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La configuración
de la polis
3.1. Introducción. Rasgos generales de la polis arcaica
Hasta ahora h e mos estado viendo, en fo rma analítica, los distintos
e le mentos sociales que, como deciamos ante riormente, en cie rto modo
p re existen pero al tiempo contribuyen a dar forma al fenÓmeno que
conocernos como polis. Es ya tiempo, pues, de entrar de lleno en el
problema crucial, cual es el de la configuración de esta estructura. Para
ir avanzando poco a poco en este espinoso tema. he preferido. igual-
mente, una aproximación analítica, consis!ente en ir poniendo de mani-
fiesto algunos de los aspectos que caracterizan dicho proceso, no sin
antes realizar algunas observaciones que juzgo d e interés, e mpezando
con la propia definición que da Duthoy (DUTHOY: 1986. 5) de la p olis
en cuanto que fenómeno socio-político (véase 2.3):
«La poJis es una comunidad' 'micro-dimensional" , jurídicamente ·s obe-
rana y autónoma, de carácter agrario. dotada de un lugar central q ue
le sirve de centro poUtico. social. administrativo y religioso y que es
también, frecuentemente, su única aglomeración.})
Asumida esta definición, e llo nos evita el intentar tan siquiera «tra-
ducir» (y «traicionar») el término poJis a nuestra lengua. Veamos, p lies,
a continuación , algunos de los rasgos p revios que debemos tene r pre-
sentes para entende r lo que la polis griega imp lica.
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En primer lugar. hay que decir que la poJis re presenta. en un cierto factores que identifican a la polis arcaica antes-de entrar en algunos de
sentido. un equilibrio. Equilibrio, sin duda. inestable en muchos casos los aspectos que caracterizan su formación.
pero equilibrio al fin. aun cuando sólo sea porque en ocasiones encar- La polis puede ser considerada, ante todo, como una estructura que
ne el único punto de acuerdo entre grupos enfrentados. Por ello mis- surge al servicio de unos intereses determinados. Esos intereses son,
mo, la polis necesita, ante todo en los momentos en que la misma está en su mayor parte, de tipo económico y los beneficiarios directos son
surgiendo, una se rie de «puntos de anclaje}} que la estabilicen. los aristoi, si bien y en el transcurso de pocas generaciones, otros
En segundo lugar, la polis representa una forma de vida, con todo 10 grupos sociales pueden conseguir beneficios parejos y, en algunos
que ello implica tanto desde el plUlto de vista material (desde el propio casos, superiores. Podemos añadir que la polis implica la existencia de
emplazamiento de la misma, con todas sus necesidades logísticas, inclu- un centro en el que residen los ó rganos de gobierno y. ante todo. el
yendo el fundamental aspecto del abastecimiento) cuanto desde el santuario de la divinidad tutelar; igualmente, que la misma necesita un
ideológico. A esa fo rma de vida, por ende, parece haberse llegado territorio (chora) del q ue extraer los medios de vida, principalmente
acaso más por reflexión que por azar. Sin querer negar su importancia agrícolas; ello se traduce en la estrecha vinculación que hab rá de
a los períodos previos al siglo VIII en la historia de Grecia, que en una existir entre el territorio, mediante cuya unificación política surge la
perspectiva teleológica parecen estar preparando eI' camino hacia la polis, y esta misma, cuya base de subsistencia se encuentra en el
polis hay en su creación una buena parte de intencionalidad. Por e llo propio territorio.
mismo he hablado de un equilibrio, puesto que, al admitir tal idea de Además, habria que indicar que es necesario un ordenamiento jurí-
intencionalidad hemos de dar justa cuenta de los intereses enfrentados dico . unas leyes o normas, no escritas en un primer momento y sólo
que son pu.estos en juego y que son combinados para d ar lugar a esta conocidas y aplicadas por los aristoi. producto más de la costumbre
novedosa forma política. que de una reflexión abstracta, pero sob re las cuales se ordena la
En tercer lugar, la polis introduce en la Historia una concepción convivencia de quienes viven en esa p oJis. Efectivamente. todos estos
absolutamente nueva: la posibilidad para una serie de individuos de elementos son necesarios para que podamos considerar que existe un
dotarse de sus propios instrumentos de gobierno y d e organización a estado, según el modelo griego.
todos los niveles, prescindiendo de la referencia al ámbito sobrehuma- A pesar de ello, no obstante. los propios griegos si bien considera-
no, 10 que convier te a la polis en la única experiencia de este tipo ban todos esos elementos como importantes, no los veían como funda-
conocida hasta ese momento en todos los ámbitos que directa o remota- mentales o imprescindibles; algo que sí lo era, sin embargo, eran los
mente se asoman al Medite rráneo; de hecho, el poder se hallaba en los ciudadanos:
ciudadanos, en todos. e n muchos o en pocos. pero en cualquier caso «(Pues una ciudad consiste en sus hombres y no en unas mur allas ni
siempre en tul conjunto más o menos amplio de ciudadanos. Sólo en unasnaves sin hombres.)) (Tuddides, VlI, 77, 1; traducción de f. R.
casos excepcionales (tiranias) era uno solo quien ejercía el poder. En Adrados.)
ello influye, naturalmente, toda una serie de precedentes históricos,
que no es lugar éste para analizar, pero, al tiempo, un conj unto de Aunque pueda parecer una cierta tautología, la p olis surge cuando
nuevos planteamientos, en gran medida originales, que, construyendo surge la idea del polites o ciudadano, es decir, cuando un conjunto de
sobre ese trasfondo . dan su propia personalidad a este ((experimento» individuos se consideran relacionados entre sí por un vinculo común,
que, en sus fases iniciales, supone la p oJis griega. ajeno a ellos, pero que al tiempo les define como miembros de un
Diré aqu i. casi como un inciso que, aun admitiendo que quizá son mismo círculo. Ese vínculo no es ya estrictamente familiar ni comunal
más importantes los ele mentos d e continuidad q ue los ruptu ristas e n el sino, precisamente. «político» (y. en cierta medida , religioso y cultual);
período comprendido entre e l final del mundo micénico y la época Lévy (LEVY: 1985), e n un estudio reciente sobre los términos astos y
arcaica (MORRIS, e n City and Country in the Ancient World: 1991) , no polites, ha señalado el matiz pol1tico que implica el empleo de este
parece factible asignar la existencia de poleis a momentos an teriores al segundo término según se va saliendo de la sociedad aristocrática.
siglo vm y. por consiguiente, con mucho menos motivo a la Edad del Para plasmar ese lazo que les ata, los politai necesitan de una serie
Bronce, como ha sido propuesto recientemente (por ejemplo , VAN de puntos de referencia, materlales e ideológicos, que sancionen esa
EFFENTERRE: 1985, correctamente contestado por MUSTJ: 1989, 74-80). relación por encima de cualesquiera otras que puedan haber poseído
Tras estas observaciones pode mos tratar de analizar los principales originariamente. Es por ello mismo por 10 que he hablado anterior-
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mente de un equilibrio : en efecto, la polis es un equilibrio porque los y que podían emprender emp re sas comunes son los que definen a la
ciudadanos: los politai deben sacrificar algo de su propia libertad en primitiva polis corintia pre-cipsélida. Para resumirlo, diré con Y. Bare l
beneficio de un fin común; aceptando WIa forma de gobierno, unas (BAREL: 1989 , 29) que
normas, un marco territorial, posiblemente renuncian a una serie de
aspiraciones personales; es en este equilibrio entre lo comunitario y lo «la nueva ciudad griega es un fenómeno social. politico y religioso
individual donde halla su explicación la poJis. antes de ser un fenómeno físico.»
Un pasaje de Plutarco, referido al sinecismo de Atenas por obra de
Teseo. explica bien el proceso, aun cuando hemos de aislar, por un Naturalmente , y retomando el hilo, esa idea misma del «ciudadanO»)
lado, el carácter «personalista» del proceso. representado por Teseo y implica la del «no ciudadano)). Es éste otro dato que debe valorarse. No
el carácter «democrático» del mismo, debido a la propaganda poste- todos los habitantes de un territorio determinado van a ser consider a-
rior: dos sujetos de derechos y deberes al mismo nivel que aquéllos que se
convierten en politai; en las ciud ades que empezamos a conocer mejor
«Después de la muerte de Egeo, se propuso, [Teseo) una ingente y a partir del siglo VlI podemos hallar grupos enteros de población q ue,
admirable empresa: reunió a los habitantes del Atica en una sola recibien do distintos nombres, no han sido integrados dentro del cuer-
ciudad y proclamó un solo pueblo de un solo Estado, mientras que po ciudadano. Ya sean esclavos (una «servidumbre comunitaria» como
antes estaban dispersos y era difícil reunirlos para el bien común de la d enomina Garlan [GARLAN: 1984]), como los hilotas espartanos, o
todos e, incluso, a veces tenían diferencias y guerras entre ellos.
Yendo. por tanto, én su busca, trataba de persuadirlos por p ueblos y
libres, como los periecos espartanos o los metecos atenienses, no go-
familias; y los particulares y p obres acogieron al punto su llamamien- zan de derechos políticos. Y es evidente que, en muchos casos, estos
to, mientras que a los p oderosos, con su propuesta de Estado sin rey y grupos han quedado marginados en el mismo momento en el que la
una democracia que disp ondría de él solame nte como caudillo en la polis está surgiendo.
guerra y guardián de las leyes, en tanto que en las demás competen- Qué factores pueden haber determinado la exclusión de la ciudada-
cias proporcionaría a todos una participación igualitaria, a unos estas nía de grupos de población enteros, es algo aún no suficientemente
razones los convencieron y a otros, temerosos de su poder, que ya esclarecido y , sin embargo, debe de haber sido un fenóme no bastante
era grande y de su decisión. les parecía preferible aceptarlas por la más común de lo que habitualmente se cree. Pueden haber influido
persuasión mejor que por .la fue rza.» (plutarco, Vil. Thes. , 24 , 1-2; factores económicos, sociales, religiosos incluso, pero todos ellos han
traducción de A. Pe rez Jiménez.) tenido una evidente traducción política: ellos no van a contar para la
polis más que como individuos sujetos a obligaciones, principalmente
Por lo que sabemos del proceso de formación de la polis en otros de tipo fiscal y, en ocasiones, militares. Pero esto no hace sino recalcar
sitios, como puede ser Corinto, la población que afluye a lo que en su un hecho que no debe perderse de vista nunca: desde su inicio, la polis
momento será el centro urbano , e n torno al templo de Apolo, procede es restrictiva; se configura como un conjunto de personas que pa rtici-
del resto del territorio, d e la Corintia, lo que debe de estar implicando pan de un «centro» común y en cuyas dec isiones todos participan
la actuación de un grup o , llamémosle «gObierno» , que fomenta y favo- (naturalmente , de acuerdo con la «calidad» de cada uno), Pero junto a
rece esa concentración , en este caso los Baquíadas. Las fuentes señalan este dato negativo, este rasgo de la polis también tiene un lad o positivo:
'para Corinto. ciertamente, una unificación política bastante antigua y la exclusión de toda una serie de individuos va a alimentar la idea de la
hacia mediados del siglo VIII era capaz de anexionarse definitivame nte igualdad o semejanza entre todos aquéllos que si fonnan parte p lena-
dos distritos de la vecina Mégara: persuasión y fuerza igualmente, mente del estado; la lucha p or lograr la sanción oficial de ese hecho
como en el ejemplo recién citad o d el ateniense Teseo. No obstante, y a por parte de aquellos ciudadanos que no participan del poder, favore-
pesar de esa unidad política tempranamente alcanzada, Corinto como cida por otro conjunto de factores (la recurrencia hesiódica a la Dike, la
ciudad no ha surgido realmente hasta W1 momento bastante posterior; participación en el ejército hoplítico, el ejemplo del mundo colonial,
lo importante en Corinto, como se veía antes. eran más sus ciudadanos etc.) caracterizará a un amplio período de la historia g riega, a partir
(politai) y su estructura política (politeia) que sus muros (inexistentes) o sobre todo del siglo VII a.C.
sus casas, aún no unidas para (armar un único centro urbano; estos Acostumbrados como est~os , desde tiempo inmemorial. a dispo-
ciudadanos. que podían establecerse e n cualquier lugar de la Corintia ner de estados que, al menos desde el Renacimiento (si no antes) nos
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han ~enido dados y que se han erigido, a pesar de lo que se proclama, lugar desde el que dirigir el c onjunto de los territorios integrados en la
en un fin úitimo. quizá resulte difícil entender la verdadera (revolu- misma y en el cual se ubica rán las rudimentarias instituciones políticas
ción» que el surgimiento de la poJis supuso en la Historia. No me y religiosas iniciales. Será este lugar el. que reciba la mayor parte de
atreveré a afirmar que la polis. surgió de la nada, puesto que no sería los recursos de que d ispone la comunidad, a fin de dotarle de toda una
del todo cierto, pero si diré que las fonnas de gobierno, por llamarlas serie de equipamientos que le pennitan cumplir su función: al tiempo.
de alguna manera, existentes durante los Siglos Obscuros no implica- centralizará la mayor parte de los recursos generados con vistas a su
ban más que un laxo control de un cierto territorio, sin una definición reparto y redistribución (véase 3.2.1 ).
_ clara de objetivos, sin una conciencia clara de solidaridad territorial, Por ello mismo, si bien en la teoría se tratará de evitar, en la práctica
etc. El tránsito a la poJis implicó ed ificar, sobre esta base ciertamente se producirá un desequiJibrio entre e l centro urbano (llamémosle asty)
endeble, el nuevo edificio. Para ello, obviamente, fue necesario cons- y el territorio (eh ora) , as! como entre aquél y todas aquellas antiguas
truir cimientos. A los mismos dedicaré las próximas páginas. «aldeas», especialmente las más importantes, que hubie ran podido as-
pirar . en muchos casos con los mismos o con más titulas. a convertirse
en los centros de decisión política, como muestra, a las claras, la si-
3.2. Tendencias centrífugas y tendencias centrípetas guiente versión de Tucídides del sinecismo de Atenas., algo distinta de
la de Plutarco, que veíamos páginas atr.á s (v~ase 3.1):
Es evidente que la unificación política, pero también juridica, ter ri-
torial. económica, etc., de los individuos que vivían en un espacio {(. .. pues desde Cécrope y los demás reyes hasta Teseo, la población
detenninado implica un importante movimiento centrípeto: el empezar del Arica estuvo siempre repartida en ciudades (poJeis) con sus Prita-
a considerar como «conciudadanos» a individuos con los cuales, pre- neos y magistrados ... Mas cuando Teseo subió al trono, ... , además de
viame nte, no se habIa tenido apenas nada en común; en solidarizarse organizar en otros conceptos el territorio, eliminó los Consejos y las
con sus necesidades, siquiera defensivas, el ir reconociendo paulatina- magistraturas de las demás ciudades y las unificó con la ciudad actual,
mente que son más los factores que unen que los que separan es un designando un solo Consejo y un solo Pritaneo; y obligó a todas las
logro indiscutible. El mismo se percibe más claramente si pensamos poblaciones a que. aun continuando ~ada una habitando su propio
que durante los Siglos Obscuros las relaciones entre los habitantes de territorio como antes, tuvieran a la sola Atenas por capitál.» (Tucidi ~
des, TI, 15; traducción de F. R. Adrados.)
una misma región, de producirse, pueden estar teñidas de un claro
componente bélico, El ir renunciando a considerar enemigo potencial
al vecino próximo y, por el contrario, llegar a reconocerle como partí- Todos estos factores contribuirán, pues, a la creación de tendencias
cipe de unos mismos intereses es un paso importante en el proceso de que podríamos calificar de centrífugas y con las q ue también hay que
constitución de la polis. La integración de lo individual en el ámbito de contar a la hora de explicar el proceso de formación de la poJis.
lo comunal es también una etapa trascendental en este camino.
Sin embargo. no todo.el p roceso es lineal: en ocasiones la integra-
ción en esa unidad en formación se produce en detrimento de determi-
3.2.1. Los ejes sobre los que se conforma la palis
nados inte reses particulares; en un primer momento tiende a favorecer
más a unos que a otros al p rivar O reducir el poder de aquéllos que en
sus estructuras familiares y aldeanas, marcadamente autárquicas, que En los siguiente.s subapartados analizaré, por consiguiente, algunos
caracterizarían buena parte de la situací6n en los Siglos Obscuros, se de los ((anclajes», materiales y simbólicos, sobre los que se configura la
ven en la obligación de reconocer la autoridad de un grupo de basiJeis poJis; el éxito de la poJis, digámoslo ya, radica en la superación cons-
de los que no todos los aristoi formarían parte. Fuera d el ámbito de los tante de las tendencias centrífugas , en beneficio de las centrípetas. No
aristoi. otros grupos sociales, especialmente el campesinado pueden en todas sus épocas se lleva a cabo de la misma manera y no siempre el
sentir que la concentración de poder en una serie de manos, limitadas éxito acompaña a todas y cada una de las poJeis en la consecución de
y restringidas, puede empeo rar su situación, tanto desde el punto de un equilibrio entre ambos polos. Naturalmente, no son éstos los únicos
vista económico cuanto, inmediatamente, desde el jurídico. principios sobre los que se articula la polis griega aunque p or el
Como se verá . la formación de la poJis significa la elección de un momento me referiré fundamentalmente a ellos.
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- Lugares·comunes y centrales e.s 10 que los griegos llaman agora que, antes de pasar a denotar un
Diversos tratadistas han puesto de manifiesto cómo una de las carac~ SImple lugar de mercado , era e l nombre que recibía la asamblea 1
teristicas del sistema de la polis griega, frente a otros sistemas, espe- lugar donde la mis~a se celebraba. Este es, pues, uno d e los lugIr:s
cialmente los orientales, fue la publicidad de las decisiones. Esta publi- centrales que permIte la constitución de la polis.
cidad venia dada, tal y como se apuntaba anteriormente , por la necesa- En la~ ciu~ades que surgieron en la costa minonisiática con motivo
ria presentación de las propuestas elaboradas por e1 basileus y su d~ las. rrugraclones que se sucedieron después del colapso del mundo
consejo ante el demos, reunido en asamblea al efecto. Es cierto, como mIcéniCO, como ocurre con una de la mejor conocidas de ellas en esta
también se veía, que en estas primeras as.ambleas la capacidad de é poca, la Antigua Esmirna, "junto con una aparatosa muralla y un tem-
discusión de los miembros no nobles de la misma estaba seriamente plo, es pos~le que ya existiera un lugar destinado a reuniones públicas
coartada: sin embargo, es ya un dato importante que los g obernantes durante e~ slglo VIII; parece e xistir, al menos, en la nueva ciudad que
se vean en la obligación de contar con el apoyo formal de los goberna- surge haCIa e l 700 a. C .. En las ciudades que en la segunda mitad del
dos lo que hace , por ello mismo, que la publicidad sea un factor valioso slglo VIll están siendo fundadas por doquier, impropiamente llamadas
(véase 2.3.2). ·c ?lonias, se reserv~ un es?acio con esta finalidad, como puede apre-
Dentro del restringido consejo nobiliario, por otro lado, el debate cIarse en Mégara Hiblea (FIgura 4). En las viejas ciudades del continen-
de los asuntos es fundamental; el basileus, como habíamos visto , debe te, ~oc~ a poco se van despejando lugares , previamente ocupados por
resolver lo que corresponda después de haber escuchado y tomado en habltaclOnes o por tumbas, indicios de un hábitat disperso y no unitario ,
consideración las opiniones de su consejo, de aquéllos que, con e l
nombre genérico de basileis participan, en cuanto colectivo, de la I!
misma realeza o basileia que el propio basiJeus. Son el debate y la "/1 t ' .I I -\L.
discusión los que están también en el origen de la polis; palab ras como - -\~UL
sinecismo o koinonia destacan, claramente, esta voluntad de integra- él
ción c.onseguida mediante el d ebate. Un debate político implica, en el r¡ - \\~ \~
mundo griego, situar los temas «en el centro», es decir, en aquel lugar bJ
-1 JJ t
que ·equidista de todos los que se sitúan en torno a la cuestión a tratar. • -
Los ·basileis colocan sus asuntos «en el centro», los d ebate n y llegan a -
una resolución; acto seguido, vuelven a presentarla, nuevamente, ante -':\f \\
el demos reunido, que se encargará de dar su asentimiento . Poco '"'<l! ~l;\
importa que la Ilíada nos describa a los oradores inoportunos con los •. 0- t\\ \
. t'}.
sombr1os tintes ·de Tersites y nos indique su castigo, tenido por ejem-
plar por el resto de sus iguales: poco a poco, las asambleas se irían - . \ .
abriendo al verdadero debate y discusión de los problemas. Es enton- r
ces cuando se produciría la situación que describe Vernant (VER- --
NANT: 1983, 198) (véase 2.3.2): .Ill .\\ -\\
. -\ \ 'n l
«El meson, el centro, define por lo tanto, en oposición a lo que es '.n .'\ -\ _I r-
privado, particular, el dominio de lo común, de lo público, el xynon .
-\
Por diferentes que sean -por la vivienda, la familia, la riqueza-, los
H
ciudadanos o más bien las casas que componen una ciudad constitu-
yen por su participación común en este centro único, una k oinonia o \\
xynonie política.)} Ejj \\ \\
o, 10 20 30 40 50 m - \\ . r- \\
Es, pues, en tomo a un centro, simbólica y materialmente en el •
medio mismo de la ciudad, donde surge realmente la polis. Este centro Figura 4. El agora de Mégara Hiblea.
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l' •
Así pues, el agora marco de referencia civil; a111 tienen lugar las
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pues, es el OITO polo sobre el que se cimenta la idea de la comunidad (Figura 6), donde permanece la mayor parte de sus habitantes, de la
política. que se extraen los recursos alimenticios y donde poseen sus propieda-
des los ciudadanos que configu ran el estado. Frente a lo que sucede en
_ Lugares extremos: sant!!arios extraurbBnos otros momentos históricos, la polis tiene vocación de integrar en un
Hasta ahora nos hemos referido a dos aspectos que consolidan la mismo ámbito al que vive en el centro urbano y al que vive en el
polis; ambos son «lugares centrales» por cuanto a ellos confluyen las campo: no siempre los resultados serán satisfacto rios y cada polis se-
personas que se han integrado en la misma y los intereses que cada guirá modelos que pueden diferenciarse de los del vecino. No obstan-
una de ellas representa. No hemos de olvidar, sin embargo, que la idea te. esta integración será una preocupación desde los p r imeros momen-
de la polis implica, necesariamente, la cuestión del territorio, la chora tos.
