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Kissinger

La diplomacia

Capítulo 17: El comienzo de la guerra fría


Los propósitos aliados después de la 2GM eran demasiado divergentes:
Churchill deseaba impedir que la URSS dominara Europa central, Stalin quería que
sus victorias militares fuesen pagadas en moneda territorial y Truman se esforzó
por llevar adelante el legado de Roosevelt y mantener unida la alianza. Roosevelt
había sido un distinguido miembro del cosmopolita establishment, mientras que
Truman provenía de la clase media rural del Medio Oeste, nunca había pasado la
escuela secundaria y era producto de la maquinaria política de Kansas. Por ende,
tenía un compromiso emocional con la unidad aliada mucho menor del que
tuviera Roosevelt, porque representaba más que nada una preferencia práctica.

La primera intención de Truman fue entenderse con Stalin, porque aún creía
en la posibilidad de llevarlo a comportarse con normalidad, principalmente por
su deber de defender el principio de que las disputas internacionales no debían
resolverse por la fuerza. Sin embargo, los duros hechos geopolíticos estaban
determinando las condiciones el terreno: Stalin volvió a su viejo sistema de
dirección de su política exterior y exigió el pago por sus victorias en dominio
territorial.

El problema de Stalin al tratar con dirigentes norteamericanos es que le


costaba trabajo entender la importancia de la moral y el legalismo, mientras que
él era un maestro de la Realpolitik. Stalin consolidó la posición soviética y trató
de hacer creer a sus adversarios que era más probable que avanzara hacia el oeste
a que se retirara. Por ende, se convino en una cumbre en Potsdam (zona de
ocupación soviética, con acceso por ferrocarril -Stalin odiaba viajar en avión- y
podía ser protegido por el ejército soviético) donde el gobierno de Truman se
arrogó el papel de mediador entre UK y la URSS.

Al insistir en que le dejaran las manos libres ante sus vecinos, Stalin estaba
siguiendo la práctica rusa tradicional, donde se resolvían bilateralmente las
disputas con sus vecinos y no en conferencias internacionales. Si sus deseos se
veían frustrados, solían recurrir a la fuerza y nunca se retiraron sino ante la
amenaza de guerra.

Los estadistas de Potsdam trataron de eludir los problemas de organización


de Versalles, por lo que se limitarían a tratar los principios generales, que luego
serían detallados por sus ministros de Exteriores. Pronto se convirtió, sin
embargo, en un diálogo de sordos: Stalin insistía en consolidar su esfera, y
Truman+Churchill exigían una confirmación de sus principios. Al final, cada bando
ejerció el veto cuantas veces pudo hacerlo mientras Stalin fortalecía la posición
de los partidos comunistas en Europa central.

El ritmo de la conferencia fue fatalmente interrumpido a mediados de 1945,


cuando la delegación británica tuvo que pedir una pausa para volver a su patria
a esperar los resultados de las primeras elecciones generales celebradas desde
1935. Churchill nunca volvió a Potsdam pues sufrió una derrota aplastante ante
Attlee. Poco se logró en Potsdam, de todas maneras. Se rechazaron muchas
demandas de Stalin, Truman vio frustrados algunos de sus propósitos; pero sí se
llegaron a algunos acuerdos: se estableció un mecanismo cuatripartito para
enfrentarse a las cuestiones alemanas y cada potencia obtuvo las reparaciones de
su zona de ocupación. El resultado práctico fue el principio del proceso que
dividió Europa en dos esferas de influencia.

El distanciamiento cultural existente entre los dirigentes norteamericanos y


soviéticos intensificó la ya naciente Guerra Fría. Los negociadores de estados
unidos actuaban como si la simple proclamación de sus derechos morales y
legales debiera dar los resultados deseados. El hecho de que Stalin supiera bien
cuán débil era en realidad su país aceleró el proceso que iba a la deriva hacia la
guerra fría. Según su mentalidad, las concesiones voluntarias eran confesar
vulnerabilidad y generaría nuevas exigencias y presiones. Stalin aunó su
exageración de la fuerza y belicosidad soviética al esfuerzo sistemático por
menospreciar el poderío yanqui, especialmente la bomba atómica.

