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La configuración del sujeto moral:

la teoría de la “seta atómica”.


J.J. Pérez-Soba

1.- Percepción consciente de la estructura del "yo personal"

Los psicólogos influidos por la corriente de filosofía moral anglosajona, que


fundan la moralidad en “el sentido moral” que el sujeto puede alcanzar, han llevado a
cabo una teoría psicológica de la personalidad humana en distintos niveles de
profundidad. El resultado de estas investigaciones ha sido la presentación de esta
personalidad en una serie de círculos concéntricos que tienen en su centro el "yo
personal"1.

- El círculo más exterior es el de las sensaciones. Está en contacto con lo


puramente material y el hombre lo experimenta como "periférico" en relación con la
intimidad personal. Son todos los datos que recibimos de los sentidos externos, que de
modo ordinario afectan superficialmente al yo, aunque haya alguna sensación muy
intensa que pueda afectarlo más profundamente.

- El nivel inmediato, todavía superficial, sería el nivel de las ideas, que


comprendería nuestras opiniones sobre la realidad. Son las opiniones que vamos
recibiendo y las ideas que nos vamos formando, que mantienen un carácter cambiante y
relativo.

- El siguiente nivel, ya más próximo al centro personal, sería el nivel de los


sentimientos. En éste el sentido de intimidad estaría ya presente desde su inicio. Todavía
no es lo más íntimo, en la medida en que se percibe también su fluctuación e
inestabilidad. De hecho, no sabemos bien de dónde vienen, por qué cambiamos tanto de

1
Cfr. H.W. GLASER, Transition between Grace and Sin: Fresh Perspectives, en "Theological Studies"
29 (1968) 261 s.: «El hombre se estructura en una serie de círculos concéntricos o niveles. En el nivel más
profundo del individuo en el centro de la persona, la libertad del hombre decide, ama, se compromete en el
sentido más completo de estos términos. En este nivel el hombre se constituye a sí mismo como hombre que
ama o como pecador egoísta. Este es el centro verdadero de la moralidad grave en el que el hombre se hace
a sí mismo y a su existencia entera como buena o mala».
2

ánimo, cuánto y por qué influyen. Los intentamos ordenar para que no nos afecten en
modo desequilibrado, hasta alcanzar cierta madurez afectiva.

- El nivel más íntimo, el más cercano al "yo", sería el nivel de los valores. En
estos se da por definición una presencia del núcleo personal que se ve llamado por el
valor, y así alcanza una de sus cualidades, que es la de ser significativo. Extraídos de la
realidad, la educación, etc., los valores suponen una categoría más o menos absoluta, y
acaban siendo referencias objetivas más fuertes que las ideas, constituyendo las
convicciones. Los valores equilibran a los sentimientos y en cierta manera van
generando al sujeto. Solemos elegir los valores y en caso de conflicto establecemos
jerarquías de importancia e influencia.

Desde esta concepción de la personalidad humana se podría entonces deducir un


doble nivel fundamental de la conciencia del hombre (la fuente de la movilización de la
persona):

- Por una parte, una conciencia profunda, verdaderamente personal, “supractual”


pues no se refiere tan solo a actos concretos, sino a lo que queda por encima y después
de ellos, que logran la identificación de mi "yo" con esos valores en línea de
preferencia. Es la conciencia que me permite conformar actitudes morales y valorar los
actos en la comparación con aquellos.

- Por otra parte, existiría una conciencia superficial, periférica, que no afecta a
mi núcleo más íntimo y actual; es decir, la referida a actos concretos materiales tomados
físicamente y no como portadores de los valores que los informan. Procede de las
sensaciones y configuran las primeras reacciones a las cosas.

2.- Otra fundamentación de la conciencia: S. Freud

El problema de este "yo personal" del que habla esta interpretación es que se
basa en su propia evidencia, pero no la fundamenta: Plantea su hipótesis a base de un
análisis de la conciencia a partir de los datos que ella misma ofrece. El "yo" se identifica
con la autoconciencia que la persona adquiere de sí misma y se interpreta como una
conciencia "autónoma", que se funda a sí misma a modo de un principio absoluto.

Este es el error: nuestra conciencia no es originaria, sino originada, es decir,


tenemos conciencia de un tiempo en el que existíamos sin ser conscientes de nosotros
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mismos. Nuestro ser persona no se puede identificar con nuestra autoconciencia, sino
que, por el contrario, esta nos revela que nuestra conciencia es "despertada"2.

Este error es el que destaca la corriente psicoanalítica, que plantea la "conciencia


profunda" de otro modo. En el análisis de S. Freud, el "yo" no sería lo más auténtico de
la personalidad, sino sólo la punta de iceberg de los impulsos de la libido, que brotarían
de ese fondo impersonal y determinado que es el "ello" y que sólo emerge a la
conciencia por el paso del "super-yo". Entre ese "yo" configurado (por el superyo) y el
"ello" existiría toda una ancha franja intermedia de afectos y pulsiones que sería el
"subconsciente".

2.1 Consecuencias en la libertad

Las consecuencias de esta crítica son tremendamente deletéreas. El núcleo de la


personalidad que se suponía que era la autoconciencia y que era el centro de las
decisiones libres resulta ahora determinada por elementos no personales y distintos del
"yo". La libertad que se autoproclamaba absoluta podría ser una simple impresión
aparente de una necesidad interior insoslayable. Existiría una apariencia de libertad
(libertad psicológica) pero dentro de un determinismo psíquico profundo.