La polis debe definir, ante todo, sus p ropios límites territoriales;
tiene que ma rcar, físicamente si es necesario. dónd e acaba su radio de
• acción y dónde e mpieza el del estado vecino: igualmente, tiene que
definir, ya dentro del propio territorio, «espacios», a saber, qué partes
se d edicarán a tierra de cultivo, cuáles serán de aprovechamiento pa ra
el ganado, cuáles otras serán de carácter boscoso. Ciertamente, esta
definición viene dada en gran medida por la propia naturaleza pero su
racionalización implica una labor de reflexión, que afecta a un conjunto
de tierras, propiedad, en su conjunto, de la comunidad politica. Los
oikistai que fundan colonias han visto considerablemente facilitada esta
labor por el propio carácter del emplazamiento de sus fundaciones,
8.805TI establecidas en tierras no habitadas por griegos, aun cuando algunos
•• rasgos de la organización existente antes de la llegada helénica puedan
S. DEl VA LLO haber sido tenid os en cuenta. En las ciudades del continente e l p roble-
ma es algo más arduo por cuanto hay que luchar contra las tendencias
IDealistas de aquéllos que desde hada generaciones habían vivido y
disfrutado de su terreno. sin ingerencias externas y se resisten a que
una nueva autoridad, residente en una ciudad más o menos distante,
MONTALTO interfiera en sus hábitos de siempre.
UFFUGO - -ROSE No obstante, la «toma de posesión» del territorio es inexcusable,
--~ tanto en una ciudad recién fundada en país b árbaro, cuanto en una polis
--~
-- ~
-_
= ... en proceso de formación en la vieja Grecia. Los procedimientos pue-
- - -.,o den variar en cierto modo pero el resultado debe ser el mismo: la polis
tiene que controlar un territorio concreto. someterlo a un ordenamiento
determinado y b uscar para sus distintas partes un uso apropiado en
beneficio de todos los ciudadanos. En definitiva, el territorio también
ROG Ll ANO ·
debe ser puesto «en medim>, también debe pasar del control privado al
Sa ¡,ul o control, siquiera teórico, de la comunidad.
Como ocurría en el propio centro urbano, se necesitan unos «puntos
Q 10 15 20 25 30km de referencia) que sirvan para garantizar la relación del te rritorio con
la ciudad, al tiempo que marquen la especificidad de tales ámbitos
dentro de la polis. Serán los santuarios extraurbanos los encargados d e
cumplir esta función. Dedicados, en buena medida, a divinidades que
Figura 6. La chora de la ciudad de Síbaris y sus localidad es más destacadas. protegen los cultivos, o la caza, o los bosques, o la propia frontera
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estatal, según los entornos en Jos que se hallen emplazados, sirven, forma de un culto heroico, en cierto modo indiscriminada, si bien no
además de a su función puramente religiosa (y quizá, demasiadas ve- cabe duda de que el anónimo difunto sería identificado con alguno de
ces, olvidada o relegada a un segundo plano) de jalones del control de los personaj es heroicos de la tradición local. Sin embargo, fueron las
la polis sobre su propio territorio. excavaciones en la puerta Oeste de la antigua ciudad d e Eretria, en la
Puesto que parece evidente (y es mucho más claro en el ámbito isla de Eubea, allá por los años 60, las que reavivaron, sobre una
colonial) que su surgimiento es Wla consecuencia directa de la apari- perspectiva algo distinta, el tema de los cultos heroicos, ante todo
ción de la poJis, hemos de ver estos centros cultuales como el medio de desde el punto de vista de su incidencia en el proceso de configuración
que se sirve la misma para dejar sentir su autoridad sobre todas y cada de la polis.
una de las partes que la configuran territorialmente . Así, F, de Polignac Breveme nte, diré que, en el lugar en que a inicios del siglo VII se
(DE POLIGNAC: 1984) ha hablado de la «ciudad bipolan> y , en líneas alzará la puerta Oeste de las murallas de Eretria, surge, en el periodo
generales, podemos aceptar esta visión; la polis, organizada en torno al comprendido entre 720 y 680 a.C. una pequeña necrópolis, indudable-
agora y al templo de la divinidad paliada, d a cuenta de las diversida- mente de carácter «principesco», En ella se hallaron siete tumbas de
des del territorio mediante la erección de edificios sacros a través del incineración y nueve inhumaciones, de entre las que sobresalía la nú-
mismo que, a la vez, marcan su «toma de posesión». Son, en los puntos mero 6. La misma presentaba, dentro de un bloque de toba convenien-
más distantes de la chOTa , el recordatorio de que la acción de una p olis, temente ahuecado, un caldero de bronce en el que se hallaban los
a través del acto de dedicar un lugar sagrado a una divinidad, se ha restos carbonizados del difunto, así como una serie de pequeños obje-
garantizado la tutela del entorno en el que el mismo sur·g e . Este, pues, ros , todo ello e nvuelto en una tela. Dicho caldero se hallaba cubierto
será otro de los polos sobre los que se configure la polis y será tanto por otro, invertido. Alrededor, seis grandes piedras; entre ellas y los
más importante cuanto que, como los acontecimientos se encargarán de calderos. se hallaban las a rm.as del allí enterrado, convenientemente
mostrar , esa sustancial unidad centro-periferia (o asty-chora) sobre la d obladas con el fin de inutilizarlas: cuatro espadas, así como dnca
que se cimenta la poJis, si bien funcionará desde el punto de vista puntas de lanza de hi e rro y una en b ronce, cuya tipología la remonta al
institucional, en ocasiones se resentirá d e la propia heterogeneidad e Heládico Tardío , es decir, al final de la época micénica. Entre los
intereses locales q ue tendrán como centro los distritos rurales de la objetos depositados con los restos incinerados, hay un esca raboide de
polis . origen sirio-fenicio. El resto de las tumbas de incineración retoma ,
aill1que con menos profusión d e objetos, este mismo esquema; en algu-
- El héroe y la configuración de la polis na de ellas se observan, además, restos de animales sacrificados (caba-
llos sobre todo). La cerámica está prácticamente ause nte.
El culto a los héroes griegos ha sido objeto de atención desde ·hace El ritual emplead o no p uede dejar de recordar e l que utilizan en las
considerable tiempo y a partir de descripciones transmitidas por las ceremonias fúnebres los héroes homéricos y puede se r un claro ejem-
fuentes escritas ya había quedado claro que en buena parte los mismos plo de aquello a lo que me referia en un apartado ante rior, en el que
sol1an tener lugar en torno a lo que eran o parecían ser las tumbas de abordaba la cuestión de la incidencia de la propia tradición homérica
sus titulares, La arqueología ha contribuido decididamente a un mejór sobre los comportamientos de los individuos que son los destinatarios
conocimiento del aspecto de estos centros de devoción; así, un caso d e dicha tradición. Parece probado que en Eretria (como, por lo gene-
ampliamente difundido fue el del culto surgido en torno a una tumba ral, e n todo el ámbito euboico) la incineración se rese rva a los indivi-
doble, sin duda de pe rsonajes eminentes, puesto que contenía también duos adultos, q uedando las inhumaciones d estinadas a los niños y a los
restos de cuatro caballos sacrificados, de hacia mediados del siglo X, jóvene s (Véase 2.3.1).
hallada en Lefkandi, Eubea, sobre la que se construyó inmediatámente Todo el conjunto se rodeó de un periboJos delimitado por mojones
después un gran túmulo y a cuyo alrededor se extendió una necrópolis; de madera. Hasta aquí tendríamos simplemente una necrópolis más o
también había llamado ya la atención el hecho de que desde mediados menos importante y rica . pero sin apenas ninguna característica extra-
del siglo VIII empezasen a aparecer e n algunos lugar es señales inequí- ordinaria más, puesto que tumbas de un tipo exactamente igual, aWlque
vocas de l surgimiento de un culto en tomo a antiguas tumbas, habitual- m{l.s ricas, aparecen en la colonia euboica de Cumas. como la número
mente de época micénica, (re-)descubiertas a la sazón (referencias en lO4 del Fondo Artiaco, d atable hacia el 720 a.C .. Sin embargo, las
BURKERT: 1985). Esto implicaría una recuperación del pasado, bajo la tumbas eretrias son objeto de un tratamiento posterior que no se detec-
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ta en Curnas, ,en efecto, hacia e1680 a.e.!, en el mismo momento en que El testimonio eretrio ha servido, pues, para replantear toda la cues-
la construcción de la muralla marca la fijación definitiva de los limites tión de la relación de los cultos heroicos con el surgimiento de la polis.
de la ciudad, por encima de esas tumbas se construye un gran triángulo En opinión de C. Bérard (BERARD: 1970), la tumba número 6 sería la de
equilátero, de 9',aO m. de lado, realizado a base de losas de piedra. Este un príncipe eretrio, tal vez un basileus; su desaparición implicaría un
empedrado marca, definitivamente, el final de. los enterramientos en la tránsito hacia una nueva forma de gobierno, seguramente de tipo aris-
zona; además. la recién construida muralla engloba esta área , que tocrático, según el proceso ya definido en un apartado anterior. Para
queda justamente junto a la puerta. Es claro que lo que se pretende es ese autor el símbolo de ese tránsito lo hallaríamos en la punta de lanza
destacar y monumentalizar este antiguo lugar de enterramiento. Ya micénica de dicha tumba 6, que él interpreta (aunque no es admitido
desde ese momento el lugar ha recibido constantes ofrendas y sacrifi- unánimemente) como el cetro de ese príncipe, convertido así en «por-
cios. Es evidente, por lo tanto, que allí ha surgido, inmediatamente tador de cetro» (skeptouchos) como gusta de llamar Homero a: sus
después del cese de los enterramientos. un culto heroico (Figura 7). basileis. Su muerte marcaría el final de una época y , por ello mismo,
ese cetro, símbolo de un poder ya periclitado, serfa enterrado con su
cr ~I.'------______ • .. _ ______ _ último representante. En la IlIada hallamos, curiosamente, el proceso
r---;~R~@ j&,~lDKr------ de transmisión del cetro de Agamenón, al que vemos pasar por varias
I I
manos durante algunas generaciones (/Jíada, n, 100-108). Precisamente,
r ----- -----------J i y para servir como nexo de unión entre ese periodo, ya pasado, pero
! i no olvidado y el presente, el basileus es convertido en heros; la perma-
I ! (1_-\ nencia de su culto legitima a la nueva polis ere tria en el momento de su
mismo nacimiento (véase 2.3.1).
I
I
,
I I
•
\.illJ El proceso, aunque sin la conversión en héroe de ninguno de ellos,
I I lo tenemos atestiguado en Atenas, donde, posiblemente, a partir de la
~-------·--------_·-.------ __l H --4--i.·-i-·-i mitad del siglo VlII, la antigua familia real de los Medóntidas va per-
diendo atribuciones en beneficio del conjunto de los Eupátridas mien-
tras surgen paulatinamente magistraturas decenales. poco a poco sus-
traídas del control Med6ntida hasta finalizar el proceso en la aparición
de magistraturas anuales en manos, desde luego, de la nobleza atenien-
se. Significativamente, este último paso tiene lugar entre el 683 y el 682
a .C., más o menos en la misma época en que Eretria «heroiza» al último
de sus «reyes». Es un signo de los tiempos; la vieja basileia homérica
se está transformando en un gobierno de los aristoi; ellos heredan sus
funciones y sus privilegios; en el mejor de los casos, erigen heroa en
las tumbas de aquellos reyes y los mismos, si no siempre sí en muchas
son ocasiones, son la «partida de nacimiento» de la poJis.
La vinculación de héroes con procesos de formación de poleis ha
sido, pues, un tema bastante tratado y desarrollado en los años recien-
tes; e llo ha permitido volver a considerar el papel d e los h eroa en las
ciudades griegas que, en una buena parte de casos suelen hallarse.
precisamente, en tomo al agora., Significativamente, sabemos, que en el
p roceso de configuración d e las poleis coloniales. a los oikistai se les
suele reservar como lugar para su entierro, precisamente, el agora;
del mismo modo, se constata el carácter de heroa que sus tumbas
adquirirán inmediatamente. En todo caso, la ubicación de tales herea
Figura 7. La necrópolis de la puerta Oeste, en Eretria. e n tomo a lugares públicos (el agora, la pue rta de las murallas ... ) es un
76 77
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-i
•
indicio más . :.l al carácter «central» que asumen; su presenda parece polis , Sin embargo, y por el mismo hecho de que en Sus origenes la
sancionar el carácter «politico»de los lugares e n los que aparecen: el ciudad griega ha sido aristocrática, la misma ha tenido que enfrentarse,
lugar de reunión, el confin del asty, etc .. en diversas épocas, con el e ventual factor disgregador que la propia
A! mismo tiempo y como muestran a la perfección las nuevas funda- (soberanía» de los aristoi ha podido representar . A algunos de estos
ciones coloniales , todas las demás tumbas van a quedar fuera del recin- aspectos me referiré en los siguientes apartados.
to urbano; del mismo mo do. e n las mejor conocidas de entre las ciuda-
des de la Grecia propia (por ejemplo, Atenas), a lo largo de los últimos - La institución del hospedaí e como manifestación del espíritu de clase.
años del siglo VIII e iniciales d el siglo VII, van siendo abandonados los E/ symposion
lugares de enterramiento que existian dentro de lo que se está configu-
rando como el centro urbano y las tumbas van siendo situadas más allá Ha quedado ya claro que los aristoi se distinguen del resto de los
de la zona habitada, La zona d onde surg irá en el siglo VII el ágora de individuos que constituyen la polis , ante todo, p or su nivel de vida y
Atenas va a dejar de ser utilizada con fmes funerarios hacia el 700 a .C.; por las relaciones que mantienen entre si, aspectos íntimamente rela-
p osiblemente hay que ver aqui el signo evidente de la adquisición de cionados, como veremos a continuación. Los Poemas Homéricos están
carácte r «politico»por p arte -ele esta área: al dejar de se r una zona plagados de casos en los cuales cualquier individuo de noble cuna
l reservada al uso privado (y un cementerio d el siglo VIII. por lo gene- puede aspirar a ser recibido por sus iguales, en cualquier lugar en .e l
¡ < torno a los que los individuos que dan lugar a la polis se sitúan; el
héroe es, por un lado, el garante simbólico de la continuidad entre las
viejas realezas de los Siglos Obscuros y la nueva realidad p Olítica; p0r
otro lado, yo veo en este culto una clara referencia al antiguo ideal del
otro puede ser anfitrión, bien de su antiguo huésped, bien de algún
otro aristoso Ni qué decir tiene que quien d ebe estar preparado ante
cualquier visita inespe rada necesariamente debe poseer los recursos
suficientes como pa ra honrar convenientemente a su huésped. De la
l
¡ noble «(homérico», que garantizaba, merced a su arete, la defensa de la
comunidad. Desde su morada subterránea y gozando de las ofrendas
misma manera, quien más recursos p osea, más y mejor podrá agasajar
a sus invitados que . consiguientemente. pod rán ser más numerosos.
I¡
religioso de gran importancia en su configuración. rializa en un pacto matrimonial; en este caso, la mujer actúa, además d e
garante del mismo. como el verdadero «regalO) o doron que se entre-
ga. Por seguir en el ámbito épico, parece fuera de duda q ue los aqueos
3.2.2. Solidaridad aristocrática frente a Integración política que están ante Troya han llegado allí p or la convocatoria de Agame-
I nón; todos sus jefes, en mayor o menor medida, se sentirían en la
,I Los aristoi son, en bue na medida, los principales responsables d e la obligación moral de acudir a la llamada de aquél que:
l creación del sistema de la polis; son ellos quienes, en primer lugar, han
puesto «en el centrO») su autoridad y, al tiempo, han sido los p rimeros «se hada notar entre todos los hé roes, porque era el mejor y conducía
beneficiarios de ese hecho . A ellos les ha correspondid o el no desde- las huestes más numerosas con mucho.» (llíada, TI. 580-581; traducción
ñab le pape l de verse obligados a renunciar a un pOder con pocos de C. Rodríguez Alonso.)
limites en el ámbi to de su familia, de su oikos y de su aldea, p ara
someterse a las decisiones emanadas de un b asileus que no siempre Del mismo modo, los acompañantes de los nobles, sus hetairoi o
(como muestra el caso de Hesíodo) defiende adecuadamente los intere- «compañeros»), participan de la gloria de aquél a quien acompañan y se
ses más legítimos. Son, en definitiva, ellos quienes, en los momentos benefician d e sus regalos; claramente, en este tipo de relaciones hay
iniciales, han tenido más que perder y que ganar con la formación de la implicaciones tanto sociales como económicas y militares.
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Po r si su.:;; implicaciones económicas no han quedado suficiente- Este pasaje muestra, pues, tanto la hereditariedad del vínculo de
mente claras, diré que el comercio-prexis al que aludía anteriormente xenia, cuanto la renuncia al combate que ambos acuerdan, aun cuando
presupone un status aristocrático entre sus practicantes (o, al menos, Diomedes no renllilcia a seguir matando troyanos. No es necesario
entre alguno de 'ellos) siendo el intercambio que se produce concebi- destacar lo peligrosas que pueden ser las consecuencias de unas actitu-
do, en cierto modo, como el resultado-de tal relación de xenia; las des de este tipo para una estructura corno la polis: el aristas, en virtud
cerámicas del Geométrico Medio ático, a las que aludía en un apartado de una relación personal se considera exonerado de la obligación de
anterior, halladas en muy diversos puntos parecen haber sido emplea- combatir contra alguno o algunos de aquéllos que su propia ciudad
das, igualmente, con esta función de regalo aristocrático, previo o considera como enemigos. En la Mégara anterior al sinecismo, según
simultáneo al establecimiento de un vínculo de carácter económico, nos informa Plutarco (QG., 17), incluso la captura de un individuo por
amparado en la relación d e xenia q ue une a ambos ca-participes de la parte de su enemigo durante el combate daba origen a un tipo específi-
relación (véase 2.2.1 y 2.3.2). co de relación de hospedaje, la dorixenia, de carácter, igualmente,
Cuando esta solidaridad se manifiesta entre todos aquellos aTisloi permanente. En su momento, aludiremos a algunos casos más en los
que van a quedar integrados en la polis, no hay excesivos problemas, que se materializan, ya en plena época histórica, algunos de esos com-
por más que puedan existir tensiones lógicas entre ellos que el paso portamientos (véase 6.5; 9.1.2).
del tiempo, por lo demás, irá agudizando. Sin embargo, el propio Si la x enia vincula al aristos con cualquiera de sus iguales, indepen-
carácter de la relación puede hacer peligrar el equilibrio intracomuni- dientemente de su lugar de residencia, el symposion, por el contrario,
tario cuando la xenia implica a miembros de comunidades diferentes. reafirmaría la solidaridad aristocrática intracomunitaria. Recientemente
Es éste uno de los peligros que amenazan a la pofis y a los que aludía O. Murray (MURRAY: 1983; MURRAY, en HAGG, 1983) ha dedicado
. anteriormente al referirme a las tendencias centrifugas; puede daTse el varios estudios significativos al tema del simposio y, si bien otorga al
caso (y, de hecho, se da) de que determinados aristoi se sientan más mismo un peso político algo d esmesurado, no podemos olvidar que la
vinculados a los aristoi d e otra ciudad que al demos de la suya propia; reunión de nobles, con el fin de festejar, aparece p or doquier a lo largo
en ese caso, falla uno de los pilares básicos sobre los que se cimenta la de toda la historia d e Grecia; en algunas ciudades, incluso, esa costum-
palis, es decir, la idea de que todos los que configuran el cuerpo bre de la comida en común (syssitia) afectará a buena parte del cuerpo
político son iguales (isoi) y semejantes (homoiol) en cuanto a su partici- civico, a quienes se extenderán ciertos privilegios aristocráticos, como
pación del poder politico conjunto. que emana, precisamente, de todos ocurrirá en Esparta. En gran medida, el simposio es una manifestación
ellos. En otras palabras, la polis se basa en una solidaridad intracomu- más de la xenia y de su inevitable secuela, la redistribución en este
nitaria que vincula a todos aquellos que , como p olitai, fo rman el estado; caso de productos alimenticios, sí bien su p ríncipal ámbito es, precisa-
la solidaridad aristocrática implica, por el contrario, la preeminencia mente, el de la polis; su finalidad es claramente competitiva (<<fiestas de
de los vinculas personales (tipo xenia), incluyendo los extracomW1ita- mérito», como lo considera Murray) y lo que se consume es, sob re
rios, entre los individuos cuyo nivel social y económico es igual, inde- todo, el excedente de la producción agrícola, Ello no excluye, natural-
pendientemente de la polis a que, por otro lado, se hallen vinculados. mente, la celebración de symposia en homenaje a xenoi venid os de
Uno de los ejemplos más palpables de este lipa de relación nos lo fuera, si bien los más habituales son los que reúnen a un conjunto más o
p roporciona el diálogo entre Glauco y Diomedes, cuand o éste manifies- menos habitual de comensales.
ta a su oponente en el campo de batalla lo siguiente:
Su asiduidad permite, por un lado, establecer e l carácter de reci-
procidad, p or otro¡ reafirmar la vinculación y la solidaridad de los
«Con toda ceneza eres mi huésped de padre, un antiguo huésped. simposiastas y, por fin. atraer a toda una serie de simposiastas, menos
Por ello, ahora yo seré tu caro huésped en el centro de Argos y tú lo beneficiados económicamente, al círculo d e hetairoi de aquéllos que
serás para mí en Licia, cuando llegue al territorio de éstos. Evitemos, exhiban mayor prodigalidad y regularidad. En el siglo VIII parece
pues, mutuamente las lanzas, incluso en el enfrentamiento en masa ,
que muchos troyanos e ilustres aliados tengo yo para malar ... Mas
predominar su carácter de reunión de nobles guerreros, el cual se irá
intercambiemos las armas para que también sepan aqui que estamos perdiendo con el paso del tiempo, cuando nuevos grupos accedan a la
orgullosos de ser huéspedes de padres,» (llíada, VI, 211-231: traduc- milicia y, o bien quedará como simple fiesta aristocrática, vinculada a
ción de C. Rodr[guez Alonso. ) veces con «grupos de presiÓn») o «clubes)} politicos, o bien, y en algu-
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.
nos casos, como veíamos, se extenderá a un conjunto amplio de ciuda- - Agones y athla
danos, conservando su o riginario carácter de Feunión de guerreros.
