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El Sturm und Drang (en español 'tormenta e ímpetu') fue un movimiento literario, que también tuvo sus

manifestaciones en la música y las artes visuales, desarrollado en Alemania durante la segunda mitad del siglo XVIII.

En él se les concedió a los artistas la libertad de expresión, a la subjetividad individual y, en particular, a los extremos de
la emoción en contraposición a las limitaciones impuestas por el racionalismo de la Ilustración y los movimientos
asociados a la estética. Así pues, se opuso a la Ilustración alemana o Aufklärung y se constituyó en precursor
del Romanticismo. El nombre de este movimiento proviene de la pieza teatral homónima, escrita por Friedrich
Maximilian Klinger en 1776.

Cronología y orígenes del movimiento[editar]


Este movimiento estético abarcó de 1767 a 1785. Se trata de una reacción alentada por Johann Georg Hamann y sobre
todo por Johann Gottfried von Herder y su discípulo Goethe- contra lo que era visto como una excesiva tradición
literaria racionalista. Su rechazo a las reglas del estilo neoclásico del siglo XVIII lo sitúan firmemente como parte de un
movimiento cultural mucho más amplio conocido como Romanticismo. La figura simbólica de Nathan, el sabio judío
de Lessing, representante de la Ilustración, venía a enfrentarse con el Prometeo (1774) de Goethe, quien, en la oda del
mismo título, enfrentaba al genio creador, rebelde e independiente contra todo lo representado por aquel. Frente a los
fríos modelos del Neoclasicismo de origen francés, el Sturm und Drang estableció como fuente de inspiración
el sentimiento en vez de la razón y tuvo como modelos las obras de William Shakespeare y Jean-Jacques Rousseau.

El origen del movimiento hay que buscarlo en Hamann; cuando estudió en Königsberg, su ciudad natal, teología y
ciencias jurídicas, hizo una lectura intensiva de la Biblia y creció su crítica a la interpretación literal y racionalista de las
Escrituras. Según él, Dios no había hablado a la Humanidad en la Biblia apelando a la razón, sino en imágenes y
parábolas; por eso la poesía, la literatura, era "la lengua materna del género humano" y es de origen divino. La creación,
la naturaleza, actúa y se revela mediante los sentidos y las pasiones, y los sentidos y las pasiones "ni hablan ni entienden
otra cosa que imágenes".1 Para Hamann las imágenes y parábolas, la interpretación imaginativa de la creación del
mundo y de la naturaleza contenían más verdad que las teorías ilustradas. La literatura poseía, pues, un carácter
prácticamente religioso, y también en el poeta veía en cierto modo un segundo creador.

Herder, más tarde, desarrolló la idea de la literatura como lengua primigenia de la humanidad, y la imagen del poeta-
creador influenció la discusión sobre el genio en el Sturm und Drang; pero si Hamann no contemplaba la libertad del
genio creador sino en la consonancia de sus sentidos y pasiones con la naturaleza, Herder utilizó el concepto
de geniooriginal ya en el Diario de mi viaje en el año 1769, cuando debatió sobre el modelo de novela educativa
del Émile de Rousseau (1762), donde encontró un sistema educativo que no estaba ligado a normas sino que había de
fomentar las capacidades creativas; el cuerpo venía a ser como una extensión del alma y no un ancla de la misma, de
forma que la liberaba con sus pasiones; esto añadió un carácter más profundo a esta idea, que continuó desarrollando en
su ensayo Shakespeare (1773), en que traspasó su exigencia de liberación de las fuerzas creativas en la literatura en
general: la literatura, pues, no consistiría en una mera imitación de modelos literarios, ya que la historia no se detiene,
sino que se transforma porque está viva. Cada pueblo, cada época ha de crear su propia literatura. El genio poético se
destaca por "extraer de su sustancia una creación dramática tan natural, grande y original como los griegos hicieron con
la suya". El modelo mejor era Shakespeare, "traductor de la naturaleza en todas sus lenguas", y "mortal dotado de fuerza
divina". De la misma manera que Shakespeare había utilizado temas nacionales para construir una "totalidad viva", así
los alemanes habían de recordar su propia historia. Con esta invitación Herder insinuaba el plan de Goethe de hacer una
obra dramática sobre Götz von Berlichingen, que había de ser uno de los puntales representativos de la nueva estética.
Posteriormente, Herder llegó a la concepción de una literatura natural como expresión nacional y colectiva de un
pueblo. Para Herder el lenguaje es una forma de pensamiento, un diccionario del alma en Sobre el origen del
lenguaje (1772). No tiene origen divino y proviene de la naturaleza espiritual, no corporal y animal, del ser humano. Y
lenguaje, poesía y mitología forman una unidad; el sonido convierte el lenguaje interno en externo. El lenguaje no es el
mero envoltorio del pensamiento, sino el instrumento del pensar mismo. Y el lenguaje expresa a la vez al hombre entero
y cada una de las lenguas a un pueblo, una personalidad colectiva o carácter nacional que la habla a lo largo de la
historia. De ahí pasó a interesarse por la antigua poesía céltica del falso Ossián en su Extracto de un epistolario sobre
Ossián y las canciones de pueblos antiguos (1773).

El Sturm und Drang fue revolucionario en cuanto al hincapié que hace en la subjetividad personal y en el malestar del
hombre en la sociedad contemporánea, encorsetado por las diferencias sociales y las hipocresías morales; estableció
firmemente a autores alemanes como líderes culturales en Europa en un tiempo en el que muchos consideraban
que Francia era el centro del desarrollo literario. El movimiento también se distinguió por la intensidad con la que
desarrolló el tema del genio de la juventud en contra de los estándares aceptados y por su entusiasmo por la naturaleza.
La gran figura de este movimiento fue Goethe, quien escribió su primer drama importante, Götz von
Berlichingen (1773), y su novela más representativa de esta corriente, Die Leiden des jungen Werthers, Las desventuras
del joven Werther (1774). Otros escritores de importancia fueron Klopstock, Jakob Michael Reinhold Lenz, quien
compuso los célebres dramas El preceptor (1774) y Los soldados (1776); Heinrich Leopold Wagner, autor del drama La
infanticida (1776), fallecido prematuramente, y Friedrich Müller. La última figura importante fue Schiller, cuya Die
Räuber y otras obras tempranas fueron también un preludio del Romanticismo.

Sturm und Drang en la música[editar]

Es un movimiento de las letras alemanas, reflejado en otras artes, que alcanzó su punto más alto en la década de 1770.
Sus proposiciones artísticas son asustar, aturdir, dominar con emoción, énfasis extremo en lo irracional y aproximación
subjetiva a todo el arte. Se consideran representantes musicales del Sturm und Drang a Carl Philipp Emanuel Bach y
a Joseph Haydn en cierto periodo, entre otros.

Goethe

Con el Sturm und Drang la literatura alemana se hace totalmente burguesa, a pesar de que los jóvenes rebeldes atacan a

la burguesía. Protestan contra los abusos del despotismo, luchan por los derechos de la libertad y se oponen a la

Ilustración. Sin embargo, siguen perteneciendo a la burguesía. Desde el Sturm und Drang hasta el Romanticismo, la

cultura alemana está sustentada por la burguesía. Alemania es un “país de la clase media”, con una aristocracia estéril y

una burguesía que se impone intelectualmente, a pesar de su impotencia política.

