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Ahora podemos echar una mirada a la legislación mosaica, pero tan sólo
en grandes líneas. Según la legislación mosaica, cada uno de los seres
humanos tiene derecho a vivir, casarse y tener familia; a poseer, a trabajar, a
vestirse y a buscar asilo; tiene derecho a que su personalidad sea respetada.
Tiene derecho a un día de descanso en cada semana. La sociedad mosaica está
constituida por el concepto de la igualdad de derechos y obligaciones y no en
base a las diferencias entre hombre y hombre. La sociedad no está dividida en
clases. Cada miembro de la comunidad tiene igualdad de derechos y
obligaciones, y cada cual debe pagar el mismo impuesto (Éxodo 30. 14-16.).
La igualdad de los seres humanos se basa en el concepto de la creación de un
solo hombre, lo que significa que todos los seres humanos tienen la misma
ascendencia, el mismo Padre Celestial espiritual, por lo tanto nadie tiene
derecho de subyugar al otro.
Parecería que este concepto de la igualdad fuese violado por la
existencia de la clase sacerdotal, pero es tan sólo tina apariencia. Es verdad
que la clase sacerdotal ha sido muy respetada, pero sus privilegios tenían
únicamente carácter espiritual y nunca se les aseguró más derecho en la vida
comunitaria o social. Al contrario, el hecho de que ellos no podían tener tierra
y estaban obligados a vivir de donaciones, los hizo dependientes y se
aseguraba así que no podrían convertirse en poderosos o directivos de la vida
social (Deut. 18. 1-2.).
Un judío no podía ser esclavo durante toda su vida; podía ser siervo o
esclavo, pero sólo temporalmente, y después de seis años de servicio, quedaba
libre. Sin embargo, ya durante los años de su servidumbre debía ser respetado
como ser humano. Estaba estrictamente prohibido obligarlo a trabajar más de
lo que sus fuerzas le permitían o tratarlo en forma inhumana; y en el momento
cuando recuperaba su libertad, su dueño tenía que pensar en sus necesidades y
darle ayuda para que pueda comenzar una nueva vida. La liberación de los
esclavos era un deber religioso y moral y no se consideraba como un sacrificio
cumplido por obligación. La relación entre el amo y el siervo era más
patriarcal que patronal.
Es una curiosidad aún más grande el año cincuenta, el año del jubileo,
como apogeo del derecho socializante de los bienes materiales. Cuarenta y
nueve años forman una época cerrada, después se rejuvenece y empieza una
vida nueva para el antiguo pueblo de Israel. Aquellos que se volvieron pobres
por haber perdido sus recursos, ahora reciben de nuevo la tierra, se renueva la
comunidad antigua de los bienes, vuelve la igualdad entre los hombres, y la
tierra será la posesión de todo el pueblo. No existe derecho permanente de las
propiedades, la posesión se refiere tan sólo al usufructo (Lev. 25. 8-16.).
El concepto de los profetas era más universal y más social; luchaban por
la verdadera realización de los derechos de igualdad, divulgaban el concepto
de la libertad completa, incluyendo la libertad corporal, espiritual, social y
económica; el concepto de la fraternidad; divulgaban las bases de la verdadera
democracia y cuando vieron que el pueblo estaba dividido en clases y se
extendía cada vez más la injusticia social, ellos se pusieron al lado de los
subyugados y sometidos y querían ayudarles para dar vigor a la ley violada.
Querían reestablecer el equilibrio social destruido, pero siempre por
convicción y nunca por las armas. Es posible que ellos fueran revolucionarios,
pero nunca quisieron desencadenar una revolución violenta.
Jesús no vino para abolir la ley, ni a las enseñanzas de los profetas, sino
para hacer cumplir sus enseñanzas. «Cumplir» significa, interpretar estas
enseñanzas en el espíritu de la justicia antigua, del derecho consuetudinario de
las anfictionas greco-romanos, es decir en el espíritu del amor y del
humanismo. Esto se ve en el Sermón de la Montaña (Mateo 5.). Cuando pre-
guntaron a Jesús sobre la esencia de la Ley, él contestó con citas del Antiguo
Testamento (Mateo 22. 35-40.): «Ama a Dios con todo tu corazón y toda tu
alma y con toda tu mente» (Deut. 6.5.) y «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo» (Lev. 19.18.).