Éste es el lugar. Las sillas son blancas. La mesa brilla.
La persona ahí sentada mira el brillo del color de la cera. El viento mueve el aire, repetidamente, Como para abrir un espacio. «Un espacio para mí», piensa. Siempre lo atrae el tiempo de la despedida, Disponiéndose de forma que el dolor —incluso el más íntimo— Puede leerse desde lejos. Una larga masa de nubes Pende sobre el mar abierto con el sol, el poco distinguido sol, que se hunde tras ella: una versión suavizada De la historia que se cuenta una sola vez si es verdad, y siempre demasiado tarde. La camarera le trae la bebida, que él sostiene Ante la luz declinante, pero sólo durante un momento. El arrebol tifie su camisa. Lentamente, el cielo se oscurece, El viento cede, le vista se vuelve sublime. Su extensión violeta Parece, en este atardecer sin esfuerzo, más que una razón Para estar ahí, pues viéndolo parece ella misma un suerte De felicidad, como si ese sencillo hecho fuera suficiente y durase.