida». Este hecho es el que distingue el duelo normal del pa-
tológico.
La intensidad, la duración y el tipo de aflicción generada por una
pérdida depende de muchos otros factores, como por ejemplo el he-
cho de si la pérdida del ser querido ha sido causada por la muerte, o
por el propio rechazo de este (Franks, 2014: 279), es decir, si implica
un cambio de estado hacia la viudedad o hacia la separación o el di-
vorcio. Según lo dicho hasta ahora, hemos de suponer que la pérdida
de la pareja, al crear un importante vacío en el núcleo de la red social
del sujeto, alterando dramáticamente uno de los soportes principales
de la sociabilidad, modificará sustancialmente el bienestar emocio-
nal de las personas. Ahora bien, las consecuencias emocionales de una
catástrofe en la convivencia, sea causada por una defunción o por un
divorcio, dependerá de la relevancia que esa persona tuviera para la
vida del sujeto, así como de otras resoluciones vitales subsiguientes,
como el hecho de que se vuelvan a contraer o no nuevas nupcias. La
duración del vacío generado por la pérdida de la pareja puede ser ex-
tremadamente variable, oscilando entre quienes rehacen casi instantá-
neamente su vida afectiva tras una defunción o un divorcio, y quienes
no desean o no consiguen rehacer nunca su vida afectiva. En general,
mientras que el divorcio tiende a ser hoy un estado puramente transi-
torio, la viudedad, posiblemente debido a la mayor edad a la que sue-
le morir el cónyuge, o posiblemente debido a que la mayoría son viu-
das que muestran escaso interés por encontrar una nueva pareja,
tiende a ser un estado mucho más prolongado e incluso permanente.
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 309

Con respecto a la voluntariedad, es obvio que la defunción del cónyu-


ge es un hecho sobrevenido y no deseado, mientras que el divorcio, al
menos para uno de los cónyuges, cuando no para ambos, constituye
muchas veces el resultado de una decisión condicionada, pero volun-
taria.

8.4.1. Separados y divorciados


El análisis de la estratificación social del bienestar emocional muestra
que los casados tienen un nivel de felicidad mayor que el de los solte-
ros, los separados, los divorciados o los viudos. Por otra parte, el hecho
de que el bienestar emocional de los separados sea inferior al de los di-
vorciados aporta indicios suficientes para afirmar que, al menos en las
sociedades actuales, la catástrofe emocional de la ruptura matrimonial
se va diluyendo conforme pasa el tiempo o, dicho de otra manera, que
las personas divorciadas, a diferencia de lo que sucedía con los disca-
pacitadas o las desempleadas, se van adaptando progresivamente a su
nueva situación. Aunque algunos estudios concluyen que el impacto
emocional del divorcio perdura más de lo que inicialmente podría
creerse, y que los divorciados no recuperan del todo su nivel previo de
felicidad (Lucas, 2005; Diener et al., 2006), otros estudios muestran
que los/as divorciados/as se van adaptando y recuperan poco a poco el
bienestar emocional (Helliwell, 2002). Si vuelven a convivir con una
nueva pareja o contraen un nuevo matrimonio, la recuperación puede
llegar a ser total (Veenhoven, 1984: 363). En efecto, nuestros datos
muestran que el IBSE de los europeos actualmente casados, pero que
han estado divorciados anteriormente (+5,0), no difiere apenas de los
casados que nunca se han divorciado (+4,8).
En la tabla 8.8 vemos que el índice de bienestar socioemocional de
los casados es superior al de la población total, tanto en España (–1,8
frente a –3,4) como en Europa (+4,8 frente a +1,5). Los datos tam-
bién muestran que, pese a la transitoriedad y voluntariedad del divor-
cio, los españoles que se encuentran en esta situación de convivencia
tienen un grado de bienestar emocional muy bajo, equivalente a un
puntuación de –20,1 en el IBSE. Vemos, también, que la diferencia
entre casados y divorciados es mayor en España (18,3) que en Europa
(13,2), lo que podría significar que el impacto emocional del divorcio
decrece en las sociedades avanzadas conforme asumen los procesos de
ruptura de la convivencia en el marco de una normalidad institucional,
legal, cultural y personal. Por otra parte, el hecho de que, en España,
310 Eduardo Bericat

el bienestar emocional de los «separados» (–27,4) sea bastante menor


que el de los «divorciados» (–20,1) muestra, en primer lugar, que el
proceso de separación que conduce finalmente al divorcio está plaga-
do bien de las múltiples tensiones producidas por el propio conflicto
de pareja o bien de la aflicción causada por el rechazo del otro. En
segundo lugar es prueba, como ya hemos comentado, de la existencia
de un proceso de adaptación a, o de resolución de, la catástrofe vital
que supone el divorcio.
Por último, como podremos ver en la tabla 9.2 del siguiente capí-
tulo, la diferencia entre el bienestar emocional de las personas casadas
y el de las divorciadas es mucho mayor en el caso de los hombres
(28,7), que en el de las mujeres (9,0). Esto nos da una idea de hasta
qué punto la felicidad de los hombres depende de la institución ma-
trimonial. Al contrario, el bienestar emocional de las mujeres divor-
ciadas (–18,4) es tan solo algo menor que el de las casadas (–9,4). En
Europa, la diferencia de felicidad existente entre casados y divorciados
(13,4) es muy similar a la que existe entre casadas y divorciadas (11,2),
información que refuerza la idea de que las sociedades evolucionan,
aunque muy lentamente, hacia estados de convivencia en pareja cada
vez más igualitarios.

8.4.2. Viudas y viudos


La mayor parte de las investigaciones empíricas sobre la felicidad ava-
lan que la viudedad está asociada con un descenso más o menos pro-
nunciado y prolongado del bienestar emocional (Yap et al., 2012).
Tras la muerte del esposo, especialmente durante el primer año, las
personas viudas experimentan un fuerte descenso en su bienestar sub-
jetivo (Clark y Oswald, 2002). Y aunque las personas se adaptan con
el tiempo a la viudedad, sus niveles permanecen significativamente
por debajo del nivel que disfrutaban con anterioridad al fallecimiento
de su pareja. Pese a que en la literatura científica existe cierto debate
acerca de si los bajos niveles de felicidad que experimentan las per-
sonas viudas son consecuencia de la pérdida del esposo/a o si, por el
contrario, derivan del efecto de la edad sobre el bienestar emocional
(Yap et al., 2012; Anusic et al., 2014), en general, se acepta que la
viudedad tiene efectos duraderos sobre la felicidad de las personas.
Veenhoven (1991) alude al hecho de que en la viudedad, así como
en otras catástrofes vitales, opera un cierto ajuste de los estándares,
esto es, descienden las aspiraciones, así como también los grupos de
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 311

referencia utilizados para evaluar, por comparación, la propia situa-


ción de vida. Sin embargo, concluye que el efecto de estos meca-
nismos de ajuste no parece suficiente para mantener los niveles de
bienestar emocional, pues viudos y viudas son por lo general más in-
felices. Aunque se percibe una progresiva recuperación tras la muerte
de la pareja, el proceso adaptativo se prolonga al menos durante ocho
años, y además la recuperación nunca es completa. Por otra parte,
también se ha demostrado que durante los cuatro años anteriores a
la viudedad las personas experimentan un progresivo descenso de su
bienestar emocional (Diener et al., 2006), quizá debido al proceso
que conduce finamente a la muerte del cónyuge o pareja.

tabla 8.8. Bienestar socioemocional (IBSE), según estado de convivencia.


España y Europa

Estado marital España Europa-27


Casado/a – 1,8 4,8
Separado/a – 27,4 – 21,1
Divorciado/a – 20,1 – 8,4
Viudo/a – 32,3 – 21,0

Población total – 3,4 1,5

Fuente: ESS-2006+2012.

Los análisis empíricos elaborados con el IBSE (tabla 8.8) demues-


tran que la estructura afectiva de las personas viudas está caracterizada
por un bienestar emocional especialmente bajo, tanto en España
(–32,3) como en Europa (–21,0). En comparación con el bienestar
emocional de los casados, las personas viudas experimentan en España
una disminución de la felicidad equivalente a 30,5 puntos, disminu-
ción que es sensiblemente mayor que la europea, equivalente a 25,6
puntos de la escala. En suma, los datos corroboran el bajo nivel de
bienestar emocional que experimentan las personas viudas en España,
bastante inferior al experimentado en Europa.
Dado que este colectivo está formado en su mayor parte por
mujeres, interesa especialmente conocer cuál es exactamente el grado
de felicidad de las viudas y de los viudos. Una vez estimando su res-
pectivo IBSE, tanto en España como en Europa se comprueba que las
diferencias existentes entre ambos son abrumadoras. En España, el
bienestar emocional de los viudos (–14,3) es mucho más alto que el de
312 Eduardo Bericat

las viudas (–36,2), cuyas estructuras afectivas son de neta insatisfac-


ción e infelicidad. Este análisis nos revela, además, una información
empírica realmente sorprendente: mientras los viudos españoles
muestran unos grados de felicidad casi idénticos al de los europeos,
que es de –13,8 puntos en la escala del IBSE, el grado de felicidad
de las viudas españolas es muy inferior al de las europeas, que es de
–22,9 puntos. Dicho de otra forma, estos datos demuestran la exis-
tencia de una profunda asimetría de género que puede ser debida a
la exclusión social que sufre este colectivo en España. En cualquier
caso, sea por la razón que sea, ahora sabemos que la situación emo-
cional de las viudas españolas es muy desfavorable, pues es uno de
los colectivos sociales que están, claramente, excluidos de la felici-
dad. Un IBSE medio equivalente a –36,2 no deja lugar a dudas so-
bre la penosa estructura afectiva en la que estas personas experimen-
tan su vida.
A diferencia del divorcio, hemos visto que los resultados de las
investigaciones realizadas sobre la viudedad demuestran que, prime-
ro, su impacto emocional es más perdurable; y, segundo, que las per-
sonas viudas ya no recuperan los niveles de bienestar emocional pre-
cedentes (Veenhoven, 1991; Lucas, et al., 2003; Bonano, et al., 2004;
Diener, et al., 2006). Ahora bien, dado que algunas investigaciones
han aportado indicios de que el deterioro de la felicidad en las perso-
nas viudas podría ser debido a los efectos de la edad, y no tanto al
efecto directo provocado por la pérdida del esposo o esposa (Anusic
et al., 2014), hemos estimado el IBSE de las personas casadas y viudas
mayores de 60 años de edad, según cohortes quinquenales. Los datos,
incluidos en la tabla 8.9, muestran claramente que las diferencias en
el grado de felicidad de las personas casadas y de las viudas se mantie-
nen muy altas, y más o menos estables, a lo largo de todo el ciclo vi-
tal, al menos hasta los ochenta años. Y este resultado ha de interpre-
tarse en el sentido de que, independientemente de la edad, el hecho
de haber enviudado, en comparación con seguir casado o en pareja,
tiene por consecuencia disfrutar de un menor nivel de bienestar emo-
cional. Como decimos, a partir de los ochenta años, las diferencias
entre ambos estados se reducen considerablemente tanto en España
como en Europa, pero todavía en esas edades el bienestar emocional
de las personas casadas es superior al de las viudas.
Para concluir este análisis preliminar del bienestar emocional de
viudas y viudos, tanto españoles y europeos, en la tabla 8.10 se ofrecen
los porcentajes de personas felices, contentas, satisfechas, insatisfechas
Las catástrofes vitales y la adaptación humana a las circunstancias… 313

e infelices que hay en cada una de las cuatro submuestras de población.


Estos datos sintetizan cuál es la verdadera situación emocional de las
viudas españolas, pues demuestran que la mitad de ellas, exactamente
un 49,8%, se sienten «no satisfechas» o «no felices» (25,2% + 24,6%).
Como hemos indicado anteriormente, la situación de las viudas no es
comparable a la de los viudos, pues en ellos el porcentaje suma de no
satisfechos y no felices (20,7% + 9,1%) es 20 puntos inferior al de las
viudas. Una de cada cuatro viudas españolas (24,6%) es infeliz, casi
tres veces más que en el caso de los viudos.

tabla 8.9. Bienestar socioemocional (IBSE) de casados y viudos, según edad.


España y Europa

España Europa-27
Edad
Casado Viudo Casado Viudo
60-64 2,8 –39,5 6,1 –20,4
65-69 –10,3 –38,5 4,9 –21,8
70-74 4,1 –29,3 6,6 –20,0
75-79 –14,3 –41,1 1,2 –24,2
80-84 –12,0 –32,8 0,2 –21,5
85-90 –12,0 –16,2 –2,2 –14,9
90 y + (–) –10,6 6,1 –13,2

Fuente: ESS-2006+2012.

tabla 8.10. Tipos de bienestar socioemocional en viudas y viudos. España y


Europa (% población)

España (%) Europa-27 (%)


Tipos
Viudos Viudas Viudos Viudas
Felices 9,3 7,8 9,8 9,6
Contentos 20,5 11,8 22,7 19,0
Satisfechos 40,5 30,5 38,4 34,3
No satisfechos 20,7 25,2 18,6 19,9
No felices 9,1 24,6 10,5 15,9

Total 100,0 100,0 100,0 100,0

Fuente: ESS-2006+2012.

Al comparar los datos españoles y europeos vemos, en primer


lugar, que en Europa las diferencias entre viudos y viudas son bastante
menores y, en segundo lugar, que el bienestar emocional de las viudas
españolas es bastante inferior al de las europeas. Considerando esta
314 Eduardo Bericat

información es evidente, tal y como venimos manteniendo a lo largo


de todo este estudio, que el hecho de haber perdido a su esposo o pa-
reja no puede ser la única causa de su malestar emocional. Según el
análisis de Arens (1984), aunque los datos muestran un deterioro ge-
neral de la felicidad de las personas viudas, solamente se detecta la
existencia de un efecto directo en el caso de las viudas. «Las personas
viudas experimentan menores niveles de bienestar en gran medida de-
bido a que tienden a ser de mayor edad, tienen peor salud y son menos
activas en la vida social que las personas casadas. En el caso de las
viudas, sus bajos recursos económicos también constituyen un factor
esencial». Es suma, lo que nuestros datos ponen de manifiesto es que
los ocupantes de esta posición social, esto es, las viudas, tienen en la
sociedad española un bajo nivel de bienestar emocional. Por supuesto,
es necesario considerar que para muchas mujeres la viudedad inaugu-
ra una fase de notable precariedad económica; que la pérdida de la
pareja puede condicionar una reducción de sus niveles de actividad y
de participación social; o que el estado de salud de las personas viudas
suele ser peor que el de las casadas. Ahora bien, desde una perspectiva
política orientada a incrementar la calidad social de un país, e inde-
pendientemente de los factores causantes de este profundo malestar, es
preciso reconocer en primer lugar la magnitud del problema, esto
es, el grado en que las personas viudas, y muy especialmente las mu-
jeres viudas, están excluidas de la felicidad. A partir de esta necesaria
concienciación, podrán investigarse los mecanismos y políticas socia-
les más eficientes que hayan de resolver este preocupante problema
social.
9. LAS DESIGUALDADES EMOCIONALES DE GÉNERO
Y DE EDAD: MUJERES, PERSONAS MAYORES Y JÓVENES

Pese a que el sexo y la edad son dos rasgos puramente biológicos de


las personas, siempre han sido utilizados por todas las comunidades y
sociedades como criterios de estructuración social. Las clasificaciones
de sexo y edad distribuyen a los individuos en diferentes posiciones
sociales, cuya naturaleza, a partir de ese mismo momento, trasciende
la pura biología. El contenido económico, laboral, cultural, político
y social de cada una de estas posiciones hace que se integren, no solo
en las lógicas sociales de la diferencia, sino también que formen parte
esencial de las lógicas sociales de desigualdad. Esto es, el sexo y la
edad constituyen criterios esenciales de la estratificación social.
En este último capítulo queremos comprobar hasta qué punto
las múltiples desigualdades económicas, jurídicas, laborales, políti-
cas, educativas o culturales implícitas en las posiciones sociales vincu-
ladas al género o a la edad dejan su marca en el bienestar emocional
de los hombres y de las mujeres, de los jóvenes, de las personas ma-
duras y de las mayores. Queremos conocer cuáles son sus niveles de
bienestar subjetivo, y también si sus diferencias emocionales pueden
ser comprendidas en el marco de una estratificación social de la feli-
cidad que considera tanto las condiciones eudemónicas de la felici-
dad, como los factores esenciales de la teoría sociológica de la infelici­
dad, esto es, la falta de dinero, de respeto y de sentido.
En el apartado dedicado a las mujeres y a los hombres tratamos
de comprobar hasta qué punto existen en nuestras sociedades asime-
trías de género en bienestar emocional, es decir, si idénticos factores
producen en hombres y mujeres distintos niveles de felicidad. En con-
creto, exploramos si determinados hechos pertenecientes al ámbito
del trabajo, al de la convivencia y al educativo están asociados con
estructuras afectivas diferentes en el caso de las mujeres y en el de los
hombres. En el apartado dedicado a las personas mayores se pone de
manifiesto cómo el grado de felicidad de diferentes posiciones sociales
no depende fundamentalmente de la posición en sí misma, sino de las
316 Eduardo Bericat

condiciones existenciales que caracterizan a sus ocupantes. En con-


creto, veremos cómo varían los niveles de bienestar emocional de las
personas mayores según cuál sea su estado de salud y su grado de so-
ledad. Por último, comprobaremos cómo en el seno de cada una de
las posiciones sociales, como por ejemplo en la «juventud», supuesta-
mente una etapa de la vida «feliz», existe una amplia diversidad de
situaciones sociales que dan lugar a una amplia diversidad de situa-
ciones emocionales. En concreto, comprobaremos si los jóvenes estu-
diantes, los trabajadores y los «ninis» tienen distintos niveles de bien-
estar emocional; si el nivel de felicidad de los jóvenes cambia según
su edad; y en qué medida la falta de sentido afecta al bienestar emo-
cional de la juventud.