«Surge un nuevo tipo de intelectual que carece de vínculos, que está libre de tradiciones y convencionalismos, y que no

puede ejercer sobre la realidad política y social la correspondiente influencia, o que, frecuentemente, tampoco quiere

hacerlo. Lucha contra el racionalismo, del que es portador involuntario, y se convierte en cierto modo en campeón del

conservadurismo contra el cual cree estar luchando. De este modo se mezclan características conservadores y

reaccionarias con rasgos progresistas y liberales. […] En su lucha contra la Iglesia, aliada con el absolutismo, la

Ilustración se había vuelto insensible a todo lo que se relacionara con la religión y con las fuerzas irracionales en la

historia, y los representantes del Sturm und Drang esgrimían estas fuerzas irracionales contra la realidad

“desencantada”, a la que no se sentían ligados en modo alguno. Pero con esto no hacían más que responder a los deseos

de las clases dominantes, que se esforzaban en distraer la atención para que no se fijase en la realidad, de la disfrutaban.

Estas clases fomentaban toda mentalidad que presentara el significado del mundo como inexplicable e incalculable, y

favorecían la espiritualización de los problemas, por medio de la cual podían ser encauzadas las tendencias

revolucionarias dentro de la esfera intelectual, y la burguesía podía ser inducida a contenerse con una solución

ideológica en vez de práctica. Bajo la influencia de esta droga la intelectualidad alemana perdió su sentido para el

conocimiento positivo y racional y lo sustituyó por la intuición y la visión metafísica.


El irracionalismo fue, ciertamente, un fenómeno común a toda Europa, pero se manifestó en todas partes esencialmente

como una forma de emocionalismo, y sólo en Alemania recibe el cuño especial de idealismo y espiritualismo;

únicamente allí se convirtió en una concepción metafísica que despreciaba la realidad empírica y se basaba en lo

intemporal e infinito, en lo eterno y absoluto. […] Es cierto que la filosofía idealista alemana partía de la teoría del

conocimiento antimetafísica de Kant, la cual tenía sus raíces en la Ilustración; pero su subjetivismo hacía derivar esta

doctrina hacia un desprecio absoluto de la realidad objetiva, hasta situarse finalmente en la oposición decidida al

realismo de la Ilustración. […] El lenguaje científico alemán fue tomando paulatinamente aquel carácter frecuentemente

vago, sugerente y de límites inciertos que lo distingue tan profundamente del estilo del lenguaje científico de la Europa

occidental. Los alemanes pierden al mismo tiempo el sentido de la realidad simple, sobria y segura, que en Occidente se

estimaba tanto, y su preferencia por las construcciones especulativas y las complicaciones se convierte en una auténtica

pasión.

El hábito mental denominado “pensamiento alemán”, “ciencia alemana”, y “estilo alemán” no debe ser considerado

como expresión de una característica nacional constante, sino simplemente como un modo de pensamiento y lenguaje

que surge en un período determinado de la historia cultural alemana –es decir, en la segunda mitad del siglo XVIII– por

obra de una determinada clase social, la intelectualidad burguesa, excluida del gobierno del país y prácticamente carente

de influencia.» (A. Hauser, p. 287-288)

El lenguaje esotérico de los poetas y filósofos alemanes se manifiesta en su individualismo exagerado y en su manía por

la originalidad, su deseo de ser absolutamente diferentes de los demás.

«Las palabras de Mme. de Staël: trop d’idées nueves, pas assez d’idées communes, nos dan en la fórmula más breve el

diagnóstico del espíritu alemán. Lo que les faltaba a los alemanes no es el pastel de los domingos, sino el pan nuestro de

cada día. […] Este individualismo y este afán de ser diferente no era otra cosa que una compensación por su exclusión

de la vida política activa. Su lenguaje cifrado y su “profundidad”, su culto a lo difícil y complicado tenían también el

mismo origen. […] La intelectualidad alemana fue incapaz de comprender que el racionalismo y el empirismo eran

aliados naturales de una clase media progresista. No podían hacer a las fuerzas conservadoras servicio más grande que

desacreditar “el sobrio lenguaje de la razón”. Estos intelectuales se equivocaban en sus propósitos, por una parte porque

los príncipes alemanes aceptaban en apariencia la Ilustración y adaptaban el racionalismo del viejo régimen absolutista

al nuevo cultivo de la razón, y de otro lado debido a las tradiciones religiosas de los hogares de la pequeña burguesía, a

menudo condicionados intelectualmente por la profesión de pastor del padre. La mayoría de los representantes de la

intelectualidad habían heredado estas tradiciones, que experimentaban ahora un renacimiento prometedor a través del

pietismo.» (Arnold Hauser, o. c.)


El pietismo protestante se inició en Alemania hacia 1670 como reacción evangélica contra el intelectualismo ortodoxo

y el formalismo dominantes en las Iglesias luterana y calvinista. El pietismo daba más importancia a una piedad sencilla

y activa que a la aceptación de proposiciones teológicas correctas.

«La experiencia religiosa era irracional en sí misma, y la artística se volvió irracional a medida que se alejó de los

criterios estéticos de la cultura cortesana. El siglo XVIII es el primero en llamar la atención sobre la irracionalidad

fundamental y la irregularidad de la creación artística. Esta época anti-autoritaria, opuesta de manera consciente y

sistemática al academicismo áulico, fue la primera en poner en tela de juicio que las facultades reflexivas, racionales e

intelectuales, la inteligencia artística y la capacidad crítica, tuvieran parte en la génesis de la obra de arte. […] Las

tendencias opuestas a la Ilustración se retiraron a las líneas de la estética, y, partiendo de aquí, conquistaron todo el

mundo intelectual. La estructura armónica de la obra de arte se trasladó a todo el cosmos, y al creador del mundo se le

atribuyó una especie de plan artístico, como ya había hecho Plotino. “Lo bello es una manifestación de las fuerzas

secretas de la Naturaleza”, decía el mismo Goethe, y toda la filosofía natural del Romanticismo giraba en torno a esta

idea. La estética se convierte en disciplina básica y en órgano de la metafísica. Ya en la teoría del conocimiento de Kant

la experiencia era una creación del sujeto cognoscente, en analogía con la obra de arte, considerada desde siempre como

producto del artista ligado a la realidad, pero señor de ella.» (A. Hauser, p. 290-291)

El discípulo de Christian Wolff (1679-1754), Alexander Gottlieb Baumgarten(1714-1762) creó con

su Aesthetica (1750-1758) una nueva disciplina independiente que se constituye en la Ilustración alemana y que se

cultiva de modo autónomo por primera vez. La Estética introducida por Baumgarten la volveremos a encontrar en

la Estética trascendental de Kant. La Estética tendrá importancia en el Idealismo alemán y será el tema central del

Romanticismo.

La objetividad se convirtió en dominio absoluto del yo creador. La experiencia de la que los filósofos derivaban sus

sistemas fue el aislamiento, la soledad y la falta de influencia en la vida práctica. Su concepción estética del mundo era

en parte un cerrarse contra el mundo en el que el “intelecto” había demostrado sus limitaciones y su impotencia. Para la

Ilustración el mundo era algo plenamente explicable y fácil de entender; el Sturm und Drang lo consideraba como algo

fundamentalmente incomprensible, misterioso y desprovisto de significado para la mente humana.

