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Mecánica cuántica y filosofía kantiana (1930-1932)

Mi nuevo círculo de Leipzig se fue ampliando rápidamente en aquellos años.


Se nos añadían jóvenes altamente cualificados provenientes de los países más
dispares, jóvenes que deseaban participar en el desarrollo de la mecánica
cuántica o aplicarla a la estructura de la materia. Estos físicos, dinámicos y
abiertos a todo lo nuevo, enriquecían nuestras discusiones en los seminarios y
casi cada mes se ampliaba el campo de investigación de las nuevas teorías. El
suizo Felix Bloch estableció los fundamentos para la comprensión de las
propiedades eléctricas de los metales; el ruso Landau y Peierls discutieron los
problemas matemáticos de la electrodinámica cuántica; Friedrich Hund
desarrolló la teoría de los enlaces químicos; Edward Teller calculó las
propiedades ópticas de las moléculas. Carl Friedrich von Weizsäcker se unió
al grupo con sólo dieciocho años y trajo una nota filosófica en las
conversaciones. Aunque estudiaba física, se percibía claramente que siempre
que los problemas físicos de nuestro seminario tocaban cuestiones filosóficas
o relacionadas con la teoría del conocimiento, Carl Friedrich prestaba
especial atención e interés y participaba en las conversaciones con gran
intensidad.
Una oportunidad especial para los temas filosóficos se presentó uno o dos
años después, cuando vino a Leipzig la joven filósofa Grete Hermann para
discutir con los físicos atómicos sobre las afirmaciones filosóficas de estos
últimos, pues estaba de entrada convencida de la falsedad de dichas
afirmaciones. Grete Hermann había estudiado y colaborado en el círculo del
filósofo Nelson en Gotinga, donde había aprendido los razonamientos
kantianos tal y como los interpretara el filósofo y naturalista Fries a
principios del siglo XIX. Pertenecía a los postulados de la escuela de Fries y,
por tanto, también a la de Nelson, el que las reflexiones filosóficas debían
tener el mismo grado de rigor que se requiere a la matemática moderna. Con
este grado de rigor Grete Hermann pensaba poder demostrar que era
imposible socavar los cimientos de la ley de causalidad en la forma dada por
Kant. Pero la nueva mecánica cuántica ponía en cierta manera en tela de
juicio esta forma de la ley de causalidad y la joven filósofa estaba decidida a
llevar esta lucha hasta el final.
Nuestra primera conversación, en la que ella discutió con Carl Friedrich
von Weizsäcker y conmigo, pudo haber comenzado con la siguiente
reflexión:
«En la filosofía kantiana, la ley de causalidad no es una aserción empírica
que pueda justificarse o rechazarse por la experiencia, sino que, por el
contrario, constituye la condición de toda experiencia; pertenece a las
categorías de pensamiento que Kant denomina apriorísticas. Las impresiones
sensoriales con las que percibimos el mundo no serían más que un juego
subjetivo de sensaciones a las que no correspondería objeto alguno, si no
hubiera una regla según la cual las sensaciones provienen de un proceso
anterior. Esta regla, es decir, la conexión unívoca de causa y efecto, debe
presuponerse si queremos objetivar las percepciones, si queremos afirmar que
hemos percibido algo, una cosa o un proceso. Por otra parte, la ciencia
natural trata de experiencias, concretamente de experiencias objetivas. Sólo
tales experiencias, que pueden ser también controladas por otros y son
objetivas en sentido estricto, pueden constituir el objeto de la ciencia de la
naturaleza. De ello se deduce necesariamente que todas las ciencias
experimentales deben presuponer la ley de causalidad y que sólo puede haber
ciencia allí donde también hay ley de causalidad. En cierto sentido la ley de
causalidad es, por tanto, un instrumento de nuestro pensamiento con el que
intentamos convertir en experiencia la materia prima de nuestras impresiones
sensoriales. Y sólo en la medida en que eso se logra poseemos también un
objeto para las ciencias experimentales. ¿Cómo se explica entonces que la
mecánica cuántica se quiera sacudir esta ley de la causalidad y permanecer al
mismo tiempo como ciencia?».
