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Desde muy temprano en mi vida, la decisión de ser docente era una de las pocas cosas que
no cuestionaba. A cada paso mi objetivo era aprender todo lo posible para que el día de ser
yo quien se parase frente a un grupo de alumnos diera lo mejor de mí. Al graduarme de la
universidad en 2011 me mire ante el umbral del resto de mi vida: Ser maestro. Inicie a trabajar
como profesor de primaria en una escuela rural; la experiencia me encanto y confirmo mi
vocación. Al finalizar el ciclo escolar, fui llamado a trabajar en dos escuelas urbanas y durante
tres años me enfrasque en la meta de ser el mejor, no en comparación con otros, sino en
comparación conmigo mismo como profesional.
El llamado a ser director de una escuela primaria llegó una tarde de marzo y la decisión
“definitiva” que tome, la compartí una mañana de mayo: No aceptaría la invitación y
preferiría buscar otra escuela para seguir adelante. Mis interlocutores no podían creer mi
postura y me pidieron una explicación. Después de escuchar, me aseguraron que miraba
erróneamente la oportunidad y me aconsejaron probar apoyando al director que estaba por
dejar la vacante. Acepte por compromiso y hasta el día de hoy, me doy cuenta que si no me
hubieran insistido aquel día, me hubiera perdido todo lo que ahora he aprendido, disfrutado
y mejorado en mi práctica como profesional de la educación.
Ciertamente, asumir la responsabilidad de dirigir y estar a cargo de una escuela es una tarea
compleja pero eso no quita la gran experiencia de liderazgo, de mejora continua, de nuevos y
diversos saberes y sobre todo, de la fascinación de ser y estar presente en la vida de más de
una centena de niños y niñas; compartiendo su aprendizaje, sus logros, sus luchas, sus
bromas y juegos de patio. Desde el pasado mes de agosto de 2015 soy director de una
escuela primaria y no me dejo de sorprender cada día por todo lo que puedo hacer en una
escuela por un ser humano en formación. Ahora, la influencia de mi vocación es mayor, y
espero continuar creciendo como educador a la par que disfruto de ver los rostros de un
grupo de alumnos que salen a mi encuentro para aprender.