You are on page 1of 3

EDGAR DÁVALOS, EL JESUITA HECHO HOMBRE NUEVO

Miguel García

Desde el año 2010, cuando mi padre murió de cáncer (Francisco García Laguna) no había
sentido tanto dolor y una profunda tristeza en el alma por la muerte de Edgar Dávalos
Porcel quien también falleció a causa de la misma enfermedad el pasado 18 de diciembre
de 2018. Fue, y será siempre, una persona divina. Ya está sentado a la derecha de Dios
Padre.

“Edgar”, como muchos exalumnos del colegio Juan XXIII de Cochabamba lo


llamábamos y él también así lo quería, vivió intensamente todos los días y todos los
minutos de su vida buscando ser el “Hombre Nuevo” que Jesús de Nazareth exige a los
buenos cristianos. En sus 64 años de vida al servicio de los más pobres, al Jesuita
cochabambino sí lo considero como tal porque no conocí a otro sacerdote de la Compañía
de Jesús que luchase tanto, pero infinitamente tanto, para que no muera la obra educativa
que nos dejó Enrique Coenraets en 1964: “El Juancho”. En realidad, Edgar no quería que
muera la obra que sacó a centenares de jóvenes de la pobreza, y en muchos casos de la
extrema pobreza, a través de la educación católico-cristiana basada en los valores y
principios de San Ignacio de Loyola.

La última vez que lo vi personalmente a Edgar fue en el Encuentro Juancho 2018 el


pasado 15 de septiembre en la Comuna de Villa Granado, cuando tocó organizar a la
promoción Colombia 93 esta bellísima actividad que también es uno de los legados que
dejó el director del histórico colegio Juan XXIII de Cochabamba. Una herencia que
empezó el año 2007 cuando un Grupo de Exalumnos (Gonzalo Alfaro, Gustavo
Medinaceli, Víctor Rioja, Oscar Tórrez y Miguel García, entre otros) y el mismísimo
Jesuita Dávalos organizamos una reunión nacional de “Exas” en los ambientes de
“Chernobil”, allí en Quillacollo. Hoy, esa idea de contar con una estructura legal y
legítima de los exalumnos es una realidad. Por lo menos así lo demuestran año tras año
de manera consecutiva los Encuentros Juanchos en Cochabamba.

El padre Edgar tenía muy clara su misión: “En todo amar y servir”. El Juan XXIII es una
obra educativa que amó y sirvió hasta el último suspiro de su vida. Una obra que busca
cambiar el mundo, busca una sociedad más justa y menos desigual donde los pobres
también tienen derecho a una educación de excelencia. Para lograr ese sueño, se necesita
una educación basada en la construcción del “Hombre Nuevo”. Esa nueva persona tiene
una sólida base académico-científica y unos altos valores éticos y morales a partir de un
contexto histórico, social, político y económico basados en la diversidad cultural y
religiosa de Bolivia. Si Jean Paul Sartre lo hubiese conocido, estoy seguro que también
hubiera tenido el mismo concepto que tenía del “Che”: “Ernesto Guevara es el ser humano
más completo de nuestra era y prototipo del hombre nuevo”. Edgar es ese prototipo de
hombre nuevo.

En sus 41 años de vida jesuítica, Dávalos ha sido un ejemplo de hombre en todos los
sentidos posibles. Incluso, en muchas oportunidades, desafió a la Compañía de Jesús para
que no pierda la fe en el Juan XXIII. “Mientras yo esté de Director, el Juancho no se
cerrará. Así la Compañía no sepa qué hacer con el colegio”, dijo con mucha seguridad en
una de las reuniones del Directorio de los Exalumnos, cuando nos había informado sobre
el cierre inminente del Juancho a finales del año 2017.... Era un hombre respetuoso con
sus Superiores (la Compañía de Jesús), pero no podía esperar mucho de ella porque la
obra más grande de los Jesuitas en Bolivia era precisamente el “Juancho”, en cuanto a
servicio a los más pobres se refiere. Por eso, con mucha paciencia, amor y servicio se
dedicó intensamente a acompañar la organización de los Exalumnos del Juan XXIII desde
el año 2007 en una Institución legalmente establecida. Él sabía que el camino para el
presente y futuro del Colegio era, y es, pasar esta monumental obra a los Juanchos. Ya la
Compañía de Jesús cumplió su ciclo, dejaba entrever en muchas oportunidades Edgar.

Edgar Dávalos, junto a otros Jesuitas (Pedro Bassiana, Alfonso Pedrajas y Carlos
Villamil, entre otros), se adelantó con mucho al Papa Francisco. Vio en el Juan XXIII el
paraíso terrenal para sacar de la pobreza a centenares de niños y adolescentes de
Cochabamba, Potosí, Santa Cruz, Beni, Pando, Oruro, La Paz, Chuquisaca y Tarija a
través de la educación. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que
enseñarnos”, decía Jorge Bergoglio después de asumir el máximo cargo de la Iglesia
Católica en el mundo el año 2013. Y el sacerdote de la “llajta” trabajó en el “Juancho”
incansablemente para darle a ese menor pobre la mejor educación. Así como le dio
excelencia en el proceso de enseñanza-aprendizaje, también aprendió mucho de ese joven
“Juancho”. Aprendió la humildad que traían los hijos de los mineros y de los campesinos
al Colegio; aprendió la honestidad que tenían esos hijos de obreros; aprendió la
inteligencia y la disciplina que traían esos hijos de indígenas. Pese a que hoy, decenas de
ellos, se han aburguesado y han perdido esa conducta solidaria con sus semejantes pobres,
el Jesuita fallecido jamás se rindió y siguió luchando para que otros menores pobres
también tengan la posibilidad de seguir estudiante en el Juan XXIII.