Tuve que intentar explicar las experiencias que habían llevado a la
interpretación estadística de la teoría cuántica.
«Supongamos que nos las vemos con un átomo aislado como el del tipo
radio B. Seguro que es más fácil experimentar con varios átomos a la vez, es
decir, con una pequeña cantidad de radio B, que con uno solo; pero, en
principio, nada impide que se pueda analizar el comportamiento de un solo
átomo de este tipo. Sabemos entonces que, tarde o temprano, el átomo de
radio B emitirá un electrón en determinada dirección, transformándose así en
un átomo de radio C. En promedio esto ocurre pasada una media hora más o
menos, pero el átomo también podría transformarse pasado un segundo o
después de varios días. Es decir, por término medio significa en este caso
que, si trabajamos con muchos átomos de radio B, aproximadamente la mitad
se habrá metamorfoseado después de media hora. Pero, y aquí se demuestra
el fallo del principio de causalidad, es imposible indicar en el caso de un solo
átomo de radio B la causa de que se transforme justo ahora y no antes ni
después, que emita un electrón precisamente en esta dirección y no en otra.
Estamos convencidos por muchas razones de que no existen tales causas».
«Justo en este punto puede estar el fallo de la física atómica actual»,
objetó Grete Hermann. «El que no se haya encontrado aún la causa de un
determinado acontecimiento no supone necesariamente que no exista dicha
causa. Yo concluiría simplemente diciendo que aquí estamos ante una tarea
aún no resuelta, lo que significa que los físicos deben continuar buscando
hasta encontrar la causa. Parece que el conocimiento que se tiene del estado
de un átomo de radio B antes de la emisión electrónica es insuficiente, de lo
contrario se podría determinar cuándo y en qué dirección se emitirá el
electrón. Es necesario continuar investigando hasta lograr un conocimiento
completo».
Intenté continuar con la explicación: «No. Nosotros consideramos que
este conocimiento ya es completo. Sabemos, por otros experimentos que
podemos hacer con este átomo de radio B, que no existen otras
determinaciones de este átomo al margen de las conocidas. Lo explicaré de
forma más precisa. Acabamos de comprobar que no se sabe en qué dirección
será emitido el electrón; y usted ha contestado que hay que seguir buscando
los parámetros que determinan dicha dirección. Pero sigamos suponiendo que
hemos hallado tales parámetros, en tal caso nos encontraríamos ante la
dificultad siguiente: el electrón que debe ser emitido puede ser considerado
también como una onda de materia que irradia el núcleo atómico. Una onda
de este tipo puede desatar fenómenos de interferencia. Vayamos más allá.
Supongamos que las partes de la onda irradiada por el núcleo en direcciones
opuestas son sometidas a interferencias mediante un aparato adecuado, y que,
como consecuencia del aparato, se obtiene después un apagón en una
dirección determinada. Esto significaría que se puede predecir con seguridad
que el electrón no será finalmente emitido en dicha dirección. Pero si
hubiésemos conocido nuevos parámetros de los cuales resultase que la
emisión del electrón del núcleo atómico se realizaría en una dirección muy
determinada, entonces no se realizaría ningún fenómeno de interferencia. No
habría apagón por interferencia, y no se podría mantener la conclusión antes
mencionada. Pero el apagón se ha observado de forma experimental. Es
decir, la naturaleza nos comunica que no hay parámetros reñidos, que nuestro
conocimiento es ya completo sin nuevos parámetros».
«¡Pero eso es terrible!», dijo Grete Hermann. «Por un lado me dice que
poseemos un conocimiento incompleto del átomo de radio B, puesto que
ignoramos cuándo y en qué dirección será emitido el electrón; por otro lado,
mantiene que el conocimiento es completo, porque si hubiese parámetros
ulteriores caeríamos en una contradicción con otros experimentos. Pero es
imposible que nuestro conocimiento sea a la vez completo e incompleto. Eso
es simplemente absurdo».