Herder, la figura más característica de la literatura alemana del siglo XVIII, expresa el conflicto en la concepción del

mundo y la mezcla de corrientes progresistas y reaccionarias que dominan la sociedad de su tiempo. Herder cree poder

hacer compatibles sus opiniones hostiles a la Ilustración con su entusiasmo por la Revolución francesa. La mayoría de

los intelectuales alemanes comenzaron siendo seguidores entusiastas de la Revolución hasta después de la Convención,

con la creación del Directorio (1795) y la toma del poder por Napoleón.
«El clasicismo de Herder, Goethe y Schiller ha sido denominado Renacimiento alemán retardado y considerado como

el paralelo al clasicismo francés. Sin embargo, se distingue de todos los movimientos semejantes de fuera de Alemania,

ante todo, en que representa una síntesis de tendencias clasicistas y románticas y, sobre todo desde el punto de vista

francés, parece totalmente romántico. Pero los clásicos alemanes, que pertenecieron casi todos en su juventud al Sturm

und Drang y son inconcebibles sin el evangelio naturalista de Rousseau, representan al mismo tiempo una renuncia a la

hostilidad romántica contra la cultura y al nihilismo de Rousseau. Viven en un frenesí de cultura y educación que no

tiene igual en ninguna otra generación de escritores desde el Humanismo, y consideran a la sociedad civilizada, no al

individuo aventajado, como la auténtica portadora de la cultura.» (A. Hauser, p. 301)

La educación estética es para Schiller el único antídoto contra el mal reconocido por Rousseau. Goethe llega a afirmar

que el arte es el intento del individuo de “preservarse contra el poder destructor del conjunto”. Goethe fue uno de los

más acérrimos representantes de la Ilustración en Alemania. A pesar de su conexión con el Sturm und Drang, sentía

profunda aversión al romanticismo y al antirracionalismo: “antes la injusticia que el desorden”. La experiencia artística

asume ahora la función que hasta ese momento sólo había podido llenar la religión: se convierte en un baluarte contra el

caos.

«El ideal artístico del clasicismo alemán, de acuerdo con la repulsa de las clases dominantes contra todo lo caprichoso y

anárquico, adopta una tendencia innegable a lo típico y lo generalmente válido, a lo regular y normativo, lo permanente

y lo atemporal. En contraste con el Sturm und Drang, concibe la forma como al expresión de la esencialidad y la idea

misma de la obra, y no la identifica ya con la armonía exterior de las proporciones, con la eufonía y la belleza de la

línea. En lo sucesivo se entiende por forma “forma interior”, el equivalente microcósmico de la totalidad de la

existencia.» (A. Hauser, p. 306-307)

Para el siglo XVIII la poesía era la expresión del pensamiento; el sentido y la finalidad de la imagen poética eran la

explicación e ilustración de un contenido ideal. En la poesía romántica, por el contrario, la imagen poética no es el

resultado, sino la fuente de las ideas. La metáfora se vuelve productiva, y tenemos el sentimiento de que el lenguaje se

ha vuelto independiente y está componiendo por cuenta propia. Los románticos se abandonan al lenguaje y expresan de

este modo su concepción antirracionalista del arte. Los románticos creían en un espíritu trascendente que constituía el

alma del mundo y lo identificaban con la espontánea fuerza creadora del lenguaje. Dejarse dominar por él era

considerado como signo del más alto genio artístico.

Romanticismo

Romanticismo
El Romanticismo es un movimiento artístico y filosófico, nacido en Europa occidental a mediados del siglo XIX. Surge
como respuesta al racionalismo ilustrado del siglo XVIII. "El Romanticismo fue muchas cosas a la vez: un movimiento
filosófico (más cercano al Romanticismo alemán), un sentimiento popular (similar a los sentimientos desatados durante
el Romanticismo francés inmediatamente posterior a la Revolución Francesa), una tendencia literaria (como se observa
en el Romanticismo inglés sin ninguna duda) y un estilo artístico. De país a país varió enormemente en sus
manifestaciones. La aparición del Romanticismo en España vino condicionada por factores extranjeros y nacionales.
Entre los extranjeros se cuenta el auge de la burguesía, con la valoración que esta clase social daba al individuo y la
subjetividad, puesto que era una clase que se había hecho a sí misma frente al dominio de la aristocracia. La burguesía
acarreaba una ideología propia, el liberalismo, así como un sentimiento político muy determinado, el nacionalismo. El
Romanticismo en general se define, pues, como un arte burgués: dependiente del individuo, subjetivo, orientado a los
valores de la propia nación que se buscan en el pasado." (ArteHistoria).
En el aspecto subjetivo, el artista romántico es, ante todo, un nostálgico. Abreva en el pasado y lamenta una felicidad
que supone perdida.
El historiador de arte, Arnold Hauser describe en "Historia Social de la Literatura y el Arte" lo que le sucede al artista
que abraza el romanticismo: “Nostalgia y dolor por lo lejano son los sentimientos por los que los románticos son
desgarrados en todas direcciones. Echan de menos la cercanía y sufren por su aislamiento de los hombres, pero al
mismo tiempo los evitan y buscan con diligencia la lejanía y el desconsuelo. Sufren por su extrañamiento del mundo
pero captan y quieren este extrañamiento “
Podemos ubicar este movimiento entre los años 1830 y 1850,. El mismo Hauser (Citado por ArteHistoria) dice: "La
idea de que nosotros y nuestra cultura estamos en un eterno fluir y en una lucha interminable, la idea de que nuestra
vida, espiritual es un proceso y tiene un carácter vital transitorio, es un descubrimiento del Romanticismo y representa
su contribución más importante a la filosofía, del presente" ArteHistoria (sitio recomendado en este sitio) destaca que
"... lo característico del movimiento romántico no era que representara una concepción del mundo revolucionaria o
reaccionaria, sino el camino caprichoso y nada lógico por el que había llegado a una u otra concepción. En realidad, el
Romanticismo representa un movimiento general en toda Europa que primaba el desarrollo de los sentimientos y del
individualismo sobre la razón y la voluntad del autodominio. Buscaba en el pasado, y más concretamente en la Edad
Media, (su inspiración más alta) y rompió con una imagen del mundo estática y ahistórica procedente de la Escolástica
y del Renacimiento, introduciendo una concepción de la naturaleza del hombre y de la sociedad más evolucionista y
dinámica. .El Romanticismo era un movimiento esencialmente burgués que rompía con los convencionalismos del
clasicismo y con las refinadas y artificiosas formas de la sociedad aristocratizante, más propios del Antiguo Régimen.
Frente a la concepción individualista propia del Racionalismo y de la Ilustración, el Romanticismo establece una
estrecha relación del individuo con la sociedad y afirma que ésta no es producto de la creación voluntaria de los
hombres, sino que es anterior e independiente de cada individuo concreto, con sus propias leyes y sus propios fines, que
tampoco tienen por qué coincidir con la suma de los intereses de cada individuo. Para el Romanticismo la sociedad, a la
que califica de pueblo o nación, tiene una vida propia y una misión histórica que cumplir. Esa forma de pensar es la que
dio origen a los movimientos nacionalistas del siglo XIX, mediante los que se intentan conservar las peculiaridades de
cada uno y reclamar el derecho de cada nación a disponer libremente de su destino."
Tambièn podemos agregar, que existe un desgarramiento de esa subjetividad romántica que se manifiesta en el culto al
yo y en la introspecciòn. Nada mejor que observar esta característica en el héroe romántico, p. ej. "Werther" de Goethe.
Lo misterioso, la superstición, lo irracional, lo oscuro, la melancolía, el alma atormentada, la nocturnidad, la
enfermedad, el mundo natural definido como externidad, como el no-yo, la muerte son materia de indagaciòn del
romántico. Nos valemos nuevamente de Hauser: "... este culto a la enfermedad, esta hipocondría esteticista, se debe a
la renuncia del romántico a la facticidad. La enfermedad es el escape para no someter la vida al análisis ético y cívico
que, como vimos, era esencial para el pensador ilustrado. La enfermedad no es otra cosa que una fuga del dominio
racional, de los problemas de la vida racional de los problemas de la vida y el estar enfermo, sólo un pretexto para
sustraerse de la vida diaria."
Según Hauser, el Romanticismo es historicista, opina que la visión histórica del mundo que el romanticismo aporta a la
cultura europea " ... es una de las variaciones mas sobresalientes de la cultura universal" . Pero el mundo, el no-yo, es
conflictividad y el Romanticismo tratará de llevar esta conflictividad al arte, como aporte a una conciencia que se
desenvuelve en la Historia. En este mismo sentido, esta corriente dirá que existe un espíritu nacional, un pasado que
reconocer . El Volksgeist, concepto fundamental en el Romanticismo historicista y que lo une al nacionalismo, es un
concepto nacido del prerromanticismo alemán con J. Fichte y J. Herder.