Con motivo de los funerales de Patroc1o, una vez sofocada la pira
funeraria y recogidos los huesos de su amigo, Aquiles pone a disposi-
ción de los aqueos toda una serie de premios para los que resulten
- La función política del aristócrata en el marco de la comunidad,
vencedores en una carrera de cuádrigas (Ilíada, XXIII, 262 ss.), a la que
manifestacIón de la in tegración pofltica
seguirán competiciones de pugilato, lucha, tiro con lanza y carreras
(lliada, XXIll , 620 ss.). A esas pruebas se le añade un duelo, presumible-
En lineas generales, podemos decir que la tensión expresada en el mente a muerte, entre dos guerreros armados con el equipo habitual
apartado anterior y referida a los aristoi, entre las solidaridades intra y de combate, ellanzarniento de pesos y el tiro con arco (lJiada, XXIII, 799
extra comunitarias es resuelta, por 10 general, en b eneficio de las pri- ss .) . En la cerámica geométrica griega (especialmente ática) no suelen
meras. aunque no se excluya jamás la decisión, personal o colectiva, de ser frecuentes los motivos referidos a la realización de juegos funera-
los arisloi, por las segundas, en determinados momentos y circunstan- rios, aun cuando algunos pueden ser susceptibles de ta l interpretación
cias. La prueba del compromiso aristocrático con la poJis viene dada, (carreras de carros, danzas de hombres armados y de mujeres con
aparte del hecho, ya mencionado, de que a ellos corresponde, ante ramas, etc. ).
todo, la iniciativa de su constitución, por las funciones que en ella En la Odisea, y ya anticipando el futuro de este tipo de certamen,
asumen y que, como hemos ido viendo, abarcan absolutamente todos encontramos un claro ejemplo de competiciones «atléticas» sin ninguna
los aspectos del gobierno, la administración y el ejército, po r no hablar connotación funeraria, sino más bien básicamente lúdica, En él parece
de los aspectos rituales y religiosos . Con e l paso del tiempo, depen- claro el deseo de los feacios de mostrar a su huésped Ulises sus habili-
diendo de las poleis, irán perdiendo algunas d e sus prerrogativas, bien dades en tales lides:
porque pasarán al conjunto del demos, bien porque se restringirá el
acceso a los cargos dirigentes a unos pocos (oligoi, de donde «oligar- «Escuchad, regidores y jefes del pueblo feacio, satisfecho nos tiene ya
quía»). Pero, incluso, en ciudades q ue alcanzarán sistemas democráti- el gusto la buena comida y la lira también, compañera del rico ban-
cos, como Atenas, aristoi seguirán siendo sus magistrados principales y quete; vamos fuera, por tanto, probemos en todos los juegos nuestras
el antiguo consejo nobiliario, el Areópago, retendrá competencias so- fuerzas y así pueda el huésped contar a los suyos , cuando vuelva a su
bre delitos de homicidio. hogar, la ventaja que a todos sacamos en luchar con el cuerpo y los
puños y en salto y carrera.» (Odisea . VlII, 97- 104; traducción de J.M.
Todo ello no está sino expresando e l hecho de que el carácter Pab6n.)
aristocrático con el que nace la polis seguirá formando parte de la
misma a lo largo de toda su historia, bien en sentido positivo (manteni- En los versos siguientes asistimos a la mención de toda una serie de
miento de ideales, etc.), bien en negativo (oposición a tal carácter). actividades atléticas, que el prop io mises ejerce, igualmente sin carác-
Será, precisamente, esta asunción y esta resistencia a los aristoi o a lo ter funerario (lanzamiento de pesos, tiro con arco, lanzamiento de jaba-
que representan, lo que caracterizará la vida politica de las ciudades lina) (Odisea, Vlll, 186 ss.); como ya veíamos anteriormente, estas activi-
griegas a lo largo de todo el arcaísmo, siendo las soluciones adoptadas dades son siempre aristocráticas y m ises se ofende cuando su negativa
sumamente diferentes en cada caso, a las que tendremos ocasión de inicial a participar en ese certamen se interpreta como debida a su
referirnos en próximos capitulos. Aquí lo único que me inte resa desta- carácter no aristocrático (Odisea, VJII, 159-164).
car y e llo me da pie para pasar al siguiente apartado, es que, como Tanto las compe ticiones que figuran en la Ilíada, como las que se
mostraba también en cierto modo el ya analizad o p roceso de «heroiza- citan en la Odisea reciben el nombre de aethla ; hay, sin embargo,
cióm) de personajes d estacados , o la delimitación de espacios comu- desde mi punto de vista, ya una modificación importante entre las
nes, también los aristoi ceden algunas de sus ca racterísticas más genui- competiciones reci én mencionadas y que se refieren al carácter de las
nas durante el proceso de constitución d e la polis, dentro de ese proce- mismas: claramente sacral y funerario en el ejemplo tomado de la
so más amplio de «objetivación» de las relaciones y, en definitiva, de lllada , profano y lúdico en el de la Odisea. No quiero decir, sin embar~
creación del marco politico, Me referiré a continuación, concretamente, go, que hayan desaparecido los athla funerarios; simplemente, que los
a agones y athia (véase 5.7; 5.8). aristoi van «secularizando» esas ceremonias con la finalidad de mostrar
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su propia f~Arza y destreza. En Hesíodo, sin embargo, hallamos refe- Anfidarnante. No me atrevería a afirmar que Eubea representa una
rencias a athJa vinculados claramente con un contexto funerario: las excepción en el panorama helénico, pero, en todo caso, los certámenes
ceremonias en honor del basileus Anfidamante de Calcis: atléticos van a ir dejando de tener connotación funeraria para ir que-
dando relegados al ámbito de 10 privado, por una pane. y para acabar
((Entonces hice yo la travesía hacia Calcis para asistir a los juegos sufriendo una transformación de importancia trasce ndental: su inclusión
(aeth/a) del belicoso Anfidamante; sus magnánimos hijos establecieron en festivales en honor de divinidades ( véase 2.3.2).
los nwnerosos premios anunciados. Y entonces te aseguro que obtuve Según la tradición , los juegos que se celebraban en Olimpia , en
la victoria con un himno y me llevé un trípode de asas; 10 dediqué a honor de . Zeus, fueron establecidos en el 716 a.C. ; del mismo modo,
las Musas del Helicón, d onde me iniciaron en el melodioso canto.» otros juegos más o menos similares fue ron creados a lo largo del siglo
(Los Trabajos y los días, 654-659; traducción de A. Pérez jiménez y A.
VI a.C.: los Píticos (586/5), Istmicos (58 1180) y Nemeos (57312). En todos
Martinez Díez.)
los casos, la vIDculación con un dios es clara y su carácter panhelénico
En el «Certamen» (agan) de Homero y Hesíodo, de composición también queda fuera de duda, aun cuando en el ejemplo más antiguo,
bastante más tardia (siglo V a.C., con interpolaciones hasta el siglo Ir el de Olimpia, parece observarse cómo de ser un santuario local ya
d.C.) se nos da algún detalle más acerca de estos «juegos funerarios» :
desde aproximadamente el año 1000 a.C. , a lo largo del siglo VIII va
recib iendo visitantes de regiones más o menos alejadas de la Elide
corno Mesenia y Acaya, no iniciándose una apertura a ámbitos más
«Por la misma época Ganfctor celebró el funeral de su padre el rey
Anfidamante de Eubea y convocó a los juegos (agona) a todos los remotos hasta el siglo VII.
varones que sobresalían tanto en fuerza y rapidez como en sabiduría, El programa de estos juegos no diferia demasiado de las habilida-
recompensando con importantes premios.» (Certamen, 62v66; traduc- des atléticas que los textos de Homero y Hesíodo nos han ido mostran-
ción de A. Pérez ]iménez y A Martinez Díez.) do y , sin embargo, hay una diferencia fundamental, que ya podía ob-
servarse en los athla de Anfidamante: van unidos en todos esos casos a
De tal manera vemos, a fines del siglo VIII, usos d iferentes de estas una esfera claramente política. En efecto, los juegos que celebran los
certámenes aristocráticos, así como modalidades diversas, que no sólo héroes de la llíada satisfacen los deseos y aspiraciones de un grupo
incluyen las competiciones pu ramente atléticas, sino también la recita- restringido que. con su acto, honra la memoria del difunto; el hecho, sin
ción de poemas y composiciones, posiblemente en honor del difunto. embargo. no trasciende más allá y la esfera política parece ausente. Los
En todos los casos (empezando por los homé ricos), estaba en juego un juegos a los que asiste Hesíodo tienen ya una proyección política: se
premio (doron) que acred itaba al vencedor como tal. trata de honrar. por la mayor parte de participantes. a un gobernante
En la sociedad del siglo VII! el aristas, al tiempo que se responsabi- en el momento de su entierro; es la polis calcídica quien se beneficia
liza en buena medida de la defensa de la comunidad, tiene necesidad de ese certamen. Un paso ulterior significa la institución de juegos
de exhibir sus habilidades físicas e n competiciones realizadas ex profe- «panhelénicos», centrados no ya en ciudades, sino en torno a santuarios
so. El proceso de integración de la nobleza en la falange hoplítica, al frecuentados por griegos de diversas procedencias. Ahora ya no se
que he hecho una breve referencia con anterioridad, va a ir haciendo trata de honrar a ningún ciudadano ilustre desaparecido. sino que el ti
menOS palpable la función defensiva del noble, al lucharse en forma- combate de los aristoi se objetiva: su esfuerzo es dedicado a la divini- ~
ción cerrada. Este proceso va a determinar, indudablemente, e l auge dad. Pero, de otro la do, la victoria de un contendiente es asumida, no "
de la actividad atlética, bien con carácter «privado», como muestra el s610 po r el grupo social al que pertenece, sino por la poJis de la que en
pasaje de la Odisea, VTIr. 97-104, acotado anteriormente, bien con una ese momento es representante .
proyección pública, como mostraba el ejemplo de Hesíodo. No es, en Ha habido, ciertamente, un proceso de «transferencia»: el aristas
todo caso, extraño, hallar en Calcis las claras reminiscencias homéricas que a lo largo de los Siglos Obscuros ha garantizado la defensa de la I
que poseen los athla en honor de Anfidamante si consideramos que, a comunidad, queda subsumido en la nueva fonnación hoplitica. Pero. al 1
pocos kilómetros de allí y más o menos en los mismos momentos, en la tiempo, el ho rizonte restringido de la aldea de aquel período se ha
puerta Oeste de Eretna y tal y como nos muestra la arqueología, se ampliado notablemente, hasta el punto de abarcar, progresivamente, a
estaba enterrando a un personaje, lamentablemente anónimo,. de una toda la Hélade. Ahora el aristos, integrado y vinculado a la poJis va a
forma seguramente muy similar a como lo estaba siendo el propio defenderla. siquiera simbólicamente, en una competición a tlética, e n la
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que va a sequir contando su habilidad y su destreza. Esa victoria de la ran unos excedentes (unos outputs, sí queremos expresarlo en térmi-
polis, sin enlbargo, se halla vigilada por la divinida d en cuyo honor se nos económicos) que son dirigidos, por un lado hacia la producción de
celebran los juegos; el triunfo, por consiguiente, es controlado y racio- objetos manufacturados y, por otro, hacia la adquisición de materias
nalizado. El noble expresa su arete mediante la victoria. nuevamente primas, susceptibles de transfo rmación y de productos exóticos ya
individual; pero es la ciudad en su conjunto la que se beneficia de ella. elaborados. Ni qué decir tiene que la concentración de recursos en los
El p restigio de la polis va parejo al p restigio de sus vencedores en los centros urbanos y el drenaje, en beneficio de los mismos, de la produc-
juegos de mayo r renombre; los «Olimpiónicos» o venced ores en los ción agrícola del territorio , favoreció esta concentración de riqueza y
Juegos Olímpicos. po r ejemplo, servirán d e orgullo para sus ciudades contribuyó al despegue económico (véase 2.2).
respectivas a las cuales, a su vez, dedicarán su triunfo. Ni que decir El despegue económico puede atestiguarse, en otro sentido, por el
ti,e ne que ese triurúo se traducirá en un incremento del prestigio exte- importante incremento que sufre la población, si b ien este fenómeno no
nor de la palis y, al tiempo, en la gloria del vencedor y el aumento de puede estudiarse en todos los lugares conocidos po r falta de datos. El
la influencia polltica del grupo aristocrático. ejemplo mejor conocido es, con mucho , Atenas, cuya evolución resulta
El aristas se halla, por fin, plenamente integrado en la polis; al fin altamente significativa. En efecto, los estudios llevados a cabo por
triunfan las tendencias centrípetas frente a las centrifugas , sin perjuicio Snodgrass (SNODGRASS: 1977; 1980) sobre las tumbas áticas del perio-
de que perviva una cierta «solidaridad aristocrática» durante el arcaís- do comprendido entre el año 1000 y el 700 a. C. muestran un número
mo y aún después. Por otro lado, los vencedores en competiciones más o menos similar de tumbas por generación hasta el inicio del
acreditadas recibirán, además del apoyo de su ciudad, importantes GeOmétrico Medio TI, que se sitúan en tomo a las 26 Ó 28. Esta tendencia
contrapartidas materiales y su opinión y consejo serán apreciados. El se mod ifica, precisamente, a partir de este periodo del Geométrico
~ob.l~ , nuevamente, mediante el ejercicio de esta actividad agonal,
Medio (ca. 800-760) en que el número de e!lterramientos por genera-
)ustlÍlca también el ascendiente social que la clase a la que pertenece ción asciende a unos 35. Es, sin embargo, a partir d e l Geométrico
posee . El paso del tiempo hará del «atleta>? más un individuo p rofesio- Reciente (ca. 760-700 a .C.) cuando se produce un aumento sorprenden-
nal. no necesariamente aristocrático. En los primeros siglos , sin embar- te, alcanzando e l número de tumbas por generación la cifra de 204,
go y, sobre todo, en el VlII y en e l VII, ambas facetas se hallan íntima- siend o más nwnerosas durante el Geométrico Reciente II que durante
mente unidas . el I. Los datos de Snodgrass parecen estar bastante bien comprobados
y por las precauciones que toma son dignos de crédito. Es, por consi-
guiente, necesario dar cuenta de este innegable incremento de pobla-
3,3. Factores económicos coadyuvantes ción: en Argos , aunque peor conocida, parece haber tenido lugar un
proceso similar y hay cada vez más indicios de que lo mismo ha ocurri-
En el origen de la polis no podemos perder de vista dos aspectos, do en muchos otros lugares.
sobre los que trataré a continuación: uno del que ya he esbozado algo, Seguramente , una causa importante parece haber sido la llegada de
el despegue económico; otro, al que me referiré más adelante la individuos procedentes del territorio que se instalan en lo que se está
incidencia d e la colonización, especialmente en su vertiente e.c onómica. configurando como el centro urbano d e la polis ateniense; sin embar-
go, y como el propio Snodgrass apunta, ese incremento tan importante
de la población puede haberse debido, igualmente, a la introducción
3.3.1. El despegue económico y el incremento demográfico de nuevas té cnicas agrícolas, en un territorio cuyos niveles de despo-
blación eran sumamente elevados con anterioridad. Ese incremento de
Como ya veíamos anteriormente, a lo largo del siglo VIII se atesti- población en un solo centro habitado implica, además de una diversifi-
guaba una serie de indicios que eran ·señal clara del resurgimiento cación de funciones y una división del trabajo, la producción de exce-
económico del mundo griego y que se centraban, ante todo, en la dentes con que alimentar a esos individuos q ue viven en la ciudad . En
recupe~aci6n de la u:t~r~omunicación entre las distintas regiones grie-
e fecto, como sabemos por otras poJeis y por otros momentos, pa rte d e
gas,. aSI como en el IruCIO de las navegaciones hacia Levante y hacia los que viven en la ciudad se dedican. personalmente, .a l cultivo del
OCCIdente. Naturalmente eso demuestra que las sociedad es helénicas, campo pero, igualmente, a ella acuden los desheredados o los grandes
que están experimentando el proceso de constitución de la polis, gene- p ropietarios que empiezan a convertirse en absentistas.
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En un reciente libro, Morris (MORRJS: 1987) ha propuesto inter- objetos y de ideas a lo largo y ancho de todo el mundo griego, de toda
pretar los datos de Snodgrass en el sentido de que no ha existido la Hélade.
seguramente tanto un incremento demográfico real. cuanto, sobre todo, Este auge económico que se detecta como consecuencia de la colo-
la concesión d e l «derecho de ente rramiento formal» a los miemb ros no nización, al contribuir a la superación definítiva del aislamiento existen-
aristocráticos de la comunidad lo que ha producido ese «8spej ismQ) te durante los Siglos Obscuros , no podrá dejar de afectar al proceso de
del incremento de población. Sea corno fuere, de ser cierta la inter- concentración de recursos Y personas que supone la p olis; del mismo
p retación de Morris, lo que se p ierde en el aspecto del despegue modo, y como he apuntado, también c irculan las ideas y Los e>qJerimen-
económico se gana en el de la integración politica de los distintos tos politicos que surgen en algún lugar del cada vez más arnpL~o mundo
grupos que config uran la polis y así ha acabado por verlo Snodgrass g riego, tienden a repercutir rápidamente e n otros, determmánd~se ,
(SNODGRASS , en City and Country in the Ancient W orld , 1991). D e cual- igualmente, unos netos avances , además de e n el campo e conórnlco,
quie r modo, incluso, el reconocimiento de estos «derechos funerarios» también en el p olitico, social, ideológico, e tc.
a los grupos no aristocráticos puede venir dado. además d e por su
creciente intervención en el ejército, por su peso en la activid ad econó-
mica durante la segunda mitad del siglo VIII. Del mismo modo , es 3.4. La ideología de la polis nacIente
necesario reconocer la existencia d e un incremento de población (o de
una «disponibilidad» , lo que no es exactamente lo m ismo) que p ermita Como es sabido, entrar en cuestiones ideológicas es siempre arries-
exp licar el auge d e la colonización a partir, p recisamente, de la mitad gado y es, por ello, muy difícil abordar este punto de la id e ología de la
del siglo Vlll a.C. polis naciente. Como he ido mostrando en los aparta~os antenores,
parece claro que la polis (al menos su estructura polihca, que n? es
poco) surge del deseo, voluntad, necesidad, etc. de un g rup o d e anstó-
cratas que «ponen e n el centro» sus respectivas parcelas de poder,
3.3.2. La Incidencia de la colonización
limitado a unas pocas tierras e individuos; esta «sunla» de p arcelas da
lugar a una unificación de territorio y población, expresada en la crea-
Sin perjuicio de lo que se diga en e l apartado correspondiente , sI se ción de un centro urbano. b ien a partir de la nada, b ie n, generalmente,
puede afrrmar que el fenómeno conocido con el término de «coloniza- sob re algún lugar preeminente por una serie de razones (restos micé-
ción» posee una incidencia fundamental en el proceso de constitución nicos, existencia de algún santuario, lugar residencia d e l m ás poderoso
de la polis; al dar salida a un excedente de p oblación que ha ido o p restigioso de entre los aristoi, etc.). Dentro de ese centro u rbano, el
acumulándose en las ciudades griegas, alivia la tensión social existente. temp lo paliada y e l agora serán centros importantes, que expresan una
Pero, al mismo tiempo, la extensión del radio de acción d e l mundo relación de igualdad entre quienes han participado de ese proceso.
griego, determinada por e l a uge del proceso colonizador, va a favore- Esa unificación política, d eseada por los nobles. traerá como co?se-
cer e l surgimiento de un nuevo ámbito, de tipo mediterráneo, en e l que cuencia inevitable la integración política d e todos los grupos no ansto-
se va a desenvolve r a partir de ahora la cultura helénica. En e l aspecto cráticos que , previamente dispersos y sometidos a la autoridad ~erso
puramente económico, el incre mento d e las actividades comerciales va nal del aristas cor respondiente, van a comprobar ahora que su umón es
a ser el factor más d estacado ; unas actividades que abarcarán varias su fuerza. La intervención, cada vez más intensa, en la forma de comba-
facetas: relaciones entre las n uevas fundaciones y las poblaciones indí- te hoplitica, de estos elementos no aristocráticos, del demos, favorece-
genas circundantes, relaciones entre las colonias y sus metrópolis, en rá la aparición de nuevos ideales que , si bien contrapu~stos a los de los
las cuales aquéllas aportarán toda una serie de productos que escasean aristoi, contribuirán también a la definición de la pOl1S. Aun~e será
o son desconocidos en éstas, al tiempo que , como contrapartida, halla- necesario un p eriodo de luchas políticas , avivadas por las deslgualda-
r án fácil salida los excedentes agrarios y artesanales que tales metró- d es económicas y, por ende, sociales y juridicas, que marcarán la
polis producen. Igualmente, y más allá del restringido ámbito de las historia de la po]is en los siglos sucesivos , la dialéctic a entre lo~ dos
relaciones metrópolis-colonia, cada ciudad (colonial o no) buscará sus ideales ya definidos se convertirá en el trasfond o del enfrentanllento
propios mercados, tanto desde el pW1to de vista de las importaciones primero latente y luego declarado. Naturalmente, cada una de las po-
cuanto desde el d e las exportaciones, lo cual favorecerá el tránsito de 1eis solucionará este conflicto de fonna distinta y es ello lo que explica-
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rA la diversidad de formas pol1ticas que tenemos atestiguadas o, al rasgos ideológicos más claros del mundo aristocrático del siglo VUI,
menos, las peculiaridades de cada ciudad griega. que perdurará además largo tiempo; por ello mismo, no será casual
que según vaya avanzando. con el paso del tiempo, la institucional~a
ción de la polis. la misma tienda a restringir. mediante leyes suntuanas,
3.4.1. La Ideología aristocrática esos dispendios privados en el ámbito funerario . signos de formas de
vida pre-políticas que no encajarán en los ideales que la polis está
De la ideología aristocrática apenas tenemos mucho más que añadir contribuyendo a desarrollar.
a 10 ya visto anteriormente. Los aristoi, que en el" inicio del proceso que
estamos describiendo, tenían en sus manos el control politico del esta-
do, de cuya creación son r esponsables, junto con el control económico 3.4.2. La Ideología hoplitlca
y militar, van a ir 'sufriendo un proceso de transformación a lo largo del
sigl? VIII. Si bien conservarán el poder político y, por ser propietarios A estos ideales aristocráticos que invadirán prácticamente todos los
de tierras , el económico, no van a seguir poseyendo el monopolio d e la aspectos de la vida griega, p odríamos decir que .s~ oponen lo~ .que
actividad militar, pues irán perdiendo su privilegiada posición en el hemos llamado ideales hoplíticos . Con esta prec1s1ón (lo hoplltlco),
combate «homérico» al integrarse en la formación hoplítica. Sin embar- quiero dar a ente,nder que, en mi opinión, en el.siglo VIII no surge un~
go, sus aspiraciones en el terreno político, que irán perdiendo sólo tras verdadera ideología que tenga como protagomsta al demos; eso sera
graves conflictos internos en la mayor parte de los casos, van a ser un desarrollo ulterior que algunas ciudades alcanzarán, pero segura-
sustentadas por el desarrollo d e unas formas de vida peculiares, apo- mente no todas. Por ideología hoplítica entiendo la representación q ue
yadas por una ideología de tipo exclusivista, que tratarán de paliar las aquéllos que integran la falange hoplítica se hacen de su situación en el
, cons~cuencias de este proceso. El desarrollo del atletismo. la práctica seno de la poJis y cómo intentan que la misma dé cabida a sus aspira-
d.el slmposio, la ocasionalmente rigurosísima endogamia, la o rganiza- ciones políticas. Se ha· hablado en muchas ocasiones de un pres~to
CIón de «clubes» serán medios merced a los cuales la aristocracia «estado hopliticQ») y, en mi opinión, se ha abusado mu~ho del tér~mo .
tratará de superar el proceso. No nos engañemos, sin embargo, acerca Como veíamos anterionnente, ya en los Poemas Homéncos se atesngua
del v,erdade r~ ~apel de los aristoi, puesto que no podemos olvidar que el empleo de la táctica hoplitica (o, al menOS, proto-hoplitica), si bien se
lo~ clrcul?s dl.n gentes de las poleis griegas fueron siempre de origen dan pocos detalles al respecto. No cometo. pues , anac~o~ismo alguno al
anstocrátlco, mcluao en el caso de las ciudades democráticas y que plantear una supuesta ideología hopl1tica ya para los. ultImas mome~tos
ellos siguieron poseyendo la mayor parte de las tierras. Además, las del siglo VIII; por otro lado, creo que es más preCISO este enuncIado
solidaridades aristocráticas seguirán plenamente vigentes y ocasiones que uno referido al campesinado en general (véase 2.3.2).
como los agones panhelénicos o corno pactos y alianzas, a veces sella- Morris (MORRIS: 1987) , en su reciente libro, llega a afirmar que los
dos mediante matrimonios, una forma más de afirmar la xenia contri- combates en formación cerr ada fueron la forma de lucha normal y
buirán a mantenerlas . Sus propias d isensiones internas reperc~tirán, y que la impresión habitual de q ue lo que se practicaban eran ,dUel?S
mucho, en la marcha de la polis (vé ase 2.3.1 y 3.2.2). deriva de los propios recursos exp resivos del poeta que , por aS1 deClr-
Durante el siglo VIII los aristoi exhibirán sus rasgos diferenciadores, lo, «descompone» el combate general en una serie de duelos r~presen
además de en su forma d e vida, d istinta de la que llevan a cabo otros tativos. Sin embargo, esta opinión parece contradecir el énfaslS que la,
elementos sociales y en los aspectos ya mencionados, en sus rituales literatura lírica posterior pone en el combate de tipo hoplítico, dond e
funerarios. Tumbas como las ya comentadas de Eretria, las tumbas son las formaciones las que se enfrentan. sin que el poeta lírico, que se
at~nienses cuyos semata o estelas funerarias son las bellas ánforas y
expresa habitualmente en un lenguaje muy pa~ecido, haya sentido esa
cra!eras del Maestro del Dipilón. las tumbas de la necrópolis del Fondo necesidad que Morris atribuye al poeta homérICO. Por otro lado, leyen-
AnIaco, en Cwnas de Opicia o las muy parecidas de Leontinos y Siracu- do a auto res griegos posteriores, algunos de ellos con una ~)Uena
sa, so~ ejemplos patentes del nivel económico alcanzado y de la mani- preparación filológica, observamos cómo ellos desta~an ta~blén la
f~stac16n simbólica. en el momento del enterramiento, de esa equipara-
importancia del duelo o combate individual (monomachla) (p. ej., Estra-
ción con los héroes homéricos que real o simbólicamente se pretende. bón, X, 1, 13). .
y es, ciertamente, la recurrencia a esos ideales homéricos uno de los Por otro lado, los estudios realizados sobre el annamento gnego.