Carl Friedrich comenzó a analizar con detenimiento los presupuestos de
la filosofía kantiana. «La aparente contradicción proviene posiblemente de
que procedemos como si se pudiera hablar de un átomo de radio B en sí
mismo. Esto no es algo evidente ni correcto en sentido estricto. Ya en Kant la
cosa en sí es un concepto problemático. Kant sabía que no se podía afirmar
nada de la cosa en sí; sólo se nos dan objetos de la percepción. Pero Kant
supone que se pueden relacionar u ordenar estos objetos de la percepción
según el modelo de una cosa en sí. Es decir, en el fondo presupone que esa
estructura de la experiencia viene dada como algo a priori a lo que nos
hemos acostumbrado en la vida cotidiana, y que en forma precisa constituye
el fundamento de la física clásica. Según esta concepción, el mundo se
compone de objetos en el espacio que cambian con el tiempo, de procesos
que se siguen según una pauta. Sin embargo, en la física atómica hemos
aprendido que las percepciones ya no pueden relacionarse u ordenarse según
el modelo de la cosa en sí. Por eso no existe un átomo de radio B en sí».
Grete Hermann le interrumpió: «La forma que tiene de usar el concepto
de cosa en sí no me parece que represente exactamente el espíritu de la
filosofía kantiana. Tiene que diferenciar claramente entre la cosa en sí y el
objeto físico. Según Kant, la cosa en sí no aparece en el fenómeno, ni siquiera
de forma indirecta. En las ciencias de la naturaleza y en toda la filosofía
teórica, este concepto tiene sólo la función de designar aquello sobre lo que
no se puede saber absolutamente nada. Todo nuestro conocimiento depende
de la experiencia, y experiencia significa precisamente conocer las cosas tal y
como se nos aparecen. Tampoco el conocimiento a priori proviene de cosas
como pueden ser en sí, pues su única función es hacer posible la experiencia.
Cuando usted habla de un átomo de radio B en sí en el sentido de la física
clásica, entonces se refiere más bien a lo que Kant denomina una cosa o un
objeto. Los objetos son parte del mundo de los fenómenos: sillas y mesas,
estrellas y átomos».
«¿Incluso si no se pueden ver, como ocurre con los átomos?».
«Incluso entonces, porque los deducimos de los fenómenos. El mundo de
los fenómenos es una estructura conectada, y es necesario distinguir
claramente, también en las percepciones cotidianas, entre lo inmediatamente
visto y lo simplemente deducido. Usted ve esta silla; no está viendo su parte
posterior, pero la supone con la misma seguridad con la que ve la parte
anterior. Esto quiere decir precisamente que la ciencia es objetiva; y es
objetiva porque no trata de percepciones, sino de objetos».
«Pero en el caso del átomo no vemos ni la parte anterior ni la posterior.
¿Por qué debería tener las mismas características que las sillas y las mesas?».
«Porque es un objeto. Sin objetos no hay ciencia objetiva. Y un objeto se
determina por las categorías de sustancia, causalidad, etc. Si renuncia a
emplear estas categorías de forma rigurosa, está renunciando a toda
posibilidad de experiencia».
Pero Carl Friedrich no se daba por vencido. «La teoría cuántica es un
modo nuevo de objetivar las percepciones, un modo que Kant no podía haber
adivinado. Cada percepción se refiere a una situación de observación que
debe indicarse si la percepción tiene que conducir a la experiencia. Ya no sé
puede objetivar el resultado de las percepciones de la misma manera que lo
hacía la física clásica. Cuando se ha llevado a cabo un experimento del que se
puede concluir que aquí y ahora hay un átomo de radio B, entonces el
conocimiento adquirido con esto es completo para esta determinada situación
de observación. Pero para otra situación de observación que, por ejemplo,
admitiera afirmaciones sobre un electrón ya emitido, ya no sería completo.