9.1. EL NIVEL DE BIENESTAR EMOCIONAL SEGÚN GÉNERO


Y EDAD

A lo largo de la historia casi todos los grupos y comunidades huma-


nas han utilizado el género y la edad como elementos básicos de su
estructura social. Además, en todos los grupos y comunidades tra-
dicionales el género y la edad han constituido al mismo tiempo cri-
terios clave de su estratificación social (Littlejohn, 1975). Nuestras
sociedades modernas y desarrolladas niegan de raíz, explícitamente
y por principio, la posibilidad de que el género y la edad ordenen
la estructura social. Y, por supuesto, niegan aún más radicalmente la
posibilidad de que ambas características, o cualesquiera otras, con-
figuren criterios legítimos de estratificación social. Ahora bien, este
rechazo normativo y ético al hecho de que el género o la edad sus-
tenten desigualdades sociales en absoluto significa que, de facto, tales
desigualdades hayan desaparecido. Incluso en las sociedades europeas
más avanzadas e igualitarias puede constatarse la persistencia de muy
diversas formas, manifiestas y latentes, en las que se institucionaliza la
desigualdad de género. Con respecto a la edad, es obvio que nuestras
sociedades presentan una clara estructuración social de las edades que
puede sintetizarse, considerando que ahora la vida se extiende du-
rante noventa años, mediante una imagen del ciclo vital compuesta
por tres categorías: los niños y jóvenes, de menos de treinta años; las
personas maduras, cuya edad oscila entre los treinta y los sesenta; y
las personas mayores, de sesenta años o más. Una buena parte de los
problemas políticos que en la actualidad están afrontando muchos
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 317

países desarrollados, entre ellos España, deriva de la necesaria rees-


tructuración social que han de acometer para configurar una óptima
distribución social de las funciones y del sentido que corresponda a
cada uno de estos tres grandes periodos del ciclo vital. La actual pauta
de estructuración social de las edades, como aquella que pueda esta-
blecerse en el futuro, conlleva un modo típico de estratificación con
consecuencias en las estructuras afectivas y en los niveles de felicidad
de jóvenes, maduros y mayores.
Con respecto al género, los índices e indicadores sociales nos
muestran que, pese a los indudables avances registrados en la igualdad
entre hombres y mujeres en las sociedades europeas, el fenómeno de
la desigualdad de género persiste como un rasgo básico de nuestra es-
tructura y estratificación social (Bericat, 2012; EIGE, 2013; Bericat y
Sánchez, 2016). La mejora en igualdad es constatable, aunque dema-
siado lenta e irregular, pues no avanza simultáneamente con idéntico
ritmo en todos los ámbitos sociales. Así, en el ámbito de la formación
los datos evidencian que los logros educativos de las mujeres ya supe-
ran al de los hombres. Ahora bien, en el ámbito laboral los datos reve-
lan que, primero, el nivel de participación de la mujer en el mercado
de trabajo sigue siendo inferior al de los hombres y, segundo, que las
condiciones laborales de las mujeres siguen siendo peores que las de
los hombres. Por último, la desigualdad de género en el ámbito del
poder, en cualquiera de los niveles jerárquicos en los que se toman
decisiones, sigue siendo muy elevada. En este ámbito apenas se regis-
tran avances significativos, y los techos de cristal operan como pesadas
losas que impiden a las mujeres acceder a los puestos de responsabili-
dad que les corresponderían en función de sus propios méritos (Beri-
cat y Sánchez, 2016).
En suma, si los datos confirman que la desigualdad de género
subsiste, que las mujeres ocupan una posición social inferior a la de
los hombres en el marco de la estratificación social, que disponen
de un menor nivel de recursos económicos y de otro tipo, que su
consideración social es menor, que están socialmente discriminadas,
y que ocupan posiciones inferiores en la estructura de poder, debe-
ríamos esperar que sus niveles de bienestar emocional fueran inferio-
res a los de los hombres. En efecto, algunos análisis comparativos
internacionales han probado que las diferencias entre el bienestar sub-
jetivo de hombres y mujeres varían tanto con el grado de desigualdad
de género existente en el país, sobre todo, en los ámbitos de la edu-
cación y de los ingresos, como con el grado en que la población
318 Eduardo Bericat

general mantenga valores sociales de igualdad de género (Tesch-Rö-


mer et al., 2008).
Sin embargo, lo sorprendente es que, en general, los análisis rea-
lizados utilizando como medida de bienestar subjetivo las escalas de
Cantril, de satisfacción o de felicidad (escalas CSF) ofrecen niveles de
felicidad similares para los hombres y para las mujeres. Este resultado
contraviene la lógica implícita en la estratificación social, que debería
operar en paralelo a la de la estratificación social de la felicidad, así
como también a la lógica implícita en la teoría social de la infelicidad.
Esta teoría mantiene que aquellas posiciones sociales que dispongan
de un menor nivel de recursos económicos y de otro tipo, a las que se
trate con menor respeto y más injustamente, y que adolezcan en ma-
yor medida de sentido social, deberían experimentar un menor grado
de felicidad.
A diferencia de lo que sucede con las escalas CSF, y en concordan-
cia con la posición que siguen ocupando las mujeres en la estratifica-
ción social, así como con lo previsto por la teoría sociológica de la infe­
licidad, los análisis realizados utilizando como medida de bienestar
subjetivo el índice de bienestar socioemocional (IBSE), muestran no
solo que el nivel de felicidad de las mujeres es inferior al de los hom-
bres, sino también que su estructura afectiva es diferente, pues en ge-
neral experimentan más emociones positivas que los hombres, pero
también más negativas.

tabla 9.1. Bienestar socioemocional (IBSE), según género. España y Europa,


2006 y 2012

España Europa-27
2006
Hombre 6,1 6,0
Mujer –7,3 –6,4

2012
Hombre 3,0 10,1
Mujer –14,0 –3,0

Fuente: ESS-2006 y 2012.

Los datos de la tabla 9.1 prueban que el grado de bienestar emo-


cional de los hombres, tanto en España como en Europa, y tanto en
2006 como en 2012, es mayor que el de las mujeres. En el año 2006,
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 319

la desigualdad de género en bienestar emocional, esto es, la diferencia entre


el grado de felicidad de los hombres y las mujeres era equivalente en
España a 13,4 puntos del IBSE y en Europa a 12,4 puntos. En nuestro
país, la brecha emocional de género incluso se amplía en 2012, llegan-
do hasta los 17,0 puntos, mientras que en Europa prácticamente se
mantiene estable, subiendo un poco hasta los 13,1 puntos.
Nuestras estimaciones no solo muestran que el bienestar emocio-
nal de las mujeres es inferior, sino también diferente. Las mujeres sue-
len experimentar más emociones positivas que los hombres, pero tam-
bién más emociones negativas (Brody, 1999). De hecho, analizando
las cuatro dimensiones que componen el IBSE (tomando como base
la muestra 2006+2012 de Europa-27), se observa que el valor de la
dimensión de «situación», compuesta por los estados emocionales de
felicidad y de disfrute en la vida, es bastante parecido en hombres y
mujeres (+3,0 y +1,1, respectivamente). Esto concuerda con el hecho
de que el bienestar subjetivo medido mediante las escalas univariables
CSF sea bastante similar. Sin embargo, existe una gran diferencia en-
tre hombres y mujeres en la dimensión de «estatus» (+9,3 y –14,2,
respectivamente), lo que demuestra que, por lo general, las mujeres se
sienten más tristes, solas y deprimidas. En la dimensión de «persona»
(+9,2 y –3,3, respectivamente) y en la dimensión de «poder» (+11,7 y
–1,7), también existe una evidente diferencia emocional de género a
favor de los hombres.
En suma, constatamos que, en paralelo a la desigualdad de género
que todavía experimentan las mujeres, el nivel medio de su bienestar
emocional es inferior al de los hombres. Ahora bien, una vez demos-
trada la existencia, tanto en España como en Europa, de desigualdad
de género en bienestar emocional, dedicaremos el siguiente apartado
a verificar la existencia de otras asimetrías emocionales de género, más
específicas, en las que se ponen de manifiesto algunos mecanismos,
lógicas y procesos de la discriminación social que sigue sufriendo la
mujer.
Con respecto a las desigualdades de edad en bienestar emocional, la
abundante investigación empírica realizada hasta ahora muestra que el
efecto neto de la edad sobre el bienestar subjetivo asume una pauta
con forma de «U». Esto significa que el impacto (medido mediante las
escalas CSF) tanto de la «edad joven» como de la «edad mayor» en la
felicidad es positivo. Por el contrario, el efecto neto de la edad en los
años intermedios del ciclo vital, es decir, en la «edad madura», opera
reduciendo el nivel de bienestar subjetivo (Lelkes, 2008). Ahora bien,
320 Eduardo Bericat

tal y como hemos advertido a lo largo de este libro, un «efecto neto» no


determina en exclusiva el nivel bruto de bienestar emocional que expe-
rimenten los jóvenes, las personas maduras o las personas mayores. Es
evidente que otros muchos «efectos netos» contribuyen a la generación
de su balance final de felicidad, que es el que las personas concretas
sienten realmente, es decir, el que experimentan en sus vidas.
Para el cálculo del efecto neto de la edad, los modelos multiva-
riantes deben controlar los efectos que tengan otras variables, como,
por ejemplo, el estado de salud, el nivel económico, la participación
social, el estado civil, etc., sobre el bienestar subjetivo. Los jóvenes, los
maduros y los mayores no solo se distinguen por tener una edad dife-
rente, sino también por otros muchos rasgos que condicionan su bien-
estar emocional. Así, es obvio que el grado de felicidad de las personas
mayores estará condicionado por su presumiblemente distinto estado
de salud; el de los jóvenes, por la fortaleza personal, sea física o psico-
lógica, que caracteriza a la juventud; o el de las edades medias, por el
gran número de responsabilidades y cargas de actividad que se asumen
generalmente durante este periodo del ciclo vital.
Ahora bien, de acuerdo con el leit motiv de este trabajo, cuya fi-
nalidad es conocer quiénes disfrutan de la vida y quiénes, muy al con-
trario, están excluidos de la felicidad, lo determinante es el análisis de
los niveles brutos de felicidad, es decir, saber en qué medida son felices
las personas jóvenes, las maduras y las mayores, y no tanto calcular
cuál pueda ser el efecto neto de la variable edad.
Con el fin de ofrecer datos estadísticamente representativos, ro-
bustos y fiables, se ha confeccionado el gráfico 9.1 utilizando la mues-
tra fusionada de 2006+2012 de los veintisiete países europeos. Según
las estimaciones del IBSE, se comprueban los siguientes hechos res-
pecto al bienestar emocional de las tres edades del ciclo vital: a) los
jóvenes disfrutan de los niveles más altos de bienestar emocional, si
bien sus niveles de felicidad descienden conforme aumenta su edad;
b) las personas mayores, a partir de los 75 años, experimentan un nivel
de bienestar emocional bastante bajo; y c) las personas maduras, desde
los 45 hasta los 74 años, disfrutan de niveles intermedios de felicidad.
Observando la pauta general mostrada por el gráfico, comprobamos
que la felicidad desciende progresivamente con la edad a lo largo de
todo el ciclo vital. De hecho, casi podría trazarse una línea recta desde
el nivel de bienestar emocional que disfrutan los jóvenes de entre 15 y
19 años (+10), hasta el nivel de las personas mayores de entre 85 y 89
años (–10).
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 321

gráfico 9.1. Bienestar socioemocional (IBSE), según edad. Europa-27,


2006+2012
12

10

6
Bienestar socioemocional, IBSE (media)

–2

–4

–6

–8

–10

–12
15- 20- 25- 30- 35- 40- 45- 50- 55- 60- 65- 70- 75- 80- 85- 90 y
19 24 29 34 39 44 49 54 59 64 69 74 79 84 89 +
Edad

Fuente: ESS-2006+2012.

El gráfico 9.1 también muestra algunas pautas específicas inte-


resantes que merecen comentarse. En primer lugar, vemos que el
nivel de bienestar emocional de los jóvenes va disminuyendo progre-
sivamente conforme va incrementando su edad, pero se mantiene en
niveles positivos, es decir, por encima de la media, hasta los 45 años.
En segundo lugar, observamos que a partir de los 45 se experimenta
un brusco descenso en el nivel de felicidad, que llega a ser negativo
entre los 50 y los 60 años. Este descenso podría interpretarse como
el resultado de la crisis emocional de la edad madura que, en nuestras
sociedades desarrolladas, con una esperanza de vida mucho mayor,
se habría desplazado unos diez años hacia adelante. Es decir, la crisis
de madurez habría pasado de ser la «crisis de los cuarenta», a ser la
«crisis de los cincuenta». En tercer lugar, observamos en el gráfico
322 Eduardo Bericat

que en los años previos a la edad de jubilación, es decir, en el quin-


quenio que va desde los 60 a los 65 años, la felicidad experimenta un
ligero repunte. Sin embargo, la felicidad vuelve a caer, aunque man-
teniendo niveles tan solo un poco por debajo de la media, durante
los diez primeros años tras la edad de jubilación, es decir, desde los
65 a los 75 años.
Por último, como ya hemos visto, a partir de los 75 años el bien-
estar emocional se desploma y ya no se vuelve a recuperar, permane-
ciendo prácticamente estable durante todo este periodo de vejez. Esta
estabilidad, que aparece en estudios observacionales, se convierte en
ligero declive cuando se analiza el bienestar subjetivo de las personas
mayores mediante estudios longitudinales (Schilling, 2006). En cual-
quier caso, otras investigaciones empíricas también muestran el brus-
co e importante descenso de bienestar subjetivo que experimentan las
personas de más de ochenta años (Jivraj et al., 2013). Como demos-
traremos en el epígrafe correspondiente, las personas mayores que ya
han entrado en la vejez constituyen uno de los grandes colectivos que,
en nuestras sociedades, también están claramente excluidos de la feli-
cidad.

9.2. MUJERES Y HOMBRES

Hemos visto ya que en nuestras sociedades existe desigualdad de gé-


nero en bienestar emocional. Ahora presentamos algunos resultados
procedentes de análisis exploratorios que tenían por objeto revelar
asimetrías emocionales de género vinculadas con diversos ámbitos de
la existencia social. Ilustraremos las múltiples asimetrías de género
descubiertas mediante algunos ejemplos pertenecientes a tres ámbi-
tos: el laboral, el de la convivencia en pareja y el educativo. En todos
estos casos se muestra que la distinta constitución social de hombres
y mujeres, esto es, el género, hace que los mismos hechos produzcan
en ambos sujetos consecuencias emocionales diferentes.

9.2.1. El trabajo
En el ámbito laboral podemos encontrar muchas asimetrías emocio-
nales que solamente pueden comprenderse y explicarse en el marco
de una sociedad en la que persiste la desigualdad estructural de géne-
ro. Así, los datos muestran que la diferencia entre el nivel de bienestar
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 323

socioemocional de las mujeres que no trabajan y las que trabajan es


menor que en el caso de los hombres; que el descenso de bienestar
emocional que provoca el desempleo en las mujeres es menor que en
los hombres; y que el hecho de trabajar o no en el periodo central
de la madurez, es decir, entre los 25 y los 44 años, tiene un menor
impacto bruto en las mujeres que en los hombres. Estas asimetrías
emocionales prueban que la relevancia que tiene la actividad laboral
en la vida de las mujeres sigue siendo menor a la que tiene para los
hombres.
Las estimaciones del IBSE, realizadas con la ESS-2006, muestran
que el bienestar emocional de los europeos y de las europeas que tra-
bajan (+9,7 y –1,1, respectivamente) es mayor que el de los que no
trabajan (–0,4 y –7,8, respectivamente). Ahora bien, ¿quiénes incre-
mentan más su grado de felicidad al pasar de la posición social de no
trabajador a la de trabajador? La respuesta a esta pregunta es la si-
guiente: mientras que los hombres que trabajan, en comparación con
los que no lo hacen, mejoran su nivel de bienestar emocional en 10,1
puntos, las mujeres que trabajan, en comparación con las que no tra-
bajan, tan solo lo mejoran en 6,7 puntos. Dicho de otro modo, pode-
mos concluir que el trabajo remunerado sigue siendo socioemocional-
mente más importante para los hombres que para las mujeres (Bericat,
2016b), hecho que revela, sin duda, una clara asimetría emocional de
género.
Al analizar el bienestar emocional de las mujeres y de los hom-
bres que trabajan y no trabajan, según edad, también se ponen de
manifiesto algunas otras asimetrías. Por ejemplo, en el núcleo del
periodo de la vida laboral, es decir, entre los 35 y los 55 años, el
bienestar emocional de los hombres que no trabajan, comparado
con el de aquellos hombres que sí lo hacen, sufre un desplome real-
mente dramático, llegando incluso a superar los 30 puntos de dife-
rencia en el IBSE. Ahora bien, las diferencias existentes entre el nivel
de bienestar emocional de las mujeres que trabajan y el de las que no
trabajan no son tan elevadas como las de los hombres en ninguna
cohorte de edad. El hecho de trabajar o no trabajar tiene una menor
relevancia emocional para la vida de las mujeres que para la de los
hombres. En suma, la asimetría de género en relación al trabajo tam-
bién se manifiesta en el diferente impacto emocional que el desempleo
tiene sobre las mujeres y sobre los hombres. El desplome emocional
que provoca el desempleo en el IBSE de los hombres (–20,7) es ma-
yor que en el de las mujeres (–15,4) (Bericat, 2016b). Otras muchas
324 Eduardo Bericat

investigaciones (Dolan et al., 2008; Bryson et al., 2012) también


prueban la existencia de esta asimetría afectiva vinculada al ámbito
laboral.
Las diferencias observadas en el nivel de bienestar emocional de
las mujeres, según su edad, también muestran una peculiar distribu-
ción. Así, las diferencias entre las mujeres que trabajan y las que no
trabajan son mínimas entre los 25 y los 44 años de edad, es decir, en el
periodo fértil de las mujeres en las sociedades avanzadas. En este perio-
do de la vida, en el que las mujeres pueden asumir y optar, bien por
roles sociales productivos, bien por reproductivos, la incorporación o no
al mercado de trabajo tiene un menor impacto sobre su felicidad. Aho-
ra bien, una vez que la mujer abandona el periodo reproductivo y de
cuidados de la prole y, por tanto, se enfrenta de alguna manera al ries-
go de un progresivo vaciamiento funcional de sus roles sociales, el
bienestar emocional de las mujeres trabajadoras, en comparación con
las que no trabajan, vuelve a incrementarse. Esto es, la mujer pasa de
un periodo del ciclo vital en el que experimenta una sobresaturación
funcional, a otro en el que su rol experimenta un vaciamiento progre-
sivo. Por esta razón, pasado el periodo central de la vida, las mujeres
obtienen importantes recompensas socioemocionales por el hecho de
trabajar (Bericat, 2016b). Es evidente que estas pautas según edad tie-
nen mucho que ver con el sentido social y con la sensación de logro
que pueden obtener los seres humanos a tenor de la funcionalidad y
el estatus social del rol que desempeñen en cada momento de su vida.

9.2.2. La convivencia en pareja


En este apartado pondremos de manifiesto dos asimetrías emociona-
les de género que operan en el ámbito de las relaciones de pareja. En
primer lugar, veremos que el matrimonio o la relación de pareja sigue
siendo en nuestras sociedades una institución asimétrica según gé-
nero, pues la ganancia emocional que obtienen los hombres con ella
es mayor que la que obtienen las mujeres. En segundo lugar, veremos
que cuando una pareja reproduce el orden desigualitario tradicional,
es decir, cuando el estatus social del hombre es superior al de su pare-
ja, ambos mejoran su nivel de bienestar emocional. Sin embargo,
cuando el estatus social de la mujer es superior al de su pareja sucede
exactamente lo contrario, es decir, que ambos empeoran su bienestar
emocional, pues disfrutan de un nivel de felicidad inferior al que les
correspondería de acuerdo a su respectivo estatus social.
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 325

La socióloga Jessie Bernard, con su libro El futuro del matrimonio,


publicado en 1972, fue una de las primeras investigadoras sociales que
puso al descubierto la gran asimetría de género que caracterizaba a la
institución del matrimonio. Amparándose en los resultados de su es-
tudio concluyó que no existe un matrimonio, sino dos, el de «ellos»,
los hombres, y el de «ellas», las mujeres. En la cultura popular el ma-
trimonio aparece para el hombre como una institución y un compro-
miso lleno de cargas aunque, paradójicamente, ellos acaban benefi-
ciándose más de los servicios que en su seno le son dispensados por la
mujer. A la inversa, el matrimonio de la mujer se presenta como un
destino deseado e idealizado aunque para ellas, en realidad, esta insti-
tución está caracteriza por un déficit de poder y por la obligación de
prestar servicios (Camarero, 2010; Bericat, 2014: 192). Algunas in-
vestigaciones posteriores han tratado de verificar la tesis de Bernard, es
decir, que el matrimonio es bueno para ellas, pero mejor aún para
ellos. Sin embargo, la evidencia empírica disponible hasta ahora no ha
arrojado unos resultados incuestionables, sino más bien contradicto-
rios (Starbuck, 2000; Baxter y Gray, 2003). Las estimaciones del índi­
ce de bienestar socioemocional (IBSE) según la situación de convivencia
de hombres y mujeres, incluidas en la tabla 9.2, arrojan alguna luz al
respecto y, al menos provisionalmente, avalarían la tesis de que en la
actualidad, más de cuarenta años después de que el trabajo de Bernard
fuera publicado, y en el marco de una sociedad como la española que
lleva varias décadas luchando para lograr la plena igualdad de género,
el matrimonio o la convivencia en pareja sigue siendo una institución
asimétrica que, en términos relativos, es emocionalmente algo mejor
para los hombres y emocionalmente algo peor para las mujeres.
Los indicios empíricos de esta tesis pueden calcularse analizando
las ganancias de felicidad que obtienen, respectivamente, los hombres
y las mujeres, al pasar de unas situaciones de convivencia a otras. Así,
utilizando los datos de España de la tabla 9.2, comprobamos que el
grado de bienestar emocional de los hombres casados (+6,7) es mayor
que el de los hombres solteros (+5,9). En el caso de las mujeres, al
contrario, las casadas (–9,4) tienen un nivel de bienestar emocional
sensiblemente menor que el de las solteras (–1,5). Es decir, mientras
que los hombres casados son un poco más felices que los solteros, las
mujeres casadas son menos felices que las solteras.
Un segundo indicio de lo bueno que pueda ser la institución del
matrimonio para hombres y mujeres vendría dado por el cambio de
bienestar emocional que existe entre casados/casadas y divorciados/
326 Eduardo Bericat

divorciadas. Así, el bienestar emocional de un hombre que pasa de


estar casado (+6,7) a divorciado (-22,0) se reduce considerablemente,
pues disminuye 28,7 puntos en la escala del IBSE. En el caso hipoté-
tico de que una mujer pasara de estar casada (–9,4) a estar divorciada
(–18,4), la reducción de bienestar emocional sería bastante menor,
equivalente a tan solo 9,0 puntos en la escala del IBSE. En suma, estos
datos avalarían la tesis de la asimetría emocional de la institución del
matrimonio, aunque solo de un modo tentativo y provisional, en tanto
los análisis longitudinales llevados a cabo con encuestas panel no co-
rroboren definitivamente estos resultados.

tabla 9.2. Bienestar socioemocional (IBSE), según género y situación de


convivencia. España y Europa

España Europa-27
Situación de convivencia
Hombre Mujer Hombre Mujer
Casado/a 6,7 –9,4 10,9 –1,1
Separado/a –23,0 –30,4 –16,9 –23,8
Divorciado/a –22,0 –18,4 –2,4 –12,3
Viudo/a –14,3 –36,2 –13,8 –22,9
Soltero/a 5,9 –1,5 8,6 –1,0
Total 4,5 –10,7 8,3 –4,5

Fuente: ESS-2006+2012.

