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LO VERDADERO
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amor a la belleza del mundo entraría fácilmente en contradicción con el amor
al prójimo. No obstante, el horror a la pobreza -y toda disminución de rique-
za se siente como pobreza-, o incluso la falta de crecimiento de las fortunas,
es esencialmente horror a la fealdad".
Muchos, sigue Weil, no pueden contemplar la belleza del mundo. "El que
tiene los miembros deshechos por una jornada de trabajo -escribe-, una jor-
nada en la que ha estado sometido a la materia, lleva en su carne como una
espina la realidad del universo. Para él la dificultad es mirarlo y amarlo. El
exceso de fatiga, la acosadora preocupación por el dinero y la falta de verda-
dera cultura les impide darse cuenta. Bastaría cambiar un poco su condición
para abrirles el acceso a un tesoro. Es desgarrador ver cuán fácil sería para
los hombres procurar un tesoro a sus semejantes y, no obstante, dejan pasar
siglos sin tomarse el trabajo de hacerlo (…) Excluir a seres humanos de la
ciudad arrojándolos entre los desechos sociales es cortar todo lazo de poe-
sía y de amor entre almas humanas y el universo. Es sumergirlos por la fuerza
en el horror de la fealdad. Casi no hay crimen mayor. Todos participamos
por complicidad en una cantidad casi innumerable de crímenes
semejantes.Todos deberíamos, si lo comprendemos, derramar lágrimas de
sangre."
En la modernidad se produce lo que Max Weber llama la separación de
las esferas de competencia. Mientras en Platón los ideales de verdad (cien-
cia), belleza (estética) y bondad (ética) estaban unidos, en la modernidad se
produce una escisión de esta tríada. A partir del lema "El fin justifica los me-
dios", lema fundacional de la teoría política moderna, Maquiavelo considera
que un político puede ser efectivo apelando a la mentira y a la maldad. En
Las flores del mal, Beaudelaire busca la belleza en el mal, de modo que se
produce una escisión entre lo bueno y lo bello, entre la ética y la estética.
Para Platón, en cambio, la obra de arte, que encarna una de las formas posi-
bles de la belleza, debía formar mejores personas, mejores ciudadanos. Para
un moderno, la obra de arte no tiene que rendir tributo ni a la ciencia ni a la
ética (o a la Iglesia, que durante la Edad Media fue la oficina de atención al
público de la ética).
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Hace unos años Arthur Miller defendió a Elia Kazan, un autor que acaba-
ba de ser premiado por el trabajo creativo de toda su vida. Kazan había
apoyado al macartismo, a una de las censuras más feroces que padeció la
sociedad norteamericana, y por tanto había mucha gente que no quería que
se le diera un premio. Miller defiende a Kazan con el siguiente argumento: no
podemos juzgar a Kazan por lo que hace en su vida privada -es interesante
que su filiación política aparezca incluida en su "vida privada"- sino por su
labor como artista. Este premio hubiera sido inadmisible para un ateniense,
que jamás hubiera premiado a un ciudadano que la mayoría juzga traidor a la
patria. Acá las esferas de la ética y la estética aparecen absolutamente
escindidas.
Simone Weil entiende la belleza tal como la entendió Platón, como un bien
que da sentido a la vida y que puede congeniar armónicamente con la ética.
El valor que le otorga es de primera magnitud. La búsqueda de belleza está
detrás de toda finalidad humana, aun cuando apenas podamos identificarla.
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