Cuando dos situaciones de observación diferentes se encuentran en la
relación que Bohr denomina complementaria, un conocimiento completo
para una situación significa al mismo tiempo uno incompleto para la otra».
«¿Y con esto quiere usted echar por tierra todo el análisis kantiano de la
experiencia?».
«No, eso sería, desde mi punto de vista, imposible. Kant observó con
mucha precisión cómo se adquiere realmente la experiencia, y yo creo que su
análisis es correcto en lo esencial. No obstante, cuando denomina las formas
concretas espacio y tiempo y la categoría causalidad como apriorísticas
respecto a la experiencia, corre el peligro de convertirlas en algo absoluto al
afirmar que deberían entrar necesariamente, y de la misma forma, en el
contenido de cualquier teoría física de los fenómenos. Y, como han
demostrado las teorías de la relatividad y la cuántica, esto no es así. Con todo,
en un sentido Kant tiene toda la razón: los experimentos que realiza el físico
deben describirse siempre en el lenguaje de la física clásica, de lo contrario
sería imposible comunicar a los otros físicos lo que se ha medido. Sólo así
están los demás en condiciones de controlar los resultados. El a priori de
Kant no está derrotado de ninguna manera en la física moderna, pero sí que
se relativiza en cierto modo. Los conceptos de la física clásica —también los
de espacio, tiempo, causalidad— son, en este sentido, a priori en la teoría de
la relatividad y en la cuántica en la medida en que deben usarse al describir
experimentos o, para decirlo de forma más cauta, que en realidad son usados.
Pero su contenido está siendo alterado en estas nuevas teorías».
«Todo eso está muy bien, pero aún no me ha contestado a la pregunta que
planteé al principio», dijo Grete Hermann. «Yo quería saber por qué no
hemos de seguir buscando allí donde aún no hemos encontrado causas
suficientes para calcular previamente un evento, por ejemplo, en la emisión
de un electrón. Ustedes no prohíben esta búsqueda, pero dicen que no
conduciría a nada, pues no existen parámetros ulteriores. Argumentan que es
precisamente la indeterminación calculada con precisión matemática la que
permite predicciones determinadas para otros dispositivos de ensayo. Y
añaden que esto se confirma mediante los experimentos. Cuando se habla así,
la indeterminación puede parecer una realidad física, alcanza un carácter
objetivo, mientras que, normalmente, se interpreta simplemente como
desconocimiento y, como tal, es algo totalmente subjetivo».
Intenté intervenir en la conversación: «Con esto acaba de describir
precisamente el rasgo característico de la teoría cuántica actual. Si queremos
deducir leyes a partir de los fenómenos atómicos, ya no podemos conectar
procesos objetivos en espacio y tiempo de forma regular, sino situaciones de
observación —para usar una expresión más cuidadosa—. Sólo obtenemos
leyes empíricas para estas últimas. Los símbolos matemáticos con los que
describimos dicha situación de observación representan más lo posible que lo
fáctico. Quizás se podría decir que representan algo intermedio entre lo
posible y lo fáctico, algo que, como mucho, puede denominarse objetivo de la
misma manera que se denomina objetiva la temperatura en la termología
estadística. Este conocimiento determinado de lo posible sí que permite
algunos pronósticos exactos, pero generalmente sólo se trata de conclusiones
sobre la probabilidad de un evento futuro. Kant no pudo prever la
imposibilidad de ordenar lo percibido según el modelo de la cosa en sí o, si
usted prefiere, el objeto, en los campos experimentales que están más allá de
la experiencia diaria. Para expresarlo con una fórmula más sencilla: los
átomos ya no son cosas u objetos».
«¿Qué son entonces?».
«Para eso no existen apenas expresiones lingüísticas, pues nuestro
lenguaje se ha formado a partir de las experiencias cotidianas y los átomos no
son precisamente objetos de la experiencia diaria. Pero si se conforma con
una perífrasis, le diré que los átomos son partes de situaciones de
observación, partes que poseen un alto valor explicativo para un análisis
físico de los fenómenos».