Es un movimiento muy estudiado y más que interesante para conocer. Reconocemos como antecedente del
Romanticismo a J. J. Rousseau, como vimos el año pasado y aquel alumno que lo estudie podrá reconocer sus huellas
en nuestro presente, p.ej. en algunas manifestaciones de las tribus urbanas.

Vale destacar el caso español, pues vemos la íntima relación del Romanticismo con su época histórica, pues tiene su
origen en la Guerra de Independencia frente al invasor francés y a Goya como representante de ese espíritu español.
ArteHistoria nos informa:"La Guerra de Independencia española fue la primera guerra romántica de la Historia, llevada
a cabo por el pueblo, organizado espontáneamente en guerrillas para combatir al invasor extranjero. Curiosamente, este
deseo de defender la patria frente al extranjero era una idea inculcada precisamente por el enemigo, Francia, la
Ilustración y el propio Napoleón, que utilizaron este principio para potenciar su propia fuerza, y al transmitirlo a los
territorios conquistados sentaron las bases de la rebelión. Ese romanticismo popular es de fecha temprana, idealista,
liberal y produjo la primera Constitución española, promulgada en Cádiz en 1812. El mejor retratista de la época y sus
intenciones fue Goya, el primer pintor romántico español. Por contra, existe un romanticismo histórico como
movimiento intelectual definitorio del segundo tercio del siglo XIX, encaminado a exaltar los valores nacionales, que se
buscan en el pasado español, concretamente en el Siglo de Oro, el cenit de la cultura y el genio español".

s el desgaste del aparato absolutista, la aparición de las primeras revoluciones burguesas marcaron de forma
significativa la historia de occidente. Esto representó un cambio radical en las estructuras políticas y económicas del
mundo.

Dentro de este contexto, los aportes del historiador británico Eric Hobsbawm, pensador de corriente marxista, aporta
una serie de elementos que permiten entender lo ocurrido con la construcción de las primeras Repúblicas modernas, tal
como lo ha expresado en su libro ‘Las revoluciones burguesas’.

Quizá la aportación más importante del autor en este sentido es el haber establecido dos factores esenciales como ejes
de dichos movimientos revolucionarios: la política y la economía, siendo dos de las principales potencias de la época,
Francia e Inglaterra, las cunas en donde se gestarían los primeros cambios de una sociedad europea en busca de la
modernidad.

Por ello, tanto la revolución francesa en lo político como la inglesa en lo económico, representan los dos
acontecimientos más influyentes en la configuración de una nueva sociedad que desbanca al “antiguo régimen” y marca
el inicio de una nueva era que a su vez daría pie a la creación de nuevas formas de organización social.

Desde el inicio, Hobsbawm quiere hacer notar la paulatina y creciente aparición de fuerzas que irían dotando a la nueva
sociedad burguesa de diversas herramientas ideológicas y prácticas que lentamente irían forzando a la clase dominante a
ceder el poder. Así lo ha dejado en claro al referir que estos nuevos elementos sociales se constituían esencialmente
como “las fuerzas e ideas que buscaban la sustitución de la nueva sociedad triunfante”, materializando todos estos
esfuerzos y llevándolos a sus últimas consecuencias a través de la reacción: el levantamiento armado y la justificación
de la fuerza como una medida válida para tomar el poder y revertir los abusos de la clase gobernante. Esto sentó un
referente único dentro de la historia moderna.

Sin embargo, para poder explicar la forma en que se fueron dando estos procesos, el autor hace una exhaustiva revisión
de la situación que atravesaban las diversas clases sociales de la época, centrándose principalmente en las bases sociales
de la colérica masa reaccionaria que terminaría por cambiar el rostro del sistema político. Estos dos grupos son el sector
campesino y la naciente clase obrera.

El juicio general que le merece a Hobsbawm el panorama agrario es el de una minoritaria clase dominante, constituida
en poco menos que casta cerrada, que se aprovecha del cultivador. Clase dominante que se constituye por la propiedad
del medio de producción, la tierra.

“La condición de noble e hidalgo (que llevaba aparejados los privilegios sociales y políticos y era el único camino para
acceder a los grandes puestos del Estado) era inconcebible sin una gran propiedad”. Completa el cuadro general con una
baja nobleza, que según apunta el inglés, no constituye una clase media, sino un sector de la alta que comparte, si no su
riqueza, sí su mentalidad al referir que “además de los magnates, otra clase de hidalgos rurales, de diferente magnitud y
recursos económicos, expoliaba también a los campesinos”.

Sin embargo, Hobsbawm advierte que estas características generalizadas en prácticamente toda Europa Occidental,
habían perdido empuje desde hacía algún tiempo en el seno social de Francia e Inglaterra.

Así lo manifiesta al declarar que “la sociedad rural occidental era muy diferente. El campesino había perdido mucho de
su condición servil en los últimos tiempos de la Edad Media, aunque subsistieran a menudo muchos restos irritantes de
dependencia legal”.

Las ideas de la ilustración, la aparición de la ciencia y las aportaciones ideológicas de diversos pensadores políticos de
la talla de Maquiavelo, Hobbes o Descartes, fueron un antecedente importante para entender cómo fue que se empezó a
producir un cambio de mentalidad en la Europa de aquella época. Estas ideas, que cuestionaban el poder absoluto y
abogaban por una reconstrucción del sistema político, fueron permeado con fuerza al interior de la sociedad, sentando
los cimientos de la ideología que habrían de asumir los líderes de la Revolución Francesa para finales del siglo XVIII.

Por ello, Hobsbawm cree que Francia era el terreno más propicio para que floreciera una revolución social como la que
se venía gestando. Ante esto, el investigador inglés ha afirmado que “el conflicto entre el armazón oficial y los
inconmovibles intereses del antiguo régimen y la subida de las nuevas fuerzas sociales era más agudo en Francia que en
cualquier otro sitio”.