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así como sus representaciones gráficas en pinturas sobre ceramica, 1 fuerzo físico del soldado de infantería pesada. Esta interpre tación ({furÍ·
parecen mostrar cómo lo q ue llegará a ser el equipo habitual del cional» no debe ocultar, empero, un hecho fácilmente apreciable, cual
combatiente hop lítico a saber , casco, grebas, pica, coraza y, sobre es la disponibilidad de individuos susceptibles de costearse su arma-
todo. el escud o u hoplon con el innovador sistema de ab razadera (por- mento y de intervenir en el combate ; pero esto tampoco explica por
pax) y agarrador (an tilabe). ha ido surgiendo. paulatinamente a lo largo q ué se produce la aparición de un ejército hoplitico. En mi opinión es. la
del siglo VIU para no hallar su p leno desarrollo sino en el siglo Vil. Los necesidad de disponer de una fuerza mayor fren te al eventual contnn-
Poemas Homéricos muestran, ciertamente, ya-combates de tipo hopliti- cante la que lleva a echar mano de esos individuos capaces de armars.e
ca, pero sin que aún se hayan extinguido los ecos d el combate indivi- por su cuenta y que habían permanecido infrau~lizados. Que es~ feno-
dual entre guerreros aristocráticos. El ejemplo de la guerra Lelantina, meno se haya p roducido antes en ámbitos colomales o metropolitanos,
al que aludiré más adelante, parece mostrar, precisamente, cómo dos no sabría d ecirlo; que, no obstante, el ejemplo colonial haya acelerado
concepciones diferentes de la guerra se hallan enfrentadas en el mismo un proceso tal vez ya en marcha en la Grecia propia creo q ue tampoco
momento. Esta situación de tránsito es la que, en cierta medida, r efleja- puede dejar de tenerse en cuenta.
rían los Poemas Homéricos. Sea como fuere , la verdad era expansión d el sistema no tendrá lugar
De lo anterior parece desprenderse, por consiguiente, que el surgi- hasta el siglo V II a.C.; sin embargo, en el sig lo VIII, sobre todo en sus
miento de la táctica hoplitica es consecuencia de un proceso que ha momentos finales, ya empezamos a atisbar algún rasgo de la nueva
empez ~~o a gestarse en el siglo VIII, mediante el cual se va a ampliar la ideología que el nuevo sistema lleva implícita. Ello lo encontramos,
b ase nuhtar de la p olis. Las ya mencionadas innovaciones en el campo claramente. e n el discurso de Tersites (Ilíada. n. 225-242) y en las
del armamento p ueden preceder ocasionalmente a la función a la que referencias a la dike de Hesíodo. Ciertamente , yo no me atrevería a
van a servir pero par ece más razonable pensar que es el surgimiento afirmar sin más que el pap el de Tersites en la lliada sea el del hoplita
de nuevas necesidades bélicas lo que va a llevar a esos cambios. pero si es, en todo caso, un «hombre del pueblo», por usar la expre-
Incidentalmente , diré que en mi opinión la situación a la que tienen que sión homé rica, como se observa por el hecho de que es g olpeado p or
enfrentarse aquellos individuos que forman parte de las expediciones DUses, del mismo modo que golpea a esos «homb res d el pueb lo»
coloniales g riegas ha podido influir decisivamente en la expansión de durante la desbandada del ejército aqueo (Ilíada. n. 198-206). y puesto
esta n ueva táctica. En e fecto, las guerras que habían tenido lugar antes que Tersites parece tener participación en los asuntOs militares, ~emos
de ese movimiento colonizador tenían como p rotagonistas a una serie de concluir que, tal vez, tenemos en su b reve parlamento la pnmera
de ~obles de aldeas o de territorios distintos, que combatían según una reclamación explicita de aq uéllos que, sin se r arisloi, luchan a su lado.
sene de normas de obligado cumplimiento. La situación en ambientes Destaco , solamente , la siguiente frase:
coloniales debe de haber sido netamente d istinta, por cuanto las pobla-
ciones no griegas tenían sus propios hábitos de combate y, sobre todo, «... volvamos decididamente a casa con las naves y d ejé mosle a él que
porque a diferencia de lo que suponía una guerra en el ámbito g riego digiera sus derechos en la tierra de TToya , para que vea si vale alg? o
no la ayuda que nosotros le prestamos.)) (llfada, n , 236-238; tTaducClOn
(limitada, ha bitualmente, a disputas por zonas de cultivo o pasto) en el
ámbito colonial una derrota pod ía implicar la pérdida definitiva de la de C. Rodriguez Alonso.)
oportunidad para establecerse. En estas condiciones, se impon1a un
esfuerzo conj unto d e todos los miembros de la expedición, sin distin- Por lo que r especta a las referencias de Hesíodo a l~ dike y ~us
ción de status , en el esfuerzo común. Del mismo modo, si los nobles de quejas del mal gobierno y la amenaza que pende s.obre q wenes actúan
la Grecia propia combalian a caballo (lo cual tampoco e s totalmente de tal modo , remito a lo que en su momento he dICho (véase 2.2.3).
seguro), las expediciones coloniales, que sepamos, no iban provistas De esta manera si bien no se puede hablar en propiedad aún para
de tal animal, lo que obligaba a un tipo de combate en el que la el siglo VIII de «id~ología hoplitica», sí podemos observar cómo existe
infantería tendría e l mayor peso. ya un desconte nto latente entre aquellas p ersonas , integradas e n la
Dado este p rimer paso, el sistema se extendería poco a poco por polis aristocrática, a quienes se le s exige cada vez un esfuerzo ayor y n:
todo el mundo griego, por obvias razones, a las que aludiré a p ropósito que no encuentran adecuadas contrapartidas ni en lo social, nI en lo
de l~ guerra Lelantina . Paulatinamente, el sistema de la falange , iría económico, ni en lo político. Están ya sentadas las ba~es de. lo q~e
surgIendo como el procedimiento más eficaz para aprovechar el es- caracterizará en buena medida al siglo v n griego: la staslS, la discordla
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civil, que llevará al establecimiento de nuevas z:e laciones sociales po r 1975), e l uso d e armas arrojadizas (dardos, lanzas) y de instrume ntos
el trámite dél conflicto, m uchas vece s c ruento , e ntre opciones enfrenta- para lanzar otras (arcos, hondas); estaba permitido el uso de caballería
das. Antes de abordar esas cuestion es, sin embargo, tendré que hablar como fuerza de ataque y para traslado de tropas y equipo e n carros, así
de la colonización griega, p e ro p reviamente me referiré , a modo d e como e l emp leo de espada y pica en lucha cuerpo a cuerpo. La época
excurso, a la cuestión d e la guerra Lelantina lo que me permitirá seguir del conflicto ha suscitado, igua lmente , numerosas controversias; es p o-
abund ando en la «cuestión hop lftica» . sible, como se ha sugerid o (Plutarco, Sept. Sap o Con v. , 10), que el
basileus Anfidamante de Calcis muriese durante el conflicto; igual~
- La guerra Lelantina mente, el «p ríncipe» ente rrad o en la necróp olis d e la p uerta Oeste d e
Eretria p ued e haber sido participante y quizá víctima del enfrentamien-
En páginas anteriores he esbozado el proceso de e xpansión del to. Todo e llo y otros argumentos, situarían la Gue rra Le lantina entre el
sistema d e combate hoplitico y en las mism as prop onía como motor final d el siglo VIII y el primer cuarto del siglo VII.
importante, pero se guramente n o único, el proceso d e colonización . El No es extraño ver a una ciudad e uboica, Eretria, entre las p recurso-
caso d e la guerra Lelantina permite comprobar de qué mane ra ha ras de este nuevo sistem a de lucha: no olvidemos que los euboicos
p od ido irse e xte ndie ndo este sistema desd e los lugares originarios habían estado implicados, de modo muy importante , durante al menos
(donde quiera qUe hayan estado éstos) a las restantes paJeis. De este los cincuenta años previos al conflicto , en el p roceso colonizador. Ello
conflicto, q ue e nfren tó a Calcis y Eretria po r la p osesión d e la llanu ra corroboraría la impresión manifestada anteriormente según la cual las
d el Le lanto, que: se hallab a entre los territorios d e ambas, no nos peculiares condiciones d e l mundo colonial pueden haber fa vorecido la
inte resa aquí la polftica de alianzas que. en palab ras de Tucídides (1, adop ción, incluso en la Grecia propia, d el nu'evo sistema. Pero , al
15), afectó a b uena p arte del m undo g rieg o , sino más bie n el p acto q ue mismo tiempo, el ejemplo de la guerra Lelantina muestra cómo el
se concluyó entre ambos contendientes sobre el modo de llevar a cabo sistema hop lítico va siendo ace ptado , en la mayor parte d e los casos,
e l combate . Las p rincipales informacion es d e que disponemos, q ue como necesidad ineludible en e l mismo momento en que otras poJeis
parecen remontar a la misma fuente, son las siguientes: ya lo han adoptado. Sería un claro ejemplo de ((difusión» d e una nueva
táctica bélica: el que Ere tria d isp onga de un ejército (pre-)hoplftico y
«Tanto es así que convinie ron en usar, en las peleas de unos contra su vecina Calcis, tanto o más involuc rada en e l proceso colonizad or, no
~t~os. ni armas se cretas ni arrojadizas a distancia; consideraban que 10 tenga, sería la prueba d e e llo . La aristocracia calcídica se resistiría a
~l?a,?ente la lucha cue rpo a cuerpo, en fo rmación cerrada, pod1a introducir en el cuerpo combatiente a aquellos ciudadanos capacitados
dmmIr verdaderamente las diferencias ." (Polibio, xm, 3, 4; traducción para el mismo, mientras que en Eretria, aunque ciertamente no sab e-
de M. Balasch.)
mos muy bien p or qué , sus aristoi habrían empezado a combatir junto
«En .efecto, e~tas ciudades casi siempre mantuvieron entre sí puntos
d e VIsta semej antes, y no cesaron por completo ni tan siquiera cuando con «hombres del demos», Para mantener su capacidad ofensiva, Cal-
se enfr entaron a causa de (la llanura del) LeJanto , lo que hubiera cis s e ve obligad a a incorporar la nue va táctica o, al menos, algunos d e
p roducid o que cada uno hubiese actuado e n la guerra a su antojo, sino sus e lementos más característicos. El tránsito al ejército hopllti co es,
que, por el contrario, se preocuparon de fija r entre ellos las reglas desde ese m ome nt o, inevitable. Es, p ues, la fue rza d e las circunstancias
d el combate . Es prueba de ello cierta estela que está e n e l (santuario) la que en muchos casos de termina el paso al sistema hoplítico, sin que
~arintio, en la que. se indica q ue no se podían emplear armas arroja- de ahí se deriven las per tinentes contrapartidas. Com o adelantábamos
dlZas .» (Estrabón. X, 1, 12; traducción del autor. ) anteriormente , la reacción del grupo de los hoplitas no se hará espe rar.
Nosotros, por nuestra parte, sí aguardaremos antes de acometer dicho
El pacto surge d e la existe ncia de d os concepciones tácticas d iferen- tem a, puesto que aho ra es llegad o e l momento de abordar la cuestión
tes: por un lado, la tradicional y aristocrática, empleada por Calcis y, de la colonización g riega (véase 5.3).
por otro lad o, una forma apr oximada a la hoplítica , usada por ETetn a.
La incompatib ilidad entr e ambos sistemas lleva al establecimie nto de
normas q ue pennitan el combate; eventualmente, Calcis acaba por
adoptar ,. C?ffiO muestran los té nninos del tratado, e l sistema h oplítico.
Se prohiblr!a, en opinión de Fernández Nieto (FERNANDEZ NIETO:
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4. ______________
La colonización
griega
Quizá convenga recalcar, antes de entrar propiamente en materia,
algo que no por repetido deja de ser importante. Ello es que tanto el
concepto de «colonización» como el de «colonia» tienen e n nuestra
lengua unas connotaciones determinadas que no son las que caracteri-
zan el fenóme no que, con esos términos, pretendemos analizar, referi-
do al mundo griego. Lo que nosotros llamamos, impropiamente, «colo-
nia», en griego se decía apoikia, término que implica una idea de
emigración, más literalmente, de establecer un hogar (oikos) en otro
lugar, distante del originario. Por consiguiente, si bien en las páginas
siguientes utilizaré , indistintamente, ambos términos, quede aclarado
desde ahora mismo que cuando emplee la palabra {(colonia», debe
e ntenderse que me estoy refiriendo a una «colonia griega», es decir, a
una apoikia,
Aclarado este aspecto terminológico, diré que a lo 'largo de este
capítulo pretendo esbozar, ante todo, los mecanismos y procedimientos
de que se sirven los griegos para establecer nuevas poJeis en diversas
regiones mediterráneas, al tiempo que trataré, igualmente , de insertar.
dentro del contexto de la formación de la polis griega. este proceso,
bien entendido que e l panorama que aql.Ú presentaré de forma más o
menos monográfica, circunstancialmente tendrá que realizar ocasiona-
les saltos cronológicos que, en algunos casos, nos llevarán incluso hasta
el siglo VI a,C.; ni qué decir tiene que en los capítulos que dedique a
estudiar los restantes siglos que confi'guran el arcaísmo tratar é de inte-
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graT, iguahüente, los ámbitos coloniales ya existentes o en trance de ! dad de la tierra; pero, sea como fuere, los aristoi van haciéndose Con el
constitución. cont~ol de tales parcela~ reducie~do, eventualmente, a una especie de
servldumbre a sus antl~uos. ;:ultivad ores. No. a todos, sin embargo,
como ve remos. A esta sltuaclOn hay que añadIr el incremento notable
4.1. La colonización, en función de, y al servicio de la p~blación en Grecia , a 10 que se ha aludido anteriormente y ya
de la constitución de la polis griega perceptible desde mediados del siglo VIl!; ello favorecería bien la
p rogresiva fragmentación del lote de tierra, kleros, convirtiéndose éste
El titulo de este apartado responde a una premisa fundamental que a en Wla pequeña extensión de terreno incapaz de subvenir a las necesi-
veces q ued a, lamentablemente, oculta debido a las necesidades forma- dades mínimas de subsistencia del campesino y su familia y agravando
les del tratamiento de los hechos históricos, a saber, la p resentación la situación de endeudamiento del mismo, o bien. por el contrario, la
analítica. que obliga a desmenuzar y a tratar po r separad o dife rentes ! cesión hereditaria de dicho kieros en beneficio sólo de alguno d e los
asp ectos referidos a un mismo momento y a un mismo y amplio proce-
so. Por eso mismo se olvid a frecuentemente que el proceso de confo r- I descendientes , o, en todo caso, la existencia de herencias desiguales
(como ilustra el caso de Hesíodo) que ponen al borde d e la rnjseria al
mación de la polis griega y el ini cio de la colonización (que llevará a la 1 menos favorecido en tal repa rto. La única salida que tienen, en un
inmediata formación, igualmente, de poJeis) no son sólo procesos sin- '\.\ primer momento, estos sujetos es trasladarse a la ciudad, al centr o
crónicos sino. además, íntimamente relacionados, Así pues, si en los I urbano , con el fin de intentar buscar nuevas formas de vida que, por
capítulos previos se han analizado los aspectos g enerales del mundo 1 otro lado, tampoco faltan (véase 3,3,1 y 5AI),
griego en el síglo VID, se deberá ahora, al estudiar la colonización, si En las ciudades, los recién llegados pueden dedicarse a todas aque-
integrar los datos que se obtengan en ese esquema general. a fin de ,1
llas activid ades que g eneran las mismas (carpinteros, albañiles , sim-
comprender lo que a partir de ah ora se diga pero, igualmente, para
:!.1
ples tenderos, etc.), o bien abrir o emplearse en alguno de los cada vez
que lo ya expuesto adquie ra pleno significado. más florecientes talleres artesanales, o bien dedicarse a la navegación
Es un hecho ampliamente reconocido que la emigración, más o o al comercio p or cuenta d e otros; igualmente, y dada la estrecha
menos masiva, d e individuos procedentes d el ámbito griego hacia relación entre esa ciudad y el territorio circundante, los trabajos del
diferentes lugares mediterráneos es una consecuencia clarísima de lo campo, especialmente los estacionales, pueden dar ocupación, siquiera
que está ocurriendo en Grecia en ese momento; la reunión de los tempo ral , a parte de esos ind ividuos. Por fin, otra de las saludones,
aristoi en torno a centros urbanos y santuarios determina un notable pronto empleada, a juzgar por lo que d iré a continuación, es la emigra-
incremento de su poder conj unto. Ello-se traduce en una presión mayor ción a otros lugares , con la finalidad d e establece rse, p oder disponer
sobre aquellas pe rsonas que, en muchos casos independientemente de de tierras y rep roducir, en otro lugar , no las formas de vida que habían
sus orígenes, p oseen parcelas de tierra cada vez más pequeñas que llevado hasta entonces sino, precisamente, las de aquellos aristoi cuyo
apenas pueden cultivar con sus propios medios. Ya se ha visto anterior- aug e politice y económico ha terminado d esp lazánd olos . Que la solu-
mente cómo la tierra que posee el hermano de Hesíodo, Perses, le ción de la emigración (si bien no siempre con fines agrícolas) es pronto
obliga a éste, por más que su situación sea relativamente acomodada, a utilizada viene mostrado por va rios factores:
desarrollar todo tipo d e actividades, no con la finalidad de enriquecer- En primer lugar, la presencia de establecimientos g riegos (sobre
se sino, p or el contrario , de lib rarse d e las d eudas, Aquellos cuya todo euboicos, pero sin de.scartar otras posibilidades) en la costa sirio-
situación no era, ni con mucho, tan relativamente buena como la de fenicia, entre los que se encuentran Al Mina, Ras el Bassit, Tell Sukas ,
Perses, debieron de sufrir grandemente una vez que las relaciones Tabbat al-Harnrnan, Ras Ibn Hani, en todos los cuales han aparecido
directas entre pequeños y grand es p ropietarios, d entro del ámbito de cerámicas griegas del siglo VIII (y anteriores) e n cierta cantidad. Aun
la aldea, van siendo reemplazadas, en mayor o menor medida , por la cuando no se trate de ciudades propiamente dichas, pare ce evidente
autoridad de un estado, que se ejerce sobre el conj unto d e un territorio que allí residen d urante largas temporadas personas. procedentes de
«común» (véase 2.3. 2) . Grecia que representan los intereses de sus territorios respe ctivos o, al
Los procesos de usurpación u ocupación de las tie rras pertenecien- menos, de los más pod erosos d e sus habitantes ( véase 2 .2.2).
tes a los pequeños propietarios no están excesivamente claros, puesto En segundo lugar, la temprana presencia estable en Pitecusa (ls-
que aún no está resuelta satisfactoriamente la cuestión de la inalienabili- quia), tambié n predominantemente euboica, que se inicia, posible-
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mente, hada el 775 a.C., acaso precedida (y es sólo una sugerencia) que se desarrolla en la Grecia propia; la ya mencionada cuestión
por pequeños establecimientos (que, de haber existido, serian ~ás de la forma de combatir, que en ambiente colonial debe adaptar-
modestos que los establecidos contemporánearnente en la costa SlTlO- se a las paniculares circunstancias del entorno, frecuentemente
fenicia) en centros indígenas de Italia y Sicilia. hostil, o tendente a la hostilidad. primando el número y la solidez
En tercer lugar y, por fin, el inicio de la verdadera colonización, con sobre la destreza individual; en muchas ocasiones la misma defi-
la creación de establecimientos que controlan su territorio correspon- nición del ciudadano y del n o ciudadano en ambientes, como los
diente y que pretenden, ellos sí, reproducir las formas de vida practi- coloniales, donde éste último tiende a ser, además, no griego, lo
cadas en las poleis de Grecia. En muchos aspectos y casos, más que que no suele suceder en la Grecia propia, etc .. Son cuestiones
una «reproduccióm> de esas condiciones, se produce un ve~dadero todas ellas en las que el mundo colonial de las primeros momen-
«invento» y experimentación, como se verá. El punto de partIda ven- tos parece más innovador (por necesidad, sin duda) que el me-
dria dado por la fundación de Cumas, tal vez hacia el 750 a .C. , inmedia- tropolitano. Esto llega a su mejor exp resión cuando considera-
tamente seguida por una avalancha de nuevas ciudades, de las que mos que surgen poleis en ambiente colonial que proceden de
hablaré más adelante (véase 4.2.4 y 4.3). regiones griegas en las que tal sistema aún no se ha desarrollado
Queda, pues, claro, que el recurso a la emigración es, incluso, (y, eventualmente, tardará mucho en hacerlo): Sfbaris, Crotona y
previo en muchos casos a la conclusión del proceso de constitución d e Metapontio, del ambiente aqueo: Locris Epizefiria de la Lócride,
la polis: también es patente que en los años en los que se están produ- entre otras.
ciendo transformaciones importantes en el mundo griego (modificacio-
nes en el tipo de combate, regularización de las asambleas populares, Podernos, pues, ratificarnos en nuestro epígrafe: la colonización se
inicio de las demandas del demos, etc.), está ya en marcha el proceso halla en función de la constitución de la polis griega y al servicio de la
colonizador. Por eso, el mismo debe ser considerado, como apuntaba misma. La colonización, simultánea a dicho proceso, sirve en buena
antes, en relación con la formación de la poJis y ello en varios sentidos: medida d e estímulo al mismo , le imprime un dinamismo desconocido
hasta entonces; no es casual que, en menos de cincuenta años, se
_ Las colonias, medio de dar salida a tensiones dentro del proceso produzcan en Grecia transformaciones de tal calibre y magnitud (y la
de formación de la p olis, de definición de espacios, de sustitución creación de una forma estatal y de la política lo son) como nunca antes
de las realezas por las aristocracias, de creación del cuerpo se habían visto en ella (e incluyo, ciertamente, al período micénico);
ciudadano. Permitiendo, favoreciendo, incitando, la marcha de esos cincuenta años son los comprendidos entre el 750 y 700 a.C. y en
determinados individuos, los que quedan pueden llevar a térmi- los mismos tiene lugar la fundación de, al menos , veinte nuevas ciuda-
no esos procesos. La poUs, definida por relaciones de pertenen- des. Ambos fenómenos, pues, no s610 van ligados sino que cada uno de
cia-exclusión, se constituiría, precisamente, sobre una p re-selec- ellos es, al tiempo , causa y consecuencia del otro.