Carl Friedrich replicó: «Ya que hablamos de las dificultades de la
expresión lingüística, la lección más importante que hemos aprendido de la
física actual es quizás la siguiente: todos los conceptos con los que
describimos el mundo tienen un campo de aplicación limitado. Los conceptos
como cosa, objeto de percepción, momento, simultaneidad, extensión, etc.
nos sirven para expresar situaciones experimentales en las que encontramos
dificultades con tales conceptos. Esto no significa que los conceptos no sean
a la vez requisitos de todas las experiencias, pero sí que se trata de requisitos
que deben ser sometidos a un análisis crítico y de los cuales no se pueden
deducir postulados absolutos».
A Grete Hermann le desconcertó profundamente el desarrollo de la
conversación. Tenía esperanzas de poder rechazar rigurosamente las
pretensiones de los físicos atómicos utilizando los instrumentos de la filosofía
kantiana, o de que, al contrario, se demostrara que Kant había cometido un
error decisivo en algún punto. Ahora, en cambio, parecía que había una
especie de empate insulso que no satisfacía su ansia de claridad. Así que
siguió preguntando: «Esta relativización del a priori kantiano, e incluso del
mismo lenguaje, ¿no significa simplemente una absoluta resignación en el
sentido de veo que no podemos saber nada? ¿No hay, según ustedes, ningún
pilar del conocimiento en el que podamos apoyarnos?».
Carl Friedrich respondió entonces con valor que a partir del desarrollo de
las ciencias de la naturaleza él había encontrado la justificación para una
concepción algo más optimista.
«Decimos que Kant no analizó correctamente la situación del
conocimiento en las ciencias de su época con su a priori, pero que en la física
atómica actual estamos ante una nueva situación de conocimiento; entonces
esta afirmación es similar a aquélla de que las leyes de la palanca de
Arquímedes formulaban correctamente las reglas prácticas para la técnica de
entonces, pero que ya no sirven para la técnica actual, por ejemplo, para la
técnica de los electrones. Las leyes de la palanca de Arquímedes contienen
ciencia verdadera, no sólo opiniones vagas. Sirven en todas las épocas en las
que se habla de palancas, y si hay palancas en los planetas de cualquier lejana
galaxia también deberían ser correctas las suposiciones de Arquímedes. La
segunda parte de la afirmación, que los hombres, al ampliar el campo de sus
conocimientos, han entrado en esferas de la técnica en las que ya no basta el
concepto de palanca, no significa tomar la ley de palanca desde un punto de
vista relativo o histórico, significa solamente que dicha ley termina
convirtiéndose, con la evolución histórica, en parte de un sistema más amplio
de técnica en el que ya no posee el papel predominante que tenía al principio.
De modo parecido considero que el análisis kantiano del conocimiento sí
contiene ciencia verdadera, no sólo especulaciones vagas, y que permanece
vigente allí donde haya seres vivos, capaces de reflexionar, que entran en
contactó con su medio circundante, contacto que, desde el punto de vista
humano, denominamos experiencia. Pero también el a priori kantiano puede
terminar siendo desplazado de su lugar central y convertirse en parte de un
análisis mucho más amplio de los procesos de conocimiento.
Indudablemente, sería un error pretender debilitar el saber científico y
filosófico con la frase cada época tiene su propia verdad. Sin embargo,
también hay que tener en cuenta que la evolución histórica modifica la
estructura de pensamiento humano. El progreso científico no se lleva a cabo
sólo por el hecho de que se conozcan y comprendan cosas nuevas, sino
también porque se aprende constantemente lo que puede significar la palabra
comprender».
Con esta respuesta, que provenía en parte de Bohr, parecía que Grete
Hermann había quedado relativamente satisfecha. Teníamos la impresión de
haber comprendido mejor la relación entre la filosofía kantiana y la ciencia
moderna.

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