You are on page 1of 5

DIA PRIMERO

*JESUS EN LA EUCARISTÍA NOS DA UN CIELO EN LA TIERRA*

¡Oh Dios, a quien adoran los ángeles en el cielo y cuya vista forma por sí sola la dicha eterna de esa
morada de delicias! Tú estás allí, oculto entre los símbolos del sacramento, y aunque nuestros
sentidos nada comprenden, la fe nos revela la grande y consoladora verdad de un dios que vive
entre los hombres, la presencia real del amante Salvador en medio de nosotros, hasta el fin de los
siglos.

¡Bendita sea, Señor, tu caridad inefable! ¿Qué podemos envidiar a los felices habitantes de Judea,
que te vieron y que escucharon tu palabra? ¿Qué envidiar a los ángeles de la gloria, sino solo el
poseerte sin el temor de que nuestra infidelidad pueda alejarnos para siempre de tu vista! Tu
presencia en nuestros altares es un cielo en la tierra. Allí los ángeles cantan tu gloria; allí el Eterno
Padre fija noche y día sus miradas de amor; allí arde tu corazón en un fuego de amor inextinguible
de caridad ¿Qué falta, ¡oh buen Dios!, para que nos miremos en un cielo de fidelidad infinita?

Yo desde hoy tendré mi corazón en ese tabernáculo; mi único contento será visitarte y juntarme
con los ángeles en la adoración y en el amor. Cuando el mundo quiera seducirme con sus falsos
resplandores, yo vendré, Señor, a tus pies, y unido a los celestiales espíritus que te rodean, nada
ambicionaré, sino la dicha de contemplarte sin velos ni sombras en la corte de la gloria. Amén.

DIA SEGUNDO

*JESUS EN LA EUCARISTIA ES EL PADRE DE LA GRAN FAMILIA CRISTIANA*

¡Oh Dios! ¡Rey inmortal de los siglos, ante cuya presencia la tierra y los cielos son como si no
existieran! Yo quisiera tributarte las adoraciones más profundas y los más humildes homenajes,
para compensar en alguna manera la dignación con que has querido fijar tu mansión entre
nosotros. ¡Oh, padre de bondad! ¡Qué dulce es tu voz! ¡Que loco fui, cuando hasta ahora no había
venido a ese trono de amor, a arrojarme a tu seno y solicitar tus favores! Mas ¡ay! que también he
sido un hijo ingrato y desleal. He desobedecido tu amor. Perdón, padre mío; perdón una y mil
veces. Recíbeme cual a otro hijo pródigo: sí, porque desfiguré tu imagen, esa imagen bellísima que
imprimiste en mi alma; perdí los tesoros con que me habías enriquecido, y me hice pobre e infeliz.
Perdóname, y yo te propongo ser un hijo amante, que te sirva y te sea fiel hasta el último aliento
de la vida. Amén.
DIA TERCERO

*JESUS EN LA EUCARISTIA ES EL PASTOR DE NUESTRAS ALMAS*

¡Dulce Jesús, que te hayas en ese Sacramento para continuar en medio de nosotros los admirables
prodigios de bondad que iniciaste en los días de tu presencia visible entre los hombres! Allí, en ese
altar, eres realmente el Pastor que vela amoroso por su rebaño querido. Sabes el número de tus
ovejas, nos defiendes del enemigo, nos diriges suaves amonestaciones, nos señalas el precioso
alimento que debe robustecernos en el desierto de la vida, calmas con corrientes de aguas vivas
de la divina gracia la abrasadora sed que nos agita, y como término de nuestra carrera nos
muestras los risueños prados de la gloria.

Purifícame, Pastor amante con las lágrimas de un sincero arrepentimiento; presta a mi corazón un
profundo pesar de mis faltas y a mis ojos el llanto amargo del dolor, para que, siendo digno de tu
gracia, no me separe jamás del dulce Pastor que ha de conducirme por el desierto de este mundo
a la eterna alegría de los cielos. Amén.

DIA CUARTO

*JESUS EN LA EUCARISTIA ES EL MAESTRO DE LA HUMANIDAD*

¡Oh Jesús! ¡Maestro divino, descendido de los cielos para enseñar a los hombres la ciencia de la
vida eterna! ¡Qué hermosos fueron los días en que el mundo pudo contemplarte y escuchar de tus
labios las sublimes verdades que predicabas! Tu palabra iluminó las inteligencias y trajo a las almas
el fuego del divino amor. ¡Felices los que pudieron escuchar esa doctrina y vivir junto a ese
Maestro de los cielos! Pero, ¡oh Dios de amor! Nosotros no somos menos felices, porque, si
después de tu vida mortal te fuiste a los cielos, y el mundo ya no pudo contemplar tu rostro con
los ojos del cuerpo, la fe nos dice que tú estás ahí, en ese adorable Sacramento, en donde el alma
halla a ese Jesús, Divino Maestro, siempre dispuesto a hablarnos, dándonos con abundancia las
enseñanzas de sus palabras y de su ejemplo.