El caso de asimetría de bienestar emocional de género que ofrece-


mos a continuación tiene que ver con la diferencia de estatus social
que exista entre los miembros del matrimonio o de la pareja, es decir,
está relacionado con la desigualdad marital de género. En concreto,
queremos saber si esta desigualdad de estatus está asociada a diferentes
niveles de bienestar emocional en cada uno de los miembros de la
pareja. Para ello, distinguimos entre parejas homógamas, en las que sus
dos miembros tienen un nivel de estatus social similar, y parejas hete­
rógamas, en las que el estatus social de uno de ellos es mayor que el del
otro. Dentro de estas últimas, analizaremos lo que les sucede a los
miembros en las parejas hipérgamas, aquellas en las que la mujer tiene
un estatus social inferior al del hombre (modelo tradicional), y en las
parejas hipógamas (modelo posmoderno), aquellas en las que el hom-
bre tiene un estatus social inferior al de la mujer. La hipergamia ha
caracterizado la tradicional composición de los matrimonios en las
sociedades con una gran desigualdad de género: en la pareja, el hombre
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 327

tenía un alto estatus social, mientras que el estatus de la mujer solía ser
más bajo. Ahora bien, en las sociedades avanzadas, con los crecientes
logros educativos de las mujeres y el continuado crecimiento de las
tasas femeninas de empleo, la hipogamia, al menos en Europa, es ya
tan frecuente como la hipergamia. Esto implica que, en la actualidad,
muchos matrimonios o parejas están formados por una mujer que
tiene un estatus social superior al del hombre.
Con el objeto de comprobar cuál es el nivel de bienestar de los
miembros de una pareja en cada uno de los cuatro casos posibles (Be-
ricat, 2014), es decir, en parejas formadas por un hombre de alto esta-
tus y una mujer de bajo (hipergamia); por una mujer de alto estatus y
un hombre de bajo (hipogamia); por un hombre y por una mujer de
alto estatus (homogamia); o por un hombre y una mujer de bajo esta-
tus (homogamia), hemos calculado el estatus social de los dos miem-
bros de la pareja utilizando el índice socioeconómico internacional de
estatus ocupacional (ISEI) (Ganzeboom et al., 1992; Ganzeboom y
Treiman, 1996). Una vez estimado el estatus socioeconómico de los en-
trevistados y el de sus respectivas parejas, hemos analizado si los miem-
bros de estos cuatro tipos de pareja mejoran o empeoran su bienestar
emocional respecto al que tendrían en función de su pertenencia a su
estatus social, sea bajo (ISEI=16-27) o alto (ISEI=62-90).

tabla 9.3. Variaciones en el nivel de bienestar socioemocional (IBSE) de


mujeres y hombres, según su estatus socioeconómico y el de su pareja.
Europa, 2006

MUJER
Estatus Estatus
BAJO ALTO
Estatus Mujer – 6,71 Mujer –10,88
BAJO Hombre 1,15 Hombre –14,21
HOMBRE
Estatus Mujer 11,45 Mujer – 0,99
ALTO Hombre 15,44 Hombre 3,12

Fuente: ESS-2006.

Los datos presentados en la tabla 9.3 son los resultados básicos


del análisis que revelan, como ya hemos comentado, una sorprenden-
te asimetría emocional de género en el marco de la convivencia en
pareja. En síntesis, muestran que cuando una mujer de estatus bajo
convive con un hombre de estatus alto (modelo tradicional), ambos
328 Eduardo Bericat

miembros de la pareja, tanto la mujer como el hombre, disfrutan de un


nivel de bienestar emocional superior al que les correspondería según su
propio estatus. En este tipo de parejas, la mujer mejora su grado de feli-
cidad en 11,45 puntos del IBSE y el hombre en 15,44 puntos. Pero
¿qué sucede en el caso inverso, es decir, cuando un hombre de estatus
bajo convive con una mujer de estatus alto? En estos casos (modelo
posmoderno), tal y como podemos comprobar en los datos de la casilla
superior derecha, ambos miembros de la pareja reducen su nivel de
bienestar emocional con respecto al que les correspondería según su
propio estatus. En este caso, el grado de felicidad de la mujer desciende
10,88 puntos y el del hombre, 14,21 puntos. En suma, otra asimetría
de género mediante la que constatamos que toda lógica de discrimina-
ción social deja una huella en el bienestar emocional de las personas
(Bericat, 2014). Es evidente que la subversión del orden tradicional,
producido por el hecho de que el aumento del estatus social de la mujer
pone en riesgo la posición dominante del hombre en el seno de la pare-
ja, genera tensiones de convivencia que tienden a reducir el bienestar
emocional de sus dos miembros. Esto datos también demuestran que
todo cambio social tiene un coste emocional, coste que recae más inten-
samente en aquellas personas que apuestan por el cambio.

9.2.3. El logro educativo


El análisis del nivel de felicidad de hombres y mujeres según nivel edu-
cativo nos permite constatar una nueva asimetría de género. Veremos
que las ganancias en bienestar emocional que tienen las mujeres con
un mayor nivel educativo, con respecto a aquellas que tiene un menor
nivel educativo, son mayores a las que obtienen los hombres. Dicho
de otra manera, la relevancia emocional que tiene la educción para
las mujeres en la actualidad es bastante mayor que para los hombres.
Esta relevancia emocional podría explicar la especial relación que las
mujeres tienen con la educación y, particularmente, la gran implica-
ción, esfuerzo e inversión formativa que realizan. Esta especial dispo-
sición formativa de las mujeres, en comparación a la que muestran
los hombres, se manifiesta ya en los mayores niveles educativos que
logran. La educación constituye una clave fundamental del progreso
social y de la felicidad de las mujeres, y ellas son perfectamente cons-
cientes de esto, por lo que actúan en consecuencia.
Teniendo en cuenta la importancia que en la actualidad otorga-
mos a la educación, y el grado en que condiciona tanto el estatus social
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 329

como el éxito laboral de las personas, cabría esperar que existiera una
correlación bastante alta entre nivel educativo y bienestar emocional.
Sin embargo, aunque la mayor parte de las investigaciones revelan la
existencia de una correlación estadísticamente significativa, también
demuestran que tal correlación es bastante débil (Diener et al., 1993;
Diener et al., 1999; Watson et al., 2010; OCDE, 2011). En una revi-
sión de los estudios empíricos realizados al respecto, Witter et al.
(1984) encontraron que el nivel educativo explicaba tan solo entre un
1% y un 3% de la varianza de la felicidad. Ahora bien, pensamos que,
debido a la dificultad metodológica implícita en el cálculo de los efec-
tos netos que la educación pueda tener sobre el bienestar subjetivo,
estos resultados no cuentan con un alto grado de validez ni de fiabili-
dad. Dado que el nivel educativo está estrechamente correlacionado
con otras muchas variables social y emocionalmente fundamentales,
como, por ejemplo, los ingresos, la ocupación, la salud o el estatus
social, resulta casi imposible estimar los efectos netos, sean directos o
indirectos. Ya hemos comentado en el capítulo introductorio que el
profesor Michalos se preguntó si la educación influye en la felicidad,
y si es así, cuánto. Y que su respuesta había sido la siguiente: depende
de cómo definamos y operacionalicemos las ideas de «educación», «in-
fluencia» y «felicidad». Si usamos una definición y operacionalización
estrecha, se sabe que el efecto directo del nivel educativo sobre la esca­
la de felicidad es bastante pequeño, pero si usamos una definición más
amplia y robusta de estos tres conceptos, entonces la educación tiene
una enorme influencia en la felicidad (Michalos, 2008).

tabla 9.4. Bienestar socioemocional (IBSE), según género y nivel educativo.


España y Europa

España Europa-27
Nivel educativo
Hombre Mujer Hombre Mujer
I 1,4 –23,4 0,7 –19,0
II 3,2 –8,6 5,6 –8,6
III 6,7 0,7 8,6 –2,6
IV 6,5 0,9 12,8 4,1
V1 10,0 –8,6 14,7 3,6
V2 9,1 2,0 12,1 3,4

Clasificación Internacional Normalizada de la Educación: I-primaria o menos; II-secundaria baja;


III-secundaria alta; IV-profesional y postsecundaria no terciaria; V1-universitaria, grado medio;
V2-universitaria, grado superior.
Fuente: ESS-2006+2012.
330 Eduardo Bericat

La información de la tabla 9.4 deja constancia de las relaciones


un tanto paradójicas y contraintuitivas existentes entre el nivel educa-
tivo y el bienestar emocional. Aunque ahora no es momento de clari-
ficar todas estas relaciones, subrayaremos la idea de que para las mujeres
el logro educativo tiene una relevancia y un impacto socioemocional
mucho mayor que para los hombres. La diferencia entre el grado de
felicidad de las mujeres europeas que cuentan con un bajo nivel de
estudios (–19,0) y las que tiene un nivel de estudios universitario
(+3,4) es equivalente a 22,4 puntos en la escala del IBSE. En cambio,
en el caso de los hombres, la diferencia entre tener bajo (+0,7) o alto
(+12,1) nivel de estudios es bastante menor, equivalente a tan solo a
11,4 puntos. Aun con las peculiaridades propias que muestran los
datos en nuestro país, también la diferencia existente en las mujeres
españolas, 25,4 puntos en la escala del IBSE, es mucho mayor que la
de los hombres, equivalente a tan solo a 7,7 puntos. Estos resultados
también cuentan con el apoyo de algunas otras investigaciones, en el
sentido de que muestran una mayor correlación entre el nivel educa-
tivo y el bienestar subjetivo en las mujeres que en los hombres (Witter
et al., 1984).
En suma, esta asimetría de género demuestra que la cantidad de
recompensas emocionales que obtienen las mujeres por sus logros edu-
cativos es mayor que la que obtienen los hombres, lo que explicaría el
enorme interés, implicación, compromiso y esfuerzo que las mujeres
aplican en los estudios. Esta asimetría de género, favorable a las muje-
res, también explicaría tanto la motivación que impulsa el avance edu-
cativo de las mujeres, cuyo nivel ya supera al de los hombres, como su
mayor rendimiento académico y capacitación intelectual.

9.3. PERSONAS MAYORES: SALUD Y SOLEDAD

Al inicio de este capítulo, en el gráfico 9.1, vimos que el bienestar


emocional de las personas mayores sufría un fuerte descenso a partir
de los 75 años, manteniéndose luego aproximadamente constante.
Sin duda, esta pauta constituye una representación fiel del grado
de felicidad que, por término medio, se experimenta a partir de esa
edad. Ahora bien, esto no significa ni mucho menos que todas las
personas mayores tengan parecidos niveles de bienestar emocional.
Por este motivo, en este epígrafe se presentan algunas informaciones
útiles para comprender que el grado de felicidad de los mayores y de
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 331

los ancianos varía enormemente de acuerdo con sus específicas con-


diciones de vida. Dada la vulnerabilidad que caracteriza la vida de es-
tas personas, veremos en qué grado el «estado de salud» y la «soledad»
constituyen factores críticos del bienestar emocional en estas edades
de la vida. Las tablas 9.5 y 9.6 presentan la información empírica
elaborada con este fin.

9.3.1. La salud y el bienestar emocional


Comenzaremos comprobando hasta qué punto los niveles de felici-
dad de las personas mayores varían según cuál sea la percepción sub-
jetiva sobre su estado de salud. La pregunta formulada a los entrevis-
tados fue la siguiente: «Hablando de su salud, en general, ¿diría usted
que su salud es... muy buena, buena, normal, mala o muy mala?».
Los datos de la tabla 9.5 demuestran, primero, que la felicidad de las
personas mayores es muy variable, pudiendo oscilar en España, según
cuál sea su estado de salud, entre un valor de +25,1 y uno de –79,9.
Segundo, que el hecho de que el rango de variación equivalga a 105
puntos en la escala del IBSE da cuenta de la gran influencia que tiene
el estado de salud sobre el bienestar emocional de las personas ma-
yores. Y tercero, que estos datos nos ofrecen una dolorosa prueba de
hasta qué niveles llega la infelicidad de los ancianos españoles cuando
su estado de salud se deteriora, bien lo consideren «malo» (–38,0) o
«muy malo» (–79,9). Es evidente que en España las personas mayores
con mala o muy mala salud forman parte de los colectivos sociales
excluidos de la felicidad.
La pauta que muestran los datos europeos es bastante similar a la
española, aunque observamos algunas importantes diferencias. Los
mayores europeos con buena o muy buena salud tienen un bienestar
emocional de +15,9 y de +31,5 puntos en la escala del IBSE, mientras
que los españoles tienen, respectivamente, tan solo un valor de +6,7 y
de +15,1. Es decir, los mayores europeos con buena o muy buena sa-
lud son más felices que los españoles con este mismo nivel de salud
subjetiva. En la situación opuesta, los mayores europeos con mala o
muy mala salud tienen un bienestar emocional de –38,6 y de –64,7
puntos en la escala del IBSE, mientras que los españoles tienen, res-
pectivamente, un valor similar en el primer caso (–38,0), pero un va-
lor todavía inferior en el segundo (–79,9).
La interpretación de estos datos requiere conocer también el por-
centaje de personas mayores que hay con buena y mala salud subjetiva
332 Eduardo Bericat

tanto en España como en Europa. Según vemos en los datos de la ta-


bla 9.5, el porcentaje de personas mayores con muy buena o buena
salud en Europa (38,4%) es bastante más alto que el de España
(30,2%). Además, el porcentaje de personas mayores con un estado
subjetivo de salud muy malo o malo en Europa (20,3%) es muy infe-
rior al de España (33,5%).

tabla 9.5. Bienestar socioemocional (IBSE) de las personas mayores (70 y más
años), y porcentaje de población, según salud subjetiva. España y
Europa

España Europa-27
Salud subjetiva
IBSE % Pob IBSE % Pob
Muy buena 25,1 4,6 31,5 7,2
Buena 6,7 25,6 15,9 31,2
Normal –5,4 36,4 –8,4 41,3
Mala –38,0 28,1 –38,6 16,0
Muy mala –79,9 5,4 –64,7 4,3
Total –14,0 100 –5,2 100

Fuente: ESS-2006+2012.

En conclusión, el estado de salud subjetivo de las personas mayo-


res en España no solo es bastante peor que en Europa, sino que ade-
más el bienestar emocional asociado a un mismo estado subjetivo de
salud es, en España, inferior al de las personas mayores en Europa.
Este análisis pone de relieve la necesidad de modificar las políticas
sociales orientadas a la vejez con el fin de llegar a equiparar la estruc-
tura afectiva de los ancianos españoles a la de los europeos.

9.3.2. Las relaciones sociales y el bienestar emocional


Veremos ahora qué niveles de bienestar emocional disfrutan las per-
sonas de 70 o más años de edad según cuál sea su actividad relacional.
De entre los datos que nos ofrece la Encuesta Social Europea, aquí uti-
lizaremos una pregunta que puede indicarnos con bastante precisión
el grado de soledad de las personas. La pregunta dice: «¿Con qué fre-
cuencia se reúne en su tiempo libre con sus amigos, familiares o com-
pañeros de trabajo?», siendo las posibles respuestas: nunca, menos de
una vez al mes, varias veces al mes, una vez a la semana, varias veces
a la semana, todos los días. Importa destacar que esta pregunta no
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 333

mide el sentimiento de soledad o soledad subjetiva de una persona,


información que forma parte del propio índice de bienestar socioemo­
cional, sino el grado de soledad objetiva o ausencia de contactos cara a
cara en su actual situación de vida. La pregunta nos ofrece una medi-
da de la frecuencia con la que estas personas se reúnen o encuentran
con sus familiares o amigos, es decir, que mide su grado de actividad
social o relacional.
El análisis de los datos muestra que la felicidad de las personas
a) se ve muy afectada por los niveles de actividad relacional; b) que las
variaciones son algo menores a las registradas según el estado subjeti-
vo de salud; c) que la falta de actividad social, esto es, los grados de
soledad hacen que las personas mayores sean más infelices; y d) que
los contactos frecuentes con familiares y amigos, esto es, la cantidad
de actividad relacional, no es condición suficiente para elevar el bien-
estar emocional. Ello sugiere que la felicidad no solo depende de la
cantidad sino, sobre todo, de la calidad de las relaciones sociales.
Como en el caso del respeto, la falta de actividad social genera infeli-
cidad, pero el mero hecho de tener contactos no garantiza disfrutar
de un elevado nivel de bienestar emocional. Como hemos visto en
otras ocasiones, los factores causantes de la felicidad difieren de los de
la infelicidad.

tabla 9.6. Bienestar socioemocional (IBSE) de las personas mayores (70 y más
años) y porcentajes de población, según actividad social. España y
Europa

Esp. Eur-27
Actividad social
IBSE % Pob. IBSE % Pob.
Nunca o casi –57,5 12,3 –32,8 13,8
Mensual –16,6 16,1 –1,0 28,8
Semanal –9,7 42,4 –0,7 43,4
Diaria 0,1 29,2 0,4 14,0

Total –14,0 100 –5,2 100

Fuente: ESS-2006+2012.