Después de esta introducción. pasemos a ver la mecánica de la
ción de su cuerpo cívico.
_ Por otro lado, las colonias ejemplo a imitar por las ciudades colonización griega.
originarias. En efecto , y como se ve rá más adelante, los colonos
tienen que hacer frente, ellos solos, a una serie de situaciones
que aún no se han planteado en la metrópolis: la propia defini- 4.2. Los mecanismos de la colonización griega
ción del marco urbano y de su territorio, no condicionados (ape-
nas) por una secular tradición de continuidad , como ocurría en Cuando a fine s del siglo IV Alejandro decida fundar por todo Orien-
Grecia; la necesidad de agrupar a la exigua población originaria, te sus «Alejandrías)) y cuando sus sucesores, en sus respectivos ámbi-
favoreciendo el proceso de concentración en centros u rbanos, tos de poder. continúen con esta práctica, ya había detrás de ellos un
frente a la situación metropolitana, de población dispersa en al- importante corpus de experiencias, no escritas, pero sí implfcitas en las
deas; la necesidad de d otarse, in primis, de un marco jurídico y mentes de todos, acerca de qué pasos había que dar para llegar al fin
legal para garantizar el buen gobierno, sobre la base de una deseado, es decir, el establecimiento de una nueva ciudad griega en
comunidad, al menos desde el punto de vista teórico, igual o un ámbito geográfico ajeno al mundo helénico. Bien es cierto que las
equivalente ya desde un primer momento, frente alIento proceso numerosas fundaciones helenísticas modificaron e n cierto modo la ca-
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smstica tradicíonal, enriqueciéndola con nuevas figuras y resolviendo p~lis. Esta configuración .~plica, por un lado, el nOmbramien¡o del que
nuevos problemas que habían sido ajenos a la colonización arcaica, eje rcerá el mando, el olklstes , al q ue d edicaré el apartado siguiente;
pero ello no obsta para que los rasgos gene ral~s de ese mecanismo por otro lado, la selección de aquéllos que van a fonnar parte de la
estuvie ran ya ·p lenamente establecidos d esde hacia largo tiem.po. A ello expe:tición; igualmente, la obtención de los medios de navegación y,
contribuyó , sin duda, el proceso colonizador q ue nos toca aquí descri- por fm , la sanción político-religiosa por parte de la metrópolis.
bir y que, de ser un movimiento aparentemente espontáneo, acabó Naturalmente, depender á de los motivos últimos que impulsan a la
adquiriendo un carácter institucional y, por ello , sometido a una serie marcha. el modo en que se desarrollará cada uno d e estos pasos. Los
de normas y sanciones, tanto políticas como religiosas que, en mi opi- datos de que disponemos acerca de las causas que determinan las
nión, recogieron todas aqu ellas enseñanzas que la prime ra tanda d e fundaciones coloniales no son siempre explícitos: la investigación ac-
colonias aportó. Igual que en el terreno del establecimiento de la políti- tual puede tratar de reconstr uir en ocasiones los motivos de talo cual
ca, en e l campo de la colonización los griegos también estaban experi- fundación en un determinado emplazamiento y, ocasionalmente, pode-
mentando; del fruto de sus experiencias surgirán los preceptos que mos estar razonablemente seguros d e que sus resultados son correctos.
llegarán a ser de obligado cumplimiento si se desea el éxito de la Sin embargo, ya los autores antiguos señalaron varias de las causas. que
e mpresa, máxime cuando la misma, como acabo de apuntar, adquirirá llevaban a grupos, a menudo procedentes de más de una metrópolis, a
p ronto una vertiente religiosa, además de la meramente política. establecerse en otro lugar; ciñéndonos a los datos que tales autores nos
Aquí analizaré algunos de estos procedimientos y mecanismos que, proporcionan, podemos distinguir entre las causas que determinan la
primero de modo casi instintivo y , más ad elante, de forma institucionali- partida de colonos las siguientes: situación de hambre provocada por
zada, pretenden colocar a un grupo de individuos en una nueva ubica- alguna sequía (Regio, Cirene); conflictos políticos internos (staseis) co-
ción geográfica y convertirles en una estructura d e carácter p olítico. mo en Tarento, tal vez en la Heraclea fundada por Dorieo, en Regio,
según la versión de Antíoco de Siracusa y en Hírnera, al menos por
parte del grupo de los Milétidas: finalidad comercial, como en Masalia
4.2.1. Configuración de la expedición colonial (por la pequeñez y p ob reza del territorio foceo) y seguramente en
Zande (piratas cumanos); evasión de un sistema despótico, general-
No toda e migración implica una colonización: los comerciantes y mente asiático (Siris, Lipara, Elea): obedeciendo a un oráculo, como en
navegantes que se establecen en la costa siri o-fenicia, de fonna más o AlaUa; motivos de indole estratégica, como en Metapontio y en Posido-
menos permanente, no forman una polis: posib lemente, la que pasa por nia, e tc .. En cualquier caso, lo que todos estos motivos tienen en común
primera fundación colonial en Occidente, Pitecusa, tampoco sea , real- es que se busca una nueva forma de vida fuera de una ciudad que se ha
mente, una pelis 0, quizá,· no en los primeros tiempos. El padre de convertido, por diversas razones, en inhabitable para un grupo deter-
Hesíodo que, desde la Cime de Eolia e migra a Beocia no está colonizan- minado de ciudadanos. Que muchos de estos motivos están ocuItando la
do. El aristas corintio Demarato, que en el siglo VII se establece en carencia de tierras o su escasez (stenochoria) parece, asimismo, evi-
Tarquinia tampoco es un apeikes; los miles de griegos que en los siglos dente. Lo que varían son las formas que asume la marcha y, posible-
VII y VI se enrolan corno mercenarios al servicio de los reyes asiáticos mente, también el modo en el que la mism a se p roduce.
o egipcios tampoco son, per se, apoikoi. Para que un acto de emigra- Por lo que las informaciones conservadas nos muestran, el verdade-
ción trascienda el ámbito puramenle individual y p odamos considera r- ro conflicto dentro de la que se convertirá en metrópolis surge mien-
lo empresa colonial es necesario que haya una finalidad política, es tras que existe la tensión, cualquiera que haya sido la causa. Una vez
d ecir, constituir una polis. Ello imp lica una organización muy superior a que se ha asumido como solución única la emigración, can vistas a la
la que puede requerir una simple ave ntura comercial o una emigración creación d e una colonia, las facilidad es por parte de aquélla no pueden
particular y concreta, por más que ambos fenómenos p uedan estar haber sido mayores : la metrópolis pondría los barcos, entregaría el
extendidos y afecten a numerosas personas. fuego sag rado, consagrado a Hestia y custodiado en el pritaneo, com-
Por lo que hoy en día sabemos, los rasgos básicos de lo que van a pletaría, incluso, el contingente que había de ser enviado, etc .. Parece
ser las expediciones coloniales se hallan ya fij ados antes incluso d e que como si, en el mismo momenl0 en el que se decide colonizar (apoiki..
las mismas se echen al mar; la configuración de la futura apoikia, pues, zein) , la polis de la que aún no habían partid o ni tan siquiera los
se produce en la propia ciudad de origen, a la que llamaremos metró- colonos, empezase a asumir el papel tradicional asignado a la metrópo-
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lis. Yeso nq., es, ni mucho me nos, extraño, puesto que esa empresa iba Parece, por otro lado, como si las relaciones entre la expedición y la
a resolver, aun cuando a veces sólo momentáneamente, uno de los ciudad de la que procede , se modificasen desde el mismo momento en
problemas que más afectaban al gobierno de los aristoi, cual era el de el que los navegantes han abandonado el puerto: el mismo relato de la
las demandas' de repartos de tierra (ges anadasmos) que, cada vez fundación de Tera que transmite Heródoto es buena prueba de ello:
más, se estaban produciendo.
El propio auge del movimiento colonizador, en el que, como vere- «Los colonos, pues, zarpa ron con rumbo a Libia, pero, como no sabían
mos, se procedía a ese reparto general de tierras sobre territorios qué más tenían que hacer, se volvieron de regreso a Tera. Sin embar-
vírgenes, al menos desde el punto de vista griego, no dejará de contri- go, cuando trataban de desembarcar, los tereas la emprendieron a
buir a una generalización de esas exigencias, lo cual, si bien por un pedradas con ellos y no les dejaron atracar en la· isla; al contrario, los
lado favorecerá el proceso colonizador, por otro, agravará y enconará conmina ron a que volvieran a hacerse a la mar.» (Heródoto, rv, 156;
las tensiones sociales existentes en las poleis y que habian determina- traducción de C. Schrader.)
do, en último término, toda la actividad colonizadora. De cualquier
modo, para la metrópolis er a flll1darnentallibrarse cuanto antes de esa Plutarco (Q.G. , 11) , por su parte, narra algo muy parecido a propó-
población «sobrante» y, p or ello, no son extrañas todas esas facilidades sito de los eretrios expulsados p or Corinto de Corcira y que son recibi-
logísticas que nuestras fuentes atestiguan y a las que nos he mos r efe ri- dos a pedradas al intentar regresar a su ciudad, viénd ose obligados a
do. Son éstas las que hacen dudar d el carácter «espontáneo» que, marchar a Tracia, fundando Metone. Este comportamiento indica que la
aparentemente, muestran algunas e xpediciones tempranas. Parece, metrópolis ha roto todos los lazos con los que hasta ese mome nto han
por el contrario, que esa esp ontaneidad puede influir en la decisión de sido sus ciudadanos: en todo caso, y por lo que se refiere a Tera y
realizar alguna acción política, g ene ralmente en detrimento del gobier- Cirene, al menos, hay algún matiz, como muestra el documento d e l
no aristocrático; conjurada la misma, es la ciudad la que asume la tarea siglo N conocido como «Juramento de los Colonos», que señala que se
de garantizar una salida más o menos honrosa a los que han participado permitia el regreso de los colonos a Tera si en el plazo de cinco años
en esa acción, habitualmente mediante la colonización. El siguiente no habían conseguido consolidar e l establecimiento; algo parecido se
pasaje. referido a la fundación de Tarento, muestra este hecho. observa en el ya citado texto de Estrabón refe rido a la fundación de
Tarenta, que garantizaba a los Partenlos la quinta parte del territorio
«Así pues éstos [los Partenios], percibiendo que había habido traicicr
mesenio si no hallaban tierras en abundancia. Pero, de cualquier mod o
nes, suspendieron su plan y, (105 espartanos] les pe rsuadieron, mer- y, aunque puedan haber existido cláusulas de protección (un indicio
ced a la mediación de sus padres, de .que partiesen a c910nizar (eis más del carácter oficial que asume la empresa colonial) , éstas preten-
apcikian): si ocupaban un lugar que les satisficiese. se quedarlan en él den resolver eventuales p roblemas pero dejando bien claro que sería
y, si no, tras regresar, se repartirian la quinta parte de Mesenia.» preferible para todos que los mismos no se produjeran, como muestra
(Estrabón, VI, 3, 3; tr aducción del autor.) el recibimiento a pedrad as q ue dispensan los te reos a los colonos que
acaban de enviar a Africa.
Con más motivo, la ciudad se encarga de todos los preparativo~ En cierto modo, pues, perdidos en el horizonte los colonos, la me-
cuando es alguna situación de hambre o carestía, más que estricta- trópolis se desentendía de ellos; había resuelto, siquiera temporal-
mente política, la que fuerza a la emigración. Esto se observa en este mente, sus propios p r oblemas. Era competencia 'de sus colonos buscar
pasaje de Heródoto relativo a la fundación de Cirene por Tera: un nuevo lugar donde establece rse y procurarse sus medios d e vida.
La función de la metrópolis acababa cuando la expedición se alejaba
del pueno. Eso no quie re decir, sin embargo, que las relacione s se
«Por su parte los tereos que habían dejado a Corobio en la isla, al
interrumpan. Como veremos, existirán y serán bastante fuertes en mu-
arribar a Tera, notificaron que habían colonizado una isla en la costa
libia. Entonces los de Tera decidieron enviar. de cada dos hermanos, chos casos; sin embargo, las mismas se establecerán ya entre po/eis, es
al que la suerte designase y que hubie~e expedicionarios de todos los decir, una vez que, concluído e l p roceso de fundación, la colonia su rgi-
distritos , que eran siete; su jefe, a la par que rey, sería Bato. Así pues, rá como una nu,eva polis. Será entonces cuand o, por iniciativa de las
enviaron a Platea dos penteconteros.)) (Heródoto, IV, 153; traducción colonias, se instituirán relaciones con sus metrópolis , aun cuando éstas
de C. Schrader.) no siempre hayan perdido todo contacto con los contingentes humanos
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q ue de ella3 p roceden. Más adelante volveré sobre este asunto. Ahora pretendía adueñarse del poder en Esparta; también en el caso de
debemos pasar a ocupamos del olkistes o «fundado r» de la colonia Catana se nos dice que los catanenses nombraron oikistes a Evarco, aun
(véase 4.2.4) .. cuando la expedición colonial parece haber sido dirigida por Tudes,
responsable de la fundación de Naxos y Leontinos. Hay, por fin, datos
que sugieren que en algunas expediciones han sido los propios olkislai
- La figura del oikistes los que han decidido emprender, por propia iniciativa (ma tizada a
veces por las órdenes de un oráculo) tal expedición. Entre ellos esta-
(<Habitaban primero estos hombres (los Feacios) la vasta Hiperea, rían Dorieo y Bato, el fundador de Cireneo Todos los ejemplos conoci-
inmediata al país de los fieros C1clopes que, siendo superior es en dos muestran palpablemente o permiten sugerir, que los oikistai son
fuerza. causábanles grandes estragos. Emigrantes de allí, los condujo sie~pre individuos de origen aristocrático, en muchos casos en rela-
el divino Nausítoo a las tierras de Esqueria, alejadas del mundo afano- ción directa con los círculos d irigentes metropolitanos.
so; él murallas trazó a la ciudad, construyó las viviendas, a los dioses La importancia que asume el fundador es sumamente grande; la
alzó santuarios, repartió los campos de labor; pero ya de la parca prueba más evidente de ello es que sus nombres se nos han conserva-
vencido moraba en el Hades y regíalos Alcinoo, varón de inspirados do en cierta cantidad, aun cuando desconozcamos muchos otros deta- '
consejos.» (Odisea, VI , 7-12; traducción de r.M. Pabón.)
lles de la historia primitiva de las ciudades que fundan. Esto tampoco es
extraño si pensamos que tanto griegos como romanos tendían siempre t
Posiblemente no quepa mejor d escripción de la actividad del olkis- a encarnar en individuos concretos todo aspecto que implicara alguna
tes que la que la Odisea realiza a propósito del fundador de Esqueria, transformación importante de la situación y, ciertamente, en el caso de '
Nausítoo. A eso -se reducía, ante todo, su actividad; dirigía la expedi- ciudades, siempre era necesario para ellos conocer con certeza quién
ción, se preocupaba de conducirla a su emplazamiento defini1ivo y, una y en qué momento la había fundado, aun cuando ello, en ocasiones,
vez llegados al mismo, era el encargado de deürnitar los diferentes implicase atribuir a dioses o héroes tal hecno. Cuando surgen las colo-
«espacios» que iban a configurar la nueva polis, de repartir las tierras y nia·s griegas nada es más normal q ue se conserve el nombre de quien
garantizar una asignación equitativa a cada uno de los miembros de la ha contribuido a su aparición, máxime si tenemos presente q ue su
expedición y , eventualmente, de dictar las primeras normas de carác- recuerdo (y su culto) pervjvirá con el paso del tiempo. Y es este,
ter legislativo por las que iba a gobernarse la comunidad o, como poco, precisamente, un aspecto importante del papel del fundador, la conser-
declarar la adopción de las existentes en alguna otra ciudad, habitual- vación de su memoria, en forma de un culto heroico, celebrado en
mente en la metrópolis. También tenía que ocuparse de recibir, de torno a su tumba.
manos de las autoridades de la metrópolis, el fuego sagrado que ardía La existencia de estos cultos al fundador está atestiguada tanto por
en el pritaneo y, por fin, la sanción religiosa que la práctica hizo que informaciones de los autores antiguos (como en Zancle), cuanto por la
recayese en el santuario de Apolo en Oelfos. epigrafía (como en Gela) y la arqueología (como en Círene) (Figura 8).
Lo normal era que el oikistes fuese nombrado po r la metrópolis, si Estos cultos, ciertame nte, nos traen a la mente los cultos de tipo heroico
bien en el caso de que hubiese contingentes de diversas procedencias, que se celebran en las ciudades de la Grecia propia y , sobre todo,
podia haber más de uno; esto ocurre, por ejemplo , en Hímera, cuyos aquél que se organizó en torno a la puerta Oeste de Eretria (Figura 1).
oikistai son Euclides, Sima y Sacón, o en Gela, cuyos oikistai son Anti- Tanto en uno como en otro caso, el -héroe está sirviendo como punto de
femo de Rodas y Entimo de Creta. Cuando se trata de fundaciones convergencia de una serie de intereses en torno a una figura unitaria;
coloniales promovidas, a su vez, por colonias, suele ser frecuente que, en las fundaciones coloniales, por ende, se da la circunstancia de que
junto con el oikistes nombrado por la que se convierte en metrópolis, tal héroe no es otro que el que ha dado origen a las mismas . Heroizan-
se solicite otro oikistes a la metrópolis originaria. Esto ocurre, por do al oikistes, pues, la nueva polis tiene un nuevo culto heroico , cuya
ejemplo, en Selinunte, colonia de Mégara Hiblea, cuyo fundador es importancia en el proceso de formación del estado ya hemos visto;
Pamilo, llegado d e Mégara Nisea. Hay algún caso también, donde pare- además, el mismo es propio y genuino de esa ciudad puesto que , salvo
ce evidente que no es la metrópolis quien nombra a su fundador, sino alguna excepción (Naxos y Leontinos, por ejemplo) no es habítual en
los propios colonos; 8stO parece ocurrir, por ejemplo, en el caso de épóca arcaica que el mismo oikistes intervenga en más de una funda-
Tarento, cuyo fundad or, Falanto, había sido el jefe de la facción que ción (véase 3.2. 1).
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por vía marítima entre Grecia y Oriente (y Occidente)' tenía una finali- además de ser destacados por nuestros ínformadores, pueden conside-
dad comerdal muy clara; sin embargo, no se llegan a crear colonias, rarse fracasados de antemano. Esto es lb que dice Heródoto a propósito
esto es, po/eis. El establecimiento calcídico en Pitecusa, a lo largo de la del primer intento (fallido) de colonización emprendido por el esparta-
segunda mitad del siglo VIII tiene un carácter controvertido y aún sigue no Dorieo:
sin estar del todo claro si nos hallamos ante una poJis en sentido estricto
o no. Por otro lado, del carácter de po/eis de centros como Regio , «Dorieo se molestó muchisimo y. como consideraba una afrenta ser
Zancle O Síb aris no cabe dudar ni por un momento y, sin embargo, la súbdito de Cleómenes, solicitó a los espartiatas un grupo de personas
orientación comercial de cada una de ellas es, si no superior a la de y se las llevó a fundar una colonia, sin haber consultado al oráculo de
cualquie r otra ciudad griega, al menos si más evidente. Por otro lado, DeUos a qué lugar debía ir a fundarla y sin haber observado ni una
fundaciones presuntamente comerciales como Masalia, o como alguna sola de las normas habituales(c (Heródoto, V, 42. 2; traducción de C.
de sus «subcolonias), como Agate u Olbia, si son analizadas con cierto Schrader.)
detalle revelan que en ellas ha existido un interés evidente por el
control de un territorio agrícola, tanto en Masalia, como en los otras dos El tema de la participación délfica en los aspectos referidos a la
ciudades citadas, en las que se han detectado restos de la parcelación composición de la expedición, elección del oikistes, selección de la
de su chora que, si bien datables en los siglos V y IV a.C., posiblemente región geográfica y lugar concreto de fundación, etc., ha sido un tema
retoman esquemas anteriores. Y qué decir de las ciudades del Mar amp liamente recurrente en la investigación relativa a la colonización
Negro que, como Olbia Póntica, Panticapeo o Istria tienen ya clara- griega, siendo, por consiguiente, abundantes y en ocasiones divergen-
mente def;inidas sus chorai desde , al menos, el siglo VI, siendo conside- tes las conclusiones alcanzadas. Sin embargo, creo que podemos afir-
rable su extensión en algunos casos (Olbia, por ejemplo). mar con cierta confianza que, por un lado, ninguna expedición colonial
Así pues y, para concluir este apartado, no puede negarse que el se lanzaba a lo desconocido sin contar con un cierto respaldo religioso
comercio tuvo gran importancia en buena parte de las ciudades grie- y con una cierta perspectiva de éxito, plasmada en un oráculo y, por
gas; eso no implica, sin embargo, que en un grupo de ellas el mismo otro , que el estratégico emplazamiento del santuario délfico (en rela-
fuese la actividad fundamental. Por el contrario, eso tampoco quiere ción con .Corinto) fue convirtiendo al mismo en el punto más idóneo en
decir que no pudiesen existir (seguir existiendo) emporia, simples que manifestar esta devoción a los ruoses y, concretamente, a Apolo.
factorías o puntos de intercambio, sin pretensiones políticas e instala- Así, si bien en los primeros momentos el santuario de Delfos (desde
dos en territorios extranjeros. Casos como el de Gravisca o Náucratis, fines del siglo IX) acaso no gozase d e un papel significativo en el
además de los ya mencionados centros en la costa sirio-palestina serían mecanismo colonial, la frecuentación de que fue objeto a lo largo de la
ejemplo de ello. Por todo lo cual y, a pesar de la importancia funda- segunda mitad del siglo VIII acabarla por convertirlo en un centro
mental que los mismos tendrán en muchos aspectos y no s610 en el idóneo, máxime si consideramos que las consultas y la contrapartida
económico, no van a ser una característica de la colonización griega: obvia, el agradecimiento tras un eventualmente buen desenlace de la
habían existido antes de que surgieran las poleis coloniales y, del empresa, crearían un corpus de informaciones que, sabiamente utiliza-
mismo modo, siguieron existiendo después, aun cuando la ampliación das , podían ser de aprovechamiento generaL Esto no quiere decir, en
de los horizontes geográficos del mundo helénico favorezca la prolife- mi opinión, que el santuario esté «dirigiendo» la colonización griega,
ración de estos centros en las nuevas regiones que irán (,descubriéndo- máxime cuando está comprobado que buena parte de las presuntas
se». respuestas oraculares conservadas son espurias, pero igualmente no
puede mantenerse que el santuario délfico permaneciese ajeno a as-
- El proble mático papel de Deltos en Jos primeros siglos pectos tan interesantes como el lugar más idóneo en el que establecer
una nueva polis.