“En todas las actividades se imprime la filosofía propia del Colegio: formarse lo mejor
posible para servir de la mejor manera a los demás, a la Bolivia necesitada de gente con
espíritu de emprendimiento, con capacidad de hallar soluciones, abierta a los cambios de
los tiempos, agradecida de lo que ha recibido y feliz de dar todo lo que puede, con
voluntad para ayudar a otros y transformar las cosas juntos para una vida cada vez más
digna y plena. Esta filosofía, contenida en nuestras ocho consignas, hace que vivamos ya
ahora, de manera anticipada, nuestra Pequeña Nueva Bolivia (PENUBOL) que se
proyecta a la Patria Grande del futuro”, escribió Edgar Dávalos en el libro de Miguel
García y Mario Vargas: “El Juancho. Testimonios de vida educativa a partir de la obra de
Enrique Coenraets” (2017).

“La muerte es el último viaje, el más largo y el mejor”, dijo alguna vez el escritor Tom
Wolfe. Para Edgar, la muerte no fue su mejor viaje sin duda alguna. Su mejor viaje fue
entregarse al Juan XXIII hasta los últimos días de su vida. Venció a la muerte y la
continuidad de su obra dependerá no solo de la Compañía de Jesús, sino
fundamentalmente de la Asociación de Exalumnos. “La única manera de que el Colegio
siga, es que los exalumnos devuelvan lo que un día recibieron. Así por lo menos está
escrito en el Testimonio del Padre Coenraets (Enrique)”, dijo Edgar cuando nos reunimos
a inicios del 2018 para ver cómo podíamos ayudar los exalumnos para que no se cierre la
obra Juan XXIII. Pero aun así, la muerte prematura y sorpresiva de Edgar dejó un gran
vacío en la educación “Juancha”. Se fue sin dejar claramente establecido cuál será el
presente y el futuro del Colegio. Lo que sí puedo dar testimonio es que dejó sembrada la
semilla para que la obra educativa continúe con y desde los Exalumnos.

Me he quedado con las preguntas formuladas para Edgar. Son alrededor de doce. Tenía
planificado hacerle una entrevista para sacar la Segunda Parte del libro “El Juancho”.
Quizás mi frustración por la conducta antijuancha mostrada por varios exalumnos me
hizo tardar demasiado para acelerar el trabajo de campo de la publicación. ¿Qué modelo
de bachilleres ofreció el Juan XXIII a la sociedad cuando era internado y qué modelo
ofrece hoy cuando es externado?, era una de las preguntas que debiese hacerle al director
fallecido. Me quedo sin la entrevista, pero me quedo con la marca de su firme convicción
por la continuidad del Juancho. “Dios sabe que no debemos avergonzarnos nunca de
nuestras lágrimas”, escribió Charles Dickens en su obra “Grandes esperanzas” (1861).
Por las noches, mis lágrimas aún no cesan. Todo, por la muerte de Edgar Dávalos, quien
en cada reunión de directorio de los Exalumnos me enseñaba inteligencia, humildad,
paciencia y solidaridad con los más necesitados. Yo siempre buscaba acelerar la
consolidación de la organización de los Juanchos y no siempre se daba. Edgar me decía
que debiese tener paciencia y perseverancia. “Miguel, no te desesperes. Tenemos
exalumnos de todo tipo. Unos con mayor convicción que otros. Así es. No te rindas”.

Desde el año 2007, que organizamos el primer Encuentro Juancho, he tenido al menos
unas cien reuniones con Edgar. Y más que reuniones de Directorio eran tertulias para ver
cómo marchaba el Colegio y cómo podíamos los exalumnos “devolver” eso que habíamos
recibido en el Juan XXIII: Amor y servicio. Cada palabra, cada gesto y cada sonrisa que
tenía Edgar eran solo amor y servicio por el Colegio y sus frutos: los Exalumnos. Siempre
preocupado por los “Juanchitos” en formación preguntaba cuándo nos íbamos a reunir
con la promoción que le tocaba organizar el Encuentro. “Tenemos que seguir con los
Encuentros”, decía. Quizás su partida me duele más que a otros exalumnos, porque
precisamente estuve mucho más tiempo con Edgar en los últimos diez años. Lo conocí
mejor. Siempre buscamos que el Juan XXIII no se cierre. Una de ellas precisamente era
Asociación de Exalumnos del cual orgullosamente fui Presidente, pese a que no hicimos
lo suficiente.... Lo reconozco.

“El que no vive para servir, no sirve para vivir”, gritó a los cuatro vientos la madre Teresa
de Calcuta. Y Edgar Dávalos Porcel, sin duda alguna, vivió para servir. Su legado vive
en cada uno de nosotros, los verdaderos Juanchos. Esos exalumnos que todos los días
gastan su vida por los más pobres. No esos que se han aburguesado, gracias al Juan XXIII.
A estos últimos, un día la historia “Juancha” los condenará. Sólo pregúntense qué
principio y valor de las ocho consignas aprendidas en el Colegio practican o cumplen
diariamente. Sólo así podrán responderse si realmente son “Edgar Dávalos”, el Jesuita
hecho Hombre Nuevo.

Gracias por tanto Edgar.

You might also like