Según los datos de la tabla 9.6 es evidente que la frecuencia de los


contactos cara a cara que las personas mayores tengan con amigos y
familiares condiciona mucho su grado de felicidad. Pero la pauta es
diferente a la que nos habían revelado los datos sobre el estado de
334 Eduardo Bericat

salud. El rango de variación existente entre el bienestar emocional de


las personas mayores que mantienen contactos sociales diarios (+0,1)
y las que nunca tienen contactos sociales (–57,5) es muy elevado, pues
equivale a 57,6 puntos del IBSE. Sin embargo, este rango es bastante
inferior al de la salud, que llegaba hasta los 105 puntos. Además, el
estado subjetivo de salud, bueno o malo, condicionaba valores del
IBSE positivos o negativos. Pero la frecuencia diaria de contactos so-
ciales solo determina valores próximos a cero, es decir, equivalentes a
la media general de la población. Ahora bien, cuando la soledad carac-
teriza la situación de vida de una persona mayor sí que desciende, y
mucho, su índice de bienestar emocional. Como vimos en el caso del
respeto, mientras que su falta produce infelicidad, su presencia no
eleva el bienestar emocional.
La comparación con Europa también arroja resultados muy inte-
resantes. El bienestar emocional de las personas mayores con actividad
social diaria es, en España y en Europa, muy parecido (+0,1 y +0,4,
respectivamente). A partir de ahí, la brecha entre los grados de felici-
dad de los mayores españoles y europeos se va ampliando conforme
aumentan los niveles de soledad objetiva. Así, el bienestar emocional
de los mayores españoles que están solos (–57,5) es casi veinticinco
puntos inferior al de los europeos que están solos (–32,8). Parece que
las personas mayores en España soportan bastante peor la soledad que las
personas mayores en Europa. Quizá el efecto asimétrico anteriormen-
te comentado pudiera explicarse porque nuestras personas mayores, al
dar por supuesta la compañía de familiares y amigos, no obtienen por
ello ninguna aportación extra de felicidad. En cualquier caso, los da-
tos demuestran que en la sociedad española, la soledad objetiva, o ca-
rencia de contactos sociales, provoca en las personas mayores una in-
tensa exclusión de la felicidad. Y esto significa que la política social
dirigida a los mayores en nuestro país habrá de tener en cuenta este
importante factor de exclusión emocional. Por último, también ha de
tenerse en cuenta que, según indican los porcentajes de población in-
cluidos en la tabla 9.6, la soledad objetiva entre los mayores españoles
es menos frecuente que entre los europeos.
A modo de conclusión, daremos a conocer el dato del nivel de
bienestar emocional de las personas mayores que están muy enfermas
y además solas, que desciende hasta el –109,4 en la escala del IBSE.
La estructura afectiva de estas personas mayores es de puro sufrimien-
to y pura infelicidad. En suma, según hemos dicho, el grado de feli-
cidad correspondiente a las diversas posiciones sociales, como puede
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 335

comprobarse en el caso de estas personas mayores, depende de las


condiciones de vida típicas de sus ocupantes, y esto explica que la fe-
licidad se distribuya siguiendo pautas que responden a lógicas sociales.
Por tanto, el nivel de felicidad de las personas mayores dependerá,
entre otros factores, de las políticas de salud y de los modelos de cui-
dado vigentes en una determinada sociedad.

9.4. LOS JÓVENES: ESTUDIANTES, TRABAJADORES Y «NINIS»

Tras analizar el bienestar subjetivo de los jóvenes europeos, Pichler


(2006: 442) llegó a la conclusión de que «cuando se le pregunta a
un joven ¿qué tal estás?, la respuesta es siempre la misma: “bien”, lo
cual es indicativo de una alta calidad de vida que es independiente de
cuáles sean sus circunstancias vitales». Es obvio que la conclusión a
la que llega Pichler carece en absoluto de matices, y, por este motivo,
es bastante burda. El hecho de haber basado su análisis únicamente
en dos clases de contraste tomadas en su conjunto, por un lado, los
menores de treinta y, por otro, los mayores de treinta años, condi-
ciona unos resultados que resultan ser insensibles a la complejidad
y a las sutilezas de la felicidad. En una versión menos taxativa de la
misma tesis, afirma que «los jóvenes parecen ser más resistentes que
la población de treinta y más años a cambios de la calidad de vida
derivados de algún deterioro de las condiciones objetivas de su situa-
ción» (Pichler, 2006: 433). Dicho de otra forma, este investigador
estaría afirmando que la felicidad en los jóvenes es relativa, esto es,
que no depende de las circunstancias objetivas de su situación. Pese
a que esta última afirmación contiene una buena parte de verdad, al
reconocer el alto grado de resiliencia que caracteriza a la juventud,
es decir, la capacidad que tiene de asumir con flexibilidad situacio-
nes límite y sobreponerse a ellas, sigue siendo en parte falsa porque
encubre el modo particular en que la felicidad se distribuye entre los
jóvenes, es decir, oculta más de lo que muestra al no tener en cuenta
la diversidad de situaciones existentes en el seno de esta posición so-
cial. Por ejemplo, tal y como hemos visto ya en el gráfico 9.1., el nivel
de bienestar emocional de los jóvenes no es uniforme, pues decrece
progresivamente con la edad.
Aun desconociendo las razones últimas de por qué es realmente
así, es obvio que la juventud, en general, está asociada con la ale-
gría, la fortaleza de espíritu, la diversión, el contento, la felicidad y un
336 Eduardo Bericat

sinnúmero de emociones positivas que afloran espontáneamente inclu-


so en las situaciones más difíciles. Ahora bien, esto no significa que to-
dos los jóvenes sean igualmente felices, ni tampoco que las condiciones
concretas de su situación les sean completamente indiferentes. Puede
que la felicidad de la juventud sea un misterioso regalo de la naturaleza;
puede que el carácter o la personalidad del joven le predisponga en cual-
quier situación existencial a encontrar la felicidad; o puede que la vida,
a veces cruel, no haya tenido aún la oportunidad de marcar con dolor y
sufrimiento indelebles su breve biografía. Pero sea cual sea la razón que
explique esta predisposición general a la felicidad, quizá más acusada en
los jóvenes que a cualquier otra edad, lo cierto es que, también en ellos,
las condiciones sociales de su existencia determinan el campo de posibi-
lidades en el que pueden llegar a ser felices o desgraciados.
Con el fin de comprobar cómo la diversidad de situaciones y
condiciones vitales de los jóvenes también establecen diferencias en su
nivel de bienestar emocional, analizaremos sus grados de felicidad en
sus tres situaciones de actividad fundamentales, esto es, la de «estu-
diante», la de «trabajador» y la de «ni estudiante ni trabajador». Ade-
más, utilizaremos una clasificación de edad que se ajusta a la distribu-
ción de estas tres situaciones. Esta clasificación distingue entre jóvenes
de 15-18, 19-21, 22-24 y 25-29 años. Dado el proceso de postergación
de la madurez que están experimentando los jóvenes en las sociedades
avanzadas (Mayer, 2004), y particularmente en la sociedad española,
también se incluyen los datos de las cohortes de 30-34 y 35-39 años.
Veremos que la situación de estas cohortes configura el horizonte de
madurez en el que los jóvenes se ven reflejados, influyendo así, desde
un futuro bastante previsible y anticipado por ellos, el ethos emocional
de la juventud actual.

9.4.1. La felicidad de los jóvenes y el sentido vital


La tabla 9.7 ofrece los datos del bienestar emocional de los jóvenes
europeos que estudian, que trabajan o que ni estudian ni trabajan.
De este modo comprobamos que el grado de felicidad de los jóvenes
estudiantes y trabajadores de 15 a 29 años es idéntico (10,5 y 10,4),
mientras que el de los «ninis» (2,4) desciende, con respecto a ellos,
13 puntos en la escala del IBSE. Esto es, la exclusión social que su-
fren estos jóvenes desempleados (Hammer, 2003) conlleva también
una clara exclusión emocional. No es cierto, por tanto, que todos los
jóvenes puedan responder que ellos están «bien».
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 337

tabla 9.7. Bienestar socioemocional (IBSE) de jóvenes estudiantes, trabajadores


y «ninis», según edad. Europa
Edad Estudia Trabaja “Nini”
15-18 10,4 16,2 8,0
19-21 11,1 11,0 –1,2
22-24 10,8 10,5 –0,9
25-29 7,8 9,6 –5,6
30-34 3,72 9,1 –6,9
35-39 (–) 6,4 –9,8

15-29 10,5 10,4 –2,4

Fuente: ESS-2006+2012.

Además de esta idea general, los datos de la tabla nos ofrecen


otros tres resultados importantes. En primer lugar, vemos que entre
los jóvenes con edades comprendidas entre 15 y 18 años, el bienestar
emocional de los trabajadores (16,2) es bastante mayor que el de los
estudiantes (10,4). Al parecer, los beneficios y contraprestaciones que
recibe en tiempo presente un joven trabajador, le otorgan mayor bienes-
tar emocional que las expectativas de futuro que pueda albergar un
joven estudiante. Sin duda, esto afecta a la motivación de los estudian-
tes, y quizá fuera este diferencial de felicidad el que estuviera alentan-
do, en los años de bonanza económica previos a la reciente crisis eco-
nómica, el abandono escolar de muchos jóvenes españoles. Según lo
que nos sugieren estos, el diseño de las políticas sociales orientadas a
la reducción del abandono escolar exigiría investigar, previamente, la
estructura afectiva de los jóvenes estudiantes entre los 14 y los 18 años
de edad.
En segundo lugar, comprobamos que el grado de bienestar emo-
cional de los jóvenes trabajadores y estudiantes a partir de los 19 años
es, con algunas variaciones, bastante similar. Es decir, existe indiferen­
cia emocional entre las situaciones de los jóvenes estudiantes y la de los
trabajadores, pese a que siempre se ha considerado que la vida del
«estudiante» es bastante mejor que la del trabajador. Dado que la si-
tuación objetiva de la vida de los jóvenes trabajadores es comparativa-
mente peor, quizá estos datos nos estén mostrando que los estudiantes
no encuentran en su actividad el suficiente sentido vital. En tercer
lugar, comprobamos que el diferencial de felicidad existente entre los
jóvenes «ninis» y los jóvenes trabajadores avanza conforme aumenta la
edad, siendo superior a 15 puntos de la escala del IBSE a partir de los
338 Eduardo Bericat

25 años. Esto significa que el vacío funcional, asociado a un vacío de


sentido social, tiene más relevancia afectiva conforme va aumentando
la edad de los jóvenes. Teniendo en cuenta, además, que el porcentaje
de «ninis» crece con la edad, se explica que el ethos del joven «nini» se
haya configurado en nuestra cultura como el prototipo socioemocio-
nal de la juventud actual. Pensemos que, en el año 2012, el 23% de
los jóvenes españoles con edades comprendidas entre los 22 y 24 años
eran «ninis»; el 37,8% entre los de 25-29; el 37,1% entre los de 30-
34; y el 30,5% entre los de 35-40 años. El decir, el vacío de sentido
pende como una amenaza sobre toda la juventud.
Dado que los jóvenes, aun pudiendo disfrutar de muchas otras
cosas quizá adolezcan, según hemos visto, de sentido vital, comproba-
remos ahora los niveles de bienestar emocional de los estudiantes, tra-
bajadores y «ninis», según perciban la utilidad social de lo que hacen
y según tengan o no adecuados niveles de sensación de logro. Con los
datos incluidos en la tabla 9.8 tratamos de ver hasta qué punto la falta
de sentido en los jóvenes condiciona sus grados de infelicidad. Para
ello, hemos seleccionado los jóvenes de la muestra que han expresado
carencias de sentido vital, bien porque creen que lo que hacen es poco
útil (falta de valor social de la actividad) o bien porque declaran un
bajo nivel de realización personal (falta de sensación de logro). En
suma, se han seleccionado los estudiantes, trabajadores y «ninis» que
respondieron estar «en desacuerdo» o «muy en desacuerdo» con estas
dos siguientes afirmaciones: a) «Generalmente pienso que lo que hago
en la vida es provechoso y útil para los demás», y b) «La mayor parte
de los días siento que he logrado lo que me había propuesto».

tabla 9.8. Bienestar socioemocional (IBSE), de estudiantes, trabajadores y


«ninis», según el grado de sentido. Valor social y sensación de logro.
Europa
Edad Estudia Trabaja «Nini»
Lo que hago no es valioso/útil
15-29 –20,2 –9,9 –40,3
30-34 (–) –25,2 –56,2
35-39 (–) –39,1 –74,2
No logro lo que me propongo
15-29 –30,9 –24,2 –35,8
30-34 (–) –28,1 –54,2
35-39 (–) –39,7 –60,7

Fuente: ESS-2006+2012.
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 339

Comparando los datos de las tablas 9.7 y 9.8, se demuestra que


los niveles de bienestar emocional de los jóvenes de entre 15 y 29 que ca­
recen de sentido vital son sensiblemente inferiores a los que disfrutan
los jóvenes en general. El bienestar de los jóvenes trabajadores que
no sienten estar haciendo algo valioso y socialmente útil pasa del
+10,4 al –9,9, esto es, desciende 20,3 puntos en la escala del IBSE. En
el caso de los jóvenes estudiantes, el impacto de la falta de sentido es
todavía mayor, pues su bienestar pasa de +10,5 a –20,2, descendiendo
30,7 puntos en el índice de bienestar socioemocional. Estos datos mues-
tran que la actividad educativa, en sí misma, contiene mayor riesgo de
pérdida de sentido, y un potencial impacto negativo sobre la felicidad
del joven mayor que en el caso de la actividad laboral. Es decir, cuan-
do el estudio no es capaz de dotar al joven con un nivel de sentido
suficiente, la actividad formativa resulta ser emocionalmente más in-
satisfactoria que la laboral. Y esto comporta, como es obvio, un grave
problema tanto educativo como social. A diferencia de los estudiantes,
los jóvenes trabajadores, aún en el caso de que no le encuentren mu-
cho sentido al trabajo, parecen recibir al menos algunas otras contra-
prestaciones que les compensan emocionalmente. Por último, en el
caso de los jóvenes «ninis» que ni trabajan ni estudian los datos no
dejan lugar a dudas. Estos jóvenes pasan de un valor de –2,4 a uno de
–40,3, es decir, que su nivel de felicidad desciende 37,9 puntos, lo que
da cuenta del fortísimo impacto emocional que tiene la falta subjetiva
de sentido en aquellos jóvenes que tienen ya, objetivamente hablando,
una falta de sentido o vacío funcional.
En la parte inferior de esa misma tabla se incluye la información
correspondiente al sentimiento de frustración vital o sensación de fal-
ta de logro. La pauta general que nos muestran los datos es similar a la
descrita para la falta de valor social de la actividad, aunque con dos
matices reseñables. Entre los estudiantes, el sentimiento de no ser ca-
paz de alcanzar los objetivos que el joven se propone tiene un impacto
todavía mayor sobre su bienestar emocional que la falta de utilidad y
valor social de lo que se hace. Dicho de otra manera, esta información
muestra la gran infelicidad asociada con el fracaso escolar de los jóve-
nes estudiantes. Por otra parte, en la estructura afectiva de los jóvenes
trabajadores de 15-29 años, la carencia de realización o sensación de
logro vital (–24,2) tiene una relevancia socioemocional mucho mayor
que la mera carencia de utilidad o valor social (–9,9). En cualquier
caso, es evidente que la falta de sentido que experimentan los jóvenes,
340 Eduardo Bericat

sea en valor social o en sensación de logro, condicionan intensamente


sus grados de felicidad.
En los datos de la tabla 9.8 también podemos ver que el impacto
que tiene la falta de sentido sobre el bienestar emocional de los jóvenes
se intensifica con la edad. El valor del IBSE entre los jóvenes «ninis»
de 25-29 años que no perciben que su actividad tenga valor o utilidad
social desciende hasta el –45,2; pero si el joven tiene entre 30 y 34
años, el grado de felicidad aún desciende más, llegando hasta el –56,2.
Cuando el «nini» tiene entre 35 y 39 años, su estructura afectiva se su-
merge directamente en una estructura afectiva de puro sufrimiento e
infelicidad, llegando a descender hasta un valor medio de –74,2. Sin
duda alguna, estos jóvenes «nini», vacíos tanto de funcionalidad como
de sentido, y producto de la indefinida postergación de la madurez a
la que les condena el propio sistema social, también forman parte de
los excluidos de la felicidad. Este es el sombrío horizonte emocional
que el joven se topa al inicio de la etapa en que, supuestamente, debe-
ría encontrar un puesto de trabajo con proyección de futuro y acceder
definitivamente a la madurez social.
Por último, para cerrar con una imagen clara y precisa el debate
abierto al inicio de este apartado sobre la homogeneidad o la diversi-
dad emocional de la posición social del joven en nuestra sociedad,
ofrecemos la distribución porcentual de jóvenes según nuestra tipolo-
gía de felicidad.

tabla 9.9. Tipos de bienestar socioemocional en jóvenes de entre 15 y 29 años.


España y Europa (%)

Jóvenes 15 a 29
Tipos
España Europa-27
Felices 18,5 19,4
Contentos 30,9 33,8
Satisfechos 38,3 32,1
No satisfechos 9,3 9,9
No felices 3,0 4,7

Total 100,0 100,0

Fuente: ESS-2006+2012.

En la tabla 9.9 comprobamos que, en efecto, tan solo un pequeño


porcentaje de jóvenes españoles (3,0%) y europeos (4,7%) declaran
Las desigualdades emocionales de género y de edad… 341

sentirse infelices. ¿Quiere esto decir que todos los jóvenes responderán
a la pregunta «qué tal estás» de la misma manera, esto es, diciendo
sencillamente «bien», tal y como sostiene Pichler? Me temo que los
datos no corroboran tal afirmación. Pese a la propensión a la felicidad
que atribuimos en general a la juventud, lo cierto es que no todos ellos
son igualmente felices. Tan solo dos de cada diez jóvenes españoles
dirían que se sienten estupendamente bien, es decir, plenamente feli-
ces (18,5%); por otra parte, tres de cada diez (30,9%) dirían que están
«contentos» o que se encuentran bastante bien; la mayoría de ellos,
aproximadamente cuatro de cada diez (38,3%), dirían que, bueno,
que están satisfechos, que se encuentran suficientemente bien. Y final-
mente, en función de las respuestas ofrecidas por los propios jóvenes a
los nueve estados emocionales que componen la estructura afectiva de
la felicidad, al menos el 12,3% de los jóvenes españoles y el 15,6% de los
europeos, es decir, los jóvenes «insatisfechos» e «infelices», sabemos
que en ningún caso responderían a la pregunta diciendo «estoy bien».
Este 12,3% que, pese a la propensión de la juventud hacia la felicidad
y pese a la vergüenza que produce en un joven confesar insatisfacción
e infelicidad, han declarado no encontrarse bien, equivale a casi un
millón de jóvenes españoles de entre 15 y 29 años, exactamente 928.189,
que están excluidos de la felicidad.
10. CONCLUSIONES: NATURALEZA, MEDIDA,
DISTRIBUCIÓN, TEORÍA Y DESTINO SOCIAL
DE LA FELICIDAD Y DE LA INFELICIDAD

10.1. SOBRE LA NATURALEZA DE LA FELICIDAD

1. En la historia del pensamiento existen básicamente dos perspecti-


vas de la felicidad, la hedonista y la eudemonista. Ambas corrientes de
pensamiento han estado enfrentadas, pues mientras que la primera
identifica la felicidad con el placer, la segunda equipara la felicidad
con la virtud y con el bien. En este trabajo hemos optado por una
concepción hedónica de la felicidad capaz de integrar ambas perspecti-
vas. Esta concepción es susceptible de incorporar una amplia variedad
de fuentes de la felicidad, bien sean causantes del gozo culturalmen-
te más sofisticado o bien del placer biológicamente más elemental.
Integra cuatro tipos básicos de hedonia: la fisiológica o visceral, la
serena o corporal, la virtuosa o moral, y la alegre o pragmática. Dado
que la felicidad es radicalmente subjetiva, sería un contrasentido que
alguien, fuera filósofo o rey, decidiera por los demás cuál deba ser la
naturaleza de una supuesta «auténtica felicidad». El eclecticismo y
pragmatismo del naturalista Demócrito, que designa al buen ánimo
como el estado emocional característico del «bien-estar», representa
para nosotros esa concepción hedónica e integradora de la felicidad
aplicable universalmente a toda la población. Estimamos el buen áni-
mo o el bienestar emocional de las personas independientemente de
las fuentes, experiencias o hechos, que a cada una de ellas, en particu-
lar, le procure felicidad o placer.