Yo, desde hoy, seré tu discípulo; nada quiero ya saber, sino tu doctrina. Yo vendré siempre a
recibir tus lecciones. En mis dudas y mis temores, tú me iluminarás: cuando el mundo quiera
seducirme con sus máximas de muerte, yo vendré a templar mi alma en el calor de tus verdades.
Yo vendré a adorarte, y me imaginaré que aún te veo dando a los hombres, como en tu vida
mortal, esas enseñanzas de salvación. A tus pies aprenderé a amarte y a servirte, y a adquirir así la
ciencia de mi eterna felicidad. Amén.
DIA QUINTO

*JESUS EN LA EUCARISTIA ES EL FIEL AMIGO DE LOS HOMBRES*

¡Oh Dios, hecho hombre por nuestra salvación! ¡Que dulce me es repetir aquí, en presencia de ese
tabernáculos, las palabras que, en otro tiempo, dijiste, próximo a dejar la tierra: *”Ya no os
llamaré siervos, sino amigos”*. Sí: en tu vida eucarística, adquieren esas palabras toda su verdad.
Debías volver a los cielos; pero tú nos amabas y no resistió tu amor el dejarnos en el mundo sin tu
presencia adorable. Amigo verdadero de los hombres, tu comprendías los dolores y penalidades
del destierro en que se hallan, lejos de la patria eterna, y dijiste: *“No los dejaré huérfanos, yo
viviré con ellos, no me separaré de su lado, me tendrán siempre en la tierra de las pruebas y de los
combates. Seré su amigo, porque ellos encontraran en mí el consuelo, la fuerza y un amor
inagotable. Yo calmaré sus penas y les daré aliento y valor”.*

¡Ah! En nuestras penas, no iremos ya a buscar el consuelo en los amigos del mundo; vendremos a
ti que solo tienes palabras de vida eterna y no sabes desechar al hombre por miserable que sea.
Pero haz que seamos dignos de esa tierna familiaridad: que nuestro corazón sea puro, que se
alberguen en él las virtudes que tanto amas, para que algún día, después de ser santos en la tierra,
logremos asociarnos a la eterna amistad que une contigo a los bienaventurados en la gloria. Amén.

DIA SEXTO

*JESUS NOS HA DEJADO EN LA EUCARISTIA EL VERDADERO TRONO DE LA GRACIA*

¡Oh, Dios de caridad infinita, que descendiste a la tierra para acercarte al hombre y atraerlo al
amor del padre Celestial! Tu tránsito por el mundo se hizo sentir por el gran número de almas
arrancadas a la muerte eterna con el encanto de tu palabra y los dulces atractivos de tu bondad.
¡Ah, Dios de amor! Tú no te has ausentado de nosotros, y en ese sacramento, hallamos el trono
verdadero de la gracia. Sí, allí estás, bondadoso Jesús, llamando al pecador ofreciéndole la
reconciliación y la vida. Tu Corazón no ha cambiado, y eres el mismo Jesús, a cuyos pies escuchó la
Magdalena estas consoladoras palabras: *”Te son perdonados tus pecados, porque has amado
mucho”*. El mismo Jesús a cuyas miradas se convirtió un Pedro, y cuyos ojos se deshicieron en
amargo llanto por su ingratitud. El mismo Jesús, que perdonó al buen ladrón y que oró en la cruz
por los que le crucificaron.

¡Ay! yo vengo a ti; yo, pecador, clamo ante este trono de la gracia. ¡Oh buen Jesús! Oye mi
oración, y no permitas que me levante de tus plantas, sin sentir los efectos de tu misericordia.
Dame, Señor, lágrimas para lamentar mis caídas; dame arrepentimiento, dame amor, y no se vea
hoy la desgracia de que un culpable haya acudido a tu presencia deseoso del perdón, sin que lo
obtenga de tu inefable bondad. Amén.
DIA SEPTIMO

*JESUS EN LA EUCARISTIA ES LA VICTIMA INMOLADA POR NUESTRO AMOR*

¡Señor, Dios de bondad! ¿Qué dignación fue la tuya, al venir a visitarnos en este valle de destierro,
en donde gemíamos, pobres y culpables, sin poder satisfacer la enorme deuda de nuestras faltas
para con el Padre Celestial? Nos diste tus riquezas, tu sangre, tu vida, de un valor infinito; te
ofreciste víctima por nosotros, indignos de la vida eterna, y pudimos respirar. El Eterno Padre nos
devolvió su amor y los derechos a la vida de los cielos. ¡Beneficio incomparable, que jamás el
hombre podrá agradecerte dignamente! Y terminado tu sacrificio en el Calvario, lo continuas
misteriosamente todos los días en nuestros altares, porque el alma ingrata no cesa de pecar y
hacerse indigna de los favores que le mereciste.