Stalin calculó, con razón que, si daba una tregua a su sociedad, ésta
empezaría a hacerse preguntas sobre los fundamentos mismos del gobierno
comunista. La tarea que le impuso a la URSS era la misma que antes de la guerra:
fortificarse lo suficiente para desviar el conflicto inevitable hacia una guerra civil
capitalista, alejándolo de un ataque a la patria del comunismo. Se promovería la
industria pesada, continuaría la colectivización de la agricultura y toda oposición
interna sería aplastada.

A la postre, la órbita de satélites soviéticos fue surgiendo paulatinamente,


en parte por falta de oposición, porque Stalin no podría haber reconstruido la
URSS y al mismo tiempo arriesgarse con una confrontación con EE. UU.. Stalin
había logrado fijar las fronteras de Europa central sin correr un riesgo excesivo
porque sus ejércitos ya estaban ahí.

Capítulo 30: el fin de la guerra fría- Reagan y Gorbachov


Reagan había sido elegido presidente como reacción a un periodo de
aparente retirada de EE. UU., para reafirmar las verdades tradicionales del
excepcionalísimo norteamericano. Gorbachov, encumbrado gracias a las brutales
luchas de la jerarquía comunista, estaba decidido a revitalizar la ideología
soviética, que consideraba superior. Ambos creían en la victoria final de su propio
bando, y ambos recurrieron a lo que consideraban lo mejor de su sistema.

El imperio soviético fracasó en parte porque su propia historia lo había


incitado inexorablemente a una expansión ilimitada. El error fatal de todo este
hinchado imperialismo fue que los gobernantes soviéticos perdieron el sentido
de la proporción; sobreestimaron la capacidad del sistema soviético y olvidaron
que con una base muy endeble estaban desafiando literalmente a todas las otras
grandes potencias. Su sistema era mortalmente deficiente en su capacidad de
generar iniciativas y creatividad, y tampoco era lo bastante fuerte ni dinámica
para desempeñar las funciones que sus gobernantes le habían asignado.

Reagan, por otro lado, no sabía nada de historia, y lo poco que sabía lo
adaptó a favor de sus bien arraigados prejuicios. Los detalles de la política exterior
lo aburrían y era el presidente con el más pobre currículum académico, pero que
tenía los principales ingredientes del liderazgo: sentido de la dirección y fuerza
de convicciones. Expuso una doctrina de política exterior de gran coherencia y
considerable poder intelectual porque poseía una compenetración intuitiva con
los horizontes de motivación norteamericanos.

Reagan justificó la resistencia al expansionismo soviético mediante un estilo


marcado por un insistente enfrentamiento, porque comprendió que el pueblo
norteamericano encontraría su inspiración última en los ideales históricos. Pasó
por encima de la tradicional prudencia diplomática y simplificó las virtudes
norteamericanas en busca de una autoproclamada misión para convencer al
pueblo norteamericano que el conflicto ideológico entre el este y el oeste era
importante.

También estaba profundamente convencido de que las relaciones con la


URSS mejorarían si pudiera hacer que esta compartiera su temor a un desastre
final nuclear. Antes bien, de manera típicamente norteamericana, estaba
convencido de que la intransigencia de los comunistas se basaba más en la
ignorancia que en un mal congénito, por lo que era probable que el conflicto
terminara con la conversión del adversario. Esto era parte de la inconvenible
convicción de que el entendimiento entre los pueblos es cosa normal, que la
tensión es una aberración y que se puede generar confianza mediante una
demostración esforzada de buena voluntad.
Reagan era lo bastante norteamericano como para considerar el
enfrentamiento y la conciliación como etapas sucesivas de su política, y fue el
primer presidente de posguerra que pasó a la ofensiva en lo ideológico y en lo
geoestratégico. Tenía dos objetivos: combatir la presión geopolítica soviética
hasta que el proceso de expansionismo fuese contenido e invertido; y lanzar un
programa de rearme. Para eso usó como vehículo ideológico la cuestión de los
derechos humanos, para socavar el sistema soviético.