2. La felicidad no es una realidad simple, sino compuesta y compleja.


Los estudios empíricos basados en mediciones cuantitativas del bien-
estar subjetivo tienden, consciente o inconscientemente, a cosificar la
felicidad. Tanto en los discursos científicos como en los populares, es
asimilada con frecuencia simplemente a una «cosa» que se tiene o que
no se tiene. Pero la felicidad ni siquiera es una emoción primaria,
sino una metaemoción que puede estar configurada en cada caso por
344 Eduardo Bericat

muy distintas estructuras afectivas. Decimos que no es una cosa por-


que, siguiendo la idea de Emilio Lledó, la felicidad es la conciencia
corporal de una relación, es la señal emotiva del grado de correspon-
dencia entre las diversas potencialidades del ser humano y las realida-
des efectivas de su situación. En este sentido, la felicidad es homóloga
al concepto aristotélico de areté o virtud, por cuanto esta expresa la
relación entre la potencia acorde a la naturaleza de un ser, y el acto o
efectiva realización del mismo. La fortuna, considerada en sí misma,
nos dice también Schopenhauer, está tan desprovista de sentido como
el numerador de una fracción sin denominador. Hemos visto en va-
rias ocasiones a lo largo del libro que muchos de los enigmas y de las
paradojas a las que se enfrenta la compresión de la felicidad humana
proceden de este hecho, esto es, de nuestra tendencia a ver la felicidad
como una cosa, olvidando que es resultado de, que al mismo tiempo
expresa, la conciencia de una relación.

3. Las teorías que subrayan la importancia clave de la comparación


social, del contraste con el pasado, o de las expectativas de futuro a la
hora de explicar el grado de felicidad de los seres humanos, ponen de
manifiesto la naturaleza relativa de la felicidad, dependiente de los
estándares que utilicen los individuos para valorar subjetivamente su
bienestar. Las personas utilizan comparaciones en el espacio y el tiem-
po social para evaluar su bienestar subjetivo. Utilizan como referencia,
por un lado, grupos de referencia, estándares objetivos o su propia
identidad social y, por otro, el contraste con situaciones del pasado
y las expectativas del futuro, sean propias o ajenas. En las interpreta-
ciones más comunes de estas teorías los niveles de felicidad se determi-
nan mediante una ecuación simple que relaciona, por un lado, una
hipotética situación ideal de referencia, definida por nuestras aspira-
ciones, nuestros deseos o nuestros legítimos derechos y, por otro, la
situación real en la que nos encontramos. Pero la felicidad no se diri-
me, simplemente, en el contraste o distancia que exista entre dos si-
tuaciones, la real y la que determinan nuestras aspiraciones. Es decir,
no estriba solamente en valorar si estamos mejor o peor que antes, si
vivimos mejor o peor que nuestros vecinos o compatriotas, o si aspi-
ramos a vivir mejor o peor que en el momento presente. Más allá de
la gran relevancia que tienen para cada sujeto estas valoraciones cogni-
tivas y comparadas entre la situación deseada y la real, la estructura
afectiva de la felicidad se nutre de la comparación que el sujeto, sea
individual o colectivo, establece entre dos funciones: a) la que vincula
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 345

sus propias potencialidades como ser humano y su situación real,


mediante la que valora en términos absolutos la virtud de su propia
función, y b) la que vincula la potencialidad y la situación real del
modelo o referencia con el que se compara, y que utiliza para valorar
en términos relativos la virtud de su propia función. Sin el adecuado
reconocimiento de la inmanente complejidad de la felicidad, difícil-
mente podremos avanzar con paso firme en el estudio científico del
bienestar emocional.

10.2. SOBRE LA MEDIDA DEL BIENESTAR EMOCIONAL

1. En el planteamiento inicial de esta investigación, una vez analiza-


das algunas ideas sobre la felicidad, nos preguntamos si sería posible
diseñar un instrumento de medida, aplicable mediante encuesta, que
ofreciera estimaciones cuantitativas, válidas, robustas y fiables, del
grado de bienestar emocional de una población. Con este fin adopta-
mos una perspectiva hedónica y pragmática y, lejos de entender la fe-
licidad como un estado sublime del alma humana, seguimos los pasos
de Demócrito considerando, en primer término, que el «bien-estar»
está muy relacionado con el buen ánimo y, en segundo término, que
el buen ánimo se sustenta sobre una determinada estructura afectiva.
Partiendo del supuesto de que la inmensa mayoría de las emocio-
nes humanas están, para bien o para mal, íntimamente ligadas a los
«otros», es decir, que emergen en el contexto de nuestras interaccio-
nes sociales, utilizamos dos teorías sociológicas de las emociones para
seleccionar tanto las dimensiones básicas de la felicidad, como los
estados emocionales que podrían configurar su estructura afectiva. A
partir de aquí, diseñamos, elaboramos y validamos internamente un
indicador compuesto denominado índice de bienestar socioemocional
(IBSE). Aplicando este indicador compuesto, como hemos visto a
lo largo del libro, se ha estimado el grado de felicidad o infelicidad
de muchos españoles: de los jóvenes y de los mayores, de las mujeres
y de los hombres, de los sanos y de los enfermos, de los ocupados y
de los desempleados, de los nativos y de los inmigrantes, de los ricos y de
los pobres, de los que son respetados por los demás y de los que no,
de los que ocupan posiciones sociales altas y bajas, y de las personas
casadas, de las divorciadas y de las viudas. Creemos que el análisis e
interpretación de esta gran cantidad de resultados sustentan legítima-
mente una doble conclusión: a) que, en efecto, el grado de felicidad
346 Eduardo Bericat

experimentado por las personas puede medirse y b) que el modelo


de medición del IBSE ofrece estimaciones cuantitativas, válidas, ro-
bustas y fiables del bienestar emocional de las personas. Ninguna
estimación presentada a lo largo del libro ha dado muestras de ser
arbitraria, extraña, absurda, incomprensible o inexplicable. En este
sentido, diríamos que todos estos resultados constituyen una sólida
prueba científica de la validación externa del modelo de medición
utilizado.

2. Las diferencias entre el modelo de medición de las escalas de


Cantril, de satisfacción con la vida y de felicidad (escalas CSF) y el
del índice de bienestar socioemocional (IBSE) se pueden agrupar bá-
sicamente en tres bloques. En primer lugar, las escalas CSF suponen
que la felicidad es una realidad unidimensional, mientras que el
modelo del IBSE es multidimensional. Analíticamente, el IBSE con-
sidera que el grado de felicidad se nutre de las evaluaciones emoti-
vas que hace el sujeto de cuatro dimensiones de la vida: a) del esta-
tus que los demás le atribuyen en el conjunto de sus interacciones
sociales (estatus); b) de las condiciones objetivas de su situación de
vida (situación); c) de la autoestima u orgullo personal que sienta
el propio «yo» (persona); y d) del control que ejerza sobre los pará-
metros básicos de sus contextos vitales (poder). A cada una de estas
cuatro dimensiones de la felicidad corresponde un estado hedónico
diferente: el ánimo, el contento, la autoestima y la calma. En segundo
lugar, las escalas CSF son esencialmente mediciones univariables
y cognitivas, pues miden la felicidad solicitando directamente al
entrevistado una única evaluación o juicio racional sobre su vida.
Por el contrario, el modelo de medición del IBSE es hedónico, que
no hedonista, multivariable e indirecto, pues mide la felicidad pre-
guntando al entrevistado sobre la frecuencia con la que ha experi-
mentado recientemente un conjunto determinado de sentimientos.
En tercer lugar, las escalas CSF ofrecen mediciones ordinales de
la felicidad que, además, son en sí mismas impenetrables. A dife-
rencia de estas, el IBSE ofrece mediciones cardinales que pueden
de-construirse, pues forman parte de un modelo jerárquico, de tres
niveles, compuesto por: a) la puntuación global; b) la puntuación
de cada una de las cuatro dimensiones; y c) por las frecuencias del
conjunto de sentimientos que incluye. Estas dimensiones y estados
emocionales básicos configuran la estructura afectiva de la felicidad
de cada persona o de cada sujeto social.
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 347

A lo largo del libro hemos visto que el modelo de medición del


IBSE permite avanzar más allá de donde llegan las escalas CSF en el
estudio científico-social de la felicidad. Por ejemplo, su nivel de medi-
ción cardinal nos ha permitido estimar indicadores de desigualdad en
bienestar emocional análogos a los indicadores comúnmente utiliza-
dos a la hora de medir la desigualdad económica o de ingresos (tabla
4.8). Asimismo, en contra de las estimaciones precedentes, este nuevo
modelo multidimensional y jerárquico nos ha permitido, por ejem-
plo, revelar que el nivel de bienestar emocional de las mujeres no solo
es inferior al de los hombres (tabla 9.1), sino que además se basa en
una estructura afectiva diferente. Del mismo modo, hemos podido
explicar por qué el grado de felicidad de los inmigrantes es tan pareci-
do al de los nativos (tabla 7.6) y cómo varía su estructura afectiva de
felicidad conforme aumenta el tiempo de estancia en el país de desti-
no. Por último, mediante la tipología de 12 tipos (tabla 5.7) también
se ha demostrado que niveles de felicidad idénticos pueden estar basa-
dos en estructuras afectivas bastante diferentes.

3. Uno de los objetivos centrales de esta investigación era diseñar una


propuesta de modelo multivariable de medición de la felicidad que
pudiera ser incorporada tanto a encuestas sociales generalistas, como
a encuestas dirigidas a poblaciones específicas. Aunque a lo largo del
trabajo se ha hecho evidente la necesidad de medir la felicidad con
más de una variable, la propuesta debe ser lo suficientemente par-
simoniosa para que ofrezca la máxima riqueza, validez y fiabilidad,
empleando el menor número de preguntas posibles. La propuesta de
4 factores y 9 variables (4f9v) utilizada en esta investigación está com-
puesta por las siguientes preguntas: 1, 2, 3, 5, 6, 7, 8, 10 y 11 (véase
esquema). Incluir esta batería de preguntas en el cuestionario de una
encuesta tendría la ventaja de poder comparar los resultados con los
que se han ofrecido en este libro. Originalmente, usando la infor-
mación de la Encuesta Social Europea de 2006, se había validado un
modelo de 4 factores y 10 estados emocionales (4f10v) (tabla 3.3).
Ahora bien, como en el cuestionario de la ESS-2012 no se incluyó la
pregunta 13, tuvimos que prescindir de esta pregunta a pesar de que
su peso en el factor «poder» era superior al de la pregunta 10. Esta
decisión fue adoptada por la necesidad de aplicar el mismo modelo a
ambas oleadas y, así, poder contar con la ventaja que ofrece analizar
los datos con un inmenso tamaño muestral. Por tanto, este modelo de
4 factores y 10 variables (4f10v) también es una excelente opción para
348 Eduardo Bericat

ser incorporado a cualquier estudio sociológico. Ahora bien, la pro-


puesta de medición más parsimoniosa de todas sería el modelo de 4
factores y 8 variables (4f8v), compuesto por las siguientes preguntas:
1, 2, 5, 6, 7, 8, 11 y 13. Por último, en el caso de que el investigador
necesite realizar un análisis más completo de la estructura afectiva de
la felicidad de la población objeto de su estudio, podría incorporar a
su cuestionario las trece preguntas incluidas en el esquema.

esquema Estructura afectiva de la felicidad: preguntas sobre estados


emocionales

Pregunta tipo A: «A continuación le voy a leer una lista de sentimientos o comportamientos


que quizá usted haya tenido durante la última semana. Por favor, utilice esta tarjeta y dígame
con qué frecuencia, durante la última semana....?» Las posibles respuestas son: «En ningún
momento, o casi en ningún momento», «En algún momento», «Buena parte del tiempo»,
y «Todo o casi todo el tiempo».

Cód. Estados emocionales


1 … se ha sentido triste?
2 … se ha sentido deprimido/a?
3 … se ha sentido solo/a?
4 … se ha sentido enfadado/a?

5 … ha tenido la sensación de disfrutar de la vida?


6 … se ha sentido feliz?

9 … se ha sentido estresado/a?
10 … se ha sentido tranquilo/a y relajado/a?
11 … se ha sentido rebosante de energía?
12 … se ha sentido preocupado/a?
13 … se ha sentido realmente descansado/a al levantarse por las mañanas?

Pregunta tipo B: Por favor, utilice esta tarjeta y dígame si está usted de acuerdo o en desacuerdo
con las siguientes afirmaciones. La posibles respuestas son: «Muy de acuerdo», «De acuerdo»,
«Ni de acuerdo ni en desacuerdo», «En desacuerdo», «Muy en desacuerdo».

Cód. Estados emocionales


7 Soy siempre optimista respecto a mi futuro
8 Por lo general me siento bien conmigo mismo/a

Propuesta 4f8v: 1, 2, 5, 6, 7, 8, 11 y 13.


Propuesta 4f9v: 1, 2, 3, 5, 6, 7, 8, 10 y 11.
Propuesta 4f10v: 1, 2, 3, 5, 6, 7, 8, 10, 11 y 13.
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 349

10.3. SOBRE LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL DE LA FELICIDAD

1. Aplicando el modelo multidimensional de medición de la felicidad


del índice de bienestar socioemocional (IBSE) hemos diseñado una ti-
pología de la felicidad y de la infelicidad compuesta por cinco tipos:
felices, contentos, satisfechos, no satisfechos y no felices. De esta manera,
se ha podido demostrar, primero, que no todos los españoles son
igualmente felices y, segundo, que en el seno de sociedades desarro-
lladas y ricas, como la española, amplias capas de la población viven
excluidas de la felicidad. Así, en 2012, un 40,8% de la población
española vivía feliz o contenta; un 33,8% estaba meramente satis-
fecha; un 16,4% vivía no satisfecha; y un 9,0%, no feliz. Sumando
insatisfechos e infelices, queda demostrado que uno de cada cuatro
españoles, exactamente el 25,4%, viven excluidos de la felicidad. Este
dato prueba por sí mismo que las sociedades modernas no han lo-
grado cumplir su promesa inaugural de garantizar la mayor felicidad
para el mayor número. En efecto, el malestar emocional está muy
extendido entre amplias capas de población de nuestras sociedades
tecnológicamente desarrolladas, económicamente ricas y socialmente
avanzadas. Pero la cifra de excluidos de la felicidad varía mucho entre
unos países europeos y otros, mostrando que, además de las grandes
desigualdades en felicidad existentes dentro de cada de uno de los paí-
ses, también existe una gran desigualdad de felicidad entre los países.
La desigualdad entre países europeos es tan elevada que plantea un
grave problema de cohesión emocional. La Unión Europea, además
de cohesión económica o de cohesión social, debe fomentar una
míni­ma cohesión en bienestar emocional, pues sin ella sus ciudadanos
jamás podrán llegar a sentirse miembros de una misma comunidad. La
desigualdad emocional en el interior de los países también es notable,
oscilando en 2012 entre un índice Gini de felicidad máximo de Bul-
garia (16,8) y el mínimo de Noruega (9,5). Entre ambos extremos,
se demuestra que España (14,4) es uno de los países europeos con
mayor nivel de desigualdad en bienestar emocional o felicidad.

2. Demostrada la existencia de grandes desigualdades de bienestar


emocional, quedaría por ver si su distribución social es aleatoria o
si, por el contrario, depende en buena parte de la distribución social
de otros tipos de recursos. Solamente en la medida que sucediera
esto último, podríamos hablar, en sentido estricto, de estratificación
social de la felicidad. En nuestras sociedades capitalistas el dinero
350 Eduardo Bericat

constituye, sin duda alguna, el principal recurso a disposición de


los individuos y, por este motivo, los estudios científicos de la feli-
cidad trataron de investigar la relación existente entre el dinero y la
felicidad. Como vimos en el capítulo seis, enseguida quedó probado
que sus relaciones eran enigmáticas y paradójicas. Aunque los países
ricos son más felices que los pobres, se demostró que el incremento
del PIB en algunos países desarrollados apenas había incrementado
la felicidad de sus habitantes. También se sabe que la influencia del
dinero en la felicidad de los individuos es bastante mayor en los
países pobres que en los ricos, lo que nos remite al problema de si la
mayor felicidad de las naciones más opulentas es debida a la riqueza
o a la calidad de la sociedad. Paradójicamente, cuanto mayor es la
calidad de la sociedad menor es la influencia que tiene el dinero
sobre la felicidad.
La pregunta más relevante para las personas es si el dinero da la
felicidad, y los datos muestran que la probabilidad que tienen los ricos
(1ª decila de ingresos) de ser feliz (22,0%) es tres veces superior a la de
los pobres (7,5%) (10ª decila de ingresos), así como que la probabili-
dad que tiene un pobre de ser infeliz (21,2%) es 12 veces superior a la
de un rico (1,8%). Esta asimetría se justifica porque, a partir de un
umbral, la disposición de mayor cantidad de dinero va teniendo cada
vez un menor efecto sobre la felicidad (principio de utilidad decre-
ciente). Al contrario, la falta de dinero sí que condiciona en gran me-
dida las probabilidades que tienen las personas de llegar a ser infelices,
sobre todo si tienen que enfrentarse a situaciones vitales especialmen-
te problemáticas. Todos estos datos demuestran que el dinero no es lo
mismo que la felicidad y que, por tanto, para evaluar la calidad social
de las sociedades, así como la calidad de vida de las personas, se re-
quiere realizar análisis complementarios de la riqueza y de la felicidad.
Mediante el análisis de la estratificación social hemos comprobado
que la probabilidad de ser infelices depende de la falta de dinero pero,
también, de acuerdo con la teoría sociológica de la infelicidad, de la
falta de respeto y de la falta de sentido. El grado de felicidad de los
pobres, de las clases bajas y de quienes están marginados del sentido
social es inferior al de los ricos, al de las clases altas y al de aquellas
personas cuyas vidas están cargadas de sentido. A diferencia del nivel
de ingresos, el nivel de estatus influye a la hora de lograr niveles más
altos tanto de felicidad como de infelicidad. La combinación de la
falta de dinero, de respeto y de sentido en una determinada posición
social hace que disminuyan los niveles de felicidad de sus ocupantes.
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 351

La crisis económica de 2008 afectó a estos tres factores de estratifica-


ción social, y tuvo por ello un gran impacto en la felicidad de los es-
pañoles.

3. Inicialmente vimos que el grado de felicidad de las personas varia-


ba según su estatus social, registrado a través de su clase social subjeti-
va. Pero dado que las posiciones sociales definidas según su estatus se
caracterizan también por un amplio y complejo conjunto de rasgos,
además de por la valoración y el respeto que les atribuya la sociedad,
en el capítulo siete analizamos directamente la variación social de
los niveles de felicidad según la falta de respeto que experimentan de-
terminados colectivos sociales. En concreto, se analizaron tres tipos
de excluidos sociales: las personas sin hogar, los grupos socialmente
discriminados y los inmigrantes. Las personas sin hogar revelan para-
digmáticamente la complejidad de las estructuras afectivas que sub-
yacen a la felicidad. Junto al dolor y al sufrimiento que experimentan
estas personas tanto por el rechazo social como por las deplorables
condiciones objetivas de vida, todavía pueden encontrar atisbos de
felicidad gracias a la fortaleza de su yo y a la calidad de las relaciones
sociales que mantengan en su peculiar modo de vida. Debido a estos
factores, y pese a que sus niveles de bienestar emocional son muy
bajos, los estudios indican que quizá sean algo menos infelices de lo
que en principio el sentido común podría suponer. Su bienestar emo-
cional depende, en muy buena parte, del respeto con que la sociedad
y las personas «normales» les traten.
El bienestar emocional de las personas que forman parte de gru-
pos socialmente discriminados es bastante menor (–15,9) que el de
quienes no forman parte de ninguno de estos grupos (–2,6). En gene-
ral, esas personas sienten que son tratadas sin respeto y/o injustamen-
te. El nivel de felicidad de quienes creen que nunca son tratados con
respeto desciende hasta el –55,2, y el porcentaje de personas infelices
entre quienes nunca o casi nunca son tratados con respeto asciende al
16,5%. El nivel de felicidad de quienes sienten que muy a menudo
son tratados injustamente desciende hasta el –35,7. Cuando una per-
sona es tratada sin respeto, y además injustamente, su nivel de bienes-
tar emocional desciende muchísimo más, llegando hasta el –75,6. Por
último, como ya hemos mencionado, el bienestar subjetivo de los in-
migrantes, paradójicamente, no es mucho menor que el de los na-
tivos. Ahora bien, esta paradoja se explica por el hecho de que los inmi-
grantes compensan con la gran fortaleza de su yo y con su optimismo
352 Eduardo Bericat

respecto al futuro sus deplorables condiciones de vida, su vulnerabili-


dad multidimensional, y las faltas de respeto y el trato injusto que
sufren en virtud de su condición social. Al analizar los estados emocio-
nales de su estructura afectiva, comprobamos que casi la mitad
(42,8%), algo más de la mitad (54,7%) y casi un tercio (30,2%), se
han sentido, respectivamente, al menos en algún momento, deprimi-
dos, tristes o solos.