Entre las principales causas que explican la ascenso al poder de la burguesía esta “su fuerza, y ante todo, el evidente
progreso de la producción y el comercio”.

Si bien la organización política de Francia osciló entre república, imperio y monarquía durante 71 años después de que
la Primera República cayera tras el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, lo cierto es que la revolución marcó el final
definitivo del absolutismo y dio a luz a un nuevo régimen donde la burguesía, y en algunas ocasiones las masas
populares, se convirtieron en la fuerza política dominante en el país. La revolución socavó las bases del sistema
monárquico como tal, más allá de sus estertores, en la medida que le derrocó con un discurso capaz de volverlo
ilegítimo.
Por otra parte, en el segundo capítulo, el autor analiza el despertar de la industrialización en la Gran Bretaña y su
desarrollo hasta la mitad del siglo XIX. De este modo esquemático, puede decirse que abarca la etapa en que la
industria del algodón y la aparición del ferrocarril fueron los detonantes de la Revolución Industrial. De este periodo,
Hobsbawm considera que “por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al poder productivo de las
sociedades humanas”, lo cual resulta un tanto exagerado si se toma en cuenta que la capacidad de producción del
hombre no dejó de ser explotada por una minoría.
La economía basada en el trabajo manual fue reemplazada por otra dominada por la industria y la manufactura. La
Revolución comenzó con la mecanización de las industrias textiles y el desarrollo de los procesos del hierro. La
expansión del comercio fue favorecida por la mejora de las rutas de transportes y posteriormente por el nacimiento
del ferrocarril. Las innovaciones tecnológicas más importantes fueron la máquina de vapor y la denominada Spinning
Jenny, una potente máquina relacionada con la industria textil. Estas nuevas máquinas favorecieron enormes
incrementos en la capacidad de producción. La producción y desarrollo de nuevos modelos de maquinaria en las dos
primeras décadas del siglo XIX facilitó la manufactura en otras industrias e incrementó también su producción.
Para Hobsbawm, la transformación del comercio juega un papel decisivo en la forma en que la naciente burguesía
industrial se hace del poder. El comercio interior pasa de comercio de feria a un mercado nacional integrado, debido a la
desaparición de las aduanas interiores, el aumento de la demanda y la mejora de los transportes. El comercio exterior
también benefició el progreso de la industria.

Asimismo, la Revolución Industrial determinó la aparición de dos nuevas clases sociales: la burguesía industrial (los
dueños de las fábricas) y el proletariado industrial (los trabajadores). Se los llamaba proletarios porque su única
propiedad era su prole, o sea sus hijos, quienes, generalmente a partir de los cinco años, se incorporaban al trabajo.

En otras palabras, podría decirse que Hobsbawm considera que el desarrollo de la Revolución Industrial en Inglaterra
respondió a una combinación particularmente favorable de múltiples factores. Uno de ellos fue la transformación que
desde el siglo xv se venía produciendo en el ámbito rural al permitir el crecimiento de un sector dentro de la sociedad.
Otro factor importante fue la formación de un mercado interno unificado. La expansión colonial es considerada decisiva
en este proceso pues proporcionó mercados muy dinámicos que estimularon la producción manufacturera.

En el mismo tono, el Estado tuvo también un rol protagónico, no sólo como defensor de los intereses de comerciantes y
productores, sino también como consumidor de la producción manufacturera.

Conclusiones
El balance de todo este periodo es, para Hobsbawm, la creación de una “fuerte clase media de pequeños propietarios,
políticamente avanzada y económicamente retrógrada, que dificultará el desarrollo industrial, y con ello el ulterior
avance de la revolución proletaria”. Han transcurrido muchos años, y con ellos la industrialización francesa, pero la
augurada “revolución proletaria” ha sido lo que no ha avanzado. La visión de un acontecimiento histórico desde una
perspectiva cargada de prejuicios motivados por razones ideológicas, sólo puede desembocar en una apreciación parcial
con juicios erróneos, y a unas conclusiones que la misma Historia se encarga de desmentir.

Las conclusiones a las que llega el autor son dignas de una revisión más profunda. En términos generales, la tesis final
de Hobsbawm señala que el período de las revoluciones burguesas cumple la función de preparar el terreno para las
revoluciones proletarias de 1848, con la llegada del marxismo. Por una parte, porque “las condiciones de vida de las
masas les impulsaban inevitablemente hacia la revolución social”, ya sea por odio a la riqueza o el utópico anhelo de un
mundo mejor. Por otra parte, porque “el gran despertar de la Revolución Francesa les había enseñado que el pueblo
llano no tiene porqué sufrir injusticias mansamente”.

Hobsbawm quiere así considerar a las masas populares como el auténtico protagonista que subyace en los
acontecimientos estudiados. El pueblo llano no es visto como instrumento, sino como protagonista. “Suya, y casi sólo
suya fue la fuerza que derribó los antiguos regímenes desde Palermo hasta las fronteras de Rusia”, según explica.

Sin embargo, y aunque hace un extenso análisis de los hechos principales del Periodo del Terror que se vivió en Francia
tras la revolución, el autor parece no darle importancia suficiente a los líderes sociales como catalizadores de los
movimientos sociales que produjeron cambios importantes en la época.
Tal parece que la importancia más trascendente de este análisis de la historia realizado por Hobsbawm radica en que el
investigador inglés ve en estas revoluciones la fuerza impulsora de la tendencia predominante hacia el capitalismo
liberal de hoy en día.

Con la debacle del socialismo real salió a la superficie la potencia histórica que aún detentaba el nacionalismo, y que
durante los pocos años que median entre el final de los procesos de descolonización y la mencionada debacle parecía
haber declinado en su capacidad para esculpir la historia.