El gobierno de Reagan logró triunfos poniendo en práctica lo que llegó a


conocerse como la Doctrina Reagan: los EE. UU. ayudarían a las
contrarrevoluciones anticomunistas a arrancar de la esfera de influencia soviética
a sus respectivos países. La escala y el ritmo de la concentración norteamericana
intensificaron todas las dudas que ya tuvieran los gobernantes soviéticos sobre si
económicamente podrían permitirse una carrera armamentística y si podrían
sostenerla tecnológicamente.

Sin embargo, el presidente de posguerra que más se dedicó a reforzar el


poder militar norteamericano, incluso su capacidad nuclear, representó al mismo
tiempo la visión pacifista de un mundo del que quedaran proscriptas todas las
armas nucleares. La guerra fría no continuó, al menos en parte, por las presiones
que el gobierno de Reagan había ejercido sobre el sistema soviético, en el que el
control de armamentos fue el centro de las negociaciones.

Por otro lado, cuando Gorbachov subió al poder en 1985 era el líder de una
superpotencia nuclear que se hallaba en plena decadencia económica y social.
Pertenecía a una generación distinta de las que de los dirigentes soviéticos que
fueron desmoralizados por Stalin. Era sumamente inteligente y de modales
suaves. Fue el provocador de una de las revoluciones más importantes de su
época, destruyendo el PC. Sin embargo, él había querido modernizar, no dar
libertad; había querido hacer que el PC respondiera al mundo exterior; en cambio,
inició el desplome del sistema que lo había formado a él.

Heredó, en primer lugar, un conjunto de problemas verdaderamente


difíciles. Los únicos aliados que le quedaban a la URSS eran sus satélites de Europa
del Este, que se mantenían unidos por la amenaza de la fuerza soviética implícita
en la Doctrina Brezhnev, y que representaban una sangría económica. Las
aventuras soviéticas en el tercer mundo estaban resultando costosas y la
conformación estratégica norteamericana planteaba un desafío tecnológico que
la estancada y sobrecargada economía soviética no podría siquiera recoger.

Pese a su desastre final, Gorbachov merece el crédito de haber deseado


hacer frente a los dilemas soviéticos, creyendo que podía reconstruir la sociedad
purgando el PC e introduciendo unos elementos de economía de mercado en la
planificación central. Para obtener un respiro, inició una gran revaluación de
política exterior soviética, rechazando de plano la luca de clases y proclamando
la coexistencia pacífica como un fin en sí misma. Con eso destruyó por completo
los fundamentos intelectuales de la tradicional política exterior soviética, y la privó
de su razón y su convicción histórica, aumentando la dificultad de la situación
soviética. Lo que Gorbachov no tuvo fue tiempo, el principal requisito para que
su política madurara, por lo que se encontró cada vez más ante una elección entre
el suicidio político y la lenta disminución de su poder.

El remedio de Gorbachov consistió en intensificar la liberalización, porque


el costo de Mantener la órbita de satélites se había vuelto prohibitivo. Al apostar
por la liberalización, la URSS no podía ganar, y en la medida en que el PC perdió
su carácter monolítico, quedó desmoralizado. La URSS, que se había extenuado
durante cuarenta años tratando de socavar la cohesión occidental a fuerza de
amenazas y presiones se vio obligada a solicitar la buena voluntad de occidente
porque necesitaba más su ayuda que la órbita de satélites.

Gorbachov lo había apostado todo a dos ideas: que la liberalización


modernizaría la URSS y que esta entonces podría sostenerse internacionalmente
como gran potencia. Partió de la convicción de que un PC reformado podría
proyectar la sociedad soviética al mundo entero, pero no pudo convencerse de
que el comunismo era el problema y no la solución. Había basado su programa
de reforma en dos elementos: perestroika (reestructuración económica), para
obtener el apoyo de los nuevos tecnócratas; y glasnost (liberalización política)
para ganarse a la siempre acosada intelligentsia. Cuanto más duraban, más
aislado estaba Gorbachov, y el sistema más se desplomaba.

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