Otro punto que quería abordar, siquiera brevemente, dentro del En consecuencia, el santuario délfico fue ganando prestigio según
apartado genérico de la selección del emplazamiento es la cuestión del iba avanzando el proceso colonizador y a medida que la información
santuario délfico. La consulta al oráculo de Apolo en Delfos antes de recabada a lo largo de los años hacía cada vez más provechosas sus
emprender una fundació n se convierte en un requisito hasta tal punto noticias en forma de oráculos para aquellos individuos empeñados en
imprescindible que aquellos casos e n los que no media dicha consulta, conducir hacia su nueva patria a un grupo más o menos numeroso de
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individuos Eso es 10 que hizo que, a partir del siglo vn al menos, fuera historia previa en una clave en buena medida antibárbara que distor-
i r ealmente imprescindible consultar con el oráculo pero, al tiempo, es siona la realidad de lo ocurrido en aras de una representación idealiza-
I ello lo que nos convence que al menos algunas de las fundaciones más da de lo griego frente a lo no griego o «bárbaro»,
antiguas no dispusieron de este oráculo délfico, viéndose obligadas Lo cierto es que tenemos abundantes testimonios escritos que mues-
muchas de ellas a falsificarlo a posteriori (en último luga r LONDEY, en tran a los griegos estableciendo pactos de muy diversa índole (inclu-
GREEK COLONlSTS ANO NATIVE POPULATIONS: 1990), en un momento yendo los matrimoniales) con los indígenas y, asimismo, la investiga-
en el que la consulta délfica se convirtió en una más de las numerosas ción arqueológica ha puesto de manifiesto huellas evidentes de convi-
etapas del proceso tendente a fundar una colonia. vencia 0, al menos, coexistencia, entre comunidades de diversa extrac-
ción étnico-cultural. El hecho de que ocasionaimente haya pruebas del
incumplimiento del acuerdo por alguna de las partes tampoco es óbice
4.2.3. Los indígenas
para no creer en la fuerza del mismo, como tampoco lo es la existencia
cierta de enfrentamientos armados entre griegos e indígenas que en la
¡
mayor parte de los casos dan lugar a otro tipo de vínculo, por más que
Otra d e las cuestiones que deben ser tenidas en cuenta en la consi- diferente, entre ambos grupos.
deración d el proceso colonial griego es la referida a las relaciones con La relación, en muchas ocasiones estrecha, establecida entre los
los indígenas. Ha venido siendo habitual establecer una diferencia bási- ocupantes prehelénicos de un territorio y los griegos recién llegados
ca en el tipo de relaciones mantenidas entre los griegos y las socieda- es , pues. un dato fundamental para entender qué representa la coloni-
, des ya establecidas en aquellos lugares que serán elegidos para fundar zación g riega, independiente mente de l tipo concreto de establecimien-
la nueva ciudad, según fuese agrícola o comercial la orientación priori- to de que se trate, La enumeración de qué es lo que aportan los
taria d e la fundación griega. Si bien los matices que pueden hacerse en indígenas a la polis que está surgiendo convence del valor que hay que
cada uno de los casos conocidos son innumerables, creo que un resul- atribuir a los mismos en el proceso, bien entendido que no todo lo que
tado de la reciente investigación ha sido el poner de manifiesto que aquí mencionemos tiene por qué darse. simultánea o sucesivamente, en
cualquier establecimiento griego necesita la ((colaboración» del ele- todas las colonias griegas,
mento indígena; 10 que habrá que definir, sin embargo, serán los térmi- Teniendo esto presente, podemos decir que la incidencia indígena
nos de dicha colaboración, se materializa en un conocimiento de p rime ra mano del territorio que
Las apoikiai griegas se establecen, habitualmente, en regiones en ocupará la ciudad griega , de sus recursos y potencialidades, de sus
las que el poblamiento prehelénico es ya importante, tanto desde el v1as de comunicación y de sus fronteras, naturales o circunstanciales;
punto de vista numérico cuanto desde el organizativo, si bien es un igualmente, los indígenas serán. desde el inicio, e l complemento demo-
hecho que cuando este último ha alcanzado, en el momento de la gráfico que paliará la escasez numérica de los fundadores griegos,
llegada griega, un nivel determinado de complejidad (<<pre» o «proto- básicamente varones , tanto en forma de mujeres que perpetuarán la
polftica») no se procede a una auténtica fundación colonial, sino que se polis cuanto en forma de ayudantes (a veces, sin dud a, esclavos; otras,
busca otro tipo de relación, si es que así lo demandan los intereses en cambio, libres; otras , por fin , «semilíbres», como los Maryandinoi de
económicos, Pero, prescindiendo de estos casos, el responsable último He raclea Póntica y tal vez los Ky1Jirioi de Siracusa) que contribuirán a
de la fundación , esto es el oikistes, suele tener presente a los indigenas poner en marcha el proyecto político que se halla implfdto en toda
a la hora de elegir el emplazamiento, Naturalmente, se buscarán aque- apoikia griega, Aquellos indígenas que no se integren directamente en
llos lugares en los que la población preexiste nte muestre especial la colonia constituirán uno de los mercados naturales de las ciudades
receptividad y una actitud favorable hacia los griegos, Hemos también griegas y en ocasiones los proveedores destacados de las mismas en .
de huir del tópico que p r esenta a los g riegos como conquistadores gran número de productos, Y así podríamos seguir la enumeración d e
brutales de los territorios sob re los que se asientan: esta idea se debe, toda una serie de elementos que, procedentes del entorno indígena,
ante todo al hecho de que no siempre las infonnaciones de que dispo- inciden sobre las poJeis coloniales, Sin embargo, baste con tener pre-
nemos son contemporáneas a los hechos narrados, sino que son pro- sente que toda fundación colonial griega implica, necesariamente, un
ducto de un momento en el que la Hélade ha tenido que enfrentarse al elemento indígena, en parte integrado en ella, en parte conservando su
peligro persa y, tras salir victoriosa d el mismo , ha recr eado toda su independencia politica, que complemente , en todos los aspectos, a la
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nueva ciudad griega que, en caso contrario, habría perdido una de sus llevan desde sus metrópolis influirá poderosamente en el momento de
principales razones de ser. dar fonna a esa estructura pero, del mismo modo y también he sugeri-
La propia revalorización del papel indfgena implica, igualmente, do algo al respecto previamente, el ámbito colonial es una especie de
enfocar el proceso colonizador con otra óptica; la colonización griega, laboratorio en el que experimentar soluciones diversas. En efecto, en
en este aspecto concreto, se traduce en un diálogo (cultural, social, los momentos más remotos de la colonización aún no se habían resuelto
económico, ideológico) entre mundos diversos; el resultado de este en la Grecia propia todos los problemas que p lanteaba la convivencia
diálogo (que a veces es también discusión y enfrentamiento) es el de grupos de diversos orígenes y con d iversos intereses pero, mien-
establecimiento de un proceso d e circulación de materiales culturales tras que en ella se dispuso de tiempo suficiente para ir dando con las
en doble dirección o , por decirlo con otras palabras, de una acultura- fórmulas adecuadas, el mundo colonial tuvo que hacer frente y resolver
ción que si bien se dejará sentir de fo rma más palpable en el entorno con rapidez esas mismas cuestiones. También sugería antes que la
indígena, no dejará de incidir también en el p ropio mundo griego experiencia colonial, al menos en algunos terrenos, pudo incidir en
colonial. cómo se abordaron en Grecia metropolitana algunas cuestiones simila-
Si bien las vicisitudes de cada una de las regiones en las que se res. Con todo ello lo que apunto es la posibilidad de que, al menos por
asientan las colonias griegas no son comparables, como tampoco lo es lo que se refiere a los p rimeros momentos del proceso colonial, diga-
el propio n ivel de d esarrollo socio-cultural de las innumerables pobla- mos el siglo vnl a.C., el proceso de formación de la polis tiene lugar,
ciones indíg enas circunmediterráneas, en algunos casos el resultado simultáneamente, en el ámbíto metropolitano y el colonial. sin que
alcanzad o tras siglos de (inter)cambio cultural puede ser llamado «he- nunca se abandone la inte rcomunicación entre todos los ambientes que
lenización}), esto es, el abandono progresivo de características destaca- progresívamente van constituyendo e l mundo helénico. Y lo que, ante
das del propio acervo cultural para ser sustituídas por las correspon- todo, convence de esta afirmación es el carácter de auténticas poJeis
dientes de la cultura griega que, no lo olvidemos, en ambiente colonial que desde el primer momento asumen las fundaciones coloniales, he-
puede haberse ido, a su vez, aproximando a los rasgos observados cho que, si bien estará presente en casi tod o el arcaismo, estará más
entre los indígenas vecinos. Es en ese momento cuando puede aplicar- acentuado en los momentos más antíguos (véase 3.4 .2 y 4.1).
se con p r opiedad el mencionado término de «helenización» ; antes, La colonización griega d etennina el es tablecimiento de p oleis que
tendremos unos u otros rasgos que denoten que este p roceso está en g ozan d e todas las características que para la misma hemos defínido,
marcha (aunque no siempre concluya en el modo indicado), si bien de entre las cuales la que ahora m ás nos inte resa es la referida a su
cada uno de ellos no constituirá, en si mismo, hele nización. Esta se propia soberanía, su autonomia, esto es, su capacidad de dotarse a sí
alcanza cuando se accede a unas formas de organización política, a una misma de sus normas básicas de comportamiento, nomoi o leyes. Sin
ideología , a un modo de vida, a una lengua, etc. , que son griegas. Hasta embargo, es algo también fácilmente observable cómo tiende a haber
entonces podremos hablar, en propiedad, sólamente de un «proceso una especial afinidad entr e una colonia y la ciudad de la que procede,
de helenizaci6m> el c ual, obviamente, no siempre y no en todos los esto es, su metrópolis; afinidad que no implica, necesariamente, ni
lugares desembocará en una helenización completa. A pesar de ello , la sumisión, ni dependencia ni, por supuesto, imitación de la metrópolis.
fisonomía d e un buen número de culturas mediterráneas se verá altera- La nueva polis e n que d eviene la apolkia puede r etomar rasgos d e la
da por la acción cultural helénica , la cual contribuirá, en definitiva a metrópolis, pero sin convertirse ne cesariamente en un calco servil de
conformar las caracteristicas distíntivas de muchas d e ellas. la misma, sobre todo porque es frecuente que en la colonizadón inter-
Los índígenas, por consigUiente, son también un elemento no desde- vengan individuos de diversas procedencias que, aunque minoritarios,
ñable a la hora de abordar la historia de la colonización gríega. sean responsables de la introducción de nuevos e lementos dentro de la
ciudad -que están contribuyendo a crear, sin olvidar que las nuevas
circunstancias pueden favorece r soluciones nuevas.
4.2.4. La creación de una nueva polis
- M etrópolis y a poikia
El p roceso descrito en las páginas anteriores tiende , ·como también
he tenido ocasión de decír, a la constitución, en un te rritorio d istinto y Las relaciones metrópolis-apoikia merecen, pues, un tratamiento
no griego, de una nueva polis. La herencia cultural que los colonos especial puesto que están sujetas a una cierta ambigüedad, ya que las
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mismas de¡1yan, por un lado, del reconocimiento formal , por ambas blecimiento en otro lugar. Otra cosa muy distinta es la p ostura manteni-
partes, de la independencia política d e l~ otra pero, por otro lado, se da por la metrópolis, que al tiempo q ue se desembaraza de unos
originan gracias al sentimiento de un vmculo mmate nal q~e une a individuos que pueden resultar potencialmente peligrosos, no puede
ambas p oleis; ' esta misma ambigüedad será causa, en ocaSlOnes, de dejar de considera r como algo propio la nueva polis que sus antiguos
e nfrentamientos mutuos, al no haber quedado suficientemente delimita- ciudadanos han constituído. De esta doble visión del mismo p roblema
do y plasmado de forma incontrovertible qué puede esperar una me- deriva todo el conjunto de dificultades que caracter izan la relación
trópolis de su colonia y qué d ebe ésta a aquélla, Un ejemplo típico de metrópolis-colonia. Naturalmente, dependerá d e los intereses co ncr e~
intereses enfrentados a este respecto lo hallamos e n el tratamiento que tos en cada momento de la metrópolis su mayor o menor presión sobre
da Tucidides en los pr olegómenos de la Guerra del Peloponeso, d onde sus colonias y. po r el contra rio, será la fuerza de cada una de éstas la
se muestran claramente dos p osturas erurentadas. Así, los embajadores que, en su caso , facilitará u obstaculizará que aquéllas cumplan sus
de Corcira ante los atenienses, hablan del siguiente modo de su metró- objetivos.
polis Co rinto: Pero tampoco hemos de pensar que esta tensión, sin duda existente,
se traduce en un estado de hostilidad permanente ; por e l contrario, en
({". que se enteren de que toda colonia, cuando es bíen tratada, honra muchos casos los intereses respectivos de ambas partes se concilian
a su metrópolis y cuando es ultrajada cambia de conducta; pues los acudiendo al ámbito jurídico, lo que permite el establecimiento de toda
colonos son enviados no para ser esclavos de los que se quedan, sino una serie de tratados que garantizan be neficios mutuos. También en
sus iguales» . (Tucídides, 1. 34; traducción de F. R. Adrados.)
ellos juega un cierto papel la ya mencionada ambigüedad, puesto que,
La visión de la metrópolis. Corinto, es diferente: al tiempo que se concluyen sobre la base de la independencia política
de los contratantes, subyace a todos ellos ese trasfondo religioso y
({, .. siendo nuestros colonos han estado siempre alej ados de nosotros y sacral al que hemos aludido y que consagra la preeminencia, al menos
ahora nos hacen la guerra diciendo que no les enviamos para sufrir en estos niveles, d e la metrópolis. Pero, por ello mismo , no d eja de se r
malos tratos. Nosotros por nuestra parte afirmamos que no les estable - revelador para comprender el verdadero carácter d e la relación que
cimos en colonia para que nos ultrajaran, sino para tener la hegemo- las colonias, que en muchos casos se hacen más p ode rosas que.sus
nla sobre ellos y ser tratados con el respe to conveniente. Pues las metrópolis, accedan d e bue n grado a estas obligaciones morales hacia
d emás colonias nos honran y son nuestros colonos los que más nos sus fundadoras. Todo tipo de pactos y tratados, frec uentes entre las
quieren ... » (Tucidides, I. 38; traducción de F. R. Adrados.) ciudades griegas. aparecen entre colonias y metrópolis: amistad (phi.
üa), alianza militar (symmachia) , posibilidad de realizar matrimonios
Hemos de pensar que la fundación de Corcir a, en torno a la que legitimas entre ciudadanos de ambos estados (epigamia ), tratados de
surge e sta disputa aquí recogida , tiene lugar hacia el 733 a.C. y que los ({doble nacionalidad» (sympoliteia ), acuerdos bélicos, etc., constituyen
episodios que está narrando Tucídides remontan al 433 a.C., es decir, el instrumento que cimenta, más allá del tiempo y de la distancia, la
trescie ntos años después y que, a pesar del tiempo transcurrido, ambas unidad (dentro de la diversidad) d e l mundo helénico. Yen esta unidad,
partes tienen aún muy claro qué tipo de relación deben mantener entre ni que decir tiene, han d esempeñado un papel trascendental las rela·
sÍ. Naturalmente, pudiera parecer algo anacrónico explicar situaciones ciones e ntre comunidades a quienes , más allá de los inte reses inmedia-
refe ridas al siglo VIII recurriendo a informaciones que relatan sucesos tos, les ha unido el sentimiento de la común pertenencia a un grupo más
del siglo V pero, precisamente, el que puedan darse (y se den) situa- restringido dentro de esa Hélade que se p royecta con fuerza por todo
ciones corno las narradas por Tucídides entre una colonia y su metró- el Mediterráneo,
polis, d espués de tan largo período de tiempo, mu estra la importancia
del problema enunciado.
Podemos decir que la colonia surge con la clara intención de con- 4.3, Los ámbitos de la colonización griega
vertirse e n una comunidad política independiente, máxime si conside-
ramos que , en buena parte de las ocasiones, son problemas surgidos Es ahora el momento d e intentar elaborar una geografía regional de
en el seno de la ciudad originaria los que han d esplazado al contingen- la colonización g riega lo que es, sin duda, una manera de entender la
te de población que va a p rotagonizar la emigración y posterior esta- Hélade en toda su extensión (Figura 3). No entraré, por lo g e neral, en
118
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el detalle (l.e las fundaciones y d e los fundadores, puesto que nos
llevaria excesivamente lejos en nuestro propósito y para ello remito al M. AORIATICO
cuadro cronológico correspondiente, pero si intentaré caracterizar las AI'UUA
principales re-giones en las que tenemos atestiguada la presencia esta-
ble de poJeis griegas surgidas como consecuencia de este movimiento
colonizador al que vengo refiriéndome en las páginas pasadas. No
aludiré a las colonias que son fundadas dentro del propio ámbito Egeo
ni a tampoco mencionaré apenas empresas comerciales que no conduz-
can a una verdadera implantación colonial.
M. TIRRENO M. JONIO
4.3.1 . Magna Grecia y Sicilia
De todos los ambientes en los que se hizo presente la colonización Croten
Latlnium
griega, la Peninsula Itálica y la isla de Sicilia (Figura 9) fueron los más
destacados y los que más peso tuvie ron , en conjunto, en la poste rior
historia del mundo griego hasta tal punto que algunas de las ciudades upara
•
que surgieron en ambos territorios rivalizaron ampliamente con el
•
. ~~
propio mundo griego metropolitano, tanto en riqueza y desarrollo polí-
Mrt..
tico, cuanto en logros intelectuales y culrurales.
La presencia de fundaciones griegas en el ambiente itálico es de las
más antiguas. dentro del panorama general de la colonización griega;
no en vano Pitecusa, la primera fundación de carácter colonial de que
tenemos noticia surge en este ambiente en un momento anterior a la
mitad del siglo VIIl a .C. y, posiblemente, en torno al 770 a.C . y la
fundación de Cumas, ya una auténtica apoikia , tendría lugar a mediados
del mismo siglo: del mismo modo, en Sicilia se encuentra otra de las
ciudades coloniales griegas más antiguas, Naxos, fundada hacia el 734
a.C. por individuos procedentes, como en Pitecusa y Cumas, en su .
mayor parte , de la isla de Eube a. Si bien en momentos posteriores las
historias de la Magna Grecia y de Sicilia presentarán sus propias pecu- Figura 9. Magna Grecia y SiciUa.
liaridades, a las que no serán ajenos los ambientes no helénicos en los
que sus ciudades se integran, el p roceso de colonización afecta en lugar a dudas de navegantes micénicos durante la Edad del Br once en
buena medida a ambas regiones y son frecuentes las referencias en algunas regiones itálicas y sicilianas, además de las huellas mate riales
nuestras fuentes a empresas q ue tie nen como destino último ya uno ya que ha dejado, debió de favo recer un importante grado de desarrollo
otro territorio. entre las poblaciones indígenas que pudo propiciar, en muchos casos ,
La antigüedad del proceso allí desarrollado explica, en buena medi- un más fácil asentamiento y penetración de los griegos históricos en
da, la abundancia de refe·r encias míticas que, en diversas tradiciones, estas tierras; se excluye sin embargo, una relación ininterrumpida en-
adornan los relatos conservados acerca de las fundaciones griegas y tre ambas regiones durante los Siglos Obscuros (véase 4.2.2).
que en algunas ocasiones pretenden remontar al periodo de la guerra Los griegos que colonizan Italia y Sicilia proceden de diversos ám-
de Troya o al inmediatamente sucesivo: a ello se refenan los datos que b itos, destacando, s~bre todo, los euboicos (pitecusa, Cumas, Naxos,
anteriormente aportaba a propósito de la cuestión de la «precoloniza- Catana, Leontinos, Zande , Regio) , los corintios (Siracusa), los megareos
ción». Sin embargo, parece claro que la p resencia, atestiguada sin (Mégara Hiblea), los loerios (Locris Epizefiria). los espartanos (Taren-
120 121
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to), los aqueos (Síbaris, Crotona, Metapontio), los radios y los cretenses ninguna nueva fundación podía prescindir ni de un territorio amplio y
(Gela), los colofonios (Siris), etc., en su mayor parte fundadas durante eventualmente ampliable ni de una salida al mar adecuada: en este
el siglo VIII o primeros momentos del VII. A lo largo del siglo Vil irán sentido, la propia experiencia de sus respectivas metrópolis, no siem-
surgiendo nuevas ciudades, bien fundadas desde metrópolis egeas, pre tan favorablemente situadas, tuvo que influir. Ello muestra, al tiem-
bien en forma de subcolonias de las mencionadas ciudades ita1iota5 o po, que, como corresponde a un momento, el de las primeras fundacio-
siciliotas, proceso que finalizará en el siglo VI, momento en el que nes, contemporáneo de la obra de Hesíodo, las actividades agrícolas se
surgirán algunas ciudades, g eneralment,e de procedencia greco-orien- ven complementadas por medio de la navegación que da salida a los
tal (Alalia en Córcega, Lipara en las islas Eolias, EIea, Dicearquea en la eventuales excedentes.