4. El estudio de la estratificación social de la felicidad tiene sentido en


la medida en que los factores genéticos, biológicos y de personalidad
no sean los únicos que determinan los niveles de bienestar emocio-
nal, y también en la medida en que los grados de felicidad no per-
manezcan invariables cuando varíen las condiciones existenciales de
las personas. En los capítulos anteriores ha quedado suficientemente
probado que la felicidad covaría con una amplia variedad de factores
y situaciones sociales, es decir, que el poder de la fuerza de voluntad
que las personas aplican al logro de la felicidad es limitado y finito,
por lo que sus probabilidades de ser feliz o infeliz dependen en buena
parte de la posición social que ocupan. Ahora bien, también era ne-
cesario demostrar que la capacidad de adaptación que tienen los seres
humanos para acomodarse a cualquier circunstancia no es ni mucho
menos infinita, tal y como suponen las teorías de la adaptación hedo-
nista, así como aquellas otras que afirman que la felicidad es relativa
y no depende de las circunstancias. El análisis de posiciones sociales
caracterizadas por haber experimentado algún tipo de catástrofe vital,
como es la enfermedad crónica o discapacidad, el desempleo, el di-
vorcio y la viudedad, demuestra que la capacidad de adaptación es li-
mitada y que la felicidad depende de las circunstancias. En concreto,
depende de si la alteración de los factores o condiciones subyacentes
que han determinado el brusco descenso de la felicidad se mantienen
a lo largo del tiempo o si, por el contrario, mejoran o empeoran.
No cabe hablar de una teoría general de la adaptación humana a las
circunstancias que explique todos los casos. Gran parte de las apa-
rentemente paradójicas predicciones de las teorías de la adaptación
hedonista derivan de una comprensión inadecuada de la verdadera
naturaleza de la felicidad.
El nivel de bienestar emocional de los enfermos crónicos y disca-
pacitados permanentes es extraordinariamente bajo (–47,2), y perma-
nece muy bajo a través del tiempo aunque hayan pasado muchos años
desde el momento en que aconteció la catástrofe vital. En el caso de
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 353

los desempleados (–10,3), los factores determinantes que provocaron


la infelicidad no solo se mantienen, sino que se intensifican, agravan-
do con el tiempo aún más la situación. Con respecto a los problemas
causados por el amor, los datos parecen demostrar básicamente la idea
de que el tiempo todo lo cura. La separación marital (27,4) provoca
un cataclismo emocional cuyas turbulencias van disminuyendo, poco
a poco, sobre todo si la separación fue voluntaria y si la persona con-
sigue rehacer su vida amorosa en el seno de una nueva pareja. Algo
distinto sucede cuando la catástrofe vital, involuntaria, está provocada
por la defunción de la pareja. El impacto emocional de la viudedad
(–32,3) es bastante más perdurable y, en general, ya nunca se recupera
el nivel anterior de felicidad. En concreto, la mitad de las viudas espa-
ñolas (49,8%) experimentan su vida en el marco de unas estructuras
afectivas que les excluyen de la felicidad. Ahora bien, debemos tener
muy en cuenta que la infelicidad que provocan todas estas catástrofes
vitales, así como su perdurabilidad, no constituyen hechos naturales
inmodificables, sino que están condicionadas, en general, por la cali­
dad de las sociedades y, específicamente, por las políticas públicas que
se apliquen en cada caso.

5. Dado que el género y la edad han sido y siguen siendo en nuestras


sociedades criterios de estructuración y de estratificación social, es
de esperar que las posiciones que estos criterios definan estarán ca-
racterizadas por niveles típicos de bienestar emocional. Así, en tanto
la desigualdad de género persista y las mujeres ocupen posiciones
inferiores a las ocupadas por los hombres, sus respectivos niveles de
felicidad deberían ser diferentes. En efecto, las estimaciones reali-
zadas mediante el índice de bienestar emocional así lo prueban, pues
mientras que en 2012 los hombres alcanzaban un IBSE de +3,0, el
de las mujeres era de –14,0. Ahora bien, la desigualdad de género no
solamente se manifiesta en esta desigualdad de felicidad bruta, sino en
múltiples y sutiles asimetrías emocionales que responden claramen-
te a las múltiples diferenciaciones sociales que el género imprime
en muchos ámbitos vitales. En este libro, a modo de ilustración, se
han puesto de manifiesto asimetrías emocionales en el ámbito del
trabajo, en el de la convivencia y en el de la formación. Los datos
muestran que la relevancia emocional del trabajo sigue siendo mayor
para los hombres que para las mujeres, lo que explica que el impacto
emocional del desempleo sea menor para estas últimas. Una vez que
las mujeres abandonan su periodo reproductivo, la relevancia que
354 Eduardo Bericat

adquiere el trabajo en sus estructuras afectivas vuelve a crecer. Los


datos del IBSE sustentan la tesis de que «el matrimonio es bueno
para las mujeres, pero aún mejor para los hombres». También nos
ayudan a explicar el hecho de que los hombres alteren sus estrategias
maritales con el fin de que su pareja tenga un estatus inferior a ellos
y pueden seguir ejerciendo el rol dominante en el seno de la misma.
El análisis del bienestar emocional también aporta indicios de que,
en la actualidad, la relevancia emocional que tiene para las mujeres
alcanzar altos niveles educativos es bastante mayor que la que tiene
para los hombres. En suma, hemos visto que las lógicas sociales de
diferenciación y discriminación entre hombres y mujeres, así como
la cultura y las estructuras sociales vigentes dejan su marca en el co-
razón de las mujeres y de los hombres, esto es, tanto en sus niveles de
bienestar emocional como en sus estructuras afectivas de la felicidad.
Los datos europeos ponen de manifiesto una pauta de continuo
decrecimiento del bienestar emocional de las personas conforme au-
menta su edad. En efecto, los jóvenes disfrutan de niveles de felici-
dad por encima de la media (entre +10 y +2); las personas maduras
en torno a la media (entre +2 y –2); y las mayores de 75 años o más
por debajo de la media (entre –7 y –10). Ahora bien, esto no signi-
fica que los grados de felicidad sean homogéneos en el seno de cada
una de las cohortes de edad, más bien al contrario. Tanto en los jó-
venes como en los mayores se observa una amplia variedad de posi-
ciones que están, por unas u otras razones, vinculadas diferencial-
mente tanto a las condiciones eudemónicas de la felicidad, como a
las dimensiones de la teoría sociológica de la infelicidad, esto es, a la
falta de dinero, de respeto y de sentido. Así, la diferencia de felicidad
entre las personas de 70 y más años que tienen buena salud (+25,1)
y las que la tienen muy mala (–79,9), o entre quienes tienen contac-
tos frecuentes con familiares y amigos (+0,1) y los que nunca o casi
nunca los tienen (–57,5), es enorme. En el caso de los jóvenes de
entre 15 y 29 años los niveles de felicidad también varían, bien de-
bido a la diversidad de posiciones sociales que ocupan, sean estu-
diantes (+10,5), trabajadores (+10,4) o «ninis» (–2,4); debido a su
edad; o debido a las diferentes condiciones eudemónicas de su exis-
tencia. Por ejemplo, los «ninis» que no atribuyen valor y utilidad
social a lo que hacen (–40,3), o que carecen de la sensación de logro
que se obtiene por el hecho de alcanzar metas o retos (-35,8), tienen
un nivel de bienestar emocional extraordinariamente bajo. Pese a la
propensión natural a la felicidad de los jóvenes, y pese a su probada
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 355

resiliencia, solamente la mitad de los jóvenes españoles viven felices


o contentos (49,4%). El resto tan solo viven meramente satisfechos
(38,3%), no satisfechos (9,3%) o no felices (3,0%). Es decir, entre
los jóvenes españoles hay bastantes excluidos de la felicidad, lo que en
su caso, como también en el caso de los niños, resulta especialmente
dramático y grave.

10.4. SOBRE LOS EXCLUIDOS SOCIALES Y LA TEORÍA


SOCIOLÓGICA DE LA INFELICIDAD

1. Partiendo de las teorías sociológicas de la estratificación social y


de las teorías psicológicas que asumen la perspectiva eudemónica de
la felicidad, hemos sintetizado en un modelo parsimonioso de tres
factores las relaciones existentes entre los rasgos característicos de una
determinada posición social y los niveles y estructuras afectivas de la
felicidad que experimentan sus ocupantes. Este modelo, que deno-
minamos teoría sociológica de la infelicidad, subsume bajo un mismo
marco tres dimensiones fundamentales, a saber, la falta de dinero,
como síntesis de la carencia de todo tipo de recursos que puedan ser
activados en el intercambio social, la falta de respeto, como indicio
comprensivo de la mala calidad de las relaciones sociales que se man-
tengan con los demás, y la falta de sentido, que sintetiza el vacío fun-
cional que la persona experimenta vitalmente en función de cuál sea
su actividad social. Tal y como han demostrado las investigaciones
basadas en el estudio de estados emocionales positivos y negativos,
nuestro análisis de datos también aporta evidencias de que los facto-
res que contribuyen a incrementar la felicidad no son necesariamente
y en todos los casos idénticos a los factores que incrementan los ni-
veles de infelicidad. Así sucede en cierto modo con el dinero, con el
respeto y con el sentido. La falta de dinero, de respeto y de sentido
incrementa la probabilidad de ser infeliz pero, a la inversa, la dispo-
sición de un exceso de dinero, de respeto y de sentido no garantiza
por sí mismo el continuo y progresivo incremento de la felicidad. Las
posiciones sociales dotadas con exceso de dinero provocan anomia y
tensiones afectivas; las posiciones a las que se les atribuye un exceso
de respeto distancia a sus ocupantes de los demás, reduciendo la ca-
lidad de las relaciones sociales; y las posiciones cargadas con un exceso
de sentido social reducen la libertad de los individuos poniendo en
riesgo el sentido personal.
356 Eduardo Bericat

2. Las múltiples posiciones sociales analizadas a lo largo de este trabajo


han ofrecido numerosos indicios de que los recursos económicos, las
relaciones sociales y el sentido vital, junto a las correspondientes con-
diciones eudemónicas, establecen un marco interpretativo adecuado
para el análisis de la estratificación social de la infelicidad. Con el ob-
jeto de ofrecer una síntesis de las evidencias empíricas que sustentan la
teoría social de la infelicidad, hemos recopilado las posiciones sociales
de la sociedad española cuyo IBSE medio es igual o inferior a –30.
Este umbral es siempre indicativo de que bastantes de las personas que
ocupan esa posición social experimentan la vida con estructuras afec-
tivas que, en conjunto, o en alguna de sus cuatro dimensiones básicas,
implican una elevada dosis de infelicidad. Haciendo uso de la tipo-
logía de la felicidad utilizada a lo largo del libro, también ofrecemos
las posiciones sociales cuya suma de porcentajes de «no satisfechos» y
de «no felices», es decir, los excluidos de la felicidad, exceden el 25%,
que es el porcentaje medio de la población española en 2012 (tabla
4.2). Es decir, ofrecemos el conjunto de posiciones de la estructura so-
cial española que en nuestro análisis se han revelado como posiciones
sociales excluidas de la felicidad. Por supuesto, ello no significa que
estas posiciones sociales sean las únicas en las que una buena parte
de sus ocupantes están excluidos de la felicidad. Análisis ulteriores,
análisis más completos y análisis de subpoblaciones específicas deben
ir completando el mapa social de los excluidos de la felicidad que aquí se
ha perfilado inicial y provisionalmente. En este trabajo futuro tendrá
especial importancia, como veremos seguidamente, el análisis de las
posiciones sociales desde una perspectiva multidimensional, es decir,
un análisis que define las posiciones sociales mediante la intersección
de diversas variables y, especialmente, de variables que estén de algún
modo íntimamente conectadas a las tres dimensiones básicas de la
teoría sociológica de la infelicidad. Por citar un solo ejemplo, la es-
tructura afectiva de la viudedad se comprende mucho mejor si tal
posición social queda definida multidimensionalmente con el cruce
de dos variables, el género y el estado civil. Dado que las múltiples
estimaciones realizadas con el IBSE han demostrado la existencia de
interacciones entre las tres dimensiones básicas de la teoría social de la
infelicidad, el análisis de la estratificación social de la infelicidad debe
ser necesariamente multidimensional. Este análisis minucioso de la es-
tructura y de la estratificación social de la felicidad permitirá localizar
todos los pozos o puntos negros del bienestar emocional de la sociedad
española, para así poder diseñar políticas orientadas específicamente
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 357

a estos colectivos, políticas que sean capaces de reducir sus elevados


niveles de infelicidad.

3. Las posiciones sociales caracterizadas por la carencia de dinero y de


recursos económicos presentan un alto grado de infelicidad. La expe-
riencia vital de los españoles cuyos ingresos mensuales del hogar son
inferiores a 300 euros, ya ingresen entre 150-299 € (–31,0) o menos
de 150 € (–33,9), está cargada de infelicidad (tabla 6.1). Un 39,5% de
los «pobres» (decil más bajo de ingresos) están excluidos de la felicidad,
suma de un 18,3% que viven no satisfechos y un 21,2% no felices
(tabla 6.2). Los españoles que estaban atravesando por muchas di-
ficultades financieras en 2006 y en 2012 tenían, respectivamente,
un índice de bienestar emocional de –52,5 y –36,0. Entre ellos, había un
55,3% de excluidos de la felicidad. Pasando ahora al factor respeto,
recordaremos que quienes forman parte de los peldaños más bajos de la
jerarquía social, por ejemplo, quienes se ubican en las cuatro posiciones
inferiores de la escala de clase social subjetiva, presentan estimaciones
del IBSE inferiores a –30. Los IBSE de las posiciones «0», «1», «2» y
«3» son, respectivamente, –52,2, –32,6, –42,2 y –32,9 (tabla 6.4). El
porcentaje de excluidos de la felicidad entre las personas de clase baja
se eleva al 44,3% (tabla 6.5). El bienestar emocional de las personas
que se consideran tratadas sin el debido respeto («0», «1» y «2» de la
escala) es muy bajo, –55,2, –30,8 y –32,3, respectivamente (tabla 7.2).
El porcentaje de excluidos de la felicidad de las posiciones «0-3» de
esta escala es del 35,6% (tabla 7.3). Con el trato injusto sucede aproxi-
madamente lo mismo, pues en el caso de que sea bastante frecuente el
IBSE medio desciende hasta el –35,7 (tabla 7.4). En la dimensión de
«estatus» la estimación para los inmigrantes desciende aún más, hasta el
–40,4 (tabla 7.6). Por último, hemos visto que una carencia de sentido
social y personal también conlleva bajos niveles de felicidad. Cuando
las personas están de acuerdo o muy de acuerdo en que su trabajo no es
valioso o socialmente útil, sus niveles de bienestar emocional se desplo-
man, descendiendo, respectivamente, al –38,7 y al –66,6. Cuando es-
tán de acuerdo o muy de acuerdo en que carecen de sensación de logro,
el IBSE desciende, respectivamente, al –41,2 y al –75,5. En suma, las
personas que ocupan posiciones sociales carentes de dinero, de respeto
o de sentido muestran altos grados de infelicidad.
La interacción de factores de infelicidad que se produce en deter-
minadas posiciones sociales, definidas multidimensionalmente, permi-
te analizar con mayor detalle las lógicas, procesos y contextos sociales
358 Eduardo Bericat

del sufrimiento y de la infelicidad. A lo largo del trabajo se han recogi-


do muchas evidencias de esta interacción, por lo que aquí mostraremos
solamente algunas de ellas. Por ejemplo, el nivel de bienestar emocio-
nal medio de los mileuristas, de clase baja y carentes de sensación de
logro, desciende hasta el –72,1 (tabla 6.7). Una persona «pobre», que
además esté viuda o sea enferma crónica o discapacitada, tiene un
IBSE, respectivamente, de –30,6 y de –48,4 (tabla 6.3). Una persona
cuya situación financiera en 2012 era «mala» o «muy mala» y que,
además, la crisis económica de 2008 le ha afectado «mucho», tiene un
nivel de felicidad muy bajo, equivalente a –37,4 (tabla 6.11).
Aunque en ocasiones, como en el caso de la enfermedad crónica y
la discapacidad, o en el de la viudedad, creamos estar analizando cate-
gorías sociales definidas mediante una única variable, debemos com-
prender que su situación vital está configurada, al menos desde la teoría
sociológica de la infelicidad, multidimensionalmente. Un enfermo
crónico o un discapacitado puede estar enfrentándose, por motivo de
esta misma catástrofe vital, a problemas económicos. Por otra parte,
por su condición de enfermo o discapacitado puede sufrir una devalua-
ción ante los ojos de los demás, así como una falta de respeto. Por últi-
mo, debido a una posible pérdida del trabajo o a un necesario cambio
de actividad quizá experimente una determinada pérdida de sentido
vital. Todo esto no tiene por qué ser necesariamente así, pero es ob-
vio que si aumentan las probabilidades de sufrir falta de dinero, de res-
peto o de sentido vital, también aumentarán correlativamente las pro-
babilidades de ser infeliz. Los enfermos crónicos o con discapacidad
invalidante tienen un IBSE muy bajo, de –47,2, siendo el valor de las di-
mensiones de «estatus» y de «situación» aún más bajo, exactamente de
–77,7 y –62,1 (tabla 8.1). En concreto, el 55,3% de estos enfermos y
discapacitados están excluidos de la felicidad (tabla 8.3). El caso de la
viudedad es similar en cuanto a la influencia multidimensional de los
tres factores sociales de infelicidad. A esto hay que añadir el hecho de
que los factores tienen una impronta diferencial según género. Así,
mientras que los viudos tienen un IBSE de –14,3, el de las viudas des-
ciende hasta el –36,2, estimación que indica la presencia de un gran
número de mujeres no satisfechas o no felices. En efecto, en España el
49,8% de las viudas están excluidas de la felicidad. Un 25,2% viven
«no satisfechas» y otro 24,6% «no felices» (tabla 8.10).
Cuando el criterio utilizado para definir la categoría social deli-
mita grandes grupos de población, como sucede en el caso del género
y de la edad, los niveles medios de bienestar emocional difícilmente
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 359

pueden descender por debajo del –30. Para localizar excluidos de la


felicidad en estas grandes categorías sociales es necesario realizar aná­
lisis intracategóricos, es decir, enfocados a las experiencias y estructuras
afectivas de subgrupos sociales existentes en el seno de cada categoría
o grupo social. Así, por ejemplo, la media de felicidad de las mujeres
separadas es de –30,4 (tabla 9.2). El IBSE de las mujeres con escaso
nivel educativo (educación primaria o menos) es de –23,4, lo que da
cuenta del bajo nivel de felicidad que experimentan las mujeres con
bajo nivel educativo en España (tabla 9.4). También hemos visto
cómo dentro de la categoría de las personas mayores, aquellas que
tienen «mala» o «muy mala» salud alcanzan altas cotas de malestar
emocional, –38,0 y –79,9, respectivamente (tabla 9.5). Las personas
mayores que viven en soledad, con una frecuencia nula o casi nula de
contactos sociales, experimentan también un altísimo grado de infeli-
cidad, equivalente a –57,5 (tabla 9.6). En el caso de los jóvenes, una
categoría social con relativamente elevados niveles de bienestar emo-
cional, el análisis intracategórico revela muchos posicionamientos
sociales juveniles excluidos de la felicidad. Por ejemplo, la intersección
entre juventud y falta de sentido nos ofrece índices de infelicidad bas-
tante altos en el caso de los «trabajadores», y altísimos en el caso de los
«ninis». Los «ninis» que no consideran valioso o útil lo que hacen tienen
un IBSE de –40,3, y los que carecen de sensación de logro, de –35,8.
La infelicidad crece exponencialmente en estos casos conforme au-
menta la edad de los «jóvenes», esto es, cuando las personas de 30-34
y de 35-39 años siguen en esta postergación estructural de la madurez
a la que condenan nuestras sociedades a la juventud, en la situación
social de «ninis» carentes de sentido vital (tabla 9.8). La estructura
afectiva de estos jóvenes maduros se erige en horizonte vital de la ju-
ventud, cercenando las expectativas y los proyectos vitales de los más
jóvenes y, por ende, excluyéndolos de uno de los elementos centrales
de su natural propensión a la felicidad. Quizá los jóvenes sean más
felices que las personas maduras o las mayores, pero creemos que no
tan felices como debieran o pudieran ser.

