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SER O NO SER DIRECTOR, ESE FUE MI DILEMA

Desde muy temprano en mi vida, la decisión de ser docente era una de las pocas cosas que
no cuestionaba. A cada paso mi objetivo era aprender todo lo posible para que el día de ser
yo quien se parase frente a un grupo de alumnos diera lo mejor de mí. Al graduarme de la
universidad en 2011 me mire ante el umbral del resto de mi vida: Ser maestro. Inicie a trabajar
como profesor de primaria en una escuela rural; la experiencia me encanto y confirmo mi
vocación. Al finalizar el ciclo escolar, fui llamado a trabajar en dos escuelas urbanas y durante
tres años me enfrasque en la meta de ser el mejor, no en comparación con otros, sino en
comparación conmigo mismo como profesional.

Después de cuatro años de experiencia docente y con una perspectiva diferente de la


educación fue que llego ante mí a mediados del 2015 una nueva propuesta laboral y sobre
todo, una nueva experiencia de aprendizaje y desarrollo profesional: Asumir la dirección de
una escuela. Las emociones me invadieron al momento de la invitación y me llene de
expectativas positivas. Pero, después en un momento de soledad conmigo mismo, reflexione
en realidad los cambios que vendrían ante tan “fenomenal” propuesta. Como hombre de
análisis me moví de un lugar a otro en mi mente revisando, comparando e imaginando las
consecuencias de aceptar la responsabilidad de dirigir una institución educativa y asumir un
rol que, dicho sea de paso, había jurado ante mis compañeros de estudio y mis familiares
nunca ejercer. ¿Por qué surgió en mí este conflicto? Por la simple pero profunda razón de
sentir que abandonaba mi vocación de maestro, de percibir que me traicionaba a mí mismo
aceptando alejarme de las aulas por ocupar una oficina, llenar documentos y estar todos los
días atendiendo asuntos burocráticos. Debo decir que a favor de la invitación se me refirió el
incremento en el salario, la experiencia que figuraría en mi currículum vitae y hasta la
posición que alcanzaría en tan poco tiempo como un directivo joven y dinámico.

El llamado a ser director de una escuela primaria llegó una tarde de marzo y la decisión
“definitiva” que tome, la compartí una mañana de mayo: No aceptaría la invitación y
preferiría buscar otra escuela para seguir adelante. Mis interlocutores no podían creer mi
postura y me pidieron una explicación. Después de escuchar, me aseguraron que miraba
erróneamente la oportunidad y me aconsejaron probar apoyando al director que estaba por
dejar la vacante. Acepte por compromiso y hasta el día de hoy, me doy cuenta que si no me
hubieran insistido aquel día, me hubiera perdido todo lo que ahora he aprendido, disfrutado
y mejorado en mi práctica como profesional de la educación.

Ciertamente, asumir la responsabilidad de dirigir y estar a cargo de una escuela es una tarea
compleja pero eso no quita la gran experiencia de liderazgo, de mejora continua, de nuevos y
diversos saberes y sobre todo, de la fascinación de ser y estar presente en la vida de más de
una centena de niños y niñas; compartiendo su aprendizaje, sus logros, sus luchas, sus
bromas y juegos de patio. Desde el pasado mes de agosto de 2015 soy director de una
escuela primaria y no me dejo de sorprender cada día por todo lo que puedo hacer en una
escuela por un ser humano en formación. Ahora, la influencia de mi vocación es mayor, y
espero continuar creciendo como educador a la par que disfruto de ver los rostros de un
grupo de alumnos que salen a mi encuentro para aprender.

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