Península Itálica, etc.). También habría que incluir en este contexto a Otro hecho que sorprende de las primeras fundaciones siciliotas e
ciudades que, como Carcira, en el Ilírico y otras fundaciones menores, italiotas es su gran vitalidad durante los primeros años de su existencia,
aseguraron el tránsito entre la Grecia propia y el Mediterráneo central. puesto que es en los mismos cuando, en líneas generales. se halla ya
Sicilia y Magna Grecia (nombre con el que convencionalmente se delineada la que será su politica de control del territorio, por más que
conoce al mundo griego de la península itálica, aun cuando su origen en muchos casos la misma se ponga en práctica s610 con el paso del
siga siendo problemático) reciben, pues, desde un momento antiguo tiempo. La sujeción de un territorio inicial y su defensa, parece haber
una auténtica avalancha de ciudades griegas de muy distintos origenes : sido en todos los casos una tarea prioritaria, hallando formas de rela-
estas ciudades, durante los siglos Vill Y VII, sobre todo, fueron ocupan- ción con los indígenas que abarcan todo tipo de aspectos: en este
do aquellos tramos de costa que iban quedando libres, de modo tal que momento el establecimiento d e unos ejes prioritarios de expansión
irán constituyendo ,W1 frente costero netamente helénico, donde apenas (insisto, tanto comercial como militar y/o política. sucesivamente) servi-
queda sitio para establecimientos no griegos. De la misma manera, esta rá en un futuro para proseguir en esa linea. Y este es el otro aspecto
densidad en el poblamiento griego va a favorecer el temprano desa- sobresaliente. el de la rápida (en términos relativos) expansión de estas
rrollo de una política de penetración (ora comercial. ora milítar y primeras fundaciones coloniales, puesto que, al cabo de dos o tr.es
patitica) en sus respectivos traspaises, que irá helenizando progresiva- generaciones, o bien se amplia de forma notable el propio territono,
mente importantes zonas internas y, en algunos casos, como en la isla con un nuevo empuje frente al interiOI: indígena, o bien se procede a la
de Sicilia o algunas regiones de Italia, como la actual Calabria, se fundación de nuevas subcolonias que absorban el crecimiento de po-
conseguirán crear ámbitos en los que las poleis griegas se verán ro- blación que ha tenido lugar ,
deadas, en todas sus fronteras , por otras ciudades griegas. Podríamos pensar, por consiguiente , que los ambientes siciliota e
La implantación de ciudades en Sicilia y Magna Grecia obedece, italiota, en los que su rgen poleis griegas en el mismo momento en qu~
indudablemente, a intereses agTícolas. Se ocupan aquellos valles fluvia- en la Grecia metropolitana se están definiendo los rasgos caracteríStl-
les más favorables al desarrollo de la agricultura, o las llanuras más cos de esta institución, van a seguir un desarrollo paralelo con respecto
extensas: no se pierde de vista tampoco la viabilidad que facilita los a ésta. No obstante , los problemas socio-económicos que en Grecia se
contactos con los indígenas del interior, que se constituyen en los plantean y que favo recen un flujo pennanente de emigrantes, cuyo
principales proveedores de materias primas para los griegos y en los punto de destino es el mundo colonial en buena medida, van a ser
compradores básicos de los productos que se manufacturan en las resueltos en éste mediante la ampliación del territorio y la subcoloniza-
ciudades coloniales o que, a su través, llegan desde la Grecia propia. ción, en un grado mayor que el que pueden permitirse las ciudades de
Pero, igual que ocurría en ésta, las colonias eligen los mejores sitios Grecia; es ello lo que va a convertir en verdaderos países helénicos a
costeros, que garanticen una fácil y rápida salida al mar, cuando no se los mundos siciliota e italiota.
establecen en su misma orilla, o que posean facilidades destacadas a la Precisamente por ese motivo debemos guardarnos de comparar,
hora de garantizar su comunicabilidad. aplicando criterios subjetivos, a Sicilia y la Magna Grecia con. Greci~.
y es que, no lo olvidemos, en muchos casos es absurdo plantearse En ambos (o en los tres) casos, tenemos partes de un mundo gnego; s~
cuál haya podido ser la ocupación principal de una colonia griega, si la embargo, en cada uno d e ellos el ritmo histórico ha sido distint~ y SI
explotación del territorio o el comercio. Salvo algunos casos excepcio- bien la intercomunicación hasido evidente, los factores que han mter-
nales, e.n los que las propias condiciones naturales parecen prevenir la venido en el proceso han determinado peculiaridades que dentro ?e
práctica de una ag ricultura rentable (Regio, Zancle, tal vez Naxos), una visión «clasicocéntrica» absolutamente rechazable pudieran malm-
122 123
33/64
terpretarse. Sicilia y la Magna Grecia, deben ser estudiadas como o o
30 lnOlO O w
partes que" son del mundo griego, pe ro sin que sea necesaria su com- '".,. f-
paración con otros ámbitos plenamente caracterizados de la Hélade, Z
O
como pue de -ser la Grecia continental o la Grecia de l Este. Como en O N
w
otras ocas iones, la exp resión de esta idea la encontramos referida a una E a..
<{
época posterior. e l siglo V, si bien podemos pensar que la misma ha a::
f-
ido surgiendo como consecuencia de una experiencia y de unas viven-
cias comunes y está contenida en el d iscurso de Hermócrates de Siracu-
sa en el Congreso de Gela del 424 a,C .. donde la idea de un destino
común y propio d e Sicilia, d e ntro del ámb ito d.e la Hélade, es amplia-
mente d esarrollada, como s e ve en las siguientes palabras:
«... pues no es ninguna vergüenza que los hombres de ígual raza se
hagan concesiones, sea e l dorio ante el dorio o e l calcídico ante los de
su raza , siend o todos vecinos y habitantes de un so lo pais, es más, d e
una sola isla y conocidos bajo un solo nombre , el d e siciliotas . Hare-
mos sin duda la guerra cuando se te rcie y nos volveremos a r econci-
liar entabland o ne gociaciones unos con otros; pero contra los extraños
que nos ataquen, si somos p r udentes, nos defenderemos siempre en
bloque si, como es cierto, al sufrir pérdidas cada uno de nosotros
aisladamente quedamos todos en peligro: y jamás en adelante hare-
mos venir de fuera aliados o mediadores. Si nos comportamos así. no
privaremos ahora a Sicilia de dos bendiciones: librarse de los atenien-
ses y de la guer ra civil; y en el tiempo venidero la habitaremos
nosotros solos, libre ya y -menos expuesta a las asechanzas de los 1
extraños.» (Tucídides. IV, 64: traducción de F. R. Adrados.)
¡'
4.3.2. El Ponto Eu xino y sus accesos
En este apartado trataremos de las fundaciones griegas en las reg io-
nes de Macedonia y Tracia, así como en el sistema de estrechos que
conducen al Mar Ne gro (Helesponto, Propóntide y Bósforo) y, por fin ,
las situadas en este último, el Ponto Euxino de los antiguos (Figura 10).
Dentro de esta amplísima región d eb e distinguirse, netamente , este
último , de los otros territorios. En efecto, mientras que en las costas
macedonias y tracias y en los accesos al Ponto nos encontramos aún en
un ambiente claramente helénico que, en muchos casos, no es más que
una me ra prolongación de la Grecia propia y de la Grecia del Este. el
Mar Negro va a presentar ya unos rasg os claramente diferentes.
Igual q ue en la Magna Grecia y Sicilia, los eub oicos van a ser unos
de los p rimeros inter esados en colonizar esas regiones del Egeo sep-
tentrional, tanto los de Calcis cuanto, según parece, los de Eretria. A la
124 125
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V ·" .',
proliferación de ciudades de esta procedencia se deberá e l nombre históricos (urbanización, jerarquización, ideología, e tc.) de las pobla-
que parte de esa región asumirá, el d e Calcídica. También algunas ciones indígenas que rodean las chorai de las ciudades helénicas.
ciudades jonias empezaron pronto a interesarse por el mar Negro y sus Sin duda a lguna, el Ponto .se constituye como una unidad dentro del
accesos, como Mileto, que ya en el siglo VIII parece haber establecido mundo griego y las pruebas del comercio entre las distintas orillas de
una. serie de fundaciones en la Propóntide (Cícico), habiéndose trans- este mar no son escasas: sin embargo, tanto o más intenso que éste es el
mitido noticias de colonias milesias del siglo VIII en la costa meridional existente entre el mismo y los grandes centros de Gr ecia. Heródoto
del Ponto (Sinope), si bien la cuestión de las fundaciones coloniales informa que la navegación entre el Helesponto y el Fasis duraba nueve
griegas en ese mar antes del siglo VII sigue siendo objeto de debate, días y ocho noches y el recorrid o en dirección norte-sur ocupaba tres
no p ud iendo descartarse, empero, una frecuentación de tipo p recolo- dias y dos noches.
nial. Por otro lad o , sin emba rgo , esta unidad no deja de ser «epidérmi-
Ya en el siglo VII se produce la presencia cada vez más intensa de ca», puesto que las ciudades griegas del Ponto, a pesar de la mayor o
griegos en toda esa región, con la (re)fundación de Tasas por parte de menor extensión de sus chorai y de la existencia de eventuales contac-
Paros a mediados del siglo, en la que interviene el poeta Arquiloco, la tos comerciales con las tierras del interior, se hallan volcadas más hacia
fundación de Potidea por Corinto, o la fundación de Selimbria, Calcedo- el mar que hacia sus respectivos traspaíses. Más que en otros lugares
nia y Bizanda por Mégara. Será, sin embargo, Mileto quien ciertamente da la impresión de que lo griego es un fenómeno que apenas afecta a
monopolice las fundaciones coloniales en el Ponto, dejando sentir tam- las inmensas regiones que se extienden a espaldas de las ciudades
bién su presencia en sus accesos. Entre las colonias milesias del siglo costeras. En estas condiciones no podia haber, como si hubo en Magna
VII pueden citarse Abidos, Apolonia Póntica, Berezan-Borístenes. Sino- Grecia o e n Sícilia, una verdadera política de control d e los territorios
p e , Panticapeo o Istria, esta última e n la desembocadura del Danubio indígenas del interior. En estos dos ámbitos ese interior podía ser
(lstro), o Tanais, el ultimo y más septentrional reducto de la Hélade. fácilmente explorado y conocido porque las distancias así lo p ermitían;
Para los momentos más antiguos, no cabe duda alguna de que los el Mar Negro era un mar interior al que se asomaban numerosísimas
motivos principales que empujaban a los emigrantes eran similares a ciudades griegas, tras las cuales se extendían tierras inexploradas e
los que estaban llevando a sus conciudadanos a Italia y Sicilia es decir, inexplorables, especialmente por su parte septentrional, como muestra
la búsqueda de nuevas tierras que poner en cultivo, sin olvidar la la sumamente imprecisa y vaga descripción que hace Heródoto (IV, 46-
riqueza pesquera que la región ofrecía ni , por supuesto, la posibilidad 58) Y su propia afirmación de que:
de obtener mine rales. No fue hasta más adelante cuando algunas de las
ciudades supieron aprovechar, además, su ventajosa situación estraté- «.. . nadie sabe a ciencia cierta lo que hay al norte del territorio sobre
gica en puntos de paso obligado, p a ra conseguir una se rie de ingresos el que ha empezado a tratar esta par te de mi relato; por lo menos, no
suplementarios; ese fue el caso, entre otras, de Calcedonia y Bizancio, he podido obtener informaciones de ninguna persona que asegurara
que controlaban el Bó:sforo, pero en cuya fundación intervinieron cues- estar enterada por haberlo visto con sus propios ojos; pues ni siquiera
Aristeas ... pretendió, en la epopeya que compuso, haber llegado per-
tiones distintas al mero dominio del mismo. sonalmente más al norte d e ' los ¡sedones, sino que, de las tierras más
Las colonias g riegas del Mar Negro son, en general, poco conoci- lejanas. hablaba de oídas . alegando que eran los isedones quienes
das, si bien en los últimos años los estados ribereños han emprendido daban las noticias que él transmite.» (Heródoto. IV, 16; traducción de
serios estudios tendentes a suplir esta laguna: así, empieza a ser cono- C. SchradeL)
cido e l proceso de fonnación de la polis y de su co rrespondiente
territo rio agrícola en muchas ciudades, fenómeno que alcanza su mo- Así, los griegos que viven en las costas pónticas tienen s610 un
mento de auge a lo largo del siglo VI como, por otro lado. ocurre en conocimiento muy vago y -legendario de la realidad indígena que les
Sicilia y en la Magna Grecia; también se ha avanzado mucho en el envuelve; ello es la prueba, precisamente, de esa orientación hacia el
estudio de la integración dentro de las ciudades del elemento indígena exterior a la que aludía anteriormente: pero al tiempo, el Ponto es poco
(tracias, escitas), la cual se halla perfectamente atestiguada como 10 mencionado en nuestras fuentes seguramente porque es, desde un
están también sus intensas relaciones comerciales con la Grecia propia, punto de vista general, considerado un territorio sumame nte remoto y
a la que el Ponto sirve de auténtico granero. Igualmente , es objeto de en alguna medida marginal, si bien ello no prejuzga la importancia
atención el impacto que la presencia griega tiene sobre los procesos económica que el mismo tendrá para muchas dudades g riegas, inclu-
126 127
35/64
yendo, además de la exportación de grandes cantidades de trigo,
metales, cuero, madera, etc. , posiblemente , también la de esclavos.
4.3.3. El Norte de Afrlca
Otra de las regiones donde se establecieron los griegos fue el norte
de Africa, especialmente en la región de Cirenaica, que fue la única
que recibió una colonia griega «normal», Cirene, si bien tampoco po-
demos perder de vista el asentamiento de Náucratis, cuyo status real
sigue siendo objeto de disputa (Figura 3). Cirene fue una fundación de
la ciudad de Tera, establecida en torno al 632 a .C., en una región ya
visitada ocasionalmente por los tereos y por otros griegos y que contó
desde pronto con la colaboración y participación de los indígenas
libios. La historia 'de Cirene es relativamente bien conocida y sabemos
que el fundador, Bato, obtuvo el titulo de rey y dio lugar a una dinastía
hereditaria; igualmente, las informaciones disponibles ejemplifican,
más claramente que en ningún otro caso, los motivos que empujan a la
colonización, la selección del contingente , la designación del fundador ,
etc. Bien situada en un fértil territorio, Cirene basaba su economía en el
cultivo de cereales y , sobre todo, en la elaboración y exportación de
productos de tipo medicinal y culinario confeccionados a base del
silfio, planta hoy día desconocida y cuyo proceso se hallaba directa-
mente supervisado por el rey (Figura 11); también tuvo importancia
Cirene por ser e l punto de llegada de rutas caravaneras procedentes
de la región del alto Nilo. Desde Cirene se fundó toda una serie de
subcolonias (Barca, Evespérides, Taucheira) que garantizaron el con-
trol por parte de los griegos de esa región .
El otro lugar digno de mención en este apartado es, obviamente.
Náucratis. Según el relato de Heródoto (l!. 118-179) fue el faraón Amasis Figura 11. El rey Arcesilao n de Cirene, supervisando el pesaje del silfio.
(570-526 a.C.) quien concedió a los comerciantes griegos un emplaza- Copa lacónica de la primera mitad del siglo VI a .C .
miento en el brazo occidental del delta del Nilo, permitiéndoles erigir
santuarios, en los que se hallaban representadas doce ciudades (Quíos , dispuso de instituciones de autogobierno, es difícil pensar que su status
Teas, Focea y Clazómenas, Rodas, Cnido, Halicarnaso y Fasélide, Miti- fuera el de polis, aunque sólo sea por hallarse en un territorio cedido
lene, Egina, Samas y Mileto). Parece, sin embargo, que este faraón por el verdadero titular del mismo, el faraón egipcio. Ello no excluye
únicamente reorganizaría un establecimiento anterior, puesto que es algún tipo de sistema administrativo, apto para organizar las activida-
muy posible que ya en época de Psamético 1 (664-610 a.C.) se hubiera des desempeñadas allí por los residentes y los transeúntes helénicos.
reconocido carácter permanente a ese asentamiento. . Así pues, en sentido estricto, Náucratis no es una verdadera apoikia
En cualquier caso, Náucratis surge como consecuencia del interés griega aun cuando, sin embargo, su existencia y la del comercio con
egipcio por concentrar, en su propio beneficio, a los comerciantes Egipto debió de ser un motor fundamental para la economía del mundo
griegos que, a lo largo del siglo VIl y siguiendo en buena medida a los griego y de sus beneficios participaban tanto aquellas ciudades que se
mercenarios de ese origen, habian establecido relaciones comerciales hallaban rep resentadas allí cuanto, al menos en varios casos conocidos,
con el país del Nilo. Aun cuando no se sabe a ciencia cierta si Náucratis sus colonias y aliados.
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Los productos que eran intercambiados en Náucratis eran, por parte cabo en Huelva. Como consecuencia de la frecuentación cada vez ma-
griega, madera, hierro , vino, algunos objetos de luj o y, ante todo, la yor que 105 foceos realizan de los mares occidentales, en torno al 600
plata y, por parte egipcia, sobre todo trigo, pero también otros articu- .a.C. se produce la fundación de Masalia y de Emporíon que, a lo largo
las de gran demanda, como el papiro, el lino, la salo el alumbre, por del siglo VI, irán crecie ndo en impo rtancia , si bien sérá la primera de
no hablar del marfil, el oro o el alabastro. En suma, un comercio de ellas la que acabe, en un momento posterior, por controlar las activida-
p roductos de lujo. a cambio de otros de prim~ra necesidad; todo ello d~s roceas en Occidente y dar lugar, ya en los siglos V y IV, a toda una
obligaba a movilizar, en un contexto pan-mediterráneo, recursos de serie de subcolonias y factorías que jalonarán la costa sudgálica y, en
muy diversas procedencias y de gran valor específicamente destinados menor medida, la ibé rica.
al dificil, selectivo y restrictivo mercado egipcio. El auge de este co- La colonización griega en el Extremo Occidente presenta, pues,
mercio y, por consiguiente de Náucratis, tendría lugar durante el siglo ciertos rasgos diferentes con relación a otras regiones. En primer lu-
VI y a esa fecha corresponde buena pane de los hallazgos efectuados gar, es obra casi exclusiva de una sola ciudad. Focea . En segundo
durante las excavaciones de principios de este siglo, incluyendo los lugar, el tipo de asentamiento preferido, salvo en Masaba en Wl mo-
restos de edilicios (templos y talleres, sobre todo) y de cerámicas. mento más avanzado y, en cierto modo, en Emporion, es el emporion o
factoría sin apenas independencia política y en ocasiones profunda-
mente vinculada al mundo ind1gena, del que dependerá frecuente-
4.3.4. El Extremo Occidente mente para su aprovisionamiento de materias primas y su subsistencia.
En tercer lugar. la irradiación politica sobre ese entorno nativo va a ser
Por Extremo Occidente entenderemos aquí la amplia reglOn que escasa, aun cuando no la cultural. Por fin, el inicio de los asentamientos
comp rende la Península Ibérica y la Galia Meridional (Figura 3). La coloniales es netamente posterior al atestiguado en otros ambientes
presencia colonial griega en este entorno es relativamente tardía, pues- mediterráneos.
to que las primeras fundaciones no tienen lugar hasta el tránsito del
siglo Vil al VI a.C., no alcanzando cierta consistencia hasta. al menos, la
mitad del siglo VI. Ya a fines del sig lo VD los mares occidentales son 4.4. Consecuencias de la colonización griega
frecuentados por comerciantes y aventureros griegos que, siguiendo
en buena medida los pasos de los fenicios, desde hada tiempo estable- Una vez visto, siquiera rápidamente, un panorama general de los
cidos en la Península Ibérica, llegan hasta Tarteso en busca de benefi- rasgos característicos de los distintos ambientes coloniales griegos, es
cios. Tarteso se sitúa, de forma prácticamente unánime, en la costa llegado el momento de esbozar las consecuencias que este proceso,
atlántica peninsular, posiblemente en torno a la región de Huelva. El íniciado en el siglo VIII y concluído ya prácticamente a [ínes del siglo
prototipo de estos comerciantes del último tercio del siglo VIl viene VI, tuvo para el mundo griego contemporáneo. Las mismas. con ser de
representado por la figura de Coleo de Samos, al que alude en una una importancia trascendental. serán observadas desde dos puntos de
noticia Heródoto (N , 152), Estas aventuras samias van a verse pronto vista principales: por un lado, su repercusión en la Hístaria general del
interrumpidas por una notable modificación de las circunstancias en la Mediterráneo; por otro , su incidencia en el propio desarrollo, interno
ciudad, que va a dar lugar a una nueva orientación de sus actividades. diríamos, de la Historia griega.
La consecuencia más destacable de ello será que la ciudad de Focea
emprenderá por su cuenta la explotación de los recu rsos que habían
dado a conocer íos navegantes de la vecina ciudad jónica. No hemos de 4.4.1. La colonización, creación de una nueva estructura
olvidar, naturalmente, que por esos momentos tanto Focea como Samas política fuera del ámbito Egeo
estaban inter esadas en el mercado egipcio, puesto que ambas se halla-
ban representadas e n Náucratis. En efecto, una consecuencia fundamental de la colonización fue la
El inicio de las actividades foceas en Occidente se halla perfecta- exportación, a regiones que hasta entonces habían permanecido ajenas
mente registrado, igualmente, por Heródoto (1, 163) Y en las mismas el al ámbito Egeo (si se exceptúan los contactos, en muchos casos ya
interés por Tarteso es evidente; esas noticias se han visto confirmadas olvidados, durante la Edad del Bronce) de un sistema politico que en
en los últimos años merced a las excavaciones que están llevándose a los momentos iniciales del proceso, se estaba desarrollando en el mis-
«Siete muertos han caído , que habíamos alcanzado a la carrera, iY «Esta (Tasas) como un espinazo de asno se encrespa, coronada de un
somos mil sus matadores l » (Arquíloco, frag . 61 O; traducción de F. R. bosque salvaje ... Que no es un lugar hermoso ni atractivo ni amable
Adrados.) cual el que surcan las aguas del Siris.» (Arqufloco, frag. 18 O) .
«Así en Tasas confluyó la basura de toda Grecia« . (Arquíloco, frag .
Esta «hazaña», grotesca por desproporcionada también cuadra bien 54 O; traducciones de C. García Gua!.)
en este contexto del que Arquíloco se erige en representante así como
la descripción del general ideal: El desprecio por los propios conciudadanos es algo que también
hará fortuna en la lírica griega, como muestran bastantes pasajes de
«No me gusta un general de elevada estatura ni con las piernas bien Teognis, en el siglo VI, si bien el acento en este último poeta parece ser
abiertas ni uno orgulloso de sus rizos ni afeitado a la perfección: que de signo contrario.
el mío sea pequeño, firme sobre sus pies y todo corazón.» (Arquíloco,
frag. 60 O; traducción de F. R. Adrados.)