Los sucesivos acontecimientos que se desencadenaron a partir de 1989 y que aún persisten en la actualidad, nos han
mostrado la vigencia de la fuerza nacionalista. El terremoto nacionalista aún sacude Europa en el año 2014 con
modalidades diferentes que van desde la guerra civil en Ucrania hasta el acuerdo civilizado para celebrar un referéndum
de autodeterminación en Escocia, pasando por las tensiones políticas en España debido al bloqueo de un referéndum de
ese tipo en Cataluña.
Sin embargo, esta situación no ha dado lugar a los debates intelectuales del tipo de los que tuvieron lugar primero en los
años 70 y luego en los 90 entre pensadores de la izquierda como Eric J. Hobsbawm y Tom Nairn. No está claro si las
causas de esta ausencia se encuentran en que todos los argumentos ya fueron desplegados y no hay nada realmente
nuevo e importante que añadir, o en que en la izquierda no destacan ya intelectuales del calado de los mencionados para
continuar el debate.
Nairn es un intelectual escocés que evolucionó desde posiciones de izquierda a nacionalistas, renegando, en su
evolución, de las primeras. Hobsbawm es un respetado historiador británico que se mantuvo fiel a su adscripción
marxista. Su debate tuvo que ver, por tanto, con la compleja relación que el marxismo ha mantenido respecto al
fenómeno nacionalista.
El origen del debate tuvo lugar en los años 70 y su causa fue algo que ahora mismo es de actualidad en Gran Bretaña y
en España, el ascenso de un movimiento nacionalista, el escocés, que podía poner en situación de crisis a un viejo
Estado europeo, el de Gran Bretaña. Hoy la situación vuelve a plantearse en términos parecidos pero con más
posibilidades de hacerse realidad la secesión, de manera pacífica en Gran Bretaña con el referéndum pactado de
septiembre en Escocia, y de manera más conflictiva en España debido a la negativa del Estado español a permitir un
referéndum similar en Cataluña.
Luego, el debate iniciado en los años 70 se retomó por ambos intelectuales en los años 90 con ocasión de la explosión
nacionalista que siguió a la debacle del socialismo real en la Unión Soviética y el este europeo. Esta misma situación
hizo que las posiciones, especialmente las de Nairn, hubiesen evolucionado claramente.
El punto de partida de Nairn en los años 70 era la reconocida dificultad para modificar el orden conservador de Gran
Bretaña. El partido laborista y los sindicatos no habían modificado esa situación y, posiblemente, tampoco se lo
hubiesen propuesto seriamente. Así que el ascenso del nacionalismo en Escocia y la perspectiva de que consiguiese la
independencia abría, en opinión de este autor, la posibilidad de una revolución política para romper ese orden
conservador y avanzar hacia el socialismo, al menos en una Escocia independiente.
En paralelo, Nairn expresaba de un lado, un alejamiento del marxismo en cuanto que consideraba que el desarrollo
desigual a nivel mundial y no la lucha de clases era la contradicción principal en el capitalismo y, por otro lado, hacía
una crítica al marxismo en relación con su posición frente al nacionalismo, en el sentido de que aquel no había sido
capaz de enfocar correctamente el fenómeno nacionalista concibiendo a éste como una manifestación histórica avocada
a la desaparición.
Su explicación del nacionalismo como producto del desarrollo desigual a nivel mundial del capitalismo le servía para
explicar el caso de las tendencias independentistas de los nacionalismos de aquellas regiones económicamente más
avanzadas que los Estados que las contienen, como es el caso de Escocia y Cataluña. Buscarían desprenderse de la
rémora que las partes más atrasadas de esos Estados suponen para su desarrollo.
Hobsbawm se posicionó en el debate desde una postura ortodoxa dentro del marxismo respecto al fenómeno del
nacionalismo que partía de algunos presupuestos claros. En primer lugar, recordando que “los marxistas no son
nacionalistas ni en la teoría ni en la práctica”, pues el nacionalismo subordina todos los demás intereses a los de su
específica nación. En segundo lugar, “los marxistas no están a favor ni en contra de la independencia, como Estado, de
nación alguna”. Ahora bien, esto no significa que no deban afrontar la realidad política que representa el nacionalismo
en cada caso concreto, pero se trata de una posición pragmática sometida a los vaivenes de los cambios políticos. En
tercer lugar, en este posicionamiento respecto a los nacionalismos concretos el punto de referencia de los marxistas es la
evaluación de si un determinado proceso nacionalista hace avanzar al proyecto socialista, si contribuye a la causa del
socialismo.
A partir de estos presupuestos, Hobsbawm reconoce que, basándose en las indicaciones leninistas al respecto, en
muchas ocasiones los marxistas se han asociado políticamente con movimientos de liberación nacional e incluso, en
algunos casos como en China, Vietnam, etc., se han puesto a su cabeza, pero la regla general ha sido que los marxistas
han ocupado una posición de subordinación o marginalidad respecto al nacionalismo no marxista.
Por otra parte, Hobsbawm constata el cambio de tendencias nacionalistas producido entre el siglo XIX y el XX. Durante
el primero predominaban los nacionalismos de unificación, cuyas mejores expresiones fueron Alemania e Italia, y la
esencia de estos consistía en construir Estados viables. Sin embargo, durante el siglo XX el predominio correspondió a
los nacionalismos separatistas, fruto de esta tendencia fue la aparición de un numeroso grupo de Estados minúsculos,
que este autor denomina “balcanización universal”, como Singapur, Bahréin, Malta, Islandia etc. Esta situación ha sido
posible porque han cambiado las condiciones de viabilidad económica de un Estado, fruto de las transformaciones en el
capitalismo mundial que han llevado a una pérdida relativa de la importancia del Estado y la economía nacional en el
conjunto de una economía globalizada, pero también porque la situación internacional creada después de la segunda
guerra mundial protege relativamente la existencia de los pequeños Estados.
Ahora bien, recuerda Hobsbawm, si estos pequeños Estados creados en el siglo XX, especialmente después de 1945,
pueden conservar su independencia es porque se les protege, pero también porque se trata de una independencia muy
relativa, pues la dependencia económica actual de los Estados frente al mercado mundial, las empresas multinacionales
o los grandes fondos de inversión es inversa al tamaño de cada Estado, de manera que, recuerda el autor, para la
economía neocolonial de la globalización la situación más favorable es aquella en que aumente al máximo el número de
Estados soberanos y disminuyan al mínimo sus dimensiones y capacidades.
Hobsbawm no disimula su simpatía por los Estados grandes y por las soluciones federalizantes, con descentralización y
delegación de poderes frente a las secesionistas. En primer lugar porque los Estados más grandes pueden enfrentarse
mejor al mercado capitalista mundializado y todas sus expresiones, evitando doblegarse a todos los dictados de las
grandes multinacionales y grupos financieros, y la experiencia de los BRICS actualmente le dan la razón al historiador
británico. En segundo lugar, porque un Estado grande federal puede garantizar mejor los derechos de las distintas
minorías en su seno que un Estado pequeño que tienda a una homogeneidad étnica y cultural que nunca podrá alcanzar
totalmente. Y en tercer lugar porque la visión marxista de la sociedad socialista futura no es la de un mosaico de
Estados-nación pequeños y homogéneos defendiendo cada uno su especificidad frente al resto, sino una asociación de
naciones unidas por una base de cultura global común a toda la humanidad.
Hobsbawm respondió a Nairn sobre el caso concreto del nacionalismo escocés en los años 70 y la posibilidad de que
sirviese para romper el fuerte conservadurismo de Gran Bretaña, pudiendo servir al avance hacia el socialismo al menos
en Escocia. En primer lugar, Hobsbawm no veía ninguna inevitabilidad en que la independencia de Escocia y la victoria
del nacionalismo fuese a ayudar a la implantación del socialismo, pero lo que si temía era que esa secesión provocase
un reforzamiento del nacionalismo inglés en su versión más derechista y xenófoba. Empleaba, pues, en este caso
concreto, el punto de referencia de la contribución a la causa del socialismo para criticar las posiciones de Nairn.
¿Qué podríamos decir del actual proceso hacia la independencia en Cataluña a la vista de este debate? Primero, hay que
constatar que estamos en presencia de una de las situaciones más habituales en la historia de las relaciones entre la
izquierda (¿marxista?) y el nacionalismo, es decir, aquella en la que la izquierda (catalana) está en una situación de
subordinación respecto al nacionalismo de derechas. En Cataluña es la burguesía (CiU) y pequeña burguesía (ERC) la
que pilota el proceso soberanista, marcando los objetivos y los ritmos.
Luego, está claro que una Cataluña independiente, aunque tenga una economía más dinámica que la media del resto de
España y aunque consiguiese mantenerse dentro de la UE, vería como su peso e importancia tanto en la UE como en el
mercado mundial se vería drásticamente reducido, su margen de maniobra frente a los agentes del mercado mundial se
vería seriamente mermado, una situación que también sufriría el Estado español tras perder el territorio de Cataluña.
También, es de temer que, como apuntaba Hobsbawm para Inglaterra, se produzca un reforzamiento del nacionalismo
español en su versión más derechista y xenófoba, esto es ya claramente visible con la estrategia del PP de escenificar un
choque entre nacionalismos, en el que el partido conservador se presenta como adalid del nacionalismo españolista.
Finalmente, no se ve ninguna posibilidad de que la secesión catalana ayudase de alguna manera a avanzar el proyecto
socialista, en todo caso, y como se apuntaba anteriormente, lo más probable es que la reacción nacionalista tanto en
Cataluña como en el resto de España, fruto de la colisión de ambos nacionalismos, se traduzca en un retroceso de la
izquierda en favor de las derechas nacionalistas.
En este caso, la posición de la mayor parte de la izquierda -IU a nivel del Estado español e ICV a nivel de Cataluña-, así
como la socialdemocracia, se ha inclinado por la solución federalizante de la que se mostraba partidario Hobsbawm
pero manteniendo, a diferencia del PSOE, también unos de los principios propios de la izquierda, el derecho a la
autodeterminación de los pueblos, que en el caso concreto de Cataluña se centra en la demanda del derecho a decidir.
Solo faltaría por definirse el nuevo partido político de la izquierda que irrumpió con gran fuerza electoral en las últimas
elecciones europeas, Podemos.
Como ha demostrado la historia, el sentimiento nacionalista ha demostrado ser más intenso que el sentimiento de clase
que, además, está bastante debilitado en los últimos tiempos, por lo que aquel ha terminado por imponerse a la hora de
movilizar lealtades detrás de una causa. Y esta es, aunque no nos guste, también la situación en el actual proceso
independentista en Cataluña.