¡Hora feliz de la Santa Misa! ¿Cómo puede haber cristianos, Señor, hijos tuyos y de tu Santa
Iglesia, que obligados por una ley, se acerquen solamente en ciertos días a presenciar ese augusto
sacrificio? ¿Cómo su alma no se siente movida a los afectos más tiernos de dolor y de amor,
cuando rodean el santo altar? Y yo mismo, ¡ay Dios mío! ¡Cuánto tengo que gemir por mi frialdad
e indiferencia para con ese acto de tanta gloria para ti y tan útil para mi alma! Mas, no será así en
adelante; me estimaré dichoso si todos los días puedo postrarme ante tus altares y adorarte en
esos instantes de cielo y felicidad infinita.

Allí me uniré a ti, para tributar a mi Dios el homenaje de profunda adoración que le es debido,
para darle gracias por los beneficios que me ha hecho, para implorar con segura esperanza el
perdón de mis pecados y conseguir las demás gracias que tanto necesito. Allí mi oración se elevará
llena de confianza, porque va unida a la tuya, y la voz de tus lágrimas y de tu sangre no puede ser
desoída. De ese altar, no me levantaré sino llevando en mi alma los sentimientos más puros de
amor y reconocimiento, que me transformarán en un cristiano fiel a tu ley y animado de la más
deliciosa esperanza de ser algún día tu compañero en la gloria. Amén.

DIA OCTAVO

*JESUS EN LA EUCARISTIA ES NUESTRA VIDA*

¡Oh Dios, vida del alma! Sin ti ¿qué puede la humana criatura? Tú eres la luz, la fuerza y el
consuelo. Por eso cuando descendiste de los cielos a la tierra, dándonos una nueva vida con tu
palabra divina y tu muerte en la cruz próximo a separarte de nosotros, nos dejaste ese alimento
precioso, tu cuerpo adorable. ¡Ah Señor! ¿No era mucho ya el que te poseyéramos en nuestros
templos, en donde te hallamos a todas horas, padre amoroso, amigo fiel, nuestro consuelo,
nuestro Dios y nuestro todo? Pero no; tú viniste a traer la vida al mundo. *”Yo soy la vida”*,
dijiste, y de ninguna manera lo muestras mejor que haciéndote el pan de nuestra alma.

Tú nos mandas que vayamos hasta ti, que nos sentemos en esa mesa de los ángeles, y nos repites:
“Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, no tendréis vida en vuestras almas”, ¡invención
sublime del amor de un Dios! La vida eres tú, Señor, que permaneces dentro de nosotros, e
iluminas nuestras tinieblas, dándonos el tesoro de tu amor. La vida es poseerte, la vida es amarte.
Cuando tú te alejas, nuestra alma se haya lánguida y sin vida, sin ti, sólo hay la muerte.

¡Ah! ¡Dichoso el mortal que se alimente con ese maná de los cielos! Yo limpiaré mi alma de la fea
lepra del pecado, y te presentaré un corazón que empiece a amarte. Tú vendrás entonces, y mi
alma será un cielo de inefable dicha. Serás mi único dueño, porque serás mi único amor, y
entonces empezaré a vivir, y esa vida de tu gracia será el preludio de la vida de la gloria, de que es
una prenda ese Sacramento adorable. Amén.

DIA NOVENO

*JESUS EN LA EUCARISTIA ES EL ULTIMO CONSUELO DEL CRISTIANO”

¡Oh Dios, vida del alma! ¡Que delicias reservas al alma pura que te recibe en la adorable Eucaristía!
Huyen las penas y los temores; la paz de los cielos desciende a esa alma dichosa, a quien estrechas
con los dulces lazos de tu inefable amor. En vano el infierno se arma contra ella y el mundo la
deslumbra con sus halagos, porque tu brazo poderoso la sostiene y en tu amor halla la fuente de la
eterna dicha. Mas ¡ay Señor! Un día llegará en que, cual nunca, el alma necesite del poderoso
auxilio de tu gracia, cuando, próxima a dejar la tierra, se vea sin más apoyo que su fe y la
esperanza en tus promesas. Entonces ¡cuán necesario nos es ese pan de la vida, para alentarnos
en el último combate y servirnos de alimento en la jornada de la eternidad!

Dame cualquier cosa, menos el de privarme de ese último consuelo. Y cuando llegue para mí esa
hora suprema, dispón mi alma cual conviene para ese acto el más decisivo de la vida. Entonces
sean mis ojos dos fuentes de lágrimas para llorar mis pasados extravíos. Sea viva mi fe, para
adorarte cual si contemplara visiblemente los esplendores de tu majestad. Tenga yo una
esperanza firme y un amor tierno y generoso, que me haga aceptar con gusto el fin de mi terrenal
existencia, como un homenaje rendido a tu gloria.

Desde ahora quiero que cada suspiro que yo exhale sea la expresión de mi deseo de ir a unirme
eternamente contigo, cada latido de mi corazón un acto puro de amor hacia ti, bien mío y mi única
esperanza. Anima, pues, Señor, mi espíritu para que no emplee esos últimos instantes, sino en
ardientes aspiraciones hacia el cielo, adonde vaya a terminar el himno de amor y de alabanza
entre los coros de los ángeles, y en donde te bendiga por los siglos de los siglos. Amén

You might also like