Se separa entonces la psicología propia de la libertad humana (que se


experimenta pues como muy condicionada por distintas instancias), de la determinación
a priori de una "libertad pura" (una primera identidad que no tendría ninguna
condición). Es una fractura interior en dos mundos regidos por reglas exactamente
opuestas: por un lado, identificamos la libertad con un dejarse llevar por la
espontaneidad interior, mientras que por otro se percibe tal espontaneidad como
determinada y esclavizante por la psicología profunda. Se nos presenta una aparente
espontaneidad interior que en el fondo está formada por impulsos irrefrenables o por
emociones. Desde lo que queda del yo autónomo, configuramos planes, sueños, ideas,
etc., aunque no los sabemos integrar con las sensaciones, los estímulos externos, las
relaciones…, llegando incluso a contradecir nuestros propios valores.

Lo terrible es que quien acepta este modo de comprenderse a sí mismo obtiene


una personalidad dividida, débil, quee a la vez imagina grandes planes y sublimes

2
Cfr. H.U. VON BALTHASAR, Las nueve tesis, en COMISION TEOLOGICA INTERNACIONAL,
Documentos 1970 -1979, CETE (Madrid 1983) tesis 7, 3 ad 1um: «El hombre despierta al «cogito-sum»
como a la identidad (…). Sin embargo, esta identidad, en cuanto despertada, es experimentada como no
absoluta, porque es recibida».
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elecciones sin saber controlar sus impulsos internos, que interpreta cada vez más como
algo irrefrenable.

El error verdadero de esta interpretación es partir de un "yo" aislado alejado de


las relaciones personales, que resultan entonces conflictivas. Sólo afectan los elementos
externos de la personalidad y es difícil una comunicación que afecte en verdad al "yo".
Es más, tal relación personal queda en el ámbito de la frágil libertad aparente y a
merced de muchos elementos exteriores.

El análisis anterior sume al hombre, débil en su interior, en una soledad sin


caminos. La misma libertad queda dominada por este individualismo. La pretendida
libertad absoluta del hombre queda entonces en esta triste situación de ser una libertad
aparente, conflictiva y amenazada. Nos encontramos entonces con grandes
profesionales llenos de profundas contradicciones interiores (desequilibrios afectivos,
incapacidad de controlar sus tendencias…). La sociedad trata de establecer normas de
contención que eviten desequilibrios demasiado grandes, y se genera una libertad social
ficticia. Mientras, se generan personalidades débiles, con una sexualidad descontrolada,
una determinación pasional absoluta, y una doble racionalidad utilitarista para lo técnico
y completamente emotiva para lo personal. Un sujeto así no puede vivir una auténtica
vida de amor.

3.- Conferencia episcopal española, Directorio de Pastoral familiar (2003) n.


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Sujeto débil, arrastrado por los impulsos

19. En último término, hay que señalar la debilidad moral que afecta a nuestra
sociedad. No nos referimos con ello sólo al rechazo de las normas que la Iglesia enseña
en esta materia. Hablamos de la debilidad de las personas para llevar a cabo lo que
realmente desean: una vida verdaderamente feliz. Esto es, la dificultad interna para
reconocer y realizar en plenitud la vocación al amor que es la raíz originaria de toda
moralidad. Comprender la crisis moral en esta perspectiva es el único modo de
analizar adecuadamente la realidad del matrimonio y la familia en nuestra cultura
actual.

En especial, se ha de criticar lo endeble de la interpretación del juicio moral de


un modo meramente emotivista, esto es, que valora algo como bueno o malo sólo por la
impresión emocional que le causa. Esta concepción debilita profundamente la
capacidad del hombre para construir su propia existencia porque otorga la dirección
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de su vida al estado de ánimo del momento, y se vuelve incapaz de dar razón del
mismo. Este primado operativo del impulso emocional en el interior del hombre sin
otra dirección que su misma intensidad, trae consigo un profundo temor al futuro y a
todo compromiso perdurable. Es la contradicción que vive un hombre cuando se guía
sólo por sus deseos ciegos, sin ver el orden de los mismos, ni la verdad del amor que
los fundamenta.

Ese hombre, emocional en su mundo interior, en cambio, es utilitario en lo que


respecta al resultado efectivo de sus acciones, pues está obligado a ello por vivir en un
mundo técnico y competitivo. Es fácil comprender entonces lo complicado que le es
percibir adecuadamente la moralidad de las relaciones interpersonales porque éstas
las interpreta exclusivamente de modo sentimental o utilitarista.

El resultado natural de este proceso es la soledad de un hombre amargado y


frustrado, tras una larga serie de amores falsos que le han dejado en su interior graves
heridas muy difíciles de curar. Frente a un lenguaje que sólo habla de “experiencias”
positivas o negativas, de “errores de apreciación” o de “sensaciones”, los cristianos
no tenemos miedo de hablar de pecado y responsabilidad moral en estos temas del
matrimonio y la familia. Así se destaca que la calidad última de estos problemas es en
verdad moral. No tememos esta calificación, ni la consideramos una ofensa contra el
hombre, porque la denuncia del pecado no es igual a una condena al pecador.
Conocemos el “don de Dios” (Jn 4,10) que es el único capaz de sanar el corazón del
hombre con su misericordia y hacerle posible descubrir, desear y vivir un amor
hermoso.

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