5.2.3. La lírica, testigo de un proceso de cambio
Lo que aquí tenemos es, en cierta medida, la descripción del «anti-
héroe»; frente a los personajes homéricos, caracterizados por su belle- De lo hasta aquí visto se desprende que ya en la mitad del siglo VII
za física, sólo parangonable a su «belleza moral» o arete, connotaciones dos concepciones distintas de la polis están presentes: por un lado , la
que posee también el aristas arcaico, Arquíloco busca la efectividad en «tradicional», representada por Calino y Tirteo, en la cual predominan
la acción, prescindiendo de esos ideales elaborados por la aristocracia los valores aristocráticos , por más que se haya ampliado la base social
dirigente. No cabe duda de que nos hallamos frente a una crítica formal (pero no política) sobre la que se aplican. Es ;:,lla la que elabora el tema
de lo que en su momento se convertirá en la «bella muerte», la muerte
a la sociedad aristocrática.
en defensa de la polis y la que apela a la vergüenza de la huida y
Si habíamos considerado a Hesíodo «portavoz» del descontento so-
recuerda el espantoso destino del guerrero vencido. Los ecos homéri-
cial de los años finales del siglo VIII, podríamos pensar en Arquíloco
cos (y, por ello mismo, aristocráticos) son evidentes.
como su representante a mediados del siglo VII; lejos de la idílica y en
Por otro lado, la representada por Ar quíloco que cuestiona buena
cierto modo utópica visión de la Eunomía de Tirteo, Arquíloco ataca
parte de este esquema: la guerra es en sí deplorable- y no siempre tan
también otras prácticas corrientes en su época, como el afán desmedi-
heroica como pudiera aparecer a los ojos de la otra tendencia; la idea
do de riquezas, que será, a inicios del siglo VI uno de los temas
de la polis está consolidada, pero a su sombra se sigue produciendo el
preferidos de la poesía de Solón:
enriquecimiento y la mala actuación de sus gobernantes; a veces es,
«No me importan los montones de oro de Giges. Jamás me dominó la incluso, dudoso , si merece la pena luchar por los conciudadanos ; por
ambición y no anhelo el poder de los dioses . No codicio una gran fin, se llega a dudar de la efectividad de esas ideas con las que los
tiranía. Lejos está tal cosa, desde luego , de mis ojos.» (Arqufloco, frag . dirigentes están impregnando a la ciudad. Ciertamente, en Arquíloco
22 O; traducción de C. García Gua!. ) no hay una clara respuesta política sino, más bien, la constatación de un
malestar . El, lo afirma expresamente, no aspira a la tiranía, pero ello no
Aparte de aparecer en este poema la primera mención conocida de le impide pulsar el descontento existente, del cual él mismo es partíci-
la palabra «tiranía», quizá podemos ver aquí una crítica a situaciones pe. Es, en cualquier caso, el reflejo de unos descontentos a los que
contemporáneas que él está presenciando: afán de riquezas, poder poco a poco habrá que ir dando salida lo que se logrará, como se verá
absoluto, equiparable al de los dioses, ambición desmedida, etc. Como en capítulos ulteriores, de diversos modos (véase 5.7; 5.8).
.
Por último, quiero sólo traer a la consideración del lector e l hecho
de que ArquíJoco es fruto de la unión entre un noble y una esclava, es
decir , un tipo de individuo (llamémosle, siquiera aproximativamente
«hijo ilegítimo de un aristócrata») que encontramos en ocasiones en el
siglo VII y cuyo prototipo más conocido es Cípselo de Corinto, que
también representa un estado de opinión parecido al que propugna el
poeta , La diferencia con ArquíJoco estará en que éste, que sepamos, no
intentará ninguna medida efectiva para modificar la situación y que, sin
embargo, Cípselo (entre otros) hará algo más que escribir, pasando a
la acción política y convirtiéndose en tirano, Quizá el paralelo sea
fortuito pero, más allá del mismo , figuras como ArquíJoco y Cípselo
(rigurosamente contemporáneos) nos muestran que junto con los de-
nunciantes de la situación también había otros dispuestos a buscar un
remedio,
5.3. Las innovaciones en el campo de la guerra:
El armamento hoplítlco
Antes de entrar en las cuestiones económicas considero oportuno
traer a colación la cuestión de la reforma hoplítica y de la ideología
que, presuntamente, se vincula a ella, Ya en un apartado anterior habla-
mos hablado de los hoplitas en un contexto del siglo VIII, Parece , como 'Figu1'a 12. El «Vaso Chigi» , olpe del Protocorintio Medio ,
decía entonces, que los distintos elementos que configurarán e l arma-
mento hoplítico clásico han ido surgiendo en épocas diferentes a lo
largo del siglo VIII y primera mitad del siglo VII; veíamos, igualmente, Tirteo (cuyo florecimiento se sitúa hacia el 640 a,C ,) y que a continua-
ción transcribo:
cómo ya en la Ilíada se aludía a combates en formación y, por consi-
guiente, cómo era ya lícito plantear para aquellos momentos la cuestión «Así que todo el mundo se afiance en sus pies y se hinque en el suelo,
de una cierta «ideología hoplftica» , Los testimonios arqueológicos han mordiendo con los dientes el labio, cubriéndose los muslos , las pier-
permitido corroborar la impresión de que los elementos de la panoplia nas, el pecho y los hombros con el vientre anchuroso del escudo
hoplítica han ido apareciendo poco a poco, hasta dar origen a la ima- redondo , Y en la derecha mano agite su lanza tremenda y mueva su
gen tradicional de este guerrero y de su forma de combate típica, la fiero penacho en lo alto del casco, Adiéstrese en combates cumplien-
formación cerrada, Igualmente , otros testimonios nos han ido mostran- do feroces hazañas y no se quede , pues tiene su escudo , remoto a las
do lo paulatino del proceso de adopción del armamento y de la táctica flechas , Id todos al cuerpo a cuerpo, con la lanza larga o la espada
hoplítica y cómo en e l mismo interviene , de forma clara, la necesidad herid y acabad con el fiero enemigo, Poniendo pie junto a pie, apre-
de no quedar retrasados en un campo como en el de la guerra , sujeto tando escudo contra escudo, penacho junto a penacho y casco contra
siempre a rápidas y profundas modificaciones (véase 3,4,2) , casco, acercad pecho a pecho y luchad contra el contrario, manejando
el puño de la espada o la larga lanza, Y vosotros, tropas ligeras , uno
Tenemos la fortuna de disponer de dos testimonios, prácticamente acá y otro allá, agazapados detrás de un escudo, tirad gruesas piedras
contemporáneos, que nos muestran cómo a mediados del siglo VII ya y asaeteadlos con vuestras pulidas jabalinas, permaneciendo cerca de
se ha llegado a lo que, desde entonces , se convertirá en el medio los que portan armadura completa,» (Tirteo, frag, 8 D; traducción de
habitual de combate por parte de los griegos, la falange hoplítica; por C, Garc!a Gual. )
un lado, el conocido «Vaso Chigi», una olpe del Protocorintio Medio ,
datada entre 650-640 a,C, (Figura 12) ; por otro, un pasaje del ya citado Teniendo presentes estas dos imágenes , proseguiremos el análisis
histórico de la llamada «reforma hoplítica»,
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5.3.1 . La reforma hoplítlca en el" desarrollo histórico griego
estos ciudadanos-soldados experimentaban, acompañado ya de un
Antes de seguir adelante. he de decir que yo creo, realmente, en auge económico, ya del reconocimiento formal del mismo , se viese
una «reforma hoplítica», al menasen el sentido de que, en contr~ de lo contrarrestado por la constatación de su tenue o nula participación
expresado en algún trabajo moderno, e l modo de combate «homenco», política. Sin necesidad de convertirse en un grupo organizado (lo que
aristocrático por antonomasia, es el duelo, que con el paso del tlempo tampoco debe excluirse) lo cierto es que en muchos de ellos debió de
(y ya también en época «homérica») va combinándose con el combate ir surgiendo un profundo malestar que los acontecimientos contempo-
en formación , como se vio en su momento. Se trata, por lo tanto, de una ráneos y ulteriores demuestran y que desembocará en la stasis, para
reforma en el modo de combatir, si bien, lejos de tener lugar en un cuya resolución se pondrán en marcha distintas medidas a las que ya
momento y en un lugar puntuales, abarca un largo período de cerca de aludiré en su momento (véase 5.7; 5.8).
un siglo, hasta llegar a su imagen clásica , a medlados del slglo VII
( véase 3.4.2). . . .
En otro orden de cosas , ciertamente, la eXlstencla de una formaclón 5.3.2. La Ideología del ciudadano-soldado.
hoplítica, es decir, la falange , implica que, una parte importante de la Estado de la cuestión
comunidad disponga de los medios economlCOS suflclentes para cos-
tearse el complejo equipamiento del hoplita. Si bien los ~ue dlspongan Hay que deslindar, en primer lugar, el asunto de la «ideología
de estos medios no van a ser mayoritarios en la p o]¡s, Sl parece Clerto hoplítica» de la problemática del «estado de los hoplitas», puesto que
que su número no coincide, sino que rebasa al de los anstol ongma- son cosas distintas . El surgimiento de un tipo de representación ideal
rios. Al tiempo . e independientemente de la forma real que asumlera el que englobara a aquellos individuos que, sin ser aristoi, tienen partici-
combate hoplítico, parece cierto que la formación cerrada lmpbca u pación en los asuntos bélicos lo hemos detectado ya en los Poemas
origina un sentimiento de solidaridad y, en un plano supenor, refuerza Homéricos y, en sus diversas formas, entre los poetas líricos del siglo
la idea de la isonomia, al tiempo que amplía su contemdo al haber VII. Puesto que la visión de Arquíloco es netamente negativa y, por lo
admitido a sujetos no aristocráticos , verdaderos depositarios. de ese tanto, no parece haber contribuído a conformar una auténtica ideología,
concepto en un primer momento. Lamentablemente , ha sldo fác¡) dar el sino más bien todo lo contrario, deberemos retener lo dicho a propósi-
siguiente paso y hablar de un «estado hoplítico», acerca de lo cual to de Calina y Tirteo (y muy especialmente de este último) como parte
trataré en el siguiente apartado. .. esencial de la misma. Según esta representación el soldado, que es a la
Lo único que quiero apuntar en el presente es que Sl alguna lmpor- vez ciudadano , lucha en defensa de su ciudad y de ello se derivan
tancia histórica (más allá de la meramente militar) tuvo la reforma beneficios generalizados, expresados mediante la recurrencia, además
hoplítica la misma radicó , ante todo, en la posibilidad que ahora se le de a la patria (la tierra de los padres) a toda una serie de imágenes (la
abría a una serie de individuos de defender personalme nte la p o]¡s lo esposa legítima, los hijos, los padres ancianos) cuyas connotaciones nos
cual, sin duda, aumentó su sensación de pertenencia a ella .. Una prime- remontan, sin duda, a los episodios épicos en torno a la lIiupersis (la
ra y tenue contrapartida fue la «extensión» de las connotaclOnes ansto- toma de Troya), ampliamente explotados también por la tragedia ática
cráticas de la lucha a ese conjunto más ampbo de cmdadanos; en eso del siglo V. La acción valerosa, ennoblecida por la arete, prerrogativa
estoy de acuerdo con Hammond (HAMMOND: 1982, 340), aunque no aristocrática aquí «cedida» al combatiente , la muerte , que se convierte,
comparto su idea de que una aristocracia de naClmlento da paso a una en este contexto, en algo bello (kalos, otro rasgo aristocrático), comple-
nueva aristocracia de la riqueza y la guerra . Calmo y Tlrteo son porta- tan este ideal (véase 5.2 .1).
voces de esa orientación. Pero tampoco hemos de olvidar a Arquíloco, El énfasis , sin embargo, ahora, y es un signo de los tiempos, no se
que representaría a aquéllos que no se dejan engañar por esa ~(ansto sitúa ya en el combate individual (monomachia) sino en la lucha en
cratización» (en un plano meramente formal) de los nos anstocratas . líneas cerradas (taxis) dentro de una formación (phalanx); pero , por
Ciertamente, y como también ha puesto de manifiesto re~lentemente ello mismo , todas esas prerrogativas aristocráticas no le son otorgadas
Starr (STARR: 1986, 81 ) no existió nunca una «clase hopbtlCa» como al individuo como tal, sino al conjunto del que forma parte . El aristas lo
agrupación consciente y unificada económicamente. Eso no qUlere d e- será antes y después del combate; el hombre del demos será aristos
cir, no obstante , que el sentimiento de ascenso soclal que muchos de mientras combata en esa formación y, eventualmente, si muere en ella.
Acabado el combate y vuelto a su vida cotidiana, no hallará recompen-
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sa proporcional a su esfuerzo. Sin embargo , la arete del aristas, como como habíamos visto, serán situaciones de descontento, las cuales se-
tantas otras cosas, también se objetiva; del mismo modo que el agon es rán convenientemente aprovechadas dentro de una dinámica de lucha
ahora atlético y en torno a un santuario, es a este último al que se le por el poder que parece afectar a distintos grupos aristocráticos, con
hace la ofrenda de agradecimiento . No es casual, como ha puesto de sus correspondientes cabezas dirigentes. Esta situación que debió de
manifiesto Finley (FINLEY : 1979, 265), que en la misma época en la que ser bastante general a lo largo del siglo VII nos es bien conocida
hace su aparición el hoplita desaparezcan abruptamente en toda Grecia gracias al testimonio personal de Salón, en los años del tránsito entre el
las tumbas de guerreros, hecho que é l interpreta como «la extensión siglo VII y el VI, que menciona repetidas veces a unos hegemones o
de la función militar del aristócrata "heroico" a un sector más amplio prostatai tou demou , jefes del pueblo, culpables de dirigirlo errónea-
de la población». Eso es un aspecto más del proceso de configuración mente. No cabe duda del carácter aristocrático de éstos y de que su
de lo político; la acumulación de los propios agalmata en la tumba acción se orienta directamente contra el poder establecido, controlado
desaparece como señal de las transformaciones del momento; ahora el por las instituciones aristocráticas (véase 3.4.2).
santuario recibirá aquellos artículos que, en los momentos previos, se Así pues, y retomando el hilo de lo que decíamos anteriormente, los
amortizaban en la tumba. En ésta, las diferencias entre e l aristas y el aristoi habían ido ampliando la base militar de la polis, e nrolando (de
hombre del demos tenderán a ser cada vez menores, prueba tal vez de grado o por la fuerza) a aquéllos de entre los campesinos cuyo nivel de
la paulatina extensión de estos ideales favorecidos por la generaliza- bienestar fuese capaz de permitirles costearse el equipo hoplítico, pero
ción de la forma de combate hoplítica, reforzados a veces por leyes , sin otorgarles una voz política equiparable al esfuerzo exigido. Esta
como se sabe, que impedirán todo tipo de ostentación en las ceremo- situación , que ya encontramos esbozada en los Poemas Homéricos y,
nias funerarias (en último lugar GARLAND : 1989). más claramente, expresada en Hesíodo, no va a producir, durante un
r Teniendo esto presente, retomaremos ahora la cuestión del «estado tiempo, ninguna respuesta directa. La sensación de malestar, sin em-
hoplítico». Este asunto, ciertamente, suele ser uno de los más espinosos bargo, debe de haber ido creciendo, máxime cuando poetas como
en cualquier análisis de la sociedad griega arcaica; e n efecto, y simpli- Calina o Tirteo ensalzaban el esfuerzo heroico del soldado-ciudadano,
ficando, las posturas existentes son , fundamentalmente, dos : por un hacia el que se vertían todos aquellos elogios que habían sido patrimo-
lado, aquéllos que defienden que el conjunto de los ciudadanos que nio exclusivo de la aristocracia, siempre y cuando se le tomase como
forman parte de la falange se constituyen en una especie de «grupo de una colectividad. Será entonces cuando surjan , de entre las propias
presión» que exige las contrapartidas políticas a su posición cada vez filas aristocráticas, individuos que , descontentos por los motivos que
más importante desde el punto de vista militar; por otro lado , aquellos sea, con la situación existente, tratarán de capitalizar esos no siempre
otros que piensan que no ha existido nunca una verdadera unidad de claros sentimientos, centrados en una mejora de las condiciones políti-
L intereses y de acción entre todos esos individuos. A todo ello se le cas, pero en los que también intervienen demandas de un mejor trato
suma, además, la relación (de anterioridad o de posterioridad) de la económico (el problema de la tierra y las deudas), quejas contra la
falange hoplítica con el ascenso de los tiranos y la vinculación de los indefensión jurídica, etc.
mismos a los ideales presuntamente emanados de ese conjunto de Pero estas demandas no corresponden a la «clase hoplítica» sino a
ciudadanos integrados en la falange. los ciudadanos que forman la falange hoplítica , lo cual es algo diferen-
r Para tratar de resolver el dilema, empezaré diciendo que creo, con te, puesto que no serán los representantes de estos hoplitas los que
Cartledge (CARTLEDGE: 1977), que sólo en Esparta la «clase hoplítica» traten de hacerse con el poder, sino que , por el contrario, serán otros
llegará a equivaler a «cuerpo ciudadano» y ello merced a la peculiar los que, sobre esa situación de descóntento, pero no necesariamente en
O evolución que en la misma se atestigua y a la que aludiré en su momen- representación de la misma, traten y en muchos casos consigan, acce-
to . Pero, por otro lado , me adhiero, asimismo, a la idea de Salman der al poder. Posiblemente sea afirmar demasiado que hayamos de ver
(SALMON: 1977), para quien los hoplitas, como tales, eran incapaces de en Arquíloco a uno de estos «j efes del pueblo» , sobre todo porque no
formular una lista coherente de sus agravios aunque sí se hallaban lo conocemos en él una aplicación política de su descontento; sin embar-
suficientemente descontentos como para que alguna facción aristocráti- go , sí muestra algunos de los rasgos que debían de caracterizarlos,
I~ ca capitalizase el mismo en su propio beneficio (véase 5.7.2; 7.1). tales como su origen aristocrático, su crítica al sistema social vigente,
r En efecto, podemos considerar como algo utópica la idea de un su visión no aristocrática de la guerra, etc.; e llo unido a la ya menciona-
«estado hoplítico», con excepción tal vez de Esparta; lo que sí habrá, da «coincidencia» con la figura de otro indudable «jefe del pueblo» , en
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esta ocasión coronado por el éxito , Cípselo de Corinto, permite, en mi Una vez admitida la necesidad de disponer del sistema hoplítico (lo
opinión, ver en la poesía de Arquíloco parte al menos de la visión de que en muchas ocasiones, como vimos, obedecía a la presión exterior)
aquéllos que, siendo aristoi se veían perjudicados por el sistema de era imprescindible mantener a un campesinado estable, del que se
gobierno aristocrático. reclutaría la falange; por otro lado, y por parte de aquéllos que ya
habían perdido todas sus propiedades y habían quedado reducidos a la
categoría de trabajadores urbanos o jornaleros, surgía la demanda de
proceder a un nuevo reparto de tierras (ges anadasmos) que les devol-
5.4. Planteamiento de los conflictos políticos,
viera su poder adquisitivo y les permitiera ingresar en el grupo de los
sociales y económicos en las po/eis d,el siglo VII
hoplitas. Ni qué decir tiene que en esta pretensión el ejemplo de las
colonias no podía dejar de influir, puesto que en las mismas una de las
Entramos con ello en la cuestión de los conflictos que atenazan a las primeras medidas era repartir el territorio a razón de un lote por cada
poleis en el siglo VII y que no son, en último término, más que una individuo; del mismo modo, un nuevo reparto de tierras podía favore-
consecuencia de las diferentes contradicciones que se habían dado cita cer también al pequeño propietario (véase 3.4.2).
en e l momento de la constitución del sistema de la polis. Como quiera Lamentablemente, la reconstrucción de la situación de la tierra en el
que de los problemas sociales y políticos ya he apuntado algo en los siglo VII está, en gran medida, sometida a conjetura, puesto que nos
apartados anteriores y que volveré sobre el tema más adelante, aquí faltan documentos directos; el único caso conocido es, paradójica-
me detendré en la consideración del otro grave tema presente en el mente, Atenas, merced a la conservación de la «Constitución de los
siglo VII griego, la cuestión de la tierra, a la que va ligada la crisis del Atenienses» atribuída a Aristóteles. Y digo paradójicamente porque
sistema aristocrático. hay serios motivos para pensar que la situación de Atenas durante el
siglo VII no es tampoco típica de lo que ocurre en otros lugares puesto
que en ella parece haber pervivido a lo largo de todo ese período un
sistema netamente aristocrático, sin que se haya producido una verda-
5.4.1. El problema de la tierra . La crisis del sistema
dera estructuración política antes del inicio del siglo VI a. C.; no obstan-
aristocrático te, aludiremos al mismo, e intentaremos ver qué puede aplicarse al
contexto general del mundo griego en esa época. Empezaremos vien-
Por lo ya visto hasta ahora, parece un hecho evidente que la cues- do el texto atribuido a Aristóteles:
tión de la tierra está presente en el mundo griego desde, al menos, el
último tercio del siglo VIII a.C ., como muestra el auge del fenómeno «Más tarde sobrevino discordia (stasis) entre los nobles y la multitud
colonial propiciado por la mala distribución de la misma; por ende, durante mucho tiempo. Pues su constitución era en todo oligárquica y
Hesíodo nos había proporcionado indicios interesantes con relación a además eran esclavos de los ricos los pobres, ellos mismos y sus hijos
y mujeres. Y eran llamados clientes (pela tal) y hectémoros , pues por
lo mismo. La situación que todo ello denuncia es la de la formación de esta renta de la sexta parte cultivaban las tierras de los ricos. Toda la
grandes propiedades (entiéndase el «grandes» en sentido relativo, tierra estaba repartida entre pocos. Y si no pagaban su renta, eran
puesto que, salvo algunas excepciones Grecia no es una tierra de embargables ellos y sus hijos. Y los préstamos todos los tomaban
extensas llanuras), que, naturalmente, se van formando en detrimento respondiendo con sus personas hasta el tiempo de Solón, pues éste se
de los pequeños propietarios. convirtió el primero en jefe del pueblo. Era ciertamente el más duro y
Si bien la colonización había aliviado durante algún tiempo la situa- más amargo para el pueblo, entre los muchos males del régimen, la
ción, aunque con el traumático medio de enviar a ultramar a una parte esclavitud.» (Aristóteles, Ath. Pol., 2; traducción de A. Tovar.)
de la ciudadanía, tanto el auge demográfico cuanto la continuación del
proceso, que no se había interrumpido , terminaría por provocar, en un La situación que refleja Aristóteles y a la que pondrá remedio Salón,
plazo no muy largo, una situación similar a la que la colonización había muestra, pues , la tierra en pocas manos y a buena parte de la población
tratado de paliar. La diferencia básica radica ahora en el hecho de que dependiendo , económica y socialmente, de los aristoi propietarios de
la nueva forma de combate que ha ido consolidándose entre tanto, la las tierras . ¿Es esta situación equiparable a la existente en otras ciuda-
falange hoplítica, acabará imponiendo unas soluciones distintas. des griegas? La respuesta debe, necesariamente, ser matizada. Es cier-
una política de tasación sobre la décima parte de los ingresos de los Por lo que se refiere a Clistenes, su ascenso , después de acabar con
ciudadanos, pero este asunto permanece bastante obscuro. Mirón I1 , hijo de Ortágoras, tiene lugar en los años de tránsito entre el
Si la tradición sobre Cípselo no es excesivamente hostil, la existente siglo VII y el V!. Se ha aludido en ocasiones, a propósito de su política
sobre su hijo y sucesor Periandro se complace en destacar su crueldad en relación con el carácter e importancia de las tribus dorias, en una
y su gobierno despótico; muy vinculado al entonces tirano de Mileto, orientación anti-doria, si bien ello es algo que no queda suficiente-
Trasibulo, su política parece haberse caracterizado por la supresión mente claro, Lo que sí parece, a mi juicio, más claro es que la modifica-
violenta de los disidentes; no obstante, el que haya sido contado entre ción de los nombres de las tribus dorias a él atribuída posiblemente
los «Siete Sabios» hace también sospechosa esta atribución , A Perian- vaya relacionada con una reforma de la estructura militar y acaso con
dro se le asigna, además de la p rosecución de la política colonial y un aumento de los efectivos, en un momento en el que se nos informa