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Me aburre lo sagrado

Pastor Roberto A. Weber de Miramar

Restaurantes, clubes, parques, hoteles, entre otros, son lugares que necesitan
modernizarse constantemente con tal de brindar una mayor comodidad y entretenimiento
al cliente, ya que dependiendo los servicios que ofrece, crecerá o no su clientela y, por
consiguiente, en su negocio.
Pero esta clase de lugares no son lo único que cambia con el tiempo, ya que las
personas, como bien lo notan muchos, no son lo mismo que antes… Desde Adán hasta hoy
en día sabemos que todos pecan, haciendo lo malo, y que esto no cambia, pero aunque el
pecado es el mismo, las tentaciones que invitan a lo malo se presentan de forma muy
creativa.
Podemos mencionar miles de tentaciones que encontramos a mano, en nuestros
celulares. Tentaciones a la codicia, apostando; al odio, peleando y difamando en redes
sociales; a la fornicación, por medio de pornografía; etc. Pero aquí queremos hablar de un
pecado antiguo, que ha tomado una nueva forma en los últimos años: La idolatría.
Ni bien escuchamos esto, pensamos en dioses falsos, en el curanderismo, en el amor
al dinero, etc. Estos son todos ejemplos de idolatría grosera o explícita, pero ¿qué sabemos
de la idolatría sutil, que no es tan obvia como pensamos?
La idolatría sutil es aquella que se esconde mejor, detrás del narcisismo (egoísmo
ciego), del orgullo (creerse mejor que los demás), de la manipulación (que todo se haga
como quiero), de la excusa de “solo quiero ser feliz” (a costa del sufrimiento de otros), etc.
Como se puede ver, todas estas formas de idolatría sutil se vuelcan siempre sobre uno
mismo. El interés principal está en el ombligo de uno y lo que uno quiere, pero no en Dios ni
en lo que Dios quiere.
Hoy en día, una forma de idolatría sutil, pero despreciable ante Dios, es esta: “Me
aburre lo sagrado”. Es decir, “me aburre todo lo que sea de Dios o de la Biblia,
especialmente el culto, que no veo la hora en la que termine el sermón y se acabe.” ¿Por
qué esto es pecado? Porque algo nos aburre cuando no nos interesa, cuando no le vemos
utilidad, cuando pensamos que existen cosas mejores que esa… Pero como lo otro
(Facebook, whatsapp, instagram, etc.) no nos aburre, sino que nos parece muy útil y
creemos que eso es lo mejor que podemos estar haciendo, entonces ahí hemos preferido
divertirnos con lo mundano en vez de aburrirnos con lo sagrado.
Es difícil reconocer y confesar este pecado, porque no queremos creer que somos
tan malos y de que poco nos importa Cristo y lo que Él hizo y lo que Él nos dice. Pero
tristemente somos así, pecadores y enemigos de Dios por la misma naturaleza pecadora.
Pensamos post-modernamente: “Si no me gusta, no me sirve y no me hace feliz… ¿para qué
voy a hacer o ver algo que no me gusta? ¿para qué ir a un culto sagrado, a un servicio
divino, donde Dios mismo se hace presente, si puedo hacer cualquier otra cosa más cómoda
o divertida?”
Muchos reconocen que la escuela, a pesar de tener los amigos de uno, muchas veces
es tremendamente aburrida… pero nadie deja de ir, porque es importante para la vida el
tener una educación. Aunque esta no es la mejor actitud, ni siquiera se aplica de la misma
forma a la iglesia: es aburrida, pero es importante ir a la iglesia. Esto no pasa así, por el
simple hecho de que vemos más utilidad en la escuela que en la iglesia.
Triste y repugnante es nuestra verdad: Nos aburre lo sagrado. Nadie tiene que
decirte cómo ir a tu fiesta de graduación o a un cumple de 15, porque sabes que es
importante y te ponés lo mejor, preparándote con mucho tiempo para pasarla bien. Nadie
le dice a la familia de la cumpleañera que debe adornar el salón y vestirse de gala. Nadie le
dice a la chica que debe usar vestido bonito y elegante, porque tanto ella como su familia e
invitados saben cuán importante y hermoso es ese momento. Dios nos conceda que
entendamos así de natural el momento sagrado del culto.
Pensemos que como dicen algunos padres: “No todo es joda y diversión en la vida”,
hay momentos y momentos. Pero el culto no es para entretener ni divertir, sino para ir al
encuentro con nuestro Santo Dios, que viene en su Palabra y sacramento, para darnos lo
más sagrado que tiene, que es su Hijo Jesucristo, nacido por nosotros, que vivió por
nosotros, padeció y murió por nosotros, resucitó por nosotros y ascendió por nosotros, y ha
de venir por la misma razón, porque nos lo prometió.
Nuestro buen y Santo Dios nos permita ver cuán precioso y valioso es ese momento
en la semana. Dios nos enseñe a amar más las cosas celestiales y eternas por sobre todo lo
terrenal y temporal. Amén.

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