Introducción
He elegido el libro de Eric Hobsbawn sobre el imperialismo (1875-1914) por dos motivos: es una época que me fascina,
pues es el canto de cisne del poderío del Viejo Mundo. En esa franja occidente llegó a controlar directa o indirectamente
el 85% del mundo, desde el 35% inicial a principios del siglo XIX. El segundo motivo es la curiosidad que me suscita
su autor, del que siempre he tenido buenas referencias, pero del que nunca había leído nada.
Por ello el paso previo ha sido indagar en la biografía del historiador marxista británico, aparte de sus orígenes
familiares que él expone en el prefacio. Nació en Alejandría en 1917, donde se conocieron sus padres, un comerciante
inglés y una aristócrata vienesa, ambos de religión judía, aunque “no practicantes”, un matrimonio imposible siglos
atrás (o improbable). Aunque vivió en Viena sus padres se dirigían a él en inglés. En 1933, tras la muerte de sus padres,
se trasladaron a Londres, donde Hobsbawn se doctoró en el Kings College, donde formó parte de una organización
secreta de intelectuales llamada los Apóstoles de Cambridge (a ella han pertenecido entre otros Bertrand Russel, John
Maynard Keynes o Alfred Tennyson). Participó en la Segunda Guerra Mundial en el Cuerpo de Ingenieros.
Pero lo más importante es que se unió al Partido Comunista en 1936 y fue miembro del Grupo de Historiadores del
Partido Comunista de Gran Bretaña de 1946 a 1956. Aunque no se salió del grupo cuando la URSS invadió Hungría ese
año, lo que se consideró un apoyo tácito, no comulgaba con el marxismo ortodoxo soviético, sino con el marxismo
revisionista europeo. Desde esta postura colaboró en la década de los 80 en la publicación Marxism Today y en la
modernización del Partido Laborista.
Desde 1947 fue profesor de Historia en el Birbeck College y fue profesor visitante en Stanford en los 60. En 1978
ingresó en la Academia Británica. En 1982 se retira, pero seguirá trabajando como profesor visitante algunos meses al
año en The New School for Social Research algunos meses al año hasta su muerte en 2012.
A nivel académico sus ámbitos de interés fueron las dos revoluciones del “largo” siglo XIX, la Revolución Francesa y
la Revolución Industrial británica en las que vio la tendencia impulsora hacia el capitalismo liberal de hoy en día. Otro
de ámbito de interés fue el de los bandidos sociales y el desarrollo de las tradiciones en el contexto del estado nación.
Muchos críticos consideran sus obras como accesibles y renovadoras. No es difícil encontrar sus obras como referentes
en las asignaturas de Historia de colegios y universidades (como es el caso).
Empieza el libro agradeciendo las cientos de lecturas y opiniones de colegas y estudiantes, y eso es muestra de
humildad, a pesar de su notoriedad. Sus excusas siguen con un tema importante, y es que cada uno es hijo de su tiempo
y que por ello existe la historia y la memoria, y entrambas hay un punto negro. Su último libro completa su trilogía
decimonónica, pero expone que de este volumen no se siente tan distanciado como para que el tiempo manejado le sea
extraño. Por eso se muestra doblemente precavido y pone sobre el tapete las herramientas de trabajo de un historiador:
testimonios orales, contraste de fuentes y aplicación del sentido común; amén de procurar ser imparcial y crítico. Cabe
apuntar que su tendencia historiografica se deja notar, como es natural.
Ve un siglo XIX donde triunfa el liberalismo y que está lleno de contradicciones, pues como dice el autor, “nunca hubo
tantos años de paz sin precedentes que generara una guerra sin precedentes”. A lo que opino que la Historia no es cíclica
(el conocimiento acumulado, la globalización y las innovaciones lo impiden) y que ya se ha aprendido la lección de que
las guerras totales no se pueden ganar rápidamente y menos aún con armamento nuclear de por medio (mutua
destrucción asegurada). Quiero decir con esto que en 1914 todos los beligerantes partían con entusiasmo a un conflicto
que creían que se iba a resolver rápidamente tras una o dos batallas decisivas como había ocurrido en los breves
choques anteriores (guerra francoprusiana o austroprusiana).
El primer mundo y el resto
Las diferencias entre Europa y el resto del mundo se acusaron, y lo que llamamos Primer Mundo se empezó a separar
del Tercer Mundo. Culturalmente no eran valoradas las producciones foráneas a las de la intelectualidad europea (entre
las que se incluia Rusia, con Dovstoyevski o Tolstoi), y en la que una incipiente superpotencia económica como EE.UU
quedaba atrás. Esto era así porque la cultura burguesa era hecha por y para un pequeño número de gentes en lo alto de la
escala social, sin que intervinieran en ella las clases inferiores.
En principio en “el mundo desarrollado la población adulta masculina se aproximó cada vez más a los criterios mínimos
de la sociedad burguesa: todas las personas eran libres e iguales ante la ley”. Aunque a la hora de la verdad el dinero era
lo que mandaba. Influía en quien valía más o no en la sociedad y la policía consideraba tácitamente la existencia de
“clases torturables y clases no torturables”. En España la Guardia Civil se empleó en reiteradas ocasiones como fuerza
de reacción contra las masas obreras y los huelguistas, que acusaban a la Benemerita de abusos.
Destaca Hobsbawn la importancia de la educación a la hora de diferenciar los “países avanzados” de los rezagados. “La
política, la economía y la vida cultural se había emancipado de la tutela de las religiones antiguas, de los reductos de
tradicionalismo y la superstición”. El baremo a partir de 1870 para ver si un país era desarrollado empezaba a ser si la
población estaba alfabetizada. Esto implicaba que España, Portugal, Rusia o Italia estuvieran en el margen entre las
naciones de primer orden y de segundo, y así eran tratados, pese a su glorioso pasado. Normalmente esto venia ligado a
que la población de las ciudades estaba más intruidas que la rural, y cabe destacar el incremento tanto de las metrópolis
y ciudades debido al éxodo rural. Cita la excepción de Suecia que en 1850 un 90% eran campesinos y solo había un
10% analfabetismo. Es interesante la razón de que la ética protestante animaba al alfabetismo (la lectura de la Biblia).
Imperialismo
Se denomina así la época que va de 1875 a 1914 como imperial por la extensión de los dominios y por la gran cantidad
de monarcas que se denominaban emperadores: el de Alemania, Austria, Rusia, Gran Bretaña y Turquia; incluso Francia
brevemente. Esto era por definición un estado multireligioso, multicultural y multiétnico que se ha expandido mediante
anexión y mantiene su crecimiento. Y este último punto es importante ya que durante la última parte del siglo y parte