10.5. SOBRE LA FELICIDAD EN ESPAÑA Y EN EUROPA

1. En 2006, la distribución social de la tipología de la felicidad era


prácticamente idéntica en España y en Europa, pero ya entrada la cri-
sis económica, en 2012, el porcentaje de personas felices y contentas
360 Eduardo Bericat

en España (40,8%) era muy inferior al de Europa (51,3%), mientras


que, al contrario, el porcentaje de personas no satisfechas y no felices
era bastante superior en España (25,4%) que en Europa (18,0%) (ta-
bla 4.2). Uno de cada cuatro españoles estaba en 2012 excluido de la
felicidad, lo que equivale a 6.600.000 personas que declaran no estar
satisfechos con la vida (16,5%), y a 3.600.000 que confiesan vivir
una estructura afectiva de plena infelicidad (9,0%). Estos datos dan
perfecta cuenta de la extensión y de la intensidad de la infelicidad
existente en sociedades desarrolladas, como la española. En 2012, Es-
paña ocupa el séptimo puesto en el ranking de infelicidad de un total
de 29 países europeos, siendo Hungría el más infeliz, con un 34,2% de
no satisfechos y no felices, y Dinamarca el más feliz, con tan solo un
9,6% (tabla 4.3). En suma, nuestro país ocupa, con una puntuación
del IBSE de –5,8, el puesto número 25 en el ranking de felicidad de
los 29 países europeos que participaron en la oleada del año 2012
de la Encuesta Social Europea. En cuanto a la desigualdad de bienestar
emocional, el índice Gini de felicidad (IGF) muestra (tablas 4.4 y 4.8)
que España (14,4) era en 2012 uno de los países más desigualitarios
de Europa. Bulgaria (16,8) y Hungría (15,9) encabezan el ranking de
la desigualdad en felicidad, mientras Noruega (9,5) y Suiza (9,5) son
los países más igualitarios.

2. A lo largo del estudio de la estratificación social de la felicidad que


hemos llevado a cabo se han ido ofreciendo simultáneamente datos
españoles y europeos. Pese a que el objetivo de la presente investiga-
ción era estudiar las desigualdades de bienestar emocional en España,
decidimos estimar los datos del conjunto de Europa para disponer en
todo momento de una referencia empírica que nos confirmara, por
comparación, la fiabilidad de los datos españoles, estimados con un
tamaño de muestra mucho menor al de los europeos. En la enorme
cantidad de estimaciones analizadas prevalece la similitud de las pau-
tas ofrecidas por los datos españoles y europeos, algo lógico si aten-
demos, en primer lugar, al hecho de que España comparte muchos
rasgos con las sociedades europeas; y, en segundo lugar, al hecho de
que tanto la felicidad como la infelicidad en Europa han de respon-
der a los mismos factores o dimensiones que en España. La similitud
de las pautas observadas, que en cierto modo implica un reforza-
miento de la validación externa del modelo de medición utilizado,
no significa en ningún caso que las estimaciones de la felicidad de las
distintas posiciones sociales en España y en Europa sean idénticas. En
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 361

general, a lo largo del texto hemos ido observando bastantes diferen-


cias en los datos. La correcta interpretación de los mismos requeriría
un análisis comparativo más minucioso y profundo, que contrastara
las estratificaciones sociales de la felicidad de los distintos países eu-
ropeos, y no solo la de España y Europa en su conjunto. El interés
que tendría realizar esta investigación es evidente por sí mismo, pero
su desarrollo excedía la intención del presente estudio. Dejamos este
objetivo como leit motiv de una futura propuesta de investigación.
Por ahora, sintetizaremos los contrastes observados entre España y
Europa con la única intención de avanzar la tesis de que la felicidad
de las personas que ocupan determinadas posiciones sociales varía de
sociedad a sociedad según pautas, factores, procesos y estructuracio-
nes económicas, sociales, políticas o culturales que, a día de hoy, nos
son en gran parte desconocidas.

3. Mientras que en Europa la probabilidad que tiene un rico de ser


feliz es el doble que la de un pobre, en España es el triple. Asimis-
mo, la probabilidad que tiene un pobre en España de estar excluido
de la felicidad es seis veces la de un rico, mientras que en Europa es
solo algo más de tres veces (tabla 6.2). ¿A qué puede ser debido este
aparente mayor impacto del dinero sobre la felicidad en España, en
comparación a Europa? La pauta es tan diferente que, sin duda, me-
recería la pena estudiar las causas de esta diferencia. ¿Qué aspectos
de la calidad de la sociedad española están más relacionados con ella?
Ahora bien, cuando contrastamos los niveles de bienestar emocional
según el estatus social de las personas, los resultados presentan, tanto
en la estimaciones del IBSE (tabla 6.4) como en las de la tipología
de la felicidad (tabla 6.5), unas pautas españolas y europeas que son
prácticamente idénticas. ¿Por qué la pauta de clase económica en Es-
paña y en Europa es tan diferente y la de estatus tan similar? En
cuanto al sentido, cuando los europeos creen que lo que hacen es va-
lioso y útil mejoran más su bienestar emocional que en el caso de los
españoles. Sin embargo, la sensación de logro está asociada en Europa
y en España a un incremento similar del grado de felicidad (tabla
6.6). Es evidente, por ejemplo, que el impacto diferencial que ha
tenido la crisis económica de 2008, bastante más intenso en España
que en Europa, ha dejado claramente su marca en la estratificación
social del bienestar. La valoración negativa de la situación financiera
del hogar se incrementa, entre 2006 y 2012, mucho más en España
que en Europa (tabla 6.8), y en España se produce una concentración
362 Eduardo Bericat

mayor de la cantidad total de infelicidad en aquellas categorías socia-


les que están atravesando dificultades financieras por el impacto de
la crisis (tabla 6.10). Este hecho ha tenido una gran relevancia en la
formación del clima emocional de la sociedad española durante los
años de la crisis.

4. Anteriormente hemos visto que las diferencias de estatus social


estaban asociadas a diferencias similares de bienestar emocional tanto
en España como en Europa. Los datos del grado de felicidad según se
pertenezca o no a un grupo socialmente discriminado muestran que
la diferencia en Europa, de 18,3 puntos, es mayor a la que existe en
España, que es de 13,3 puntos (tabla 7.1). Los datos también ofrecen
algunos indicios de que la falta de respeto en Europa conlleva un me-
nor grado de felicidad que en España (tabla 7.2), lo que nos llevaría
a pensar que la sociedad española, aunque más injusta en términos
económicos, puede que sea más respetuosa en términos sociales. De
hecho, el porcentaje de personas que se sienten tratadas injustamente
es más alto en Europa (25,1%) que en España (17,2%), aunque a un
mismo nivel de trato injusto se observa un parecido nivel de bienes-
tar emocional (tabla 7.4). Sin embargo, esta situación cambia cuan-
do observamos la situación de los inmigrantes, sobre todo en 2012,
quizá debido al impacto de la crisis económica. Los inmigrantes en
España se sienten tratados con menor respeto y más injustamente
que en Europa, lo que explicaría su fuerte descenso en la dimensión
de «estatus» y el hecho de que en España los inmigrantes se sientan
mucho más tristes, deprimidos y solos que los inmigrantes en otros
países europeos (tabla 7.7).
La naturaleza, el contenido, las condiciones y el contexto de las
posiciones sociales en los diversos países son diferentes, por lo que el
estudio de su estructura afectiva de la felicidad requiere un análisis
social contextualizado y específico. En el caso de los enfermos cróni-
cos y discapacitados, la pauta europea y española es similar, aunque el
valor del factor «situación» en España es bastante más bajo que el de
Europa. El hecho de que el porcentaje de enfermos crónicos y disca-
pacitados «no felices» en España (34,4%) sea más alto que en Europa
(29,5%) (tabla 8.3), puede ser un indicio de que las condiciones obje-
tivas de su situación de vida son, al menos comparativamente, bastan-
te mejorables. Al analizar la posición social de desempleados ya vimos
que, en este caso, la situación es precisamente la inversa. La diferencia
entre el bienestar emocional de trabajadores y desempleados es menor
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 363

en España (12,7 puntos) que en Europa (16,9) puntos (tabla 8.4).


Esto mismo sucede al comparar los desempleados desanimados, y
también al comparar quienes, en 2006, tenían miedo a perder el em-
pleo (tabla 8.7). España se encontraba este año en un momento de
bonanza económica, por lo que es comprensible que el miedo al des-
empleo tuviera un menor efecto en el bienestar emocional de los espa-
ñoles.

5. La diferencia de bienestar emocional entre casados y divorciados


es mayor en España, 18,3 puntos, que en Europa, 13,2 puntos. En
España, la diferencia entre casados y divorciados es mayor en el caso
de los hombres que en el de las mujeres, cosa que no sucede en Eu-
ropa, pues se observa una diferencia similar entre ambos (tabla 8.8).
Estos hechos quizá sean indicio de que en España pervive un mayor
grado de tradicionalismo en el ámbito de las relaciones familiares.
Con respecto a la viudedad, observamos que el descenso de bienestar
emocional que sufren las viudas en España, de 30,5 puntos, es mayor
que el que sufren las viudas europeas, de 25,6 puntos. El grado de
felicidad de las viudas españolas (–36,2) es bastante inferior al de las
europeas (–22,9). Ahora bien, resulta que el bienestar emocional de
los viudos españoles y europeos es bastante parecido. Estos datos
también pueden ser indicativos de un mayor tradicionalismo de la
sociedad española. Con respecto al género, la diferencia entre el bien-
estar de mujeres y hombres era en 2006 similar en España y en Euro-
pa, 13,4 y 12,4 puntos, respectivamente. Sin embargo, en 2012, qui-
zá debido al impacto de la crisis económica, en España esta diferencia
había aumentado a 17,0 puntos, mientras que en Europa se había
mantenido más o menos constante, en 13,1 puntos (tabla 9.1). Con
respecto a las personas mayores y a su salud, observamos que la pauta
española y europea es similar. Sin embargo, el bienestar emocional de
los mayores españoles es inferior al de los europeos (tabla 9.5). El
estado de salud subjetivo de las personas mayores en España no solo
es bastante peor que en Europa, sino que además el bienestar emocio-
nal asociado a un mismo estado subjetivo de salud es, en España,
inferior al de las personas mayores en Europa. Con respecto a la sole-
dad de las personas mayores, hemos visto que la frecuencia de contac-
tos con familiares y amigos es superior en España que en Europa, y
quizá por ello los mayores que están objetivamente solos en España
(–57,5) sufren mucho más que los europeos (–32,8) (tabla 9.6). Por
último, comparando España con Europa, constatamos que los
364 Eduardo Bericat

jóvenes españoles podrían ser algo más felices de lo que son. Es cierto
que el porcentaje de jóvenes españoles excluidos de la felicidad
(12,3%) es menor que el de jóvenes europeos, pero también es cierto
que el porcentaje de jóvenes «felices» y «contentos» en Europa
(53,2%) es superior al de España (49,4%). En cualquier caso, parece
que un rasgo peculiar de la estructura afectiva de la juventud españo-
la es que el porcentaje de jóvenes que están meramente «satisfechos»
(38,3%) es bastante superior al porcentaje de la juventud europea
(32,1%) (tabla 9.9). La felicidad o la infelicidad son estados de la
conciencia del cuerpo que contienen, bien sea en acto, bien en poten-
cia, un determinado nivel de energía emocional. Pero la mera satis-
facción puede que sea tan solo un reflejo de la apatía o de la indife-
rencia en la que está sumida buena parte de la juventud.

10.6. SOBRE EL DESTINO SOCIAL DE LA FELICIDAD

1. En las sociedades avanzadas las creencias que dominan y ocupan


el centro de la escena cultural acerca de la conquista de la felicidad
son estrictamente individualistas y voluntaristas. Se da por supuesto
que cada uno es responsable de su propia felicidad, debiendo, por
tanto, gestionar su vida y sus emociones, con los medios y terapias a
su alcance, para evitar en lo posible cualquier sufrimiento y malestar
emocional. Según estas creencias ideológicas, que siempre incorpo-
ran explícita o implícitamente un cierto fatalismo social, la felicidad
depende en esencia de la herencia genética, de los rasgos del carácter
o de la personalidad. Ahora bien, tras haber mostrado a lo largo del
libro múltiples estimaciones del bienestar emocional experimentado
por muy diferentes tipos de personas, confiamos haber convencido al
lector de que la felicidad de cada uno no depende exclusivamente de
sí mismo, sino que en gran parte está condicionada por lógicas y pro-
cesos sociales que trascienden las limitaciones propias de la voluntad
individual. El discurso psicoterapéutico, individualista y voluntarista
de la felicidad apela a las infinitas «posibilidades» del ser, pero el dis-
curso sociológico de la felicidad apela a las «probabilidades» efectivas
que los diferentes sujetos sociales tienen, en un momento dado y en
el seno de una determinada sociedad, de llegar a ser felices o infelices.
Hemos visto que la probabilidad que tiene un rico de ser feliz es tres
veces superior a la que tiene un pobre y, a la inversa, que la probabi-
lidad que tiene un pobre de ser infeliz es doce veces superior a la que
Conclusiones: Naturaleza, medida, distribución, teoría y destino social… 365

tiene un rico. Dicho de otra manera, a las personas pobres, a las que
ocupan los últimos peldaños de la escala social, a los jóvenes que no
encuentran ningún sentido en su actividad, a los enfermos crónicos
sin recursos económicos, a las personas mayores que están objetiva-
mente solas, o a las mujeres que se quedan viudas, por señalar tan solo
algunos de los ejemplos vistos a lo largo del libro, les resultará mucho
más difícil conquistar la felicidad. El optimismo individualista, que en
algunos contextos vitales puede funcionar como motivo de orgullo
y acicate personal, opera socialmente como discurso o ideología que
legitima el sufrimiento de muchos atribuyéndolo, injustamente, a su
incapacidad personal. Así, las personas que sufren pagan un doble
precio, pues además de experimentar el malestar de la estructura afec-
tiva que fundamenta la metaemoción de la infelicidad, sufren el daño
que provocan las heridas ocultas a las que se referían Sennett y Cobb,
es decir, el dolor de la vergüenza que sienten por no ser capaces de
alcanzar la felicidad. En suma, el vigente discurso individualista de
la felicidad no se corresponde en absoluto con la distribución social de la
felicidad existente en el seno de todas las sociedades, incluso en el de
las más avanzadas.

2. Asumiendo que la felicidad de las personas constituye una valora-


ción emocional compleja que, en palabras de Emilio Lledó, «emerge
de un permanente estado de vigilia en el que, a distintos niveles de
conciencia, se plantea la necesidad de una correspondencia entre la
posibilidad y la realidad», es evidente que los estudios científico-so-
ciales de la felicidad deben contribuir al mantenimiento de ese estado
de vigilia monitorizando el bienestar emocional de las sociedades y
potenciando la sensibilidad de la conciencia social respecto a todos
los fenómenos, factores y procesos que incrementen el sufrimiento de
las personas y la cantidad total de infelicidad. Sabemos que la felici-
dad puede medirse, sabemos que existe una distribución o estratifica-
ción social del bienestar emocional, y sabemos que la felicidad de las
personas puede atribuirse en gran parte, más allá de la incidencia que
pueden tener los factores estrictamente biológicos y/o personales, a
causas y procesos sociales. Por ello consideramos absolutamente im-
prescindible incorporar el análisis del bienestar emocional a cualquier
estudio que tenga por objeto medir la calidad de las sociedades o la
calidad de vida de los individuos. Consideramos imprescindible te-
ner en cuenta la felicidad y la infelicidad en la concepción, el diseño
y la implementación de las políticas sociales. Las sociedades actuales
366 Eduardo Bericat

no deberían seguir siendo evaluadas exclusivamente en función de la


riqueza que generan, o en función de los ingresos económicos de los
que los individuos disponen para su consumo. En este punto, lle-
gando al final de nuestra investigación, nos preguntamos si, dada la
naturaleza y el nivel de desarrollo económico alcanzado por nuestras
sociedades, tiene sentido seguir identificando, acrítica y mecánica-
mente, el progreso social con los meros incrementos de riqueza. Una
sociedad que progresa es algo más que una sociedad que incrementa
año a año un porcentaje de su PIB. Por este motivo, la evaluación del
progreso social debería incorporar la monitorización del bienestar y
del malestar emocional de las personas, de su felicidad y de su infe-
licidad.
En suma, si la reducción de la infelicidad, siguiendo el principio
de la menor infelicidad para el mayor número, ha de ser considerada,
junto con la reducción de la pobreza, como uno de los dos grandes
objetivos del progreso de nuestras sociedades, tendremos que incorpo-
rar el bienestar emocional como un criterio clave en el análisis y eva-
luación de cualquier política social. Toda política social debe estar
inspirada tanto en criterios de bienestar objetivo como de bienestar
subjetivo, en criterios de bienestar material y de bienestar emocional.
En algunos ámbitos de actuación social hace algún tiempo que ya se
ha puesto en marcha la aplicación de ambos criterios, pero tal incor-
poración debe extenderse al resto de políticas sociales específicas y a la
política social general. En este sentido, países como el Reino Unido o
Francia, así como la propia Unión Europea, han iniciado ya, aunque
todavía muy tímidamente, el camino que debe conducirnos hacia una
verdadera evaluación social de la felicidad. Las sociedades deben estar
muy vigilantes para conocer en todo momento, y así poder valorar, el
impacto que las decisiones y acciones colectivas puedan tener sobre
el bienestar emocional de las personas. Este sería, en último término, el
destino social que propugnamos para la felicidad.
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Woodcock, A. (2013). Teoría de las catástrofes. Barcelona: Cátedra.
Wu, C. H. y Yao, G. (2007). «Examining the relationship between
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Personality, 46: 477-488.
ÍNDICE DE TABLAS

Tabla 3.1. Análisis de factor común. Matriz de factores rota-


dos. Pesos de los factores. Modelo de 4 factores 8 variables.
ESS-2006.......................................................................... 109
Tabla 3.2. Análisis de factor común. Matriz de factores ro-
tados. Pesos de los factores. Modelo de 4 factores y 19
variables. ESS-2006........................................................... 110
Tabla 3.3. Índice de bienestar socioemocional (IBSE). Análisis
de factor común. Matriz de factores rotados. Pesos de los
factores. Modelo de 4 factores y 10 variables. ESS-2006...... 111
Tabla 3.4. Índice de bienestar socioemocional (IBSE). Aná-
lisis de factor común. Varianza explicada. Modelo de 4
factores y 10 variables. ESS-2006....................................... 112
Tabla 3.5. Índice de bienestar socioemocional (IBSE). Análi-
sis factorial confirmatorio. Bondad de ajuste del modelo.
Diferentes modelos. ESS-2006........................................... 113
Tabla 4.1. Estructura afectiva de los tipos de felicidad e infe-
licidad............................................................................... 136
Tabla 4.2. Tipos de bienestar socioemocional. España y Europa,
2006 y 2012 (% población y población 2012)................... 139
Tabla 4.3. Felicidad e infelicidad en Europa. IBSE 2012......... 143
Tabla 4.4. Índice Gini de ingresos (IGI) y de felicidad (IGF).
Europa, 2006 y 2012......................................................... 152
Tabla 4.5. Ratios quintil (ratio S80/S20) de ingresos y de
felicidad. Europa, 2006 y 2012.......................................... 155
Tabla 4.6. Tasas y umbrales de riesgo de pobreza y de infelici-
dad. Europa, 2012............................................................. 158
Tabla 4.7. Tasas de privación material y emocional. Europa,
2012.................................................................................. 161
Tabla 4.8. La desigualdad en felicidad, 2006 y 2012. España
y Europa............................................................................ 164
390 Índice de tablas