del XX mantendrán un hambre voraz de colonias. También estaban los emperadores de Persia, China, Japón y alguno
más. Lo importante es que la mayoría de estos imperios desaparecerán tras la Primera Guerra Mundial (5 de ellos) y
adía de hoy solo queda el de Japón y es a título honorifico.
Más que nombre lo importante es lo que conllevaban estos imperios expansivos, que eran las colonias. La supremacía
ya existía desde el siglo XVIII pero es en esta época cuando se inicia la conquista. Incluso la pequeña Bélgica se quedó
una gran pieza africana, el Congo. Se convirtió en motivo de prestigio la posesión de estos territorios y ello llevó a
España, tras la perdida de Cuba a consolidar sus pobres posesiones en Marruecos (con desastroso resultado en el Anual
en 1921).
El como occidente domeñó al resto del orbe en pocos años, más acusadamente desde 1870 (en el que cada Estado
buscaba un lugar bajo el sol) hasta 1930 puede explicarse por las mejores tácticas y estrategias militares, la
profesionalidad y agresividad de los soldados europeos (que tenían a sus espaldas una gran tradición de infantería desde
el Renacimiento, pasando por la Guerra de los Treinta Años o las Guerras Napóleonicas), un conocimiento detallado del
mundo, innovaciones tecnológicas y sobre todo el poderío de la industria propiciada por la Revolución Industrial. En
cuanto a la agresividad de los europeos, que chocó a por ejemplo, los nativos americanos, se explica en que combatían a
muerte y no para capturar esclavos como sí sucedía de forma generalizada en todo el mundo (guerras floridas y
ritualizadas). Los europeos fueron los primeros en sorprenderse de sus fulgurantes éxitos (y algún descalabro) y lo
atribuyeron a superioridad racial y moral.
En resumen, los estados europeos y EEUU se repartieron el mundo no occidental, iniciando un juego entre ellos, y ya al
final arrebatando colonias a potencias europeas de segundo orden (Cuba, Puerto Rico y Filipinas a España). Solo se
libró de esta rapacidad territorial América Latina, formada por jóvenes repúblicas (“que no impresionaban a nadie”).
Por supuesto estaban bajo el ala protectora de EEUU con la Doctrina Monroe (y durante su guerra civil su no vigilancia
fue aprovechada por las otras potencias para intervenir en México), y Gran Bretaña intervino diplomaticamente para
proteger sus intereses (destrucción de Paraguay a manos de Argentina, Brasil y Uruguay).
No solo era el animo de lucro lo que movía a los empresarios capitalistas a este paso imperialista, también “impulsos
ideológicos, políticos, emocionales, patrióticos e incluso raciales”. Me parece interesante este punto ya que el marxismo
ha reducido durante mucho tiempo todo a intereses económicos y es evidente, como apunta el autor, que hay
motivaciones más allá que la explotación de recursos y personas con el fin de obtener dinero. La principal causa que
alega el autor es la búsqueda de nuevos mercados donde colocar sus productos (y en épocas de proteccionismo otros
estados buscarían territorios propios). Esto explica porque Alemania superó a Reino Unido económicamente: consiguió
colocar más productos manufacturados en el exterior.
Otro dato que me gusta es que en este periodo la red ferroviaria pasó de 200.000 km a 1 millón. Principalmente en los
territorios extraeuropeos, aumentando las posibilidades de explotación de territorios marginales (y cito Uruguay de
finales del XIX porque he tratado el tema en la asignatura correspondiente). América Latina, por ejemplo, se convirtió
en productor de recursos que se consumian en Europa y EEUU, cada país especializándose en unos productos en vez de
crear industria propia (Argentina trigo y carne o Brasil café). “Se vieron atrapadas en la trampa de la especialización
internacional”.
Sociedad
Otro punto interesante es que el imperialismo permitió aliviar excedentes de población y aumentar el nivel de vida de
los ciudadanos, y no menos importante el sentimiento de “gloria” por conquistar “lugares exóticos de gentes de piel
oscura” (dice irónicamente). El sentimiento de superioridad tocaba por igual a todas las clases, ricas o pobres (es en esta
época cuando surgen los científicos raciales, con sus medidas antropométricas, hoy considerada speudociencia). Será
cuando la economía empiece a ir peor, a partir de 1880, en el que se da cierto proteccionismo cuando florezcan los
movimientos obreros, ya conscientes de su poder.
Paradojicamente surgen unas masas obreras generadas por el capitalismo que exijen la desaparición de este, aun cuando
a finales del XIX empieza a mejorar su calidad de vida. Los hábitos de la burguesía serán copiados por estas nuevas
clases sociales según obtengan poder adquisitivo. La democracia hizo a la burguesia tradicional reinventarse y buscar
una nueva identidad, protegida por su colchón de confort y capital. En todos los países democráticos avanzaron los
partidos que se decían progresistas, y en cierta medida ampliaron el bienestar de los ciudadanos.
Será el periodo revolucionario de 1905 en Rusia, y anteriormente en Gran Bretaña y Francia, el que interese al autor,
aunque admita que parte del siglo XX estará modelado por la anterior era imperialista. Que ha dejado su huella en el
comercio, la emancipación de la mujer e incluso en el disfrute de masas como el cine o los espectáculos deportivos.
El tema del feminismo y la liberación sexual es especialmente interesante, ya que en prácticamente todas las culturas y
todos los tiempos la mujer ha tenido su rol, pero siempre en segundo plano frente al varón, y es en las sociedades
democráticas del siglo XIX cuando esto empieza a cambiar. Es interesante, ya que admito que no es mi tema de interés
principal, como esta lucha emancipadora se inició por campeones de la vida alegre, bohemia y que defendía el derecho
de acostarse con cualquiera. También las dudas que suscitó el nuevo rol de la mujer en la sociedad, ya que debían seguir
compatibilizarlo con ser madres.
Esta fe en el progreso vino marcada por la revolución tecnológica. A este último periodo del siglo XIX pertenece el
teléfono o la luz eléctrica. Y posteriormente el automóvil o aeroplano, la gente presenciaba atonita los cambios
vertiginosos que se producian en el modo de vida (aún más acusados que hoy, acostumbrados a este progreso). Se
actualizó la primera Revolución Industrial, consistente en vapor y hierro, por acero y turbinas en este segunda.
Conclusión
Es díficil condensar en un trabajo más de 300 páginas en las que cada una está cargada de contenido. Eso habla bien del
libro, de lo evocador que resulta e invita a profundizar más en la obra de Hobsbawn.

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