Tabla 5.1. Felicidad y satisfacción general con la vida. España


y Europa (medias, escala 0-10)........................................... 167
Tabla 5.2. Estados emocionales de los españoles. CIS-2011
(% población).................................................................... 170
Tabla 5.3. Felicidad, disfrute de la vida y energía vital en los
españoles y europeos. 2006 y 2012 (% población)............. 176
Tabla 5.4. Tristeza, depresión, soledad y aburrimiento en los
españoles y europeos. 2006 y 2012 (% población)............. 178
Tabla 5.5. Autoestima, fracaso y optimismo en los españoles y
europeos. 2006 y 2012 (% población).............................. 181
Tabla 5.6. Inquietud, calma y fatiga en los españoles y europeos.
2006 y 2012 (% población)............................................... 186
Tabla 5.7. Tipología de estructuras afectivas de la felicidad.
IBSE, Europa-20, 2006.................................................... 189
Tabla 6.1. Bienestar socioemocional (IBSE), según ingresos
mensuales netos del hogar. España, 2006 y 2012 (euros).... 218
Tabla 6.2. Tipos de bienestar socioemocional, según ingresos ne-
tos del hogar. Pobres (1ª decila) y ricos (10ª decila). España y
Europa, 2012 (% población).............................................. 221
Tabla 6.3. Bienestar socioemocional (IBSE), según situación
personal y decila de ingresos netos del hogar. Europa,
2012.................................................................................. 224
Tabla 6.4. Bienestar socioemocional (IBSE), según clase social
subjetiva. España y Europa................................................ 229
Tabla 6.5. Tipos de bienestar socioemocional, según clase so-
cial subjetiva. Baja (0-3) y alta (8-10). España y Europa
(% población).................................................................... 231
Tabla 6.6. Bienestar socioemocional (IBSE), según el grado
sentido de lo que se hace. Valor social y sensación de logro.
España y Europa................................................................ 236
Tabla 6.7. Bienestar socioemocional de los mileuristas (IBSE), se-
gún clase social subjetiva y sensación de logro (sentido).
Europa, 2012 (% total de mileuristas)................................ 240
Tabla 6.8. Valoración de la situación financiera del hogar. España
y Europa, 2006 y 2012 (% población)............................... 245
Tabla 6.9. Bienestar socioemocional (IBSE), según valora-
ción de la situación financiera del hogar. España y Europa,
2006 y 2012...................................................................... 247
Índice de tablas 391

Tabla 6.10. Distribución social de la cantidad total de in-


felicidad (CTINF), según valoración de la situación fi-
nanciera del hogar. España y Europa, 2006 y 2012 (%
CTINF)............................................................................ 249
Tabla 6.11. Bienestar socioemocional (IBSE), según grado de
afectación de la crisis en la situación económica personal,
y según situación económica personal. España, 2011......... 252
Tabla 6.12. Bienestar socioemocional (IBSE), según tipo de
incidencia sobre el empleo y sobre el gasto de consumo.
España, 2011..................................................................... 253
Tabla 7.1. Bienestar socioemocional (IBSE) de las personas
pertenecientes a grupos socialmente discriminados. España
y Europa............................................................................ 263
Tabla 7.2. Bienestar socioemocional (IBSE) y porcentaje de po-
blación, según trato de respeto recibido. España y Europa... 267
Tabla 7.3. Tipología de la felicidad, según trato de respeto
recibido. España (% poblacion)......................................... 269
Tabla 7.4. Bienestar socioemocional (IBSE) y porcentaje de
población, según trato injusto recibido. España y Europa,
2006.................................................................................. 270
Tabla 7.5. Bienestar socioemocional (IBSE) de nativos e in-
migrantes. España y Europa............................................... 275
Tabla 7.6. Bienestar socioemocional (IBSE) de inmigrantes y na-
tivos, según dimensiones de la felicidad. España y Europa..... 278
Tabla 7.7. Nativos e inmigrantes «algo» deprimidos, tristes y
solos. España y Europa (% población)............................... 280
Tabla 8.1. Bienestar socioemocional (IBSE) de enfermos crónicos
o con discapacidad. España y Europa-27............................ 294
Tabla 8.2. Bienestar socioemocional (IBSE), de enfermos cró-
nicos o con discapacidad, según tiempo de enfermedad /
discapacidad. Europa-27, 2006.......................................... 296
Tabla 8.3. Tipos de bienestar socioemocional en enfermos crónicos
o con discapacidad. España y Europa-27 (% población).......... 297
Tabla 8.4. Bienestar socioemocional (IBSE), de empleados y
desempleados. España y Europa-27.................................... 299
Tabla 8.5. Bienestar socioemocional (IBSE) de desempleados
que buscan trabajo, según tiempo de desempleo. Europa-27.. 302
Tabla 8.6. Bienestar socioemocional (IBSE) de empleados y de­
sempleados con algún período de desempleo superior a 12 me-
ses. España y Europa.......................................................... 304
392 Índice de tablas

Tabla 8.7. Bienestar socioemocional (IBSE) de los empleados,


según probabilidad subjetiva de perder el empleo en los
próximos doce meses. España y Europa.............................. 305
Tabla 8.8. Bienestar socioemocional (IBSE), según estado de
convivencia. España y Europa............................................ 311
Tabla 8.9. Bienestar socioemocional (IBSE) de casados y viudos,
según edad. España y Europa............................................. 313
Tabla 8.10. Tipos de bienestar socioemocional en viudas y
viudos. España y Europa (% población)............................ 313
Tabla 9.1. Bienestar socioemocional (IBSE), según género.
España y Europa, 2006 y 2012.......................................... 318
Tabla 9.2. Bienestar socioemocional (IBSE), según género y
situación de convivencia. España y Europa......................... 326
Tabla 9.3. Variaciones en el nivel de bienestar socioemocional
(IBSE) de mujeres y hombres, según su estatus socioeco-
nómico y el de su pareja. Europa, 2006.............................. 327
Tabla 9.4. Bienestar socioemocional (IBSE), según género y
nivel educativo. España y Europa....................................... 329
Tabla 9.5. Bienestar socioemocional (IBSE) de las personas
mayores (70 y más años), y porcentaje de población, según
salud subjetiva. España y Europa....................................... 332
Tabla 9.6. Bienestar socioemocional (IBSE) de las personas
mayores (70 y más años) y porcentajes de población, según
actividad social. España y Europa....................................... 333
Tabla 9.7. Bienestar socioemocional (IBSE) de jóvenes estudiantes,
trabajadores y «ninis», según edad. Europa......................... 337
Tabla 9.8. Bienestar socioemocional (IBSE), de estudiantes, tra-
bajadores y «ninis», según el grado de sentido. Valor social y
sensación de logro. Europa................................................. 338
Tabla 9.9. Tipos de bienestar socioemocional en jóvenes de
entre 15 y 29 años. España y Europa (%)........................... 340
ÍNDICE DE FIGURAS, GRÁFICO Y ESQUEMA

Figura 1.1. Marco analítico para el estudio de la estratifica-


ción social de la felicidad .................................................. 28
Figura 1.2. Condiciones eudemónicas de la felicidad............... 35
Figura 3.1. Formas de medir la felicidad................................. 89
Figura 3.2. Bienestar socioemocional (BSE). Definición con-
ceptual............................................................................... 104
Figura 3.3. Propuesta para un modelo de medición del bienestar
emocional. ESS-2006........................................................ 107
Figura 3.4. Las 4 dimensiones de la felicidad. Dimensiones,
estados emocionales y tonos vitales del índice de bienestar
socioemocional (IBSE)...................................................... 115
Figura 4.1. Distribución del bienestar socioemocional en Es-
paña (IBSE). ESS-2006..................................................... 127
Figura 4.2. Cantidad total de felicidad.................................... 132
Figura 4.3. Tipología social de la felicidad............................... 134
Gráfico 9.1. Bienestar socioemocional (IBSE), según edad.
Europa-27, 2006+2012..................................................... 321
Esquema. Estructura afectiva de la felicidad: preguntas sobre
estados emocionales........................................................... 348
COLECCIÓN MONOGRAFÍAS

309. Arlie Russell Hochschild: un camino hacia el corazón de la


sociología
Madalena d’Oliveira-Martins
308. Democracia, dignidad y movimientos sociales: el surgimiento
de la cultura cívica y la irrupción de los «indignados» en la vida
pública
Rubén Díez García y Enrique Laraña
307. Sociología e historia de la ciudad desconcentrada
Raimundo Otero Enríquez
306. Migraciones y trabajo con las personas mayores en las grandes
ciudades
Paloma Moré Corral
305. El desafío sociológico. Individuo y retos sociales
Danilo Martuccelli y Jose Santiago
304. Primavera Árabe y cambio político en Túnez, Egipto
y Jordania
Luis Melián Rodríguez
303. Mujeres en mundos de hombres: la segregación ocupacional
a través del estudio de casos
Marta Ibáñez (Dir.)
302. El acoso sexual: Un aspecto olvidado de la violencia
de género
Cristina Cuenca Piqueras
301. Procesos de gentrificación en cascos antiguos: el Albaicín
de Granada
Ricardo Duque Calvache
300. Cambio y continuidad en el discurso político: el caso del Partido
Socialista de Euskadi (1977-2011)
Rafael Leonisio Calvo
299. Inmigración y empleo en España: de la expansión a la crisis
económica
Jacobo Muñoz Comet
298. Desafíos del sistema de seguridad de la ONU: Análisis
sociológico de las amenazas globales
Sergio García Magariño
297. Reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas en el
Sudeste Asiático
Isabel Inguanzo Ortiz
296. El arte de la teoría social
Richard Swedberg
295. Dramaturgia y hermenéutica: para entender la realidad social
Miguel Beltrán Villalva
294. Creatividad. Números e imaginarios
José Ángel Bergua (dir.), Enrique Carretero, Juan Miguel Báez,
David Pac
293. Izquierda y derecha en España: un estudio longitudinal y
comparado
Lucía Medina
292. Ferdinand Tönnies (1855-1936). Vida y sociología
Ana Isabel Erdozáin
291. Cómo piensan los profesores. El curioso mundo de la
evaluación académica por dentro
Michèle Lamont
290. La transformación de la longevidad en España: de1910 a 2009
Juan Manuel García González
289. Jóvenes en tierra de nadie: hijos de inmigrantes en un barrio de
la periferia de Madrid
Cecilia Eseverri Mayer
288. Prensa y política en tiempos de crisis: estudio de la legislatura
2008-2011
Palmira Chavero Ramírez
287. La monoparentalidad masculina en España
Manuela Avilés Hernández
286. Estructuras residenciales y movilidad: más allá de la segunda
residencia
Julio A. del Pino Artacho
285. Sociología urbana: de Marx y Engels a las escuelas
posmodernas
Francisco Javier Ullán de la Rosa
284. El paradigma de la flexiguridad en las políticas de empleo
españolas: un análisis cualitativo
Carlos Jesús Fernández Rodríguez y Amparo Serrano Pascual (coords.)
283. El Estado de las autonomías en la opinión pública: preferencias,
conocimientos y voto
Robert Liñeira
282. La decisión de votar. Homo economicus versus homo
sociologicus
Andrés Santana Leitner
281. Los españoles y la sexualidad en el siglo XXI
Luis Ayuso y Livia García Faroldi
280. El poder económico mundial. Análisis de redes
de directorates
Julián Cárdenas
279. La construcción política de la identidad española:
¿del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático?
Jordi Muñoz Mendoza
278. El círculo virtuoso de la democracia: los presupuestos
participativos a debate
Ernesto Ganuza y Francisco Francés
277. Durkeim y el pragmatismo
Rafael S. Farián Hernández
276. Cambio religioso en España: los avatares de la
secularización
Alfonso Pérez-Agote
275. Alianzas políticas, relaciones de poder y cambio organizativo:
el caso de Unió Democrática de Catalunya (1978-2003)
Òscar Barberà Aresté
274. El marco de las coaliciones promotoras en el análisis de
políticas públicas. El caso de las políticas de drogas en España
(1982-1996)
Ruth Martinón Quintero
273. Comunidades locales y participación política en España
Clemente J. Navarro Yáñez
272. ¿Declive o revolución demográfica? Reflexiones a partir del
caso italiano
Francesco C. Billari y Gianpiero Dalla Zuanna
271. Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social
José Luis Moreno Pestaña
270. Líderes políticos, opinión pública y comportamiento electoral
en España
Guillem Rico
269. Presidentes y parlamentos: ¿Quién controla la actividad
legislativa en América Latina?
Mercedes García Montero
268. Deliberación y preferencias ciudadanas: un enfoque empírico.
La experiencia de Córdoba
Laia Jorba Galdós
267. Democracias y democratizaciones
Leonardo Morlino
266. Nupcialidad y cambio social en España
Juan Ignacio Martínez Pastor
265. Construyendo Europa. Las redes sociales en la difusión de
actitudes e identificaciones hacia la Unión Europea
M. Livia García Faroldi
264. La nueva derecha. Cuarenta años de agitación metapolítica
Diego Luis Sanromán
263. Génesis de la teoría social de Pierre Bourdieu
Ildefonso Marqués Perales
262. Voces de la democracia
Robert M. Fishman
261. El deporte en la construcción del espacio social
Álvaro Rodríguez Díaz
260. ¿Por qué importan las campañas electorales?
Ferrán Martínez i Coma
259. Gobiernos minoritarios y promesas electorales en España
Joaquín Artés Caselles
258. Repertorios. La política de enfrentamiento en el siglo xx
Rafael Cruz Martínez
257. Maurice Halbwachs. Estudios de morfología social de la
ciudad
Emilio Martínez Gutiérrez
256. Redes sociales y sociedad civil
Félix Requena Santos
255. Nuevos tiempos del trabajo. Entre la flexibilidad competitiva
de las empresas y las relaciones de género
Carlos Prieto, Ramón Ramos y Javier Callejo
254. Loterías: un estudio desde la nueva sociología económica
Roberto Garvía
253. Los intelectuales y la transición política. Un estudio
del campo de las revistas políticas en España
Juan Pecourt
252. Del 0,7% a la desobediencia civil. Política e información
del movimiento y las ONG de Desarrollo
Ariel Jerez Novara, Víctor Sampedro y José López Rey
251. Estudio de las incidencias en la investigación con
encuesta. El caso de los barómetros del CIS
Vidal Díaz de Rada y Adoración Núñez
250. Las raíces sociales del nacionalismo vasco
Alfonso Pérez-Agote
249. Partidos y representación política: las dimensiones
del cambio en los partidos políticos españoles,
1976-2006
Tània Verge Mestre
248. El discurso del Management: tiempo y narración
Carlos Jesús Fernández Rodríguez
247. Las actitudes y los valores sociales en Galicia
José Luis Veira Veira (ed.)
246. Familia y empleo de la mujer en los regímenes de bienestar
del sur de Europa. Incidencia de las políticas familiares
y laborales
Almudena Moreno Minués
245. Para una sociología de la infancia: aspectos
teóricos y metodológicos
Iván Rodríguez Pascual
244. La opinión pública: teoría del campo demoscópico
Giorgio Grossi
Fabrizio Ceglia, José Manuel Sánchez y Víctor Sampedro (trs.)
243. Los mandos de las fuerzas armadas españolas del siglo XXI
Rafael Martínez
242. Las asociaciones familiares en España
Luis Ayuso Sánchez
241. La deriva del cambio familiar: hacia formas de
convivencia más abiertas y democráticas
M.ª Ángeles Cea D’Ancona
240. La imagen de los partidos políticos: el comportamiento electoral
en España durante las Elecciones Generales de 1993 y 1996
Marta Ruiz Contreras
239. La vida antes del laboratorio: la construcción de
los constructores de hechos científicos
Miguel A. V. Ferreira
238. Sobre la fluidez social: elementos para una cartografía
Fernando J. García Selgas
237. Identidades débiles: una propuesta teórica aplicada
al estudio de la identidad en el País Vasco
Gabriel Gatti
236. Determinantes sociales de la interrupción
del embarazo en España
Margarita Delgado y Laura Barrios
235. Marruecos, 1984-1999: dinámicas políticas internas
y su representación en el diario El País
Inmaculada Szmolka Vida
234. Juventud y familia: en Francia y en España
Sandra Gaviria Sabbah
233. Las bridas de la conducta: una aproximación
al proceso civilizatorio español
Fernando Ampudia de Haro
232. Individualización social y cambios demográficos:
¿hacia una segunda transición demográfica?
María Soledad Herrera Ponce
La sociedad moderna comenzó su andadura con la promesa de alcan- «Monografías», núm. 310
zar la mayor felicidad para el mayor número. Pero la conquista de la
felicidad, considerada por Aristóteles como el bien supremo, fue muy
pronto sustituida por el logro de bienestar material, y finalmente reduci-
da a mero incremento del producto interior bruto (PIB). Por este motivo Excluidos
de la felicidad
cabe preguntarse si, tras dos siglos de progreso económico y social,
las sociedades avanzadas han cumplido su promesa o si, por el contra-
310
rio, el malestar emocional está hoy más extendido que nunca.
También cabe preguntarse quiénes viven felices, alegres, contentos,
animosos, optimistas y quiénes, a su pesar, excluidos de la felicidad,
La estratificación social del
viven tristes, deprimidos, solos, estresados, carentes de autoestima y bienestar emocional en España Eduardo Bericat
es sociólogo e investigador social.
sin disfrutar de las cosas buenas de la vida. Frente a las hoy tan en boga
Catedrático de Sociología de la
teorías y discursos psicoterapeúticos individualistas, que responsabili-
Universidad de Sevilla. Ha realizado
zan a las propias personas de su infelicidad, en este libro se muestra

310
estancias de investigación en las
que la felicidad también depende de la posición que ocupan los indivi- Eduardo Bericat universidades de Michigan, California
duos en la estructura social. La felicidad, una vivencia íntima, subjetiva
y Essex; actualmente preside el Comité

La estratificación social del bienestar emocional en España


e individual está profunda y esencialmente determinada por múltiples
de Investigación de Sociología de las
lógicas sociales. Así, sabemos que la falta de dinero, de respeto y de Emociones de la FES. Entre sus
sentido en la vida aumentan las probabilidades de ser infeliz. intereses académicos y de
Este libro analiza el grado de felicidad de hombres y mujeres, de ricos investigación destacan: el análisis y
y pobres, de jóvenes, maduros y mayores, de clases altas y bajas, de monitorización, mediante indicadores
personas sin hogar, de excluidos sociales, de autóctonos e inmigrantes, compuestos, de la calidad de las
de casados y solteros, de divorciados, de viudos y viudas, de trabajado- sociedades europeas; la sociología
res y desempleados, de sanos y enfermos. Y analizando el bienestar y visual y el análisis socioiconográfico; el
el malestar emocional de los «otros», reflexionando al mismo tiempo estudio de los valores sociales y de su
sobre el horizonte de la felicidad e infelicidad de cada uno, trata de transformación en la posmodernidad;
comprender cuál es el sentido humano y el destino social de esta meta- y el estudio sociológico de las
emoción a la que Aristóteles denominó eudemonía. emociones, particularmente de las
estructuras afectivas de la felicidad y

Excluidos de la felicidad
de la infelicidad. Dentro de este campo
recientemente ha publicado: The
Subjective Well-being of Working
Women in Europe (Springer, 2016);
Problemas sociales, estructuras

Eduardo Bericat
afectivas y bienestar emocional
(La Catarata, 2016); The Sociology
of Emotions: Four Decades of Progress
(Current Sociology, 2016); y The
Socioemotional Well-Being Index
Próxima publicación: (SEWBI): Theoretical Framework and
Empirical Operationalisation (Social
Indicators Research, 2014).
Responsabilidad social
corporativa: Revisión crítica
de una noción empresarial
Guacimara Gil Sánchez

310_Excluidosdelafelicidad.indd 1 4/5/18 9:10

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